Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

martes, 30 de abril de 2013

144).-El Alma de la Toga (XI): CONCEPTOS ARCAICOS.-a


 Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Morguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes;Franco Gonzalez Fortunatti;   Demetrio Protopsaltis Palma; 

Abogado y la política
Abraham Lincoln
 12. CONCEPTOS ARCAICOS.

Todavía cunde y es invocado el viejo aforismo judicial "lo que no está en los autos no está en el mundo". A su amparo se ahorran muchos juristas la funesta manía de pensar. ¡Cosa más cómoda !  ¿No está en el folio tal ni en el folio cual?
¡Pues no existe!
Se comprendía  tan brutal encadenamiento del juicio cuando los contratos tenían fórmulas sacramentales y era tasada la prueba. 
Hoy, con el juicio de conciencia y la plena libertad contractual, es un absurdo. Porque la verdad es que en el mundo están las cosas aunque no se encuentren en los autos; y las realidades mundanas pesan más y tienen más importancia que la resultancia del diligenciado. 
Casi estoy por decir que no hay pleito que se falle estrictamente por lo que es él aparezca y digan las leyes. 
Viene de fuera una presión social incontrastable que, aun sin notarlo el juez, gravita sobre su ánimo e influye en su resolución. En un pleito conyugal, la esposa logra aportar pruebas favorables a su conducta; pero si el juez sabe, por ser de fama pública, que vive  en el libertinaje, este dato guiará la conducta judicial. Un mismo hecho y una mismas pruebas darán un resultado en un ambiente social, y otro absolutamente contrario en ambiente distinto. En interés lícito del dinero se aprecia fuera del pleito tanto como dentro de él. 
Mas ¿a qué fatigarse buscando ejemplos? Hay uno muy elocuente que se presenta a diario ¿No dice el Enjuiciamiento civil que durante el pleito de divorcio los hijos menores de tres años quedarán con la madre y los mayores con padre?
Pues a diario burlan los jueces la regla. y hacer bien. Cumplirla al pie de la letra es, en muchos ocasiones criminal: y si los jueces no han de hacerse cómplice de corrupciones o abandonos, deben proveer al cuidado de los niños como mejor conduzca a su defensa, digan lo que digan Códigos y autos.  
¿Y no se ve también en ocasiones, que la palabra de honor dada al informar por un Letrado respetable sobre un hecho que no costa en parte alguna, influye considerablemente en el espíritu del Tribunal ?
Hay en todas las relaciones humanas una serie infinita de matices, gamas, sinuosidades, acentuaciones y modalidades que escapan  la prueba y, no obstante, se presentan firmes, vigorosas, ante los ojos del juzgador. 
¿Será posible desdeñarlas porque no cupieron en un casillero probatorio?
La ley se ha asustado de tan probable yerro, y al estatuir la apreciación de las pruebas en conciencia ha abierto en los folios un enorme portillo para que en ellos a bocanadas el aire exterior. 
Igual sucede en otros muchos aspectos de la contienda judicial. ¿Cuantas veces  prosperará, ni  siguiera se alegará el defecto legal en el modo de proponer la demanda?  ¿Adonde fué a pasar la invocación de la acción ejercitada, que antaño se tenía como inexcusable y principalísima ?
Los informes forenses son a veces  arengas, a veces narraciones , a veces meros indices y ya casi nunca tienen aquella clásica pompa que los llenaba de enfática solemnidad... y de pesadez.
No hace mucho tiempo que un compañero-y de gran fuste- contrario mío en un pleito complejo, me reprochaba adustamente al contestar la demanda porque yo había dividido ésta en capítulos y dentro de cada uno había agrupado los respectivos hechos y fundamentos. 
Con la seriedad más aparatosa me decía que el Jugado no había debido admitírmela, porque era grade atrevimiento redactarla así... 
Ahora me acuerdo de aquel articulo de la ley de lo contencioso que manda cruelmente intercalar las alegaciones entre los hechos y los fundamentos legales, es decir, precisamente donde más estorban, porque rompen la ilación y la armonía del discurso.
Cada día cae por tierra uno de esos formalismos hueros que embarazan, complican y presentan como rito misterioso lo que en definitiva no debe ser otra cosa que dialogo entre gente con sentido común.
Y es lastima que todavía queden algunos en pie, como la cita del numero y articulo que autoriza el recurso, defendida por el Tribunal Supremo con una tenencia digna de mejor causa. 
Muestran los pueblos su progreso y su depuración por el dominio de lo sustantivo sobre lo formal, y es cosa triste ver a gente culta y buenas aferradas a mantener estos sobre aquello.

Ejemplo.

