Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

miércoles, 31 de enero de 2018

318).-Nicanor Parra por Fernando Villegas.

Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;Paula Flores Vargas ; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo;  Soledad García Nannig; 


 Nicanor Parra por  Fernando Villegas.




‘My name is Ozymandias, king of kings; Look on my works, ye Mighty, and despair!’ Nothing beside remains. Round the decay of that colossal wreck, boundless and bare The lone and level sands stretch far away (Shelley).



Cuando muere alguien del calibre de Nicanor Parra es imposible decir ni escribir nada relevante en su memoria. Para intentarlo -jamás con éxito- están las consabidas alabanzas del panegírico, ejercicio nunca falto de una fuerte fragancia a burocracia funeraria. 
El trabajo sólo es accesible cuando fallece cualquiera de nosotros, ciudadanos corrientes sin otro mérito que tal vez haber sido decentes; en casos así y precisamente porque no hay nada que decir se puede impunemente decirlo todo. Por eso, en términos de su reputación, casi nadie deja de estar en mucho mejores condiciones cuando muerto de como lo estaba cuando vivo.

Pero, ¿qué se hace, qué se dice con y de los Parra?

 El mismo pidió que ojalá nada. “Cuidadito con velarme en el salón de honor de la Universidad de Chile o en la Casa del Escritor…”. 

Es lo que dijo. A veces no es necesario solicitarlo, porque de eso se encarga la indiferencia. Con Mozart no hubo cortejo ni discursos, sino sólo una fría y lluviosa tarde y el acompañamiento de los sepultureros; en otras, en cambio, como con Nicanor Parra, el sepelio toma un carácter de evento público con banderas a media asta, días de duelo oficial e innumerables discursos y homenajes. 
En ambos casos, sin embargo, no hay absolutamente nada, ni palabras ni ceremonias, que les haga justicia o injusticia. Es como hacerle gestos o venias al monte Everest.

Cada sílaba dicha a propósito de ellos es una gastada redundancia.

Los curas prometen la vida eterna y los eruditos la supervivencia de la obra. Estos últimos nos dicen, con una razón algo manoseada pero cierta, que la esencia de la vida de un genio es su obra y por eso los antipoemas de Nicanor gozarán para siempre la plenitud de la vida, vigentes y relucientes hasta el fin de los tiempos. Es verdad; la genialidad de “soy el individuo” ni ha muerto ni morirá. Podemos con confianza y sin menoscabo, nos aseguran, recitar la obra completa del difunto y aquí no ha pasado nada.

En breve, nos quieren conformar con lo incorruptible de sus méritos y talentos, pero como sólo somos humanos y no el dios hindú Krishna contemplando con tranquila ecuanimidad las obras de los hombres, incluyendo sus sangrientas batallas, ese desapego está fuera de nuestro alcance. 
La desaparición en cuerpo y alma de Nicanor o de Mozart nos parecen abrumadoras e inconcebibles pese a la eternidad de la sinfonía Júpiter y pese a lo imperecedero de “soy el individuo”.
Así somos; quisiéramos respirar siempre el aire que ellos respiran como queremos respirar sin fin el de nuestros seres queridos. Por eso no será ni con la obra convertida en monumento de mármol ni con engoladas oraciones fúnebres de secretarios de actas de la literatura que nos vamos a conformar. Sentimos, sencillamente, que el mundo se ha hecho más rasca. 
Es a Parra en cuerpo y alma, todo junto, lo que queríamos, su palabra, su mirada y genial desplante, el hombre al que podíamos oír y abrazar y besar en la frente. A ese es al que echamos de menos. Allá Dios con su eternidad. Parra ya no estará aquí y tendremos que digerir la dimensión de esa pérdida, no exorcizarla con palabrería acerca de su obra. Poco interesan las acrobacias proferidas por autoridades, acólitos, discípulos, admiradores y esos fastidiosos turistas líricos que se pasaron la vida hurgueteando a su alrededor. Al menos de eso Parra al fin se ha librado. Los artificios funerarios nacidos de una mera costumbre y protocolo, la consagración de las antologías, la momificación de sus antipoemas, nada reemplazará al ingenioso hidalgo.

¿Por qué entonces escribo esta columna? 

Supongo que sólo hago como todo deudo al lado del féretro, el pariente del fallecido que en el velorio relata anécdotas del difunto como si con eso pudiera resucitarlo siquiera un poco. A fin de cuentas es lo que siempre hacemos cuando invocamos, a veces obsesivamente, el recuerdo de un momento de júbilo. 

Es el pequeño pero aun así válido equivalente a la sinfonía Júpiter y a “Soy el individuo”.

No fui ni pariente ni amigo de Parra, pero me permito y seguiré permitiendo la libertad de haberlo sentido siempre muy cercano a pesar de la enorme distancia entre su valía y la mía. Estuve con él sólo en tres aunque largas ocasiones y significaron más que amistades de toda una vida. 

En la primera me di el lujo de besarle la frente y en la segunda, en su casa de La Reina, ya se dignó contarme anécdotas como esta, la de “aquí vienen de vez en cuando unas chiquillas con amor por la poesía y que me solicitan “penétreme don Nica”

Mientras me lo contaba muy serio oía un casete que le llevé con La Ofrenda Musical de Bach y de un segundo al siguiente, lo juro, de las chicas que demandaban los favores de su penetración pasó a disertar sobre esa obra de Bach como si acabara de llegar de la corte de Federico Segundo. En la tercera ocasión, en su casa en la costa, me habló de relatividad y del rey Lear y lo hizo pasando de un tema a otro y de un idioma a otro, sin solución de continuidad, como si recitara un monólogo polifónico. 
Tal vez lo hizo así porque no se tomaba en serio ni me tomaba en serio y por eso le gustaba jugar a los idiomas, a los temas, pasar de la mecánica racional a la locura elogiada por Erasmo y a veces a la poesía. A esta última nunca la tomó muy serio. Sobre todo no la tomaba si era la habitual, la melodramática, la que se recita en los bares literarios de moda con los ojos en blanco, esa que retuerce semánticamente un lugar común para hacerlo parecer profundo y abusa de la credulidad de auditores que quieren aparecer como gente a la altura de las circunstancias. Me habló de eso y se rió de eso y de varios de sus cultores, aquí me reservo los nombres, pero sólo digo que ninguno era Zurita.

Zurita es tal vez el único gran talento lírico que nos va quedando.

Hay que volver a Shakespeare”, me recomendó a propósito del rey Lear. Apenas lo hizo sacó de un cajón la traducción que preparaba en ese tiempo y me explicó el porqué tal giro de lenguaje en vez de otro.

Entremedio desfilaron bandejas con vasos de vino y más tarde unas señoritas aparecieron y luego desaparecieron en el segundo piso. “Mis ayudantas” explicó Parra en tono pontifical. De las señoritas pasó a Arquímedes.
 “¿Sabías que estuvo a punto, él, un tipo del siglo III antes de Cristo, de desarrollar el cálculo infinitesimal?” me preguntó. 
Luego en su incansable e insondable mente apareció Bolaño. No hacía mucho había fallecido y lo tenía en alta estima. Sacó un artefacto que había hecho a propósito de Bolaño con una frase casi del último parlamento de Hamlet. Luego decretó: 
“Si Bolaño se hubiera quedado en Chile habría terminado escribiendo libretos para teleseries”. 
Y recordó cómo Gabriela Mistral se rehusaba volver porque “allá en mi país me van a tomar para el fideo”.

