Paula Flores Vargas; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo; Soledad García Nannig;
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INSTITUTO DE HUMANIDADES LUIS CAMPINO. |
RECTORÍA: INSTITUTO REALIZA HOMENAJE AL PROFESOR ANDRÉS ROJAS PÉREZ (Q.E.P.D.) 22 diciembre, 2021 Este mediodía, en el Salón Eduardo Frei Montalva, se reunió la comunidad del Instituto junto a familiares del profesor Andrés Rojas Pérez (Q.E.P.D.) para rendirle un merecido homenaje. El objetivo fue unirnos en oración por el descanso eterno de Andrés Rojas y para dar gracias al Señor por el privilegio de haber compartido parte de su historia con nosotros. Durante la ceremonia, participaron la Rectora, señora Eliana Guzmán Tapia, el asesor Espiritual, padre José Agustín Tapia, la presidenta del Sindicato, Ma Antonieta Cordero y el hijo de Andrés Rojas, Paul Rojas Martínez. En la oportunidad, se exhibió un video con mensajes de quienes compartieron con el Tío Andrés, tantos funcionarios, ex funcionarios y ex alumnos del Instituto. Inolvidables momentos. El Tío Andrés, como le decíamos de cariño, era una persona cercana y afable, que mantenía muy buenas relaciones con los diferentes estamentos de nuestro colegio y como profesor antiguo, el daba la bienvenida de manera espontánea a todos los profesores que se integraban al Luis Campino, les presentaba sus “respetos” y les trasmitía sus buenos deseos e implicancias de lo que significaba ser un profesor institutano. Él siempre dio ejemplo de los valores institutanos, especialmente en el respeto y participación, donde se destacó en su espíritu de colaboración en tantos momentos y celebraciones de los trabajadores. ¡cómo olvidar su rol de Arturo Prat con sus enseñanzas y de rey Mago en las fiestas de Navidad del personal! Fue una persona que amó profundamente nuestro Instituto, su colegio, que se entregó con pasión en la tarea de educar, este año, partió tan inesperadamente y nos dejó muchos recuerdos y sentimientos de cariño y agradecimiento que no pudimos expresar como hubiésemos querido, pues la situación sanitaria (de pandemia) no lo permitía. Pista Atlética. En el lugar donde tantas veces vibró junto su amada sección de Prebásica, quedará el recuerdo que inspirará a nuevas generaciones de niños y niñas. Desde hoy, el lugar cuenta con una placa que es testigo de su valioso trabajo y entrega. Su ultimo domicilio. Rut: 3.751.579-5 Dirección: Elisa Cole 48 Dp 77 Santiago (Parque Almagro) Fotografías del profesor |
Salud y vivencia. |
¿Cuántos pasos al día hay que estar en forma.?- 15000 pasos. |
Estar sentado todo el tiempo en esa silla de oficina, como los Abogados puede estar acabando contigo. No moverte con regularidad a lo largo del día puede empeorar una serie de enfermedades que afectan al corazón, la circulación y el sistema respiratorio, algunas de las cuales pueden llevar a la muerte. Además, el no contar con una buena condición física general causada por un estilo de vida sedentario puede entorpecer tu vida diaria ocasionándote bajos niveles de energía, de fuerza y generándote sobrepeso e incluso obesidad. Claramente, es importante incluir ejercicio con regularidad en la vida, pero en ocasiones las excusas abundan: la falta de tiempo, de dinero y de motivación son con frecuencia un pretexto para seguir llevando una vida sedentaria. Estadísticas En 2010, alrededor de un 23% de la población adulta mundial -más de 18 años- no realizaba la actividad física suficiente para estar... bien. El 26% de los hombres y el 35% de las mujeres residentes en países de ingresos altos apenas se movían, frente a un 12% de los varones y un 24% de féminas de estados de economías débiles, según apuntaba la Organización Mundial de la Salud (OMS). Investigadores de la Universidad del Estado de Arizona han establecido unos niveles de actividad según el número de pasos dados al día. Según sus categorías, la gente que da menos de 5.000 pasos al día se considera sedentaria o inactiva. Los que dan entre 5.000 y 7.499 tiene un estilo de vida poco activo. Los que son algo activos son los que dan entre 7.500 y 9.999 pasos diarios, y la gente activa es la que da más de 10.000 pasos al día. Y, ojo, que la institución que vela por el bienestar global no daba este tirón de orejas global por no hacer deporte -que eso son palabras mayores- sino por apenas realizar actividad física: cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que supongan un gasto de energía (jugar, caminar, bailar, hacer ejercicio...).Porque, a pesar de estar diseñado para moverse -para algo están las articulaciones, los músculos, etc.-, el ser humano se ha vuelto tan seta que la OMS se conformaba con rogar que se despegara el trasero del sofá para practicar, al menos, 150 minutos semanales de actividad física moderada o, lo que es lo mismo, 20 minutos diarios. Y, como ni eso se cumplía, lanzó una súplica a la desesperada: «¡Caminad 10.000 pasos cada jornada!». Es decir, unos 8 km. ¿Por qué esa distancia y no otra? Porque esa fue la recomendación que, en la década de los 60 del pasado siglo, formuló el doctor japones Hatano. Alarmado ante el creciente problema de obesidad, el galeno se dio cuenta de que la gente apenas superaba los 5.000 pasos diarios y llegó a la conclusión de que, al doblar esa cantidad, se lograría también duplicar el gasto calórico. Desde entonces, la cifra mágica no sólo se convirtió en el objetivo de podómetros sino que pasó a ser la forma más sencilla y rápida de lavar la conciencia de todos aquellos que confiesan abiertamente su aversión al ejercicio. Pero su gozo acaba de caer ahora en el pozo de un nuevo estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Warwick (Inglaterra) y publicado el pasado mes de marzo en The International Journal of Obesity, que asegura que esos 10.000 pasos ya no son suficientes, que ahora hay que dar... ¡15.000! Realizada tomando como muestra un grupo de población muy activa -carteros o repartidores de Glasgow (Escocia) que caminaban más de tres horas a diario como parte de su rutina-, esta investigación ha revelado que los empleados que realizaban su ruta diaria a pie y pasaban menos tiempo sentados presentaban un mejor estado físico. Todos ellos daban 15.000 pasos -unos 11 kilómetros- al día, como mínimo: «Es lógico. Cuanto más activos estemos a lo largo de la jornada -no sólo durante ese rato que dedicamos a hacer deporte-, mucho mejor y mayores serán los beneficios que obtendremos. Siempre que aumentemos tiempos, distancias o ritmos de manera progresiva, más movimiento -bien hecho- será igual a más salud», afirma Raquel Rodríguez Martín, entrenadora personal.En su opinión, «lo ideal es caminar cada día y conseguir integrar esta actividad en nuestra rutina». Sin embargo, «no hay un número exacto de tiempo, pasos o kilómetros exactos que se pueda aplicar a todas las personas y que nos asegure perder peso andando, ya que va a depender de las características de cada uno». Si la meta es abandonar el sedentarismo, Rodríguez Martín aconseja comenzar «por tres días a la semana de manera alterna, y siempre aumentando la duración de las tiradas poco a poco». Quizás, la primera semana «sólo seamos capaces de caminar 30 minutos a buen paso, pero con el paso del tiempo iremos mejorando y podremos aumentar la duración, las distancias y la intensidad». No obstante, su sugerencia es pensar a largo plazo: «No me fijaría en una recompensa tan inmediata como las calorías que estoy quemando si doy 10.000 pasos al día, sino en el hecho de generar el hábito de llevar una vida activa». Si de verdad queremos tomarnos el paseo como un entrenamiento, «no basta con salir a andar como quien sale a mirar escaparates». Tendremos que «establecer previamente un objetivo concreto». Caminar a «un ritmo vivo puede ser una forma genial de empezar a ponernos en forma o de abrir la puerta a la práctica de otras actividades físicas». ¿Qué se entiende por ritmo vivo? Una persona normal suele caminar a una velocidad media de 4 km/h. Para trabajar más intensamente, lo más recomendable sería realizar intervalos con picos en los que subamos el ritmo hasta 6 km/h. Para empezar, lo primero que se debería tener en cuenta es la postura: «Tronco erguido, hombros atrás y abajo, abdomen activado -hacia adentro y duro como si quisiéramos protegernos de un golpe- y mirada al frente. ¡Nada de ir cotilleando el teléfono móvil o con la cabeza agachada, contemplándonos los pies!». El braceo también es fundamental, «porque nos ayuda a marcar el paso y a aumentar la velocidad». Lo ideal es que sea «lo más natural posible». Para mantener un ritmo constante y elevado, nada mejor que «elegir una buena banda sonora que nos motive».Obviamente, lo más indicado es salir a caminar con un calzado deportivo adecuado, que tenga refuerzos laterales y una buena amortiguación. También es importante utilizar ropa técnica que favorezca una correcta transpiración. Si caminamos con la idea de perder peso, Raquel Rodríguez Martín apunta la necesidad de que «la actividad física -ésta o cualquier otra- vaya acompañada de una nutrición adecuada». Y es que ya se sabe, los abdominales se consiguen... ¡en la cocina! |
La salud del abogado en constante debate. |
En mis primeros años de ejercicio profesional me encontraba tan ilusionado en mi formación como abogado, que jamás reparé en la dureza de nuestra profesión. Mientras los compañeros más veteranos me recordaban continuamente esta idea, yo andaba de un lado para otro, haciendo todo lo que estaba en mi mano para aprender y crecer como abogado sin reparar en las dificultades inherentes a la profesión que había escogido. Y, aunque resulte llamativo, esto lo afirmo desde la más absoluta certeza precisamente porque hoy, con la perspectiva del tiempo, veo esta complejidad y dureza con más claridad que nunca. Y es que, con el paso del tiempo, la práctica nos da esa pátina de madurez que nos permite observar con claridad la exigencia tan elevada que rodea nuestra actividad, y que sólo nosotros conocemos porque la vivimos en primera persona. ¿Cuántas veces lo has pasado mal en el ejercicio de tu profesión? ¿No te has sentido a veces solo e incomprendido a causa de tu oficio? En definitiva, ¿te has preguntado alguna vez “merece esto la pena”? La razón de esta particular situación reside en que el conflicto jurídico en el que interviene el abogado oculta un drama en el que los adversarios disputan sobre bienes, valores, derechos, conflictos que tienen como centro un enfrentamiento humano en el que la persona constituye el principio y fin del derecho, que tiene como objeto la realización de la justicia. Si a ese trasfondo humano añadimos que nuestra vida profesional se desarrolla en unas condiciones, digamos muy especiales, es natural afirmar que los abogados estamos sometidos a un desgaste personal y profesional permanente. Don Antonio Sotillo lo expresa perfectamente en su comentario sobre el libro Sobre El Alma de la Toga:
