Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Paula Flores Vargas ; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo; Soledad García Nannig;
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Nicanor Parra por Fernando Villegas. |
‘My name is Ozymandias, king of kings; Look on my works, ye Mighty, and despair!’ Nothing beside remains. Round the decay of that colossal wreck, boundless and bare The lone and level sands stretch far away (Shelley). Cuando muere alguien del calibre de Nicanor Parra es imposible decir ni escribir nada relevante en su memoria. Para intentarlo -jamás con éxito- están las consabidas alabanzas del panegírico, ejercicio nunca falto de una fuerte fragancia a burocracia funeraria. El trabajo sólo es accesible cuando fallece cualquiera de nosotros, ciudadanos corrientes sin otro mérito que tal vez haber sido decentes; en casos así y precisamente porque no hay nada que decir se puede impunemente decirlo todo. Por eso, en términos de su reputación, casi nadie deja de estar en mucho mejores condiciones cuando muerto de como lo estaba cuando vivo. Pero, ¿qué se hace, qué se dice con y de los Parra? El mismo pidió que ojalá nada. “Cuidadito con velarme en el salón de honor de la Universidad de Chile o en la Casa del Escritor…”. Es lo que dijo. A veces no es necesario solicitarlo, porque de eso se encarga la indiferencia. Con Mozart no hubo cortejo ni discursos, sino sólo una fría y lluviosa tarde y el acompañamiento de los sepultureros; en otras, en cambio, como con Nicanor Parra, el sepelio toma un carácter de evento público con banderas a media asta, días de duelo oficial e innumerables discursos y homenajes. En ambos casos, sin embargo, no hay absolutamente nada, ni palabras ni ceremonias, que les haga justicia o injusticia. Es como hacerle gestos o venias al monte Everest. Cada sílaba dicha a propósito de ellos es una gastada redundancia. Los curas prometen la vida eterna y los eruditos la supervivencia de la obra. Estos últimos nos dicen, con una razón algo manoseada pero cierta, que la esencia de la vida de un genio es su obra y por eso los antipoemas de Nicanor gozarán para siempre la plenitud de la vida, vigentes y relucientes hasta el fin de los tiempos. Es verdad; la genialidad de “soy el individuo” ni ha muerto ni morirá. Podemos con confianza y sin menoscabo, nos aseguran, recitar la obra completa del difunto y aquí no ha pasado nada. En breve, nos quieren conformar con lo incorruptible de sus méritos y talentos, pero como sólo somos humanos y no el dios hindú Krishna contemplando con tranquila ecuanimidad las obras de los hombres, incluyendo sus sangrientas batallas, ese desapego está fuera de nuestro alcance. La desaparición en cuerpo y alma de Nicanor o de Mozart nos parecen abrumadoras e inconcebibles pese a la eternidad de la sinfonía Júpiter y pese a lo imperecedero de “soy el individuo”. Así somos; quisiéramos respirar siempre el aire que ellos respiran como queremos respirar sin fin el de nuestros seres queridos. Por eso no será ni con la obra convertida en monumento de mármol ni con engoladas oraciones fúnebres de secretarios de actas de la literatura que nos vamos a conformar. Sentimos, sencillamente, que el mundo se ha hecho más rasca. Es a Parra en cuerpo y alma, todo junto, lo que queríamos, su palabra, su mirada y genial desplante, el hombre al que podíamos oír y abrazar y besar en la frente. A ese es al que echamos de menos. Allá Dios con su eternidad. Parra ya no estará aquí y tendremos que digerir la dimensión de esa pérdida, no exorcizarla con palabrería acerca de su obra. Poco interesan las acrobacias proferidas por autoridades, acólitos, discípulos, admiradores y esos fastidiosos turistas líricos que se pasaron la vida hurgueteando a su alrededor. Al menos de eso Parra al fin se ha librado. Los artificios funerarios nacidos de una mera costumbre y protocolo, la consagración de las antologías, la momificación de sus antipoemas, nada reemplazará al ingenioso hidalgo. ¿Por qué entonces escribo esta columna? Supongo que sólo hago como todo deudo al lado del féretro, el pariente del fallecido que en el velorio relata anécdotas del difunto como si con eso pudiera resucitarlo siquiera un poco. A fin de cuentas es lo que siempre hacemos cuando invocamos, a veces obsesivamente, el recuerdo de un momento de júbilo. Es el pequeño pero aun así válido