¿Quién hubiera podido jamás tomar para el fideo a Nicanor? 

Nadie, porque lo hacía él mismo. Tomó también para el fideo a sus lectores no una sino cien veces. Sus artefactos a menudo no son sino una brutal tomadura de pelo, aunque no eran sólo eso. Fue Nicanor, después de todo, el inventor del tren instantáneo a Chillán. El asunto siempre me ha hecho gracia y le pregunté cómo se le había ocurrido. Me explicó que no era broma sino una suerte de aplicación e ilustración de la teoría de la relatividad.

“Hay que entender el tiempo de otro modo” agregó, pasando entonces a conjurar las bases históricas del tema citando a Heráclito y su famoso “panta rei”.

Se hizo tarde. Las señoritas del segundo piso bajaron y proveyeron algo más de vino. Me acompañó a la salida, donde nos tomamos una foto. De eso han pasado 10 o más años, pero lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. No tuve ninguna premonición de que fuera a ser la última vez que conversaba con él y con toda razón porque vivió muchos años todavía.
 Esperé que existiera una cuarta vez, pero ya las estrellas no se alinearon como hubiera sido necesario. Mi premonición más exacta, de seguro, es que me tomó el pelo de principio a fin



 Nicanor Parra (1914-2018)



Nicanor Segundo Parra Sandoval (San Fabián de Alico, 5 de septiembre de 1914-La Reina, Santiago, 23 de enero de 2018) fue un poeta, profesor, físico e intelectual chileno, cuya obra ha tenido una profunda influencia en la literatura hispanoamericana.

Rupturista, desafiante, mordaz, la obra de este "raro inventor" produjo un corte radical en la poesía hispanoamericana, dando origen a un nuevo modelo literario: el antipoema.

"Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa". Con estas palabras Nicanor Parra reconoce el impacto que su poesía causó en la literatura nacional. El poeta que subvirtió de manera tajante la lírica chilena en su época, nació en San Fabián de Alico, cerca de Chillán, en 1914, en el seno de una familia campesina. Junto a sus padres y numerosos hermanos -Violeta Parra entre ellos-, constituían una familia de clase media provinciana, sometida a la precariedad económica y continuos cambios de residencia. En 1932 se trasladó a Santiago para concluir los estudios secundarios en el Internado Barros Arana. En esta institución trabó amistad con Jorge Millas, Luis Oyarzún y Carlos Pedraza, con quienes compartió nuevas búsquedas literarias y artísticas. En 1933, ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, para iniciar las carreras de matemática y física.

La personalidad inquisitiva y curiosa de Parra lo llevó a explorar todo el horizonte literario y cultural que lo rodeaba, descubriendo diferentes estilos, lenguajes y formas de arte contemporáneo. Este proceso traspasó toda su producción poética y lo llevó a profundizar su propia estética. En su primer libro publicado, Cancionero sin nombre (1935), incorporó la figura métrica del romance, el desarrollo narrativo de los poemas y el hablante poético como personaje de los versos. Según la crítica especializada, el modelo de este poemario fue el Romancero gitano de Federico García Lorca, aunque ya existen elementos que prefiguran la antipoesía. La sintonía con el romance provino del conocimiento de la cultura tradicional campesina que lo rodeó desde niño.

En 1943 viajó a Estados Unidos becado por el "Institute of International Education" para continuar estudios de especialización, y los amplió a partir de 1949 en Gran Bretaña. Este período lo conectó con la literatura y cultura de Norteamérica y Europa, lo que potenció su labor poética. Dos años después de volver a Chile, en 1954, publicó Poemas y antipoemas, el libro que produjo un corte radical en la poesía chilena e hispanoamerica, y marcó la irrupción del modelo antipoético. En este volumen desarrolló su propuesta literaria, distinta de las que practicaban los creadores chilenos en ese momento: la antipoesía. Sus versos cargados de ironía, utilizan un lenguaje cotidiano, directo, con un ritmo que se adapta a la circunstancia a la que se refiere.

La cueca larga (1958) muestra otra de la fuentes de inspiración de Parra: los festivos ritmos populares chilenos, que parodia con destreza.

Desde este momento la producción de Parra se hizo prolífica: Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (1969), Artefactos (1972), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979), Chistes para desorientar a la poesía: Chistes parra desorientar a la policia (1983), Coplas de Navidad (1983), Poesía política (1983), Hojas de Parra (1985). Cada uno de estos libros revelan las premisas del modelo antipoético y la capacidad del poeta para hacerlo evolucionar.

Esta extensa trayectoria posicionó a Nicanor Parra como uno de los protagonistas de las letras chilenas desde la segunda mitad del siglo XX. La influencia de su propuesta estética sobre la cultura nacional le valió obtener el Premio Nacional de Literatura en el año 1969. 
A los reconocimientos y homenajes que ha obtenido en Chile, Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2012), se han sumado importantes distinciones internacionales, entre las cuales destacan el Premio Juan Rulfo en 1991, el Reina Sofía en 2001 y, en 2011, el Premio Cervantes, máximo galardón de la literatura en lengua hispana.



Prensa. 



Nicanor Parra, la sublevación de la palabra (I)

Poeta rebelde y corrosivo, vivió más de un siglo desafiando normas, religiones e ideologías.

05 de agosto de 2025 - 01:05

Marco Antonio Rodríguez, Columnista •

Ciento tres años vivió Nicanor Parra (Chile, 1914-2018). Transcurrió el último tiempo en un lugar apartado del bullicio citadino. Caminaba enhiesto, el pelo blanco revuelto por el viento. 

“Jamás se peinaba ni saludaba con nadie”, dijo alguien el día de su muerte. Entrecejo acanalado, manos grandes y huesudas, mirada altiva: “ni el tiempo pudo conmigo”, confesó. Ropa ligera y su paso, cada vez más lento, tenía un aire imperioso; cuando los años lo iban doblegando, no aceptó ayuda de nadie ni usó bastón.

“Hijo mayor de un profesor primario/ y de una modista de trastienda”, el poeta fue originario de un pueblo llamado Tierra de artistas. Vieja comarca pobre con cuatro siglos de vida, iluminada por la música que germina como por obra de ensalmo en sus entrañas para resonar en los hogares como una suerte de recompensa por sus carencias. Todos en su familia fueron músicos, salvo él, que dedicó su vida a la palabra.

El poeta no cumple su palabra si no cambia el nombre de las cosas”

Violeta, ícono de la música folclórica, fue su hermana y discípula. La “cultura oficial” se incomodó con ella. El público que acudía a sus recitales era cada vez menor, no exento de asistentes que proferían improperios. A los 49 años ella se suicidó. Nicanor salió palabra en ristre para custodiar su memoria:

“Has recorrido toda la comarca/ Desenterrando cántaros de greda/ Y liberando pájaros cautivos entre las ramas”, le dijo. “Pero los secretarios no te quieren/ Y te cierran las puertas de tu casa/ Y te declaran la guerra a muerte/ Viola doliente”…

Antisistema, soberbio, obstinado, insumiso. Nadie se salvó de su crítica corrosiva, tampoco él:

 “De mejillas escuálidas/ Y de más bien abundantes orejas…/ Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y aceite de comer/ Un embutido de ángel y bestia”. 

