Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

domingo, 29 de enero de 2017

292).-El anillos universitarios.


Ana Karina Gonzalez Huenchuñir  ; Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas



 Trumpismo.





El trumpismo es un movimiento político personalista de derecha radical, surgido en el Partido Republicano en el año 2015. En un inicio el trumpismo se configuraba como un movimiento político, que apoyaba la candidatura de Trump a liderar el Partido Republicano y sus postulados ideológicos nacionalistas, antiprogresistas y populistas.
 Actualmente ha tomado forma de una proto-ideología en sí misma, glorificando el estilo de gobierno y las políticas de Donald Trump durante sus dos presidencias. El trumpismo presenta aspectos del conservadurismo, paleoconservadurismo, neonacionalismo y el populismo de derecha,que además suele ser incluido dentro de los movimientos que promueven una democracia iliberal.
Los términos exactos de lo que constituye el trumpismo son controvertidos y lo suficientemente complejos como para desbordar cualquier marco de análisis único; se le ha llamado una variante política estadounidense de la extrema derecha,y el sentimiento nacional-populista y neonacionalista visto en múltiples naciones de todo el mundo desde finales de la década de 2010 hasta principios de la década de 2020. Aunque no se limitan estrictamente a ningún partido, los partidarios de Trump se convirtieron en una facción significativa del Partido Republicano de Estados Unidos, siendo el resto de los espacios políticos caracterizados a menudo como "establishment" en contraste. Algunos republicanos se convirtieron en miembros del movimiento Never Trump, y otros abandonaron el partido en señal de protesta.
Algunos comentaristas han rechazado la designación populista para el trumpismo y lo ven en cambio como parte de una tendencia hacia una nueva forma de fascismo, con algunos refiriéndose a él como explícitamente fascista y otros como autoritario y antiliberal. Otros lo han identificado más suavemente como una versión ligera específica del fascismo en los Estados Unidos. Algunos historiadores, incluidos muchos de los que utilizan una clasificación del tipo nuevo fascismo, escriben sobre los peligros de las comparaciones directas con los regímenes fascistas europeos de la década de 1930, afirmando que, aunque hay paralelismos, también hay importantes diferencias para su criterio
La etiqueta trumpismo se ha aplicado a movimientos nacional-conservadores y nacional-populistas en otras democracias occidentales, y muchos políticos fuera de Estados Unidos han sido etiquetados como aliados incondicionales de Trump o del trumpismo, o incluso como el equivalente de su país a Trump, por diversas agencias de noticias; entre ellos están Santiago Abascal, Shinzo Abe, Silvio Berlusconi, Jair Bolsonaro, Isabel Díaz Ayuso, Horacio Cartes, Juan Orlando Hernández, Rodrigo Duterte, Recep Tayyip Erdoğan, Nigel Farage, Pauline Hanson, Hong Joon-pyo, Boris Johnson, Jarosław Kaczyński, José Antonio Kast, Marine Le Pen, Narendra Modi, Benjamín Netanyahu, Nayib Bukele, Javier Milei, Victoria Villarruel, Viktor Orbán, Clive Palmer, Najib Razak, Eduardo Verastegui, Matteo Salvini y Geert Wilders.

Ideología

El trumpismo comenzó su desarrollo predominantemente en la campaña presidencial de 2016 de Trump. Denota un método político populista que sugiere respuestas nacionalistas a complejos problemas políticos, económicos y sociales.[36]​ Intenta movilizar a los marginados de la creciente desigualdad social, con una oposición declarada al establishment. Ideológicamente, tiene un acento populista de derecha. El trumpismo se diferencia del republicanismo clásico de Abraham Lincoln en muchos aspectos, con respecto al libre comercio, la inmigración, la igualdad, los controles y equilibrios en el gobierno federal y la separación iglesia-estado. Peter J. Katzenstein, del WZB Berlin Social Science Center, cree que el trumpismo se basa en tres pilares: nacionalismo, religión y raza.

Contenido

En términos de política exterior en el sentido de «America first» (Estados Unidos primero en español) de Trump, se prefiere una política unilateral a la multilateral y se enfatizan particularmente los intereses nacionales, especialmente en el contexto de los tratados económicos y las obligaciones de las alianzas. Trump ha mostrado un relativo desdén por Canadá, así como por los socios transatlánticos (la OTAN y la Unión Europea), quienes han sido considerados los aliados más importantes de Estados Unidos hasta ahora. Otra característica de la política exterior es la simpatía por los gobernantes autocráticos, especialmente por el presidente ruso Vladímir Putin, a quien Trump a menudo elogiaba incluso antes de asumir el cargo y durante la Cumbre Estados Unidos-Rusia de 2018.
En términos de política económica, el trumpismo promete nuevos empleos y más inversión nacional. La línea dura de Trump contra los excedentes de exportación de los socios comerciales estadounidenses ha llevado a una situación tensa en 2018 con aranceles punitivos mutuamente impuestos entre Estados Unidos, por un lado, y la Unión Europea y China, por el otro.[44]​ Trump se asegura el apoyo de su base política con una política que enfatiza fuertemente el nacionalismo, el antielitismo y la crítica a la globalización.

Retórica.

Retóricamente, el trumpismo emplea marcos absolutistas y narrativas de amenaza, caracterizadas por un rechazo del establishment. La retórica absolutista enfatiza los límites no negociables y la indignación moral por su supuesta violación. El patrón retórico dentro del mitin de Trump es común para los movimientos autoritarios. Primero, provoque una sensación de depresión, humillación y victimización. En segundo lugar, identifique vívidamente al enemigo que causa este estado de cosas y promueva teorías de conspiración paranoicas para inflamar emociones de miedo e ira. Después de recorrer estos dos primeros patrones entre la multitud, el mensaje final es una liberación catártica de energía reprimida por la multitud: la salvación está cerca, porque hay un líder poderoso que hará que la nación vuelva a su gloria anterior.
 Este patrón de tres partes fue identificado por primera vez en 1932 por Roger Money-Kyrle y más tarde publicó sus hallazgos en su "Psychology of Propaganda". Los informes sobre la dinámica de masas de los mítines trumpistas han documentado detalles de las expresiones del patrón y el arte escénico asociado, comparando la dinámica simbiótica de agradar al público con la del estilo de entretenimiento deportivo de eventos en los que Trump estuvo involucrado desde la década de 1980.
 Algunos académicos señalan que la narrativa sobre la psicología de tales multitudes común en la prensa popular es una repetición de una teoría del siglo XIX de Gustave Le Bon, quien describió una especie de contagio colectivo que une a una multitud en un frenesí casi religioso, reduce a los miembros a niveles de conciencia casi subhumanos. amenaza y anarquía.[55]​ la narrativa despersonaliza a los partidarios, la crítica es que los posibles defensores de la democracia liberal eluden simultáneamente la responsabilidad de investigar las quejas y, al mismo tiempo, politiza a la población entre el ellos y nosotros enmarcando en el antiliberalismo.
La retórica absolutista empleada favorece en gran medida la reacción de la multitud sobre la veracidad con un gran número de declaraciones falsas o al menos engañosas que Trump presenta como hechos.[58]​ Por ejemplo, en su discurso de aceptación de su nominación como candidato presidencial republicano el 27 de agosto de 2020, Trump afirmó que aprobó Veterans Choice, cuando en realidad Barack Obama firmó la ley en 2014; o afirmó que los demócratas querían abrir fronteras, lo que también se ha disputado.

Unión Europea

Por otra parte, el presidente estadounidense Donald Trump se mostró partidario del Brexit y durante su campaña presidencial en 2016 —que fue en parte paralela al proceso de referendo que originó el proceso— apoyó abiertamente a los partidarios de dicha causa como es el caso de Nigel Farage. Una vez tomada la decisión de salir de la UE, Trump no solo celebró la decisión sino que además advirtió de futuras nuevas salidas.​ Ya como presidente, desde enero de 2017, en varias ocasiones manifestó su oposición a la idea supranacional que representa la UE, y cuestionó la conveniencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).​ También se negó a dar continuidad al Acuerdo de París —firmado por la administración anterior a la suya— que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Psicología social

La investigación de la psicología social sobre el movimiento Trump, como la de Robert A. Altemeyer, Thomas Pettigrew y Karen Stenner, considera que el movimiento Trump está impulsado principalmente por las predisposiciones psicológicas de sus seguidores. Altemeyer y otros investigadores como Pettigrew enfatizan que no se afirma que estos factores brinden una explicación completa. Obviamente, están involucrados factores políticos e históricos importantes, como los ya mencionados. En un libro no académico en coautoría con John Dean titulado Pesadilla autoritaria: Trump y sus seguidores, Altemeyer describe una investigación que demuestra que los seguidores de Trump tienen una preferencia distintiva por órdenes sociales fuertemente jerárquicos y etnocéntricos que favorecen a su grupo.
A pesar de creencias e ideologías dispares e inconsistentes, una coalición de tales seguidores puede volverse cohesionada y amplia en parte porque cada individuo "compartimenta" sus pensamientos y es libre de definir su sentido del grupo indígena amenazado en sus propios términos, ya sea que estén relacionados predominantemente con sus puntos de vista religiosos (por ejemplo, el misterio del apoyo evangélico a Trump), nacionalismo (por ejemplo, el lema Make America Great Again), o su raza (manteniendo una mayoría blanca).
Altemeyer, Macwilliams, Feldman, Choma, Hancock, Van Assche y Pettigrew afirman que en lugar de intentar medir directamente tales puntos de vista ideológicos, raciales o políticos, los partidarios de tales movimientos pueden predecirse de manera confiable usando dos escalas de psicología social (individualmente o en combinación), a saber, la medida del autoritarismo de derecha (RWA, por sus iniciales en inglés) y aquellas similares desarrolladas en la década de 1980 por Altemeyer y otros investigadores de personalidad autoritaria, y la escala de orientación a la dominancia social (SDO) desarrollada en la década de 1990 por los teóricos del dominio social. En mayo de 2019, Altemeyer probó empíricamente su hipótesis en colaboración con el Instituto de Encuestas de la Universidad de Monmouth, que realizó un estudio empleando las medidas SDO y RWA y descubrió que la orientación al dominio social y la afinidad por el liderazgo autoritario están de hecho altamente correlacionadas con los seguidores del trumpismo.
La perspectiva de Altemeyer y el uso de una escala autoritaria y SDO para identificar a los seguidores de Trump no es infrecuente. Su estudio fue una confirmación adicional de los estudios mencionados anteriormente discutidos en MacWilliams (2016), Feldman (2020), Choma y Hancock (2017) y Van Assche & Pettigrew (2016). La investigación no implica que los seguidores siempre se comporten de manera autoritaria; la expresión es contingente, lo que significa que hay una influencia reducida si no es provocada por el miedo y la amenaza. La investigación es global y técnicas de psicología social similares para analizar el trumpismo han demostrado su eficacia para identificar a los partidarios de movimientos similares en Europa, incluidos los de Bélgica y Francia (Swyngedouw & Giles, 2007; Lubbers & Scheepers, 2002; Van Hiel, 2012; Van Hiel & Mervielde, 2002), los Países Bajos (Cornelis & Van Hiel, 2014) e Italia (Leone, Desimoni & Chirumbolo, 2014).