Recuerdo a este propósito un episodio lamentable en que me toco ser precursor de una reforma legislativa... y sufrir un descalabro. 
Un militar destinado a una de nuestras plazas fuertes de África había otorgado testamento ológrafo, y, no encontró papel sellado, por las circunstancial de la localidad, consignó su ultima voluntad  en un pliego timbrado con el membrete de la dependencia en que servía. fue declarado nulo el testamento por la falta de aquel requisito. Vino en recurso de casación sosteniendo que la aludida traba, meramente externa y claramente falta de sentido, debía preterirse ante lo sagrado de un testamento cuya autenticidad nadie podía en duda; aduje que, en sentido amplio, sellado era el papel en que el documento aparecía extendido; procure demostrar lo inconsistente del texto legal, ya que la índole del papel  nada quitaba ni ponía para identificar  la verdad del testamento; busqué salida alegando que el requisito podría ser exigible si el testamento ofrece dudas, pero no cuando era reconocido explicitamente como cierto.....
Todo fue inútil. Perdí el recurso como su hubiera defendido la herejía mas desaforada. 
¡Y poco tiempo después era reformado el articulo pertinente del Código civil y se suprimía, por baladí, el requisito del papel sellado !

Conclusión.

Antes casos tan flagrantes de injusticia perpetrados en aras de ritualismo necios, debieron todos los ciegos ejecutores de las leyes, sino también sus interpretes flexibles y discretos; mas aún, los inspiradores de su evolución; y los Letrados, por nuestra parte, debemos contemplar como uno de nuestros más honrosos menesteres el de que el espíritu recabara su ascendiente sobre la forma y se acercase a ser la única fuente de inspiración en la vida jurídica y el rector insuperable de las relaciones humanas        
Por el tradicional empeño de guardar lo aparatoso aunque pareciesen las realidades, es decir, por reverenciar los cánones sin contenido, pudo decir Baltasar  Gracían que "en Salamanca, no  tanto se trata de hacer personas cuando Letrados "

Comentario.

El señor  Ángel Ossorio y Gallardo

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lunes, 22 de abril de 2013

143).-El Alma de la Toga (X); ELOGIO DE LA CORDIALIDAD.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Paula Flores Vargas;Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig;

las abogadas




11.- ELODIO DE LA CORDIALIDAD.

Abogados y Magistrados suelen vivir en un estado parecido al que ley de orden publico llama ¿de prevención y alarma ?.
El juez piensa del Abogado: "¿En que proporción me estará engañando?"
Y el Abogado piensa del juez: "¿A que influencia estará sometido para frustrarme la justicia?".
Muy hipócrita sería quien negase que ambas suspicacias tienen fundamento histórico porque ni escasean los defensores que nientran ni faltan Magistrados rendidos al favor. Ellos aconseja derrochar el esfuerzo para procurar a aquellos una depuración ética y para modificar la organización de éstos en términos que aseguren su independencia.
Pero, aun siendo cierto el mal, no disculpa el régimen de desconfianza a que he aludido. Primero, porque el vicio no es general, sino de ejemplares aislados, y después, porque, aunque fuese mil veces mayor, nada remedian la malevolencia en el juicio ni la hosquedad en el trato.
Abundan los defensores correctos, veraces, enamorados del bien. Aunque se nos nieguen otras virtudes habrá de reconocerse que, día por día , aumenta entre nosotros la transigencia, que nos hace más  patriarcas que combatientes. Y en cuando a los administradores de la justicia, fuerza en confesar que nunca se rinden por venalidad (en todo el cuerpo judicial español no llegan a una docena los funcionarios capaces de tomar dinero); que no siempre se entregan a la influencia; y que cuando sucumben es bien a desgano, revolviéndose en ellos el espíritu de rebeldía consustancial en cada español, y la susceptibilidad característica de la autoridad en todos los órdenes. En cambio ¡ cuantos y qué representativos son los casos de los jueces que han comprometido la carrera, la tranquilidad y la hacienda por no someterse a una presión!

