Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

viernes, 18 de septiembre de 2020

411).-Caso del secuestro de Cristián Edwards del Rio.-a



"Uno de los secuestros mas famosos de la historia  criminal de Chile,
efectuada por una banda de terroristas peligrosos."




Cristián  Edwards del Rio 




Secuestro de Cristián Edwards

El secuestro de Cristián Edwards fue una acción llevada a cabo por el Frente Patriótico Manuel Rodriguez (FPMR) entre el 9 de septiembre de 1991 y el 1 de febrero de 1992, y que consistió en la captura y retención bajo amenaza de muerte del empresario Cristián Edwards del Río, uno de los hijos del dueño del diario El Mercurio, Agustín Edwards Eastman.

Los hechos

El plan de secuestro del empresario comenzó a fraguarse a fines de 1990. Según consta en las declaraciones de Mauricio Hernández Norambuena en el proceso por la muerte del senador Jaime Guzmán, durante una reunión de la cúpula frentista que integraban además Galvarino Apablaza Guerra y Juan Gutiérrez Fischmann, se concluyó que era necesario realizar una operación de envergadura para solventar los gastos que demandaba el funcionamiento del FPMR. Los frentistas calculaban que en caso de secuestrar a Edwards el botín podría superar el millón de dólares, cifra que les permitiría sobrevivir por más de un año, sin exponer a sus militantes en asaltos menores. Como jefe de la estructura operativa, a Hernández Norambuena le correspondió distribuir y coordinar las labores de alrededor de 20 frentistas que participaron en la operación.

"El secuestro de Edwards tuvo para el frente una finalidad financiera, junto a ello, golpeábamos a una de las más poderosas familias chilena y de reconocidos vínculos con la dictadura militar y los norteamericanos. Pero sobre todo lo fundamental fue conseguir los recursos que necesitábamos"
Mauricio Hernández Norambuena, comandante del FPMR
El 9 de septiembre de 1991, en el primer subterráneo de los estacionamientos del edificio Plaza Lyon, en la calle Coyancura en Providencia, tres frentistas encapuchados tomaron por sorpresa a Cristián Edwards cuando este se retiraba de su trabajo. Envuelto en un saco de dormir, lo introdujeron en un vehículo y se perdieron por las calles de Santiago. La noticia se dio a conocer a través de los medios de comunicación sólo quince días después de ocurridos los hechos.
Durante su cautiverio, los frentistas utilizaron con Edwards los mismos métodos aplicados en secuestros anteriores: mantenerlo encerrado en un cubículo de tres metros de largo por 1.50 metros de ancho y 2.10 metros de alto, construido especialmente para el efecto en un inmueble del pasaje Vicente Huidobro de Macul, propiedad del matrimonio formado por los frentistas Rafael Escorza Henríquez y María Cristina San Juan. Además era distraído con música permanente y sin luz natural para desorientarlo respecto al paso del tiempo. Durante el tiempo que se prolongó el cautiverio los frentistas jamás se atribuyeron el secuestro del entonces gerente de diarios regionales de El Mercurio.



El 1 de febrero de 1992, casi cinco meses después de haber sido secuestrado, Edwards finalmente fue liberado con el previo pago de un millón de dólares (fuentes habilitadas señalan que la suma habría ascendido a cinco millones de dólares). Las negociaciones entre los secuestradores y la familia Edwards se realizó mediante una serie de anuncios clasificados publicados en El Mercurio en los días que duró el cautiverio.
Semanas después de los hechos, cinco miembros del comando implicado en el plagio fueron arrestados por la BIOC (Brigada Investigadora de Organizaciones Criminales), entre ellos Ricardo Palma Salamanca, "El Negro", uno de los autores materiales del crimen de Jaime Guzmán, además de Maritza Jara, José Miguel Martínez, Rafael Escorza, y su esposa María Cristina San Juan.


El Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) fue una organización guerrillera chilena de ideología política marxista-leninista, y de orientación patriótica y revolucionaria. Fundado oficialmente el 14 de diciembre de 1983, el FPMR tuvo la función de desestabilizar y agilizar las acciones armadas que tenían por objetivo culminar el derrocamiento de la dictadura militar del general Augusto Pinochet.


Mural sobre la Operación Vuelo de Justicia.

La familia Edwards La familia Edwards es una reconocida familia chilena, de origen británico, que ha dado numerosas personalidades en el ámbito político, empresarial y cultural en Chile, especialmente como propietarios de su cadena de periódicos más influyente, El Mercurio. Historia Fue fundada por el inglés George Edwards, conocido en Chile como Jorge Edwards Brown, quien llegó a La Serena, Chile en 1804 a bordo de un barco inglés que había participado en las Guerras Napoleónicas llamado Blackhouse, Backhouse​ o Bacaré. Intentó permanecer en el país, pero tuvo que retirarse en 1806, regresando a La Serena a inicios de 1807.
George Edwards, estando alojado en la casa de la rica familia Ossandon (dueña de la hacienda Peñuelas y varias minas en la zona), conoce a la joven Isabel Ossandon Iribarren. La belleza de la muchacha y del lugar lo hacen desertar del barco en que se desempeñaba como filibustero, siendo ocultado por Isabel en un cofre.​ Luego el 27 de mayo de 1807 contrae matrimonio con Isabel Ossandon, tras haber abjurado de su condición de anglicano. Una vez radicado en Chile se dedicó a apoyar la causa patriota, razón por la cual se le dio la ciudadanía chilena. Se dedicó a diversas actividades ligadas al financiamiento de pequeños mineros en la zona de Coquimbo y Vallenar. Es patriarca de familia Edwards en Chile.  La historia del secuestro de Cristián Edwards.
FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