Epitafio, que escribió para él mismo en 1969. ¿Nihilista, anarquista, ateo, socialdemócrata, ambientalista?

Ni su vida ni su obra admiten encasillamientos. Los cubanos cancelaron su nombramiento como jurado del Concurso Casa de las Américas por haber cenado con la esposa de Richard Nixon. El poeta manifestó: “Está bien lo de Cuba, pero soy poeta libre”. Crítico, innovador, irritante, rupturista…

“Y AHORA CON USTEDES/ Nuestro Señor Jesucristo en persona/ que después de 1977 años de religioso silencio/ ha accedido gentilmente/ a concurrir a nuestro programa gigante de Semana Santa”…

Su rebelión revienta los fueros de la religión y la política. Pantomima y escarnio de una sociedad amordazada por la hipocresía. Invectiva inacabable, el “antipoeta” hurgó en la condición humana.

Sarcasmo, humor y mofa: la tríada sobre la cual exhibe el inextinguible mural de la cultura popular Nicanor Parra, forjado por el verso lírico del idioma desplegado hasta sus confines. Sucesos extraídos de nuestro acontecer humano sin opulencias idiomáticas. La palabra poética despojada de todo ropaje suntuoso. Poesía desnuda. Hay quienes la siguen, otros la estrujan.

Uno de sus detractores lo tildó de “amigo de la dictadura”. Parra escribió su poema Cristo de Elqui se defiende como gato de espaldas, 1980, zahiriendo a su censor, discurriendo sobre los problemas de Chile y acentuando su defensa ambientalista:

“¿Yo partidario de la dictadura?/ no me haga reír amigo Volodia/ Ud. está tratando de tirarme la lengua/ hágase su voluntad”… Y en su lapidaria estrofa final: 
“¿Entre tanto qué hacen Uds.?/ caramba, repetir al pie de la letra la bufonada capitalista/ agáchate semana santa/ la misma jeringa con el mismo bitoque”… 
“¡SOCIALISTAS Y CAPITALISTAS DEL MUNDO UNÍOS!”

Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948) preconizó la fundación de nuevos mundos a cargo de “pequeños dioses”, los poetas. Nicanor Parra es un simple ser humano y el amor le cruza cicatrices.
 “Todas las tardes imaginarias/ sube las escaleras imaginarias/ y se asoma al balcón imaginario/ a mirar el paisaje imaginario…/ Sombras imaginarias/ vienen por el camino imaginario/ entonando canciones imaginarias/ a la muerte del sol imaginario/… Y en las noches de luna imaginaria/ sueña con la mujer imaginaria/ que le brindó su amor imaginario/ vuelve a sentir ese dolor/ ese mismo placer imaginario/ y vuelve a palpitar/ el corazón del hombre imaginario”.

 La única palabra que no está atada a la imaginación es el dolor. El dolor, lo único sentido en un mundo despojado de sentido. Pero la vida sigue en su rutinario camino, sin que sepamos separar la realidad tangible y el dolor vivido en lo más profundo del ser.



Nicanor Parra, la sublevación de la palabra (II)

El antipoeta transformó la poesía con humor y lenguaje cotidiano. Su obra clave: Poemas y antipoemas

12 de agosto de 2025 - 01:05

Marco Antonio Rodríguez, Columnista •

Nonagenario, Nicanor Parra obtuvo el Premio Cervantes. Su nombre merodeó durante años la sala donde suelen reunirse los jurados que dirimen el Premio Nobel. Cuando le hablaban del Nobel repetía su incisiva respuesta:
“A otro Parra con ese hueso”. 
La funcionaria encargada de comunicar la concesión del Cervantes relató que no había podido hablar con el poeta porque –todos lo saben– no solía atender el teléfono.

Impensable que el antipoeta se hubiera esforzado para cruzar el “charco” y recibir el premio. 
“Parra ya no se sube a los aviones. Ya no hay que subirse a los aviones”, sentenció y agregó: “El Premio Cervantes puede necesitar a Parra, pero no al revés. Si quieren que vengan a dejárselo”. Cuando se aglomeraron preguntas sobre su recalcitrante independencia, espetó:
 “Los Parra son nuestra antinobleza, algo así como la familia irreal”, en evidente desaire a la realeza.
“La olvidé, sin quererlo, lentamente,/ Como todas las cosas de la vida”
Recreador del lenguaje popular, es el poeta chileno que más hondo ha calado en el alma de su lugar de origen, y su irreverencia no solo se despliega en sus textos antipoéticos, sino en sus discursos que convirtió en prédicas por las cuales fluye como ácido mordiente su humor negro. Discurso del Bío Bío (Discursos de sobremesa), 2006, tituló el libro que los contiene.

En una sesión en la cual se le concedió un doctorado honoris causa, deslizó estas líneas: 
“Advertiré que mi discurso consta de una sola palabra:/ Gracias Señor Rector/ Es un honor muy grande para mí/ Inmerecido por donde se mire:/ En esto sí que soy intransigente”.
 Y venias de por medio, se retiró.

¿Qué es la antipoesía? 

No hay mejor definición que la de Parra (1962): 

“La antipoesía es una lucha libre con los elementos; el antipoeta se concede a sí mismo el derecho a decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias que pueden acarrearle. Resultado: el antipoeta es declarado persona no grata. Hablando de peras puede salir con manzanas, sin que el mundo se acabe. Y si se acaba, tanto mejor, esa es precisamente nuestra finalidad última”.

En 1954 Poemas y antipoemas remeció Chile y pronto su novedosa propuesta se esparció por Hispanoamérica. La chispeante parábola del coloquio chileno –humor y sátira–, modismos, habla popular, lenguaje cercano y directo, discurre por el libro. Asuntos de raigambre nacional y hasta localismos afianzando la identidad chilena.

Nadie dejó de leer ese libro, a pesar de su Advertencia al lector: 

“La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,/ menos la palabra dolor./ La palabra torcuato./ Sillas y mesas sí que figuran a granel./¡Ataúdes! ¡Útiles de escritorio!” 
Lenguaje del diarismo usado por gente común. Cruzada popular por apoderarse del púlpito de la poesía sagrada.

Canto general (1950) encumbró mundialmente a Pablo Neruda. De pronto, apareció Poemas y antipoemas, encarnando a su fantasma, Nicanor Parra, gruñón y solitario, antipolítico, se apoderó de la cátedra sagrada de la poesía nerudiana y llegó con su palabra extraída de las entrañas populares a la gente común. Había erigido el universo de la antipoesía.

Malicioso, atrevido, esperpéntico, guasón, antisocial, “niño travieso y viejo decadente”, en las interioridades del poeta traqueteaba un ser desencantado del mundo y sus enigmas. 

“Considerad muchachos,/ Esta lengua roída por el cáncer:/ Soy profesor en un liceo obscuro,/ He perdido la voz haciendo clases./ (Después de todo o nada/ Hago cuarenta horas semanales)/… Observad estas manos/ Y estas mejillas blancas de cadáver,/ … ¡Estas negras arrugas infernales!/ Sin embargo yo fui tal como ustedes,/… Aquí me tienen hoy/ Detrás de este mesón inconfortable/ Embrutecido por el sonsonete/ De las quinientas horas semanales”.

