Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

miércoles, 27 de marzo de 2019

361).-Jueces y abogados famosos de la historia (II)

 Mariano Gómez González 

Eduardo Ortega y Gasset

Blas Pérez González

Leopoldo Garrido Cavero

Hilde Benjamin

Baron Trevethin and Oaksey

Francis Beverley Biddle

Henri Donnedieu de Vabres 

Iona Timofeevich Nikitchenko




                                                    Jueces españoles.


Mariano Gómez González.

ana karina gonzalez huenchuñir

(1883-Buenos Aires, 1951), jurista español fue presidente del Tribunal Supremo durante la Guerra Civil (1936-1939). Hombre de profundas convicciones religiosas, de ideología liberal y partidario del republicanismo, manifestó su oposición a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.

Hijo del magistrado Manuel Pablo Gómez López y de Adela González Solesis. Hizo la carrera de Derecho, en la que se licenció y doctoró con brillantez, y por Real Orden de 10 de mayo de 1909 fue nombrado profesor auxiliar numerario de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza. El 19 de marzo de 1915 ganó la plaza de catedrático numerario de Derecho Político Español Comparado con el Extranjero en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia. El 3 de abril de 1929 cesó como presidente del Ateneo Mercantil de Valencia.
Mariano Gómez González comenzó su carrera como docente universitario en la Universidad de Zaragoza como profesor ayudante. Obtuvo la Cátedra de Derecho Político de la Universidad de Valencia en 1915, siendo elegido rector de esta Universidad en 1931, pocos días después de la proclamación de la Segunda República. Un año después fue designado magistrado de la Sala VI, de Justicia Militar, del Tribunal Supremo.
 Ostentando interinamente la presidencia de dicha sala tuvo que enjuiciar y condenar a los participantes en el intento de golpe de Estado encabezado por el general Sanjurjo que se produjo el 10 de agosto de 1932. Mariano Gómez González asumió de forma interina la presidencia del Tribunal Supremo el 21 de agosto de 1936 ya que su antecesor, Diego Medina, fue obligado a abandonar la presidencia antes de que finalizara su mandato por la tibieza mostrada cuando el gobierno solicitó una declaración de lealtad al régimen republicano del personal de la Administración de Justicia a causa del estallido de la Guerra Civil Española. Al no poderse cubrir la vacante en la presidencia a causa de la guerra, Mariano Gómez González se mantuvo en este puesto a pesar de haber accedido a él de forma provisional.

Su compromiso con las instituciones de la República española, le empujó a presidir personalmente, sin nombrar un delegado, el primer Tribunal Especial aprobado por el gobierno después de que se produjera por motivos políticos una matanza de presos de cárcel Modelo de Madrid el 23 de agosto de 1936. Con esta decisión el Presidente del Tribunal Supremo logró salvar la vida a un considerable número de opositores al bando republicano, sin embargo la decisión de presidir el Tribunal Especial fue una de las causas por las que fue estigmatizado después del triunfo del bando nacionalista. Mariano Gómez González también rechazó la oferta de encabezar de un gobierno alternativo en Madrid después de que se trasladara el gobierno republicano a Valencia. En el mes de noviembre de aquel año, se inició el traslado del Tribunal Supremo a la capital levantina debido a los avances del bando sublevado aunque se mantuvo una sección delegada en Madrid. 
En el mes de octubre de 1937 el Tribunal Supremo junto al gobierno y el grueso de la administración fueron evacuados de nuevo, en esta ocasión a Barcelona. El Gobierno de Burgos creó en el mes de agosto de 1937 su propio Tribunal Supremo, nombrando un año después como presidente al jurista Felipe Clemente de Diego que continuó como presidente al finalizar la Guerra Civil. En el mes de enero de 1939, al producirse la ocupación de Barcelona por el bando nacional, Mariano Gómez González tuvo que exiliarse en Francia y posteriormente en Buenos Aires, ciudad en la que falleció en 1951.

Obras de ~: La penetración en Marruecos. Política europea de 1904 a 1909, Zaragoza, Emilio Casañal, 1909; Contratos Administrativos, Barcelona, Enciclopedia Jurídica Española, 1910; Sistemas de gobierno, Valencia, Tipografía P. Quiles, 1930; Jornadas republicanas de Valencia: historia de dos días, Buenos Aires, Patronato Hispano-Argentino de Cultura, 1942.

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, FC‑M.º de Justicia, Jueces, leg. 912, exp. 13043.


A. Berenguer Carisomo, España en la Argentina: ensayo sobre una contribución a la cultura nacional, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1953; J. L. Abellán (dir.), El exilio español de 1939, vol. I, Madrid, Editorial Taurus, 1976, pág. 163; M. F. Mancebo Alonso, “El primer rectorado republicano en la Universitat de València: Mariano Gómez González”, en E. Juan y M. Febrer (eds.), Vida, Instituciones y Universidad en la Historia de Valencia, Valencia, Universidad, 1996; M. F. Mancebo Alonso, “El derecho político en Valencia, con especial referencia a Mariano Gómez González (1915‑1932)”, en A. Mora Cañada (coord.), La enseñanza del Derecho en el siglo xx: homenaje a Mariano Peset, Valencia, Dykinson, 2004, págs. 259‑272; R. Ríos Zúñiga, “Adelanto de una biografía: Mariano Gómez González”, en VV. AA., Historia de las Universidades Hispánicas, IX Congreso Internacional (Valencia, del 14 al 17 de septiembre de 2005), Valencia, Universidad, 2008; A. de Ceballos-Escalera Gila (dir.), El Tribunal Supremo del Reino de España, Madrid, Tribunal Supremo- Boletín Oficial del Estado, 2008, págs. 225-226.


Eduardo Ortega y Gasset. 


ana karina gonzalez huenchuñir

(Madrid, 11 de abril de 1882 - Venezuela, 1964) fue un abogado y político republicano español, hermano mayor de José Ortega y Gasset.
Nieto de Eduardo Gasset Artime, periodista fundador de El Imparcial, hijo de José Ortega Munilla, escritor y periodista y hermano José Ortega y Gasset, filósofo. Fue diputado a Cortes por Málaga y Coín, delegado regio de Primera Enseñanza y director general de prisiones en 1917. Su carrera política contó siempre con el apoyo de su tío, Rafael Gasset.
Se opuso a la dictadura del general Primo de Rivera, motivo por el que se exilió en Francia, donde trabajó junto con Miguel de Unamuno y otros intelectuales españoles en Hojas Libres, una publicación que combatió la dictadura desde el exterior.
Asistió a la firma del Pacto de San Sebastián de 1930, cuyo objetivo fue la unificación de la acción de todas las corrientes republicanas, con el fin de derrocar la Monarquía de Alfonso XIII. Al proclamarse la Segunda República Española fue nombrado gobernador civil de Madrid. Perteneció al Partido Radical-Socialista, del que fue diputado en las Cortes Constituyentes.
Fue muy crítico con la política del Gobierno tras los sucesos de Casas Viejas de 1933. Perteneció a la Masonería.
En octubre de 1936, se le nombró decano del Colegio de Abogados de Madrid. En diciembre, el ministro de Justicia, el anarquista Joan García Oliver, lo nombró fiscal general del Estado. En un primer momento, García Oliver deseaba que Eduardo Barriobero Hernán desempeñara la Fiscalía, pero los otros ministros republicanos y socialistas del Gabinete se opusieron por su controvertida trayectoria política y por el dudoso papel que había desempeñado entre agosto y noviembre de 1936 en el Tribunal Revolucionario de Barcelona u Oficina Jurídica, donde predominó la extorsión y la prevaricación. Ortega pertenecía en 1936 al Partido de Extrema Izquierda Federal, la formación política más cercana a los anarcosindicalistas: gran parte de sus militantes pertenecían a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Esta adscripción política fue la que le permitió acceder a la Fiscalía General. En 1937 también desempeñó la Dirección General de Seguridad desde donde, según Indalecio Prieto, propició el ascenso del Partido Comunista del que era simpatizante, si no subalterno.
Cuando Manuel de Irujo Ollo, del Partido Nacionalista Vasco, asumió la cartera de Justicia, en mayo de 1937, desarrolló una política penal encaminada a esclarecer el terror que se había extendido en la “zona leal” desde el 18 de julio de 1936 y que tanto había desprestigiado a la República tanto en el contexto interno como en el internacional. De esta forma, se incoaron muchos sumarios contra miembros de las organizaciones y partidos del bloque antifascista sobre los que existían indicios de criminalidad, sobresaliendo el que se inició contra Aurelio Fernández y los demás integrantes del Tribunal Revolucionario de Barcelona. Eduardo Ortega, siguiendo las órdenes del Ejecutivo, tuvo que actuar contra algunos anarquistas del entorno de García Oliver. Muchos de ellos, compañeros ideológicos, no supieron asumir que se ejerciera el ministerio público contra ellos, por lo que amenazaron personalmente a Ortega, a fin de que retirase los cargos. Ante la persistencia del Gobierno de llegar hasta el final de las investigaciones, Ortega optó por abandonar el territorio de la República a finales de 1937, instalándose en París, donde colaboró en la Liga de los Derechos del Hombre. Al finalizar la guerra, se exilió en Cuba y Venezuela.
Obras de ~: Annual, Madrid, Rivadeneyra, 1922; La verdad sobre la Dictadura, París, Juan Dura, 1925; Etiopía: el conflicto ítaloabisinio, Madrid, Imprenta de Juan Pueyo, 1935.
Bibl.: J. García Oliver, El eco de los Pasos, Barcelona, Editorial Ruedo Ibérico, 1978; J. M. Gil-Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Editorial Planeta, 1998, págs. 470, 540 y 542; M. Azaña, Diarios completos, Barcelona, Editorial Crítica, 2000, págs. 670, 1034, 1177, 1186 y 1192; F. Vázquez Osuna, La rebel·lió deis Tribunals. L’Administració de justicia a Catalunya (1931-1953). La judicatura i el ministeri fiscal, Valéncia, Editorial Afers, 2005.



Blas Pérez González. 

(Santa Cruz de La Palma, 13 de agosto de 1898 - Madrid, 7 de febrero de 1978)​ fue un jurista, catedrático de universidad y político español, que desempeñó el Ministerio de la Gobernación durante el Franquismo entre 1942 y 1957.