Pasadas las nueve de la noche, tras dejar el ascensor y comenzar a caminar por los estacionamientos públicos de calle Coyancura, aledaños a su oficina en Providencia, Cristián Edwards los vio. Tres hombres jóvenes en torno a un auto blanco. Los vio y no le llamó mayormente la atención hasta segundos después, cuando se disponía a entrar en su auto y escuchó un taconeo acelerado a sus espaldas. Entonces giró y volvió a verlos: los tres se le venían encima y uno de ellos le apuntaba a la cabeza con un revólver. “Yo pensaba que me iban a robar la billetera, o algo así, así que levanté las manos”, dirá cinco meses después el hijo del dueño de El Mercurio, a pocas horas de su liberación, en un testimonio a la policía que ha permanecido inédito.
“No alcancé a gritar nada… dos de ellos me amarraron, me pusieron una capucha plástica, me amarraron cables y entre los tres me dieron vuelta, me agarraron y me metieron al auto que estaba estacionado”.
El caño de un revólver fue prácticamente lo último que vio del mundo exterior ese año. Era el 9 de septiembre de 1991 y el entonces gerente de Diarios Regionales de El Mercurio y desde julio de este año vicepresidente ejecutivo de esa empresa, considerado el sucesor natural de Agustín Edwards Eastman, viviría a partir de esas horas y por los próximos 145 días en lo que él llamó “la caja”. Una ratonera de dos por tres metros, sin ventanas ni aire fresco ni compañía, en la que estaba expuesto casi permanentemente a música estridente, luz artificial y a la vigilancia de sus celadores que lo observaban desde el exterior mediante visores. Jamás, en los cinco meses siguientes, salió de ahí. Jamás le vio la cara a otra persona. Si tenía algo que decir, debía escribirlo. Si daba un paso, topaba con una pared. Si mostraba signos de orientación, volvían a doparlo con medicamentos que consumía junto a las comidas y le alteraban las rutinas. “La idea era volverme loco”, resumió en la declaración policial del 1 de febrero de 1992. Cinco días después, ante el juez Luis Correa Bulo, daría una cuenta más extensa del cautiverio que sufrió a manos de un grupo del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y cuyos pormenores hasta ahora nunca habían salido a la luz pública. A 18 años de ocurrido el hecho, y cuando su protagonista acaba de dejar la presidencia de la División de Servicios Noticiosos de The New York Times y se prepara para asumir la dirección de El Mercurio, acudimos a testimonios y documentos inéditos para recrear el secuestro que marcó la transición política chilena. Aunque vivió dopado buena parte de su cautiverio, Cristián Luis Edwards del Río -quien entonces tenía 33 años- recordó con precisión que al interior de “la caja” contaba con un pequeño baño químico de madera que le llevaban y vaciaban cuando querían. Y que dentro de esa misma caja debía comer y asearse con una jarra y, en el mejor de los casos, con una olla con agua. No siempre le permitían lavarse los dientes. Recordó también que dormía poco y nada en el catre de campaña que sólo le dejaba un pasillo de 40 centímetros de ancho para caminar, y que permanentemente sufría alucinaciones, calambres, vómitos, temblores y ataques de nervios.
“Me tironeaba los pelos de la barba para arrancármelos, me bajó un tiempo por eso”, dijo Edwards ante el juez. “Pasaba por periodos de colitis o diarrea y por otros de estreñimiento. Tuve dolor de garganta, los oídos me retumbaban, veía doble muchas veces. Jamás, no obstante, ensucié la caja”.
Las condiciones del encierro eran tan duras que en un momento mostró signos de agonía. Sus captores incluso pensaron que moriría y le llevaron un médico o enfermero de confianza del FPMR para que lo examinara. Ya estabilizado, si es que se puede estar estable en esas condiciones, volvió a lo que Edwards describió como un estado de “imágenes furtivas” y “fenómenos extraños” que marcó su encierro. Es por eso que al término de la primera de tres declaraciones ante el juez Correa Bulo, que oficiaba de ministro en visita, Edwards creyó necesario volver sobre este último punto:
“Quiero advertir, antes de terminar esta primera parte de mi declaración, que durante mi prisión imaginé y soñé tantas cosas, que aún hoy hago esfuerzos por discernir entre el mundo de la realidad y el de la fantasía. Varias veces me escapé en sueños. Otras fui liberado con intervención de sirenas y helicópteros; tenía a veces totalmente claras las circunstancias de mi secuestro y liberación y me resultaba lógica la participación de numerosos protagonistas. Es por ello que advierto a ustedes que todo lo que aquí consigno obedece a un esfuerzo personal por dejar de lado cuánto responde a la fantasía o cuánto no se concilie con la lógica. Puede que tales confusiones se deban, a lo mejor, a pastillas que me suministraban o a reacciones propias de la mente. Si se me hubiera interrogado dos o tres días atrás, habría revelado como datos ciertos muchos de esos absurdos. Así me imagino”.
Para septiembre de 1991, cuando fue secuestrado a la salida de su oficina, Cristián Edwards enteraba un año y medio viviendo en Chile y aún no se acostumbraba del todo. Algunos testimonios apuntan a que no estaba a gusto en el país ni en su trabajo. Es más: en esos días pensaba seriamente en dejar la gerencia de Diarios Regionales de El Mercurio y volver a Estados Unidos, donde llegó a vivir en 1969 junto a su familia, a los pocos días de que Salvador Allende resultara electo Presidente. Allá había estudiado y trabajado. Allá tenía amigos, amigas y una novia, Marla Grossman, que al ser entrevistada por agentes del FBI dijo que en 1990 Edwards
“habría vuelto a Chile por la presión de su familia para trabajar en el diario”.
Una percepción similar tuvo Carla Brown, una de las amigas del ejecutivo a quien el FBI tomó declaración en Estados Unidos a los pocos días de ocurrido el secuestro. “Brown informó que Edwards no quería moverse a Chile”, se lee en el informe del FBI. 
Tampoco quería dejar Estados Unidos, país en el cual él creció muy acostumbrado. Sin embargo, Edwards sintió una gran presión de la familia para volver a Chile e ingresar a los negocios de ésta (…) Brown no cree que él estaba contento con su decisión”.
Agustín Edwards Eastman entregó una opinión diferente en su primera declaración judicial:
“Vino a trabajar a Chile porque en realidad su último trabajo en Estados Unidos, que era la corporación de seguros, no le agradaba”.
Las primeras diligencias policiales estuvieron orientadas a despejar las dudas sobre la desaparición del ejecutivo. No se descartaba la posibilidad de que hubiera abandonado el país voluntariamente y sin previo aviso. Tampoco que hubiese protagonizado un autosecuestro. “No veo para qué o con qué objeto mi hijo Cristián hubiera hecho una cosa de esta naturaleza”, dijo Edwards Eastman en la misma declaración.
“Si no hubiera deseado seguir trabajando en la empresa creo que tiene la personalidad suficiente para habérmelo hecho saber. Además, no era la primera vez que dejaba de trabajar en la empresa”.
En 1979, recién graduado del Amherst College, en Massachussets, vino a trabajar a El Mercurio donde permaneció por dos años. Al regresar a Estados Unidos fue empleado en el departamento de marketing de Pepsi, la misma firma de la que fue ejecutivo su padre cuando salió de Chile a raíz de la elección de Allende. En 1983 siguió un MBA en Filadelfia y dos años después trabajó en la compañía de seguros que mencionó su padre. La mayoría de sus cercanos coincidieron en que se trataba un hombre sano, equilibrado, inteligente y sensato, además de reservado y celoso de su privacidad. Pese a la posición económica y social de su familia, coincidieron también en que llevaba una vida independiente y austera, sin grandes lujos. Como cualquier hijo de vecino en Estados Unidos, mientras era estudiante acostumbraba a trabajar los veranos. Le gustaba practicar jogging y deportes náuticos y de montaña. Y sobre política chilena mantenía una posición distante y ambigua. Al respecto su novia de entonces dijo que en los años 80 Edwards “tampoco tenía alguna adhesión política, ya sea de derecha o izquierda”. Su amiga estadounidense lo definió “rígido en sus creencias conservadoras” y sin “grandes convicciones políticas”. Y un amigo en Chile afirmó en la investigación que “en materias políticas era muy pragmático y crítico, demostraba preocupación por no existir un gobierno democrático en Chile pero a su vez criticaba los excesos de la Unidad Popular”. LOS CELADORES A principios de abril de 1991, seis meses antes del secuestro, María Fernanda Eyzaguirre pasó por la casa de Cristián Edwards en Vitacura. Ambos eran antiguos amigos y habían quedado de salir a cenar esa noche. A ella le llamó la atención que la esperara en la puerta de la casa y él le explicó que al frente había un mini estacionado con dos ocupantes que le parecían sospechosos. Pero más le llamó la atención que su amigo no hiciera nada al respecto, más aún creyendo que se trataba de las mismas personas que poco tiempo atrás habían entrado a robar a su casa. Más tarde, ante un juez, Eyzaguirre recordó que le propuso a Edwards anotar la patente del auto, pero éste se mostró resignado, acaso displicente:
“Me indicó que no era necesario porque seguramente se trataba de un auto robado”.
Rafael Escorza

