Audiencia en un juzgado |
10.-La palabra.
-“Las vistas no sirven para nada. Debiera suprimirse”.
Claro que los Abogados que aseguran esto sólo pretenden deprimir a la Magistratura suponiéndola sorda-impermeable, dijo un hombre ilustre-al razonamiento oral. Y no piensan que el arma se vuelve contra quienes la esgrimen. Yo me pregunto cuando les escucho: “¿Que concepto tendrán de sí mismo estos compañeros?”
Hizo Maragall el elogio de la palabra en forma tan hermosa, tan soberana, que la materia quedó consagrada como intangible, y nadie, discretamente, puede mover el tema. A aquel texto hay que remitir a los incrédulos.
Quien no se fíe en la fuerza del verbo, ¿en qué fiara? El verbo es todo: estado conciencia, emotividad, reflexión, efusión, impulso y freno, estímulo y sedante, decantación y sublimación…
Donde no llega la palabra brota la violencia. O los hombres nos entendemos mediante aquella privilegiada emanación de la divinidad, o caeremos en servidumbre de bruticie. (burricie = viene del animal "burro" es sinónimo tonto, rudo, poco educado)
¿Qué podrá suplir a la palabra para narrar el caso controvertido? ¿Con qué elementos se expondrá el problema? ¿De que instrumental se echará mano para disipar las nubes de la razón, para despertar la indignación ante atropello, para mover la piedad y para excitar el interés?
Por la palabra se enardecen o calman ejércitos y turbas; por la palabra se difunden las religiones, se propagan teorías y negocios, se alienta al abatido, se doma y avergüenza al soberbio, se tonifica al vacilante, se viriliza al desmembrado. Unas palabras, las de Cristo, bastaron para derribar una civilización y crear un mundo nuevo. Los hechos tienen, sí más fuerza que las palabras; pero sin las palabras previas los hechos no se producirían.
Abominen de la palabra los tiranos porque les condena, los malvados porque les descubren y los necios porque no la entienden. Pero nosotros, que buscamos la convicción con las armas del razonamiento. ¿Cómo hemos de desconfiar de su eficacia?
Se alega que cuando hemos de decir en los informes ya consta en los escritos y huelga repetirlo. Prescindiendo de que no siempre es así, bueno será advertir que, para el efecto de persuadir, no cabe comparación entre la palabra hablada y la escrita, y que en aquélla los elementos plásticos de la expresión mímica valen más que las resmas de papel y denuncian más claramente la sinceridad o la falacia del expositor.
Cuando tratamos asuntos personales, solemos decir que se adelanta más en media hora de conversación que en medio año de correspondencia. Y lo que es verdad en todos los órdenes de la vida, ¿dejará de serlo en el forense?
Hay aún otro argumento, definitivo a mi entender. Los pesimistas creen que en una vista los Magistrados, todos los magistrados, afrontando su recíproca crítica y el estigma de los Letrados y la censura del público, se han de dormir mientras hablamos o, aunque no se duermen, no nos han de escuchar no nos han de entender, y si nos entienden no nos han de hacer caso.
¡Y esos mismos desconfiados piensan que los tales jueces, sin la presión del acto publico, a solas en sus casas, velarán por el gusto de saborear nuestros escritos y los desmenuzarán letra por letra y crearan cuando en ellos decimos!
Hay que ser congruentes: Si un juez nos ofende no escuchándonos cuando nos vemos cara a cara, mucho menos nos honrará leyendo nuestras lucubraciones cuando estemos cada cual encerrado en muestra casa. La compulsa entre la virtualidad de la primera instancia y la segunda o el juicios criminal, me evitan nuevos conatos de demostración.
Historia.
Quiero contar aquí una anécdota que me confirmó, de manera irrebatible, en estas mis convicciones de siempre. Fui en cierta ocasión a informar como apelante en una Sala civil de Audiencia Madrileña (Corte de apelaciones). Al llegar, me detuvo en un pasillo el Secretario, diciéndome:
-Nos chocó mucho que nos asistiera usted a la vista de ayer.
--¿Ayer? –le replique-.ayer no tenía señalada ninguna vista.
-¿Cómo que no?-insistió -¡Ya lo creo!
Lo que ocurre es que todos nos descuidamos de vez en cuando.