Al hilo de lo anterior, en un artículo publicado en la revista digital Legaltoday, José Enebral Fernández cita el trabajo de Seligman titulado “Authentic Happines”, destacando diversas variables que concurren en la actividad de los abogados: - Los abogados han de ser pesimistas, y ésta es su actitud más prudente; deben anticipar toda suerte de argucias e incidencias negativas posibles en sus casos. - Son dependientes de normas y procedimientos, disponen de muy estrechos márgenes de decisión en su ejercicio. - Se ven rodeados de conflictos y tensión, y en mucha menor medida de emociones positivas que, si se dan, duran poco. - Una importante parte de su actividad se produce (típicamente aislados) consultando información y preparando escritos ajustados a formatos establecidos. - Soportan una excesiva dilación en la resolución de sus casos, y han de dedicarse a varios asuntos concurrentes, normalmente diversos y complejos. - Pertenecen a un mundo sometido a la dinámica victoria-derrota, lo que conlleva una sensible erosión emocional. - Actúan en el marco singular de dignidades y jerarquías de la Justicia, sometidos por tanto al criterio aplicativo de los jueces. Conforme a dichas variables, no puede sorprendernos el resultado que arrojan algunos estudios sobre el número elevado de bajas en los Colegios de Abogados, muchas de ellas causadas por el grado de afección de estas circunstancias en la salud del profesional. Una alta competitividad, unos horarios extenuantes, clientes muy exigentes, contacto diario con el sufrimiento de las personas, resultados no siempre satisfactorios, etc. ponen el resto en un contexto verdaderamente duro y difícil. Ahora bien, todo lo anterior no significa que la abogacía sea una profesión que no tenga sus recompensas, que las tiene, y muchas, pero lo cierto es que quienes ejercemos tenemos que estar muy pendientes y alertas con los efectos de este contexto hostil sobre nuestra salud. De hecho, otro efecto muy oculto pero que está ahí, son las adicciones provocadas por el desgaste profesional que hemos apuntado. |
Manuel de Tezanos-Pinto. |
Manuel José de Tezanos Pinto de la Fuente (Santiago, 29 de septiembre de 1978), también conocido como "Manoel", es un periodista deportivo, comentarista de radio y televisión, youtuber y humorista chileno enfocado en temáticas deportivas. Biografía Hijo de Manuel de Tezanos Pinto Domínguez y María Valentina de la Fuente Moreno. Estudió periodismo en la Universidad de los Andes. Es sobrino de Ricardo de Tezanos Pinto Domínguez. Está casado en segundas nupcias con la periodista Camila Muñoz, a quien conoció a través de la aplicación de citas Tinder. Sus hijos son, de su primer matrimonio, Valentina de Tezanos Pinto Baudrand y Juan de Tezanos Pinto Baudrand, quien falleció en 2010 a los dos años de edad; mientras que del segundo matrimonio, José Pedro e Inés de Tezanos-Pinto Muñoz. Se le conoce también como un gran corredor, ya que ha ganado y ha llegado en lugares de avanzada en distintas maratones, mediamaratones y corridas. Su mejor resultado lo obtuvo en el Maratón de Buenos Aires 2012, donde hizo un tiempo de 3h 21m 37s, ubicándose en el puesto 566 de la clasificación general. Es un reconocido hincha de Universidad Católica. Carrera. Inició su carrera en 2000, en el canal Red Televisión. Su primera aparición importante fue como periodista en cancha para el cuadrangular Copa Ciudad de Valparaíso. En el canal privado trabajó en varias etapas, destacando su participación en el programa deportivo Vamos, Chile, conducido por el experiodista y comentarista deportivo Eugenio Cornejo, donde fue reportero junto con Antonio Neme y Eduardo Tastets y las transmisiones de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 y Atenas 2004, y de la Copa Mundial de Fútbol de 2006. En 2002 tuvo un breve paso por Canal 13 para las transmisiones de la Copa Mundial de Fútbol de 2002 y el programa Futgol. En marzo de 2004 se hizo cargo de la corresponsalía en Chile de Fox Sports. En abril de 2007 se integró a Pasión de Primera, programa de Mega que presentaba en estreno los goles de cada fecha de la Primera división de Chile. En junio de 2008 se integró como comentarista al equipo de Estadio en Radio Portales, junto con Carlos Alberto Bravo, Marco Sotomayor, Rodrigo Herrera, Fernando Tapia y César Carreño, emisora en la que trabajó hasta mayo de 2010. Sin dejar de colaborar para Estadio en Portales, en junio de 2009 se integró al programa deportivo 110% en Radio Zero, que condujo junto con la periodista Constanza Patiño. El espacio, que iba de lunes a viernes de 7:30 a 8:00, informaba de diversas disciplinas deportivas además del fútbol, como running, golf, automovilismo y montañismo. El ciclo terminó en diciembre del mismo año. En 2010 participó en las transmisiones de los equipos chilenos en la Copa Libertadores como reportero en la cancha de juego y luego para Fox Sports Central desde Nelspruit cubriendo a la selección de Chile en la Copa del Mundo 2010. En julio de ese año, se trasladó a Buenos Aires para incorporarse en forma estable a la nómina de conductores y comentaristas de la cadena. A partir de entonces condujo junto con Walter Safarián el programa Eurogol, y fue uno de los conductores del antiguo noticiero del canal, Fox Sports Noticias. También fue uno de los conductores del noticiero Central Fox. Ocasionalmente ha comentado partidos en las transmisiones de Fox Sports. Para la Copa América Argentina 2011, volvió a ser parte de Fox Sports Central. Esta vez, desde Mendoza, estuvo a cargo de cubrir a la selección chilena. En enero de 2015 regresó a Chile para incorporarse en forma estable como comentarista deportivo del noticiario nocturno Medianoche y panelista del estelar Domingo de goles, ambos de Televisión Nacional de Chile. Además condujo el noticiario 24 Horas Deportes del canal 24 Horas. En noviembre de 2017 fue desvinculado de la estación pública. Desde enero de 2018 ha trabajado para Radio Agricultura en su espacio deportivo y en la transmisión de partidos. Tras no renovar su vínculo con Fox Sports, Manuel de Tezanos se unió a CDF en enero de 2019. En paralelo a su trabajo en radio y televisión, desde 2015 ha creado contenido para su canal de Youtube Balong - MDTP Net, donde cuenta con más de 500 000 suscriptores a la fecha. |
ROMA. |
Roma se erige sobre sus siete colinas como un collage confeccionado con retazos de historia, vestigios imperiales, plazoletas con iglesias barrocas, basílicas y trattorias (Restaurante) encantadoras. El patrimonio artístico de la capital de Italia es tan abundante que no queda restringido a los museos, sino que aparece en plazas y calles del centro, integrado en la vida cotidiana de sus habitantes. Coliseo El Anfiteatro Flavio, conocido como Coliseo por la colosal estatua de bronce de Nerón que hay en las cercanías, deslumbra desde hace casi 2000 años en el centro arqueológico de la ciudad. Impulsado en el 70 d.C. por el emperador Vespasiano donde se ubicaba el estanque de la Domus áurea de Nerón, entre las colinas Palatino, Esquilino y Celio, es el anfiteatro más grande del mundo. Se culminó diez años más tarde, ya bajo el imperio de Tito, hijo de Vespasiano, con una inauguración que se celebró con 100 días de juegos. Dedicado a los combates, juegos entre gladiadores, simulacros de caza y combates navales, mide 189 metros de largo 156 de ancho y tiene una altura de 48. En total, son 24.000 m2 que albergaban hasta 50.000 espectadores. Bajo la arena, que medía 76 metros por 46, los sótanos contaban con trampillas levantadas por montecargas. En 438, la prohibición de los juegos gladiatorios por Valentiniano III marcó el inicio del declive del anfiteatro. Durante la Edad Media y el Renacimiento se utilizó como cantera de materiales, utilizados incluso para la construcción de la Basílica de San Pedro. También sirvió como alojamiento para animales y lugar para talleres artesanales y viviendas. Foro romano. A finales del siglo VII a.C., el foro romano empezó a erigirse donde antes había un área pantanosa. Primero se construyeron los edificios dedicados a la actividad política, religiosa y comercial. Después fue el turno de las basílicas civiles. Los diferentes emperadores agregaron monumentos como los templos de Vespasiano y Tito y el de Antonino Pío y Faustina, erigidos en honor a los emperadores divinizados, o el Arco de Septimio Severo, levantado en el año 203 d.C. para conmemorar sus triunfos sobre los partos en el extremo occidental del Foro. En el siglo IV d.C., el emperador Majencio hizo construir el templo dedicado a la memoria de su hijo Rómulo y la imponente Basílica en la colina de la Velia. El último monumento construido en el Foro fue la Columna, erigida en el 608 d. C., en honor al emperador bizantino Focas. Tras un período de decadencia en el que fue usado como lugar de pastoreo, algunos monumentos sobrevivieron al ser convertidas en iglesias. Fontana di Trevi. La Piazza di Trevi, en el barrio del Quirinal, es otro enclave ineludible en toda visita a Roma. Está dominada por la famosa Fontana, un magnífico conjunto escultórico barroco creado en el siglo XVIII donde sobresalen de la roca las esculturas del dios Océano y dos tritones. En este rincón, inmortalizado por películas clásicas como La Dolce Vita (1960), todo visitante cumple con la tradición de arrojar una moneda para regresar a Roma, o dos si lo que se desea es encontrar el amor. En un lateral vale la pena acercarse a la llamada Galería Sciarra, un pasaje peatonal de la Vía Minghetti, que es un ejemplo de arquitectura urbana y artes decorativas del siglo XIX. Panteón de roma. El imponente Panteón aparece de forma inesperada en una pequeña plaza encajada entre el laberinto de calles del centro romano. Este edificio circular, con un óculo en la cúspide de su cúpula, fue erigido como «templo de todos los dioses» por el emperador Adriano entre los años 118 y 125 d.C. Posteriormente fue consagrado en el año 609 como iglesia de Santa María de los Mártires por el emperador bizantino Flavio Focas. En la actualidad alberga los mausoleos de los reyes de la Italia moderna Vittorio Emanuele II, Umberto I y su esposa Margarita de Saboya, y también la tumba de Rafael, del que este año de conmemoran los 500 años de su muerte. La técnica arquitectónica empleada para levantar el Panteón de Agripa sigue hoy sorprendiendo y ha sido tema de numerosos estudios. La cúpula es una maravilla realizada con cemento y piedra porosa, sin armazón de acero, que se construyó sobre un molde de madera. El óculo, con 9 metros de diámetro, es la única abertura del edificio –además de la entrada– y deja penetrar la luz y el agua de la lluvia. El pavimento de mármol aún preserva el diseño romano y tiene 22 orificios apenas visibles que filtran el agua de lluvia que entra a través del óculo. piazza Navona Su forma alargada delata la antigua condición de arena de un estadio del Imperio romano. En época medieval acogía el mercado diario y entre los siglos XVI y XVII fue embellecida con las tres fuentes monumentales de Neptuno, de los Cuatro Ríos y del Moro. La actual Piazza Navona fue configurada en la década de 1640. El papa Inocencio X, de la familia Pamphili, eligió el lugar para construir su nueva residencia familiar, un proyecto que incluía una imponente fuente y una iglesia. El resultado fue el Palazzo Pamphili, terminado en 1650, y la iglesia de Sant’Agnese in Agone, concluida una década más tarde. Ambas obras son fruto del talento de Girolamo Rainaldi, su hijo Carlo y Francesco Borromini. Las fuentes barrocas de la plaza cuentan también con un capítulo en la legendaria rivalidad entre Bernini y Borromini. Borromini perdió el encargo de diseñar la fuente central, la Fontana dei Quattro Fiumi (Fuente de los Cuatro Ríos), porque su competidor Bernini logró ganarse el favor de Donna Olimpia, la cuñada del papa. La Fontana del Moro fue realizada por Giacomo della Porta con una figura central de Bernini, mientras que en el extremo norte se encuentra la Fontana di Nettuno (Fuente de Neptuno), en la que el dios del mar lucha contra criaturas marinas, rodeado de nereidas, las ninfas del océano. El Vaticano El Vaticano, el estado más pequeño del mundo, reúne dos mil años de historia y arte. En menos de un kilómetro cuadrado, su capital, Ciudad del Vaticano, contiene algunas de las joyas y piezas de arte y arquitectura más valiosas que se conocen. Residencia de los pontífices católicos, es un inmenso museo además de un lugar de peregrinación. El paseo completo puede durar más de un día, pues engloba la Basílica de San Pedro y sus grutas, los Museos Vaticanos incluyendo la Capilla Sixtina y los desconocidos Jardines Vaticanos. San Pedro, la mayor iglesia de la cristiandad, se asienta sobre la colina Vaticana. La grandeza que se vislumbra al aproximarnos por la Via della Conzilliazione se confirma cuando se entra en la plaza, en cuyo centro