Más allá de que ese mini blanco haya tenido relación con el secuestro, es un hecho que para entonces el ejecutivo ya era objeto de seguimientos por parte del FPMR. Rafael Escorza, el hombre que prestó la casa en Macul que habitaba con su pareja y el hijo de ésta para el cautiverio de Edwards, hoy afirma que la operación estaba programada para mediados de año. La “caja-cubículo” ya estaba construida para entonces y los celadores, acuartelados, prestos para recibir lo que llamaban “el paquete”. Sin embargo, cuando estaban próximos a actuar, el ejecutivo de El Mercurio se fue de viaje a Estados Unidos. Escorza accedió a hablar con CIPER a 17 años de caer detenido. Su participación en el secuestro de Cristián Edwards le significó pasar 11 años en prisión hasta que en septiembre de 2003 obtuvo el beneficio de la salida dominical. Era uno de los más antiguos militantes del FPMR, donde se lo conocía como “el Viejo”. Tanto para él, como para otros integrantes del FPMR con los que habló CIPER, el secuestro marcó un hito cuya reconstitución obliga a remontarse al inicio. La operación se había puesto en marcha poco después del asesinato de Jaime Guzmán, senador y líder de la UDI, y en ella participarían varios protagonistas de esa acción liderados por «Ramiro», alias de Mauricio Hernández Norambuena. Como jefe de la casa-retén a la que llegaría Edwards, “Ramiro” eligió a “Rodolfo”. Cinco años atrás habían coincidido en el frustrado atentado al general Pinochet. “Rodolfo” era un tipo alto y corpulento. Por eso algunos también lo llamaban “Rambo”: venía llegando de una larga estada en Cuba, previo paso por Vietnam y Nicaragua, donde combatió a la Contra. “Rodolfo” tendrá mando sobre Maritza Jara Hernández, que simularía ser la empleada doméstica de la casa y cumpliría labores de enlace y seguridad; y también sobre los dos celadores: Florencio Velásquez Negrete y Ricardo Palma Salamanca. Estas últimas dos designaciones generaron un problema de equilibrios. Un antiguo combatiente del FPMR, que conoció de cerca la operación y a sus protagonistas, dice hoy que «Ramiro» cometió un error al designar a Palma como jefe de Velásquez. Era una afrenta a la trayectoria. Velásquez provenía de Valparaíso y era un antiguo conocido de «Ramiro». Había tomado parte del secuestro del hijo de Manuel Cruzat y llegó a dirigir al FPMR en la Quinta Región, donde cayó detenido en 1987. Tres años después fue uno de los 50 fugados de la cárcel Pública de Santiago. En ese entendido no era cualquier subversivo. Tenía roce y no soportaba estar bajo la autoridad de “Rodolfo” y menos de Palma, entonces de 22 años, a quien consideraba un “pendejo hiperkinético” y “recién llegado”. Esto último en parte era cierto, pero en dos años Palma había hecho mucho más que el otro. «El Negro» Palma había pasado a la historia al disparar contra el oficial de la Dipolcar (Dirección de Inteligencia de Carabineros) Luis Fontaine, contra el general Gustavo Leigh y contra el senador Guzmán. Había un problema adicional relacionado con los mismos personajes. Ni Palma ni “Rodolfo” toleraban el encierro prolongado. Palma era inquieto por naturaleza, pero Velásquez había pasado tres años en prisión. Es por eso que desde antes de la llegada de Edwards a la casa-retén, mientras permanecía acuartelado, Velásquez comenzó a manifestar deseos de abandonar su tarea. Sus protestas fueron crecientes y llegaron a ser motivo de roces y desaciertos que lo pusieron en la mira de sus propios compañeros. EL BUENO Y EL MALO A Cristián Edwards le costó caer en la cuenta de lo que pretendían con él. Lo habían paseado en la maleta de un par de autos sin decirle más que «silencio, callado, que no te va a pasar nada». Después lo cambiaron a un furgón y finalmente lo cargaron dentro de un saco hasta un cuarto donde le dijeron que se mantuviera de pie frente a una pared, antes de que le sacaran el saco y la capucha y le cerraran la puerta por fuera. La música ya había empezado a sonar fuerte al interior de “la caja”. Sonaba desde un parlante pequeño instalado en una pared del cuarto. Al otro costado había una ampolleta de luz intensa, probablemente un reflector encendido en su máxima potencia. Junto al catre había una tabla que hacía las veces de mesa, donde comería en cubiertos de plástico y escribiría mensajes a sus captores con los papeles y lápices que le entregaban. «La caja» era un cubículo de madera y volcanita, cuyas paredes estaban recubiertas por bandejas de huevos para aislar el ruido. La habían construido dentro de uno de los dormitorios de la casa DFL2 que el matrimonio Escorza San Juan arrendaba en el pasaje Poeta Vicente Huidobro 3718-1. El piso de la «celda» estaba cubierto por una alfombra verde, la que se humedecía cuando el cautivo se lavaba con una jarra y una olla. Su ropa -un traje gris y camisa azul- fue reemplazada por un buzo. En una de las paredes estaba pegada una hoja con una lista de instrucciones: -No hacer ruido. -Pararse de frente contra el muro cuando la luz se encienda y apague. -Al terminar de comer dejar la bandeja en el suelo. -Comunicarse a través de papeles. En una de las primeras notas que envío al exterior pedía que por favor le bajaran la música y la luz:
“La música se mantuvo casi siempre a un volumen enloquecedor, así como la luz a veces enceguecedora. Me cubría los ojos y me tapaba los oídos. La luz pasaba encendida mucho tiempo, no respetaba mis dormidas”, declaró Edwards ante el juez. “Yo no sabía si alguien estaba cambiando el dial o si estaba grabada. Pero muchas veces interrumpían, porque comenzaba una canción y la cortaban para poner otra. Ciertamente, la música así empleada era un método de tortura”.
Edwards relató que a partir de la primera noche lo vigilaban por los visores para constatar qué música le disgustaba más y así repetírsela. Y recordó que los primeros días casi no probó alimento ni durmió. Y que el aire era tan escaso y asfixiante que a las pocas horas de su llegada a “la caja”, preso de un estado de shock, cayó desmayado. “Ahí me abrieron la puerta y dejaron que entrara aire”. La puerta era una abertura de cerca de un metro cuadrado por la que había que entrar gateando. Por ahí ingresaban los alimentos, el baño químico y, en algunas ocasiones, alguno de los únicos dos celadores que tenían autorización para dirigirle la palabra al secuestrado. Uno era Ricardo Palma, «el Negro», que representaba el papel del celador bueno. El otro era “Rodolfo”, el jefe de la casa-retén, que oficiaba de malo. «El Negro» se mostraba comprensivo, atento, y animaba al secuestrado prometiéndole que hablaría con su jefe para sacarlo por unos minutos al exterior de “la caja”. Al rato llegaba “Rodolfo” y decía que por ningún motivo, que cómo se le ocurría, ni una posibilidad. Esto es un secuestro, no vacaciones, hacía saber. OÍDOS DE LA OFICINA Rafael Escorza, el hombre que prestó la casa para el cautiverio de Cristián Edwards, dice hoy que “una operación así tiene complicaciones desde su inicio” y que ésta “no fue la excepción”. Dice además que las mayores dificultades no provinieron del ejecutivo de El Mercurio, a quien define como un secuestrado “obediente” que “siempre cumplió con las instrucciones”, sino de los celadores. Lo primero fue un accidente. Cuando cambiaron por primera vez a Edwards de auto, en las cercanías del lugar donde lo raptaron, al Negro Palma se le escapó un tiro que fue a dar en su pierna. No sólo hubo que buscarle asistencia médica, sino también reemplazante en la casa-retén. Su lugar fue asumido por “Emilio”, alias de Raúl Escobar Poblete, que había participado en los mismos hechos de sangre que Palma. De cualquier modo fue un cambio transitorio, de emergencia. A las pocas semanas «el Negro» asumía su papel de celador bueno. El segundo problema ya fue más serio. Florencio Velásquez, el otro celador, empezó a mostrar indisciplina. Al comienzo fueron “tonteras”, según las describe Escorza: incumplía horarios, tenía mal modo y exigía que le lavaran los calzoncillos, en circunstancias de que los residentes de la casa-retén debían lavar su ropa interior. Después empezó a quejarse por todo y desafiaba a la autoridad. Finalmente, tal como había ocurrido en los días de acuartelamiento, volvió a amenazar con que iba a abandonar la casa. En ese estado de cosas no quedó otra que llamar a “Ramiro”. Dice Escorza que “Ramiro” no acudió una sino dos veces por el problema con Florencio, y en las dos aseguró haberlo hecho entrar en razón, recapacitar. Pero unos días después de la última visita, Florencio Velásquez volvió a decir que se iba. Estaba decidido. Se iba a como diera lugar. El problema era que “Ramiro” había salido de Chile. Hubo que organizar una junta de emergencia entre los integrantes de la casa-retén, junta de la que no participó Velásquez, y fue entonces que el Negro Palma propuso una solución: -Hay que «bajarlo» -dijo-, este huevón no se puede ir. Si se va, lo «bajamos». Dice Escorza que «el Negro» se mantuvo firme en su decisión, pero fue “Rodolfo” quien lo retuvo:
“Rodolfo dijo Ya, Ramiro no está y voy a tomar una decisión y la decisión es que se vaya, lo mandamos a una casa de seguridad y ahí que lo controlen hasta la vuelta de Ramiro. Hubo una discusión con el Negro y al final se impuso Rodolfo”.
A Florencio lo sacaron caminando, de noche, con lentes oscuros y mirando hacia el suelo para que no entregara información ante la eventualidad de que cayera en manos de la policía. Al igual que el Negro y el propio Edwards, había llegado a la casa sin que pudiese identificar su ubicación. Al salir, lo pasearon durante una hora y media y lo dejaron en avenida Grecia. De ahí se dirigió a una casa de seguridad, a la espera de «Ramiro». Fueron varios en el FPMR quienes lamentarían esa decisión, incluido el propio “Rodolfo”. El caso trascendió las fronteras de la casa-retén y llegó a oídos de la Oficina de Seguridad Pública del Ministerio del Interior, el organismo creado en el gobierno de Patricio Aylwin para combatir la subversión tras el asesinato del senador Guzmán. Fue a fines de septiembre de 1991, a tres semanas de iniciado el secuestro, que «La Oficina» supo que el FPMR estaba detrás de la operación. Hasta entonces sólo había conjeturas sobre los autores. En su declaración judicial, el secretario de «La Oficina», Marcelo Schilling, hoy diputado socialista, confirmó que La Moneda fue alertada por un informante. Un informe de “La Oficina”, adjuntado al proceso, reportaba que Florencio Velásquez, a quien identifica como «Julio», “formaba parte del grupo de protección en la casa donde está secuestrado Cristián Edwards” y que “fue destituido en una reunión realizada en la misma casa”. Agrega que “el jefe de las casa es un hombre débil de carácter y permitió que Julio se fuera desarmado”. Poco después, por medio del mismo informante, “La Oficina” se enteró de que los propios compañeros de Velásquez le habían perdido la pista. Lo llamaban “desertor”. Era un momento crítico. Las negociaciones por el rescate estaban estancadas y la familia Edwards, contraviniendo las exigencias iniciales de los secuestradores, no sólo había alertado a la policía chilena, sino también al FBI. Se preveía un proceso largo y agotador del que Cristián Edwards no se sustraería, pese a seguir preso de alucinaciones y tormentos al interior de “la caja”.
Fueron 17 los avisos clasificados de El Mercurio que transmitieron en clave los términos del rescate de Cristián Edwards. Su padre resultó un duro negociador. Agustín Edwards fue asesorado por un ex agente del servicio secreto británico, quien le aconsejaba cuánto ceder. Su primera oferta publicada en el diario fue de US$ 420 mil. La cifra distaba de los US$ 4 millones que le exigían. Las tratativas se tradujeron en un largo regateo que culminó en enero de 1992. Exasperado y presionado por la delicada salud de su rehén, el jefe del comando -«Ramiro»- se comunicó personalmente para lanzar la más dura amenaza. El ultimátum le reportó un millón de dólares. Los cinco meses de cautiverio culminaron con la intermediación del jesuita Renato Poblete y tras una angustiosa grabación en que Cristián Edwards rogaba a su familia que pagara. Según uno de sus captores, llegó a ofrecerles financiar su propio rescate. Era la tarde de un 11 de septiembre y la secretaria seguía preocupadísima. Su jefe no se había presentado a trabajar el día anterior y la familia tampoco tenía noticias de él. No era su estilo. Cristián Edwards, gerente de los diarios regionales de El Mercurio, era responsable y puntual. Jamás faltaba a una reunión sin avisar y, menos, se desaparecía así como así. Algo tiene que haber pasado con él, pensaba la mujer. Por eso, auque era feriado, fue hasta las oficinas de El Mercurio en Providencia y comenzó a revolver papeles en busca de alguna pista. Así, hurgando entre la correspondencia del día anterior, encontró una carta extraña. No tenía remitente, data, folio ni sello postal, y estaba dirigida a Agustín Edwards, en circunstancias que esas cartas llegaban al domicilio del diario en Vitacura. Guiada por la intuición, la mujer abrió el sobre y encontró la cédula de identidad de su jefe y una carta escrita a máquina que leyó en el acto: SEÑOR A. EDWARS (sic) PRESENTE Su hijo Cristián fue cautivo hoy y en estos momentos se encuentra en un lugar seguro e inaccesible. El se encuentra bien de salud y su integridad (física y síquica) en el futuro dependerá de ustedes. El objetivo de su detención es negociar su VIDA. Deben cumplir extrictamente (sic) nuestras indicaciones; NO comunicar de esta situación a la prensa, policía, amigos y parientes. Cualquier paso que ustedes den en ese sentido nos enteraremos, entorpeciendo excesivamente el desarrollo y culminación de esta empresa. Somos PROFESIONALES EXPERIMENTADOS y estamos decididos a cumplir con nuestro objetivo. NO realicen movimiento alguno. Tengan paciencia. Nos volveremos a comunicar. Nos encomendamos al SEÑOR, rogando llegar a términos satisfactorios para ambas partes.