Nos hallamos tan habituados a pensar mal y a mal decir que hemos dado por secas las fuentes puras de los actos humanos. Cuando nos desagrada una obra o un dicho ajenos, no se nos ocurre que podemos ser nosotros los equivocados, o que su autor esté en un error, o proceda por debilidad, o se incline ante el amor o la piedad. No. Lo primero que decimos es: "se ha vendido" o "es un malvado" y, cuando más benévolos, "lo ha hecho por el gusto de perjudicarme".
Gran torpeza es ésta. Las acciones todas-y más especialmente las que implican un habito y un sistema, como las profesionales, -han de cimentarse en la fe, en la estipulación de nuestros semejantes, en la ilusión de la virtud, en los móviles levantados y generosos. Quien no crea que es posible volar, ¿cómo logrará levantar el vuelo ? 
Quien juzgue irremediablemente perversos a los demás, ¿como ha fiar en sí mismo, ni en su labor, ni en su éxito? Hay que poner el corazón en todas las empresas de la vida.
No se tome el consejo como dimanante de un optimismo ciego o de un lirismo pánfilo, enderezados  a aceptarlo todo y afluentes a una risible succión del dedo. De ninguna manera. ¡ Pues bonito concepto tengo yo de la humanidad! Mi insinuación  va caminada a distinguir la malicia genérica y abstracta, que constituye una posición mental inexcusable en los hombres discretos, de aquella otra desconfianza personalizada y directa que suele caracterizar al aldeano zafio y al usurero.
El espíritu tosco mira recelosamente no a la Humanidad, sino, uno por uno, a todos los hombres: "Este viene a robarme".
 "Ese no ha creído que yo soy tonto "
"Cuando el otro me saluda será porque le tiene cuenta".
"Si el de más allá me pide dinero, no me lo devolverá",
"Si el de más acá habla un rato conmigo, me despellejará después",
Tal enjuiciamiento es venenoso para el carácter, imprime un sello de ferocidad y encarrilla hacia un aislamiento humano.
Lo recomendable es previa aceptación de todas las maldades posibles, sin preocuparse de personificarlas. "¿Para que me buscara H?"" No lo sé" Y se le acoge con agrado. "¿Sabe usted  que H es un bribón ?""No me choca" Y se recibe la noticia sin el amargor del chasco.
Más claro: basta con saber que el hombre es igualmente capaz de todo lo bueno y de todo lo malo. A diferencia del perro, que sólo es nativamente apto para lo bueno.
Si nos mirásemos con ese sentido comprensivo los que pedimos justicia y los que la otorgan, el régimen judicial  se trasformaría esencialmente.
Hoy tiene un marcado sabor a pugnar. Cada vocero choca con otro y el tribunal con los dos.

Se respira en el pretorio un ambiente como de recelo orgánico.
 ¿Se pide reforma de una providencia? El juez supone que se trata sólo de una obcecación del amor propio de una argucia dilatoria.
¿Quedan los autos sobre la mesa para resolver? 
Los Abogados dan por averiguado que el Juez no los mirará.
¿Se escribe conciso? Es que el Abogado no estudia, sino que sale del paso.
¿Se escribe largo? No será por exigencia del razonamiento, sino por ansia de engrosar la minuta.
¿Perdemos el pleito? ¡Claro! De tales influencias gozó el contrario sobre el juez.
¿Le ganamos sin las costas? Ya que era imposible que nos quitasen la razón, sirvieron al adversario o a sus padrinos haciéndose ese regalo.
¿Le ganaremos con costas? No habían más remedio, pero, así y todo, los considerandos no nos llenan.
¿ Reconocemos que hasta está bien escrita la resolución  ?. ¡Pues no será del juez, sino del secretario, que es más listo !
Así no se puede vivir. Repito que esas hipótesis son, en ocasiones, tesis innegables, pero al trocar la excepción en regla, envilecemos nuestra razón, rebuscamos los móviles  en la cloaca y acabamos por creer  que ella es el mundo entero. difícilmente se calcula el influjo deletéreo que sobre las almas ejerce el habito de pensar mal.
La redención estaría  en considerar   que todos -Magistrados y Abogados-trabajamos en una oficina de investigación y vamos unidos y con buena fe a averiguar dónde está lo mas justo; a falta  de ello, lo menos malo, y en defecto de todo, lo meramente posible. Tan compleja es la vida que, con igual rectitud de intención, se puede patrocinar para un mismo conflicto la solución blanca y la negra y la azul. ¿Por qué empeñarnos en que a fuerza de cachetadas convalezca determinado color , cuando lo más probable es que sea preciso mezclarlos todos para formar la entonación que menos dañe a la vista ?

reformas a la administración de justicia.

Haría falta para esto perder un poco la afectación hierática con que las funciones judiciales se producen y abrir la compuerta al cambio de opiniones indispensable para el hallazgo de la verdad. Lo preferible sería acabar con exageración en que se desenvuelve  hoy el concepto de la jurisdicción rogada que hace a la justicia prisionera de su habilidad. el juez, dentro de los jalones fijados al litigio por las partes, debiera tener libertad para procurarse elementos de indagación, para formular preguntas a los Letrados, para discutir con ellos y para proponer soluciones distintas de las aportadas por los contendientes.  Es lastimoso que la humildísima simiente de esa libertad de investigación que existe en la ley de lo contencioso administrativo haya caído en desuso.   
Medidas segundarías, pero también útiles, serian la publicidad de los votos particulares juntamente con la sentencia, la libertad para que las partes pudieran, en toda clase de Tribunales, informar por sí misma sin necesidad  de valerse de Letrados, la facultad  de los juzgadores de pedir consejo a corporaciones, de tratadistas, a profesores o a otros Abogados sobre dudas de carácter jurídico.  
Conveniéndose de que la labor de procurar la justicia es de índole experimental como otra cualquiera, con apoyo en la realidad y matices científicos, acabarían por tener los juristas el espíritu análogo al de los biólogos o los químicos.
El estrado seria un laboratorio, como ya lo es el bufete, y cuando se perdiera en empaque se ganaría en efusión. Lo que somos los Abogados en los tratos para transigir, ¿por qué no habían de serlo los Magistrados en toda hora y en colaboración de aquellos ?   
Los pleitos se fallarían con más acierto y las almas ganarían en desembarazo y en limpieza.
          
