Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

sábado, 16 de julio de 2011

65).-La Iglesia de los Sacramentinos I


Paula Flores Vargas; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarce Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Nelson González Urra ; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo;  Soledad García Nannig; 



La Iglesia de los Sacramentinos.




Iglesia de los sacramentinos
Francia Carolina Vera Valdes
La primera entrada de este blog está dedicada a la Iglesia del Santísimo Sacramento en el sector de calle San Diego y Arturo Prat de la capital chilena, de espalda al Parque Almagro y a la plaza de los libreros.
Este  templo nace con el proyecto de traer a los padres sacramentinos desde Francia y establecerlos en este edificio, hecho por el arquitecto Ricardo Larraín con explícita petición de que se inspirara en la Basílica del Sagrado Corazón de París. La obra iniciada en una primera etapa de 1911-1913, bajo mecenazgo de doña María Lecaros de Marchant, fue entregada en 1919 pero sus terminaciones continuaron incluso hasta el año 1931. Desde 1928, además, contaba con el reconocimiento de parroquia.

Iglesia de los sacramentinos
Francia Carolina Vera Valdes

Iglesia de los sacramentinos
Francia Carolina Vera Valdes

Iglesia de los sacramentinos
Francia Carolina Vera Valdes


LAS "CATACUMBAS" DEL TEMPLO DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN SANTIAGO


Crucero de la "cripta" de los Sacramentinos, en imagen de postal publicada pocos años después de su inauguración. Fuente imagen: Flickr de SantiagoNostálgico.
Coordenadas: 33°27'4.55"S 70°38'57.65"W

En aquella ocasión en que publiqué el artículo referido a la iglesia, sin embargo, no me fue posible tener acceso al sector llamado "la cripta" o, más popularmente, "las catacumbas" del mismo templo, a las que se accede por unas escaleras dobles ubicadas detrás de la sacristía y en el pasillo hacia las dependencias interiores de la parroquia por el lado de avenida Santa Isabel y Arturo Prat. Las fotografías que aquí publico las tomé recién en el año 2012, y me servirán para completar la parque que faltaba a la historia y descripción del templo. Recientemente, además, fui entrevistado para un reportaje noticioso dedicado al Santiago subterráneo y titulado "Bajo nuestros pies", en donde se abordaba el tema del origen y la existencia de la "cripta" de los sacramentinos, entre otros casos.
 Pocos días más tarde, tuve el placer de conocer un caso parecido al de la Parroquia del Santísimo Sacramento y sus dependencias en el subsuelo: la Basílica de San Antonio de Padua al Laterano, en Roma, que también tiene una iglesia completa bajo la principal superior y de cuya historia publiqué algo ya, hace poco. Eso sin adelantar acá algo aún sobre la experiencia de conocer en persona auténticas catacumbas romanas, como las de San Calixto, las de San Lorenzo de Extramuros o las de Santa María en Vía Lata.
Es un buen momento de inspiración, entonces, para abordar acá el tema pendiente del subterráneo de los sacramentinos, sus míticas "catacumbas" en el vecindario tan nictófilo de San Diego y Parque Almagro.


Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes
El nivel inferior de la Parroquia del Santísimo Sacramento abarca lo que equivale prácticamente toda la planta de la nave en la iglesia superior, conservando ese mismo diseño bajo escuela neorrománica y neoclásica. En este frío espacio se también repiten las arcadas y columnatas, las bóvedas de tenue alusión gótica y los detalles de estilo bizantino en la reproducción del gran altar (copiado del que está arriba), con mosaico y colorido tipo retablo, además del pulcro uso de mármoles. Sin embargo, sus alturas están a escalas: al ser enormemente más bajo este salón, las columnas de capiteles corintios y grandes arcos son cortas, distribuidas a su vez en naves menos espaciosas.
La "cripta" fue la primera etapa de la construcción que se levantó después de la instalación de los basamentos, en 1911. Fue hecha a insistencia de los sacerdotes y por otra petición directa al arquitecto Larraín, ya que querían urgentemente un espacio para oración y liturgias. Consta de un sistema de bóvedas a cuatro metros bajo el piso y, según me informaron en la misma parroquia, se la dispuso para que los miembros de la congregación de los sacramentinos llegados a Chile pudieran cumplir con la estricta exigencia de los custodios del Santísimo Sacramento: ejercer la devoción de manera permanente a Cristo y a Dios, siendo usada durante el tiempo en que la iglesia principal era terminada. Por esta razón fue conocida por algún tiempo como la Capilla Vieja de los Sacramentinos. Además, la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre también cuenta con una gran cripta propia, por lo que era esperable que al templo hecho en Chile bajo su muy evidente inspiración también se le incorporara una propia. Lo mismo se hizo en Argentina con la Basílica del Santísimo Sacramento del barrio bonaerense de Retiro, que cuenta con una "cripta" del mismo estilo y la misma época que la existente en Santiago.
Para hacer menos lúgubre la condición subterránea de esta segunda iglesia de la parroquia, sin embargo, se dispusieron vanos que aportan algo de iluminación por los costados, y que pueden distinguirse desde afuera del templo por el lado de avenida Santa Isabel y con menos notoriedad por los patios de las dependencias interiores del convento. Es por esa razón que los cimientos del edificio están más bajos por estos lados.


Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes

Francia Carolina Vera Valdes


Intrigado por tales indicios de la existencia de este espacio, el imaginario popular lo llamó "catacumbas", haciendo correr historias que eran asombro de niños y de fantasiosos, como cuentos de sepulturas desconocidas, lugares secretos dentro de las mismas y los infaltables aparecidos. Incluso hubo una época en que parecía ser que nadie estaba muy seguro de que estos sótanos existiesen en la iglesia, habiendo opiniones divididas y testimonios dudosos de quienes decían conocerlas.
La iglesia subterránea de la Parroquia del Santísimo Sacramento en Santiago, inaugurada el  15 de junio de 1919, también ha cumplido con funciones bastante prácticas en todos estos años: permite desde antaño a los sacerdotes el ejercicio interrumpido de la doctrina devocional, aun si el espacio principal superior está siendo usado en otra clase de ceremonias o bien si está cerrado por labores de aseo o de reparaciones. Y asumiendo que en proporciones es considerablemente menos espectacular que la iglesia mayor del edificio, la "cripta" también era prestada para encuentros como matrimonios o bautizos en otras épocas, aunque actualmente se realizan allí ceremonias fúnebres y misas especiales.
El frío y la humedad han causado algunos daños en la iglesia de la "cripta", aunque existen planes de restauración y se han ejecutado algunos estudios patrimoniales realizados sobre la misma. Publicaciones recientes con la historia del templo han despertado la curiosidad de algunos buscadores de información y, así, la luz ha ido regresando hasta la iglesia subterránea de la Parroquia del Santísimo Sacramento.

Ricardo Larraín Bravo 

(Valparaíso, 9 de abril de 1879-1945) fue un destacado arquitecto chileno. Construyó gran cantidad de obras destacables, entre ellas el Palacio Íñiguez.
Fue hijo de Ricardo Larraín Urriola y de Bernarda Bravo Vizcaya. Sus estudios secundarios los realizó en la École Saint Jean de Versalles de 1892 a 1897. Al terminar sus estudios en el año 1897 entrara inmediatamente a la Escuela Especial de Arquitectura de París graduándose en dicha institución en el año 1900. Posteriormente realizaría un Bachiller en Ciencias de La Sorbona de París.
Contrajo matrimonio con Ana del Campo Ortúzar, con la cual tuvo seis hijos: Edith, Adelina, Ricardo, Mario (a través de él, fue antepasado de María Eugenia Larraín), Guido y Ana.
En su vida social siempre fue un ciudadano muy activo perteneciendo a varias instituciones como lo fueron la Asociación de Arquitectos de Chile de la cual fue presidente en dos ocasiones,​ la Sociedad de Instrucción primaria de Santiago, Patronato de la Infancia, Facultad de matemáticas de la Universidad de Chile dónde fue profesor de los cursos de Arquitectura de la Universidad (hasta el 16 de enero de 1944 Arquitectura pertenecía a la facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas), Asociación de arquitectos del Uruguay.
Era también miembro del Consejo de Bellas Artes, además Ingreso como socio del Club de la Unión en 1904. Además fue uno de los personajes que más influyo en el incentivo de la creación de las Gotas de Leche cuando Santiago se vio invadido por la migración interna y el aumento de la clase media. Bordeando los 65 años en 1945, murió de un infarto cardíaco.
Su estilo arquitectónico es definido como un "ecléctico", pues combinaba distintos lenguajes, como el barroco, el art nouveau y el gótico.