La carta llegó a su destinatario esa misma tarde, y a las pocas horas, pese a las exigencias explícita de los secuestradores, el ministro del Interior, Enrique Krauss, se enteraba de las novedades por un llamado de Agustín Edwards Eastman.
“Me expresó que me pondría lo mejor de sus hombres para lograr la ubicación de mi hijo”, dijo el dueño de El Mercurio en sus declaraciones judiciales, que hasta ahora se mantenían inéditas.
Empezaba así una etapa de pesquisas y negociaciones cruzadas por tensiones, desconfianzas y una fuerte incertidumbre por el destino de Cristián Edwards. El actual vicepresidente de El Mercurio, que hasta julio último dirigió la División de Servicios Noticiosos de The New York Times, tenía 33 años y permanecía encerrado en una caja-cubículo de dos por tres metros, expuesto a sedantes, música y una luz intensa. Estaba en manos de una fracción del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), la misma que había dado muerte al senador Jaime Guzmán, y a cambio de su liberación pedían cuatro millones de dólares. Pese a su crítica situación, que irá agravándose con el correr de los meses, no estará ajeno al curso de las tratativas: informado por sus captores de que su familia ofrecía una cifra muy inferior a lo exigido, cifra que aquéllos consideraron “una miseria”, el propio rehén se ofrecerá a ayudar a pagar su rescate. DESCONFIANZAS CRUZADAS La misma semana que desapareció su hijo, Agustín Edwards conformó un comité asesor. Estaba integrado por él, que lo presidía, por el editor de redacción de El Mercurio, Juan Pablo Illanes; por el abogado Enrique Montero Marx y el empresario Jacobo Ergas. Un quinto integrante demoraría unos días en sumarse: Hugh Bicheno, un ex agente del servicio de inteligencia británico MI6, especialista en negociaciones de secuestros y con estudios en Chile. Hugo León, como se hacía llamar el inglés que tenía también nacionalidad estadounidense y había nacido en Cuba, fue una figura decisiva de las negociaciones. Para bien o para mal. Permaneció en Chile durante gran parte de los cinco meses que se extendió el plagio y participó de casi todas las reuniones que se celebraban a diario en la casa de Edwards Eastman en Lo Curro. Fue Bicheno quien sugirió la presencia de un intermediario, que resultó ser el sacerdote Renato Poblete. El jesuita apareció junto a Agustín Edwards en El Mercurio (la foto que encabeza este reportaje) para dar a entender a los secuestradores su misión. Bicheno también previno a la familia sobre una larga negociación. El problema fue que en un principio no estaba claro quién sería la contraparte. El gobierno y las policías no descartaban ninguna hipótesis, incluyendo la posibilidad de un autosecuestro o desaparición voluntaria. Ambas cosas eran inconcebibles para la familia, además de ofensivas. No respondía a su personalidad, razonaban, y en el caso remoto de que algo así hubiese ocurrido, jamás hubiese enviado una carta con su apellido mal escrito: Edwars. La carta era todo lo que había sobre la desaparición y en apariencia decía poco y nada sobre los autores del hecho. Pero quienes conocían de lucha antisubversiva, y en eso la Dirección de Inteligencia del Ejército aportó su parte en este caso, sabían que la clave estaba en la primera línea de la carta: “cautivo” fue también el término usado por el FPMR para comunicar el secuestro del coronel Carlos Carreño, ocurrido en 1987. La diferencia es que ahora, lejos de reconocer la autoría del hecho, los plagiadores desviaban la atención encomendándose al Señor. Lo segundo fue un asunto de confianzas. Es cierto que los viernes por la tarde Agustín Edwards recibía a autoridades del gobierno y de las policías en su casa de Lo Curro. Por el gobierno asistían Krauss, Marcelo Schilling y Mariano Fernández, estos dos últimos del Consejo de Seguridad Pública, organismo conocido como «La Oficina». Por Carabineros e Investigaciones participaban sus directores y jefes de Inteligencia. En teoría se trataba de reuniones de coordinación en que se intercambiaba información y se trazaban estrategias. Pero a decir del dueño de El Mercurio ante la justicia, “estas reuniones no tuvieron en la práctica mayor resultado, y sólo sirvieron para mantener en alto la moral de la familia”. Aconsejado por Hugh Bicheno, el ex agente del MI6, Agustín Edwards se guardó información relativa al curso de las negociaciones. La decisión no sólo obedecía a un problema de seguridad, tendiente a resguardar la vida del secuestrado. Desde un comienzo el dueño de El Mercurio tuvo predilección por Carabineros en desmedro de Investigaciones, que tenía mayor vinculación y dependencia del gobierno. Sus contactos con la policía uniformada incluso eran personales, saltándose los cauces institucionales. TIRA Y AFLOJA Una vez que el secuestro se hizo público, abundaron los llamados de gente que decía tener noticias al respecto. No fueron pocos los que también aseguraron tener al joven en su poder. Pero nadie más que los verdaderos secuestradores podían haber tenido acceso al nombre y número telefónico de Diego Fernández, primo de Cristián Edwards y uno de sus mejores amigos. Fernández fue el primero de la familia en ser contactado. Sin embargo, siguiendo instrucciones del comité, se negó a entrar en tratativas, sugiriendo el nombre del abogado Montero Marx. De cualquier forma los secuestradores no querían tratar con el primo ni con el abogado. Sólo hablarían de negocios con Agustín Edwards Eastman. No fue fácil convencerlos de que aceptaran al sacerdote Renato Poblete como único intermediario. Se negaron varias veces. Incluso, una vez que contactaron telefónicamente al sacerdote, siguieron insistiendo: “A usted sólo lo queremos como mero intermediario, de mensajero, seremos intransigentes. Nuestras conversaciones serán sólo con Agustín Edwards. Hágale entender que todo el tiempo que demore el señor Agustín en hablar con nosotros serán más días de cautiverio para el señor Cristián”. El dueño de El Mercurio, en tanto, aconsejado por el comité privado, no daba su brazo a torcer.
“Me negué rotundamente porque no podía ‘negociar’ con una persona que era un mero mensajero que leía recados mandados por otros y que no tenía ningún poder de decisión del que, en cambio, yo obviamente disponía”, declaró luego Edwards.
El 7 de octubre, a casi un mes de producido el secuestro, Renato Poblete recibió un nuevo llamado de los secuestradores. Insistían en hablar con Agustín Edwards. En eso todo seguía como antes. Pero esta vez, en respuesta a una solicitud anterior del sacerdote, anunciaban la entrega de una prueba que acreditaba que ellos tenían en su poder al “muchacho”, según lo llamaban. La prueba estaba escondida en uno de los sanitarios de los baños públicos del centro comercial Apumanque y consistía en una carta manuscrita por el rehén. Junto a ella venía un segundo mensaje dirigido al “Señor A. Edwards”. Este nuevo mensaje repara en el incumplimiento de las exigencias por parte del destinatario, en el sentido de haber avisado a la policía y dar publicidad al hecho, y advierte sobre los “trastornos psíquicos” y sus “lamentables secuelas” que produce el encierro prolongado. “Está en sus manos hacer menos dolorosa esta situación, accediendo a nuestras exigencias y cumpliendo estrictamente nuestras indicaciones”. Además de insistir en que la prensa y la policía deben mantenerse al margen, las exigencias se reducen al pago de cuatro millones de dólares que debían ratificarse en los términos siguientes: “Mediante un aviso en el periódico El Mercurio de Santiago con estas características: sección económicos clasificados, rubro antigüedades y objetos de arte, en recuadro de 4 por 4 centímetros, texto:
“Supero ofertas, compro íconos vedas, diríjase a San Agustín N…”.
El tiempo que necesite para reunir el US$, días, anótelo como número de la dirección. Publicite este aviso los días martes, miércoles y jueves, 8, 9 y 10 de octubre. De no responder exactamente como le indicamos consideraremos que usted ha cerrado este negocio y sellado el destino de su hijo”. Fechado el 7 de octubre, el mensaje apela a la paciencia y concluye con nueva invocación mística: “Pido al Señor misericordia para todos”. “SUEÑO CON MOTORES” La carta adjunta al segundo mensaje con exigencias, que supuestamente fue escrita y redactada por Cristián Edwards, empieza así: Estimados padre y madre: Nunca pensé que algo como esto pudiera pasarnos. Me encuentro prisionero y mis captores exigen una recompensa para liberarme. Mi situación es desesperante y más aún sabiendo el dolor que esto les causa. Yo estoy bien de salud, como imaginarán no en las mejores condiciones. Tengo mucho miedo y le pido a Dios que todo esto pronto termine. Yo nunca les he pedido mucho porque sé que han pasado por una crisis económica que todavía los afecta. Ahora les pido que hagan todo lo posible por mí, porque mi vida está en sus manos y estoy sufriendo mucho. En rigor, según dirá más tarde ante tribunales, la carta fue escrita por él pero dictada por sus captores. “Escribí muchas cartas y me las devolvían porque no me nacía decir lo que querían. Terminó siendo que ellos me escribieron todo y yo copié”, declaró tras su liberación. De cualquier forma, no mintió cuando describió la situación que estaba viviendo. A un mes de haber sido raptado, seguía padeciendo vómitos, calambres y alucinaciones, entre otras molestias, producto de sedantes que le administraban, del encierro permanente y de la exposición a un foco de luz y un parlante que emitía música y sonidos de helicópteros y sirenas. “Creo haber oído pajaritos, su cántico, también grillos, aunque esto puede deberse al zumbar de mis oídos. Me es particularmente difícil definir los ruidos reales que percibí, pues solía tener sueños con motores de helicópteros y cosas de ese tipo”, dijo ante el juez. Dijo también que, pese a su estado, era consciente de su situación. Que jamás lo golpearon ni insultaron. Que recibía una dieta balanceada y procuraba comer de todo,
“no obstante el dolor de estómago que usualmente tenía debido a los nervios”. Que pese a no tener ánimo para ejercitarse daba pasitos cortos de un lado a otro de la caja, “intentando no anquilosarme”. Que procuraba llevar una cuenta de los días. Y que las únicas dos personas que le hablaban simulaban ser argentinos. Uno de ellos era “Rodolfo”, el jefe de la casa. El otro, Ricardo Palma Salamanca, “el Negro”, que establecerá una relación cercana con el rehén. Palma, quien había regresado a la casa-retén tras reponerse de un disparo accidental en una pierna, cumplía a cabalidad su papel de celador bueno. Procuraba animarlo y a veces le hablaba de política. De acuerdo con un cercano a Palma, que lo visitó en prisión una vez que cayó detenido en 1992, en un momento el celador bueno comenzó a compadecerse de la situación de Edwards, al punto de llegar a poner en duda el sentido de la operación. Por lo demás, Palma tampoco podía salir de esa casa, ubicada en un pasaje de la comuna de Macul, en la cual había sido testigo de la crisis protagonizada por Florencio Velásquez, el otro celador, quien desertó en medio de la misión. Junto con generar un grave problema de seguridad, que traería consecuencias, había dejado una vacancia que debió ser suplida por José Miguel Martínez Alvarado, alias “Palito”, que no respondía al mejor perfil para el puesto: al igual que Velásquez, Martínez había pasado recientemente por la cárcel por hechos subversivos y, además, tuvo que congelar sus estudios para incorporarse a la casa-retén. Eso lo convertía en una presa de más fácil captura para la policía. A lo anterior se sumó otro hecho fuera de pronóstico. Agustín Edwards no sólo seguía resistiéndose a negociar directamente, sino que desatendió la primera fórmula exigida por los secuestradores. En ese estado de cosas sobrevino el llamado telefónico recibido el 25 de octubre por el abogado Enrique Montero Marx