Nació en Santa Cruz de La Palma. Cursó los estudios de Bachillerato en los institutos de La Laguna y Barcelona, y la carrera de derecho en la Universidad Central de Madrid, consiguiendo el premio extraordinario fin de carrera y donde realizó también el doctorado. También fue miembro del Cuerpo Jurídico Militar,​ donde alcanzaría el rango de General auditor del Aire.
En 1927 obtuvo por oposición la cátedra de derecho civil de la Universidad de Barcelona, llegando a ser decano de la Facultad de Derecho, cargo del que fue depuesto al declararse la II República por su ideología conservadora.
Cuando se produjo el golpe de Estado de julio de 1936 se encontraba en Barcelona; fue detenido el 27 de septiembre y se le condenó a muerte, pena de la que pudo librarse gracias a las gestiones realizadas por algunos de sus amigos de la FAI (posiblemente franquistas infiltrados).Luego se ocultó durante 9 meses, hasta que pudo escapar a la zona sublevada.
Afiliado a Falange con anterioridad al decreto de unificación, en 1937 fue destinado a la asesoría jurídica del Cuartel General de Franco en Salamanca y Burgos. En octubre de 1939 fue nombrado miembro de la Junta Política de FET y de las JONS.​ Ocupó también el cargo de delegado nacional de Justicia y Derecho de FET y de las JONS.
En septiembre de 1942 fue nombrado ministro de la Gobernación.​ Considerado un neofalangista​ y «amigo de la Alemania nazi», fue uno de los representantes del sector falangista en el seno del gobierno de Franco. Mantenía una relación amistosa con el también falangista y ministro José Antonio Girón de Velasco.

En 1951, en el contexto de los cambios ministeriales que tuvieron lugar, Pérez Gónzalez fue mantenido por Franco en su puesto a pesar de los consejos en contra del almirante Luis Carrero Blanco.​ En febrero de 1957 fue cesado como ministro, siendo sustituido por el «duro» Camilo Alonso Vega. Su destitución se produjo en el contexto inmediato a los refriegas universitarias entre falangistas y no falangistas de febrero de 1956.
Tras su cese como ministro fue procurador en las Cortes franquistas por designación directa del jefe del Estado.
Electo miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, rechazó sin embargo tomar posesión de la plaza, al igual que Ramón Serrano Suñer. Presidente del Consejo de Redacción de la Revista de Derecho Privado, fue consejero togado del Consejo Supremo de Justicia Militar y presidente del Consejo de Codificación de Derecho Privado y del Código de Jurisdicción del Aire. También fue consejero del Patronato de la Fundación Juan March, así como presidente de Nora Ibérica, S.A., y vocal en los consejos de administración de Lepanto, S.A., Compañía Trasmediterránea, Compañía de Seguros Generales o La Auxiliar de la Construcción, S.A. entre otros.
La Avenida Marítima de Santa Cruz de La Palma se llamó Avenida Blas Pérez González en su honor, hasta que el Ayuntamiento decidió recuperar el nombre anterior. En su ciudad natal resta una glorieta con su nombre en la entrada del puerto, donde existía un pequeño monumento en su honor. Dicho monumento fue retirado en 2016. Otros pueblos de la isla de La Palma han nombrado a algunas calles con su nombre en su recuerdo.
Blas Pérez González escribió los siguientes libros:
  • El método jurídico (1942).
  • El requisito de la viabilidad (1944).
  • Rescinsión de Institución.
  • Discursos Políticos.
  • La obra de Prieto Bonforte.
  • La extensión del derecho real de hipoteca.



Leopoldo Garrido Cavero.

Leopoldo Garrido Cavero nació en Cuenca en el año 1883. Su padre había sido un famoso abogado republicano de la ciudad y el hijo siguió sus pasos. Al finalizar la carrera de Derecho entró a trabajar en el bufete familiar. Pero Garrido Cavero tenía inquietudes sociales además de políticas, ya que en 1911 participó en la creación de la Sociedad Obrera “La Aurora”. En 1915 participaría en la formación de la Agrupación Socialista de Cuenca, siendo, por tanto, uno de los fundadores del socialismo en esta ciudad.
No descuidó su profesión. En 1921 ingresó por oposición en la carrera judicial, siendo destinado al Juzgado de Instrucción de Torrecilla de los Cameros, en la provincia de Logroño, pero no estuvo mucho tiempo en La Rioja, ya que pasaría al partido judicial de Almansa. Terminando la Dictadura de Primo de Rivera ingresaría en la carrera fiscal, siendo destinado a Alicante. Allí se encontraba cuando se proclamó la Segunda República.
Garrido Cavero tuvo serios problemas durante el Bienio radical-cedista, siendo trasladado a Lugo como abogado-fiscal y después a Barcelona. En la capital catalana volvió a tener dificultades porque se negó a aplicar la pena capital a unos obreros de la CNT que habían sido condenados por su participación en la Revolución de Octubre. Pero el gobierno estaba empeñado en castigarlos y recurrió a un Consejo de guerra para salvar el escollo de la Audiencia.
Al estallar la guerra pasó a trabajar por voluntad propia en la Audiencia Provincial de Cuenca. Cuando el gobierno pasó de Madrid a Valencia, Manuel Irujo, a la sazón ministro de Justicia, le llamó para que ocupara el puesto de inspector fiscal del Tribunal Supremo. Fue, por tanto, fiscal general de la República, siempre preocupado por el respeto a la legalidad.
Garrido perdió a su hijo mayor en la guerra y tuvo la desgracia de que otros tres cayeran prisioneros de los alemanes en Francia en la Segunda Guerra Mundial. No olvidó su militancia socialista, ya que en el país vecino, en el exilio, ingresó en la Sección del PSOE de Vallespir. Además colaboró activamente en “El Socialista” entre los años 1944 y 1945. Murió en Carcassonse en 1946.
Leopoldo Garrido dejó escritas unas interesantes notas sobre los últimos días de la República en la guerra, relatando los sucesos de Madrid con el golpe de Casado y los enfrentamientos internos, señalando, al final lo siguiente:
 “La catástrofe, en suma, total y sin remedio”.


Jueces alemanes. 


Hilde Benjamin.

 

(nacida Lange, 5 de febrero de 1902 - 18 de abril de 1989) fue un juez y ministro de Justicia de Alemania oriental . Ella es mejor conocida por presidir una serie de juicios políticos en la década de 1950. Ella es particularmente conocida como responsable de la persecución por motivos políticos de Erna Dorn y Ernst Jennrich . Hilde Benjamin fue ampliamente comparado con el juez de la era nazi Roland Freisler y se lo llamó "Freisler Rojo".
Hilde Lange nació en Bernburg , Anhalt , y creció en Berlín, hija del ingeniero Heinz Lange y su esposa, Adele.Al crecer en el ambiente liberal culturalmente inclinado de una familia protestante de clase media, despertó en ella un interés primordial por la música clásica y la literatura: esto permanecería con ella durante toda su vida.  En 1921 completó con éxito su carrera escolar en la escuela secundaria Fichtenberg en Steglitz, en el lado sur de Berlín .
Fue una de las primeras mujeres en estudiar derecho en Alemania, lo que hizo en Berlín, Heidelberg y Hamburgo desde 1921 hasta 1924.
Después, trabajó como abogada en ejercicio en Berlín: Wedding for the Rote Hilfe , una organización de ayuda comunista. En 1926 se casó con el médico, Georg Benjamin , el hermano del escritor Walter Benjamin y de su amiga, la académica Dora Benjamin. El hijo de Georg y Hilde, Michael nació a fines de 1932.
En 1926 renunció al moderado SPD de izquierda y en 1927 se unió a su esposo en el Partido Comunista. Debido a que era judía, le prohibieron ejercer la abogacía después de 1933. Desempleada brevemente, con su esposo trasladado a un campo de concentración (del cual, en esta ocasión, fue liberado más tarde en el año), inmediatamente después del incendio del Reichstag , regresó para Es hora de vivir con sus padres junto con su pequeño hijo: luego obtuvo un puesto que brinda asesoramiento legal para la asociación comercial soviética en Berlín. Durante la Segunda Guerra Mundial , se vio obligada a trabajar en una fábrica de 1939-45. Su esposo judío fue asesinado en el campo de concentración de  Mauthausen en 1942.
Después de la guerra, se unió al Partido de Unidad Socialista de Alemania (SED) en 1946 y fue vicepresidenta del Tribunal Supremo de la República Democrática Alemana (RDA) de 1949 a 1953. En esa capacidad, asistió a los juicios de Waldheim y presidió a través de una serie de juicios contra los identificados como indeseables políticos, como Johann Burianek y Wolfgang Kaiser , así como contra los testigos de Jehová . Sus frecuentes sentencias de muerte le valieron los apodos populares "Guillotina roja " y "sangrienta Hilde".
De 1949 a 1967 fue miembro del Volkskammer y de 1954 a 1989, miembro del Comité Central de la SED. En 1953, sucedió a Max Fechner como Ministro de Justicia . El líder de la RDA, Walter Ulbricht, le pidió que renunciara en 1967, aparentemente por motivos de salud, pero en realidad porque el Politburó sintió que el fanatismo político que caracterizó sus duros veredictos impidió el deseo de reconocimiento internacional de la RDA.
Benjamin contribuyó a la creación del código penal y el código de procedimiento penal de la RDA y desempeñó un papel decisivo en la reorganización del sistema legal del país. 
Desde 1967 hasta su muerte, ocupó la cátedra de historia del poder judicial en la Deutsche Akademie für Staats- und Rechtswissenschaft en Potsdam-Babelsberg. Murió en Berlín oriental en abril de 1989.
Benjamin recibió varios premios en la RDA: en 1962, la Orden Patriótica del Mérito , en 1977 y 1987 la Orden de Karl Marx , en 1979 el título de Jurista Meritoria de la RDA, y en 1982 la Estrella de los Pueblos. la amistad.



Jueces del Tribunal Internacional de Nuremberg.



Francis Biddle (a la derecha) con otros jueces en los juicios de Nuremberg (desde la izquierda) Iona Nikitchenko (Unión Soviética), Norman Birkett y Geoffrey Lawrence (Reino Unido).

El 20 de noviembre de 1945 se inició el juicio  de Nüremberg, con el denominado Juicio Principal a los jerarcas del III Reich, que las Potencias Aliadass lograron detener.

Este juicio, tienen como antecedente que el 17 de diciembre de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando por primera vez los gobiernos de los países aliados (Gran Bretaña, Estados Unidos, y la URSS, reconocieron públicamente el exterminio de los judíos que estaba llevando a cabo el Tercer Reich y decidieron que sus responsables serían procesados al finalizar la contienda bélica.
Casi un año después, en octubre de 1943, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, el primer ministro inglés Winston Churchill, y el líder soviético Josef Stalin, firmaron la Declaración de Moscú que decía que los juicios se llevarían a cabo en los países en los cuales se habían cometido los delitos contra la población civil y los denominados crímenes de guerra, mientras que los máximos responsables cuyos crímenes abarcaron todo el territorio que formó parte de la Alemania Nazi, serían juzgados por un Tribunal Militar Internacional, en el que los jueces serían representantes de los aliados.
Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial en Europa, con la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945, los aliados firmaron un nuevo documento conocido como la “Carta de Londres” que instituyó los principios y los procedimientos que serían utilizados por el Tribunal Militar Internacional, a la vez que establecieron que los correspondientes a Alemania serían llevados a cabo en la ciudad de Nüremberg, y que a los tres países signatarios de la Declaración de Moscú se uniría Francia.
A mediados de octubre de 1945, luego de arduas negociaciones, se logró constituir el Tribunal Militar Internacional conformado por cuatro jueces titulares con sus respectivos suplentes y a designar el fiscal general y sus ayudantes.