Canciones rusas, Hojas de parra, Obra gruesa, Versos de salón: libros clave de la antipoesía parreana. Pero acaso nada como su desconcertante Poemas y antipoemas. En este esplende con luz atemporal su Soliloquio del individuo. El poeta se despoja de su desigual habla en primera persona, decisiva y arrebatada, y crea una persona absoluta; por esta habla la humanidad, desde sus primeros pasos en la historia hasta nuestro tiempo:

“Yo soy el individuo./ Primero viví en la roca y grabé./… Después traté de cambiarme a otra roca,/ … Me aburrí de las cosas que hacía,/ El fuego me molestaba,/… Para ver hay que creer, me decían,/… Formas veía en la obscuridad,/ Nubes tal vez,/ … Inventé unas máquinas,/ Construí relojes,/ Armas, vehículos/ … Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos./ Di a luz libros de miles de páginas,/ … Se construyeron también ciudades,/… Miré por una cerradura,/ … Mejor es tal vez que vuelva…/ A esa roca que me sirvió de hogar,/ Y empiece a grabar…/ De atrás para adelante./ El mundo al revés./ Pero no: la vida no tiene sentido”.



Cinco  poemas de Nicanor Parra.

Es olvido.

Juro que no recuerdo ni su nombre,
Mas moriré llamándola María,
No por simple capricho de poeta:
Por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
Ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
Supe de la su muerte inmerecida,
Nueva que me causó tal desengaño
Que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
Por la gente que trajo la noticia
Debo creer, sin vacilar un punto,
Que murió con mi nombre en las pupilas.
Hecho que me sorprende, porque nunca
Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
Relaciones de estricta cortesía,
Nada más que palabras y palabras
Y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda un puñado de cenizas),
Pero jamás vi en ella otro destino
Que el de una joven triste y pensativa
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
Con el celeste nombre de María,
Circunstancia que prueba claramente
La exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡Quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
Sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
Su inmaterial y vaga compañía
Que era como el espíritu sereno
Que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
La importancia que tuvo su sonrisa
Ni desvirtuar el favorable influjo
Que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
Fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
Que comprendan que yo no la quería
Sino con ese vago sentimiento
Con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
Lo que a esta fecha aún me maravilla,
Ese inaudito y singular ejemplo
De morir con mi nombre en las pupilas,
Ella, múltiple rosa inmaculada,
Ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
Que se pasa quejando noche y día
De que el mundo traidor en que vivimos
Vale menos que rueda detenida:
Mucho más honorable es una tumba,
Vale más una hoja enmohecida.
Nada es verdad, aquí nada perdura,
Ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera,
Creo que moriré de poesía,
De esa famosa joven melancólica
No recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
Como una paloma fugitiva:
La olvidé sin quererlo, lentamente,
Como todas las cosas de la vida.

Cronos

En Santiago de Chile
Los
días
son
interminablemente
largos:

Varias eternidades en un día.

Nos desplazamos a lomo de luma
Como los vendedores de cochayuyo:
Se bosteza. Se vuelve a bostezar.

Sin embargo las semanas son cortas
Los meses pasan a toda carrera
Ylosañosparecequevolaran.

Cambios de nombre.

A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.

Hay un día feliz

A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mi singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!

No creo en la vía pacífica

no creo en la vía violenta
me gustaría creer
en algo pero no creo
creer es creer en Dios
lo único que yo hago
es encogerme de hombros
perdónenme la franqueza
no creo ni en la Vía Láctea.



Acta Literaria Nº 29 (33-45), 2004

Nicanor Parra en el territorio del lenguaje

Andrés Gallardo

(A Ivette Malverde,
en memoria persistente)





Se intenta mostrar cómo el lenguaje, concretamente la lengua castellana coloquial chilena, es una fuente primaria de identidad en el poeta Nicanor Parra, y base de la elaboración de sus textos. Los puntos de vista propuestos se concretan en el análisis de dos poemas: la "Epopeya de Chillán", de retórica altisonante, insegura e inmadura, y "Hay un día feliz", donde la plenitud poética cuaja en la incorporación del coloquio como lenguaje poético.

1. Tempranamente la crítica literaria se hizo cargo del carácter profundamente chileno de Nicanor Parra, al punto de llegar a considerarlo algo así como un ícono de la identidad nacional.

Una mirada somera a su producción parece avalar esta apreciación, en el sentido de que en ella encontramos, por doquier, elementos explícitos e implícitos que se nos aparecen como especialmente chilenos. En Poemas y antipoemas (1954), la temática de muchos poemas es voluntariamente nacional (no necesariamente nacionalista) y aun local, así como la presencia del coloquio chileno no es ya tangencial, en la forma de alusiones, sino elemento central de la estructuración del texto. Algo similar, y aun más explícito, sucede en La cueca larga (1958), donde

el poeta trata de asir las costumbres de su país y para lograrlo no encuentra nada mejor que condicionar el sesgo de la suya a la poesía popular. Quien ha podido realizar esta acción de manera tan noble parece estar animado por el sabor nacionalista de su país, aquel que viene desde los tiempos más antiguos (Campaña, 1995: 47).

De algún modo, un libro bastante posterior, como los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (desde 1977), continúa este ahondamiento en la cultura tradicional desde una voz buscadamente popular. Pero ya en Versos de salón (1962), en plena vertiente antipoética, se incorpora de modo muy explícito el tema urbano, con el consiguiente empaque idiomático culto –e inculto– informal chileno, cosa que se exacerba en los Artefactos (1972). Y en los últimos años, el poeta ha transformado en un verdadero género literario (entre poético, épico, satírico y didáctico) el "discurso de sobremesa" (los dos casos más notables son el Discurso de Guadalajara (1990) y el Discurso del Bío-Bío (1996)), manifestación de la cultura tradicional semiurbana y semipueblerina, semiletrada y semioral, pero en todo caso manifestación de una retórica plenamente chilena y que, de paso, instala al poeta como uno de los grandes escritores nacionales. Esta retórica parriana, afincada en la versión chilena de la lengua castellana, que deviene así verdaderamente "lengua nacional", es una construcción cultural sumamente compleja. Así lo resume, muy adecuadamente, Mario Rodríguez (1996: 13-14):

La lengua nacional para Parra es un "corredor de voces"-, una mezcolanza que no se puede reducir a la mistificación de un solo registro. En este sentido, en el de la hibridez de la lengua, Parra es nuestro gran poeta nacional, por encima de Huidobro, que desnacionaliza la lengua y Neruda que, preferencialmente, la usa en sus registros mayores.

2. La afirmación de la chilenidad de Nicanor Parra apunta, en realidad, a una situación que va mucho más allá que lo meramente anecdótico. 

Este rasgo, que podría pensarse común a muchos otros escritores nuestros, en el caso de Parra es, quizás, el componente central de su identidad como persona y como poeta. Como se ha señalado, "Parra explicita marcas identitarias, entre ellas las de procedencia local y nacional, en distintos discursos y códigos de su poesía" (Araya, 2000: 69).

En su vivencia provinciana chilena, y fundamentalmente en el lar chillanejo, se halla la clave íntima que sirve de punto de partida y de llegada de la construcción y desarrollo del mundo poético de Nicanor Parra:

Poco a poco, y trabajosamente, fue comprendiendo que en ese pasado, en las imágenes que retienen y reproducen el conflicto de experiencias fundamentales, estaba el tema secreto de su poesía (Morales, 1972: 12).