“Escuche, ya, comuníquele a la familia de don Cristián que por la actitud que tomaron de ninguna colaboración hemos tenido que llegar al desenlace fatal. Entregaremos indicaciones para que encuentren el cuerpo del señor Cristián”.
Cinco días más tarde, Renato Poblete recibió un nuevo llamado de los secuestradores. Esta vez le indicaban que se dirigiera al mausoleo de la familia Del Río, los parientes maternos de Cristián, en el Cementerio Católico. Ahí Poblete encontró un nuevo mensaje acompañado de la cédula de conducir del rehén. Era el comienzo formal de las negociaciones tal como lo habían exigido los plagiadores. ICONOS VEDA El primer aviso clasificado de El Mercurio, ubicado en la sección Antigüedades y Objetos de Arte, apareció el domingo 3 de noviembre de 1991. Decía: “Compro iconos vedas, mejoro precios. Favor llamar 6981417”. Era el primer contacto y el número de teléfono comunicaba con Poblete. Tres días después sería seguido por una oferta concreta: “Compro iconos vedas. Perfecto estado, pago contado. 420.000”. La propuesta inicial (US$ 420 mil) indignó a los secuestradores. O eso quisieron hacer creer. La calificaron de “miserable” y exigieron elevarla de manera sustantiva. La tercera semana de noviembre un nuevo aviso clasificado elevó el monto a US$ 520 mil y a fines de mes la oferta ascendió a US$ 595 mil. Cada aviso era seguido por un contacto telefónico entre Poblete y los secuestradores. El jesuita pedía una rebaja considerable en el precio, además de una fotografía actual como prueba de vida. “Lo que ustedes están pidiendo es una cosa imposible, tienen que volver a la realidad”, argumentaba. Los secuestradores, en tanto, no se movían del monto inicial. Las negociaciones estaban en punto muerto. De acuerdo con lo que relata hoy Rafael Escorza, el militante que prestó la casa para el plagio, fue en esos días que Cristián Edwards ofreció a los secuestradores pagar su rescate con dinero que tenía depositado en Estados Unidos. Según revelará Poblete en su libro de memorias, aparecido en 2005, “La Malú (Del Río, madre de Cristián Edwards) pedía subir la cantidad. Yo creo que ella hubiera pagado al tiro”. Sin embargo, de acuerdo con el mismo testimonio, Bicheno era quien hacía de líder: “El gringo dirigía la operación”. En una entrevista concedida a un sitio web inglés, Bicheno describe su estrategia para enfrentar secuestros, la que claramente aplicó en el caso de Edwards. “Primero se formaba un comité de crisis. Esto incluía a alguien a cargo de tomar decisiones por la familia, normalmente el padre. Una parte clave era recordarles que estaban tratando con hombres de negocios y que el secuestrado no era más que un monto de dinero”, explicaba el hoy retirado Bicheno. De acuerdo a su relato, lo primero que debía hacer el comité era decidir cuánto estaban dispuestos a pagar, lo que muchas veces coincidía con la cobertura de una póliza antisecuestro, pues Bicheno trabajaba junto a un agente de seguros. También había veces que la familia no quería parecer demasiado fácil y ofrecía una suma más baja. Según Bicheno, siempre intentaba que la primera oferta fuera alta, de modo de evitar que los secuestradores se sintieran insultados y pusieran en peligro al rehén. Lo siguiente era aumentar la oferta mediante incrementos cuidadosamente calculados. Así ocurrió en la operación que lideró en Chile. Recién el 20 de diciembre, a través de un nuevo aviso económico, la oferta fue aumentada a US$ 650 mil, previa exigencia de una fotografía actual. La respuesta llegó mediante una carta dejada en un baño del Parque Arauco. Estaba acompañada de una cinta y decía: Señor Agustín Edwards: le comunicamos que no habrá ninguna fotografía actual hasta que la oferta sea aumentada -aumentar la oferta significa hacer ofertas en MILLONES DE DÓLARES y no en miles de dólares- (…) Cada día que pasa y que no cumplen con las indicaciones disminuye rápidamente la posibilidad de que la integridad física y síquica de su hijo se puedan conservar intactas. En estas fechas de unidad familiar dejen de lado su actitud inhumana (mal asesorada) y burocrática. Piensen en la vida de su hijo que se deteriora cada día más, ya que él hoy sólo desea estar con ustedes. Junto a esta nota le enviamos una grabación (lado A) con la voz de él. Por el bien de su hijo Cristián y de su familia, CUMPLA. Tres días después, en vísperas de Navidad, un nuevo aviso económico anunciaba que la oferta alcanzaba los US$ 700 mil. Era un avance. Mediante un sistema similar al anterior, los secuestradores enviaron una fotografía del rehén, quien sostenía un ejemplar actualizado del diario Folha de Sao Paulo, acompañada de una carta en la que anunciaban que el valor del rescate había bajado a un millón y 500 mil dólares. “QUE ME SAQUEN DE AQUÍ” Un hecho fortuito alertó al gobierno de que la familia Edwards había empezado a negociar con los secuestradores. Corrían los primeros días de diciembre de 1991 y el ministro secretario general de Gobierno, Enrique Correa, recibió un llamado de un funcionario de la CIA, dependiente de la embajada de Estados Unidos en Chile, informando que un hermano del dueño de El Mercurio se había presentado en la sede del FBI en Washington para solicitar una prueba grafológica de una carta supuestamente escrita por el rehén. Fue un pequeño escándalo que no tuvo publicidad, como muchas situaciones vinculadas al mismo caso. De las tratativas y mensajes estaba enterado Carabineros, no así el gobierno, la Policía de Investigaciones y el ministro en visita Luis Correa Bulo. El incidente tuvo repercusiones prácticas. Según la declaración que prestó por oficio Marcelo Schilling, secretario del Consejo de Seguridad Pública, “a partir de ese momento los asesores de Agustín Edwards deciden separarlo de la conducción de las operaciones, enviándolo a descansar a su campo en Graneros por estimar que estaba demasiado alterado y nervioso”. En rigor Edwards Eastman siguió pendiente de las negociaciones. La diferencia es que desde entonces delegó la conducción en Hugh Bicheno, que insistía en no ceder ante las demandas. Bicheno era un duro en estas materias y alertó oportunamente sobre el manejo emocional que los secuestradores darían a las fiestas de fin de año. En efecto, la cinta con la voz de Cristián Edwards que llegó a manos de la familia el 20 de diciembre resulta conmovedora. Se trata de un mensaje extenso en que el cautivo se pregunta “cómo pueden ofrecer una miseria” y plantea que “yo les puedo ayudar con eso, yo les voy a ayudar, yo me comprometo, me comprometo a trabajar junto a usted papá para recuperar todo».
«Hagan todo lo necesario para sacarme de aquí, hagan todo lo humanamente posible y después yo los ayudo, después nos arreglamos (…), yo siempre he sido una persona que trabaja duro (…) siempre me he esforzado y si salimos de esto me voy a esforzar más que nunca (…) Ya no me quedan fuerzas para seguir adelante”, se queja. “Lo que yo les estoy pidiendo es que me salven, que me ayuden, que me saquen de aquí”.
Refiriéndose a esta comunicación, el propietario de El Mercurio sostuvo en su declaración judicial que “era presumible que los delincuentes aprovecharan ambas ocasiones para presionar en sus exigencias, sobre todo a mi mujer”. Las presiones en esos días surtieron algún efecto. En la comunicación telefónica del 31 de diciembre, Poblete adelantó a su contraparte que en los días siguientes aparecería un aviso económico con una nueva oferta. Sería la última, advirtió el sacerdote, como ya lo había hecho otra veces, aunque en esta ocasión incluyó un novedoso argumento sobre la calamitosa situación económica de Edwards Eastman:
“Si este señor está quebrado, es puro nombre no más, ustedes podrían haber elegido otra persona”.

