Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Paula Flores Vargas;Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig;
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las abogadas |
11.- ELODIO DE LA CORDIALIDAD.
Abogados y Magistrados suelen vivir en un estado parecido al que ley de orden publico llama ¿de prevención y alarma ?.
El juez piensa del Abogado: "¿En que proporción me estará engañando?".
Y el Abogado piensa del juez: "¿A que influencia estará sometido para frustrarme la justicia?".
Muy hipócrita sería quien negase que ambas suspicacias tienen fundamento histórico porque ni escasean los defensores que nientran ni faltan Magistrados rendidos al favor. Ellos aconseja derrochar el esfuerzo para procurar a aquellos una depuración ética y para modificar la organización de éstos en términos que aseguren su independencia.
Pero, aun siendo cierto el mal, no disculpa el régimen de desconfianza a que he aludido. Primero, porque el vicio no es general, sino de ejemplares aislados, y después, porque, aunque fuese mil veces mayor, nada remedian la malevolencia en el juicio ni la hosquedad en el trato.
Abundan los defensores correctos, veraces, enamorados del bien. Aunque se nos nieguen otras virtudes habrá de reconocerse que, día por día , aumenta entre nosotros la transigencia, que nos hace más patriarcas que combatientes. Y en cuando a los administradores de la justicia, fuerza en confesar que nunca se rinden por venalidad (en todo el cuerpo judicial español no llegan a una docena los funcionarios capaces de tomar dinero); que no siempre se entregan a la influencia; y que cuando sucumben es bien a desgano, revolviéndose en ellos el espíritu de rebeldía consustancial en cada español, y la susceptibilidad característica de la autoridad en todos los órdenes. En cambio ¡ cuantos y qué representativos son los casos de los jueces que han comprometido la carrera, la tranquilidad y la hacienda por no someterse a una presión!
Nos hallamos tan habituados a pensar mal y a mal decir que hemos dado por secas las fuentes puras de los actos humanos. Cuando nos desagrada una obra o un dicho ajenos, no se nos ocurre que podemos ser nosotros los equivocados, o que su autor esté en un error, o proceda por debilidad, o se incline ante el amor o la piedad. No. Lo primero que decimos es: "se ha vendido" o "es un malvado" y, cuando más benévolos, "lo ha hecho por el gusto de perjudicarme".
Gran torpeza es ésta. Las acciones todas-y más especialmente las que implican un habito y un sistema, como las profesionales, -han de cimentarse en la fe, en la estipulación de nuestros semejantes, en la ilusión de la virtud, en los móviles levantados y generosos. Quien no crea que es posible volar, ¿cómo logrará levantar el vuelo ?
Quien juzgue irremediablemente perversos a los demás, ¿como ha fiar en sí mismo, ni en su labor, ni en su éxito? Hay que poner el corazón en todas las empresas de la vida.
No se tome el consejo como dimanante de un optimismo ciego o de un lirismo pánfilo, enderezados a aceptarlo todo y afluentes a una risible succión del dedo. De ninguna manera. ¡ Pues bonito concepto tengo yo de la humanidad! Mi insinuación va caminada a distinguir la malicia genérica y abstracta, que constituye una posición mental inexcusable en los hombres discretos, de aquella otra desconfianza personalizada y directa que suele caracterizar al aldeano zafio y al usurero.
El espíritu tosco mira recelosamente no a la Humanidad, sino, uno por uno, a todos los hombres: "Este viene a robarme".
"Ese no ha creído que yo soy tonto "
"Cuando el otro me saluda será porque le tiene cuenta".
"Si el de más allá me pide dinero, no me lo devolverá",
"Si el de más acá habla un rato conmigo, me despellejará después",
Tal enjuiciamiento es venenoso para el carácter, imprime un sello de ferocidad y encarrilla hacia un aislamiento humano.
Lo recomendable es previa aceptación de todas las maldades posibles, sin preocuparse de personificarlas. "¿Para que me buscara H?"" No lo sé" Y se le acoge con agrado. "¿Sabe usted que H es un bribón ?""No me choca" Y se recibe la noticia sin el amargor del chasco.