Los jueces fueron por Gran Bretaña Geoffrey Lawrence (titular) y Norman Birkett (suplente); por Estados Unidos Francis Biddle (titular) y John J. Parker (suplente), por Francia Henri Donnedieu de Vabres (titular y Robert Falco (suplente) y por la URSS Iona Nikitchenko (titular) y Alexander Volchkov (suplente).

La fiscalía quedó integrada por el juez estadounidense Robert H. Jackson, como fiscal general y los adjuntos Hartley Shawcross, del Reino Unido; el General Roman Rudenko, por la URSS; y François de Menthon y Auguste Cahmpetier, de Francia.
En el juicio principal se juzgó a los veintidós principales criminales de guerra, imputándoles conspiración, crímenes en contra de la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, incluyendo este último el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación y las persecuciones sobre bases políticas, raciales o religiosas.
El fiscal general Robert H. Jackson afirmó en uno de sus alegatos:
 “De un hecho podemos estar seguros, el futuro nunca podrá dudar de que los nazis han tenido ocasión de defenderse. La historia sabrá que los nazis han podido decir todo lo que ellos han considerado conveniente y oportuno. Han sido juzgados ante un tribunal en unas condiciones que ellos nunca hubiesen concedido a nadie en sus tiempos de poder y esplendor. Ha quedado bien en claro además, que las declaraciones de los acusados han eliminado toda duda de su culpabilidad, unas dudas que hubieran podido existir todavía en vista de la inmensidad de sus crímenes y el carácter tan extraordinario de éstos. Ellos han contribuido a firmar su propia sentencia”.
El juicio culminó el 1 de octubre de 1946 con el dictado de las sentencias, que en el caso de las penas de muerte fueron ejecutadas días después, el 16 de octubre.

  • Martin Bormann Sucesor de Hess como secretario del Partido Nazi Muerte (en ausencia)
  • Hans Frank Gobernador General de la Polonia ocupada Muerte.
  • Wilhelm Frick Ministro del Interior, autorizó las Leyes Raciales de Nüremberg Muerte
  • Hermann Göring Comandante de la Luftwaffe y presidente del Reichstag. Muerte
  • Alfred Jodl Jefe de Operaciones de la Wehrmacht Muerte
  • Ernst Kaltenbrunner Jefe de la RSHA y de los einsatzgruppen Muerte
  • Wilhelm Keitel Comandante de la Wehrmacht Muerte
  • Joachim von Ribbentrop Ministro de Relaciones Exteriores Muerte
  • Alfred Rosenberg Ideólogo del racismo y Ministro de los Territorios Ocupados Muerte
  • Fritz Sauckel Director del programa de trabajo esclavo Muerte
  • Arthur Seyss-Inquart Líder del Anschluss y gobernador de los Países Bajos ocupados Muerte
  • Julius Streicher Jefe del periódico antisemita Der Stürmer Muerte
  • Walter Funk Ministro de Economía Cadena perpetua
  • Rudolf Hess Ayudante de Hitler Cadena perpetua
  • Erich Raeder Comandante en jefe de la Kriegsmarine Cadena perpetua
  • Albert Speer Líder nazi y Ministro de Armamento 20 años
  • Baldur von Schirach Líder de las Juventudes Hitlerianas 20 años
  • Konstantin von Neurath Ministro de R.R.E.E., «Protector» de Bohemia y Moravia 15 años
  • Karl Dönitz Sucesor designado de Hitler y comandante de la Kriegsmarine 10 años
  • Hans Fritzsche Ayudante de Joseph Goebbels en el Ministerio de Propaganda Absuelto
  • Franz von Papen Ministro y vicecanciller Absuelto.


Desarrollados en la ciudad alemana de Núremberg —su palacio de justicia​ — entre el 20 de noviembre de 1945 al 1 de octubre de 1946, fue el proceso que obtuvo mayor repercusión en la opinión pública mundial, dirigido a partir del 20 de noviembre de 1945 por el Tribunal Militar Internacional (TMI) establecido por la Carta de Londres, en contra de 24 de los principales dirigentes supervivientes del gobierno nazi capturados y de varias de sus principales organizaciones.
El  juicio de Núremberg escuchó a 240 testigos en un proceso en el que se leyeron aproximadamente 300.000 declaraciones. Entre los 24 acusados, el tribunal dictó doce condenas a muerte, siete de prisión y tres absoluciones.​ Al menos cuatro procesados se suicidaron antes o después de haber sido condenados en los juicios.

Evidencias.

Durante el verano, todas las delegaciones nacionales lucharon por reunir pruebas para el próximo juicio.​ Los fiscales estadounidenses y británicos se centraron en pruebas documentales y declaraciones juradas en lugar de testimonios de supervivientes. Esta estrategia aumentó la credibilidad de los casos, ya que el testimonio de los supervivientes se consideró menos confiable y más vulnerable a acusaciones de parcialidad, pero redujo el interés público en el proceso.
La acusación estadounidense se basó en informes de la Oficina de Servicios Estratégicos, una agencia de inteligencia estadounidense, y en información proporcionada por el Instituto YIVO para la Investigación Judía y el Comité Judío Estadounidense​, mientras que la fiscalía francesa presentó numerosos documentos que había obtenido del Centro de Documentación Judía Contemporánea.
La fiscalía citó a 37 testigos frente a los 83 de la defensa, sin contar los 19 acusados que testificaron en su propio nombre. La fiscalía examinó 110.000 documentos alemanes capturados y presentó 4600 como prueba,​ junto con 30 kilómetros de película y 25.000 fotografías.
La carta permitía la admisibilidad de cualquier prueba que se considerara con valor probatorio, incluidas las diligencias preliminares. Debido a las reglas probatorias laxas, las fotografías, los gráficos, los mapas y las películas desempeñaron un papel importante a la hora de hacer creíbles crímenes.
Después de que la fiscalía estadounidense presentara muchos documentos al comienzo del juicio, los jueces insistieron en que todas las pruebas se leyeran en el expediente, lo que ralentizó el juicio. La estructura de los cargos también provocó retrasos, ya que la misma evidencia terminaba siendo leída varias veces cuando era relevante tanto para la conspiración como para los demás cargos.

Curso del juicio.

El Tribunal Militar Internacional inició el juicio el 20 de noviembre de 1945, después de que se rechazaran las solicitudes de aplazamiento de la fiscalía soviética, que quería más tiempo para preparar su caso. Todos los acusados se declararon inocentes.
Jackson dejó claro que el propósito del juicio iba más allá de condenar a los acusados. Los fiscales querían reunir pruebas irrefutables de los crímenes nazis, establecer la responsabilidad individual y el crimen de agresión en el derecho internacional, dar una lección de historia a los alemanes derrotados, deslegitimar a la élite tradicional alemana,​ y permitir que los aliados se distanciasen del apaciguamiento.
 Jackson sostuvo que si bien Estados Unidos "no buscó condenar a todo el pueblo alemán por el crimen", tampoco el juicio "sirvió para absolver a todo el pueblo alemán excepto a 21 hombres en el banquillo".
 Sin embargo, los abogados defensores (aunque no la mayoría de los acusados) a menudo argumentaron que la fiscalía estaba tratando de promover la culpa colectiva alemana y contrarrestaron enérgicamente a este hombre de paja.
 Según Priemel, la acusación de conspiración "invitaba a interpretaciones apologéticas: narrativas de una dictadura absoluta y totalitaria, dirigida por los lunáticos marginales de la sociedad, de la cual los alemanes habían sido las primeras víctimas en lugar de agentes, colaboradores y compañeros de viaje".
 Por el contrario, las pruebas presentadas sobre el Holocausto convencieron a algunos observadores de que los alemanes debían haber sido conscientes de este crimen mientras se llevaba a cabo.

Fiscalías estadounidense y británica.

El 21 de noviembre, Jackson pronunció el discurso de apertura de la acusación. Él describió el hecho de que los nazis derrotados fueran juzgados como "uno de los homenajes más significativos que el Poder haya rendido jamás a la Razón".
Centrándose en la guerra de agresión, que describió como la raíz de los otros crímenes, Jackson promovió que el Estado nazi tenía una visión para llevar a cabo intencionalmente una conspiración criminal. El discurso fue recibido favorablemente por la fiscalía, el tribunal, el público, los historiadores e incluso los acusados.
Gran parte del caso estadounidense se centró en el desarrollo de la conspiración nazi antes del estallido de la guerra.La acusación estadounidense descarriló durante los intentos de proporcionar pruebas sobre el primer acto de agresión, la anexión alemana de Austria.
 El 29 de noviembre la fiscalía no estaba preparada para tratar el tema de la invasión de Checoslovaquia y, en su lugar, se enfocó en los campos de concentración y prisioneros de los nazis. La película, compilada a partir de imágenes de la liberación de los campos de concentración nazis, sorprendió tanto a los acusados como a los jueces, que decidieron aplazar el juicio.
 La selección indiscriminada y la presentación desorganizada de pruebas documentales sin vincularlas a acusados específicos obstaculizaron el trabajo de los fiscales estadounidenses sobre la conspiración para cometer crímenes contra la humanidad.
Los estadounidenses convocaron al comandante de los Einsatzgruppen Otto Ohlendorf, quien testificó sobre el asesinato de 80.000 personas por parte de aquellos bajo su mando, y el general de las SS Erich von dem Bach-Zelewski, quien admitió que la lucha de los alemanes contra los partisanos también era una tapadera para el asesinato en masa de judíos.
La fiscalía británica cubrió el cargo de crímenes contra la paz, que era en gran medida redundante con el caso de conspiración estadounidense. El 4 de diciembre, Shawcross pronunció el discurso de apertura, gran parte del cual había sido escrito por el profesor de Cambridge Hersch Lauterpacht. A diferencia de Jackson, Shawcross intentó minimizar la novedad de los cargos de agresión, mencionando como precursoras las convenciones de La Haya y Ginebra, el Pacto de la Sociedad de Naciones, los Tratados de Locarno y el Pacto Briand-Kellogg.
 Los británicos tardaron cuatro días en presentar su caso Maxwell Fyfe detalló los tratados rotos por Alemania. A mediados de diciembre, los estadounidenses pasaron a presentar el caso contra las organizaciones acusadas,​ mientras que en enero tanto los británicos como los estadounidenses presentaron pruebas contra los individuos acusados.
 Además de las organizaciones mencionadas en la acusación, los fiscales estadounidenses y británicos también mencionaron la complicidad del ministerio de Exteriores alemán, el ejército alemán y su marina.

Fiscalía francesa

Del 17 de enero al 7 de febrero de 1946, Francia presentó sus acusaciones y pruebas. A diferencia de los otros equipos de fiscales, la fiscalía francesa profundizó en el desarrollo de Alemania en el siglo XIX, argumentando que se había alejado de Occidente debido al pangermanismo y al imperialismo.
 Argumentaron que la ideología nazi, que se derivaba de estas ideas anteriores, era la mens rea (intención criminal) de los crímenes enjuiciados.