 Dicho esto, y tras insistir en que “no pidan la suma que dicen, lanza una propuesta:

“¿Qué van a hacer con la plata? Podrían donarla al Hogar de Cristo siquiera, pues oiga”.
OFERTA ESPECIAL La última oferta anunciada por Renato Poblete en vísperas de Año Nuevo apareció publicada el sábado 4 de enero en el nuevo formato propuesto por los secuestradores. Destacada esta vez en la sección Instrumentos Musicales, el aviso clasificado decía: “Compro gaita Kennedy, pago contado 740.000”.
FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


El monto terminó de sacar de quicio al jefe de la operación. “Ramiro”, alias de Mauricio Hernández Norambuena, consideró que era hora de tomar personalmente cartas en el asunto. Identificándose como “El Abuelo”, la chapa que usó en esta operación, contactó a Poblete en un teléfono de Plaza Italia: -Yo soy “El Abuelo” -se oye en la grabación telefónica-. Escuche, usted ha abusado de nuestra ética profesional, pero ahora nos corresponde jugar a nosotros. Daremos a la publicidad toda la negociación, dejando al descubierto la actitud insensible de ustedes (…) Será un gran escándalo. Luego de eso aparecerá el cadáver de Cristián. Usted puede impedir este desenlace. ¿De qué forma? Accediendo a nuestras últimas exigencias. Nosotros esperamos un breve tiempo. ¿Está absolutamente claro? «Ramiro» parecía hablar en serio: ya no había margen para seguir negociando en esos términos. La salud de Cristián Edwards tendía a agravarse, lo que en un momento obligó a que fuera visitado por un médico o enfermero del FPMR, y en la casa-retén las cosas habían vuelto a tornarse críticas. Aquejado de “un bajón anímico”, según lo describe hoy Rafael Escorza, Ricardo Palma pidió dejar su puesto de celador.