se erige el Obelisco que el emperador Calígula trajo de Egipto en el siglo I. Alrededor, una imponente columnata creada por Gian Lorenzo Bernini, abraza la plaza de San Pedro del Vaticano. Basílica de San Pedro de vaticano Ansioso por apoyar la creciente religión cristiana y quizás para ganar su favor, el emperador Constantino mandó construir la primera iglesia de San Pedro. Consagrada por el papa Silvestre I el 18 de noviembre de 326, la iglesia contaba con un espacioso atrio y una decoración elaborada. Sin embargo, cuando los papas regresaron de Aviñón en 1377, se encontraron con que la antigua iglesia estaba en peligro de derrumbe, y decidieron preferir el Vaticano al viejo Palazzo Lateranense. Exactamente 1300 años después, el 18 de noviembre de 1626, se inauguró una nueva iglesia de San Pedro. Poco después de iniciar su pontificado, Julio II encargó a Bramante la construcción de una nueva iglesia, y en 1506 se colocó la primera piedra. No obstante, pasaron 120 años para que se completara esta monumental edificación, construida sobre la tumba de san Pedro y reconocida a nivel mundial. Una vez dentro de la basílica, la imagen que se contempla abruma por su grandeza y riqueza decorativa. Enseguida todos los ojos se dirigen a la derecha, hacia la emotiva escultura La Piedad de Miguel Ángel, protegida tras una mampara de cristal después de un ataque vandálico en 1976. Lo siguiente es acercarse por la nave central hasta el Altar Mayor que, según la tradición, fue erigido sobre la tumba de san Pedro. Allí se alza el baldaquino que Bernini cubrió con láminas de bronce del Panteón de Roma y, tras él, en el ábside, la Cathedra Petri, un púlpito-relicario del mismo autor. Por debajo se abren las Grutas Vaticanas, una necrópolis con tumbas papales y reales que requieren un permiso de visita. Capilla sixtina Diseñada por Giovanni di Dolce durante el papado de Sixto IV (1471-1484), esta capilla fue concebida como la capilla privada de los pontífices y ha servido durante siglos como la sala de los cónclaves papales. El suelo presenta un delicado diseño de opus alexandrinum, mientras que un tabique, esculpido por Mino da Fiesole, Andrea Bregno y Giovanni Dalmata, divide la capilla en dos secciones. La capilla es célebre por los frescos que adornan sus muros y techo, considerados por muchos como el epítome del Renacimiento o incluso del arte universal. Las paredes mayores fueron decoradas entre 1481 y 1483 por los más destacados pintores renacentistas, como Pinturicchio, Botticelli, el Perugino, Ghirlandaio, Rosselli y Signorelli, todos ellos toscanos o umbros, reflejo del traslado del epicentro cultural del Renacimiento de Florencia a Roma. El techo, pintado por Miguel Ángel entre 1508 y 1512, y el Juicio Final, completado veinte años después, entre 1534 y 1541, añaden a la majestuosidad del conjunto y cuentan con detalles que seguramente no conocías. En el lado izquierdo, comenzando desde el Juicio Final, se representan escenas del Antiguo Testamento, incluyendo La zarza ardiente y Moisés matando a los egipcios (ambas de Botticelli), el Castigo de Korah, Dathan y Abiram (Botticelli), y Los últimos días de Moisés, de Signorelli. Las escenas a la derecha ilustran episodios del Nuevo Testamento, entre los que se encuentran el Bautismo de Jesús (posiblemente de Pinturicchio o el Perugino), la Tentación de Cristo (Botticelli), la Llamada de Pedro y Andrés (Domenico Ghirlandaio) y Jesús entregando las llaves a Pedro (el Perugino). En la pared opuesta al Juicio Final, se encuentran la Resurrección de Ghirlandaio y el San Miguel de Salviati, que fueron retocados en épocas posteriores. Castillo de Sant'angelo. Durante una plaga que asolaba la población romana, el papa Gregorio I decidió invocar la ayuda divina. Mientras lideraba una procesión, observó al arcángel Miguel envainando su espada sobre la tumba de Adriano, lo que interpretó como una señal de que los tiempos difíciles estaban por terminar. En ese lugar, hizo erigir una estatua del Arcángel. En la Edad Media, el castillo de Sant'Angelo fue testigo de numerosos conflictos entre el papado y los nobles que disputaban el control de la ciudad. Durante el célebre Saco de Roma en 1527, el papa Clemente VII se refugió en el castillo, probablemente a través del pasadizo secreto (il passetto) abierto en la muralla Leonina en 1277. En el vestíbulo del castillo se encuentra una maqueta que ilustra la estructura original. La escalera Cordonata de Alejandro VI atraviesa el castillo en diagonal y conduce al patio Cortile dell’Angelo, cruzando el puente levadizo que da acceso a la cámara donde se conservaban los restos del emperador Adriano. En el piso superior, se pueden visitar varias estancias notables: la Sala di Apollo, con su elegante decoración mural; la Sala di Giustizia, que en tiempos antiguos sirvió como tribunal y presenta el fresco del Ángel de la Justicia de Perin del Vaga sobre una puerta; el Cortile del Teatro o del Pozzo dell’Olio, conocido por el manantial que brota de él; y el baño de Clemente VII, adornado con frescos de Giulio Romano. Escaleras arriba, destacan la Loggia de Julio II, que ofrece vistas al Ponte Sant’Angelo, ampliado en el siglo XIX aunque de origen romano; los aposentos papales; la biblioteca; y la Camera del Tesoro, que albergó los archivos secretos del Vaticano hasta 1870. Una estrecha escalera de caracol excavada en la muralla romana lleva a la terraza superior. Campo dei Fiori El paseo por Campo dei Fiori traslada al viajero a 1869, momento en el que empezó a acoger cada mañana un mercado al aire libre. Los colores, olores y sabores de los productos mediterráneos invaden las paradas, mientras que alrededor, las trattorias ofrecen platos tradicionales como pasta, pizza, pescados y carnes. Villa Borghese Una larga escalinata comunica la Piazza del Popolo con el monte Pinzio, la colina sobre la que se extiende la hermosa Villa Borghese (siglo XVII) con sus jardines, una de las zonas verdes favoritas de los romanos. La visita al conjunto, que también incluye las villas Giulia y Medici, discurre por senderos con miradores que sorprenden con vistas sobre el Tíber y la otra orilla de Roma. El Ayuntamiento adquirió en el siglo XIX estas fincas con el fin de abrirlas al público: su inauguración fue en 1903. Los jardines de la Villa Borghese ocupan 80 hectáreas y fueron diseñados al estilo inglés, de moda en la época de su creación, con frondosas arboledas que simulan una naturaleza silvestre, deliciosas rosaledas, estanques y lagos con embarcaderos y pequeños puentes, y románticas glorietas que se reflejan en el agua. En la villa principal se halla instalada la Galería Borghese, un museo cuyos fondos incluyen lienzos de Bellini, Rafael, Tiziano, Correggio y Caravaggio entre otros pintores. En el ámbito escultórico, además de obras de Gian Lorenzo Bernini, la galería exhibe la delicada Venus Borghese, una escultura de Paulina Bonaparte Borghese, la hermana menor de Napoleón, que es una de sus piezas más famosas. Por su lado, la Villa Giulia alberga el Museo Nacional Etrusco mientras la Villa Medici, con otro jardín precioso, es la sede de la Academia Francesa en Roma. Trastevere Al sur del Vaticano se extiende este encantador dédalo de calles y plazoletas que esconden palacios y jardines renacentistas, tiendas de artesanos y numerosos restaurantes de comida tradicional, uno de sus principales atractivos. La vida en este carismático barrio se concentra especialmente alrededor de la Piazza di Santa Maria in Trastevere, en la que se puede visitar la antiquísima basílica del mismo nombre. Frente a ella hay una fuente que suele ser lugar de encuentro. Por la mañana, el mercado de San Cosimato y la misma plaza plasman el latido del barrio. El aperitivo se puede tomar en la Piazzale Garibaldi, en la colina del Gianicolo, para ver una perspectiva de Roma. En torno a Il Fontanone, una fuente de 1612, abundan los restaurantes y bares nocturnos. El paseo por las estrechas calles empedradas del Trastevere sorprende además con rincones menos conocidos que dan cobijo a modestas iglesias medievales o a la Spezieria de Santa Maria in Trastevere, una farmacia del siglo XVII en funcionamiento hasta 1978, que se puede visitar en el convento de Santa Maria della Scala. Santa Maria Maggiore Hay que acercarse hasta la colina Esquilina para visitar una de las cuatro basílicas papales de Roma. De entre ellas, Santa María la Mayor es la única que ha conservado la primitiva estructura cristiana. Enriquecida posteriormente, en la posee el primer belén inanimado de la historia, el Nacimiento de Arnolfo di Cambio. Entre finales del siglo XVI e inicios del XVII, Sixto V y Pablo V erigieron las dos grandes capillas laterales (Sixtina y Paolina), y el edificio a la derecha de la fachada. El arco triunfal está decorado con mosaicos con historias de la infancia de Jesús de la época de Sixto III. Cada 5 de agosto, la iglesia conmemora el milagro de la nieve. Cuenta la leyenda que una rica pareja de patricios romanos, al no tener hijos, dedicaron una iglesia a la Virgen María, quien se les apareció en un sueño una noche en agosto de 352 d.C. y les indicó el lugar donde erigirla. El Papa Liberio también tuvo el mismo sueño y, al día siguiente, yendo al Esquilino, lo encontró cubierto de nieve. El Papa trazó el perímetro del edificio y la iglesia fue construida a expensas de los dos cónyuges. Piazza del Popolo Durante siglos, el terreno que se extiende desde el monte Pincio hasta el río Tíber había permanecido deshabitado, considerado por muchos como un lugar acechado por espíritus malignos debido a su vulnerabilidad en la defensa de la ciudad. La situación cambió con la construcción de Santa Maria del Popolo y las demás iglesias que rodean la Piazza del Popolo. Posteriormente, la apertura de la Via del Babuino, que atraviesa la Piazza di Spagna, transformó esta área en un destacado centro turístico y comercial. Situada en el barrio conocido como Il Tridente, un nombre derivado del trazado urbanístico ideado en el siglo XVI por los papas de la época, la Piazza del Popolo es el punto de partida de tres importantes vías. La Via Ripetta, que se dirigía hacia el antiguo puerto fluvial; la Via del Babuino, que cruza la Piazza di Spagna y se extiende hasta la colina Quirinal; y la Via del Corso, que atraviesa el corazón de Roma, concluyendo en la Piazza Venezia. Piazza Spagna. La Scalinata della Trinità dei Monti, diseñada por Francesco de Sanctis, se erigió alrededor de 1720 para reemplazar el antiguo camino que ascendía desde la plaza hasta la iglesia francesa de Trinità dei Monti. El coste de los 138 peldaños de travertino, que ascendió a 24.000 escudos, fue parcialmente cubierto por un diplomático francés del siglo XVII, con una contribución adicional del rey Luis XV. Un doble tramo de escaleras frontales lleva hasta este templo de dos campanarios, construido a lo largo del siglo XVI. En 1789, el papa Pío VI añadió al conjunto el Obelisco Salustiano de 14 metros. Al pie de la Scalinata se encuentra la Fontana della Barcaccia, atribuida a Pietro Bernini (padre de Gian Lorenzo Bernini). Hacia 1620, el papa Urbano VIII la encargó a la familia Barberini, como se puede deducir por las abejas de piedra, el símbolo del linaje. Enfrente de la Escalinata, la Via Condotti, llamada así por los conductos subterráneos construidos por el papa Gregorio XIII (1572-1585) para abastecer el barrio de agua corriente, es ahora un centro comercial. Termas de Caracalla. El emperador Caracalla hizo levantar las Thermae Antoninianae en el Piccolo Aventino, una zona adyacente al inicio de la vía Appia Antigua, entre los siglo 212 y 216 d.C. De planta rectangular, se entraba por cuatro puertas de la fachada noreste. Una vez dentro, se pasaba por el calidarium, el tepidarium, el frigidarium y el natatio (gran piscina). Fuentes de mármol, mosaicos, estucos y estatuas decoran las salas y jardines de este santuario dedicado al deporte y cuidado del cuerpo, pero también a socializar. El complejo termal también tenía un sótano desde donde se desarrollaban las actividades para que todo funcionara. Aquí se encuentra el mitreo más grande de Roma, abierto al público solo en ocasiones especiales. Via Appia Antigua. Desde las termas de Caracalla se accede a la antigua Via Appia, carretera de 800 km que conecta Roma con Brindisi. Declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO, fue la primera de las grandes calzadas de Roma, conocida com Regina viarum (Reina de las vías). Aunque se inició en el año 312 a.C. para conectar la capital del Imperio con Capua, posteriormente se amplió en varias ocasiones hasta Benevento, Venosa, Tarento y Brindisi. Pasaba por vías naturales y contaba con monumentos de la civilización romana, constituyendo una obra maestra de la ingeniería civil. |