Lo anterior, esto es, que la profundidad de la vivencia provinciana se instaure "en raíces identitarias de su audaz proyecto literario: la antipoesía" (Araya, 2000: 33), todavía podría parecer anecdótico. Después de todo, como ya he señalado, muchos escritores chilenos han hecho cuestión, en sus obras, de su condición de tales.

¿Qué hay, entonces, de tan especial en la chilenidad, o en la "chillanejidad" de Nicanor Parra? En primer lugar, insistamos, está el hecho de que tales condiciones son parte de la fibra íntima de su trabajo poético. En segundo lugar, el hecho de que hablamos de la obra poética, no de la persona del poeta, de sus temas, de sus obsesiones, de sus intenciones. En efecto, muchas veces nos topamos con textos que tienen como tema explícito aspectos centrales o marginales de la identidad chilena, pero ello no los convierte en más que manifestación de una tradición retórica, o en declaraciones patrióticas emotivas o satíricas, o incluso en declaración de principios. De algún modo, eso fue lo que sucedió con la tradición criollista, que en último término se agotó en una designación o mostración de elementos real o supuestamente constitutivos de una identidad, pero no en textos que se construyeran como tales desde esa identidad. Así lo ha visto Mauricio Ostria (1988: 60):

Descubierto el lenguaje como recurso caracterizador de mundo, los narradores regionalistas –influidos por una estrecha idea de regionalismo lingüístico- quisieron incluir en estos relatos cuantos términos populares o indígenas tuviesen a mano, dificultando muchas veces la lectura, limitando las dimensiones y perspectivas del mundo narrado y convirtiendo los textos, frecuentemente, en verdaderos catálogos de regionalismos.

(Recordemos la anécdota que trae a colación Borges, cuando hace notar que en el Corán, el libro árabe por excelencia, no hay camellos, y luego reflexiona que si Mahoma hubiera sido un falsario, o un nacionalista árabe, sin duda habría prodigado caravanas de camellos por las páginas del libro. Cf. Borges, 1966, pp. 156-157).

Así pues, Parra no habla de Chile, o de Chillán; habla desde Chile o desde Chillán, como chileno y como chillanejo. Sus poemas maduros no son sobre Chile o sobre Chillán, son poemas chilenos o chillanejos y no pueden ser entendidos si no se tiene ello en cuenta. El "color local" no tiene cabida en ellos. Esto es crucial: cuando se habla o se escribe sobre o desde una identidad, se está procediendo, normalmente, en nombre de principios externos, y por ende, en una actitud casi fundamentalista, se buscarán elementos que, explícitamente, simbolicen lo que se concibe como tal identidad. Cuando simplemente se es, esto es, cuando se vive una identidad, no se asume, militantemente, como misión el proyecto de describir y expresar lo que se es. Quien habla desde sí mismo, habla con su propia voz acerca de la aldea o acerca del ancho mundo (Don Quijote, una vez más nos ha dejado una lección: cuando se le representó lo absurdo de que quisiera ser caballero andante, simplemente respondió "yo sé quien soy- y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino los doce pares de Francia y aun todos los nueve de la fama" (Don Quijote: I, 5).

3. Nicanor Parra puede, pues, hablando desde sí mismo, chileno chillanejo, hablar de lo que quiera, o incluso hablar desde quien quiera (por ejemplo, desde el buen ladrón o desde Domingo Zárate), porque no hay peligro de desdibujarse, identitariamente hablando.

 Por eso mismo, y esto es también importantísimo, enraíza su trabajo poético en fuentes diversas, como la poesía culta hispánica, la tradición shakespeareana o whitmaniana, o bien habla desde la reflexión filosófica y científica o desde el dinamismo exuberante del coloquio, porque su piedra angular está en la tradición oral no interrumpida, popular, religiosa y blasfema, metafísica y humorística. Este es el sentido profundo sobre el cual ha llamado la atención, lúcidamente, Ivette Malverde: el entronque de Nicanor Parra con el viejo, pero siempre vital espíritu carnavalesco, que es, por esencia, y precisamente por partir desde una solidez identitaria, una actitud cultural integradora de lo culto y lo popular, lo oral y lo escrito, "la convención poética y su transgresión, la ley y la antiley" (Malverde, 1988: 92). No se trata, por cierto, de un "carnaval" en el sentido histórico riguroso, sino del espíritu carnavalesco en un sentido funcional, esto es, en el sentido del entronque con el espíritu de la poesía popular y del patrimonio idiomático y de la celebración gozosa e integrada del mero existir. Como en tantas ocasiones, Morales (1972) fue un pionero en entender este aspecto de la producción poética de Parra, al ligarla con el espíritu medieval, mediante su entronque con los rasgos más característicos de la poesía popular, tales como el humor "áspero, arcaizante" (cf. p. 13).

4. Ahora bien, en todo este complejo conjunto de elementos aparentemente dispares que es la poesía de Parra, hay un aspecto que asegura su unidad y su funcionamiento como sistema cultural. 

Este aspecto es el lenguaje. A través de su lengua castellana, tal como se ha desarrollado en Chile, Parra es Parra, esto es, encuentra su centro cultural y su individualidad. Aquí también hay dos carriles funcionales que es necesario explicitar.

El primer aspecto es el entronque de la poesía de Parra con la lengua culta, lo que resulta evidente: el poeta conoce su tradición, conoce la retórica de la poesía culta (domina el alejandrino y el endecasílabo), ha internalizado una sintaxis y un léxico letrados, así como un sistema de actitudes propio del nivel más estandarizado, como es una extraordinaria conciencia de las normas lingüísticas, una lealtad explícita a las codificaciones intelectualizadas, etc. Pero, como se ha dicho ya, Nicanor Parra, culto y refinado, enraíza voluntariamente su actuación lingüística en la tradición viva, es decir, con la lengua oral, con el coloquio. Eso sí, así como el espíritu carnavalesco es presencia funcional y no formal en su producción, la oralidad es motor funcional en su construcción textual, que en sí mismo no es oral propiamente. La oralidad es, así, un componente esencial, pero consciente. Una vez más, Leonidas Morales fue un adelantado al entenderlo así:

Junto con tomar conciencia del oficio de poeta y darse cuenta de su ubicación en el mundo como sujeto histórico, el modelo de su lenguaje histórico: el lenguaje hablado, se eleva a la categoría de un principio estético (Morales, 1972: 40).

Ivette Malverde ha ahondado todavía más en este punto, señalando que esos textos parrianos, coloquiales y aparentemente orales, de hecho son textos de un poeta culto que es consciente de lo que hace, consciente de que sus verdaderos destinatarios son lectores, esto es, miembros cultos de la comunidad hablante, que entienden que se trata de una especie de juego (y el juego solo es juego sólo en la medida en que se entiende como tal): "El receptor escrito es el destinatario totalizante de la enunciación, aquel que percibe el doble juego oralidad/escritura" (Malverde, 1985-1986: 79). Similar observación hace Rodríguez (1966: 13).

Esta situación da cuenta también, desde otro punto de vista, del carácter profundamente saludable de la antipoesía parriana, pues procede de un manejo intelectualizado, pero internalizado, del libre juego de las posibilidades expresivas de la lengua nacional:

La antipoesía, con la excepción de algunos textos de Poemas y antipoemas, es una empresa de gran salud que libera a la poesía de ese campo de concentración enfermizo (donde no hay risa, humos, parodia, ironía) edificado por la "trascendencia vacua", la "metafísica cubierta de amapolas", propia de una parte de la poesía moderna, o el construido por el compromiso político de la parte restante, que reviste de una idéntica gravedad y una moral, también, enferma (Rodríguez, 1966: 30).