La salida de Palma se sumó a la desaparición de Florencio Velásquez, el otro celador que había abandonado la casa-retén, aquejado por el encierro y fuertes conflictos con sus compañeros. Su paradero era un misterio para el FPMR y ponía en riesgo la operación y a sus protagonistas. Además, aunque no lo sabían, el grupo comandado por el subcomisario Jorge Barraza había identificado la casa donde estaba secuestrado Edwards y le seguía los pasos a varios de los plagiadores, entre ellos a “Rodolfo”, “Emilio» y “Ramiro”. La situación estaba en un punto crítico y fue zanjada con un último aviso publicado el domingo 19 de enero en la sección Instrumentos Musicales. Esta vez no había un monto específico, sólo un mensaje velado: “Compro gaita Kennedy, tengo oferta especial. Llamar lunes 6981417”. La “oferta especial” consistía en un millón de dólares y fue aceptada. El primer intento de entregar el dinero del rescate se realizó el sábado 25 de enero. Acompañado de Juan Cancino, el chofer de Agustín Edwards, y siguiendo instrucciones de los secuestradores, Poblete recorrió los cuatro puntos cardinales de la ciudad a bordo de un Volkswagen escarabajo. Al interior portaba la maleta con un millón de dólares en billetes de cien.
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La entrega resultó frustrada porque así fue planeado por los secuestradores, de modo de corroborar que no fuesen seguidos por la policía. A la semana siguiente, cuando volvieron a ser contactados por los secuestradores, Hugh Bicheno estuvo en desacuerdo con que Poblete y Cancino realizaran un nuevo recorrido. Creía que serían engañados. En cambio Marcelo Schilling, el secretario de la Oficina de Seguridad Pública, de acuerdo a su propia declaración, propuso seguir “rigurosamente las instrucciones de los secuestradores”. La entrega quedó programada para el 31 de enero y se extendió durante gran parte de ese día. Esta vez a bordo de un Fiat 147, Poblete y Cancino volvieron a recorrer la ciudad. Pasearon por Recoleta, Vitacura y Providencia, donde ingresaron a un supermercado y recogieron poleras y un par de jockeys para ser identificados fácilmente a la distancia. Más tarde, después de otro largo rodeo, bajo la mesa de una fuente de soda cercana a Departamental encontraron un sobre. Contenía una fotografía de Cristián Edwards retratado con El Mercurio del día anterior y una última instrucción que los condujo a un paso sobre nivel de la avenida Norte Sur, donde un hombre que apareció de las penumbras recogió el dinero.
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Al día siguiente Agustín Edwards se encontraba en su campo en Graneros cuando al anochecer recibió una llamada desde El Mercurio. Su hijo ya iba camino a la casa familiar de Lo Curro a bordo de un taxi. Unos días después, Cristián relató ante el juez Correa Bulo que la noche anterior a su liberación había sido sacado de “la caja” después de cinco meses e introducido a una carpa. Ahí pasó sus últimas horas de rehén, sometido a la música de un personal estéreo y una dosis adicional de sedantes. Recordó haber regresado tal como llegó, encapuchado y envuelto en un saco de dormir, y haber sido introducido en un auto que lo dejó en lo que parecía un sitio eriazo. Lo último que alcanzó a escuchar de sus secuestradores, antes de ser dejado boca abajo contra el suelo, fue
“no te muevas”. Después de un rato logró ponerse de pie, trastabilló en dirección a unas luces y dio con un taxista al que le pidió monedas para llamar a sus padres. Había sobrevivido a un martirio de casi cinco meses y se iniciaba la cacería policial.


FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR



Florencio Antonio Velasquez Negrete.


Florencio Antonio Velasquez Negrete.

Rut: 8.611.797-5

Nacido 20 Marzo 1959 en la comuna de Nuñoa.

La  detención, Florencio Velásquez.

La Policía de Investigaciones (PDI), entregó esta MIÉRCOLES 27, SEPTIEMBRE 2017 detalles de la detención del ex miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) Florencio Velásquez Negrete, "Floro", quien se encontraba prófugo desde 1999, y que será puesto a disposición del ministro en visita Mario Carroza esta mañana.
Según el subcomisario de la Bipe, Javier Jaque, Velásquez Negrete "en primera instancia se rehúsa a entregar su identidad, cuando se le dan a conocer los antecedentes reconoció su identidad junto con la constatación que hace el perito de criminalística".

El policía agregó que se detuvo al ex frentista por infracción a la ley de armas y por la ley antiterrorista. Además explicó que tenía un almacén en la comuna de Cerro Navia, donde vivía con su familia, lugar donde fue detenido.

"La detención se llevó a cabo de manera normal, se le señaló cuales eran los motivos, pese a que él estaba claro de que la policía estaba tras sus pasos (...) No contaba con su documento de identidad, sin embargo personal de laboratorio de criminalística realizó los peritajes in situ y se estableció de esa forma la identidad de la persona".

Velásquez Negrete es investigado por el secuestro de Cristian Edwards, hijo del fallecido director de El Mercurio, Agustín Edwards y por el asesinato del senador UDI Jaime Guzmán.

Florencio Velásquez Negrete escapó de las Cárcel Pública de Santiago en 1990.El hombre conocido como “Floro” fue arrestado en la comuna de Cerro Navia, donde, con identidad falsa, ejercía como obrero de la construcción.

Tras participar en el secuestro de Edwards entre el 9 de septiembre de 1991 y el 1 de febrero de 1992, habría desertado como frentista y, presumiblemente, se habría convertido en informante de “La Oficina”, dando señales, como tal, sobre la identidad de los autores del plagio, quienes pertenecían al mismo grupo que perpetró el crimen del senador gremialista.


Corte de Apelaciones de Santiago  absuelve a ex-integrante del FPMR por el secuestro de Cristián Edwards en 1991.

Por "haber operado en su favor la prescripción de la acción penal intentada", la Corte de Apelaciones de Santiago absolvió a Florencio Velásquez Negrete, quien fue procesado por el secuestro de Cristián Edwards, hijo del fallecido dueño de El Mercurio, en 1991.

La Corte de Apelaciones de Santiago confirmó la absolución del exfrentista Florencio Velásquez Negrete, quien fue procesado por el secuestro de Cristián Edwards en 1991. Al ex-integrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez se le formularon cargos como cómplice de este delito, ocurrido en Santiago entre el 9 de septiembre de 1991 y el 1 de febrero de 1992.

Según el fallo del tribunal, se acogió un recurso de apelación en contra de la sentencia dictada el 24 de mayo de 2019, por “haber operado en su favor la prescripción de la acción penal intentada”.

Según fuentes de Rabio Bío Bío, Velásquez Negrete, alias  “El Floro” y que se trata de un exfrentista que desertó del secuestro del hijo de Agustín Edwards, expropietario de El Mercurio. Por otra parte, indican que su participación en era residual, que vivió de manera clandestina durante años y que se mantuvo bajo identidades falsas durante un largo período. Cabe recordar que por el secuestro de Edwards fueron condenados Ricardo Palma Salamanca, Mauricio Hernández Norambuena y Rafael Escorza.


Libro:  Penal.

Numero de ingreso:  4815-2019.

Caratulado : MINISTRO DEL INTERIOR/ VELASQUEZ NEGRETE FLORENCIO-SAN JUAN AVILA MARIA-JARA HERNANDEZ MARITZA-PALMA SALAMANCA RICARDO-HERNANDEZ NORAMBUENA MAURICIO-APABLAZA GUERRA SERGIO GALVARINO Y OTROS TOMO XII, ( CAUSAS ESTUDIO SRA. MARIANA DIAZ )



Abogados.

FRANCISCO ARNALDO CASTRO SALGADO, Abogado querellante del MINISTERIO DEL INTERIOR Y SEGURIDAD PUBLICA.
 Alegato duración de 15 minutos.


Universidad Andrés Bello
Investido como abogado 14-12-2007

WASHINGTON RAMON LIZANA ORMAZÁBAL, abogado defensor de don Florencio Velásquez Negrete.

Alegato duración de 15 minutos.

11.392.621-K


Universidad de Chile

Investido como abogado 24-01-2000


Fundador y Abogado Litigante de Defensa Popular. Magíster en derecho Penal. Su práctica la ha centrado en el ámbito del derecho penal y Penitenciario, destacando por su defensa a perseguidos por Agentes del Estado, y a quienes se les ha aplicado Ley Antiterrorista.



RELATOR : MARIA ELENA DE LOURDES DIAZ DIAZ.

Universidad Católica de Valparaíso.
Investida como abogado 05-06-2015

FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR



Certifico  del Relator: Que se anunciaron, escucharon relación y alegaron, ejerciendo su derecho en estrados, los abogados don Francisco Castro Salgado, por el recurso y don Washington Lizana Ormazábal, contra el recurso, por el término de 5 y 15 minutos, respectivamente.

Santiago, 11 de noviembre de 2021.


Texto de la Sentencia de Segunda Instancia, del Martes 16 noviembre de 2021 

Corte de .Apelaciones  de Santiago

Santiago, once de noviembre de dos mil veintiuno.

A los folios N° 23 y 24: a todo, téngase presente.

Vistos y teniendo presente:

PRIMERO : Que el Ministerio del Interior y Seguridad pública dedujo recurso de apelación en contra de la sentencia de fecha veinticuatro de mayo de dos mil diecinueve, que absuelve al acusado FLORENCIO ANTONIO VELÁSQUEZ NEGRETE de los cargos formulados en su contra como cómplice en el delito de secuestro terrorista de Cristián Luis Edwards del Rio, ocurrido en la ciudad de Santiago entre el 9 de septiembre de 1991 y el 1 de febrero de 1992, por haber operado en su favor la prescripción de la acción penal intentada.

Pide que se revoque la sentencia, que reconoce la existencia del delito de secuestro de carácter terrorista y atribuye participación al condenado, pero que acoge la prescripción de la acción penal, con el objeto de que se repare el agravio y, en definitiva, se condene al acusado a la pena solicitada por el Ministerio Público Judicial a través de la acusación de fs. 2203, a la que se adhirió como parte querellante.