Los fiscales franceses, más que sus homólogos británicos o estadounidenses, destacaron la complicidad de muchos alemanes; apenas mencionaron la acusación de guerra de agresión y en cambio se centraron en el trabajo forzoso, el saqueo económico y las masacres. 
El fiscal Edgar Faure agrupó varias políticas alemanas, como la anexión alemana de Alsacia y Lorena bajo la etiqueta de "germanización", que, según él, era un crimen contra la humanidad.

A diferencia de las estrategias de procesamiento británica y estadounidense, que se centraron en utilizar documentos alemanes para presentar sus casos, los fiscales franceses adoptaron la perspectiva de las víctimas y presentaron informes policiales de posguerra. Se llamó a once testigos, incluidas víctimas de la persecución nazi; la luchadora de la resistencia y superviviente de Auschwitz Marie Claude Vaillant-Couturier testificó sobre los crímenes que había presenciado.
El tribunal aceptó los cargos franceses de crímenes de guerra, excepto la ejecución de rehenes.​ Debido a la estrecha definición de crímenes contra la humanidad en la carta, la única parte de los cargos de germanización aceptada por los jueces fue la deportación de judíos de Francia y otras partes de Europa Occidental.

Fiscalía soviética.

El 8 de febrero, la fiscalía soviética abrió su caso con un discurso de Rudenko que abarcó los cuatro cargos de la acusación y destacó una amplia variedad de crímenes cometidos por los ocupantes alemanes como parte de su invasión destructiva y no provocada.
Rudenko intentó enfatizar los puntos en común con los otros aliados y rechazó cualquier similitud entre el gobierno nazi y el soviético. La semana siguiente, la fiscalía soviética presentó a Friedrich Paulus (un Generalfeldmarschall capturado tras la Batalla de Stalingrado) como testigo y le preguntó sobre los preparativos de la invasión de la Unión Soviética. Paulus incriminó a sus antiguos socios, señalando a Keitel, Jodl y Göring como los principales responsables de la guerra.
Más que otras delegaciones, los fiscales soviéticos mostraron los espantosos detalles de las atrocidades alemanas, especialmente la muerte por inanición de 3 millones de prisioneros de guerra soviéticos y de varios cientos de miles de residentes de Leningrado.
Aunque los fiscales soviéticos se ocuparon más extensamente del asesinato sistemático de judíos en Europa del Este, en ocasiones confundieron el destino de los judíos con el de otras nacionalidades soviéticas.
 Aunque estos aspectos ya habían sido cubiertos por la acusación estadounidense, los fiscales soviéticos presentaron nuevas pruebas a través de informes de la Comisión Estatal Extraordinaria e interrogatorios de altos oficiales enemigos.Lev Smirnov presentó evidencias de la masacre de Lídice que tuvo lugar en Checoslovaquia, añadiendo que los invasores alemanes destruyeron miles de aldeas y asesinaron a sus habitantes a través de Europa del Este.
La fiscalía soviética destacó el aspecto racista de políticas como la deportación de millones de civiles a Alemania para realizar trabajos forzados, el asesinato de niños,el saqueo sistemático de los territorios ocupados y el robo o la destrucción del patrimonio cultural.
​ La fiscalía soviética también intentó fabricar una responsabilidad alemana por la Masacre de Katin, que en realidad había sido cometida por el NKVD. Aunque los fiscales occidentales nunca rechazaron públicamente el cargo de Katyn por temor a poner en duda todo el proceso, se mostraron escéptico  La defensa presentó pruebas de la responsabilidad soviética​ y la masacre de Katin no se mencionó en el veredicto.

Inspirándose en las películas proyectadas por la fiscalía estadounidense, la Unión Soviética encargó tres películas para el juicio: La destrucción fascista alemana de los tesoros culturales de los pueblos de la URSS, Atrocidades cometidas por los invasores fascistas alemanes en la URSS y La destrucción fascista alemana de las ciudades soviéticas, utilizando imágenes de cineastas soviéticos y tomas de noticieros alemanes
La segunda película incluía imágenes de la liberación del campo de concentración de Majdanek y de la liberación de Auschwitz y fue considerada incluso más inquietante que la película estadounidense sobre el campo de concentración.
Entre los testigos soviéticos se encontraban varios supervivientes de los crímenes alemanes, incluidos dos civiles que vivieron el asedio de Leningrado, un campesino cuya aldea fue destruida en la guerra contra los partisanos, un médico del Ejército Rojo que soportó varios campos de prisioneros de guerra y dos supervivientes del Holocausto—Samuel Rajzman, superviviente del campo de exterminio de Treblinka, y el poeta Abraham Sutzkever, quien describió el asesinato de decenas de miles de judíos de Vilna.
El caso de la fiscalía soviética fue en general bien recibido y se presentaron pruebas convincentes sobre el sufrimiento del pueblo soviético y las contribuciones soviéticas a la victoria.

Defensa de los acusados.

Abogados


De marzo a julio de 1946 la defensa presentó sus contraargumentaciones. Antes de que terminara la acusación, quedó claro que su caso general estaba probado, pero quedaba por determinar la culpabilidad individual de cada acusado.
 Ninguno de los acusados intentó afirmar que los crímenes de los nazis no hubieran ocurrido. Algunos acusados negaron su participación en ciertos crímenes o afirmaron de manera inverosímil ignorarlos, especialmente la Solución Final.
 Algunos abogados defensores invirtieron los argumentos de la fiscalía para afirmar que la mentalidad autoritaria y la obediencia al Estado de los alemanes los exoneraban de cualquier culpa personal. La mayoría rechazó que Alemania se hubiera desviado de la civilización occidental.

Los acusados intentaron culpar de sus crímenes a Hitler, quien fue mencionado 1200 veces durante el juicio, más que los cinco principales acusados juntos. Otros hombres ausentes y muertos, incluido Himmler, Reinhard Heydrich, Adolf Eichmann y Bormann también fueron culpados.
Para contrarrestar las afirmaciones de que los acusados conservadores habían permitido el ascenso al poder de los nazis, los abogados defensores culparon al Partido Socialdemócrata Alemán, a los sindicatos y a otros países que mantenían relaciones diplomáticas con Alemania.
 Por el contrario, la mayoría de los acusados evitaron incriminarse entre sí. La mayoría de los acusados argumentaron su propia insignificancia dentro del sistema nazi, pero Göring adoptó el enfoque opuesto, esperando ser ejecutado pero reivindicado ante los ojos del pueblo alemán.

La Carta de Londres no reconocía una defensa tu quoque, con la cual los nazis podían pedir la exoneración con el argumento de que los aliados habían cometido los mismos crímenes de los que se acusaba. Aunque los abogados defensores equipararon repetidamente las Leyes de Nuremberg con la legislación encontrada en otros países, los campos de concentración nazis con los centros de detención aliados y la deportación de judíos a la expulsión de alemanes, los jueces rechazaron sus argumentos.

Alfred Seidl intentó repetidamente revelar los protocolos secretos del pacto germano-soviético; aunque finalmente tuvo éxito, era legalmente irrelevante y los jueces rechazaron su intento de sacar a relucir el Tratado de Versalles.
​ Seis acusados afrontaron cargos por la invasión alemana de Noruega y sus abogados argumentaron que esta invasión se llevó a cabo para evitar una invasión británica del país; un encubrimiento impidió que la defensa capitalizara este argumento.
El almirante de flota Chester Nimitz testificó que la Marina de los Estados Unidos también había utilizado la guerra submarina sin restricciones contra Japón en el Pacífico; el abogado de Dönitz argumentó con éxito que esto significaba que no podía tratarse de un delito. Los jueces prohibieron que la mayoría de las pruebas sobre las fechorías aliadas fueran escuchadas en el tribunal.

Muchos abogados defensores se quejaron de diversos aspectos del procedimiento judicial e intentaron desacreditar todo el proceso.​ Para apaciguarlos, a los acusados se les dio libertad con sus testigos y se escuchó una gran cantidad de testimonios irrelevantes.
 Los testigos de los acusados a veces lograron exculparlos, pero otros testigos, incluido Rudolf Höss (el ex-comandante de Auschwitz) y Hans Bernd Gisevius (un miembro de la resistencia alemana al nazismo) reforzaron el caso de la fiscalía.
​ Durante el transcurso del juicio, los jueces occidentales permitieron a los acusados un margen adicional para denunciar a la Unión Soviética, a la que querían mostrar como una conspiradora en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el contexto de la Guerra Fría que se estaba gestando (por ejemplo, en 1947 Winston Churchill pronunció su discurso sobre el Telón de Acero​) el juicio se volvió un medio para condenar no sólo a Alemania sino también a la Unión Soviética.

Cierre

El 31 de agosto se presentaron los argumentos finales. En el transcurso del juicio, los crímenes contra la humanidad y especialmente contra los judíos (que fueron mencionados como víctimas de las atrocidades nazis mucho más que cualquier otro grupo) llegaron a eclipsar la acusación de guerra de agresión.
En contraste con las declaraciones iniciales de la acusación, las ocho declaraciones finales destacaron el Holocausto; y los fiscales franceses y británicos hicieron de este el cargo principal, en contraposición al de agresión. Todos los fiscales, excepto los estadounidenses, mencionaron el concepto de genocidio, que había sido inventado recientemente por el jurista judío polaco Raphael Lemkin.
 El fiscal británico Shawcross citó el testimonio de un testigo sobre una familia judía asesinada de Dubno, Ucrania. Durante las declaraciones finales, la mayoría de los acusados decepcionaron a los jueces con sus mentiras y negaciones. Speer logró dar la impresión de disculparse sin asumir una culpa personal ni nombrar a ninguna otra víctima que no fuera el pueblo alemán.
​ El 2 de septiembre, el tribunal hizo un receso; y los jueces se recluyeron para decidir el veredicto y las sentencias, que se estaban debatiendo desde junio. El veredicto fue redactado por el juez adjunto británico Norman Birkett. Los ocho jueces participaron en las deliberaciones, pero los diputados no pudieron emitir voto.

Veredicto.

El Tribunal Militar Internacional estuvo de acuerdo con la fiscalía en que la agresión era el cargo más grave contra el acusado, afirmando en su sentencia que debido a que "la guerra es esencialmente algo malo", "iniciar una guerra de agresión, por lo tanto, no es sólo un crimen internacional; es el crimen internacional supremo, que sólo se diferencia de otros crímenes de guerra en que contiene en sí mismo el mal acumulado del conjunto".
​El trabajo de los jueces se vio dificultado por la amplitud de los delitos enumerados en la Carta de Londres.
Los jueces no intentaron tipificar el crimen de agresión y no mencionaron la retroactividad de los cargos en el veredicto.