El texto, de hecho, siendo escrito, por un lado evoca la oralidad y por otro asume los rasgos de ésta que funcionalmente son pertinentes al sentido que quiere encarnar, con lo cual, de paso, se inserta, en lo cultural, como búsqueda y expresión de la identidad del autor, plenanente miembro de su cultura, y, finalmente, resolviendo las contradicciones que se hubieran encontrado si los sentidos mencionados se hubieran expresado sólo como hacer oral/tradicional o bien desde la lejanía de la mera cultura letrada. Malverde lo resume magistralmente:

La polaridad se resuelve en el texto, cuyo discurso escrito evoca la palabra hablada, en el que la cultura popular se introduce en el espacio de la cultura oficial por vía de la escritura que, por así decirlo, la formaliza (Malverde, 1985-1986: 88).

Ahora bien, este entronque de Parra con la cultura popular y con la oralidad, que según hemos visto alcanza estatus funcional, no se da en un vacío cultural. Primero, según ya hemos anotado, se da en la lengua castellana, en la tradición viva. Tiene también, por decirlo así, nombre y apellido: Chillán, por cierto Chillán Viejo, el barrio de Villa Alegre. Este espacio tan acotado, que se expresa en castellano, es el centro vital de la identidad del poeta. Sólo en castellano y desde Chillán, Nicanor Parra puede ser Nicanor Parra, esté donde esté:


Ya no estoy en mi casa
Ando en Valparaíso.

Hace tiempo que estaba
Escribiendo poemas espantosos
Y preparando clases espantosas.
Terminó la comedia:
Dentro de unos minutos
Parto para Chillán en bicicleta.
---
¡A Chillán los boletos!
¡A recorrer los lugares sagrados!
("Hombre al agua", de Obra gruesa)

5. Habrá de resultar relevante, ahora, examinar cómo se ve expresando todo esto en la obra poética propiamente tal de Parra. 

Mi planteamiento es el siguiente: Nicanor Parra encuentra, vive y expresa su identidad en el lenguaje, en su condición de hablante arraigado de la lengua castellana chilena. Los propios "lugares sagrados" alcanzan su condición de tales, esto es, su carácter generador y asegurador de identidad, a través del lenguaje, o, quizás mejor, imbricados en el hablar concreto del poeta.

Esta maduración de identidad no ha ocurrido ni espontáneamente ni de un día para otro. Ha sido un proceso difícil y lento. En una primera época (en Cancionero sin nombre, 1937, aquel libro que el poeta oculta como se ocultaban antes los hijos mongólicos o deformes), Parra, de algún modo, mira y se mira desde fuera su mundo, y el lenguaje es también un instrumento ajeno que sólo menciona, o peor aun retoriza, sin encarnar, hechos, lugares, sentimientos:

El poeta está distraído de sí mismo, de la realidad, y el lenguaje, en lugar de revelar lo real, lo oculta o lo manipula a la manera de un ilusionista: muestra los objetos para luego, frente a nuestros propios ojos, evaporarlos (Morales, 1972: 25).

En su madurez, en cambio, el lenguaje es el poeta mismo, su mismo mundo, que se reconoce, se delimita y se expresa. Es como si Chillán Viejo, el barrio de Villa Alegre, su gente y sus modos de comunicarse se embebieran como totalidad unitaria en el poeta, se encarnaran en su voz. En ese momento, en el despertar de la "antipoesía", Nicanor Parra pudo decir para siempre, cual don Quijote, "yo sé quien soy". Desde ese momento, Nicanor Parra puede hablar desde Chillán para el mundo. Chillán, lugar sagrado, es el territorio del lenguaje.

Es relevante anotar aquí que la noción de "antipoesía", pese a su nombre engañoso, es una noción central para entender el proceso de asunción de una identidad vía lenguaje en Nicanor Parra. Como fundamentadamente lo ha establecido Iván Carrasco (1990), la antipoesía no es un proceso de rebeldía gratuita, sino que es una actitud que tiene raíces profundas en vertientes del pensamiento científico y filosófico moderno, y da como resultado el hecho de que "desde su particular ámbito de trabajo, Nicanor Parra ha contribuido a colocar bases para una teoría asimétrica del cosmos" (p. 17). El antipoema resulta ser, sobre todo, una construcción de lenguaje, donde la incorporación internalizada de la lengua coloquial, como contraparte de la retórica culta tradicional, es componente de la fibra íntima del texto:

El antipoema es- una imagen inversa del poema, pero no regida por una ley total de simetría, sino, al parecer, por una fuerza asimétrica (transformadora, desintegradora, deformante) de particular intensidad (Id.).

6. Ya he señalado que confrontar las reflexiones anteriores con textos poéticos concretos de Nicanor Parra puede ser aclarador e ilustrativo. 

Para cerrar este trabajo, consideraremos solamente dos poemas que tienen en común una explícita referencia a Chillán: uno de 1939, "Epopeya de Chillán" (publicado en la revista SECH, 1939, y recogido en Araya, 2000, pp. 103-104), y uno de 1954, "Hay un día feliz" (de Poemas y antipoemas, recogido luego en Obra gruesa, 1969, pp. 20-22), "una de las más evidentes manifestaciones de la presencia del pueblo natal en su poesía" (Araya, 2000: 58). Para facilitar la lectura, ambos poemas se entregan en un apéndice.

La "Epopeya de Chillán" es, básicamente, un elogio retórico de la ciudad, concebida "literariamente", esto es mediante acumulación de tópicos, como un lugar donde todo es idílico y, por ende, irreal. Así, el "raudo viento azul del otoño" nos anuncia que Chillán existe "como una rosa blanca", como "una alta viña de nomeolvides", en un primaveral "abril celeste" y, aunque el agua se levante "como un cisne furioso", se insiste en que en Chillán "no pasa nada", sino "solamente todo", es decir, Chillán es el reino de la generalización, "correcta de lucero inmaculada frente", donde los campesinos se tornan en "el hortelano alegre" y donde los estudiantes, "como cansados ruiseñores", se dedican a estudiar las flores nativas. Lo más significativo es que el lenguaje mismo, insistamos, "literario", apoya con energía esta actitud, engolado hasta lo inverosímil, pues Chillán se ve como "un toro con su clavel al cuello", como "luna y aún turbio diamante, derramándote sobre la ciudad como un sauce". Está claro: tanto elogio generalizador desdibuja la realidad y la convierte en mero tópico, por mucho que el poeta asegure que "voy a pasar la vida recordándote siempre", pues "aquí todo una llama, que aquí nada ceniza" y conjura "que se levante el fuego como un caballo de oro, que aquí no pasa nada, que puramente todo". Ese "todo" que pasa en ese Chillán retorizado es tan amplio, que ese Chillán no es el Chillán entrañable que conocemos y que añoramos, así como ese autor que ha engolado la voz no es el Nicanor Parra que leemos y releemos con afecto agradecido. El "lenguaje de poema", de que habló Jorge Guillén (1961), ha enmascarado hasta lo irreconocible el verdadero "lenguaje poético".