equivalente a la sinfonía Júpiter y a “Soy el individuo”. No fui ni pariente ni amigo de Parra, pero me permito y seguiré permitiendo la libertad de haberlo sentido siempre muy cercano a pesar de la enorme distancia entre su valía y la mía. Estuve con él sólo en tres aunque largas ocasiones y significaron más que amistades de toda una vida. En la primera me di el lujo de besarle la frente y en la segunda, en su casa de La Reina, ya se dignó contarme anécdotas como esta, la de “aquí vienen de vez en cuando unas chiquillas con amor por la poesía y que me solicitan “penétreme don Nica”. Mientras me lo contaba muy serio oía un casete que le llevé con La Ofrenda Musical de Bach y de un segundo al siguiente, lo juro, de las chicas que demandaban los favores de su penetración pasó a disertar sobre esa obra de Bach como si acabara de llegar de la corte de Federico Segundo. En la tercera ocasión, en su casa en la costa, me habló de relatividad y del rey Lear y lo hizo pasando de un tema a otro y de un idioma a otro, sin solución de continuidad, como si recitara un monólogo polifónico. Tal vez lo hizo así porque no se tomaba en serio ni me tomaba en serio y por eso le gustaba jugar a los idiomas, a los temas, pasar de la mecánica racional a la locura elogiada por Erasmo y a veces a la poesía. A esta última nunca la tomó muy serio. Sobre todo no la tomaba si era la habitual, la melodramática, la que se recita en los bares literarios de moda con los ojos en blanco, esa que retuerce semánticamente un lugar común para hacerlo parecer profundo y abusa de la credulidad de auditores que quieren aparecer como gente a la altura de las circunstancias. Me habló de eso y se rió de eso y de varios de sus cultores, aquí me reservo los nombres, pero sólo digo que ninguno era Zurita. Zurita es tal vez el único gran talento lírico que nos va quedando. “Hay que volver a Shakespeare”, me recomendó a propósito del rey Lear. Apenas lo hizo sacó de un cajón la traducción que preparaba en ese tiempo y me explicó el porqué tal giro de lenguaje en vez de otro. Entremedio desfilaron bandejas con vasos de vino y más tarde unas señoritas aparecieron y luego desaparecieron en el segundo piso. “Mis ayudantas” explicó Parra en tono pontifical. De las señoritas pasó a Arquímedes. “¿Sabías que estuvo a punto, él, un tipo del siglo III antes de Cristo, de desarrollar el cálculo infinitesimal?” me preguntó. Luego en su incansable e insondable mente apareció Bolaño. No hacía mucho había fallecido y lo tenía en alta estima. Sacó un artefacto que había hecho a propósito de Bolaño con una frase casi del último parlamento de Hamlet. Luego decretó: “Si Bolaño se hubiera quedado en Chile habría terminado escribiendo libretos para teleseries”. Y recordó cómo Gabriela Mistral se rehusaba volver porque “allá en mi país me van a tomar para el fideo”. ¿Quién hubiera podido jamás tomar para el fideo a Nicanor? Nadie, porque lo hacía él mismo. Tomó también para el fideo a sus lectores no una sino cien veces. Sus artefactos a menudo no son sino una brutal tomadura de pelo, aunque no eran sólo eso. Fue Nicanor, después de todo, el inventor del tren instantáneo a Chillán. El asunto siempre me ha hecho gracia y le pregunté cómo se le había ocurrido. Me explicó que no era broma sino una suerte de aplicación e ilustración de la teoría de la relatividad. “Hay que entender el tiempo de otro modo” agregó, pasando entonces a conjurar las bases históricas del tema citando a Heráclito y su famoso “panta rei”. Se hizo tarde. Las señoritas del segundo piso bajaron y proveyeron algo más de vino. Me acompañó a la salida, donde nos tomamos una foto. De eso han pasado 10 o más años, pero lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. No tuve ninguna premonición de que fuera a ser la última vez que conversaba con él y con toda razón porque vivió muchos años todavía. Esperé que existiera una cuarta vez, pero ya las estrellas no se alinearon como hubiera sido necesario. Mi premonición más exacta, de seguro, es que me tomó el pelo de principio a fin |