El Grand Tour y los primeros turistas. Los primeros turistas fueron aristócratas británicos del siglo XVII que durante el llamado Grand Tour viajaban buscando el conocimiento. ¿Su destino preferido? La Italia renacentista. 1 octubre, 2018 Patricia Montoro García Encontramos el término Grand Tour por primera vez en una guía de Richard Lassels, del año 1670, haciendo referencia al gran viaje que realizaban los jóvenes aristócratas británicos entre los siglos XVI y XVIII. Este hecho constituía una nueva forma de viajar bastante parecida a lo que hoy conocemos como turismo. Las motivaciones podían ser muy variadas, aunque primaban las ligadas a la educación. Destacan el encuentro directo con la Antigüedad; problemas de salud, tanto física como mental (recordemos que la “melancolía” era una enfermedad muy común en esta época); el prestigio social; aficiones relacionadas con las artes, tales como la ópera o el teatro; necesidad de evasión; o incluso búsqueda de la identidad sexual. Aunque por encima de todas, la razón primordial era el aumento del prestigio social, lo que creaba la necesidad de demostrar que la experiencia había sido real. Entran aquí en juego dos de los factores más importantes que componen el Grand Tour: el tutor que acompañaba al viajero y la adquisición de lo que hoy llamamos souvenirs. Para entender este fenómeno cultural debemos situarnos en la Europa de los siglos XVI, XVII y especialmente del XVIII, con una Gran Bretaña triunfadora en la Guerra de los Siete Años, una Europa turbulenta y una Italia extremamente dividida y plagada de intrigas palaciegas. En Inglaterra la aristocracia ve como su prestigio decae a la vez que aumenta el poder de la burguesía, debido al cambio de propiedad de la tierra. Esta redistribución del poder económico afectó al perfil del estudiante, que creció en número y diversidad. El viaje era financiado por los padres de los estudiantes al terminar su etapa educativa y estos siempre iban acompañados de un tutor que hacía a la vez de guía y, por lo tanto, debía haber realizado el viaje con anterioridad, incluso más de una vez. Este tutor servía además para constatar la veracidad del viaje. El itinerario más común incluía París, el norte de Italia, Florencia, Roma, Nápoles, Suiza y en ocasiones Alemania. Este recorrido solía durar entre dos y tres años, pero los jóvenes no estudiaban en las universidades de los lugares de destino, sino que perseguían el conocimiento; aprender, entender, observar las costumbres de otros lugares y compararlas con las propias. De hecho, el filósofo Francis Bacon publicó en 1597 un ensayo titulado “Of Travel” en el que exponía un decálogo de motivaciones que todo viajero debía tener en cuenta. Entre ellas destacaban la experiencia que ayudaría a afrontar con éxito la futura vida política o madurar y convertirse en adulto. Además, aconsejaba visitar las ciudades pero no permanecer demasiado tiempo en ellas, así como crearse un círculo de amigos que le servirían como futuros contactos. De estos grandes recorridos nos han dejado los viajeros sus más sinceras opiniones, calificando las ciudades o comparándolas con algunas de su propia patria. Leandro Fernández Moratín, por ejemplo, en sus Cartas familiares, describe las ciudades italianas que visitó en el año 1786. Nápoles es posiblemente la menos valorada y de ella dice que era «decadente, con mucha gente desocupada por las calles y numerosos institutos de caridad para albergar a pobres y necesitados». Añade sobre su población que «la nobleza es tan soberbia, tan necia, tan mal educada, tan viciosa, que a los ojos de un filósofo, de un hombre de bien, es precisamente la porción más despreciable del estado». Y por último, hace referencia al comercio de la ciudad y una posible mala experiencia propia, pues comenta que «la mala fe que reina en los contratos es tal, que para comprar en Nápoles cualquier cosa, necesita un forastero dar la comisión a uno del país». Edad de Oro del Grand Tour Con la llegada del siglo XVIII y de la Ilustración, llegó también el auge del Grand Tour. Este movimiento intelectual promulgó nuevas formas de pensamiento, de educación y de abordar el conocimiento. La fe de los ilustrados en las posibilidades del Estado provocó que los futuros hombres políticos quisieran conocer otros gobiernos y recabar conocimientos para su propio país. Viajar se establecía como el mejor modo de conocer al hombre y su relación con el mundo. Sin embargo, el concepto de viaje como modo de educación ha sido bastante recurrente a lo largo de la historia: en Algunos pensamientos sobre la educación (1693), Locke plantea a los jóvenes que culminen su formación con un viaje; Voltaire afirmó en Cándido (1759) que es necesario viajar, al igual que Rousseau, que se lo recomendaba a Emilio. Por otro lado, la Geografía era la ciencia de moda en Gran Bretaña en el siglo XVIII, lo que provocó el éxito de las publicaciones de viajes. Además algunos gobiernos subvencionaban muchos viajes, llegando a la banalización del Grand Tour. Se estandarizaron los itinerarios, el tiempo y los destinos. Apareció el Petit Tour, con precios más asequibles, y se creó el primer “paquete turístico” de la historia, que comprendía París, Bruselas y Ámsterdam. Fiebre por las antigüedades Retomando el tema de la “certificación” del viaje llegamos a una de las consecuencias más importantes de esta moda: el comercio de antigüedades y arte en Europa. Este experimentó un grandísimo auge gracias a los jóvenes viajeros que obtenían objetos valiosos –o no tanto– en las ciudades que visitaban para demostrar que habían estado en ellas. Se dio un fervor generalizado por adquirir objetos dell’antico y obras de arte, que provocó el tráfico de antigüedades sobre todo entre Italia e Inglaterra durante el siglo XVIII. Se estaba desarrollando la primera industria del souvenir y profesiones como restaurador o escultor adquirieron importancia. Al analizar los objetos que se adquirían durante el viaje, como libros, dibujos, estampas, pinturas, esculturas, planos o antigüedades de cualquier tipo, se llega a la conclusión de que existían dos razones fundamentales a la hora de obtenerlos. La primera, la utilidad, mediante elementos que ayudan a los viajeros a visitar la ciudad, como planos o guías; y la segunda, los recordatorios, que podían ser desde grabados o vista de ciudades hasta objetos de lo más peculiares. En cuanto a las antigüedades, observando los permisos de exportación de obras y de excavación podemos ver claramente como el número de solicitudes que se aceptaban desde Gran Bretaña supera con creces al resto de países. Roma, a partir de la mitad del Settecento, se convertía en una aglomeración de turistas, comerciantes y anticuarios. Otra de las consecuencias de este fenómeno social fue la creación de literatura de viajes y de novelas cuya trama se desarrollaba en alguna de estas expediciones. Los futuros viajeros compraban estos libros antes de partir y contribuían a su creación a la vuelta. Además, en muchos casos, con la necesidad de plasmar sus aventuras en el extranjero escribían sus memorias, ayudando a los futuros historiadores a conocer un poco mejor la realidad del momento y cómo se veían entre sí los nativos de diferentes países. Un caso concreto Sin embargo, los británicos no fueron los únicos que viajaban por Europa, puesto que la edición de un “diccionario de viajeros” realizado hace algunos años por la historiografía británica demuestra que también franceses, holandeses, alemanes, rusos o escandinavos se sumaron a la moda. Sin olvidar, por supuesto, los viajes por el Viejo Continente que posteriormente llevaron a cabo los jóvenes norteamericanos, imitando quizás a los propios británicos. Encontramos el caso particular del menorquín Bernardo José Olives de Nadal que, en 1699, con 21 años, emprendió su Grand Tour por tierras catalanas entrando en Francia y llegando a Marsella; navegó hasta Génova y Livorno; recorrió la Toscana hasta Roma y viajó hacia el sur para conocer Nápoles y llegar a Venecia atravesando el Adriático. Recorrió el norte de Italia, los Alpes y Francia para llegar a Flandes; y tras Holanda, Londres y el sur de Inglaterra regresó a Menorca pasando por Valencia y Tarragona. Cuando volvió, tras casi dos años, escribió sus memorias, en las que destaca una anécdota que a la vez ilustra las posibilidades para que estos grandes viajes podían proporcionar a los jóvenes. Durante su estancia en Francia, el 1 de noviembre de 1700 es invitado por el embajador de España a la corte del país galo, donde tiene ocasión de conocer al que será el nuevo rey de España, Felipe V. Con casos como el de Bernardo José y otros muchos testimonios que han llegado hasta nuestros días se confirma que los postulados de Bacon siguieron vigentes a lo largo de siglos posteriores. Incluso podemos decir que el viaje con fines formativos está en la actualidad más vivo que nunca. Fuentes COMELLAS AQUIRREZÁBAL, M. (2014): «Viajes y aprendizaje: el Grand Tour dieciochesco al viaje romántico». En Navarro Domínguez, E.: Imagen del mundo: seis estudios sobre literatura de viajes (Págs. 67-125) Ed: Universidad de Huelva LÓPEZ MARTÍNEZ, G. (2015): «El Grand Tour: revisión de un viaje antropológico». En Gran Tour: Revista de Investigaciones Turísticas. ISSN: 2172-8690 N.º 12 (Págs. 106-120) PORRAS, S. (2003): Los libros de Viaje. Génesis de un género. Italia en los Libros de viajes del siglo XIX. Ed: Universidad de Valladolid. SUÁREZ HUERTA, A. (2012): «El Grand Tour: un viaje emprendido con la mirada de Ulises». En Isimu: Revista sobre Oriente Próximo y Egipto en la antigüedad. ISSN: 1575-3492, N.º 14-15 (Págs. 253-282) |