Recepción.

El historiador estadounidense Robert Paxton plantea la cuestión de si el trumpismo es fascismo. Paxton evalúa que, en cambio, está más cerca de una plutocracia, un gobierno de una élite adinerada. El profesor de sociología Dylan John Riley califica al trumpismo de «patrimonialismo neobonapartista». El historiador británico Roger Griffin considera que la definición de fascismo no se cumple ya que Trump no cuestiona la política de Estados Unidos ni quiere abolir sus instituciones democráticas.
El historiador argentino Federico Finchelstein analiza importantes intersecciones entre el peronismo y el trumpismo, ya que se percibe un desprecio por el sistema político contemporáneo (tanto en el ámbito de la política interior como en el exterior). El historiador estadounidense Christopher Browning considera que las consecuencias a largo plazo de las políticas de Trump y el apoyo que recibe del Partido Republicano para ellas son potencialmente peligrosas para la democracia. En el debate de habla alemana, el término hasta ahora solo ha aparecido esporádicamente, principalmente en relación con la crisis de confianza en la política y los medios de comunicación. Luego describe la estrategia de los actores políticos, en su mayoría de derecha, para agitar esta crisis con el fin de sacar provecho de ella. El British Collins English Dictionary nombró a «trumpismo» después de «brexit» como una de sus palabras del año 2016; el término denota tanto la ideología de Trump como su forma característica de hablar.
En Cómo perder un país: los 7 pasos de la democracia a la dictadura, la escritora turca Ece Temelkuran se refiere al trumpismo como un eco de una serie de puntos de vista y tácticas utilizadas por el político turco Recep Tayyip Erdoğan durante su ascenso al poder. Algunos de estos incluyen el populismo de derecha, la demonización de la prensa; subversión de hechos bien establecidos y probados (tanto históricos como científicos); desmantelar los mecanismos judiciales y políticos; hacer que temas sistemáticos como el sexismo o el racismo aparezcan como incidentes aislados; y la elaboración de un ciudadano «ideal».
El experto en ciencias políticas Mark Blyth y su colega Jonathan Hopkin también ven fuertes similitudes entre el trumpismo y movimientos similares hacia las democracias iliberales en todo el mundo, pero ven que está impulsado no solo por la repulsión, la pérdida y el racismo. Hopkin y Blyth argumentan que la economía global está impulsando el crecimiento de coaliciones neo-nacionalistas tanto de derecha como de izquierda que encuentran seguidores que quieren liberarse de las restricciones impuestas por las élites del establishment al servicio de la economía neoliberal y el globalismo.



Causas del trumpismo y por qué perdurará.

Por Revista Herramienta

El artículo de nuestro compañero Samuel Farber, publicado en la revista Jacobin unos días antes del asalto al Congreso de los Estados Unidos por las hordas trumpianas, es una explicación de las causas históricas, estructurales y coyunturales que explican el trumpismo y por qué seguirá siendo un peligroso fenómeno político y social durante la administración Biden, a pesar del fracaso del intento desesperado de cuestionar la derrota electoral de Trump. Pero también argumenta las razones por las que su marginación definitiva solo puede ser el resultado de políticas de izquierda que reunifiquen las reivindicaciones de unas clases trabajadoras divididas racialmente. Unas políticas que no serán las de la administración Biden. SP

Donald Trump perdió las elecciones de 2020. Pero ha generado un movimiento trumpista que probablemente le sobreviva. Durante sus cuatro años en el poder, Donald Trump introdujo una nueva forma de hacer política de la derecha que ha sido abiertamente autoritaria, racista, xenófoba y anti-ciencia. Esta política ha sido apoyada por una coalición electoral que comprende al menos el 40 por ciento del electorado. Si pudiera mantener este apoyo, podría postularse nuevamente para presidente en 2024 a la edad de setenta y ocho años. Si puede hacerlo dependerá de una serie de factores, incluido si sigue controlando el Partido Republicano.

Cualquier desafío republicano a su control del partido lo tiene difícil, teniendo que superar el hecho de que recibió el 47 por ciento de los votos en unas elecciones con una participación sin precedentes. Y se marcha con un Partido Republicano envalentonado por su presencia reforzada en el poder legislativo como resultado de la reducida mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Aunque los republicanos pierdan el control del Senado después de las elecciones en Georgia en enero, la presencia republicana seguirá siendo bastante fuerte, con la ayuda de demócratas conservadores como Joe Manchin de West Virginia.

Especialmente importante para el partido de Trump es su éxito a la hora de derrotar los intentos de los demócratas de mejorar su posición en las legislaturas de los estados que aprobarán la redistribución de circunscripciones basada en los resultados del censo de 2020. Al poder controlar el rediseño decenal de las circunscripciones electorales legislativas de los estados y del Congreso, los republicanos podrán continuar sus prácticas de manipulación electoral en detrimento no solo del Partido Demócrata sino también de la representación de las poblaciones negras y de otras minorías (con la ayuda, sin duda, de la reciente decisión política de Trump de acortar el tiempo para realizar el censo, que seguramente subestimará a las minorías y a la población urbana, principal bastión del Partido Demócrata).
Para garantizar la permanencia de estas políticas, Trump nombró nuevos jueces federales conservadores para aproximadamente el 25 por ciento de todos los puestos federales vacantes y transformó la Corte Suprema en un sólido bastión conservador, que lo seguirá siendo durante años. Trump ya ha restringido muchos derechos en temas como el aborto, la inmigración y el medio ambiente, medidas que pueden haberle ganado el apoyo de los votantes evangélicos que, aun reconociendo las poco cristianas infidelidades de Trump y su falta de respeto por las mujeres, lo apoyaron masivamente en las elecciones de 2020.

Al final, sin embargo, Trump y su partido terminaron pagando un alto precio por su política y su comportamiento. A diferencia de todos los presidentes recientes, nunca alcanzó una tasa de aprobación del 50 por ciento de los estadounidenses, que otros ex presidentes obtuvieron en el apogeo de su popularidad, y ha provocado la ira y la indignación de decenas de millones de estadounidenses, lo que finalmente condujo a su derrota.

Trump y el trumpismo

La vulgaridad, las mentiras descaradas, el narcisismo descontrolado, el racismo explícito, la misoginia y la actitud antiinmigrante de Trump han jugado un papel importante en la construcción de su imagen como alguien externo en el pantano corrupto de la élite política. H sido una pantalla eficaz para ocultar su agenda política y económica conservadora y sus vínculos con sectores importantes del gran capital.

Ni Trump ni la mayoría de los partidarios de Trump son fascistas. Pero una importante similitud entre el trumpismo y el fascismo alemán, cuya demagogia, antisemitismo y brutalidad nacionalsocialistas buscaban ostensiblemente defender los intereses del Volk alemán ,es que ambos han tratado de ocultar en la medida de lo posible sus fuertes vínculos conservadores con el gran capital. (No fue casualidad que el ala del Partido Nazi que se tomaba en serio sus pretensiones "socialistas" terminara siendo sangrientamente purgada por Adolf Hitler un año después de que asumiera el poder en la infame Noche de los Cuchillos Largos, del 30 de junio al 2 de julio de 1934). El estilo político de Trump ha evitado los tópicos republicanos sobre el libre mercado y el libre comercio que no movilizaban un apoyo político masivo. Esta es una de las razones por las que el trumpismo puede ser más duradero que el movimiento Tea Party de hace una década, que se centró en los temas más tradicionales de la derecha de oposición a los impuestos y al "gran gobierno".

Así fue como Trump pudo aplicar una estricta línea neoliberal en aspectos clave de la economía, con la excepción de su defensa del proteccionismo, que junto a sus políticas regulatorias en las áreas de política laboral y laboral, salud, educación, medio ambiente, y protección de los consumidores claramente han afectado negativamente a muchos de sus seguidores, en su mayoría blancos, de clase media y trabajadora. También ha obviado cualquier noción ética de conflicto de intereses al nombrar a empresarios y lobistas para dirigir las agencias públicas que se supone que deben supervisar y vigilar las empresas privadas de las que provienen.

El caso del Departamento de Educación con Betsy DeVos es particularmente ilustrativo. Todas sus políticas han buscado beneficiar a intereses inconfesables, como las escuelas profesionales privadas disfrazadas de colegios y universidades que dependen totalmente del dinero del gobierno y tienen resultados escandalosos de abandono académico y de acceso de sus graduados a trabajos en el mercado laboral.
La administración Trump también ha promovido a elementos lumpen-capitalistas involucrados de manera descarada en actividades comerciales que de hecho han puesto en peligro la vida de personas. Mike Davis ha señalado el caso de Forrest L.Preston, un seguidor incondicional de Trump, propietario de la cadena de residencias de ancianos Life Care, en la que numerosos pacientes y trabajadores han muerto como resultado de la malversación con fines de lucro de sus propietarios y gerentes durante la pandemia de Covid-19. La administración Trump y los gobiernos estatales republicanos han protegido por todos los medios a la cadena Life Care para evitar que sea llevada ante los tribunales, y el líder republicano del Senado, Mitch McConnell, ha insistido en que cualquier proyecto de ley de estímulo económico relacionado con COVID-19 debe proporcionar inmunidad legal general a las cadenas de residencias de ancianos.