A pesar de las dudas persistentes de algunos de los jueces, la interpretación oficial del tribunal sostuvo que todos los cargos tenían una base sólida en el derecho internacional consuetudinario y que el juicio fue procesalmente justo.
Los jueces eran conscientes de que tanto los Aliados como el Eje habían planeado o cometido actos de agresión y redactaron el veredicto cuidadosamente para evitar desacreditar a los gobiernos aliados o al tribunal.

Los jueces dictaminaron que había habido una conspiración premeditada para cometer crímenes contra la paz, cuyos objetivos eran "la alteración del orden europeo" y "la creación de una Gran Alemania más allá de las fronteras de 1914".
 Contrariamente al argumento de Jackson de que la conspiración comenzó con la fundación del Partido Nazi en 1920, el veredicto fechó la planificación de la agresión en el Memorandum Hossbach de 1937.
El cargo de conspiración provocó un importante desacuerdo en el tribunal; Donnedieu de Vabres quiso desecharlo. Mediante un compromiso propuesto por los jueces británicos, el cargo de conspiración se redujo a conspiración para librar una guerra de agresión. Sólo ocho acusados fueron condenados por ese cargo; todos los cuales también fueron declarados culpables de crímenes contra la paz.
Los 22 acusados fueron acusados de crímenes contra la paz y 12 fueron condenados.​ Los cargos de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad fueron los que mejores resultados obtuvieron, y sólo dos acusados acusados por esos motivos fueron absueltos. Los jueces determinaron que los crímenes contra la humanidad cometidos contra judíos alemanes antes de 1939 no estaban bajo la jurisdicción del tribunal porque la fiscalía no había demostrado una conexión con una guerra de agresión.]

Cuatro organizaciones se establecieron como criminales: el Cuerpo de Dirección del Partido Nazi, las SS, la Gestapo y el SD, aunque se excluyeron algunos rangos y subgrupos inferiores.

 El veredicto sólo permitía la responsabilidad penal individual si se podía demostrar la participación voluntaria y el conocimiento del propósito criminal, lo que complicaba los esfuerzos de desnazificación.Las SA, el gabinete del III Reich y el Oberkommando der Wehrmacht no fueron clasificadas como criminales.
​ 
Sin embargo, el proceso dio lugar a la cobertura de su criminalidad sistemática en la prensa alemana.
Los jueces debatieron extensamente las sentencias. Doce de los acusados fueron condenados a muerte (Göring, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frank, Frick, Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Bormann).
​ El 15 de octubre Göring se suicidó. El 16 de octubre fueron ahorcados diez por parte en el gimnasio de la prisión de Núremberg.
Siete acusados (Hess, Funk, Raeder, Dönitz, Schirach, Speer y Neurath) fueron enviados a la prisión de Spandau para cumplir sus sentencias. Los tres absueltos (Papen, Schacht, y Fritzsche) se beneficiaron de un punto muerto entre los jueces; estas absoluciones sorprendieron a los observadores. 
A pesar de ser acusado de los mismos delitos, Sauckel fue condenado a muerte, mientras que Speer fue condenado a prisión porque los jueces consideraron que podía reformarse.
 Nikichenko emitió un disenso aprobado por Moscú que rechazó todas las absoluciones, pidió la pena de muerte para Hess y condenó a todas las organizaciones.



                          Nota de prensa sobre el Juicio.



El escritor Uwe Neumahr recoge los aspectos más íntimos de los periodistas que cubrieron el famoso juicio en el libro 'El castillo de los escritores'. Este es un extracto

Por Uwe Neumahr
28/03/2024

"El fascismo es una huida descerebrada de la necesidad del pensamiento político en dirección a la fantasía". 

Rebecca West Cuando se hizo evidente que el juicio iba a durar hasta entrado el verano de 1946, empezó a reinar en el juzgado una sensación generalizada de frustración y aburrimiento. Pasada la emoción que había provocado el interrogatorio de Göring, las largas tandas de preguntas a los demás acusados y a sus testigos resultaban tediosas.
 El corresponsal judío Levi Shalitan habló de un juicio de chicle, no solo porque los acusados y el personal de seguridad mascaban chicle habitualmente, sino también porque "es el chicle mismo lo que mejor caracteriza el juicio: el gusto de amargura dulce del mentol se diluyó hace tiempo y todo lo que queda en la boca es un tedioso estirar y chupar"
El 23 de mayo de 1946, el juez suplente británico Norman Birkett, convencido de la absoluta inutilidad de esas montañas de papel y esos miles de palabras, escribió en su cuaderno de apuntes que su vida amenazaba con esfumarse. Por poco no cayó en la desesperación a causa de la desconcertante pérdida de tiempo. 
En otras ciudades alemanas, los responsables del régimen nacionalsocialista habían sido condenados en juicios más pequeños que se habían resuelto al cabo de pocas semanas. En Núremberg, las cosas sucedieron de otro modo. La minuciosidad judicial, sufrida muy especialmente por los juristas, era exasperante. Tenían que ocuparse sin cesar de detalles monótonos. A ello se sumaba la desconfianza mutua entre los representantes legales aliados.

 Los jueces angloamericanos consideraban a los testigos soviéticos poco fiables y pensaban que el modo de proceder de los fiscales soviéticos era inadecuado. Norman Birkett calificó su estrategia de acusación como "manifiestamente primitiva". Se sentía frustrado en grado sumo y buscaba maneras de distraerse, sobre todo porque no podía hacer nada por cambiar las circunstancias.
 Aficionado a la literatura, acabó por hallar un refugio en el intercambio furtivo de poemas ocasionales. Birkett tenía amistad con algunos colegas jueces. Por las noches, jugaban al póquer, compartían cenas y fiestas, y eran también estos preciados momentos de relajación del día los que añoraba cuando hacía anotaciones en su cuaderno.
 Así le escribió al estadounidense Francis Biddle durante una de las sesiones:

"Birkett to Biddle after one long dreary afternoon 
At half-past four my spirits sink 
My mind a perfect trance is: 
But oh! 
The joy it is to think 
Of half-past seven with Francis"
El castillo de los escritores, de Uwe Neumahr.

Francis Biddle (1886-1968), el portador de la esperanza de diversión nocturna al que alude, era el juez principal estadounidense. Antes del juicio, a sus sesenta años, había aspirado a la presidencia del tribunal, pero por razones diplomáticas tuvo que dejar el puesto al británico sir Geoffrey Lawrence. 
Tras la elección, anotó en su diario, con intacta confianza en sí mismo, que había de "dirigir el espectáculo de todos modos", puesto que, a su parecer, el inexperto Lawrence dependía totalmente de él. Los celos y los juegos de poder también marcaron la relación de Biddle con su compatriota Robert H. Jackson. Durante años, este había estado un peldaño por delante de él en la carrera profesional: cuando Jackson, más joven que Biddle, fue nombrado en 1940 ministro de Justicia de Estados Unidos, Biddle apenas había llegado a ser fiscal general. Sin embargo, ahora se habían intercambiado los papeles: Jackson tenía que persuadir con sus argumentaciones; pero era Biddle quien decidía. 
En el círculo de los colaboradores de Jackson en Núremberg, Biddle era realmente odiado. Thomas J. Dodd, que formaba parte del personal de Jackson y que se convirtió en fiscal general tras el regreso de este último a Estados Unidos, se manifestó de manera extremadamente negativa respecto a Biddle y sus capacidades jurídicas en cartas privadas:
 "Biddle es tan desagradable como se puede llegar a ser. Pero aquí todo el mundo sabe que es un impostor y, lo que es peor, un hombre sin carácter", le escribió a su mujer.
"Hará una farsa, otra vez, de este juicio". "¡En qué manos se ha puesto tanta responsabilidad!"; así terminaba Dodd una carta llena de desesperación. 

Por su parte, la reacción de Biddle ante el interrogatorio que le hizo Jackson a Göring fue de regodeo. Le informó con aire triunfal a su esposa de cómo su compatriota, tras el duelo retórico, quedó sentado en la sala de audiencias "infeliz y derrotado, con plena conciencia de su fracaso". 

Biddle era vástago de una antigua y distinguida familia de Filadelfia. A los ojos de sus colegas juristas era un señor refinado que a veces podía mostrar aires desdeñosos y que hacía resaltar su ego a costa de los demás.
 Con el británico Norman Birkett tenía en común que su puesto en el juzgado no dejaba satisfecho a nadie: Biddle no era magistrado presidente y Birkett, que en principio debía haber presidido el tribunal, no era miembro del cuerpo con derecho a voto. Biddle se encargó de que su entorno estuviera al tanto de esto.
Para Telford Taylor, que formaba parte de la fiscalía de Estados Unidos, solo esto demostraba que Biddle era inapropiado para la presidencia del tribunal. Él "jamás habría podido transmitir un aura de imparcialidad como Lawrence". Una imagen totalmente distinta de Biddle tenía Rebecca West (1892-1983), la grand old lady del periodismo británico. 
Su llegada causó revuelo en Núremberg. Viajó a la ciudad francona a finales de julio de 1946, desde donde informó, sustituyendo a Janet Flanner, para el New Yorker y más tarde para el Daily Telegraph. Nacida Cicilyn Fairfield, había tomado prestado su nombre artístico "Rebecca West" de un personaje femenino del drama de Henrik Ibsen La casa de Rosmer. "Debes vivir, trabajar, actuar. No quedarte sentado aquí reflexionando", sostiene la heroína de Ibsen, un lema que Cicily Fairfield asumió para sí misma. 
En Londres, primero recibió clases de actuación y participó en el women’s suffrage movement, pero poco después se apartó de los escenarios. Empezó a escribir como Rebecca West, se convirtió en feminista militante y crítica literaria. Con veinte años, Rebecca West ya era famosa por sus artículos ingeniosos y mordaces. 
Quedó embarazada de H. G. Wells. Sin embargo, el escritor, que tenía un matrimonio abierto, no cambió su estilo de vida.
 Después de que la curiosidad se convirtiera en una amistad literaria y finalmente en un vínculo íntimo, quedó embarazada de H. G. Wells, uno de los autores a los que más había criticado. Sin embargo, el escritor, que tenía un matrimonio abierto y para quien West no era más que uno de sus numerosos romances, no cambió su estilo de vida. Su paternidad se mantuvo en secreto, con el consentimiento de West. En público, ella hacía pasar por sobrino suyo a su hijo, con el que mantuvo una relación difícil a lo largo de toda su vida. Este se vengó más tarde dando a conocer quiénes eran sus dos progenitores en un libro escandaloso.
 En 1928 West conoció a su futuro esposo, el banquero Henry Maxwell Andrews. El matrimonio, contraído en 1930, le brindó estabilidad. West hizo carrera como periodista y autora de libros. Segura de sí misma y poco convencional, se perfiló como escritora de novelas de crítica social. El bienestar material que logró, sin embargo, era contrarrestado por un deterioro emocional. Tras siete años de matrimonio, Andrews se separó de ella. 
Ambos tenían affaires, pero a West, al menos, no la satisfacían a largo plazo. Así pues, su viaje a Núremberg en el verano de 1946 fue para ella un cambio bienvenido. 
La "mejor reportera del mundo", como la llamaría más tarde el presidente Truman, iba en busca de aventura. Sin embargo, lo que se encontró en Núremberg no fue emocionante para nada. West topó precisamente con lo mismo que desmoralizaba a Birkett y a Biddle. 
"El símbolo de Núremberg era un bostezo", comentó.
 El aislamiento en un espacio tan reducido contrariaba a los participantes del juicio.
"Vivir en Núremberg ya implicaba en sí mismo una prisión física incluso para los vencedores".
 También West advirtió pronto que el único entretenimiento eran las reuniones nocturnas. Quedó encantada cuando se encontró con Francis Biddle en una cena, pocos días después de su llegada a Núremberg. Ya se habían visto en dos ocasiones en Estados Unidos, la última de ellas en 1935, cuando West informaba acerca de una serie de reformas económicas y sociales que se habían impulsado como consecuencia de la Gran Depresión. Ya entonces se habían llevado bien y habían sentido una atracción erótica subliminal.
Cuando ahora le contó que estaba informando desde Núremberg para el New Yorker, Biddle le dijo que la revista era una de las pocas cosas en la ciudad alemana que le permitían mantenerse en pie. Había seguido la vida de ella desde la distancia, a través de sus libros; le interesaba la literatura y él mismo había publicado en 1927 una novela. La conversación fue finalmente a parar al tema del juicio. 
Cuando West manifestó su inquietud por no saber aún lo suficiente sobre el trasfondo del asunto, Biddle la invitó a su villa para contarle más. Conversaron, fueron ganando confianza, repitieron su encuentro y pasaron el fin de semana recorriendo bosques y pueblos cercanos. West estaba fascinada por el carisma de Biddle. 
¿No es interesante que el único aristócrata del estrado sea un estadounidense?", le preguntó a uno de sus colegas.
 Rebecca West y Francis Biddle iniciaron un vínculo amoroso. A pesar de todos los intentos por mantener la relación en secreto, pronto se extendieron los rumores sobre ellos por todo el entorno del juicio; West, por cierto, alternaba entre el press camp y la villa de Biddle. 
Según comentó la británica, encima de la cama del dormitorio de él colgaba, consecuentemente, un cuadro "highly erotic" de Venus con Cupido. Seguramente fue también la "atmósfera de lascivia ociosa" de Núremberg (en palabras de Philipp Fehl) lo que facilitó que ella y Biddle pudieran dejar de lado todo tipo de inhibición.
 "Apenas si había un hombre en la ciudad", escribió West más tarde, "al que no lo esperara una mujer en Estados Unidos [...]". Pero "al deseo de abrazos se añadía el deseo de ser consolado y de consolar".
Se buscaba calor emocional, se cedía de buena gana ante el deseo y se formaban parejas, aunque con frecuencia solo por un breve periodo de tiempo.