Comentario.

El señor  Ángel Ossorio y Gallardo

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martes, 16 de abril de 2013

142).-El Alma de la Toga (IX): LA PALABRA.-a


Audiencia en un juzgado 

10.-La palabra.

-“Las vistas no sirven para nada. Debiera suprimirse”.

Claro que los Abogados que aseguran esto sólo pretenden deprimir a la Magistratura suponiéndola sorda-impermeable, dijo un hombre ilustre-al razonamiento oral. Y no piensan que el arma se vuelve contra quienes la esgrimen. Yo me pregunto cuando les escucho: “¿Que concepto tendrán de sí mismo estos compañeros?”
Hizo Maragall el elogio de la palabra en forma tan hermosa, tan soberana, que la materia quedó consagrada como intangible, y nadie, discretamente, puede mover el tema. A aquel texto hay que remitir a los incrédulos.
Quien no se fíe en la fuerza del verbo, ¿en qué fiara? El verbo es todo: estado conciencia, emotividad, reflexión, efusión, impulso y freno, estímulo  y sedante, decantación y sublimación…
Donde no llega la palabra brota la violencia. O los hombres nos entendemos mediante aquella privilegiada emanación de la divinidad, o caeremos en servidumbre de bruticie. (burricie = viene del animal "burro" es sinónimo tonto, rudo, poco educado)

¿Qué podrá suplir a la palabra para narrar el caso controvertido? ¿Con qué elementos se expondrá el problema? ¿De que instrumental se echará mano para disipar las nubes de la razón, para despertar la indignación ante atropello, para mover la piedad y para excitar el interés?
Por la palabra se enardecen o calman ejércitos y turbas; por la palabra se difunden las religiones, se propagan teorías y negocios, se alienta al abatido, se doma y avergüenza al soberbio, se tonifica al vacilante, se viriliza al desmembrado. Unas palabras, las de Cristo, bastaron para derribar una civilización y crear un mundo nuevo. Los hechos tienen, sí más fuerza que las palabras; pero sin las palabras previas los hechos no se producirían.
Abominen de la palabra los tiranos porque les condena, los malvados porque les descubren y los necios porque no la entienden. Pero  nosotros, que buscamos la convicción con las armas del razonamiento. ¿Cómo hemos de desconfiar de su eficacia?
Se alega que cuando hemos de decir en los informes ya consta en los escritos y huelga repetirlo. Prescindiendo de que no siempre es así, bueno será advertir que, para el efecto de persuadir, no cabe comparación  entre la palabra hablada y la escrita, y que en aquélla los elementos plásticos de la expresión mímica valen más que las resmas de papel y denuncian más claramente la sinceridad o la falacia del expositor.
Cuando tratamos asuntos personales, solemos decir que se adelanta más en media hora de conversación que en medio año de correspondencia. Y lo que es verdad en todos los órdenes de la vida, ¿dejará de serlo en el forense?
Hay aún otro argumento, definitivo a mi entender. Los pesimistas creen que en una vista los Magistrados, todos los magistrados, afrontando su recíproca crítica y el estigma de los Letrados y la censura del público, se han de dormir mientras hablamos o, aunque no se duermen, no nos han de escuchar no nos han de entender, y si nos entienden no nos han de hacer caso.
¡Y esos mismos desconfiados piensan que los tales jueces, sin la presión del acto publico, a solas en sus casas, velarán  por el gusto de saborear nuestros escritos y los desmenuzarán letra por letra y crearan cuando en ellos decimos!
  Hay que ser congruentes: Si un juez nos ofende no escuchándonos cuando nos vemos cara a cara, mucho menos nos honrará leyendo nuestras lucubraciones cuando estemos cada  cual encerrado en muestra casa. La compulsa entre la virtualidad  de la primera instancia y la segunda o el juicios criminal, me evitan nuevos conatos de demostración.


Historia.