Pero las violaciones de Trump de las normas establecidas no han afectado directamente al funcionamiento del capital estadounidense, sino que han estado dirigidas a las convenciones culturales que gobiernan el funcionamiento del "pantano" del establishment político, en particular las que refuerzan la legitimidad ideológica y la estabilidad del sistema político. Lo que es especialmente importante en relación con las convenciones del sistema no solo para asegurar una transición pacífica del poder político, sino para indicarle al pueblo que debe aceptar pacíficamente esa transición.
Basta comprar su negativa a aceptar la victoria de Biden con la decisión de Al Gore de no continuar su legítima disputa contra George W. Bush sobre las votaciones de Florida en las elecciones de 2000, y admitir y felicitar a Bush por su elección. La decisión de Gore se basó en su decisión política de no desestabilizar el sistema. A Trump no le importar en absoluto. Su incitación a sus partidarios para que gritaran "encerrarla" a Hillary Clinton y su público escarnio de los funcionarios del gobierno, desde el ex fiscal general Jeff Sessions hasta el Dr. Anthony Fauci, son ejemplos de su absoluta falta de preocupación por la legitimidad de las instituciones públicas y los funcionarios.
Cualquiera que sea el destino de Donald Trump en los próximos años, es probable que el trumpismo, como estado de ánimo político y mental, e incluso como movimiento, perdure más allá del propio Trump. El trumpismo tiene una base social real. Sus seguidores son una parte importante del 47 por ciento de los votantes que en las elecciones de 2020 votaron por él.

Las encuestas a boca de urna mostraron que cerca de la mitad de las personas blancas con educación universitaria votaron por Trump en 2020; lo mismo ocurrió con el 63 por ciento de los blancos "sin educación universitaria". Dado que esta última categoría representa el 41 por ciento del total de votos, ese 63 por ciento que votó por él representa aproximadamente veintisiete millones de votantes (aunque una proporción significativa de ellos no eran necesariamente trumpistas sino personas desesperadas por volver a trabajar tras ser despedidas por el COVID -19, despidos a los que Trump afirmó oponerse).
Las encuestas de opinión pública y los medios de comunicación han asumido que la falta de educación universitaria es un indicador del estatus de clase trabajadora. De hecho, aproximadamente la mitad de las personas que carecen de educación universitaria no son miembros de la clase trabajadora, sino comerciantes, vendedores independientes, supervisores y gerentes inferiores en sectores como el comercio minorista. Una parte importante de la base de Trump involucra a sectores de la clase trabajadora blanca (menos de lo que comúnmente se supone, pero sin embargo en números preocupantes) y sectores de la clase media blanca. Aunque concentrado en la categoría “sin educación universitaria”, el apoyo de Trump también proviene de grupos que se encuentran más arriba en la escala socioeconómica, ya que también obtuvo grandes contribuciones para su campaña de sectores importantes de la clase capitalista.

Quizás la forma más útil de entender el trumpismo es como una respuesta de la derecha a las condiciones objetivas de decadencia económica y a la sensación de decadencia moral en sectores importantes de la clase trabajadora blanca y la clase media junto con con las iglesias evangélicas predominantemente blancas y con los tradicionales conservadores blancos anti-gobierno.
Sin embargo, el trumpismo fue moldeado en gran medida por la política personal de Trump. No es el típico conservador. Por ejemplo, apoyó el derecho al aborto durante mucho tiempo antes de considerar presentarse a la presidencia. Pero lo que siempre fue central en su discurso fueron las políticas superpuestas del racismo y la xenofobia.
Trump es único entre los recientes presidentes estadounidenses que ha estado directamente involucrado en notorios incidentes racistas antes de su elección de 2016. En 1973, él y su padre fueron demandados por el Departamento de Justicia de Nixon por discriminar a los negros en los edificios de apartamentos que poseían y operaban en Queens. En 1989, Trump exigió, en anuncios pagados en periódicos, la pena de muerte para cinco jóvenes negros falsamente acusados ​​de atacar a una mujer blanca de veintiocho años en Central Park, reavivando el viejo estereotipo del hombre negro que ataca a mujeres blancas. Los cinco hombres pasaron años en prisión hasta que el verdadero culpable confesó su crimen. Y, durante años, dirigió la campaña "birther", que aseguraba que Barack Obama no ha nacido en los Estados Unidos sino en Kenia.

Es cierto que Trump ha intentado de vez en cuando parecer inclusivo, como en la Convención Nacional del Partido Republicano de 2020, muy probablemente bajo presión de los líderes del Partido Republicano para atraer a votantes independientes. Pero estos gestos simbólicos no alteraron su atractivo para los grupos supremacistas blancos (pidiendo a la banda de extrema derecha “Proud Boys” estar “preparados para todo”) ni su manipulación de los prejuicios raciales. Un ejemplo reciente y transparente fue su reciente compromiso público en julio de 2020 de proteger a los habitantes de los suburbios de clase media de la construcción de viviendas para personas de bajos ingresos en sus vecindarios, con el argumento de que se verían asediados por una ola criminal. Los ex candidatos republicanos a la presidencia también han recurrido a los miedos raciales como táctica electoral. Pero Trump lo ha llevado a un nivel cualitativamente diferente al explotar sistemáticamente esos temores para movilizar el apoyo blanco.
La política de Trump encontró un fuerte eco en la política de resentimiento blanco resultado de la absoluta falta de empatía, una actitud personalizada y legitimada por el propio Trump, que muchos estadounidenses blancos tienen por aquellos con quienes comparten la falta de atención médica y el desempleo, pero a quien definen como diferente. En las entrevistas de la socióloga Arlie Hochschild con personas blancas al borde de la pobreza en su libro Strangers in Their Own Land, descubrió que los entrevistados consideraban que los programas de acción afirmativa permitían a los negros y otras minorías salir adelante al “saltarse” injustamente la cola en la ellos, los estadounidenses blancos, habían estado esperando su turno. Este es un resentimiento totalmente impermeable al hecho de que esos negros y latinos han estado “haciendo cola” durante siglos, marginados por una discriminación racial sistemática.
Incapaces o no dispuestos a empatizar con las quejas de estas minorías, los trumpistas blancos ignoran sus protestas y luchas públicas considerándolas egoístas e ilegítimas y consideran que están favorecidos por los principales medios "falsos" de comunicación. Su resentimiento se extiende también a las luchas de otros trabajadores blancos que intentan defender sus derechos y beneficios en el trabajo.
Esta política de resentimiento está asociada con un profundo sentido de impotencia y es hostil a la lucha colectiva de los trabajadores y los grupos oprimidos, porque esas luchas socavan la auto-justificación del status quo. Este resentimiento se dirige a quienes se encuentran en una situación similar en la escala socioeconómica y a quienes se encuentran por debajo de ellos.
Gran parte de la fuerza política de Trump proviene de su reconocimiento de este resentimiento, de su manipulación y magnificación, y de haberlo articulado y dado una proyección pública. Ha explotado hábilmente su imagen de astuto multimillonario, que demostraría que esta dotado de los conocimientos necesarios para guiar con éxito la economía del país. La suya ha sido una hazaña notable, especialmente si se considera su historial como "capitalista lumpen", endeudado, con frecuencia en quiebra, sin escrúpulos en sus negocios e involucrado en tratos inconfesables con abogados corruptos como Michael Cohen y Roy Cohn, su mentor, y estafadores convictos como Roger Stone.                    

El surgimiento de Trump y el trumpismo

Hubo varios factores asociados con las elecciones presidenciales de 2016 que permitieron el ascenso al poder de Trump. Además de haber ganado, por márgenes muy estrechos, los estados clave de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, lo que le dio la ventaja ganadora en el número de compromisarios electorales, le benefició enormemente tener como oponente a una débil Hillary Clinton. El establishment de derecha y sus partidarios la odiaban con pasión, al igual que muchos votantes de izquierda o incluso buena parte de los independientes. A Trump también le ayudó el hecho crucial de que, si bien los candidatos en las primarias demócratas seleccionaban delegados a la convención de su partido en proporción a sus votos, ese no fue el caso en general en las primarias republicanas, lo que le permitió a Trump ganar las primarias republicanas con una menor proporción de votos de lo que hubiera sido el caso en las primarias demócratas.

Además de esos factores inmediatos, hubo una serie de cambios estructurales a largo plazo en la sociedad estadounidense que crearon espacio para su ascenso al poder y un movimiento trumpiano de derecha . Estos incluyeron la reacción de los blancos contra los movimientos por los derechos civiles y el poder negro de los sesenta y setenta, la politización de los evangélicos blancos como respuesta a la revolución cultural de los sesenta y a la decisión de la Corte Suprema sobre Roe v. Wade en 1973 sobre el aborto, y la política nativista y una reacción nativista y racista a los cambios demográficos que se han producido desde los años sesenta, que han reducido significativamente el tamaño de la mayoría blanca.

Todos estos procesos sociales y políticos convergieron y se reforzaron entre sí en el contexto del relativo declive de la economía estadounidense desde los años setenta. Y estuvieron acompañados por una reestructuración económica que afectó en gran medida a los trabajadores al reducir los salarios reales y la densidad de afiliación sindical, así como la reducción de empleos industriales que, gracias a la sindicalización, eran una importante vía de movilidad social para las familias de clase trabajadora negra y blanca.

La creciente competencia internacional que se hizo evidente en la década de 1960 con países como Japón y Alemania puso fin a la supremacía indiscutible del capitalismo estadounidense de posguerra y a la abundante prosperidad que había creado. Como parte de ese auge, el mayor en la historia de Estados Unidos, los trabajadores estadounidenses experimentaron aumentos sustanciales en los salarios reales. Eso incluía a los trabajadores negros, cuyos ingresos aumentaron durante ese período en términos absolutos (aunque sus salarios nunca alcanzaron la paridad con sus contrapartes blancas). Ese auge también permitió una extensión del estado de bienestar estadounidense con el establecimiento de Medicare y los cupones de alimentos. Fue la respuesta a las grandes rebeliones de esa década, dominadas por los movimientos de derechos civiles y de “poder negro” y por el activo movimiento de masas contra la guerra de Vietnam. Esos movimientos alimentaron a su vez otros, como los movimientos por los derechos de las mujeres y los homosexuales.

En ese momento, sin embargo, la economía de EEUU se estaba desacelerando y entró en un período de reestructuración. Como señaló Kim Moody en An Injury to All, durante la segunda mitad de la década de 1960, la clase capitalista estadounidense comenzó a experimentar una disminución en la tasa de ganancia y las tasas medias de crecimiento anual comenzaron a disminuir. En este nuevo clima económico, los capitalistas se opusieron a otorgar aumentos y mejoras en los salarios y las condiciones laborales para la clase trabajadora. Los sindicatos estadounidenses burocratizados no lograron organizarse una respuesta al endurecimiento del capitalismo estadounidense, sindicalizar los sectores de servicios en expansión y responder al crecimiento de los sectores no sindicalizados dentro de los baluartes sindicales tradicionales como la industria cárnica y la del automóvil. En 1979, la era de las cesiones y derrotas sindicales comenzó en Chrysler y pronto se extendió por toda la economía.