El legado del destacado arquitecto chileno, como la Iglesia de los Sacramentinos (1912-36), el Palacio Íñiguez (1908, en conjunto con su cuñado Alberto Cruz Montt), la Población Huemul I (1911-18, parte de ella fue expropiada en 1974), el edificio de la Caja de Crédito Hipotecario (1916), el Cité Salvador Sanfuentes (1928), la casa del Doctor Emilio Croizet en el barrio París-Londres (1925), el Cité Adriana Cousiño (1937), hasta la lista de muchos edificios comerciales, viviendas particulares, palacios y conjuntos habitacionales.



Estación metro Parque Almagro



Cenefa utilizada en los andenes.

Accesos

AccesoIntersección
San Diego con Santa Isabel


Acceso a la estación.

Vista de uno de los andenes de la estación.



Parque Almagro es una estación ferroviaria que forma parte de la red del Metro de Santiago de Chile. Se encuentra subterránea, entre las estaciones Universidad de Chile y Matta de la Línea 3.

Características y entorno

Estará emplazada en la intersección de la calle San Diego con la avenida Santa Isabel. En sus alrededores se encuentra el Parque Almagro, la Iglesia de los Sacramentinos, la plaza de libros Carlos Pezoa Véliz, el parque de diversiones Juegos Diana, el Paseo Bulnes, la sucursal Nataniel del supermercado Tottus, el Instituto Nacional de Estadísticas, Campus Vicente Kovacevic (I y II) y Centro Deportivo de la Universidad Central de Chile.

Origen etimológico

La estación se ubica cercana al Barrio San Diego (ex 10 de Julio) y el Parque Almagro. El nombre de este barrio hace recuerdo de la Batalla de Huamachuco, acaecida el 10 de julio de 1883 entre tropas chilenas y peruanas en el marco de la Guerra del Pacífico.



 Parque Almagro




Estatua 

El parque Almagro está ubicado en la comuna y ciudad de Santiago, entre las calles San Ignacio y San Diego, y por las calles Santa Isabel y Mencia de los Nidos. Es donde termina el paseo Bulnes.
Se encuentra entre dos Monumentos Nacionales: el Palacio Cousiño al poniente y la iglesia de los Sacramentinos al oriente.
A los costados de este parque se encuentran los campus de la Universidad Central de Chile.

Historia.

Cuando la ciudad sobrepasó la Cañada hacia el sur, comenzaron lentamente a surgir diversas edificaciones y a delinearse sus calles.


A mediados del siglo XVII en el camino que iba hacia el sur, los Franciscanos levantaron la Iglesia de San Diego, y la calle adquirió el mismo nombre. Fue una vía de gran movimiento por la que continuamente transitaban arreos de mulas cargadas con mercaderías y viajeros a pie o a caballo. A unas pocas cuadras de la Cañada hacia el sur, existía un lugar deshabitado y abierto que invitaba a ser usado por los viajeros como un lugar de paradero y descanso antes de entrar a la ciudad, actual Parque Almagro.
También durante el siglo XVII, más al oriente de la Cañada, fue construida otra capilla. De esta manera, se dio origen a una nueva vía llamada por los vecinos "San Diego El Nuevo", que actualmente corresponde a la calle Arturo Prat.
A fines del siglo XVIII, se abrió una calle intermedia entre San Francisco y "San Diego El Nuevo" (Arturo Prat). Este callejón estrecho fue poblado lentamente y comenzó a ser llamado "Calle Angosta", actual calle Serrano.
En las proximidades del "Conventillo" de los Franciscanos -casa religiosa del campo de esa orden- existía una extensa pampa que pertenecía al Almirante Manuel Blanco Encalada y que fue comprada por el Cabildo de Santiago en 1828, formándose ahí la llamada Alameda de los monos o Cañada del Conventillo.
A principios del siglo XX en el sector se emplazó una plaza de abasto, donde eran vendidos productos del sur del país. El Parque Almagro como tal es creado en 1983.