20 agosto, 2025 Roma, la Ciudad Eterna para los escritores que prefiguraron el actual turismo de masas EFE Como recoge el prólogo de ‘Guía literaria de Roma’ (Ático de los Libros), fue en los siglos XVII, XVIII y XIX cuando la ciudad se estableció como una de las principales paradas del Grand Tour, ese viaje por Europa que todo joven aristócrata inglés debía hacer para completar su educación. Desde Montaigne a Rilke, pasando por Chateaubriand, Dickens, Twain, Melville, Goethe, James o Stendhal, la ‘Guía literaria de Roma’ presenta una visión distinta de la más artística de las ciudades, con los lugares imprescindibles de la Ciudad Eterna vistos por los genios de las letras. La Ciudad Eterna ha sido tradicionalmente destino de escritores deseosos de contemplar ruinas de glorias pasadas y de asombrarse ante las maravillas del arte que guardan sus iglesias, palacios y museos. Durante los últimos dos milenios, Roma ha sido una de las ciudades más visitadas del mundo, primero capital de un Imperio que dominó el Mediterráneo, luego centro de la fe cristiana y de peregrinación de fieles, y en el Renacimiento enclave imprescindible para el arte, la educación, la filosofía y el comercio, a la que acudían por igual artistas y banqueros. Como recoge el prólogo de ‘Guía literaria de Roma’ (Ático de los Libros), fue en los siglos XVII, XVIII y XIX cuando la ciudad se estableció como una de las principales paradas del Grand Tour, ese viaje por Europa que todo joven aristócrata inglés debía hacer para completar su educación e imbuirse de la cultura, el arte, la filosofía y la arquitectura clásicas. Los viajeros del Grand Tour eran eruditos, apasionados, amaban el lujo y podían pagárselo, y desde su mirada privilegiada sus percepciones influyeron en el imaginario de los posteriores visitantes, antes de que se abriera la puerta del turismo de masas en el siglo XX. La visión de Montaigne, quizá el primero de todos esos viajeros modernos, la de Goethe, Chateaubriand, Mary Shelley y los demás autores que aparecen en el volumen trasladan al lector una mirada inocente de Roma, difícilmente sostenible en la actualidad. Comienza el recorrido cronológico con el primer gran viajero, el geógrafo e historiador griego Estrabón, que habla de “la grandeza de Roma” que atribuye a “Pompeyo, el Divino César, con sus hijos, amigos, esposa y hermana, que han sobrepasado a todos los demás en celo y munificencia para adornar su ciudad”. El propio Estrabón habla de la necesidad que tiene Roma de madera y piedra “para los trabajos de construcción provocados por el frecuente hundimiento de casas y por causa de los incendios y de ventas que nunca parecer parar”. Con el objetivo de evitar estos males, refiere Estrabón, César Augusto “instituyó una compañía de libertos listos para acudir en caso de incendio, mientras que, a fin de prevenir los hundimientos de casas, decretó que todos los edificios nuevos no debían ser tan altos como los precedentes”. En 1580, Michel de Montaigne emprendió un viaje a Suiza, Alemania e Italia y guardó sus impresiones en un diario publicado en 1774, mucho después de su muerte (1592). Para Montaigne, que daba a Roma como vencedora sin ningún lugar para la duda en una comparación con París, sale en su defensa cuando dice: “Que estas pequeñas muestras de su ruina que aparecían aún eran testimonio de esta magnificencia infinita que ni tantos siglos ni tantos incendios ni el mundo entero conspirando reiteradamente habían conseguido extinguir por completo”. Muchos no escondieron ese amor a primera vista con Roma en sus publicaciones, como Goethe, que contempló Roma como su universidad; Chateaubriand, Stendhal, Henry James o Rainer Maria Rilke. Otros se fijaron en aspectos concretos, como Tobias Smollett, que habla de las termas de Caracalla y el Panteón; Percy Bysse Shelley, que lo hace del Palazzo Cenci; James Fenimore Cooper, que se fija en el Panteón y en las mujeres de Roma; Herman Melville, que pone su mirada en las estatuas romanas; Mark Twain, que pone el acento en San Pedro, el coliseo y las catacumbas; Hugh Macmillan, que lo sitúa en la Piazza di Spagna; o Edward Gibbon, que a partir del coliseo, habla del declive y caída del Imperio romano. El único español incluido en el libro es Pedro Antonio de Alarcón, autor de ‘El sombrero de tres picos’, que cultivó el género de la literatura de viajes y que en 1861 publicó ‘De Madrid a Nápoles’ con las experiencias de un viaje realizado en pleno proceso de unificación de Italia. |
17 agosto, 2021 Rocío A. Gómez Sustacha ¿Qué nos queda del Grand Tour? En el s. XVIII los viajes de descubrimiento y ocio comenzaron a tomar forma con el Grand Tour. ¿Pervive algo de esa esencia de la Ilustración en el viaje actual? Consumimos más viajes que nunca. En 2019 -es difícil valorar el último año por la influencia del Covid en este sector- la OMT (Organización Mundial del Turismo) registró 1.400 millones de llegadas de turistas internacionales en todo el mundo. Lo que equivale a prácticamente la quinta parte de la población mundial. Pero el turismo se ha ido transformando en las últimas décadas en algo muy alejado del concepto primigenio que le impartieron en el s. XVIII a través del Grand Tour. Hoy percibimos el turismo a través de la irrealidad que nos propone Instagram o nos vemos abocados a no poder visitar lugares mágicos porque el propio turismo ha arrasado con ellos. ¿Nos queda algo de esa esencia del viaje cómo descubrimiento personal y cultural? Han pasado varios siglos para que el turismo se democratice y, en mayor o menor medida, la población se lance a coger un vuelo barato de fin de semana, a dedicar unos días al turismo nacional, o a invertir en un gran viaje. Pero antes hubo unos precursores con unos objetivos bien distintos y cuyos souvenirs no consistían en tote bags, tazas, o en las horteradas que se venden en cada paseo marítimo. Sino en retratos de grandes artistas, sedas, o vinos –vale, esto quizás si lo seguimos trayendo de nuestros viajes-. Unos turistas que además de dar a conocer el viaje revolucionaron el arte. Por supuesto no fueron los primeros en escribir sobre lo que aprendían de sus viajes. Ya en la Grecia Clásica Heródoto o Plutarco, entre otros, pusieron negro sobre blanco sus viajes desde una perspectiva historicista. Después llegarían cronistas como Pigafetta (partícipe de la primera vuelta al Mundo de Magallanes y Elcano), o filósofos como Michel de Montaigne. Este último plasma su recorrido por Alemania, Suiza e Italia en Diario del viaje a Italia (recientemente publicado en una edición excelente de Acantilado) adelantándose en 200 años al Grand Tour. Al menos al de Goethe, uno de los primeros en publicar sus diarios de este recorrido que, por entonces, tenía como destino Roma. Lo hizo en Viaje a Italia (publicado en 1817 aunque su Grand Tour tuvo lugar en 1786). Es por tanto durante la Ilustración cuando el placer de viajar comenzó a asentarse. El Grand Tour requería mucho tiempo de preparación buscando las mejores rutas, y el trayecto podía durar meses o años. Partían a la búsqueda de conocimientos, de descubrir la antigüedad clásica, de asentar nuevos pensamientos y de transmitirlos. Normalmente los transmitían a través de novelas, poemas y diarios en los que presentaban todo lo que se encontraban, desde aspectos meteorológicos o geográficos a otros más populares como las fiestas, las posadas o las calles. Poniendo por supuesto especial énfasis en las descripciones culturales (a veces acompañadas de dibujos) en las que escriben sobre universidades, arqueología, arquitectura, pintura, bibliotecas… Lo que, salvando las distancias estilísticas, evolucionaría en guías de viajes, blogs, e incluso comentarios de TripAdvisor. Sin embargo uno de los aspectos que más debemos agradecer a ese auge del Grand Tour es la expansión artística que supuso. Los souvenirs con los que regresaban comenzaron a formar parte de un nuevo coleccionismo privado en forma de antigüedades, muebles, obras de arte o libros, y acercaron estilos por toda Europa. Por ejemplo los retratos de la Inglaterra del XVIII no serían los que conocemos si no hubiesen llegado algunos ejemplos de lo que se hacía en Italia. Incluso crearon nuevos formatos como las vedutes -pinturas de vistas urbanas- en los que vieron una oportunidad única artistas como Wittel, Canaletto o Bellotto. Un concepto que, de nuevo salvando las distancias artísticas, ha evolucionado primero en postales y ahora en el carrete que ocupa cualquier móvil. El Grand Tour se convirtió así en una práctica habitual para los nobles europeos aunque no todos veían su aspecto positivo. El economista Adam Smith no dejó de criticarlo como muestra en su texto dentro de La riqueza de las naciones por considerarlo un sustitutivo de la universidad en el que quien lo realiza “normalmente vuelve a casa más engreído, menos escrupuloso, más libertino y menos capaz de dedicarse seriamente al estudio o al trabajo que lo que estaría si hubiese pasado ese periodo breve en su propio país”. Hoy su teoría de la mano invisible tendría que tener muy en cuenta un sector como el turismo. Esos primeros pasos del turismo, entendiendo como tal el viaje por placer y de descubrimiento perviven, de una forma muy laxa y cada vez menos popular, en ese concepto del viaje iniciático que nos llega a través de las películas norteamericanas en los que los jóvenes, normalmente ricos y ociosos, dedican unos meses a viajar por el viejo continente como un símbolo de adquisición de conocimientos y de asentamiento de una correcta perspectiva de la vida antes de la adultez. Aunque obviamente esto está muy corrompido del concepto original. Y ya no es tan común. De todas formas el viaje a Italia –destino principal en el s. XVIII pero que permitía al viajero recorrer también países como Francia, Alemania, Países Bajos, Bélgica o Suiza- no era algo nuevo. Desde la Edad Media los peregrinos acudían a Roma durante los jubileos. Pero el viaje religioso distaba notablemente de los objetivos del viaje de descubrimiento. Y es este el que nos acerca al concepto actual de viaje de ocio. La sociedad nos ha llevado a tener unos escasos 25 días de vacaciones al año que, dan para lo que dan. Ir a visitar a amigos o familiares al pueblo, unos días de playa y, con mucha suerte, una semana en el extranjero conociendo nuevas culturas y creciendo interiormente. Cuanto menos en conocimientos históricos, geográficos y gastronómicos. Una semana está muy lejos de los dos años que se podían tirar en el Siglo de las Luces para su Grand Tour, pero la esencia quiero creer que pervive. |
– María Reina de Escocia. – |
14 de octubre de 1586 – Juicio de María, reina de Escocia. – |
María I Estuardo; en ingles Mary, Queen of Scots; Mary Stuart; Mary I of Scotland; En francés Marie Stuart; Marie Ire d'Écosse (Llamada también María, reina de los escoceses; Linlithgow, Escocia, 1542-Fotheringay, Inglaterra, 1587) Reina de Escocia. Hija de Jacobo V y María de Lorena, de la casa de Guisa, accedió al trono bajo la tutela de su madre. En 1558 casó con Francisco II de Francia, de quien enviudó poco tiempo después. Volvió a su país para hacerse cargo del gobierno, lo cual provocó una rebelión en Escocia dirigida por un oponente al catolicismo de la reina, John Knox, quien recibió el apoyo de Inglaterra. La hostilidad entre Inglaterra y Francia, que apoyaba a María, concluyó con el acuerdo de Edimburgo en 1560, como resultado del cual la posición de la reina de Escocia quedó muy debilitada, ya que carecía de tropas y recursos para gobernar con efectividad sobre sus súbditos. María casó en segundas nupcias con el conde de Darnley en 1565, y tras el asesinato de éste, con Bothwell, de quien se decía que era el asesino. Este comportamiento escandaloso acarreó una gran impopularidad a la reina y acabó por provocar una revuelta de la nobleza que en 1568 obligó a María a exiliarse en Inglaterra, donde su presencia alentó a los movimientos católicos contrarios a la reina Isabel I. En 1569 se sublevaron los señores del norte del país, contrarios a la política del primer ministro Cecil, e Isabel I de Inglaterra se apresuró a detener y encarcelar a la reina fugitiva. Ello no detuvo a los conspiradores católicos, que tramaron varias conjuras, fallidas todas, para eliminar a Isabel e instalar en el trono a la católica María. En el plano internacional, el cautiverio de la reina de Escocia en Inglaterra implicó un enfriamiento de las relaciones con España, que fueron derivando hacia la hostilidad. Cuando Isabel optó por ejecutar a su prisionera, acusada de estar implicada en un nuevo complot, facilitó a Felipe II el pretexto que necesitaba para enviar contra Inglaterra a la Armada Invencible. Huida, reclusión en Inglaterra y muerte. El 2 de mayo de 1568, María escapó del castillo del Lochleven con la ayuda de George Douglas, hermano del conde de Morton y dueño del castillo. Logró reunir un ejército de 6000 hombres, se lanzó al campo de batalla y montó al frente de sus soldados, instándolos a seguir su ejemplo; se enfrentó a unas fuerzas más pequeñas de Moray en la batalla de Langside el 13 de mayo. Derrotada, huyó al sur y, después de pasar la noche en la abadía de Dundrennan, cruzó el fiordo de Solway hacia Inglaterra en un bote de pesca el 16 de