Mientras tanto, se desencadenó un proceso de desindustrialización, en gran medida, por el crecimiento sustancial de la productividad industrial (se necesitaban menos trabajadores para producir la misma cantidad de bienes en menos fábricas), particularmente en la industria pesada como el acero y el automóvil. Parte de esta desindustrialización implicó la subcontratación en el exterior de la producción de bienes, como en el caso de la confección y la electrónica. A mediados de los setenta, lo que los franceses llaman los “treinta años gloriosos” había llegado a su fin en Estados Unidos. Los salarios reales se congelaron y permanecieron así, excepto por un breve período en los noventa.

Desde entonces, la mayoría de los trabajadores estadounidenses pudieron mantener más o menos su nivel de vida gracias a la incorporación masiva de las mujeres a la fuerza laboral asalariada. Las familias de clase trabajadora tuvieron que trabajar muchas más horas para mantener y actualizar su nivel de vida. La producción masiva de productos básicos de bajo precio en Asia que comenzó en los años ochenta también contribuyó a mantener el nivel de vida estadounidense.          

Aun así, la reestructuración de la economía estadounidense, junto con la osificación de la burocracia sindical estadounidense, llevó a una disminución continua en la proporción de trabajadores organizados en sindicatos, que actualmente representan un magro 6.2 por ciento de los trabajadores del sector privado y un 33.6 por ciento en el sector público, mucho más pequeño. En lugar de los trabajadores industriales como antaño, los sectores más militantes de la clase trabajadora son los maestros de escuelas públicas y los trabajadores de las industrias de servicios "esenciales", como el transporte y la distribución.

Al mismo tiempo, hay una enorme clase trabajadora multirracial desorganizada, que trabaja sin ningún tipo de protección en el trabajo o está desempleada. Estos sectores han sido virtualmente abandonados por el Partido Demócrata, orientado a construir su base electoral entre los profesionales educados de clase media y los empresarios. Como lo expresó claramente el líder demócrata del Senado Charles Schumer en 2016: “Por cada obrero demócrata que perdamos en el oeste de Pensilvania, ganamos a dos republicanos moderados en los suburbios de Filadelfia, y eso se puede repetir en Ohio, Illinois y Wisconsin”. La erosión del poder sindical en los Estados Unidos es paralela en algunos aspectos importantes al declive de los partidos socialdemócratas y comunistas en Europa, que ha producido un peligroso vacío social y político que, como Marine Le Pen en Francia, está ahora siendo ocupado en los Estados Unidos por demagogos de derecha como Trump.

Contragolpe de la derecha

A finales de los sesenta, se comenzó a producir una contra-reacción blanca en respuesta a la revuelta negra, más particularmente contra la acción afirmativa. Pero la reacción mejor organizada de la derecha provino de la politización y organización de las conservadoras iglesias evangélicas estadounidenses blancas.

Los evangélicos, que no habían participado en política antes, entraron en la escena política en reacción a lo que consideraban la inmoralidad de la cultura de los sesenta y la legalización del aborto. Sobre esa base, se unieron al Partido Republicano en una alianza electoral implícita con los principales sectores de las grandes empresas que perseguían su propia agenda conservadora para responder al nuevo orden económico de competencia internacional y su reestructuración. A cambio de su apoyo, los evangélicos buscaron y lograron imponer medidas legislativas, como limitar el derecho al aborto y aumentar el apoyo del gobierno a la educación religiosa.

Pero esta coalición ha sufrido fricciones. Si bien los evangélicos apoyan abrumadoramente a Trump, sus aliados corporativos republicanos se han divididos y vuelto mas ambivalentes en relación son su respaldo a Trump. Aunque han obtenido recortes fiscales sustanciales y reducciones significativas en las regulaciones gubernamentales (dos de sus objetivos a largo plazo), muchos de los ejecutivos de negocios, especialmente los más previsores y con conciencia de clase, están inquietos y preocupados por la conducta políticamente impredecible y poco confiable de Trump. Así como sus lazos con la extrema derecha. Un sector importante también se opone a las políticas de inmigración de Trump, en especial en relación con los trabajadores altamente cualificados en Silicon Valley y la industria farmacéutica y los trabajadores poco cualificados en los cultivos agrícolas intensivos en mano de obra.

Un reflejo de las fuerzas en conflicto que afectan el comportamiento político de los capitalistas es su división a la hora de apoyar a los candidatos republicanos y demócratas. Mientras que en 2016, la mayoría de los capitalistas apoyaron a Hillary Clinton, el control de la administración y la situación económica relativamente buena antes del COVID-19 beneficiaron a Trump. Sin embargo, la mayoría de las contribuciones del gran capital en la campaña presidencial de 2020 fueron para Biden.

Los capitalistas que apoyaban a Biden provenían de las finanzas, los seguros, el sector inmobiliario, las comunicaciones y la electrónica, y defensa. Las contribuciones provenientes de los sectores de energía, agroindustria, transporte y construcción prefirieron a Trump. Otra evidencia de la división de la clase capitalista es que un número significativo de capitalistas se abstuvieron, según informes de los medios sobre Trump y la campaña presidencial, y decidieron, en cambio, canalizar sus contribuciones financieras a los candidatos republicanos al Senado, lo que puede ayudar a explicar por qué los republicanos obtuvieron en ellas mejores resultados de lo esperado.

Cambios demográficos y trumpismo

Otro cambio estructural a largo plazo que ha allanado el camino del trumpismo ha sido el creciente peso de la política anti-inmigranción. A pesar de ser una característica de larga data en la historia de Estados Unidos, comenzó a adquirir una nueva importancia como respuesta a una serie de cambios iniciados en los años sesenta. La Ley de Inmigración y Naturalización de 1965 abolió el antiguo sistema de cuotas establecido en 1924 que discriminaba a los inmigrantes no provenientes del norte de Europa. Esto condujo a una inmigración sustancial desde países de Europa del Sur y Oriental y la mayor parte de Asia a los Estados Unidos.

Más importante fue la creciente ola de inmigración desde México, particularmente evidente desde la década de 1980, como resultado del desplazamiento masivo de trabajadores agrícolas con la introducción de una agricultura capitalista menos intensiva en mano de obra (a veces con inversión estadounidense) en ese país. La inmigración mexicana, inicialmente concentrada en las ciudades del suroeste y las regiones agrícolas de California y otros estados occidentales, se expandió a las grandes ciudades de todo Estados Unidos en busca de empleo, incluidas áreas remotas lejos de los centros metropolitanos.

Durante varias décadas, el número de inmigrantes mexicanos y otros latinoamericanos, en su mayoría indocumentados, siguió creciendo. Sin embargo, ello cambió cuando la tasa de natalidad de los hispanos en los Estados Unidos cayó el 31 por ciento entre 2007 y 2017. En los últimos años, la inmigración mexicana y latinoamericana a los Estados Unidos ha sido superada por la inmigración asiática.

Estas oleadas de migración de los últimos cincuenta años han dado lugar a una serie de cambios demográficos que muestran, según los Current Population Reports de la Oficina del Censo de EEUU, que la proporción de no blancos comenzó a aumentar en 1970, y que en 1990 casi una de cada cinco personas no era blanca. La proporción siguió aumentando a una de cada cuatro personas durante las siguientes décadas. El mismo informe ha proyectado que la proporción de personas no blancas crecerá aún más: uno de cada tres estadounidenses pertenecerán a un grupo racial no blanco en 2060.

Este es el trasfondo del aumento del sentimiento anti-inmigrante, que culpa a los inmigrantes, particularmente a los inmigrantes pobres de color, de muchos de los problemas actuales de la economía estadounidense, como la escasez de empleos, que es el resultado en gran parte de una desindustrialización de la que no son responsables. Este sentimiento antiinmigrante, junto con los permanentes esfuerzos para reducir el número de votantes negros por parte de Trump y de las administraciones republicanas anteriores, ha jugado un papel clave en la manipulación de las circunscripciones electorales del congreso, estatales y locales, con el fin de evitar que los afroamericanos y los inmigrantes naturalizados voten a los demócratas. Ese ha sido el motivo de la manipulación descarada que se ha llevado a cabo en particular en los estados de Carolina del Norte, Michigan, Pensilvania y Wisconsin.

Ese mismo motivo anima la politización del censo por parte de Trump para evitar un conteo preciso de inmigrantes y minorías raciales y para excluir, en violación de la Constitución, a los inmigrantes indocumentados del conteo del censo. La misma política racista y anti-inmigrante anima los repetidos y flagrantes esfuerzos de las administraciones republicanas actuales y pasadas para excluir, o al menos hacer más difícil que los afroamericanos y los inmigrantes pobres de color voten. Esto fue expresado claramente por Donald Trump en el programa Fox & Friends en marzo de 2020, cuando acusó a los demócratas de querer un “volumen de votación que, si alguna vez se aceptaba, nunca permitiría volver a elegir a un republicano en este país".

El trumpismo y la desaceleración del crecimiento económico en Estados Unidos

Esencialmente, el trumpismo es una respuesta conservadora autoritaria al continuo abandono del Partido Demócrata de las quejas legítimas de grandes sectores de los votantes blancos que terminaron apoyando a Trump. Al hacerlo, estos votantes blancos esperaban que Trump revertiría la decadencia socioeconómica y política resultante de las políticas neoliberales que los propios demócratas aplicaron con Clinton y Obama, y muy probablemente continuarán con Biden.

Es cierto que la economía de los Estados Unidos sigue dando pasos importantes en campos como la alta tecnología, las comunicaciones, la ciencia médica y el entretenimiento. Pero, en términos generales, este progreso material no es tan grande ni está distribuido uniformemente como en períodos históricos anteriores. Como ha defendido el economista de la Northwestern University, Robert J. Gordon en dos influyentes artículos publicados en 2000 y 2018, desde principios de los años setenta, la economía estadounidense ha experimentado una disminución continua en la tasa de crecimiento de la productividad, excepto un resurgimiento temporal de 1996 a 2006, que ha reducido la tasa de crecimiento económico. Según Gordon, el mayor crecimiento de la productividad en los Estados Unidos ocurrió en el medio siglo entre la Primera Guerra Mundial y principios de los setenta.