Tramos

Primer tramo.

Entre las calles Mensía de los Nidos (ex Lacunza) (por el norte), Lord Cochrane (por el este), Santa Isabel (por el sur) y San Ignacio (por el oeste)

Puntos de interés:
  • Palacio Cousiño
  • Campus Gonzalo Hernández Uribe (ex Almagro Norte) de la Universidad Central de Chile.

Segundo tramo

Entre las calles Mensía de los Nidos (por el norte), Nataniel Cox (por el este), Santa Isabel (por el sur) y Lord Cochrane (por el oeste).

Puntos de interés:
  • Centro de Extensión Hugo Gálvez Gajardo de la Universidad Central de Chile.

Tercer tramo

Entre las calles Mensía de los Nidos (por el norte), San Diego (por el este), Santa Isabel (por el sur) y Nataniel Cox (por el oeste).

Puntos de interés:
  • Iglesia de los Sacramentinos.
  • Paseo Bulnes.
  • Instituto Nacional de Estadísticas
  • Monumentos a Pedro Aguirre Cerda, Diego de Almagro y a Luis Emilio Recabarren.
  • Campus Vicente Kovacevic (I y II) y Centro Deportivo de la Universidad Central de Chile.
  • Estación Parque Almagro de la Línea 3 del Metro de Santiago.
  • Plaza de libros Carlos Pezoa Véliz
  • Juegos Diana
El Barrio Parque Almagro es un barrio de la comuna de Santiago, ubicada en la ciudad homónima, en Chile. El barrio completo rodea al Parque Almagro y corre paralelo a la calle Santa Isabel y conecta con calle San Diego.

Historia

Durante el siglo XIX Santiago de Chile ha expandido sus zonas residenciales, este barrio fue la continuación al oriente, del Parque Cousiño hoy conocido como Parque O'Higgins, áreas verdes, construcciones y viviendas para familias numerosas, y aristocráticas como los Cousiño fueron el símbolo del desarrollo social empresarial de la naciente república. Han transcurrido cien años desde que transitaban tranvías y otros vehículos con tracción animal; los pasajes y cites de ladrillos sombríos y bajos han cedido terreno en los últimos decenios a torres y edificios condominios de gran volumen.
Otro avance en los últimos 30 años es la creación de universidades y facultades privadas, dándole un aire juvenil y renovado al sector.
La conservación y la monumental Basílica Iglesia de los Sacramentinos, es la mayor obra artística, sacra y patrimonial que tiene el barrio, y se suma recorriéndolo a pie con tranquilidad el espacio conocido como Paseo Bulnes, donde se hallan oficinas o dependencias gubernamentales como el INE, restaurantes, piletas o fuentes, librerías, tiendas, etc.
El barrio se enriquece con un museo palacete neoclásico muy bien conservado para visitarlo y apreciar en su interior pinturas y retratos de destacados pintores nacionales. 
El boom inmobiliario sostenido en la ciudad ha puesto en dicha zona un tráfico vehicular constante, lleno de taxis colectivos, y buses públicos, además de particulares.
Desde enero de 2019 los vecinos, turistas y oficinistas pueden conectar con el resto de la ciudad usando la línea 3 del Metro de Santiago, Estación Parque Almagro.



Diego de Montenegro Gutiérrez.

Montenegro Gutiérrez, Diego de. Diego de Almagro. Almagro (Ciudad Real), 1480 – Cuzco (Perú), 8.VII.1538. Adelantado de la conquista de Perú, socio de Francisco Pizarro y Hernando de Luque, gobernador de la Nueva Toledo y descubridor de Chile.