Quiero contar aquí una anécdota que me confirmó, de manera irrebatible, en estas mis convicciones de siempre. Fui en cierta ocasión a informar como apelante en una Sala civil de Audiencia Madrileña (Corte de apelaciones). Al llegar, me detuvo en un pasillo el Secretario, diciéndome:
-Nos chocó mucho que nos asistiera usted a la vista de ayer.
--¿Ayer? –le replique-.ayer no tenía señalada ninguna vista.
-¿Cómo que no?-insistió -¡Ya lo creo!
Lo que ocurre es que todos nos descuidamos de vez en cuando.
-Claro que sí, y a mí puede pasarnos  como a cualquiera; pero le aseguro a usted que ayer no tenía yo señalamiento alguno.
-¡Si hombre, sí! El pleito de A contra B.
-¡A ése vengo hoy!
-¡A buena hora! Se vio ayer, y por cierto que su contrario tampoco asistió.
-¡Claro! Como que está aquí con la toga puesta para informar.
-¡Caramba! Eso ya me pone en cuidado. Porque es muy raro que se hayan confundido los dos.
Pero, en fin, tan cierto estoy de lo que afirmo, que, en confianza, le diré a usted que no sólo se dío  por celebrada la vista, sino que se falló. Lo pierde usted y llevo ya aquí puesta la sentencia, porque no hay ropa nueva. Se acepta totalmente la apelada.
Aquí debí lanzar una interjección. No recuerdo cuál fue ni podría afirmar que fuese publicable.
Pero de que la expeli estoy seguro, porque yo iba muy ilusionado con el caso y me parecía indefectible lograr la revocación.
Total, que advertido mi compañero y no menos sorprendido que yo, visitamos al Presidente para dar y pedir explicaciones de lo ocurrido, que resultó ser un quid pro quo entre el libro de señalamiento, el rollo y las notificaciones.
Deshecho el error y puesto que los dos Letrados estábamos presente y conformes, la Sala accedió a celebrar nuevamente  la vista en aquel instancia.
¡Calcúlese como subiría yo a informar, sabiendo que el negocio estaba ya prejuzgado…en contra mía!
Y sucedió que se revocó la sentencia apelada y gane el pleito.
¿Tengo o no tengo, con ese caso de la memoria, obligación de creer en la eficacia del informe?

Oratoria

Verdad es que hay magistrados inabordables, berroqueñas togadas para quienes la palabra y cualquier manifestación racional es igualmente ociosa. Con ellos sólo es útil la jubilación o la degollación. Mas es muy raro que en una sala no haya uno, siquiera uno (Suele haber más), que escuche, entienda y discurra. Y en habiendo uno, basta, porque se hace siempre “el amo de la situación” t arrastra a los otros.
No es justo volcar sobre los Magistrados el peso íntegro de la ineficacia del informe. Muchas veces tenemos gran parte de culpa los defensores por no hacernos cargo de la realidad, y hablar en forma inadecuada. Invito a mis colegas a reflexionar sobre estas cualidades de la oratoria forense:

A).-La brevedad.

 “Se breve-aconsejaba un Magistrado viejo a un Abogado joven-que la brevedad es el manjar predilecto de los jueces. Si hablas poco, te darán la razón aunque no la tenga…y a veces, aunque la tengas”.
Toda oratoria debe contar con esta excelsa cualidad, pero más singularmente la de estrados.
El magistrado lleva consagrada toda su vida a oír; no es joven; no tiene grandes ilusiones; está mal pagado; tiene secas las fuentes de la curiosidad; ha oído centenares de veces historias análogas y divagaciones idénticas.
¿Vamos a exigirle que se juzgue feliz atendiendo cada día a dos de nosotros, si le hablamos a razón de dos o tres horas cada cual?
No es cosa sencilla esto de ser breve. “Te escribo tan largo porque no he tenido tiempo para escribir más corto”, no he tenido tiempo para escribir mas corte”, nos enseña una frase memorable.
Y verdaderamente, el arte del orador escriba no poco en condensar, achicar y extractar antecedentes y argumentos, escatimando las palabras y vivificando la oración a expensas de sus dimensiones. Recuérdese la diferencia de cubicación entre una viña y el vino que se obtiene de ella. Proporción semejante ha de haber entre el contenido de un pleito y su defensa oral.

B).-La diafanidad.

En elogio de un Abogado, decía un magistrado amigo mío: “Había claramente, para que le entienda el portero de estrados; y si lo consigue, malo ha de ser que no le entienda también algunos de los señores de la Sala”. Aparte la hiperbólica causticidad del concepto, así hay proceder. Nuestra narración ha de ser tan clara que pueda asimilársela el hombre más desprevenido y tosco; no porque los jueces lo sean, sino porque están fatigados de oír enrevesadas historias. Años y años de escuchar el inmenso e inacabado barullo de nacimientos, matrimonios, defunciones, testamentos, trasmisiones de fincas, deslinden, pagares, escrituras, transacciones, etc. etc., acaban por formar en el cerebro judicial una especie de callo de la memoria productor de un invencible desabrimiento, de una absoluta inapetencia para asimilarse nuevas trapisondas de la humanidad. Tal disposición, más fisiológica que reflexiva, solo puede contrarrestarse diciendo las cosas precisas y en términos de definitiva claridad.
Hay  que hablar con filtros.

C).-La Preferencia a los hechos.