Para Gordon, ese período de constante crecimiento de la productividad ha terminado. La disminución de la tasa de crecimiento de la productividad ha tenido un efecto negativo en la tasa de ganancia, lo que ha contribuido a los esfuerzos de los capitalistas por extraer una mayor producción de los trabajadores y otros ataques a las reivindicaciones de los trabajadores. También puede ser una razón clave que entre 1980 y 2020, el crecimiento del PIB real por persona de los Estados Unidos ha sido menos del 3 por ciento anual y se ha desacelerado continuamente.

El ataque capitalista a las reivindicaciones de los trabajadores ha aumentado la distribución desigual y sesgada de la riqueza y ha fortalecido la oposición capitalista a los impuestos necesarios para una mejora sustancial para el acceso a servicios como educación y atención médica. La educación de la mayoría de las personas ha seguido deteriorándose y, a pesar de los avances en la ciencia médica, también lo ha hecho la atención sanitaria. Junto con la respuesta totalmente inadecuada a la pandemia de COVID-19 y la destrucción del medio ambiente de las administraciones tanto republicanas como demócratas, todo ello es expresión de la decadencia capitalista. Revelan la incapacidad sistémica de un sistema social para asegurar su supervivencia a largo plazo, para proporcionar una alternativa real y una solución a las crisis ecológicas, económicas y sociales que aumentan considerablemente la probabilidad de pandemias y para aplicar una respuesta de salud pública eficaz e igualitaria ante estas pandemias.

Abandonada a su destino de desindustrialización y desempleo estructural, la América blanca sigue sufriendo los efectos de la desesperación, hundida en el consumo generalizado de opioides y el aumento de las tasas de suicidio. Los afroamericanos continúan siendo víctimas de la brutalidad policial y un mercado laboral y de vivienda altamente inestable que ha aumentado la precariedad de su nueva clase media en expansión, mientras que la mayoría negra sigue siendo pobre a pesar de que una minoría negra asciende a los rangos gerenciales y ejecutivos. En la última década, la deuda de los estudiantes se ha convertido en una carga cada vez mayor para los estudiantes universitarios que, al igual que sus compañeros no universitarios, no esperan vivir como la generación de sus padres. El creciente número de jóvenes que tienen que trabajar en McDonald's y sus equivalentes minoristas no pueden sentirse optimistas sobre su futuro cuando sufren no solo bajos salarios, sino que están obligados a cambios repentinos de horarios de trabajo que causan estragos en sus vidas, especialmente si tienen niños pequeños. Estas son las expresiones concretas del prolongado aumento de la desigualdad en los Estados Unidos, el país con la distribución más desigual tanto de riqueza como de ingresos per capita entre las economías del G7.

La prosperidad material ha sido indispensable para el mantenimiento de la cohesión social y la paz en una sociedad estadounidense altamente individualista, donde históricamente la solidaridad basada en lazos de clase y comunidad ha sido comparativamente débil. A medida que esta prosperidad retrocede, queda la gran pregunta: Qué fuerzas sociales surgirán para luchar por una alternativa progresista, democrática y socialista desde abajo a la reacción de la derecha, sea trumpiana o no?

Samuel Farber nació en Marianao, Cuba. Profesor emérito de Ciencia Política en el Brooklyn College, New York. Entre otros muchos libros, recientemente ha publicado The Politics of Che Guevara (Haymarket Books, 2016) y una nueva edición del fundamental libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Verso, 1990, 2018).

Publicado por sinpermiso el 10/01/2020


 
Trumpismo: el poder de la utopía.


Por Santiago Alba Rico
Filósofo, escritor y ensayista

30/01/2025

El éxito del fascismo, en el período de entreguerras del siglo pasado, fue el de saber combinar lo viejo y lo nuevo a los ojos de poblaciones cansadas de democracia. El trumpismo, como rubro integrador de distintas variantes del fenómeno, ha sabido encontrar hoy de nuevo esa conexión, como quedó claro en la ceremonia de investidura (o de coronación) del pasado día 20, donde reaccionarios cavernícolas y libertarianos digitales compartieron el protagonismo público en la tribuna. 
Esta conexión es a veces reivindicada de forma muy consciente por los pensadores (que los hay) del trumpismo. Hace unos días, por ejemplo, leía en Le grand continent una entrevista a Curtis Yarvin, “profeta de la ilustración oscura”, quien propone para el mundo, como garantía de “eficacia” y buen gobierno, una “monarquía tecnológica”: regímenes dictatoriales muy jerárquicos dirigidos por CEOs geeks, esos expertos en gestión de empresa que han demostrado su capacidad para hacer crecer sus negocios desde un garaje.
 Esta conversión del Estado en una start-up implica al mismo tiempo una dimensión exterior y otra policial: restauración del dominio imperial y reclusión perpetua de todos los ciudadanos “inútiles” (en celdas, eso sí, virtuales o metavérsicas en las que a los remanentes sociales se les mantendrá cebados de imágenes, como a bestias de una granja de Matrix). Yarvin no es un autor marginal; yo sí. Lo leen J.D. Vance, vicepresidente del Imperio, y Peter Thiel, el guru de las utopías libertarianas de Sillicon Valley. A mí no. Recogiendo la idea de Guillaume Lancereau, podría decirse que el aceleracionismo reaccionario de Yarvin sintetiza el pensamiento de Aleksandr Dugin (uno de los inspiradores ideológicos de Putin) y el icarismo de Elon Musk, el millonario juguetón que quiere colonizar Marte. 

El trumpismo, como nuevo fascismo mundial, sacia, pues, estos dos apetitos de las clases medias amenazadas: el de seguridad y el de aventura. Ofrece lo más viejo y lo más nuevo. Promete patria, familia, sexo antiguo, imperio y guerras de religión; y al mismo tiempo espolea la fantasía del consumidor con un excitante horizonte de bitcoins, viajes espaciales y soluciones tecnológicas basadas en la IA. Trump cita la Biblia y recibe el apoyo incondicional de un poderoso piquete de propagandistas cristianos (Jerry Fallwell Jr., Billy Graham o la televangelista Paula White-Cain) mientras se subleva contra la OMS, promociona las criptomonedas y se rodea de milmillonarios digitales: Musk, Zuckerberg, Bezos.

 La idea de una “monarquía digital” resume perfectamente la síntesis de lo más viejo y lo más nuevo: si la democracia no funciona, volvamos a la dictadura; si solo funcionan las empresas capitalistas, pongamos el poder, sin mediaciones políticas ni restricciones, en manos de los que las gestionan. Los valores del antiguo régimen, pues, junto a la libertad sin límites, muy antisistema, para creer en cualquier cosa y vivir contra el otro: promesas apocalípticas, negacionismo “revolucionario”, felicidad virtual; un rey viejo y divertido que frena a las abortistas, los homosexuales y las feministas, rodeado de una corte de ricos soñadores libertarianos, rebeldes contra las leyes humanas y provistos de los medios para hacer realidad sus fantasías. Esta doble dimensión (la reaccionaria y la utópica) convierten el trumpismo en la propuesta más transversal imaginable, una propuesta irresistible en la que los intereses de los más ricos y los de los más pobres convergen sin asperezas (por ahora), al igual que, en sentido contrario, convergieron en Francia, en 1789, los intereses de los abogados revolucionarios del Tercer Estado y los de los sans-culotte.

Frente a esto, ¿qué ofrece la izquierda? Nada verdaderamente viejo y nada verdaderamente nuevo. Lo más viejo de la izquierda es en realidad recientísimo: democracia, derechos humanos, legalidad internacional, ciencia; es decir, límites a la libertad de mentir y de matar (o, más a la izquierda, un “obrerismo” sin sujeto, y casi sin enemigo, mucho menos atractivo que la publicidad de Tesla). Lo más nuevo, por su parte, tiene ya más años que el último iphone y, en lugar de excitar, irrita: se ha quedado atrás sin haber creado una tradición o habiéndola creado solo en pequeños espacios limitados: así el feminismo o el ecologismo, virtualmente hegemónicos hace diez años y hoy bestias negras de los neorreaccionarios de la ilustración oscura, pero también de ese sector de la población que tiene miedo de perderlo todo, incluidas las palabras, incluido el suelo bajo los pies, y que encuentra un último placer “revolucionario” en negar los hechos y en linchar a quienes los enuncian. Contra esa convergencia libidinal, seamos sinceros, puede hacerse muy poco.

La izquierda, lo he dicho otras veces, ha perdido la lucha de clases y la batalla cultural: no ha sabido ser ni lo bastante vieja ni lo bastante nueva para convencer a las mayorías sociales. La batalla ideológico-material, por su parte, la ha ganado ya China, vanguardia del autoritarismo tecnológico, cuyo poder centralizado y discreto le proporciona dos ventajas frente a EEUU: la de no depender de una oligarquía desinhibida y fantasiosa para crecer económicamente y la de no estar desprestigiada frente al Sur Global. En cuanto a la batalla geopolítica, la gran perdedora es sin duda Europa, cuya hipocresía democrática queda ahora desarmada frente al cinismo desnudo de lo que Vladislav Surkov, ex-asesor de Putin, ha llamado “retraducción imperial” o, lo que es lo mismo, frente al retorno desnudo de la fuerza como último árbitro en los nuevos litigios interimperialistas. Surkov cita con pionero orgullo la invasión rusa de Ucrania, pero también las declaraciones de Trump sobre Groenlandia y el canal de Panamá, el genocidio de Gaza, la intervención turca en el Kurdistán sirio y las ambiciones chinas sobre Taiwan.

(En la historia, digamos entre paréntesis, hay cosas que ocurren por primera vez: pensemos, no sé, en el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945. Pero casi todas se repiten de nuevo según el principio de que lo que ha ocurrido una vez puede ocurrir -y hasta inevitablemente ocurre- otras veces. Durante cinco siglos, entre Beda el Venerable y Dante, Europa se deslizó en la penumbra de un mundo global cuyos centros eran China y el Islam. Puede volver a ocurrir. El mundo, de hecho, ya no es eurocéntrico y la propia victoria de Trump revela la desesperación de un país que defiende (con 800 bases militares y un presupuesto armamentístico de 900.000 millones de dólares) una hegemonía cada vez más insegura y dañada. 