Nicanor Parra (1914-2018) Nicanor Segundo Parra Sandoval (San Fabián de Alico, 5 de septiembre de 1914-La Reina, Santiago, 23 de enero de 2018) fue un poeta, profesor, físico e intelectual chileno, cuya obra ha tenido una profunda influencia en la literatura hispanoamericana. Rupturista, desafiante, mordaz, la obra de este "raro inventor" produjo un corte radical en la poesía hispanoamericana, dando origen a un nuevo modelo literario: el antipoema. "Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa". Con estas palabras Nicanor Parra reconoce el impacto que su poesía causó en la literatura nacional. El poeta que subvirtió de manera tajante la lírica chilena en su época, nació en San Fabián de Alico, cerca de Chillán, en 1914, en el seno de una familia campesina. Junto a sus padres y numerosos hermanos -Violeta Parra entre ellos-, constituían una familia de clase media provinciana, sometida a la precariedad económica y continuos cambios de residencia. En 1932 se trasladó a Santiago para concluir los estudios secundarios en el Internado Barros Arana. En esta institución trabó amistad con Jorge Millas, Luis Oyarzún y Carlos Pedraza, con quienes compartió nuevas búsquedas literarias y artísticas. En 1933, ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, para iniciar las carreras de matemática y física. La personalidad inquisitiva y curiosa de Parra lo llevó a explorar todo el horizonte literario y cultural que lo rodeaba, descubriendo diferentes estilos, lenguajes y formas de arte contemporáneo. Este proceso traspasó toda su producción poética y lo llevó a profundizar su propia estética. En su primer libro publicado, Cancionero sin nombre (1935), incorporó la figura métrica del romance, el desarrollo narrativo de los poemas y el hablante poético como personaje de los versos. Según la crítica especializada, el modelo de este poemario fue el Romancero gitano de Federico García Lorca, aunque ya existen elementos que prefiguran la antipoesía. La sintonía con el romance provino del conocimiento de la cultura tradicional campesina que lo rodeó desde niño. En 1943 viajó a Estados Unidos becado por el "Institute of International Education" para continuar estudios de especialización, y los amplió a partir de 1949 en Gran Bretaña. Este período lo conectó con la literatura y cultura de Norteamérica y Europa, lo que potenció su labor poética. Dos años después de volver a Chile, en 1954, publicó Poemas y antipoemas, el libro que produjo un corte radical en la poesía chilena e hispanoamerica, y marcó la irrupción del modelo antipoético. En este volumen desarrolló su propuesta literaria, distinta de las que practicaban los creadores chilenos en ese momento: la antipoesía. Sus versos cargados de ironía, utilizan un lenguaje cotidiano, directo, con un ritmo que se adapta a la circunstancia a la que se refiere. La cueca larga (1958) muestra otra de la fuentes de inspiración de Parra: los festivos ritmos populares chilenos, que parodia con destreza. Desde este momento la producción de Parra se hizo prolífica: Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (1969), Artefactos (1972), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979), Chistes para desorientar a la poesía: Chistes parra desorientar a la policia (1983), Coplas de Navidad (1983), Poesía política (1983), Hojas de Parra (1985). Cada uno de estos libros revelan las premisas del modelo antipoético y la capacidad del poeta para hacerlo evolucionar. Esta extensa trayectoria posicionó a Nicanor Parra como uno de los protagonistas de las letras chilenas desde la segunda mitad del siglo XX. La influencia de su propuesta estética sobre la cultura nacional le valió obtener el Premio Nacional de Literatura en el año 1969. A los reconocimientos y homenajes que ha obtenido en Chile, Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2012), se han sumado importantes distinciones internacionales, entre las cuales destacan el Premio Juan Rulfo en 1991, el Reina Sofía en 2001 y, en 2011, el Premio Cervantes, máximo galardón de la literatura en lengua hispana. |