Alguna vez oí yo tachar a Díaz Cobeña en todo despectivo: “Es el Abogado de hecho”. ¡Y yo que en eso encontraba su mayor merito!
 Para cada vez que se ofrece un problema de estricto Derecho, de mera interpretación legal, cien mil dan casos de realidad viva, de pasión o de conveniencia.
Y eso es lo que hay que poner de relieve. La solución jurídica viene sola y con parquedad de dialogo. Las opiniones que he asentado al tratar de la sensación de la justicia  me excusan de una repetición.

D).-La cortesía desenfadada o el desenfado cortes.

Esto es, el respeto más escrupuloso para el litigante adverso y para su patrono… hasta el instante en que la justicia ordene dejar de guardárselo. Es imperdonable la mortificación al que está enfrente sólo por el hecho de estar enfrente; pero es cobarde deserción del deber el abstenerse de descubrir un vicio y de atacarle, ocultando así extremos precisos a la propia defensa, por rendirse a contemplaciones de respecto, de amistad o de otra delicadeza semejante. Al ponerse la toga, para el Letrado se acaba todo lo que no sea el servicio de la defensa.

E).-La política del léxico.

Entre nuestra deficientísima cultura literaria y la influencia del juicio por Jurados, los Abogados hemos avillanado el vocabulario y hemos degradado nuestra condición mental.
Bueno será no olvidar que somos una aristocracia y que, en todas las ocasiones, es la Abogacía un magisterio social.
Aquella compenetración que, en beneficio de la claridad, he defendido para que al Abogado le entienda un patán, no ha de lograrse deprimiendo el nivel de aquel, sino elevando el de éste.

F).-La amenidad.

En todo género oratorio hay que producirse con sencillez, huyendo de lirismo altisonante y de erudiciones empalagosas. Singularmente, los pleitos no se ganan ya con citas de Paulo, Triboniano y Modestinos, ni en fuerza de metáforas, imágenes, metonimias y sinécdoques.
Aquellos es sumergirse en un pozo, esto perderse en un bosque. El secreto está en viajar por la llanura, quitar los tropiezos del camino, y de vez en cuando provocan una sonrisa.
Conclusiones.
Y no se nos tache de charlatanes. Somos los que menos hablamos, juntamente porque la experiencia nos adiestra en la contracción, mientras los demás se recrean en la expansión. Decía el celebre Abogado Edmond Rousse, (Aimé José Edmond Rousse (18 de marzo de 1817, París- 1 de agosto de 1906, París) fue un abogado francés y (desde 1880 hasta su muerte) miembro de la Academia Francesa.) aplicándolas a Francia, estas palabras que a España convienen de la misma manera:
“¡Como si los Abogados fuesen los únicos que hablan en este país donde nadie sabe callar!
 ¡Como si todos los que nos representan y gobiernan fuesen personajes mudos del gran teatro en que día por día se devuelve la historia! 
 ¡Como si los filósofos, los pedagogos y los sabios, los escritores y los médicos, los periodistas y los algebristas, los economistas, los vandevillistas y los químicos no hablasen más alto y más fuerte que nosotros!
¡Como si no metiesen más ruido e hiciesen más daño del pueden hacer todos los leguleyos desaprensivos!”
Glosando esos conceptos el abogado y novelista Bordeaux (Henry Bordeaux (Thonon-les-Bains, Alta Saboya, 25 de enero de 1870 – París, 29 de marzo de 1963), abogado, novelista y ensayista francés), añade: “El orador que es Abogado sabe, por lo menos, coordinar un  discurso. Pero cuando La Bruyère (Jean de La Bruyére (París, 16 de agosto de 1645–Versalles.10 de mayo de 1696), fue un escritor y moralista francés.) se burlaba de esas gentes que habla un momento antes de haber pensado, de sobra sabía que se las encuentra en todos los empleos. La política es hoy su carrera”.



El señor  Ángel Ossorio y Gallardo

lunes, 1 de abril de 2013

141).-El Alma de la Toga (VIII): EL TRABAJO.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig;

Trabajo de Abogados

9.- EL TRABAJO.

Siendo personalísima la labor en todas las profesiones intelectuales, quizá en ninguna lo sea tanto como en la Abogacía. La inteligencia es insustituible, pero más  insustituibles aún son la conciencia y el carácter. Entre  nosotros, tanto o más se buscan y cotizan estas dos cualidades como aquella otra. Un sabio será peligroso como Abogado, porque propenderá a la intransigencia, y en su mano se enredarán las cuestiones. 
Otro ilustrado y despierto, pero de escasa pulcritud, constituirá un verdadero peligro social y su actuación debería clasificarse entre las industrias peligrosas, insalubres. Adviértase que entre ambos ejemplos no se acertaría a clasificar cuales son las condiciones más nocivas, si las buenas o las malas, porque un carácter esquinado es doblemente dañino si dispone de una gran competencia; y la falta de sentido moral no es tan de temer en los necios como en los inteligentes.
Diré mas. En el orden cultural el publico nos atribuye-y no va equivocado- un nivel genérico próximamente igual en todos, y donde establece las diferencias es en la rectitud de proceder, en la exteriorización artística, en la fama de que disfrutemos y -¡triste es decirlo!-en nuestra significación social, especialmente la política.
Rarísima vez oímos decir:  "¡Cuando sabe fulano!; le encomendaré mi pleito, porque tiene una erudición extensa y unos conceptos profundos".
En cmbio se ponderan y valoran las otras distintiva. "Consultaré a H porque es muy honrado y no me meterá en pleitos que no vea muy claros."
"Haré que defienda mi causa Z porque tiene una palabra arrebatadora " "Encomendaré el asunto a X porque pesa mucho en el tribunal."
No debemos delegar si es posible.