Diametralmente opuesto es lo que sucede con el poema "Hay un día feliz". Aquí el poeta habla sólo de sí mismo evocando un Chillán personal e irrepetible. Así como la "Epopeya de Chillán" es un elogio retórico de Chillán que privilegia lo típico, "Hay un día feliz" es un ingreso a lo más auténtico y lo más real del espacio chillanejo como íntima morada humana, por la vía de la lengua castellana en su versión más asentadamente chilena, donde, por cierto, el componente retórico es esencial, pero asumido desde esa misma chilenidad.

Desde el inicio, el poema se abre con un tono que quiere ser explícitamente lírico, en el sentido tradicional intimista del término. El Chillán presente y real se ve ahora como una aldea donde "todo está en su lugar" no tanto por las observaciones objetivas sino por la lógica de la evocación. Además, las cosas que están en su lugar son "las golondrinas en la torre más alta de la iglesia", "el caracol en el jardín" y "el musgo en las húmedas manos de las piedras", donde se reconoce "la mirada celeste de mi abuela". Y dentro de esta lógica se mencionan hechos memorables de la del pasado personalizado: "el correo en la esquina de la plaza y la humedad en las murallas viejas". El tono ha sido casi desmedidamente sentimental, pero precisamente ahí aparece el verdadero Nicanor Parra, el poeta que se apropia de su objeto a través de su lengua; de hecho, cuando el texto parece desmandarse, el poeta se vuelve a su coloquio chileno y se reformula:
 "¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe uno apreciar la dicha verdadera".
 Luego cae otra vez en el sentimentalismo (pero un sentimentalismo verdaderamente sentido), pero una vez más se reformula, gracias al giro del coloquio: "vamos por parte, no sé bien qué digo, la emoción se me sube a la cabeza". Y volvemos a la mención de "hechos memorables" de ese pasado chillanejo: las ovejas que vuelven al establo, el ruido del mar y las hojas de los árboles, todo tan individualizado, que las ovejas son saludadas personalmente y las hojas enumeradas, situación absurda si nuevamente lo coloquial no pusiera las cosas en su sitio, pues después de esas salidas solo se pone la cuña de un paréntesis magistral: "perfectamente bien", o sea, como si el poeta nos dijera "yo sé por dónde voy". Pero eso no es todo. Ese Chillán evocado como la morada concreta de lo humano, es el lar, la morada de la familia: padre, madre, hermanos, perro, vino y un inexplicable ruiseñor encima da la mesa, todo difuminado por el paso del tiempo, pero reconocido como gusto y aroma íntimos. Recapitulemos: este Chillán no es un objeto de retórica generalizante como en "Epopeya de Chillán"; este Chillán de "Hay un día feliz" es un objeto singular y concreto de recuerdo vívido. El pie forzado del empalago retórico nos aleja del Chillán de la "epopeya"; el lirismo sentimental del día feliz nos entrega un momento personal hecho poema, o si se quiere, antipoema, sólido y entrañable, donde un Chillán de verdad se hace poema por la vía de la misma retórica, pero vitalizada por la internalización magistral de la lengua castellana en su versión chilena corriente, vital y productiva, tan diferente de esa "lengua chilena" fosilizada del facilismo folklórico. Sencillamente, el "lenguaje poético" ha cuajado en "lenguaje de poema". El verdadero territorio del poeta es su lengua.


 
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Araya, Juan Gabriel. 2000. Nicanor en Chillán. Concepción: Ediciones Universidad del Bío-Bío.

Borges, Jorge Luis. 1966. Discusión. Buenos Aires: Emecé.

Campaña, Antonio. 1995. Poesía y situación de Nicanor Parra. Santiago: Ediciones del Instituto de Estudios Poéticos.

Carrasco M., Iván. 1990. Nicanor Parra: la escritura antipoética. Santiago: Talleres de la Editorial Universitaria.

Guillén, Jorge. 1961. Lenguaje y poesía. Madrid: Revista de Occidente.

Malverde Disselkoen, N. Ivette. 1985-86. "La interacción escritura-oralidad en el discurso carnavalesco de los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui", en Acta Literaria N° 10-11, pp. 77-89.

Malverde Disselkoen, N. Ivette. 1988. "El discurso de carnaval y la poesía de Nicanor Parra", en Acta Literaria N° 13, pp. 83-92.

Morales T., Leonidas. 1972. La poesía de Nicanor Parra. Santiago: coedición Universidad Austral de Chile y Editorial Andrés Bello.

Ostria, Mauricio. 1988. Escritos de varia lección. Concepción: Ediciones Sur.

Rodríguez, Mario. 1996. Orbita de Nicanor Parra. Ediciones Universidad de Concepción; Serie Cuadernos del Bío-Bío N° 6.



APENDICE: DOS TEXTOS DE NICANOR PARRA



(1) Epopeya de Chillán (1939)

Que se levante el raudo viento azul del otoño
Que aquí no pasa nada, que puramente todo.
Chillán, Chillán existe como una rosa blanca
Sobre mi corazón húmedo y sin palabras.
Chillán, como una alta viña de nomeolvides
Eternamente pura sobre mi alma existe.
Que se levante el agua como un cisne furioso
Que aquí no pasa nada que solamente todo.
En la empinada torre de la montaña canta
Como un pájaro suelto la nieve y la mañana,
Chillán, igual que un toro con su clavel al cuello
Corriendo como un río como sangre lo siento.
Su caracol de plata retumba en mis oídos
Y en mis ojos de sombra se establece el rocío.
Chillán no está vencido, Chillán laurel alzado
Como en el verde campo los gentiles caballos.
Que se levante el trueno vivo de los tambores
Y el hortelano alegre que se levante entonces.
Chillán en cada gancho de cada lirio libra
Como la espada abierta de la noche sombría.
Que la naranja surge de su capullo de oro
Que aquí no pasa nada que eternamente todo.
Levántese el anillo de nuestra mano y sea
Levantado el brillante mineral de la tierra.
Chillán igual que un trébol o como un mar se extiende
Correcta de lucero inmaculada frente.
Aún te veo luna y aún turbio diamante
Derramándote sobre la ciudad como un sauce.
Y así como te veo marfil volando
Así te tiene preso mi pecho de corsario.
Que se levante pido la piedra como un ángel
Y la sin par abeja pido que se levante.
Chillán, Chillán el pueblo de la noche serena
Dilatada y sencilla como una floresta.
En tus jardines como cansados ruiseñores
Están tus estudiantes estudiando tus flores.
Chillán, abril celeste y otra cosa celeste.
Voy a pasar la vida recordándote siempre.
De ti nació la fina raigambre de la hoja
Y el hocico sangriento de la ruda paloma.
Que se levante entonces como una bestia el día
Que aquí todo una llama que aquí nada ceniza.
Que se levante el fuego como un caballo de oro
Que aquí no pasa nada que puramente todo.

(2) Hay un día feliz (1954)

A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante,
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas,
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar, las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, este es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mi singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, este es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente, el vino
Y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela.
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!




actualidad | Opinión

Despidiendo a Nicanor Parra: ¿se cumplieron las instrucciones para su funeral?
A los 103 años se va de la tierra el antipoeta, dejando consigo un legado inolvidable e inmortal. El país lo despide hoy en la Catedral de Santiago y sus restos quedarán en Las Cruces, junto a su familia y frente al mar.


Macarena Fernández  
2018-01-24 

"Ni muy listo ni tonto de remate. Fui lo que fui: una mezcla de vinagre y aceite de comer ¡Un embutido de ángel y bestia!" - Nicanor Parra.