 "Estos amores pasajeros a menudo eran nobles, si bien había algunas personas que no querían permitir que lo fueran". Entre estos últimos estaba el colega de West, Gregor von Rezzori, que veía con ojos menos idealizadores su promiscuidad durante el juicio.
"Era una época salvaje y yo me comporté en consecuencia", confesó más tarde el bon vivant en su autobiografía.
"Cuando nació [en 1946] nuestro tercer hijo, el menor, en la misma clínica de Hamburgo llegó al mundo unos días después una niña. Ambas madres, en su duermevela, dijeron que el padre de su bebé recién nacido era yo". West, como Biddle, estaba frustrada sexualmente.
 En su fuero interno, ya había terminado con el amor físico. A sus cincuenta y tres, después de años sin tener sexo con su marido, escribió que Biddle le había contado que su esposa Katherine le negaba el sexo desde hacía dieciocho meses como castigo por los dolores que había atravesado durante el parto de su segundo hijo. West y Biddle se hacían mutuamente sentir que, a pesar de su edad (él tenía sesenta), seguían siendo deseables.
 La pareja obtuvo en Núremberg lo que en su hogar se les negaba. Su convivencia se interrumpió por un breve tiempo cuando West regresó a Inglaterra por unas semanas el 6 de agosto. 
De esta época se conservaron cartas llenas de gestos de ternura y alusiones eróticas. West enviaba algunos de sus reportajes para el New Yorker a Biddle para que los corrigiera, y este se los comentaba. En un pasaje, al hablar del Palacio de Justicia de Núremberg, hizo alusión a una representación alegórica de Eros en el pasillo. Se trataba de un perro de mármol que, según West, describía simbólicamente la soledad y la situación emocional de Núremberg. El perro "está esperando a su amo". Biddle la instó a que regresara. No podía esperar más para volvera oír su británico "lovely, Francis, lovely".

La relación física que la pareja retomó tras la vuelta de West el 26 de septiembre también apareció reflejada en la obra de la autora. Como escribe, con razón, la historiadora Anneke de Rudder, West se dedicó en sus ensayos a hacer "una sexualización consecuente del juicio de Núremberg". Ya fuera porque quería provocar con sus artículos, o simplemente porque quería dedicar una mirada poco corriente sobre los acusados, el hecho es que ninguno de sus colegas tematizó el atractivo sexual de Göring como lo hizo ella.
 Hans Habe, por ejemplo, comparó al antiguo mariscal del Reich con un "chófer desempleado"; William Shirer, con un "radiotelegrafista de barco"; Philipp Fehl, con un condottiere renacentista a la manera de un Cesare Borgia. Rebecca West, en cambio, escribió en el New Yorker:
 "El aspecto de Göring sugería una sexualidad fuerte, aunque difícil de definir. [...] A veces, en particular cuando estaba de buen humor, recordaba a una madama como las que se pueden ver a última hora de la mañana en las puertas de las casas a lo largo de las empinadas calles de Marsella".
 En su artículo del 7 de septiembre para el New Yorker, West llegó a comparar el juicio con un peep show histórico en el que los acusados se bajaban los pantalones. Baldur von Schirach le generó la impresión "de una mujer", diciendo lo cual estaba feminizando a conciencia al antiguo líder de las Juventudes del Reich.
La falta de masculinidad, la homosexualidad, la impotencia y el comportamiento "femenino" habían sido insultos populares en la propaganda de guerra, usados para restarle valor al enemigo.
Por ejemplo, en una famosa canción de soldados inglesa se decía, siguiendo la melodía de la marcha del coronel Bogey:
 "Hitler has only got one ball; Goebbels’s got two, but very small; those of Goering are very boring, and poor old Himmler has no balls at all".
 Rebecca West, la feminista militante, cultivaba estos lugares comunes machistas-sexistas en sus reportes. Para ella, la guerra de las palabras todavía no había terminado. La seguía librando, mientras que su amante tenía que juzgar en la disputa legal entre la acusación y la defensa.

Invernadero con ciclámenes.

Con frecuencia West encontraba inspiración para sus artículos en la esfera privada. Como un sismógrafo, reaccionaba a estímulos exteriores que ponían en marcha cadenas de asociaciones. 
Durante su relación con Biddle, alternaba entre el hogar de él en Núremberg, la Villa Conradi, y el press camp. Un día, el invernadero del parque del castillo despertó su interés y acabó dando título a su ensayo Invernadero con ciclámenes. West narra cómo, en un dorado atardecer otoñal, durante un paseo por el parque, encontró abierta la puerta del invernadero, que hasta entonces había pasado por alto sin prestar atención.
 Entró y se quedó realmente asombrada. Dentro había una flor tras otra, alineadas en un orden inmaculado: lirios de lino, prímulas obcónicas y, sobre todo, ciclámenes. West estaba desconcertada y lo que veía le parecía totalmente absurdo. 
En la Alemania destruida, el comercio estaba estancado; en Núremberg, no se podían comprar siquiera objetos de primera necesidad como zapatos, hervidores o mantas. Y en el parque del campamento de prensa, sin embargo, un negocio florecía. El jardinero de una sola pierna, un veterano del Frente Oriental, se dedicaba a su trabajo con el consentimiento de la familia condal y tenía mucho éxito vendiendo flores a una clientela aliada. Cuando West entabló conversación con el hacendoso florista, la pregunta más urgente de este fue si al juicio —cuyo veredicto estaba por pronunciarse— habían de seguirlo otros. Pues solo así podría sacar rédito de la importante temporada de ventas de Navidad.

West aprovechó esta conversación en el parque del castillo como una oportunidad para tratar el tema del carácter y la mentalidad de los alemanes. El jardinero se convirtió para ella en un prototipo.
 "Había algo auténticamente alemán [... ] en su entrega".
 A diferencia de un trabajador inglés o francés, para quienes el trabajo era, según ella, un deber necesario para la vida pero indeseable, el jardinero alemán vivía su trabajo como un refugio que lo transportaba a "otra dimensión". 
La consecuencia positiva de esta mentalidad sería el trabajo de alta calidad que se produciría. 
Pero esto "no prueba necesariamente que el jardinero tuviera un carácter agradable. En realidad, se le podría reprochar que solamente buscaba refugio en su trabajo porque él y sus semejantes habían demostrado ser extraordinariamente incapaces de hacer del resto de la vida algo soportable".
West le adjudicaba al jardinero, como consecuencia de su inclinación a ser un lobo solitario, una falta de responsabilidad y un déficit en cuanto a conciencia social y moral. Pocos meses antes, Thomas Mann había llegado a una conclusión similar. El 29 de mayo de 1945 había dado una conferencia en Washington en la que había intentado explicar cómo se había podido llegar a la catástrofe que habían causado en los años anteriores Alemania y los alemanes.

Su tesis central afirmaba que existía una "conexión secreta del ánimo alemán con lo demoniaco", una convivencia y oposición de fuerzas destructivas y fuerzas creativas. Un punto clave de la reflexión de Thomas Mann era la música, la expresión más elevada del alma alemana. Esto podría darle al arte musical una profundidad insospechada, pero se pagaba caro "en la esfera de la convivencia humana". 
El cultivo de la interioridad produce en los alemanes con mucha frecuencia un carácter provinciano y un recelo ante el mundo. La facilidad con la que puede ser seducido su carácter conduce a su tendencia a la sumisión. No hay Fausto sin Mefisto. El vínculo de los alemanes con el mundo es "abstracto y místico" y no de unión social, como sí lo es el de otros pueblos.
 Afirmaba que existía una "conexión secreta del ánimo alemán con lo demoniaco", una convivencia y oposición de fuerzas destructivas y creativas 

Lo que Thomas Mann describía como "místico", según West, tenía su origen en el amor de los alemanes por los cuentos de hadas. El castillo Faber, precisamente, no era para ella sino una "estructura arquitectónica de ensueño" y un cuento de hadas hecho piedra, y, de este modo, una figura simbólica de la mentalidad alemana. Cuando en su ensayo aborda el tema de las edificaciones representativas del nacionalsocialismo comenta: 
"Eran los extraños resultados de una dedicación excesiva a los cuentos de hadas; porque ese era el sueño que había detrás de toda esta construcción de mansiones, el cual se advertía claramente en este castillo [Faber- Castell]. Las ventanas de su torre eran bastante inútiles, a no ser que Rapunzel tuviera planeado dejar caer su cabello desde ellas; las excéntricas habitaciones superiores [...] en realidad solo podían ser habitadas por una abuela de cuento de hadas con una rueca; la escalera estaba diseñada para la aparición de un príncipe con su princesa, quienes, si no han muerto, deberán estar vivos aún hoy".