mayo. Pensaba buscar refugio en ese país basándose en una carta de su tía que le prometía ayuda. Desembarcó en Workington (Cumberland) y pernoctó en el ayuntamiento de esa aldea.El 18 de mayo, los funcionarios locales la recluyeron bajo custodia preventiva en el castillo de Carlisle. Aparentemente, esperaba que Isabel I la ayudara a recuperar el trono, pero su prima era cautelosa y ordenó una investigación sobre la conducta de los lores confederados y si ella era culpable del asesinato de Darnley. A mediados de julio de 1568, las autoridades inglesas trasladaron a María al castillo de Bolton, que estaba lejos de la frontera escocesa, pero no demasiado cerca de Londres. Una comisión de investigación o «conferencia», como se la conocía, se estableció en York y, luego, en Westminster, entre octubre de 1568 y enero de 1569. Mientras tanto, en Escocia, sus seguidores se enfrentaron en una guerra civil contra el regente Moray y sus sucesores. Las «cartas del cofre» María se opuso a ser juzgada por cualquier tribunal, invocando su condición de «reina consagrada piadosamente», y porque el encargado de presentar la acusación era su medio hermano el conde de Moray, regente de Escocia durante la minoría de Jacobo, cuyo principal motivo era mantenerla fuera del país y a sus seguidores bajo control. María no podía reunirse con estos últimos ni hablar en su defensa ante el tribunal. Además, no quiso participar en la investigación en York —envió representantes en su lugar—, aunque de todas formas su tía prohibió que asistiera. Como evidencia en su contra, Moray presentó las denominadas «cartas del cofre», ocho misivas sin firma supuestamente propiedad de María dirigidas a Bothwell, dos certificados de matrimonio y uno o varios sonetos amorosos, que, según Moray, se encontraron en un cofre de plata dorada de aproximadamente un pie (30 cm) de largo y decorado con el monograma real del fallecido Francisco II de Francia. La acusada negó haberlas escrito y sostuvo que, como su letra no era difícil de reproducir, eran falsificaciones. Los documentos resultaban cruciales para los acusadores porque demostrarían su complicidad en el asesinato de Darnley. El líder de la comisión de investigación, el duque de Norfolk, las describió como cartas «horribles» y baladas «diversas y afectivas», mientras que algunos miembros de la conferencia enviaron copias a la reina inglesa, insistiéndole en que, de ser auténticas, probarían la culpabilidad de su sobrina. La validez probatoria de las cartas ha sido fuente de controversia entre los historiadores, para quienes es imposible verificarlas, ya que los originales, escritos en francés, probablemente fueron destruidos en 1584 por Jacobo VI, mientras que las copias —en francés o traducidas al inglés— que aún se conservan no conforman un todo completo. Existen transcripciones impresas incompletas en inglés, escocés, francés y latín desde la década de 1570. Otros documentos examinados son el certificado de divorcio de Bothwell y Jean Gordon. El conde de Moray había enviado un mensajero en septiembre a Dunbar para obtener una reproducción de las actas de los registros de la ciudad. Sus biógrafos —Antonia Fraser, Alison Weir y John Guy, entre otros— han llegado a la conclusión de que probablemente los documentos eran falsificaciones, que se insertaron pasajes incriminatorios en cartas genuinas o que las misivas fueron escritas para Bothwell por otra persona o por María a otra persona. Guy señaló que las cartas son inconexas y que el lenguaje y la gramática francesa empleados en los sonetos son demasiado rudimentarios para alguien con la educación que tuvo ella.Aun así, ciertas frases de las cartas —como versos en el estilo de Ronsard— y algunas características en la redacción serían compatibles con los escritos conocidos de María. Las «cartas del cofre» no aparecieron públicamente hasta la conferencia de 1568, aunque el consejo privado escocés las había visto en diciembre de 1567. María fue presionada a abdicar y estuvo cautiva durante casi un año en Escocia. Para asegurar su reclusión y forzar la abdicación, los documentos nunca llegaron a hacerse públicos. Wormald consideró que esta renuencia por parte de los escoceses a mostrar las cartas y propiciar su destrucción en 1584 constituye, independientemente de su contenido, una prueba de que contenían evidencias reales contra la reina, mientras que Weir arguyó que demuestran que los lores escoceses necesitaron tiempo para fabricarlas. Al menos algunos de los contemporáneos de María que leyeron las cartas no tenían dudas de que eran auténticas; entre ellos estaba el duque de Norfolk,quien en secreto conspiró para casarse con ella en el transcurso de la investigación, aunque luego lo negaría cuando Isabel I aludió a sus planes de matrimonio: «nunca diría que se casaría con otra persona alguien que ni siquiera está seguro de su almohada». La mayoría de los comisionados, tras un estudio del contenido y una comparación de muestras de la caligrafía de la acusada, reconocieron las cartas como genuinas. Como posiblemente habría deseado, Isabel I concluyó la investigación con un veredicto que no probaba nada ni contra los lores confederados ni contra su sobrina. Por razones sobre todo políticas, no deseaba condenar de asesinato a María ni tampoco «absolverla», por lo que nunca hubo ninguna intención real de proceder por vía judicial. Al final, el conde de Moray regresó a Escocia como regente, mientras la detenida permaneció bajo custodia en Inglaterra. Isabel I había logrado sostener en el poder un gobierno protestante en Escocia sin tener que condenar ni liberar a su soberana legítima. En opinión de Fraser, fue uno de los «juicios» más extraños en la historia del derecho inglés: se concluyó sin encontrar culpable a ninguna de las partes, ya que una regresó a Escocia y la otra permaneció presa. Conspiraciones Después de la indagación de York, el 26 de enero de 1569, Isabel I ordenó a Francis Knollys, esposo de Catherine Carey, que escoltara a María al castillo de Tutbury y la pusiera bajo custodia del conde de Shrewsbury y su temida mujer, Bess de Hardwick, quienes fueron sus guardianes durante quince años y medio, salvo unas breves interrupciones. Isabel I consideraba que los reclamos dinásticos de su sobrina eran una amenaza seria y por eso la confinó en las propiedades de Shrewsbury, como Tutbury, el castillo de Sheffield, la mansión Wingfield y Chatsworth House, ubicados en el interior de Inglaterra, a medio camino entre Escocia y Londres y distantes del mar. A María se le permitió tener su propio personal doméstico —de alrededor de dieciséis sirvientes— y necesitaba treinta carros para transportar sus pertenencias de una residencia a otra. Sus aposentos estaban decorados con finos tapices y alfombras, así como su baldaquino en el que tenía bordada la frase en francés En ma fin gît mon commencement («En mi fin está mi principio»). En las residencias vivía con las comodidades de una aristócrata, excepto que solo se le permitía salir bajo estricta supervisión. Pasó siete veranos en la ciudad balneario de Buxton y gran parte de su tiempo bordando. En marzo, su salud se deterioró, probablemente por porfiria o sedentarismo, y comenzó a tener fuertes dolores en el bazo, pero el traslado a otra residencia de Wingfield tampoco mejoró la situación. En mayo, mientras estaba en Chatsworth House, la atendieron dos médicos. En los años 1580, tuvo un grave reumatismo en sus miembros que la hacía cojear. En mayo de 1569, Isabel I intentó mediar en la restauración de su sobrina a cambio de garantías para la religión protestante, pero una convención celebrada en Perth rechazó el trato tajantemente. María entabló por entonces una relación epistolar con Thomas Howard, cuarto duque de Norfolk, el único duque inglés y primo de Isabel I. Esperaba poder casarse con «mi Norfolk», como le llamaba, y ser libre, sin mencionar que confiaba en que obtendría la aprobación real para su nuevo matrimonio. Además, el conde de Leicester le envió una carta informándole que, si conservaba la fe protestante en Escocia y se casaba con Norfolk, los nobles ingleses la harían regresar al trono de Escocia y sería la heredera legítima de su prima en Inglaterra. En este punto, Norfolk y María se comprometieron y él le envió un anillo de diamantes. En septiembre, Isabel I descubrió las negociaciones secretas y, enfurecida, hizo que llevaran al duque de Norfolk a la Torre de Londres, donde estuvo recluido entre octubre de 1569 y agosto de 1570, mientras que María fue trasladada nuevamente a Tutbury con un nuevo carcelero, Huntington. En mayo de 1570 fue nuevamente llevada a Chatsworth House, pero en el mismo período el papa Pío V promulgó la bula Regnans in Excelsis («Reinando sobre las alturas») que excomulgó a la reina de Inglaterra y liberó de obediencia a los súbditos católicos. Moray fue asesinado en enero de 1570 y su muerte coincidió con una rebelión en el norte de Inglaterra en la que algunos señores locales organizaron un plan de fuga para liberar a María, aunque ella no participó en él porque aún confiaba en la posibilidad de que su prima, entonces rondando los cuarenta años, soltera y sin herederos, la reinstalara en el trono. Estos levantamientos convencieron a Isabel I de que María era una amenaza. Tropas inglesas intervinieron en la guerra civil escocesa y consolidaron el poder de las fuerzas antimarianas. Los principales secretarios ingleses —Francis Walsingham y William Cecil, lord Burghley— vigilaron a la detenida cuidadosamente con la ayuda de espías instalados en su círculo cercano. Cecil visitó a María en el castillo de Sheffield y le presentó una larga serie de artículos que establecerían la alianza entre ella y su prima. Los acuerdos incluyeron la ratificación del Tratado de Edimburgo, con la relativa renuncia al trono inglés por parte de María; además, esta última no podría casarse sin el consentimiento de su tía. Sin embargo, el resultado fue en vano y, en la primavera de 1571, María expresó, en una carta al conde de Sussex, que tenía poca confianza en la resolución de sus problemas. En agosto de 1570, el duque de Norfolk fue liberado de la Torre y, poco después, participó en una conspiración mucho más peligrosa que la anterior. Un banquero italiano, Roberto Ridolfi, actuó como intermediario entre el duque y María para que ambos se casaran con el apoyo de potencias extranjeras. De hecho, en el plan, el duque de Alba invadiría Inglaterra desde los Países Bajos Españoles para provocar un levantamiento de los católicos ingleses, con el que Isabel I sería capturada y María ascendería al trono junto con su futuro consorte, quien probablemente sería el gobernador de los Países Bajos y medio hermano de Felipe II de España, Juan de Austria. Contaban con el respaldo del papa Gregorio XIII, pero ni Felipe II ni el duque de Alba tenían intenciones de asistir al duque y además la rebelión en Inglaterra no estaba garantizada. Isabel I, puesta en alerta por el gran duque de Toscana, se había enterado fácilmente de los planes de Ridolfi, descubrió el complot e hizo arrestar a los conspiradores. Norfolk, detenido el 7 de septiembre de 1571, fue juzgado en enero de 1572 y ejecutado el 2 de junio del mismo año. Con el apoyo de la reina, el Parlamento presentó un proyecto de ley que impedía que María ascendiera al trono inglés en 1572, aunque Isabel I se negó inesperadamente a dar su consentimiento real. Se publicaron las «cartas del cofre» en Londres para desacreditar a la detenida y continuaron las tramas centradas en ella. Después de la conspiración de Throckmorton de 1583, Walsingham presentó en el Parlamento los proyectos del «Vínculo de Asociación» (Bond of Association) y la Ley para la Seguridad de la Reina, que castigaba con la muerte a cualquiera que conspirase contra Isabel I e impedía que un sucesor putativo se beneficiara de su asesinato. Dadas las numerosas conjuras en su nombre, el «Vínculo de Asociación» resultó ser un precedente legal clave para su posterior sentencia de muerte; no era legalmente vinculante, pero fue firmado por miles de personas, incluso la propia María. En 1584, María propuso una «asociación» con su hijo Jacobo VI y anunció que estaba lista para quedarse en Inglaterra, que renunciaría a la bula de excomunión del romano pontífice y se retiraría de la escena política, con lo que supuestamente abandonaría sus reclamaciones sobre la Corona inglesa. Asimismo, se ofreció para participar en una liga ofensiva contra Francia. En cuanto a Escocia, propuso una amnistía general, apoyó la idea de que Jacobo VI debía casarse con el consentimiento de Isabel I y, también, que no habría ningún cambio en asuntos de religión. Su única condición era la inmediata flexibilización de las condiciones de su cautiverio. Jacobo VI estuvo de acuerdo con la idea por un tiempo, pero luego la rechazó y firmó un tratado de alianza con Isabel I, con el que abandonó a su madre.