-Claro que sí, y a mí puede pasarnos como a cualquiera; pero le aseguro a usted que ayer no tenía yo señalamiento alguno.
-¡Si hombre, sí! El pleito de A contra B.
-¡A ése vengo hoy!
-¡A buena hora! Se vio ayer, y por cierto que su contrario tampoco asistió.
-¡Claro! Como que está aquí con la toga puesta para informar.
-¡Caramba! Eso ya me pone en cuidado. Porque es muy raro que se hayan confundido los dos.
Pero, en fin, tan cierto estoy de lo que afirmo, que, en confianza, le diré a usted que no sólo se dío por celebrada la vista, sino que se falló. Lo pierde usted y llevo ya aquí puesta la sentencia, porque no hay ropa nueva. Se acepta totalmente la apelada.
Aquí debí lanzar una interjección. No recuerdo cuál fue ni podría afirmar que fuese publicable.
Pero de que la expeli estoy seguro, porque yo iba muy ilusionado con el caso y me parecía indefectible lograr la revocación.
Total, que advertido mi compañero y no menos sorprendido que yo, visitamos al Presidente para dar y pedir explicaciones de lo ocurrido, que resultó ser un quid pro quo entre el libro de señalamiento, el rollo y las notificaciones.
Deshecho el error y puesto que los dos Letrados estábamos presente y conformes, la Sala accedió a celebrar nuevamente la vista en aquel instancia.
¡Calcúlese como subiría yo a informar, sabiendo que el negocio estaba ya prejuzgado…en contra mía!
Y sucedió que se revocó la sentencia apelada y gane el pleito.
¿Tengo o no tengo, con ese caso de la memoria, obligación de creer en la eficacia del informe?
Oratoria
Verdad es que hay magistrados inabordables, berroqueñas togadas para quienes la palabra y cualquier manifestación racional es igualmente ociosa. Con ellos sólo es útil la jubilación o la degollación. Mas es muy raro que en una sala no haya uno, siquiera uno (Suele haber más), que escuche, entienda y discurra. Y en habiendo uno, basta, porque se hace siempre “el amo de la situación” t arrastra a los otros.
No es justo volcar sobre los Magistrados el peso íntegro de la ineficacia del informe. Muchas veces tenemos gran parte de culpa los defensores por no hacernos cargo de la realidad, y hablar en forma inadecuada. Invito a mis colegas a reflexionar sobre estas cualidades de la oratoria forense:
A).-La brevedad.
“Se breve-aconsejaba un Magistrado viejo a un Abogado joven-que la brevedad es el manjar predilecto de los jueces. Si hablas poco, te darán la razón aunque no la tenga…y a veces, aunque la tengas”.
Toda oratoria debe contar con esta excelsa cualidad, pero más singularmente la de estrados.
El magistrado lleva consagrada toda su vida a oír; no es joven; no tiene grandes ilusiones; está mal pagado; tiene secas las fuentes de la curiosidad; ha oído centenares de veces historias análogas y divagaciones idénticas.
¿Vamos a exigirle que se juzgue feliz atendiendo cada día a dos de nosotros, si le hablamos a razón de dos o tres horas cada cual?
No es cosa sencilla esto de ser breve. “Te escribo tan largo porque no he tenido tiempo para escribir más corto”, no he tenido tiempo para escribir mas corte”, nos enseña una frase memorable.
Y verdaderamente, el arte del orador escriba no poco en condensar, achicar y extractar antecedentes y argumentos, escatimando las palabras y vivificando la oración a expensas de sus dimensiones. Recuérdese la diferencia de cubicación entre una viña y el vino que se obtiene de ella. Proporción semejante ha de haber entre el contenido de un pleito y su defensa oral.
B).-La diafanidad.
En elogio de un Abogado, decía un magistrado amigo mío: “Había claramente, para que le entienda el portero de estrados; y si lo consigue, malo ha de ser que no le entienda también algunos de los señores de la Sala”. Aparte la hiperbólica causticidad del concepto, así hay proceder. Nuestra narración ha de ser tan clara que pueda asimilársela el hombre más desprevenido y tosco; no porque los jueces lo sean, sino porque están fatigados de oír enrevesadas historias. Años y años de escuchar el inmenso e inacabado barullo de nacimientos, matrimonios, defunciones, testamentos, trasmisiones de fincas, deslinden, pagares, escrituras, transacciones, etc. etc., acaban por formar en el cerebro judicial una especie de callo de la memoria productor de un invencible desabrimiento, de una absoluta inapetencia para asimilarse nuevas trapisondas de la humanidad. Tal disposición, más fisiológica que reflexiva, solo puede contrarrestarse diciendo las cosas precisas y en términos de definitiva claridad.