Más claro: basta con saber que el hombre es igualmente capaz de todo lo bueno y de todo lo malo. A diferencia del perro, que sólo es nativamente apto para lo bueno.
Si nos mirásemos con ese sentido comprensivo los que pedimos justicia y los que la otorgan, el régimen judicial se trasformaría esencialmente.
Hoy tiene un marcado sabor a pugnar. Cada vocero choca con otro y el tribunal con los dos.
Se respira en el pretorio un ambiente como de recelo orgánico.
¿Se pide reforma de una providencia? El juez supone que se trata sólo de una obcecación del amor propio de una argucia dilatoria.
¿Quedan los autos sobre la mesa para resolver?
Los Abogados dan por averiguado que el Juez no los mirará.
¿Se escribe conciso? Es que el Abogado no estudia, sino que sale del paso.
¿Se escribe largo? No será por exigencia del razonamiento, sino por ansia de engrosar la minuta.
¿Perdemos el pleito? ¡Claro! De tales influencias gozó el contrario sobre el juez.
¿Le ganamos sin las costas? Ya que era imposible que nos quitasen la razón, sirvieron al adversario o a sus padrinos haciéndose ese regalo.
¿Le ganaremos con costas? No habían más remedio, pero, así y todo, los considerandos no nos llenan.
¿ Reconocemos que hasta está bien escrita la resolución ?. ¡Pues no será del juez, sino del secretario, que es más listo !
Así no se puede vivir. Repito que esas hipótesis son, en ocasiones, tesis innegables, pero al trocar la excepción en regla, envilecemos nuestra razón, rebuscamos los móviles en la cloaca y acabamos por creer que ella es el mundo entero. difícilmente se calcula el influjo deletéreo que sobre las almas ejerce el habito de pensar mal.
La redención estaría en considerar que todos -Magistrados y Abogados-trabajamos en una oficina de investigación y vamos unidos y con buena fe a averiguar dónde está lo mas justo; a falta de ello, lo menos malo, y en defecto de todo, lo meramente posible. Tan compleja es la vida que, con igual rectitud de intención, se puede patrocinar para un mismo conflicto la solución blanca y la negra y la azul. ¿Por qué empeñarnos en que a fuerza de cachetadas convalezca determinado color , cuando lo más probable es que sea preciso mezclarlos todos para formar la entonación que menos dañe a la vista ?
reformas a la administración de justicia.
Haría falta para esto perder un poco la afectación hierática con que las funciones judiciales se producen y abrir la compuerta al cambio de opiniones indispensable para el hallazgo de la verdad. Lo preferible sería acabar con exageración en que se desenvuelve hoy el concepto de la jurisdicción rogada que hace a la justicia prisionera de su habilidad. el juez, dentro de los jalones fijados al litigio por las partes, debiera tener libertad para procurarse elementos de indagación, para formular preguntas a los Letrados, para discutir con ellos y para proponer soluciones distintas de las aportadas por los contendientes. Es lastimoso que la humildísima simiente de esa libertad de investigación que existe en la ley de lo contencioso administrativo haya caído en desuso.
Medidas segundarías, pero también útiles, serian la publicidad de los votos particulares juntamente con la sentencia, la libertad para que las partes pudieran, en toda clase de Tribunales, informar por sí misma sin necesidad de valerse de Letrados, la facultad de los juzgadores de pedir consejo a corporaciones, de tratadistas, a profesores o a otros Abogados sobre dudas de carácter jurídico.
Conveniéndose de que la labor de procurar la justicia es de índole experimental como otra cualquiera, con apoyo en la realidad y matices científicos, acabarían por tener los juristas el espíritu análogo al de los biólogos o los químicos.
El estrado seria un laboratorio, como ya lo es el bufete, y cuando se perdiera en empaque se ganaría en efusión. Lo que somos los Abogados en los tratos para transigir, ¿por qué no habían de serlo los Magistrados en toda hora y en colaboración de aquellos ?
Los pleitos se fallarían con más acierto y las almas ganarían en desembarazo y en limpieza.
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