De estas innegables realidades se desprende que debemos esforzarnos en hacer por nosotros mismos los trabajos, ya que el cliente tomó en cuenta, al buscarnos, todas nuestras condiciones, desde la intimidad ética hasta el estilo literario. 
Mas como en gran parte de los despachos es absolutamente imposible que el titular realice personalmente la tarea integra, forzosamente habrá de delegar algunas en sus pasantes (Procuradores ) y quien proceda con escrúpulo efectuará la delegación por orden de menor a mayor importancia de los trabajos, llegando hasta no confiar a manos ajenas, mientras no sea inevitable, los escritos fundamentales, tales como el recurso de casación, el contencioso, la demanda, la contestación  y los dictámenes.      
Aun admitida la trasferencia, hay dos extremos a que no debe alcanzar (salvo acuerdo expreso o tácito con el cliente), a saber: el estudio del caso consultado y el informe oral. Podrá ser indiferente para el interesado que tal o cual escrito salga de manos del defensor o de las de un auxiliar suyo: pero la formación del juicio es cosa tan privativa de la psicología, tan dimanante de la conciencia, que el consultado se juzgaría defraudado si supiera que al decirlo que lleva o no lleva razón no habría intervenido nuestro temperamento, nuestro ojo clínico, nuestra experiencia, nuestra idiosincrasia, prendas que él buscó para su asesoramiento, muy por encima de la garantía de un simple titulo académico, igual en todos. 
Idéntico es lo que ocurre con las vistas. El litigante no requirió a un hombre con una toga puesta, sino al Abogado Fulano con su palabra, con sistema de razonar, con su acometividad y, sobre todo, con su prestigio en los estrados.
En cuanto a la manera de trabajar sería osado querer dar consejos, pues sobre la materia es tan aventurado escribir como sobre la del gusto. No quiero, sin embargo, dejar de exponer una observación personal. 

Método.

Parece lógico que, antes de coger la pluma, se haya agotado el estudio en los papeles y en los libros. seriamente, así debe hacerse, y no es recomendable ningún otro sistema. Pues, a pesar de reconocerlo, confieso que nunca he  podido sustraerme a practicar todo lo contrario.
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Cuando empezó a escribir  son muy rudimentarias, muy someras las ideas que tengo sobre el trabajo que he de realizar. Las cuartillas con su misterioso poder de sugestión poder de sugestión son las que me iluminan unas veces, me confunden otras, me plantean problemas insospechados hasta un minuto antes, me estiman encienden y exaltan. Tal problema fundamental y gravísimo que no acerté  a ver mientras estuve considerando el caso, me aparece amenazador y desconcertarte enganchado en un mínimo inciso de una oración; cual argumento que no me alcanzó en el estudio, surge diáfano al correr del a pluma....
No hay nada en el mundo sin explicación y pienso que esta rareza también la tiene. Los sujetos de contextura mental apriorista, doctrinaria, forman ante todo su construcción ideológica y la trasladan liego al poder. Al revés, para los realistas el escrito es ya la vida en marcha y al formarle muéstrese ella con sus apremios invitándonos a contemplarla en plenitud. Mientras estudio me considero aislado, y como no logro darme importancia a mi mismo, tampoco llego a ultimar mi sistema ni mucho menos a enamorarse de él. 
Pero las cuartillas son ya el dialogo, la comunicación con el mundo, el peligro de errar, el vislumbre del éxito, la tentación de la mordacidad, la precisión ineludible de ahondar en un punto oscuro o de minar con respeto lo que antes fue desdeñado; son la evacuación inexcusable de una cita, la compulsa de un documento, el delinearse las figuras del drama, el presentimiento de la agresión contraria... ¡Son la potencia biológica, en fin, tumultuosa, multiforme, arrolladora y soberana, que a un tiempo mismo nos encandila y nos esclaviza, recordándonos que somos cada uno muy poca cosa y que todos estamos sometidos a su imperio incontrolable! Pudiera decirse de este sistema que por la improvisación nos conduce a la reflexión.
             
Oratoria.