[235] La reina inglesa también rehusó la «asociación» porque no confiaba en que su prima cesara de conspirar contra ella durante las negociaciones. En febrero de 1585, el espía galés William Parry fue condenado a muerte por conspirar en un intento de asesinato de Isabel I, sin que María lo supiera, aunque su propio agente Thomas Morgan estaba implicado en la trama. Tras esto, se urdió el llamado complot de Babington, el resultado de varias confabulaciones con diferentes propósitos, pero que en realidad era una trampa tendida por Francis Walsingham, el líder de los espías de Isabel I, y los nobles ingleses contra María, ya que consideraban inevitable la ejecución de la «monstruosa dragona escocesa». Desde abril de 1585, María estaba confinada en el castillo de Tutbury, bajo la custodia de Amias Paulet, un puritano «inmune al encanto» de la reina destronada y que, a diferencia de Knollys y Shrewsbury, la encontraba molesta e hizo lo posible por endurecer las condiciones de su aislamiento. Paulet leía todas las cartas de María y también le impedía enviarlas secretamente a través de las lavanderas; además, no toleraba que diera caridad a los pobres, porque creía que era una forma de congraciarse con el pueblo local. Llegó al punto de querer quemarle un paquete que contenía «inmundicia abominable», a saber, rosarios y telas de seda con la inscripción Agnus Dei («Cordero de Dios»). Debido a que María no toleraba el ambiente malsano de Tutbury, decidieron trasladarla a una mansión solariega rodeada de un foso en Chartley, residencia del conde de Essex, a donde llegó en Navidad. Gilbert Gifford, un mensajero involucrado en el plan para liberar a María, a su regreso de Francia, fue capturado por Walsingham y le convenció para que trabajara para él: una vez que Paulet fue informado, Gifford pudo contactar a María, quien no había recibido cartas desde el año pasado, y le puso al tanto de una forma de contactar con sus corresponsales franceses, sin que Paulet se enterara. María dictaba sus cartas a su secretaria, quien las codificaba, las envolvía en una bolsa de cuero y las insertaba en los tapones de barriles de cerveza que abastecían regularmente al palacio. Las cartas llegaban a manos de Gifford en la cercana Burton y se las entregaba a Paulet, quien las descifraba y las enviaba a Londres con Walsingham. Una vez copiadas, Gifford las entregaba al embajador francés, quien las llevaba consigo a Thomas Morgan, corresponsal de María en París. De esta manera, la falsa conspiración de Gifford para liberar a María se encontró con un complot real de unos jóvenes caballeros ingleses católicos. El líder de este grupo, que veía a la reina escocesa como una mártir, era Anthony Babington: su plan era matar a Isabel I y colocar a María en el trono. Babington, quien había tenido contacto con Morgan en el pasado, sin saberlo había caído en la trampa de Walsingham. María, al no prestar tanta atención a las intrigas de la nobleza local, se sentía a salvo con Babington y Morgan; por ello, entró en correspondencia con Babington, quien el 14 de julio le envió el plan de fuga y regicidio de Isabel I. Walsingham, con la carta de Babington ya descifrada, esperaba la respuesta de María, que usaría para acusarla de alta traición. María, confundida e indecisa sobre qué hacer, pidió opinión a su secretaria, quien le aconsejó que abandonara esos planes, como siempre hacía. Al final, María decidió responder y, el 17 de julio, escribió una carta en la que detallaba las condiciones de su liberación, pero no dio respuesta al plan de asesinato de su tía. De esta forma, su complicidad no estaba clara, razón por la que Phelippes, el descifrador de Walsingham, agregó una posdata relativa al intento de regicidio. Dos días después del envío, la misiva estaba en manos de Walsingham y Phelippes y, el 29 de julio, llegó a Babington, quien fue detenido el 14 de agosto y llevado a la Torre de Londres, donde confesó todo. Una vez descubiertos, los conspiradores fueron torturados, juzgados sumariamente y descuartizados. El 11 de agosto de 1586, María fue arrestada mientras cabalgaba y llevada a la puerta de entrada de Tixall.Con las misivas interceptadas desde Chartley, los captores estaban convencidos de que María había ordenado el intento de asesinato de su tía.Siempre bajo custodia de Paulet, fue trasladada al castillo de Fotheringhay en un viaje de cuatro días, que finalizó el 25 de septiembre. A los juristas les resultó difícil organizar el proceso, ya que un soberano extranjero no podía ser juzgado y, en tal caso, tendría que ser enviado al exilio; buscaron antecedentes de otros monarcas procesados en un tribunal, pero los resultados fueron poco concluyentes: el desconocido Cayetano —tetrarca de la época de Julio César—, Licinio —cuñado de Constantino I—, Conradino de Suabia y Juana I de Nápoles. Tampoco contaban con suficientes instrumentos legales: de hecho, en ese momento, la ley disponía que un acusado fuese juzgado por sus pares y estaba claro que ninguno de los más altos lores ingleses era como la reina escocesa; además, la propia Isabel I no podía juzgarla. Al final, los juristas se basaron en el hecho de que el «crimen» había ocurrido en Inglaterra y, con este argumento, pudieron proceder y establecer un tribunal formado por los nobles ingleses más importantes. |
Juicio. |
Tal día como hoy, el 14 de octubre de 1586, comenzó el juicio de María, reina de Escocia, en el castillo de Fotheringhay, en Northamptonshire. El historiador John Guy, autor de « Mi corazón es mío: La vida de María, reina de Escocia» , escribió un brillante capítulo sobre la caída de María, «Némesis», y le agradezco la información de este artículo. María, reina de Escocia, se había negado inicialmente a comparecer ante la comisión de Isabel I, pero William Cecil le había informado que el juicio se celebraría con o sin ella. Se presentó ante la comisión a las 9 de la mañana, vestida con un vestido de terciopelo negro y un birrete y velo de batista blanca. María protestó entonces contra la comisión, argumentando que el tribunal no era legítimo y que no se le permitía defensa legal ni citar a ningún testigo. Tampoco se le permitió examinar ninguno de los documentos utilizados en su contra. Sus protestas fueron en vano y la fiscalía procedió a abrir el juicio con un relato de la Conspiración de Babington, argumentando que María conocía la conspiración, la había aprobado, estaba de acuerdo con ella y había prometido ayudar. María protestó su inocencia: Mary: No conocí a Babington. Nunca recibí cartas suyas ni le escribí. Nunca planeé la destrucción de la Reina. Si quiere probarlo, presente mis cartas firmadas de mi puño y letra. Abogado: Pero tenemos pruebas de cartas entre usted y Babington. Mary: Si es así, ¿por qué no las presenta? Tengo derecho a exigir ver los originales y las copias, uno junto al otro. Es muy posible que mis claves hayan sido manipuladas por mis enemigos. No puedo responder a esta acusación sin pleno conocimiento. Hasta entonces, debo contentarme con afirmar solemnemente que no soy culpable de los crímenes que se me imputan ... Desafortunadamente para María, el jefe de espías de Isabel, Sir Francis Walsingham, había reunido una gran cantidad de pruebas:
Cuando la fiscalía presentó todas estas pruebas, Mary rompió a llorar, pero siguió negando su participación, alegando que los documentos eran falsos. Walsingham proclamó su inocencia, afirmando que los documentos eran auténticos. Una Mary angustiada proclamó: «Nunca naufragaría conspirando para la destrucción de mi querida hermana». 2 El tribunal se levantó entonces para el almuerzo. Después del almuerzo, se leyeron las confesiones de las secretarias, para gran sorpresa y horror de Mary. Mary argumentó que sus cartas debieron haber sido manipuladas después de verlas, y luego argumentó: "La majestad y la seguridad de todos los príncipes se desmoronan si dependen de los escritos y testimonios de sus secretarios... No seré condenado excepto por mi propia palabra o escrito." 3 El juicio continuó al día siguiente, y la fiscalía acusó a María de consentir el asesinato de Isabel en su respuesta a Babington. María intentó argumentar que, si bien había escrito «entonces será el momento de poner a los caballeros a trabajar, ordenando el cumplimiento de su designio» 4 , no había especificado en qué consistía esa «obra». Sin embargo, como señaló la fiscalía, María también había solicitado ayuda extranjera, y aunque argumentó que un acto de guerra, incluso si resultaba en la muerte de Isabel, era legítimo si le permitía, como reina, ser finalmente libre, la comisión consideró sus acciones un acto de traición. Al concluir el juicio, María exigió comparecer ante el Parlamento o ante la Reina, pero estaba librando una batalla perdida. La sentencia se retrasó todo lo posible por orden de Isabel, pero el 25 de octubre la comisión volvió a reunirse y la declaró culpable. El 29 de octubre, el Parlamento se reunió para debatir el caso de María, reina de Escocia, la Conspiración de Babington y su papel en el asesinato de Lord Darnley. Se decidió solicitar a Isabel la ejecución de María. Esto puso a Isabel en una situación difícil, ya que no quería ser acusada de regicidio. El 4 de diciembre, María fue declarada públicamente culpable y, finalmente, el 1 de febrero de 1587, Isabel llamó a su secretario, William Davison, para pedirle que le trajera la orden de ejecución de María para que la firmara. Isabel la firmó, pero le indicó a Davison que le pidiera a Walsingham que escribiera a Sir Amyas Paulet, en su propio nombre, solicitándole que matara a María. Esto permitiría a Isabel librarse de su némesis sin asumir ninguna responsabilidad; en cambio, Paulet actuaría en privado bajo el Vínculo de Asociación. 5 Paulet, comprensiblemente horrorizado, protestó: «Dios no permita que yo haga un naufragio tan repugnante de mi conciencia». 6 Mientras tanto, Sir William Cecil convocó una reunión secreta del Consejo Privado de Isabel, que acordó enviar la orden firmada a Fotheringhay. Cecil designó a los condes de Shrewsbury y Kent para dirigir la ejecución, y el consejo acordó mantener a Isabel al margen hasta que se consumara el hecho. El 8 de febrero de 1587, María, reina de Escocia, fue ejecutada en el castillo de Fotheringhay. Aunque Isabel estaba furiosa con su Consejo, tanto que Cecil huyó a su casa y Davison fue arrojado a la Torre, John Guy señala que, independientemente de lo que le sucediera a María, ya fuera asesinada o ejecutada, Isabel podía negar cualquier responsabilidad: Había urdido cuidadosamente las cosas para ganar, pasara lo que pasara. Si Mary era asesinada bajo el Vínculo de Asociación, Elizabeth podía deslindarse de toda responsabilidad. Si Cecil sellaba la orden judicial a escondidas y la enviaba a Fotheringhay a sus espaldas, podía alegar que había sido víctima de una conspiración judicial . Notas y fuentes.