Después de vivir un siglo: Chile celebra en grande el centenario de Violeta Parra.


Con actividades públicas en todas las regiones, Chile se viste de cuecas, arpilleras y folklor para homenajear los 100 años del nacimiento de la gran Violeta Parra.

Conversamos con el poeta y editor de Publicaciones UDP, Matías Rivas, quien lleva 15 años editando a Parra y quien estuvo a cargo de "El último apaga la luz"; libro que reúne la obra esencial del antipoeta, y que busca poner al día su obra.

Ayer en Francia se realizaron los funerales del fallecido artista nacional Ángel Parra. Su inesperada muerte ha golpeado en el mundo de la cultura tanto chilena como internacional, dando pie a una serie de homenajes y reconocimientos alrededor del mundo. ¿Qué hace a Ángel Parra alguien tan importante?

"De Pablo a Violeta" El dinner show que te ofrece lo mejor de la cultura y comida de Chile en un solo lugar.
¿Se imaginan recorrer la cultura, gastronomía y costumbres chilenas en solo tres horas? Ahora eso es posible: desde noviembre se estrena el primer dinner show de nuestro país, “De Pablo a Violeta” el nuevo centro gastronómico y cultural que busca entregar la mejor experiencia criolla. ¿Dónde? En pleno barrio Bellavista.
Nicanor Parra ha muerto a los 103 años. Hoy Chile lamenta la partida de este destacadísimo antipoeta nacional y en El Definido queremos que sepas por qué merece tantos homenajes.

Miércoles a las 12:30 pm., 29 grados en el centro de Santiago. Los rayos de sol azotan el pavimento de Plaza de Armas y las palomas andan más tontas que de costumbre. Aturdidas, cabizbajas, desplumadas. Pero la oleada de gente se ve ansiosa y copuchenta; haciendo una larga fila que dobla la cuadra.


¿La razón? En la propia Catedral de Santiago se está velando al antipoeta hasta las 21:00 hrs. Los restos ya inservibles del inmortal Nicanor Parra yacen en un ataúd de madera sencillo, rodeado por ramas de laurel, cubierto por una manta de parches coloridos cocidos a mano por su madre. Y así, Chile se despide en masa de uno de los mejores poetas de habla hispana de la historia.

"Voy & Vuelvo" descansa sobre su féretro y sus fanáticos, amigos y también los simples curiosos, se aferran a la idea cristiana de que ojalá ese artefacto no sea sólo una ironía del Parra, "ateo, gracias a Dios"; sino un atisbo de esperanza para creer en la resurrección de un irremplazable. Con la fe viva de que Parra va a levantarse, de que va a decir "se la creyeron" y de que va a vivir hasta que nos entierre a todos, porque después de vivir un siglo, Parra debiese volver a los 17.


Nicanor estaría contento. Murió el día en el que Piñera proclamaba su Gabinete, le robó el Trending Topic, opacando así los nombramientos, la política y sus formalidades de las que una y mil veces se rió. Consiguió dos días de duelo nacional y banderas a media asta. Y si bien sus "Últimas instrucciones" que escribió hace casi 50 años no se cumplieron en su velatorio en la Catedral (cómo se estaría riendo si hubiesen puesto la bacinica con flores sobre el cajón); su familia sí respetó sus últimos deseos:

No lo velaron en la Universidad de Chile. Murió en su casa en La Reina, como él quería, rodeado al aire libre por su familia, la que siguió sus verdaderas instrucciones. Y hoy, en nombre de todos los Parra, su hija Colombina amenazó por micrófono a las autoridades de la Catedral: si no tocan a Violeta Parra, la familia se retira inmediatamente del lugar… A los pocos segundos se escuchaba un tímido “Gracias a la Vida” por los parlantes.

En las primeras filas, su familia (hijos, sobrinos, nietos). A un costado sus grandes amigos y colegas; Jorge Edwards, Óscar Hahn y también José Antonio Viera Gallo. Y delante la presidenta Bachelet, Piñera y el ex ministro Cruz-Coke. Atrás, el pueblo, quienes tuvieron la oportunidad de acercarse y despedirse de esta leyenda; mientras su nieto Tololo leía un par de sus poemas y su hija Colombina entonaba un par de cuecas.

Su funeral se realizará mañana en Las Cruces, en una ceremonia privada en la Parroquia del pueblo, junto a su familia, tal como él lo había pedido; y sus huesos yacerán (con el permiso del Gobierno) ahí mismo, frente al mar y en la casa en la que vivía desde hace más de 20 años. Su familia lo despedirá a lo Parra, "bailando y cantando", como contó su sobrino Nano.

Y a lo mejor hasta en su lápida se respete también, con ironía, su epitafio: "De estatura mediana, con una voz ni delgada ni gruesa, hijo mayor de profesor primario, y de una modista de trastienda; Flaco de nacimiento, aunque devoto de la buena mesa. De mejillas escuálidas y de más bien abundantes orejas. Con rostro cuadrado, en que los ojos se abren apenas. Y una nariz de boxeador mulato, bajo a la boca de ídolo azteca. Todo esto bañado por una luz entre irónica y pérfida. Ni muy listo ni tonto de remate. Fui lo que fui: una mezcla de vinagre y aceite de comer ¡Un embutido de ángel y bestia!".

Hasta siempre Hombre Imaginario

"El Último Apaga la Luz", es el título del último libro publicado por Parra (editorial Lumen). Y si bien efectivamente Nicanor fue el mayor y el último del Clan Parra inicial en dejar esta tierra, y que con él se completan las tres cruces de las que tanto hablaba (la muerte de Neruda,  Huidobro y Parra); esperamos de corazón que esto no signifique que hasta aquí no más llega la buena poesía chilena.

Que su legado sea inspiración para que las nuevas generaciones de escritores tengan los cojones de Parra para remecer la poesía y la literatura, de romper cánones, dogmas y reglas lingüísticas, narrativas y sociales; y que cada día existan menos "tontos solemnes" y más "montañas rusas".

Esperemos que Nicanor ya se haya encontrado con su querida Violeta y con sus otros 7 hermanos, con su mamá Rosa Clara y con su papá Nicanor, y que hayan montado una carpa como la de La Reina. Invitando a Pablo Neruda, Víctor Jara, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Enrique Lihn, haciendo las paces con Gonzalo Rojas e incluso riendo con Pedro Lemebel; quien murió también un 23 de enero como Parra, y quien se caracterizó, al igual que él, por descolocar con sus crónicas, poesías y performances a una sociedad floja, cómoda y profundamente tradicional.

“Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”. Al hueso, sin anestesia. Así fue siempre el irreverente pero asertivo Nicanor.

Sin duda una generación de oro cierra su ciclo con la partida de Parra. Pero sabemos que si algo hizo Nicanor fue volverse eterno e inmortal a través de su poesía; permitiéndonos encontrarlo una y mil veces entre sus páginas y cómo no, en los homenajes de cada uno de los Parra que quedan y que vendrán y que, con orgullo, tomarán las riendas de suceder y honrar al clan inicial. Así nos lo confirma hoy la hija de Violeta, su sobrina Isabel.

"Llore si le parece, yo x mi parte me muero de risa" "La muerte es un acto colectivo" "El ataúd lo cura todo"

Y llegó el día y así y todo te volviste inmortal. ¡Hasta siempre Hombre Imaginario!