Informando  me ocurre todo lo contrario. Jamás  lo hagan son llevar guiones minuciosos, concretos, verdaderos extractos del pleito y cuya redacción (siempre hecha por mi propia mano, con signos convencionales y tintas de diversos colores) me invierte largo tiempo y me pone los nervios en insoportable tensión.  Esto responde, ante todo, al terror, al espantoso terror que me infunde el hacer uso de la palabra. Llevo cuarenta y cinco años hablando en todas partes y en todos los géneros , en Foro, en el Parlamento, en el Consejo, en el meeting ardoroso y en la serena conferencia académica, en centros de cultura y en villorrios humildemente; he ejercido ante los Tribunales de todas las jurisdicciones; he disertado en una escalera, en un pajar, en un horno de pan cocer (¡y encendido precisamente a mis espaldas! )en centenares de balcones, con auditorios de sabios para despellejarme o patanes para no comprenderme... Pues, a pesar de práctica tan dilatada y heterogénea, hoy me inspira la oratoria más espantosa que el primer dia. 
Lo cual obedece a que no hay obra más trascendente que la de poner nuestra alma en comunicación con otras y tratar de imbuirles nuestro propio pensamiento. Queremos, al hablar, que otros discurran como nosotros discurrimos, que obren como les recomendamos, que participen de nuestra responsabilidad... El orador es un autor por inducción para el cual no existe Código penal. Quien acometa ese empeño sin pánico es un insensato o un héroe. 
Para graduar, distribuir, acopiar y matizar la oración, el guion es indispensable. mas entiéndase que el guión no se refiere a las palabras , efectismo y latiguillos (destino que sólo le dan los cursis, quienes en materia oratoria están siempre en pecado mortal)ni constituye un atadero de la imaginación,ni una norma inquebrantable para formar el discurso. No. el guion es una especie de casillero donde llevamos convenientemente clasificadas las materias. Pero nosotros mandamos en el casillero, no el casillero en nosotros. Y así, al pronunciar el discurso sustituimos la materia, de una casilla, llenamos la que estaba vacía, vaciamos la que iba pletórica....y a veces pegamos fuego al casillero con todo su contenido.
Las contingencias de la polémica y las prescripciones de la oportunidad nos van recomendado lo que debemos hacer con el ideario clasificado; pero sin la clasificación previa, nuestro pensamiento  caería en la anarquía y seriamos juguetes del adversario diestro o del auditorio severo. Véase, pues, por qué al revés de lo que me ocurre con el trabajo escrito, voy en el oral por la reflexión a la improvisación. 

Resumen.

Como fin  de estas confesiones sobre el trabajo diré que, a mi entender, todas las horas son buenas para trabajar , pero más especialmente las primeras de la mañana, desde las seis hasta diez. Y ahí va la razón. a partir de las diez de la mañana nadie dispone de sí mismo. La consulta, las conferencias con otros colegas, las diligencias y vistas, las atenciones familiares, la vida de relación y las necesidades expansiones del espíritu consumen todo nuestro tiempo. Esto sin pensar en los Abogados que desempeñan destinos o que intervienen en la política. De modo que desde esa hora la Humanidad manda en nosotros. Hácese, pues, indispensable, si hemos de aprovechar la vida, que con antelación, y prevaliéndose de su sueño, gobernemos nosotros a la Humanidad. 
Michos advierten que lo mismo da trasnochar, recabando el tiempo cuando los demás se acuestan. no lo estimo así, porque antes de la diez de la mañana podemos dar el trabajo nuestras primacías y después de la diez de la  noche le concedemos sino nuestros residuos. Con la cabeza despejada se ordenan las ideas, se distribuyen las atenciones, se aprovechan el estudio. con el organismo fatigado después de una jornada de la abrumadora vida moderna, no es verosímil que se obtenga más que productos concebidos con esfuerzo, con artificio, en situación de agotamiento. 
En fin, todas las reglas del trabajo pueden reducirse a esta: hay que trabajar con gusto. Logrando acertar con la vocación y viendo en el trabajo no solo un modo de ganarse la ida, sino la válvula para la expansión de los anhelos espirituales, el trabajo es liberación, exaltación, engrandecimiento. De otro modo es insoportable esclavitud.      
Sin ilusión, se puede llevar los libros de un comercio, o ser delineante o tocar el trombón en una orquesta. En las mismas profesiones jurídicas cabe tener ilusión para el desempeño de un registro de la Propiedad, una secretaria judicial o una liquidación de Derechos reales. Son todas esas profesiones de las que se tira, obteniendo frutos análogos cualquiera que sea el estado de animo con que se ejerzan. pero abogado, no. el Abogado o lo es con apasionamiento lírico o no puede serlo, porque soportan de por vida una profesión que no estima es miserable aherrojamiento, solo comparable al de casarse con una mujer a la que no se ama; y quien lleva clavadas tales espinas no tiene resistencia más que para lo mecánico, para lo que puede hacerse con el alma dormida o ausente.

Comentario.

El señor  Ángel Ossorio y Gallardo

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