SEGUNDO: Señala que en el considerando Sexto de la sentencia se comprobó la responsabilidad del acusado como cómplice del delito de secuestro terrorista y en el considerando Décimo noveno, acoge la prescripción de la acción penal opuesta como defensa de fondo, sin considerar que el acusado ha sido vinculado con los hechos investigados desde un primer momento. Así, no comparte la apreciación del sentenciador respecto que la temprana vinculación del acusado no puede ser considerada como una forma de suspender la prescripción, lo que sostiene en dos momentos iniciales: uno a fojas 498 del Tomo I, cuando se anexan los antecedentes del acusado como parte del grupo de personas que participó en el secuestro y el que rola a fojas 377 en que se le vinculó con la identidad alternativa “Julio”, diligencia que debe ser relacionada con lo que dispone el artículo 7 del Código de Procedimiento Penal, en cuanto plasma la esencia de las obligaciones del juez del crimen en relación al impulso del inicio de la acción a través de las primeras diligencias.

TERCERO: Que el hecho investigado y establecido en autos se refiere al secuestro de carácter terrorista de Cristián Luis Edwards del Rio, verificado entre los días día nueve de septiembre de mil novecientos noventa y uno y 1° de febrero de 1992, oportunidad esta última de su liberación previa condición del pago de una determinada suma de dinero en dólares acordada entre los familiares y los secuestradores, y que fue calificado en primera instancia como constitutivo del delito previsto y sancionado en el artículo 141 del Código Penal, en relación con las disposiciones de los artículos 1, 2 y 3 de la Ley 18.314, en grado de consumado, en el cual se ha atribuido al sentenciado, la calidad de cómplice.

CUARTO: Que el examen de los antecedentes permite establecer los siguientes hechos: 

1) Que el ilícito investigado en los autos, ocurrió entre el 9 de septiembre de 1991 y el 1 de febrero de 1992, oportunidad esta última en que la víctima, Cristián Luis Edwards del Rio, fue liberada;

2) Que con fecha 2 de octubre de 2017, el acusado fue sometido a proceso; 

3) Que han transcurrido más de 25 años desde la segunda fecha consignada en el punto 1);

4) Que las órdenes de detención libradas en contra de FLORENCIO ANTONIO VELÁSQUEZ NEGRETE dicen relación con otra causa, que no se encuentra acumulada a estos antecedentes; y

5) Que el extracto de filiación da cuenta que el acusado no registra antecedentes penales por hechos posteriores al presente ilícito, y que el informe de Policía Internacional da cuenta que no registra movimientos migratorios. 

QUINTO: Que, en consecuencia, resulta forzoso concluir que el  término de prescripción de la acción penal, que comenzó a correr a partir de la liberación de la víctima de autos, no se vio suspendido ni interrumpido de alguna de las formas previstas en la ley y ha transcurrido íntegramente, provocando su extinción, lo que ha sido acertadamente declarado, todo ello de acuerdo a lo establecido en los artículos 94, 95 y 96 del Código Penal.

Por estos fundamentos, SE CONFIRMA la sentencia apelada de fecha veinticuatro de mayo de dos mil diecinueve que absolvió al acusado FLORENCIO ANTONIO VELÁSQUEZ NEGRETE, de los cargos formulados en su contra de ser cómplice en el delito de secuestro terrorista de Cristián Luis Edwards del Rio, ocurrido en la ciudad de Santiago entre el nueve de septiembre de mil novecientos noventa y uno y el primero de febrero de mil novecientos noventa y dos, por haber operado en su favor la prescripción de la acción penal intentada. 

Regístrese y devuélvase.

N°Penal-4815-2019


Sentencia de primera instancia.


FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


Mario Rolando Carroza Espinosa 


(Santiago, 14 de abril de 1951) es un profesor y abogado chileno. Ha ocupado diversos cargos en el Poder Judicial de Chile, siendo además ministro en visita de diversas causas de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. Desde el 31 de diciembre de 2020 es ministro de la Corte Suprema de Chile.

Carroza creció en una familia de comerciantes de la Vega Central, en el sector norte de Santiago. Sus primeros estudios los hizo en Filosofía en el Instituto Pedagógico de Valparaíso, y luego se matriculó en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, recibiéndose de profesor de filosofía. Paralelamente, comenzó a estudiar derecho en la noche, en la misma universidad.
El 31 de enero de 1993, su esposa, Ivonne Abrigo, quien viajaba con sus dos hijos, protagonizó un accidente automovilístico al chocar de frente con un camión mientras conducía por la ruta F-90 para pasar unos días de vacaciones, falleciendo ella y su hija de 6 años.


Ingresó al Poder Judicial el año 1977 y, desde entonces, ha ejercido diversos cargos, entre los que destacan su labor de juez del segundo Juzgado de Letras de Puente Alto en 1984; relator de la Corte de Apelaciones de San Miguel en 1987; juez del Primer Juzgado del Crimen de Santiago, del Sexto Juzgado Civil de Santiago y del Tercer Juzgado del Crimen de Santiago entre la década de 1990 y de 2000; fiscal de la Corte de Apelaciones de Santiago en 2002; y ministro de la misma desde 2007.
 En 2010, el expresidente de la Corte Suprema, Sergio Muñoz lo nombró ministro en visita extraordinario para esclarecer casos de violaciones a los derechos humanos, investigando causas emblemáticas como el caso Caravana de la Muerte (donde procesó en calidad de cómplice al ex comandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre), el caso Pisagua, el caso Quemados, la Operación Cóndor en Chile y las adopciones ilegales ocurridas en dictadura; así como la muerte de Salvador Allende, de Pablo Neruda, de Alberto Bachelet y del asesinato de Eduardo Frei Montalva.
​ El magistrado Carroza, además está encargado de investigar los delitos perpetrados por grupos subversivos en la primera mitad de la década de 1990, incluyendo la investigación del asesinato de Jaime Guzmán, por lo cual pidió la extradición a Chile desde Brasil de Mauricio Hernández Norambuena.
Ha sido presidente de la Asociación Nacional de Magistrados durante dos periodos: entre los años 2000 y 2002, y entre los años 2006 y 2008.
En el plano académico, Carroza ha ejercido la docencia como profesor de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal en la Escuela de Carabineros y se ha desempeñado como director académico y consejero del Instituto de Estudios Judiciales "Hernán Correa de la Cerda"; además de haber sido profesor en la Academia Judicial de Chile y monitor de clínicas judiciales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.
Tras haber sido nominado como integrante para la Corte Suprema en diversas oportunidades, finalmente fue confirmado por el Senado para acceder a la máxima magistratura como ministro en 2020 en reemplazo de Lamberto Cisternas, jurando en el cargo el 31 de diciembre de ese año.



El ministro en visita extraordinaria de la Corte de Apelaciones de Santiago dictó sentencia absolutoria en favor del exintegrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), quien fue procesado en calidad de cómplice del secuestro terrorista de Cristián Edwards del Río. El ministro en visita extraordinaria de la Corte de Apelaciones de Santiago, Mario Carroza, dictó sentencia absolutoria en favor de exintegrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), quien fue procesado en calidad de cómplice del secuestro terrorista de Cristián Edwards del Río.

En el fallo, Carroza decretó la absolución de Florencio Velásquez Negrete, tras establecer que el exmilitante del FPMR fue procesado 25 años después de la liberación de la víctima del plagio -ilícito perpetrado entre septiembre de 1991 y febrero de 1992-, por lo que se excede el plazo de prescripción de la acción penal. De acuerdo a la resolución, el lapso de tiempo antes mencionado se estableció desde el 1 de febrero de 1992 -día en que es liberado Edwards del Río- al 2 de octubre de 2017, época en que Florencio Velásquez Negrete es sometido a proceso.

En la sentencia se indica que en este caso no se operó la suspensión del procedimiento, agregando que “el plazo de prescripción ha operado en su favor, y ha empezado a correr de acuerdo a lo estipulado en el artículo 95 del mismo cuerpo legal ‘desde el día en que se hubiere cometido el delito’, cumpliéndose con creces el plazo consagrado en el artículo 94 del Código Punitivo”, dice el fallo. Finalmente, Mario Carroza sostuvo que pese a que se acreditó “la participación culpable de Florencio Antonio Velásquez Negrete en los hechos investigados, este sentenciador es de parecer de acoger la alegación de fondo deducida por la defensa de Velásquez Negrete en forma subsidiaria, esto es, de declarar prescrita la acción penal, en virtud de los argumentos de hecho y de derecho que se han expuesto latamente en este fallo”, concluye la sentencia.