Hace unas semanas vi una interesante película del muy recomendable director mauritano Abderrahmane Sisako, Te negro, en la que se cuenta la historia de amor entre un chino pudiente de Guanghzou (Cantón) y una inmigrante africana de Costa de Marfil. Es una película, por así decirlo, suave, tranquila, relajada; el espectador se deja acunar dulcemente hasta que de pronto repara en que esta apacibilidad civilizada está asociada a una ausencia clamorosa: en la película, en efecto, no sale ni un solo hombre blanco. Este parece ser uno de los mensajes laterales de la obra: basta eliminar a los occidentales para que la historia se desacelere y las relaciones interculturales se pacifiquen. En la película todo es reconocible: las costumbres autóctonas se inscriben en un universo tecnológico familiar; los personajes viajan por el mundo, tienen sus negocios, se enamoran, sufren, disfrutan de la vida. 

Hacen lo mismo que hemos hecho los europeos durante los dos últimos siglos, pero ahora, sin nosotros, los gestos son más pausados, los discursos menos grandilocuentes, los conflictos menos agresivos, los intercambios culturales menos coloniales, las relaciones de género más igualitarias. Sisako, mientras cuenta bien una historia muy bonita, emite dos enunciados provocativos: el primero, que otro centro del mundo es posible; el segundo, que hay ya mucha gente imaginando cómo será una historia sin el protagonismo europeo.

 No se trata de combatir esa imaginación emancipadora, que los chinos y los africanos necesitan también contra sus propias tiranías internas; lo que hay que hacer es, a partir de ella, imaginar con realismo (frente a la idea narcotizante de un “destino manifiesto” de felicidad neoliberal) nuestra inminente marginación histórica; e imaginar, al mismo tiempo, para evitar ese derrumbe, una Europa distinta, más unida, más integradora y más independiente, capaz de oponerse sin cinismo a la ilustración oscura, al autoritarismo tecnológico y a la retraducción imperial; capaz de vencer, en suma, a la utopía posthumanista y a la reacción fascista. “Imaginar”, lo recuerdo, es lo contrario de “fantasear”).

La izquierda no tiene nada lo bastante viejo ni lo bastante nuevo que ofrecer; y en diez años la Europa que conocemos podría desaparecer. El diagnóstico es tan duro como desesperanzador. ¿Qué hacer? En primer lugar, no engañarnos: en estos momentos no hay en el mundo ningún factor imperial de nueva estabilidad global y, aún menos, un proyecto alternativo de democracia no liberal; no hay en perspectiva, digamos, ninguna hegemonía de recambio y ninguna revolución. A la espera de que se nos ocurra una idea genial (y qué miedo dan también las ideas geniales), habrá que trabar vínculos en las anfractuosidades más próximas y dar batallas en todos los huecos y todas las colinas, corporales o digitales, sin olvidar que el propósito debe ser el de construir cuanto antes una internacional de la supervivencia, lo que significa sin duda imaginar y buscar alianzas amplias y realistas: con el capitalismo verde frente al capitalismo marrón, con el papa Francisco (y con la obispa Mariann Edgar Budde) frente al fundamentalismo racista y criminal, con las instituciones liberales (allí donde aún existan) frente al libertarismo digital.

Y si alguien de veinte años (o de setenta) tiene una idea genial, que no se la calle, por favor. O que la debata, al menos, con sus amigos del barrio. Nunca se puede saber a dónde irá a parar.

Santiago Alba Rico

Filósofo, escritor y ensayista



Norteamérica

Temas del trumpismo

José Luis Valdés Ugalde* 
* Fundador y editor en jefe de Norteamérica, Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); 

Es un hecho que la influencia y el impacto político-cultural del trumpismo ha sido fuerte en algunos sectores de la sociedad estadounidense, así como en la política mundial. Su ruido ha resonado tanto en política interna como externa, y sus ramificaciones permean la política política y la política electoral de ese país. Esto incluye temas como la migración, el comercio internacional y bilateral, la lucha contra el crimen organizado y el trasiego de drogas sintéticas. 
En todo caso, vivimos tiempos vandálicos en la política. Tiempos de disrupción. Lo que sorprende más es que este vandalismo provenga del corazón mismo de los sistemas políticos. No siendo esto nuevo, sí es novedoso el hecho de que se esté haciendo de la manera en como lo estamos padeciendo. 
Si miramos el trumpismo y sus nefastas secuelas, concluimos que este vandalismo ha sido ejecutado y animado por actores políticos nada democráti cos, que se instalan en el poder con la idea de perpetuar un concepto arcaico de acción política, más cerca del barbarismo narrativo y práctico que de la civilidad política que demanda la democracia.
El modelo que siguen, indistintamente de la ideología que de tenten, es autocrático, es decir, autoritario y personalista, y con enormes expectativas autoritarias y tiránicas: se trata de liderazgos que se valen de la democracia para, una vez en el poder, hacerla retroceder en el tiempo de la política moderna. Se trata de un vandalismo operado desde el poder del Estado, tal y como pudimos atestiguarlo cuando las hordas trumpistas irrumpieron con violencia inusitada en el seno mismo del poder legislativo de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, razón por la cual hoy Donald Trump está siendo juzgado por una corte federal.

El vandalismo político se padece primeramente en código narrativo, cuando en el discurso del poder encontramos un total desprecio por el respeto a la diferencia. Lo encontraremos posteriormente en la satanización y persecución de los otros, sobre todo de aquellos que no se callan y se atreven a cuestionar la mesiánica verdad oficial. También se padece cuando se atenta en contra de las instituciones republicanas, toda vez que estorban los impulsos voluntaristas del líder autoritario. La única forma posible por detener esta agresión desde el poder omnímodo es exigir masivamente y sin vacilaciones el respeto a la inclusión democrática, cueste lo que cueste.

Nadie se esperaba la ola trumpista de 2016 y el impacto real y latente que ésta tendría sobre la faz de la Tierra y más en particular sobre su entorno doméstico e interméstico; México menos que ninguno. Tanto la política local como la internacional quedaron ásperamente afectadas, y la mexicana también, toda vez que la onda populista nos abarcó en el seno del Estado y en una proporción importante de toda la extensión política del país. Vivíamos sin calcular lo que implicaría la franca ofensiva de lo que después se convertiría en la Internacional Populista. 
La mirada muy corta de Donald Trump orilló a Estados Unidos a una de las crisis internas más graves de su historia, misma que hoy arrecia ante la amenaza del expresidente de buscar la presidencia de nuevo. El surgimiento de una nueva ola de populismo, del uso y abuso de la historia como una herramienta de adoctrinamiento político, que no ha sido sólo útil para el Estados Unidos de Trump, sino para muchos otros actores que se han concentrado en Europa central y en algunos países de América Latina, incluido, como ya se dijo, a México, cuyo presidente hace gala de las más destacadas virtudes que distinguen a un autócrata.

El impacto que tiene el movimiento de las olas populistas afecta todos los contornos de la vida política interna, como el manejo de las políticas de salud (la fracasada estrategia antiCOVID en México y la de los tiempos de Trump en Estados Unidos son dos ejemplos), el combate a la inseguridad, la política macro y microeconómica, las relaciones comerciales (el Brexit); en suma, se afecta la geopolítica global y regional. Para entender el presente de la crisis geopolítica global, habría que adentrarse en los frentes que se abrieron en el marco del precario orden multilateral, y cómo éstos afectaron el mundo de las relaciones internacionales.
 Los acuerdos internacionales violados o cancelados por el trumpismo y hoy casi restaurados por la presidencia de Biden han sido piedra de choque para entender la crisis actual del multilateralismo. En cuatro años, Trump convirtió a Estados Unidos, de ser un líder esencial de la comunidad internacional, en una ínsula a la deriva y en uno de los promotores de la desglobalización. Esto fue el resultado del nacionalismo exacerbado de Trump, así como de su insistencia en abandonar acuerdos internacionales de relevancia. 
Algunos ejemplos de estas crisis institucionales que han sido fuentes de desequilibrio geopolítico a nivel regional y global son el Acuerdo de París, el retiro de la Organización Mundial de la Salud, el tratado nuclear con Irán, el Tratado de Asociación Transpacífico (Trans Pacific Partnership, TPP), el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, la intención declarada de Trump de salirse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, todo lo cual fue resuelto por la aparición del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Está visto el grado en que Donald Trump alteró el tablero geopolítico global y cómo todo su ímpetu unilateralista y semiaislacionista acabó siendo un rotundo fracaso, toda vez que sus decisiones mercuriales han sido revertidas, en su mayoría, por el presidente Biden. De cualquier manera, su presencia en el arcoiris político de su país se mantiene vigente.

Si bien es cierto que los acuerdos abandonados afectaron el prestigio de Estados Unidos y su capacidad de influir en los arreglos internacionales, la política interméstica (México-Estados Unidos) quedó sumida a una serie de vaivenes que rozaron, en varias ocasiones, el escándalo. Trump y Andrés Manuel López Obrador coincidieron por un periodo corto pero suficiente como para darse cuenta de lo parecidos que eran. Ambos toleraron sus respectivos excesos. México aceptó que Trump le impusiera una agenda migratoria ajena y Trump desplegó su menú de chantajes contra México sin recato alguno y con la seguridad de que podría dominar al recién inaugurado pre sidente mexicano; sin embargo, éste fue un punto de inflexión para ambos líderes populistas. Lograron alcanzar algunos equilibrios precarios, pero suficientes como para llegar a acuerdos que permitieran, contra reloj, el avance de la agenda migratoria de Trump sobre México. Esto y la negociación del T-MEC fue lo que sobresalió en el complejo universo bilateral. 
El chantaje operado por Trump para obtener de México vigilancia y represión de migrantes centroamericanos, a cambio de no imponer aran celes a México en forma unilateral e ilegal volvió natural una relación anómala que en sexenios pasados no se hubiera tolerado. Sin embargo, en esta ocasión, el pragma tismo reaccionario de ambos líderes prevaleció y los resultados están a la vista: el impasse de la relación bilateral ha intentado ser revertido por la nueva era de gobernanza en Estados Unidos con el presidente Biden, todo lo cual no está del todo claro que vaya a ser posible, si México no modifica su intransigencia en varios frentes que afectan la relación con Washington y con la sociedad mexicana.
Así las cosas, en este dossier que presentamos, los temas del trumpismo se hacen presentes en la forma de tres ensayos insustituibles por su calidad analítica y por la originalidad de sus temas. Por un lado, tenemos el texto de Renato Pintor Sandoval y Jesús Bojórquez Luque, quienes basándose en la teoría crítica de Ian Bruff (politólogo británico adscrito a la Universidad de Manchester) sobre el neoliberalismo autoritario, nos plantean este modelo para introducirnos al tema migratorio y el de las remesas hacia México. Su ensayo, “Neoliberalismo autoritario, retórica antiinmigrante y remesas hacia México en el gobierno de Trump”, analiza la retórica y políticas antiinmigrantes de Donald Trump y sus efectos en las remesas de la comunidad mexicana.
 Se argumenta en este trabajo que, “a pesar del endurecimiento de las políticas, el actuar de la población mexicana en el proceso transnacional, ligado a los trabajos prioritarios, han incluido el envío reciente de remesas […] incluso durante el periodo pandémico del SARS-COV 2019”.
 Se trata de un trabajo sugerente para indagar acerca de las presiones económicas y políticas que pesan en la retórica antiinmigrante de Estados Unidos y enclavadas, como secuelas, en el ámbito del neoliberalismo autoritario que los autores analizan, tema importante del debate sobre el gran problema migratorio que ocupa a la opinión pública de ambos países. 
Malo o bueno, los autores nos recuerdan que “gran parte de la dinámica neoliberal descansa en las políticas de ajuste tendiente a reducir el gasto público y desmantelar los residuos del antiguo Estado benefactor, consolidando una política de austeridad, ampliando las áreas de acción del capital privado, así como el reforzamiento de andamiajes jurídicos para consolidar las políticas de privatización y liberalización económica, forta leciendo el individualismo, consumo y la competencia”. 
Ciertamente una visión muy crítica del modelo que está detrás de la discriminación antiinmigrante que el trumpismo sostiene como eje de su política, más aún en estos días en medio de la coyuntura preelectoral.