Nicanor Parra, la sublevación de la palabra (I) Poeta rebelde y corrosivo, vivió más de un siglo desafiando normas, religiones e ideologías. 05 de agosto de 2025 - 01:05 Marco Antonio Rodríguez, Columnista • Ciento tres años vivió Nicanor Parra (Chile, 1914-2018). Transcurrió el último tiempo en un lugar apartado del bullicio citadino. Caminaba enhiesto, el pelo blanco revuelto por el viento. “Jamás se peinaba ni saludaba con nadie”, dijo alguien el día de su muerte. Entrecejo acanalado, manos grandes y huesudas, mirada altiva: “ni el tiempo pudo conmigo”, confesó. Ropa ligera y su paso, cada vez más lento, tenía un aire imperioso; cuando los años lo iban doblegando, no aceptó ayuda de nadie ni usó bastón. “Hijo mayor de un profesor primario/ y de una modista de trastienda”, el poeta fue originario de un pueblo llamado Tierra de artistas. Vieja comarca pobre con cuatro siglos de vida, iluminada por la música que germina como por obra de ensalmo en sus entrañas para resonar en los hogares como una suerte de recompensa por sus carencias. Todos en su familia fueron músicos, salvo él, que dedicó su vida a la palabra. “El poeta no cumple su palabra si no cambia el nombre de las cosas” Violeta, ícono de la música folclórica, fue su hermana y discípula. La “cultura oficial” se incomodó con ella. El público que acudía a sus recitales era cada vez menor, no exento de asistentes que proferían improperios. A los 49 años ella se suicidó. Nicanor salió palabra en ristre para custodiar su memoria:
Antisistema, soberbio, obstinado, insumiso. Nadie se salvó de su crítica corrosiva, tampoco él:
Epitafio, que escribió para él mismo en 1969. ¿Nihilista, anarquista, ateo, socialdemócrata, ambientalista? Ni su vida ni su obra admiten encasillamientos. Los cubanos cancelaron su nombramiento como jurado del Concurso Casa de las Américas por haber cenado con la esposa de Richard Nixon. El poeta manifestó: “Está bien lo de Cuba, pero soy poeta libre”. Crítico, innovador, irritante, rupturista… “Y AHORA CON USTEDES/ Nuestro Señor Jesucristo en persona/ que después de 1977 años de religioso silencio/ ha accedido gentilmente/ a concurrir a nuestro programa gigante de Semana Santa”… Su rebelión revienta los fueros de la religión y la política. Pantomima y escarnio de una sociedad amordazada por la hipocresía. Invectiva inacabable, el “antipoeta” hurgó en la condición humana. Sarcasmo, humor y mofa: la tríada sobre la cual exhibe el inextinguible mural de la cultura popular Nicanor Parra, forjado por el verso lírico del idioma desplegado hasta sus confines. Sucesos extraídos de nuestro acontecer humano sin opulencias idiomáticas. La palabra poética despojada de todo ropaje suntuoso. Poesía desnuda. Hay quienes la siguen, otros la estrujan. Uno de sus detractores lo tildó de “amigo de la dictadura”. Parra escribió su poema Cristo de Elqui se defiende como gato de espaldas, 1980, zahiriendo a su censor, discurriendo sobre los problemas de Chile y acentuando su defensa ambientalista: “¿Yo partidario de la dictadura?/ no me haga reír amigo Volodia/ Ud. está tratando de tirarme la lengua/ hágase su voluntad”… Y en su lapidaria estrofa final: “¿Entre tanto qué hacen Uds.?/ caramba, repetir al pie de la letra la bufonada capitalista/ agáchate semana santa/ la misma jeringa con el mismo bitoque”… “¡SOCIALISTAS Y CAPITALISTAS DEL MUNDO UNÍOS!” Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948) preconizó la fundación de nuevos mundos a cargo de “pequeños dioses”, los poetas. Nicanor Parra es un simple ser humano y el amor le cruza cicatrices. “Todas las tardes imaginarias/ sube las escaleras imaginarias/ y se asoma al balcón imaginario/ a mirar el paisaje imaginario…/ Sombras imaginarias/ vienen por el camino imaginario/ entonando canciones imaginarias/ a la muerte del sol imaginario/… Y en las noches de luna imaginaria/ sueña con la mujer imaginaria/ que le brindó su amor imaginario/ vuelve a sentir ese dolor/ ese mismo placer imaginario/ y vuelve a palpitar/ el corazón del hombre imaginario”. La única palabra que no está atada a la imaginación es el dolor. El dolor, lo único sentido en un mundo despojado de sentido. Pero la vida sigue en su rutinario camino, sin que sepamos separar la realidad tangible y el dolor vivido en lo más profundo del ser. Nicanor Parra, la sublevación de la palabra (II) El antipoeta transformó la poesía con humor y lenguaje cotidiano. Su obra clave: Poemas y antipoemas 12 de agosto de 2025 - 01:05 Marco Antonio Rodríguez, Columnista • Nonagenario, Nicanor Parra obtuvo el Premio Cervantes. Su nombre merodeó durante años la sala donde suelen reunirse los jurados que dirimen el Premio Nobel. Cuando le hablaban del Nobel repetía su incisiva respuesta: “A otro Parra con ese hueso”. La funcionaria encargada de comunicar la concesión del Cervantes relató que no había podido hablar con el poeta porque –todos lo saben– no solía atender el teléfono. Impensable que el antipoeta se hubiera esforzado para cruzar el “charco” y