Hay que hablar con filtros.
C).-La Preferencia a los hechos.
Alguna vez oí yo tachar a Díaz Cobeña en todo despectivo: “Es el Abogado de hecho”. ¡Y yo que en eso encontraba su mayor merito!
Para cada vez que se ofrece un problema de estricto Derecho, de mera interpretación legal, cien mil dan casos de realidad viva, de pasión o de conveniencia.
Y eso es lo que hay que poner de relieve. La solución jurídica viene sola y con parquedad de dialogo. Las opiniones que he asentado al tratar de la sensación de la justicia me excusan de una repetición.
D).-La cortesía desenfadada o el desenfado cortes.
Esto es, el respeto más escrupuloso para el litigante adverso y para su patrono… hasta el instante en que la justicia ordene dejar de guardárselo. Es imperdonable la mortificación al que está enfrente sólo por el hecho de estar enfrente; pero es cobarde deserción del deber el abstenerse de descubrir un vicio y de atacarle, ocultando así extremos precisos a la propia defensa, por rendirse a contemplaciones de respecto, de amistad o de otra delicadeza semejante. Al ponerse la toga, para el Letrado se acaba todo lo que no sea el servicio de la defensa.
E).-La política del léxico.
Entre nuestra deficientísima cultura literaria y la influencia del juicio por Jurados, los Abogados hemos avillanado el vocabulario y hemos degradado nuestra condición mental.
Bueno será no olvidar que somos una aristocracia y que, en todas las ocasiones, es la Abogacía un magisterio social.
Aquella compenetración que, en beneficio de la claridad, he defendido para que al Abogado le entienda un patán, no ha de lograrse deprimiendo el nivel de aquel, sino elevando el de éste.
F).-La amenidad.
En todo género oratorio hay que producirse con sencillez, huyendo de lirismo altisonante y de erudiciones empalagosas. Singularmente, los pleitos no se ganan ya con citas de Paulo, Triboniano y Modestinos, ni en fuerza de metáforas, imágenes, metonimias y sinécdoques.
Aquellos es sumergirse en un pozo, esto perderse en un bosque. El secreto está en viajar por la llanura, quitar los tropiezos del camino, y de vez en cuando provocan una sonrisa.
Conclusiones.
Y no se nos tache de charlatanes. Somos los que menos hablamos, juntamente porque la experiencia nos adiestra en la contracción, mientras los demás se recrean en la expansión. Decía el celebre Abogado Edmond Rousse, (Aimé José Edmond Rousse (18 de marzo de 1817, París- 1 de agosto de 1906, París) fue un abogado francés y (desde 1880 hasta su muerte) miembro de la Academia Francesa.) aplicándolas a Francia, estas palabras que a España convienen de la misma manera:
“¡Como si los Abogados fuesen los únicos que hablan en este país donde nadie sabe callar!
¡Como si todos los que nos representan y gobiernan fuesen personajes mudos del gran teatro en que día por día se devuelve la historia!
¡Como si los filósofos, los pedagogos y los sabios, los escritores y los médicos, los periodistas y los algebristas, los economistas, los vandevillistas y los químicos no hablasen más alto y más fuerte que nosotros!
¡Como si no metiesen más ruido e hiciesen más daño del pueden hacer todos los leguleyos desaprensivos!”
Glosando esos conceptos el abogado y novelista Bordeaux (Henry Bordeaux (Thonon-les-Bains, Alta Saboya, 25 de enero de 1870 – París, 29 de marzo de 1963), abogado, novelista y ensayista francés), añade: “El orador que es Abogado sabe, por lo menos, coordinar un discurso. Pero cuando La Bruyère (Jean de La Bruyére (París, 16 de agosto de 1645–Versalles.10 de mayo de 1696), fue un escritor y moralista francés.) se burlaba de esas gentes que habla un momento antes de haber pensado, de sobra sabía que se las encuentra en todos los empleos. La política es hoy su carrera”.
El señor Ángel Ossorio y Gallardo
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