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En octubre de 1586 se creó el tribunal de treinta y seis nobles, entre ellos Cecil, Shrewsbury y Walsingham,para juzgar a María por el delito de alta traición, de acuerdo a la Ley para la Seguridad de la Reina. Enardecida, negó los cargos y, al principio, rehusó someterse al proceso. Ante los embajadores ingleses que la citaron el 11 de octubre, dijo: «¿Cómo es que vuestra señora no sabe que nací reina? ¿Creéis que denigraré mi posición, mi estatus, la familia de la que vengo, el niño que me sucederá, los reyes y príncipes extranjeros cuyos derechos son pisoteados en mi persona, al aceptar tal requerimiento? ¡No! ¡Nunca! Por más torcido que parezca, mi corazón es firme y no sufrirá ninguna humillación». Al día siguiente, recibió la visita de una delegación de comisionados, entre ellos Thomas Bromley, quien le dijo que, aunque protestara, era una súbdita inglesa y estaba sujeta a las leyes de Inglaterra y, por tanto, debía presentarse al juicio, porque, en caso contrario, sería condenada in absentia. María se estremeció, lloró y rebatió el trato de súbdita inglesa y que habría preferido «morir mil veces» antes que reconocerse como tal,ya que estaría negando el derecho divino de los reyes y admitiendo la supremacía de las leyes inglesas también desde el punto de vista religioso.Finalmente les dijo: «mirad vuestras conciencias y recordad que el teatro mundial es más amplio que el reino de Inglaterra». Consciente de que irremediablemente sería condenada a muerte, capituló el 14 de octubre y en sus cartas comparó el proceso con pasajes de la Pasión de Cristo. En el juicio protestó porque le negaron la revisión de la evidencia, le quitaron sus documentos y le impidieron el acceso a un abogado, y alegó que, al ser una reina ungida extranjera «consagrada por Dios», nunca había sido una súbdita inglesa y, por tanto, no podía ser condenada por traición. Después del primer día del juicio, cansada y afligida, dijo a sus sirvientes que se sentía como Jesús frente a los fariseos que gritaban «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!» (cf. Juan 19:15). Al final del juicio, pronunció ante sus jueces: «mis señores y caballeros, pongo mi caso en manos de Dios». Fue declarada culpable el 25 de octubre y sentenciada a muerte casi por unanimidad, excepto por un comisionado, lord Zouche, quien expresó cierta disidencia. Sin embargo, Isabel I titubeó en el momento de firmar la ejecución, incluso con el Parlamento inglés presionando para cumplir la sentencia, debido a que estaba preocupada de que el asesinato de una reina extranjera sentara un precedente infame y temía las consecuencias, sobre todo si, en venganza, Jacobo VI de Escocia, el hijo de la condenada, organizase una alianza con las potencias católicas para invadir Inglaterra. Al no soportar tanta responsabilidad, Isabel I preguntó a Paulet, el último custodio de su sobrina, si podría idear una manera clandestina de «acortar la vida» de María para evitar las consecuencias de una ejecución formal, pero él rechazó hacerlo porque no haría «un naufragio de mi conciencia o dejar una mancha tan grande en mi humilde descendencia» El 1 de febrero de 1587, Isabel I firmó la sentencia de muerte y la confió a William Davison, un consejero privado. El 3 de febrero, diez miembros del consejo privado de Inglaterra —convocados por Cecil sin el conocimiento de la reina— decidieron cumplir inmediatamente con la sentencia. Ejecución En Fotheringhay, la noche del 7 de febrero de 1587, comunicaron a María su ejecución al día siguiente. Pasó las últimas horas de su vida rezando, repartiendo sus pertenencias entre su círculo cercano y escribiendo su testamento y una carta dirigida al rey de Francia.Mientras tanto, se erigió el cadalso en el gran salón del castillo, de dos pies (0.6 m) de altura y cubierto con mantos negros. Tenía dos o tres escalones y estaba amueblado con el tajo, un cojín para que se arrodillara y tres banquillos, para ella y los condes de Shrewsbury y Kent, quienes estuvieron presentes durante la ejecución. El verdugo Bull y su ayudante se postraron ante ella y le pidieron perdón, ya que era habitual que lo hicieran ante los sentenciados a muerte; ella respondió: «os perdono con todo mi corazón, porque ahora, espero, daréis fin a todos mis problemas». Sus sirvientas —Jane Kennedy y Elizabeth Curle— y los verdugos la ayudaron a quitarse las prendas externas, que revelaron un tontillo de terciopelo y un par de mangas marrón carmesí, el color de la pasión de los mártires católicos, especialmente elegido por ella porque quería morir como una mártir católica ante los protestantes ingleses, con un corpiño negro satinado y adornos negros. Cuando se desvistió, sonrió y dijo que «nunca nadie [me había] preparado así... ni nunca [me había] quitado la ropa acompañada». Kennedy le cubrió los ojos con un velo blanco bordado en oro. María se arrodilló sobre el cojín enfrente del tajo, colocó su cabeza encima y extendió los brazos. Sus últimas palabras fueron: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum («En tus manos, oh Señor, encomiendo mi espíritu»; cf. Lucas 23:46). El verdugo no la decapitó de un tajo. El primero rozó el cuello y cayó sobre la parte posterior de su cabeza, mientras el segundo golpe cortó el cuello, excepto algunos tendones, que el verdugo cercenó usando el hacha. Después, levantó la cabeza y declaró: «Dios salve a la reina» (God save the Queen). En ese momento, los rizos castaños resultaron ser una peluca y la cabeza cayó al suelo, y evidenció que tenía pelo cano y muy corto. Cuando Isabel I supo lo que había ocurrido, se indignó y afirmó que Davison había desobedecido sus instrucciones de no desvincularse de la orden y que el consejo privado había actuado sin su autorización. Las vacilaciones de la reina inglesa y sus disposiciones deliberadamente vagas sugieren una negación plausible para tratar de no involucrarse directamente con la ejecución de su prima. Davison fue arrestado, recluido en la Torre de Londres y declarado culpable de conducta negligente, aunque fue liberado diecinueve meses después de que Cecil y Walsingham intercedieran en su nombre. La petición de María de ser enterrada en Francia fue rechazada por Isabel I.Su cuerpo fue embalsamado y colocado en un ataúd de plomo protegido hasta su entierro, en una ceremonia protestante, en la catedral de Peterborough a finales de julio de 1587. Sus entrañas, extraídas como parte del proceso de embalsamamiento, fueron enterradas en secreto dentro del castillo de Fotheringhay. Su cuerpo fue exhumado en 1612 por orden de su hijo Jacobo VI (Jacobo I en Inglaterra) para su inhumación en la abadía de Westminster, en una capilla frente a la tumba de Isabel I. Los nombres con ℗ eran Consejeros Privados en aquella época. ● En lo alto del salón, una silla vacía de patrimonio sobre un estrado bajo un mantel de patrimonio: la Corona de Inglaterra. Representando a la ausente Reina Isabel ● A nivel del suelo, frente al estrado, frente a los Comisionados, sentado en una cómoda silla: el acusado La reina escocesa, María Estuardo. A lo largo de la pared izquierda, sentados sobre un tablón: la alta nobleza 1.-Lord Chancellor – Sir Thomas Bromley ℗ 2.-Lord Treasurer – William Cecil, 1st Baron Burghley ℗ 3.-Earl of Oxford (17th) – Edward de Vere (Lord Great Chamberlain) 4.-Earl of Shrewsbury (6th) – George Talbot (Earl Marshal) ℗ 5.-Earl of Kent (6th) – Henry Grey 6.-Earl of Derby (4th) – Henry Stanley ℗ 7.-Earl of Worcester (3rd) – William Somerset 8.-Earl of Rutland (3rd) – Edward Manners 9.-Earl of Cumberland (3rd) – George Clifford 10.-Earl of Warwick (3rd) – Ambrose Dudley ℗ 11.-Earl of Pembroke (2nd) – Henry Herbert 12.-Earl of Lincoln (2nd) – Henry Clinton 13.-Viscount Montague (1st) – Anthony Browne ● A lo largo de la pared derecha: la nobleza menor 14.-Lord Bergavenny (Abergavenny) – Edward Nevill, 8th Baron 15.-Lord Zouche – Edward la Zouche, 11th Baron º 16.-Lord Morley – Edward Parker, 12th Baron 17.-Lord Stafford – Edward Stafford, 3rd Baron 18.-Lord Grey de Wilton – Arthur Grey, 14th Baron º 19.-Lord Lumley – John Lumley, 1st Baron º 20.-Lord Stourton – John Stourton, 9th Baron 21.-Lord Sandys de Vyne – William Sandys, 3rd Baron 22.-Lord Wentworth – Henry Wentworth, 3rd Baron 23.-Lord Mordaunt – Lewis Mordaunt, 3rd Baron 24.-Lord St John of Bletso – John St John, 2nd Baron 25.-Lord Compton – Henry Compton, 1st Baron 26.-Lord Cheyney (Chesney) – Henry Cheyney, 1st Baron ● En la parte inferior central, frente a los espectadores: los caballeros 27.-Sir James Croft (Acrofte) ℗ 28.-Sir Christopher Hatton – Vice-Chamberlain of the Household ℗ 29.-Sir Francis Walsingham – Secretary of State ℗ 30.-Sir Ralph Sadler – Chancellor of the Duchy of Lancaster ℗ 31.-Sir Walter Mildmay – Chancellor of the Exchequer ℗ 32 Sir Amias Paulet – Mary’s final gaoler ℗ ● Banquillo interior, lado izquierdo: los presidentes de los tribunales 33.-Sir Edmund Anderson – Lord Chief Justice of the Common Pleas 34.-Sir Christopher Wray – Lord Chief Justice of the Queen’s Bench 35.-Sir Roger Manwood – Lord Chief Baron of the Exchequer ● Bancada interior, lado derecho: jueces y juristas. 37.-Justice William Peryam 38.-Justice Sir Thomas Gawdy 39.-Dr Valentine Dale – Doctor at Civil Law, former Ambassador to France 40.-Dr Ford – Doctor at Civil Law ● Mesa central: los abogados y escribanos 41.-Sir John Popham – Attorney General 42.-Thomas Egerton – Solicitor General 43.-Francis Gawdy – Serjeant at Law, the prosecutor 44.-Robert Beale – Clerk of the Privy Council, scribbler of the list 45.-John Wolley – Latin Secretary to the Queen ℗ 46.-Thomas Wheeler – Principal Register to the Queen 47.-Edward Barker – Register of the Audience of Canterbury, public notary |
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