recibir el premio. “Parra ya no se sube a los aviones. Ya no hay que subirse a los aviones”, sentenció y agregó: “El Premio Cervantes puede necesitar a Parra, pero no al revés. Si quieren que vengan a dejárselo”. Cuando se aglomeraron preguntas sobre su recalcitrante independencia, espetó: “Los Parra son nuestra antinobleza, algo así como la familia irreal”, en evidente desaire a la realeza. “La olvidé, sin quererlo, lentamente,/ Como todas las cosas de la vida” Recreador del lenguaje popular, es el poeta chileno que más hondo ha calado en el alma de su lugar de origen, y su irreverencia no solo se despliega en sus textos antipoéticos, sino en sus discursos que convirtió en prédicas por las cuales fluye como ácido mordiente su humor negro. Discurso del Bío Bío (Discursos de sobremesa), 2006, tituló el libro que los contiene. En una sesión en la cual se le concedió un doctorado honoris causa, deslizó estas líneas: “Advertiré que mi discurso consta de una sola palabra:/ Gracias Señor Rector/ Es un honor muy grande para mí/ Inmerecido por donde se mire:/ En esto sí que soy intransigente”. Y venias de por medio, se retiró. ¿Qué es la antipoesía? No hay mejor definición que la de Parra (1962): “La antipoesía es una lucha libre con los elementos; el antipoeta se concede a sí mismo el derecho a decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias que pueden acarrearle. Resultado: el antipoeta es declarado persona no grata. Hablando de peras puede salir con manzanas, sin que el mundo se acabe. Y si se acaba, tanto mejor, esa es precisamente nuestra finalidad última”. En 1954 Poemas y antipoemas remeció Chile y pronto su novedosa propuesta se esparció por Hispanoamérica. La chispeante parábola del coloquio chileno –humor y sátira–, modismos, habla popular, lenguaje cercano y directo, discurre por el libro. Asuntos de raigambre nacional y hasta localismos afianzando la identidad chilena. Nadie dejó de leer ese libro, a pesar de su Advertencia al lector: “La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,/ menos la palabra dolor./ La palabra torcuato./ Sillas y mesas sí que figuran a granel./¡Ataúdes! ¡Útiles de escritorio!” Lenguaje del diarismo usado por gente común. Cruzada popular por apoderarse del púlpito de la poesía sagrada. Canto general (1950) encumbró mundialmente a Pablo Neruda. De pronto, apareció Poemas y antipoemas, encarnando a su fantasma, Nicanor Parra, gruñón y solitario, antipolítico, se apoderó de la cátedra sagrada de la poesía nerudiana y llegó con su palabra extraída de las entrañas populares a la gente común. Había erigido el universo de la antipoesía. Malicioso, atrevido, esperpéntico, guasón, antisocial, “niño travieso y viejo decadente”, en las interioridades del poeta traqueteaba un ser desencantado del mundo y sus enigmas. “Considerad muchachos,/ Esta lengua roída por el cáncer:/ Soy profesor en un liceo obscuro,/ He perdido la voz haciendo clases./ (Después de todo o nada/ Hago cuarenta horas semanales)/… Observad estas manos/ Y estas mejillas blancas de cadáver,/ … ¡Estas negras arrugas infernales!/ Sin embargo yo fui tal como ustedes,/… Aquí me tienen hoy/ Detrás de este mesón inconfortable/ Embrutecido por el sonsonete/ De las quinientas horas semanales”. Canciones rusas, Hojas de parra, Obra gruesa, Versos de salón: libros clave de la antipoesía parreana. Pero acaso nada como su desconcertante Poemas y antipoemas. En este esplende con luz atemporal su Soliloquio del individuo. El poeta se despoja de su desigual habla en primera persona, decisiva y arrebatada, y crea una persona absoluta; por esta habla la humanidad, desde sus primeros pasos en la historia hasta nuestro tiempo: “Yo soy el individuo./ Primero viví en la roca y grabé./… Después traté de cambiarme a otra roca,/ … Me aburrí de las cosas que hacía,/ El fuego me molestaba,/… Para ver hay que creer, me decían,/… Formas veía en la obscuridad,/ Nubes tal vez,/ … Inventé unas máquinas,/ Construí relojes,/ Armas, vehículos/ … Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos./ Di a luz libros de miles de páginas,/ … Se construyeron también ciudades,/… Miré por una cerradura,/ … Mejor es tal vez que vuelva…/ A esa roca que me sirvió de hogar,/ Y empiece a grabar…/ De atrás para adelante./ El mundo al revés./ Pero no: la vida no tiene sentido”. |
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