Clichés

West era claramente una gran conocedora de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. De arquitectura y estilo decorativo, sin embargo, parecía entender menos: el castillo nuevo con su torre, una ampliación construida entre 1903 y 1906, era cualquier cosa menos una segunda versión del castillo de cuento de hadas de Neuschwanstein. Es cierto que tiene una apariencia medieval; el arquitecto Theodor von Kramer señala en sus memorias: 
"Todo el conjunto de edificios, en consonancia con los deseos específicos del cliente, tiene carácter de castillo". 
Sin embargo, no fueron tanto los cuentos de hadas los que inspiraron para ello al propietario, el conde Alexander de Faber-Castell, sino más bien las evocaciones de su propio origen histórico, que se remontaba al siglo XI. 
Y el castillo Faber-Castell no era para nada tan germano originario y romántico como West informaba a sus lectores, en particular la decoración de sus interiores. Esta tenía un carácter individual que acusaba una amplitud de miras en lo artístico y aspiraciones cosmopolitas. La tribuna para los músicos del salón de baile, por ejemplo, se inspira en elementos ornamentales del Renacimiento italiano. Una habitación de estilo Luis XVI, la llamada habitación de los Limones de la Condesa, una estancia Javanesa y una sala de los Tapices dan muestras de la variedad en cuanto a la historia del estilo. 

El grupo de artistas que había contribuido a la realización del castillo nuevo era, de hecho, internacional. West, sin embargo, delineó para sus lectores de habla inglesa el cliché de un típico castillo alemán. Lo cual no se correspondía con la realidad. Su imagen de los alemanes no solo era un cliché; también estaba marcada, como ocurría con la mayoría de los corresponsales que había en el press camp, por sus sentimientos de aversión. 
La postura de West iba mucho más allá de la prohibición tácita de sentir compasión que mantenía a los vencidos separados de los vencedores. Con ello, sirvió al discurso dominante en los medios de comunicación angloamericanos, que se basaba en el temor a que los alemanes volvieran a tomar las armas.

En marzo de 1946, un artículo del Reader’s Digest decía que un exceso de compasión solo llevaría a que una "Alemania derrotada, humillada y con deseos de venganza resurgiera de sus cenizas y emprendiera un tercer intento de dominar el mundo"
Mientras que en sus escritos destinados al público West seguía expresándose con relativa moderación respecto a los alemanes, en sus observaciones privadas daba rienda suelta a su resentimiento. Ya había hecho lo mismo antes de que los nacionalsocialistas cometieran sus peores crímenes.
Durante su visita a Alemania en los años treinta le había preguntado a su hermana en una carta por qué los británicos no habían pasado a cuchillo a todos los hombres, mujeres y niños de aquella "nación abominable" después de la Primera Guerra Mundial:
 "La misericordia y la caridad demenciales del Tratado de Versalles me hacen rechinar los dientes".
 West: "La misericordia y la caridad demenciales del Tratado de Versalles me hacen rechinar los dientes" 
Se podrían consentir diatribas semejantes tratándose de las atrocidades alemanas, pero sus declaraciones sobre otros asuntos proyectan una sombra de duda sobre West. 
Entre 1936 y 1938 había pasado un tiempo en los Balcanes, donde se volvió una ferviente defensora del nacionalismo serbio. Fomentaba la "pureza eslava" y tildaba a los croatas de traidores, puesto que estaban infectados "por el influjo austriaco como por una enfermedad". 
Estas afirmaciones se encuentran en el libro de West Schwarzes Lamm und grauer Falke [Cordero negro, halcón gris], aparecido en 1941, un híbrido literario de diario de viajes y epopeya. No por casualidad a West se la califica en publicaciones académicas de "racista, incluso a la manera nazi en la crudeza de sus estereotipos raciales y su aceptación de la violencia".
También corresponde a esta faceta su observación sobre Albert Speer en Núremberg, a quien describió, cuando lo vio en el banquillo de los acusados, como "negro como un mono". 
En cualquier caso, a West los alemanes le parecían "un pueblo atontado", y pensaba que en particular las mujeres alemanas carecían de aptitudes tanto intelectuales como domésticas. Como otras de sus colegas, advirtió que el juicio contra los criminales de guerra era un asunto puramente varonil. Sin embargo, el número de reporteras estaba en marcado contraste con la mayoría masculina en el juzgado. Mujeres como West no solo opinaban, sino que eran responsables en buena medida de la imagen periodística del juicio. West, una vez más, no pudo reprimir una indirecta contra los propietarios del castillo:
 "Nada podría haber insultado más el espíritu del castillo que estas corresponsales. Sus salones estaban concebidos para mujeres que vivían en sus corsés como en torres de prisión, [...] cuyos pies se veían atrapados en zapatos que les imposibilitaban un andar ligero y que anunciaban el eterno ocio del que gozaban sus portadoras". 
Entre las mujeres que estaban presentes entonces en el castillo no había lugar para el ocio. Tenían que entregar sus artículos a un ritmo acelerado. Por eso, para West, sus laboriosas colegas eran también trabajadoras de la educación para lograr la emancipación y la re-education. Había una en particular, la judía francesa Madeleine Jacob, que sobresalía en este aspecto. 
Madeleine Jacob dejaba tras de sí quemaduras en el aire de lo rápido que corría por los pasillos [del castillo]. [...] 
Su maravilloso rostro judío se veía a la vez acongojado y resplandeciente por su alegría intelectual contestataria. A los propietarios del castillo les habría resultado muy difícil de comprender la situación; entender que estas gitanas manchadas de tinta se habían ganado el derecho de acampar en su ciudadela.

Sin duda, West podía llevar una vida más independiente que las desvaídas condesas del castillo Faber-Castell, que para ella eran prisioneras. Sin embargo, pronto había de experimentar en su relación amorosa con Francis Biddle que la imagen acerca de la mujer que tenían los hombres dominantes no había cambiado demasiado. Biddle no pensaba darle a West más que el rango de una amante. No se podía sacudir, al menos no en Estados Unidos, la imagen exterior de un matrimonio intacto, monógamo. Biddle se puso nervioso cuando su mujer anunció que iba de visita a Núremberg.
Katherine Garrison Chapin era una reconocida poeta lírica, algunos de cuyos poemas fueron musicalizados e interpretados por renombradas orquestas como la New York Philharmonic Orchestra. Ambos eran personalidades respetadas en el ámbito público y Biddle quería continuar su carrera, después del juicio de Núremberg, en Estados Unidos. No podía hacer que mermasen los méritos que se había granjeado en Franconia a causa de un divorcio, y menos aún poner en peligro su brillante trayectoria jurídica por algo que pudiera dar una mala imagen de él. 

Al fin y al cabo, se había hecho retratar por su hermano, el pintor George Biddle, como un padre de familia moralmente intachable en el fresco mural Life of the Law en el Departamento de Justicia estadounidense. Le había contado a su esposa que estaba en contacto con la famosa escritora Rebecca West en Núremberg. En apariencia afectuoso, le hizo creer que solo se relacionaba con la autora inglesa porque ella podía reemplazar el mundo literario de Katherine en la ciudad francona.
 Cuando esta canceló su visita debido a las dificultades del viaje, Biddle sintió un gran alivio. West, entretanto, había estado en Berlín, desde donde informaba para el New Yorker. Biddle, desbordado de trabajo y consciente de sus responsabilidades, había pasado los días laborables en los paneles de jueces donde, tras una maratón de 218 días de proceso, colaboró con la preparación del veredicto para los criminales de guerra. 
Fue gracias a su cambio de opinión en estos días que Albert Speer se salvó. Al principio Biddle había exigido, junto con el juez soviético, la pena de muerte para el antiguo ministro de Armamento del Reich. Sin embargo, en el empate que se había producido —el juez francés y el inglés votaban a favor de una pena de prisión— cambió de opinión y se pronunció finalmente a favor de una pena de veinte años de cárcel. En su justificación del veredicto, escribió: 
"Como circunstancia atenuante, debe reconocerse que [...] en el estadio final de la guerra fue uno de los pocos hombres que tuvieron el coraje de decirle a Hitler que la guerra se había perdido y de adoptar medidas para evitar, tanto en los territorios ocupados como en Alemania, la destrucción inútil de centros de producción". 
Cuando West regresó a Núremberg desde Berlín, se dirigió enseguida a la villa de Biddle. Él la encontró sorprendentemente tímida y reservada, algo por completo diferente de sus cartas apasionadas. West se disculpaba alegando cansancio, pero al final ya intuía que la relación estaba llegando a su fin. A su amiga Emanie Arling le había escrito en agosto que probablemente no habría tenido ninguna posibilidad con Biddle si su mujer hubiera estado con él. Ahora además ambos estaban tensos, habida cuenta de la proximidad del veredicto. Su mundo sentimental no podía cumplir ninguna función en ese momento. 
Se trataba de un acontecimiento histórico que el mundo entero anhelaba y había de observar. Biddle tenía que tomar la responsabilidad, literalmente, de todo ello; West, por su parte, debía encontrar palabras que estuviesen a la altura. Durante el discurso del veredicto, el 1 de octubre, West estuvo presente en el juzgado y dio fe de la compostura de los condenados a muerte al escuchar su sentencia. Después del veredicto escribió:
 "Habíamos averiguado lo que habían hecho, más allá de toda duda, y ese es el gran mérito del juicio de Núremberg. Ninguna persona que sepa leer y escribir puede afirmar ahora que estos hombres han sido algo más que excrecencias de la bestialidad". 

Estuvo en desacuerdo con una única sentencia: el hecho de que Hans Fritzsche, el jefe de radio del Ministerio de Propaganda de Goebbels, fuera absuelto, lo vivió como "algo lamentable".

Tras el pronunciamiento del veredicto, Biddle y West viajaron a Praga, la ciudad más hermosa que ella había visto en su vida. El tiempo que pasaron allí juntos estuvo marcado por la melancolía y los indicios de la despedida que se acercaba. Vieron una película en el cine que parecía un presagio: el melodrama de David Lean Breve encuentro trata de un gran amor sin futuro. Una mujer casada y un hombre casado se enamoran, pero saben de la imposibilidad de su relación. La ficción de la película se acercaba demasiado a la realidad de ambos espectadores.