Por su parte, Miguel Ángel Valverde Loya nos acerca a un tema que, en plenas primarias republicanas, se ha vuelto más que vigente: México en la campaña presidencial de Trump; el título completo es “El tema de México en la primera campaña presidencial de Trump”. 
Este ensayo nos recuerda que Trump inició su primera campaña en junio de 2015 vilipendiando a los mexicanos acusándolos de violadores y otros adjetivos. Al parecer, México ya se ha convertido en piñata electoral de nueva cuenta en esta nueva campaña en la cual el trumpismo está regresando con renovados bríos, aparentemente después de echar raíces entre la sociedad política de Estados Unidos. 
En el estudio se aprecia cuál fue el alcance del trumpismo en redes sociales y el impacto que esto tuvo en la red de comunicaciones en general; Trump, “conocedor del potencial de éste [Twitter] y otros instrumentos en las redes, procuró sacarles el mayor provecho posible para sus aspiraciones políticas”. Y ésta no será la excepción en la nueva temporada electoral que está en curso con vista a las elecciones de 2024.

En este mismo sentido del manejo de los medios es que se dirige el otro ensayo de este dossier, “The Consistency of Donald Trump Twitter Rhetoric about Immigration. Setting a Path to Spurn Migrants in the United States”. Los autores, Manuel Chavez, Marta Perez Gabaldon, Blanca Nicasio Varea y Luis Graciano, analizan el uso de la poderosa herramienta comunicativa que son las redes sociales, en particular Twitter, para hacer avanzar el mensaje político.
 Así pues, estudian el manejo que Donald Trump hace de este medio sentando un precedente desconocido en la historia política estadounidense, toda vez que ningún presidente en funciones lo había utilizado de esta forma, con la intención de decir “cualquier cosa que quisiera que interrumpiera y rompiera toda la histórica tradición presidencial”. Y en esto había un tema a privilegiar: sus posturas nativistas acerca de la inmigración. Y Trump dejó muy claro desde el principio que el tema de la migración iba a ser la prioridad de su plataforma política. 
Como ya sabemos y los autores nos lo recuerdan, “Trump calificó a los latinos y musulmanes como la principal causa de los problemas sociales, políticos y económicos de Estados Unidos”, y ya desde la campaña que lo llevaría a la presidencia, “fue notorio que estaba dispuesto a usar la desinformación y las declaraciones populistas que fueron insultantes, ofensivas y abiertamente discriminatorias”. 
Sobra decir que estos mensajes insultantes contra los migrantes permearon a la opinión pública y generaron un peligroso sentimiento antiinmigratorio que hoy en día se ha instalado como tema dominante en los debates públicos en que los actores políticos (principalmente republicanos) han participado.

Tenemos así un dossier bastante bien equilibrado, con ensayos que se tocan en muchos ángulos y sugerente, que nos permitirá contar con bases para entender mejor el fenómeno del trumpismo en varios temas de la vida pública que Estados Unidos afronta y afrontará en los próximos lustros; en mayor medida, sobre todo, si el trumpismo se vuelve a apoderar de la presidencia estadounidense, todo lo cual no serían buenas noticias para México, ni para aquellos que se proponen tratar asuntos como la migración no desde la ideología, sino de la razón y el pragmatismo que todo problema laboral y humanitario conlleva.



Donald Trump
(14/06/1946 - )

Político estadounidense:  Presidente de los Estados Unidos: 20 de enero de 2017-20 de enero 2021; 20 de enero de 2025

Partido político: Republicano (1987-99, 2009-11, 2012)

Padres: Fred Trump, Mary Anne MacLeod

Cónyuges: Ivana Zelnícková (m. 1977; d. 1992), Marla Maples (m. 1993; d. 1999), Melania Knauss (m. 2005)

Hijos: Ivanka, Donald, Barron, Tiffany, Eric

Nombre: Donald John Trump

Apodo: The Donald

Altura: 1,91 m

Donald Trump nació el 14 de junio de 1946 en Jamaica Estates, Queens, Nueva York, Estados Unidos.

Familia.

Con ascendencia alemana por parte de padre y escocesa por parte de madre; sus cuatro abuelos nacieron en Europa. Hijo de Fred Trump (1905-1999), uno de los mayores empresarios de bienes raíces en la ciudad de Nueva York, y de Mary MacLeod (1912-2000). Segundo de cinco hermanos. El mayor, Fred Jr., murió en 1981 a causa de su alcoholismo.

Estudios.

Cursó estudios en la Kew-Forest School en Forest Hills, Queens, donde con trece años, debido a su comportamiento, se produjo su salida de la escuela, ingresando a la Academia Militar de Nueva York (NYMA).
"Fui a la Wharton School of Finance, el lugar más difícil para ingresar. Yo era un gran estudiante" 
Donald Trump
Trabajó en Elizabeth Trump & Son, mientras estudiaba en la Wharton School of Finance de la Universidad de Pensilvania, donde en 1968 recibió un grado de Bachelor of Science en Economía y Antropología.

Propiedades.

Creador de un vasto imperio de bienes raíces, compuesto de algunas de las direcciones más prestigiosas en la ciudad de Nueva York, incluyendo los edificios Empire State, Trump Tower, Trump Plaza y Trump International Plaza.
The Trump Organization se convirtió en el operador de hoteles más grande del mundo, con el conocido Trump Plaza Hotel and Casino en Atlantic City, New Jersey, y el Trump Taj Mahal Casino Resort de cuatro estrellas.
Sus propiedades también incluyen el lujoso Mar-a-Lago Club en West Palm Beach, Florida, una afamada mansión histórica que una vez perteneciera a Marjorie Merriweather Post y E.F. Hutton, además del Trump International Golf Course.

Bancarrota.

Entusiasta de la autopromoción que le hizo una celebridad de los años 80 y que sufrió una caída espectacular. Sus negocios de hoteles y casinos se declararon en bancarrota seis veces entre 1991 y 2009 para renegociar su deuda con bancos y propietarios de acciones y bonos.

Matrimonios.

En 1977, contrajo matrimonio con Ivana Zelnícková y fueron padres de Donald, Jr. (31 de diciembre de 1977), Ivanka (30 de octubre de 1981) y Eric (6 de enero de 1984).
Tras divorciarse en 1992, se casó en 1993 con Marla Maples. Tuvieron una hija, Tiffany (13 de octubre de 1993). Divorciado el 8 de junio de 1999, con estos dos divorcios perdió la mitad de su fortuna.
El 22 de enero de 2005 volvió a contraer nupcias, esta vez con Melania Knauss, nacida en Eslovenia. Con ella fue nuevamente padre de Barron William Trump el 20 de marzo de 2006.

Libros

Autor de libros como The America We Deserve. La primera autobiografía de Trump, The Art of the Deal, se convirtió en uno de los más exitosos best sellers de todos los tiempos con ventas de más de tres millones de copias. La continuación de esa obra fue publicada en 1990 bajo el título de Surviving at the Top, y llegó a ocupar el primer lugar en ventas, igual que su tercer libro, The Art of the Comeback.

The Apprentice

Participó en The Apprentice programa de televisión para convertir a los participantes en empresarios de éxito y en el eliminaba a los concursantes diciendo: “Estás despedido”. Con este programa triunfó en la NBC, llegando a finalista a dos Emmys.
Trump anunció planes de explorar una posible candidatura para ocupar la Presidencia de los Estados Unidos, aunque más tarde la retiró.

El 16 de junio de 2015, en la ciudad de Nueva York, anunció su precandidatura para las elecciones de 2016 por el Partido Republicano, bajo el eslogan "We are going to make our country great again".
«Ningún sueño es demasiado grande».
Donald Trump
Presidente de Estados Unidos
Donald Trump resultó elegido el 8 de noviembre de 2016 como presidente del país tras la victoria clave del republicano en los estados de Florida, Carolina del Norte, Wisconsin y Ohio, donde arrasó.
En su carrera hacia la Casa Blanca, derrotó a la candidata demócrata Hillary Clinton. Además, los republicanos lograron mantener el control del Congreso y del Senado.

Donald Trump juró el viernes 20 de enero de 2017 su cargo en las escaleras del Capitolio, en Washington, ante el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, como 45.º presidente de Estados Unidos, convirtiéndose en el presidente más adinerado y de mayor edad en asumir la presidencia, y el primero sin realizar el servicio militar o gubernamental.

Sus decisiones políticas provocaron numerosas protestas.

Durante su presidencia ordenó una prohibición de viajar a Estados Unidos a ciudadanos de algunos países de mayoría musulmana. Tras impugnaciones legales, el Tribunal Supremo confirmó la tercera revisión de la política. Promulgó un paquete de recortes de impuestos; rescindió el mandato de seguro de salud individual.