 Antes de regresar definitivamente a Estados Unidos, Biddle acompañó a West a su patria inglesa. La despedida tuvo lugar en Ibstone. A West la separación parecía afectarla mucho más. El matrimonio con su marido, en cualquier caso, solo seguía existiendo en los papeles. Después de que en agosto hubiese muerto H. G. Wells, con quien siempre había mantenido un vínculo estrecho, ahora Biddle también se alejaba de ella para siempre. "Katherine has got him", confió resignada a su diario.
 Había ganado, en todo esto, una mujer a la que West consideraba una manipuladora e "igual a un cocodrilo". Tras su pérdida enfermó. Ya en 1941 había escrito, durante una indisposición, que su cuerpo que pedía ayuda "está haciendo el llamamiento lo más fuerte posible". Durante su relación con H. G. Wells había reaccionado a las crisis emocionales con peligrosas enfermedades que se correspondían con las de aquel; durante un mes había estado totalmente sorda. En esta ocasión, enfermó con síntomas que describió en su diario como una infección de la encía, una inflamación de los nervios en el brazo izquierdo y el hombro y mucha fiebre. 

Cuando West empezó a escribir, poco después, su ensayo Invernadero con ciclámenes, observó que los muchos amantes que había en Núremberg tenían la misma esperanza que los acusados: que el juicio no terminara nunca. Con tristeza, tenían que reconocerse a sí mismos que, con el veredicto, también sus relaciones estaban destinadas a morir. Pero West no dejó que Biddle se saliera con la suya en cuanto a esta sincronización de los acontecimientos. Estaba furiosa por haber sido para él apenas una pareja en las horas de ocio, una fuente de consuelo y una compañera de cama; y en consecuencia, como muchas otras mujeres en Núremberg, nada más que un pasatiempo y un objeto de placer. A su amiga Dorothy Thompson le había escrito en agosto que soñaba con separarse de su marido y mudarse a Estados Unidos. Pero Biddle le había asignado un papel clásico: el del affaire extramatrimonial. 
Los sentimientos, incluso el amor, no tenían ninguna importancia para él. De modo que era mejor para West no conocer los verdaderos pensamientos de él. Con fecha de 21 de julio de 1946, Biddle había anotado en su diario de manera fría y despectiva:
"Cena mañana, veré a Rebecca West y dormiré con la inglesa si no ha engordado demasiado". 
En su ensayo, West hace que uno de los amantes anónimos le diga a su querida, al cortar la relación en Núremberg:
 "Eres una buena chica, pero es a mi mujer a quien realmente quiero". 
Todo parece indicar que estas fueron las palabras de Biddle. Ella, de todos modos, ya no le otorgó en sus escritos más que esta velada acusación.

El castillo Faber-Castell, “hotel” de los corresponsales en los juicios de Núremberg.

El castillo Faber-Castell, punto de reunión de los corresponsales en Núremberg.

Entre libros

Uwe Neumahr explica en 'El castillo de los escritores' cómo informaron sobre los crímenes del Tercer Reich los corresponsales que siguieron los juicios a los líderes nazis.

Carlos Joric
10/05/2024 

“El símbolo de Núremberg era un bostezo”, escribió Rebecca West. La novelista británica había viajado como corresponsal a los juicios de Núremberg en busca de grandes noticias y aventuras, pero la única aventura que encontró fue amorosa, con uno de los jueces. El resto fue incomodidad y aburrimiento. 

Es algo en lo que coinciden todos los escritores que acudieron como corresponsales a Núremberg en 1946: el juicio no fue como una película de Hollywood, como Vencedores o vencidos (1961), sino un proceso largo y extremadamente tedioso. Casi un año de interminables sesiones llenas de tecnicismos y de largas tandas de preguntas, muchas veces incomprensibles a causa de los problemas de la novedosa tecnología de la traducción simultánea.

Como narra Uwe Neumahr en su interesantísimo El castillo de los escritores, solo hubo dos momentos –aparte del anuncio de los veredictos– que agitaron el ánimo de los asistentes y alimentaron las crónicas de los corresponsales: el interrogatorio a Hermann Göring, un combate dialéctico en el que el líder nazi, gracias a su “habilidad diabólica” –en palabras de la periodista Janet Flanner–, acorraló por momentos a su desconcertado oponente, el fiscal estadounidense Robert Jackson; y el día en que se proyectaron las grabaciones tomadas en los campos de exterminio liberados por los aliados, unas imágenes verdaderamente perturbadoras que pusieron cara al horror y provocaron una enorme conmoción entre los asistentes.

Lo inenarrable

Tras levantarse la sesión, los corresponsales se trasladaban al “castillo” que da título al libro. En realidad, era una gran mansión de estilo historicista confiscada a la familia Faber-Castell, dueña de la famosa fábrica de lápices. En su interior se había habilitado el campamento de prensa. Por sus estancias frías y desangeladas (habían tenido un uso militar), más cuartel que hotel, pasaron escritores célebres como John Dos Passos, Erika Mann, Alfred Döblin, Martha Gellhorn, William Shirer...
Neumahr dedica un capítulo a cada uno de ellos. Combina, de forma muy armoniosa, biografía, historia judicial y crónica social. Describe la trastienda periodística del célebre proceso a los líderes nazis y reflexiona acerca de las dificultades para enfrentarse desde la escritura a un horror tan inconmensurable como los crímenes del nazismo, narrar lo inenarrable, y sobre cómo transmitir la relevancia histórica de lo que allí se estaba juzgando.




Baron Trevethin and Oaksey



Francis Beverley Biddle.

ana karina gonzalez huenchuñir

(París, 19 de mayo de 1886-Wellfleet, Massachusetts, 4 de octubre de 1968) fue un juez estadounidense, fiscal general del país durante la Segunda Guerra Mundial. Ejerció de principal representante de los Estados Unidos durante los juicios de Núremberg, celebrados en la posguerra para juzgar los crímenes nazis.
Nació en París durante una estancia de su familia en el extranjero. Su madre era Frances Brown y su padre, Algernon Sydney Biddle, un profesor de Derecho de la Universidad de Pensilvania. Francis se graduó en Groton School y se tituló en la Universidad de Harvard en 1909 y 1911, en humanidades y derecho, respectivamente.
Comenzó su carrera trabajando como secretario privado de Oliver Wendell Holmes, Jr, de la Corte Suprema. Los siguientes veintisiete años los dedicó a la práctica del Derecho en Filadelfia. En ese periodo, además, participó brevemente en la Primera Guerra Mundial como soldado del Ejército estadounidense. Asimismo, trabajó como asistente del fiscal del Estado en Filadelfia.
Durante la administración de Roosevelt, ocupó importantes cargos gubernamentales, pero, a la llegada de Truman, se vio obligado a dejarlos poco después del fallecimiento del primero.​ Posteriormente, Truman lo designó para representar a los estadounidenses a lo largo de los juicios de Núremberg. Su último cargo consistió en dirigir la comisión para la memoria de Franklin D. Roosevelt. Falleció el 4 de octubre de 1968, a los 82 años de edad.



Henri Donnedieu de Vabres. 



(8 de julio de 1880 - 1952) fue un magistrado francés que sirvió como juez titular del tribunal de Juicios de Núremberg después de la Segunda Guerra Mundial, encargados de juzgar a los líderes nazis y sus organizaciones.

Antes de la guerra, Donnedieu había hecho campaña en defensa de una Corte Criminal Internacional mientras trabajaba como profesor de derecho penal en la Universidad de París y en 1928 había publicado un libro titulado Les principes modernes du droit pénal international. Fue controvertida su actuación al considerar que los no miembros del Partido nazi y con rango militar exclusivamente no podían ser acusados, como el caso de Alfred Jodl y que el término conspiración para la guerra era un concepto jurídico excesivamente amplio para poder ser aplicado con rigor. Fue también partidario de que las ejecuciones se hicieran mediante un pelotón de fusilamiento, la forma más honorable a su juicio. 
Más adelante, en 1947,​ sometió otra vez su idea ante las recién creadas Naciones Unidas y colaboró en la precisión de los convenios y tratados internacionales contra el genocidio. Junto a Vespasiano Pella, que había trabajado en la Sociedad de Naciones, el penalista suizo Jean Graven, Pierre Bouzat, Francis Biddel, David Maxwell-Fyfe, el Presidente del Tribunal de Nuremberg Geoffrey Lawrence, el soviético Ionaa Nikitchenko y otros fue fundador de la Asociación Internacional de Derecho Penal.


Iona Timofeevich Nikitchenko.



 (Óblast del Voisko del Don, 28 de junio de 1895 - Moscú, 22 de abril de 1967) fue un jurista y magistrado soviético, más conocido por ser el juez titular de los Juicios de Núremberg en representación del Tribunal Supremo de la Unión Soviética.
Nació en una familia campesina en el Óblast del Voisko del Don. Estudió en su Instituto de Agricultura local y desde 1916 se adhirió a la facción bolchevique. Su experiencia en la corte judicial comenzó en mayo de 1920, cuando fue nombrado presidente adjunto del Tribunal Militar del Óblast de Semirechye durante la Guerra Civil Rusa, conflicto armado en el que Iona participó en el frente de Asia Central. En 1924, fue nombrado miembro del Colegio de Tribunales Militares del Distrito Militar de Moscú.
Nikitchenko presidió algunas de las pruebas más notorias durante el período de la Gran Purga llevada a cabo a finales de la década de 1930 por orden de Iósif Stalin. Entre otras sentencias, Nikitchenko firmó las de Lev Kámenev y Grigori Zinóviev.
Nikitchenko fue uno de los tres principales redactores de la Carta de Londres. Antes de dirigirse a Núremberg, donde debía ser juzgada la cúpula del partido nazi por crímenes contra la humanidad tras el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa, Nikitchenko explicó la perspectiva soviética de los juicios:
"Estamos tratando aquí con los principales criminales de guerra que ya han sido condenados y cuya condena ya ha sido anunciada por las declaraciones de Moscú y Yalta por los jefes de los gobiernos [Aliados]... La idea es asegurar un rápido y justo castigo por el crimen".
Sus declaraciones recuerdan a las que hizo el presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Harlan Fiske Stone, que escribió:
 "El fiscal general de los Estados Unidos, Jackson, está conduciendo su fiesta de linchamiento de alto grado en Núremberg, no me importa lo que haga con los nazis, pero odio ver la pretensión de que dirija un tribunal y proceda de acuerdo con la ley común. Esto es un fraude demasiado peligroso para cumplir con mis ideas pasadas de moda".
Nikitchenko disintió contra las absoluciones de Hjalmar Schacht, Franz von Papen Hans Fritzsche, y defendió la condena a muerte de Rudolf Hess. También encontró incorrectos los juicios de la mayoría con respecto al Gabinete del Reich, al Estado Mayor Alemán y al alto mando de la Wehrmacht. Como nunca antes había escrito una opinión disidente, como no se había escuchado en la jurisprudencia soviética, y no estaba seguro de la forma de tal opinión, Nikitchenko recibió ayuda para escribir sus discrepancias por parte de su compañero el juez Norman Birkett.
 En el momento de la deliberación final, reexaminó el caso de Hess y votó por una sentencia de por vida para que no se diera la oportunidad de que Hess se saliera con la suya con un menor grado de castigo.


Tiempo 

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