Política exterior.

En política exterior, siguió con su agenda de America First, retirando a Estados Unidos de las negociaciones comerciales de la Asociación Transpacífico, el Acuerdo de París sobre el cambio climático y el acuerdo nuclear con Irán. Se reconoce a Jerusalén como capital de Israel; impuso aranceles de importación sobre diversos bienes, desencadenando una guerra comercial con China.
El 12 de mayo de 2018, Donald Trump y el coreano Kim Jong-un abrieron una nueva era de entendimiento entre Estados Unidos y Corea del Norte, enfrentados desde los primeros compases de la Guerra Fría. Ambos se encontraron a las puertas del lujoso Hotel Capella en la pequeña isla turística de Sentosa, en Singapur procurando una nueva época de entendimiento con esta histórica cumbre entre el presidente Trump y el dictador Kim Jong-un.

COVID-19

Recibió críticas por reaccionar demasiado tarde a la pandemia de COVID-19 minimizando la amenaza.

Abuso de poder y obstrucción al Congreso.

Una investigación de la Cámara de Representantes de 2019 aseguró que Trump solicitó interferencia extranjera en las elecciones presidenciales desde Ucrania para ayudar a su intento de reelección. La Cámara le acusó el 18 de diciembre de 2019 por abuso de poder y obstrucción al Congreso. El 5 de febrero de 2020, el Senado lo absolvió de ambos cargos.

Elecciones Generales 2020

El 7 de noviembre de 2020 el candidato demócrata Joe Biden, tras un ajustado escrutinio de casi 72 horas, logró más de los 270 electores necesarios después de haber conquistado el estado clave de Pensilvania para convertirse en el nuevo presidente de Estados Unidos. Su elección abre una nueva era en la primera potencia mundial y marca el principio del fin del controvertido legado de Trump, que, sin apoyo del Partido Republicano, lanzó acusaciones de fraude y anunció una batalla legal.

Condena.

El 9 de mayo de 2023, el expresidente de Estados Unidos, fue declarado por un juzgado de Nueva York culpable de abusar sexualmente y de difamar a la columnista y escritora E. Jean Carroll. Trump, candidato a las elecciones de 2024, fue condenado a indemnizar a la víctima con cinco millones de dólares (4,6 millones de euros).
El martes 13 de junio de 2023, fue imputado por la comisión de presuntos delitos federales, sobre la base de, entre otras, la violación de la Ley de Espionaje de 1917, debido a su decisión de llevarse documentos y secretos de Estado de la Casa Blanca en las últimas horas de su presidencia y negarse a devolverlos. Los 37 cargos correspondientes a siete delitos le fueron leídos y se declaró inocente.
El jueves 24 de agosto de 2023, procedió a entregarse a las autoridades en la prisión del condado de Fulton, ubicada en Georgia. Tras la presentación, fue puesto en libertad mediante el depósito de una fianza de 200.000 dólares, medida ordenada por la fiscal Fani Willis. Dicha autoridad lo imputó en relación a trece presuntos delitos penales. Estas acusaciones engloban actividades tales como la organización y supervisión de una asociación de individuos malintencionados, la incitación a la realización de testimonios falsos por parte de un funcionario público, la instigación a la asunción ilegal de cargos públicos, así como la conspiración para la creación y utilización de documentos oficiales falsificados. Todas estas imputaciones guardan relación con el supuesto intento por parte de Trump de manipular los resultados de las elecciones de 2020, en las cuales resultó derrotado por Joe Biden.

Campaña presidencial 2024.

El 15 de noviembre de 2022, anunció su postulación para las elecciones presidenciales de 2024 y estableció una cuenta para la recaudación de fondos.
En diciembre de 2023, la Corte Suprema de Colorado falló que Trump estaba inhabilitado para ocupar el cargo debido a su participación en el ataque al Capitolio, aunque esta decisión fue revocada por la Corte Suprema de Estados Unidos en marzo de 2024, mediante el caso Trump v. Anderson.
El caso Stormy Daniels fue un escándalo político que surgió a partir de un acuerdo de confidencialidad firmado por el abogado personal de Trump, Michael Cohen, y la actriz de cine para adultos Stormy Daniels, poco antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016. Tras la revelación de dicho acuerdo por The Wall Street Journal en enero de 2018, Daniels demandó a Trump y Cohen, alegando que el acuerdo era inválido. En marzo de 2024, el juicio inicialmente programado para el 25 de marzo se pospuso al 15 de abril a petición de la fiscalía de distrito de Manhattan. El 30 de mayo de 2024, el jurado declaró a Trump culpable de los 34 cargos, convirtiéndose así en el primer expresidente condenado por un delito.

Atentado.

El sábado 13 de julio de 2024, resultó herido en una oreja por una bala disparada por un francotirador mientras intervenía en un acto de campaña en Butler, Pensilvania, en lo que el FBI calificó como un "intento de magnicidio". El agresor fue abatido, un asistente al mitin murió y otras dos personas resultaron hospitalizadas en estado grave.Trump abandonó el escenario rodeado de guardaespaldas y con el puño levantado, gritando a sus seguidores "¡Luchen, luchen, luchen!". Tenía manchas de sangre en la oreja derecha, mientras entre los asistentes al acto se vivía una auténtica conmoción.

Segundo mandato.

El 6 de noviembre de 2024, Donald Trump fue elegido el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, superando a la vicepresidenta en funciones, Kamala Harris y cuatro años después de su derrota ante Joe Biden.
El republicano superó el umbral de los 270 votos electorales tras ganar en el disputado estado de Wisconsin. También se hizo con la mayoría de los votos de Dearborn, conocida como la «ciudad árabe de Michigan», uno de los estados clave en las elecciones presidenciales, donde el 55 % de los habitantes son de origen árabe y cuyo alcalde fue el primer árabe-estadounidense en liderar un gobierno municipal, Trump obtuvo el 42 % de los votos, mientras que Kamala Harris consiguió un 36 % y la independiente Jill Stein alcanzó un 18 %, según informó este miércoles el diario Detroit Free Press, con el recuento de votos completo.
En comparación con 2020, esto representa una gran derrota para los demócratas, ya que en las elecciones de 2020 Joe Biden obtuvo el 68 % de los votos y Trump solo el 30 %.
Con 78 años al momento de su elección, Trump se convirtió en el presidente de mayor edad en asumir el cargo en Estados Unidos, el segundo mandatario en la historia del país en lograr dos mandatos no consecutivos, siguiendo los pasos de Grover Cleveland, y el primer presidente de Estados Unidos con una condena penal por 34 cargos relativos a la falsificación de registros comerciales y tres causas pendientes en los tribunales.
Trump asumió el cargo el 20 de enero de 2025. Los republicanos controlaran también el Senado con 51 de los 100 escaños.

«Nunca se puede ser demasiado avaro».
Donald Trump
Resumen.

Empresario y personalidad televisiva que se postuló para presidente en 2015 por el partido republicano. Presidente de The Trump Organization, una empresa inmobiliaria y presentador de The Apprentice, un reality show de televisión, de 2004 a 2015. Se convirtió en el 45.º presidente de los Estados Unidos tras asumir el cargo el 20 de enero de 2017. Ocho años después asumió un  segundo mandato como presidente.
Sabías que...
Trump no fuma ni bebe. La muerte de su hermano mayor Red Jr., le influyó para tomar estas decisiones.



El anillos universitarios.-



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Un anillo de graduación es una pieza de joyería utilizada por los egresados para conmemorar su graduación de una escuela preparatoria, colegio, universidad o academia militar. 
Hasta cierto grado, estos anillos normalmente son personalizados por el estudiante, con un lado mostrando un nombre, año y título y el otro lado mostrando el escudo de la escuela y diseños apropiados. Un anillo de graduación típico difiere de los anillos para hombres y mujeres, pero el usuario frecuentemente seguirá una etiqueta o costumbres estándar al utilizar el anillo público.

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En los Estados Unidos, un anillo de graduación (en inglés, class ring; también conocido como anillo de clase, de posgrado, de senior o de graduado) es un anillo que usan los estudiantes y exalumnos para conmemorar su graduación, generalmente para una escuela secundaria, colegio o universidad.

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Historia

La tradición de los anillos de clase se originó con la clase de 1835 en la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.

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Uso

El Complete Book of Etiquette (Libro completo de etiqueta) de Amy Vanderbilt indica el siguiente protocolo para usar un anillo de graduación. Mientras el usuario esté en la escuela, la insignia debe estar frente al usuario para recordarle el objetivo de la graduación. Al graduarse, el anillo adquiere el estatus de una "insignia de honor" similar a un diploma, con el efecto de que la graduación da derecho al usuario a mostrar la insignia hacia afuera para que mire a otros espectadores. Una justificación adicional para esta práctica es que el anillo también simboliza al propio graduado: durante el tiempo que lleva el usuario en la escuela, se centran en el autodesarrollo y los objetivos específicos del entorno académico; al graduarse, el usuario ingresa al mundo en general y pone en práctica lo que ha aprendido.

Una notable excepción a este protocolo es la costumbre seguida por las clases de graduados más antiguos de la Academia de West Point. Hoy, como en años anteriores, los graduados de la Academia con frecuencia usan sus anillos en la mano derecha en observancia de la antigua creencia, que también subyace a la costumbre angloamericana de usar alianzas de boda en la mano derecha, que una vena conecta el dedo anular derecho con el corazón. Antes de la graduación, estas clases llevaban el anillo de graduación USMA con la cresta más cerca del corazón, lo que significa el vínculo de un cadete dado con su clase dentro de la Academia. Después de la graduación, los miembros de estas clases usaron (y, para los miembros sobrevivientes, todavía usan) el anillo con la cresta de la Academia más cercana al corazón, lo que significa su vínculo con la Academia en su conjunto.
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Anillos refundidos

En la Academia Militar de los Estados Unidos, la Academia Naval de los Estados Unidos, la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, la Ciudadela y la Academia de la Guardia Costera de los Estados Unidos, cada anillo de graduación de cadete contiene oro fundido de anillos donados a la escuela respectiva por exalumnos fallecidos.

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Hoy en día, los anillos de graduación se personalizan, desde el material y el estilo del anillo hasta el color y el corte de la gema en el centro. Hay una amplia selección de emblemas, imágenes y palabras que se pueden agregar a los lados de los anillos e incluso dentro de la gema central.



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