Biografía

No es raro que en la biografía de personajes importantes de la conquista del Nuevo Mundo, tales como Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Diego de Almagro, se mezclen, sobre todo en sus orígenes, elementos que parecen arrancados de la leyenda o de alguna página de una novela de caballerías. El padre de quien la historia conoce como Diego de Almagro fue Juan de Montenegro, quien tenía como oficio servir como copero, es decir, escanciador de vino, del maestre de la Orden de Calatrava Rodrigo Girón. Montenegro era, pues, mozo de humilde condición y tuvo “trato de amores”, al parecer con promesa de matrimonio, con una joven igualmente humilde llamada Elvira Gutiérrez. Fruto de estas relaciones fue la venida al mundo de un niño no deseado. Elvira dio a luz al pequeño de la forma más oculta posible en el pueblo de Almagro, dominio de la Orden de Calatrava, y a los pocos días de nacido el niño fue llevado secretamente a Aldea del Rey, un pequeño lugar en la comarca de Almodóvar. Allí quedó bajo el cuidado de una mujer llamada Sancha López del Peral, quien tenía una hija, Catalina, nacida casi al mismo tiempo que el repudiado vástago de Elvira Gutiérrez. Con Sancha y Catalina, y mantenido en secreto, quedó Diego “hasta que fue mallorcito”, tal vez con cuatro o cinco años de edad. Entonces reapareció el copero Montenegro y se lo llevó consigo por corto tiempo, pues falleció. Un tío materno de Diego, Hernán Gutiérrez, se hizo cargo del infante, que años más tarde sería un adolescente de catorce años, sumamente travieso, de carácter rebelde e ingobernable. Su tío le castigaba y llevó su severidad a extremos lindantes con lo cruel: le ponía cadenas en los pies que le causaban grandes dolores. Diego se sintió lo suficientemente fuerte para encontrar la forma de ganarse la vida y en la primera oportunidad que tuvo huyó muy lejos del pariente que sólo le había dado un plato de magra comida, malos tratos y duro trabajo.

Ya por entonces todos le llamaban Diego, pero allí quedaba el asunto. Debió ser Montenegro, por su padre, o Gutiérrez, por su madre, pero ninguno de sus progenitores se preocupó por darle un apellido. Por eso tomó el nombre de la villa donde había nacido: Almagro. Corría 1493 y, un año antes, Cristóbal Colón había llegado a las Indias. La historia de su viaje descubridor y de las maravillas de las tierras visitadas por las tres carabelas excitaron la imaginación y el deseo de riqueza y aventuras de infinidad de jóvenes como Diego que, a la postre, nada tenían que perder pero sí mucho por ganar.
Con la idea de pasar al Nuevo Mundo, Diego de Almagro decidió buscar a su madre, que vivía en Ciudad Real, donde se había casado con un tal Cellinos. “¿A quién, mejor que a su madre, demandar socorro?”, escribió Alfonso Bulnes, quien a continuación dice: 
“Poco, sin embargo, quería amarrarse Elvira a su pasado clandestino; tan poco que, dado el pan que el vagabundo solicitaba, y algunas monedas para sosegar su conciencia, le dijo:
  ‘Toma, fijo, e no me des más pasión, e vete e ayúdate Dios a tu ventura”’.
Diego de Almagro, en efecto, tomó su camino y llegó a Toledo. Era aún mozo de pocos años y buscó a alguien a quien servir. Éste sería el licenciado Luis de Polanco —uno de los cuatro alcaldes de Corte de los Reyes Católicos—, de quien se convirtió en criado. Mas pronto, “como suele acaecer a los que con la mocedad no desconciertan”, Diego se acuchilló con otro mancebo y las heridas fueron tales, que al heridor no quedó más recurso que fugar. Pasando innumerables malaventuras, temeroso del largo brazo de la justicia, Diego de Almagro llegó a Sevilla, por entonces y por muchísimos años después, el gran emporio del comercio con las Indias y el punto de partida de las expediciones que emprendían viaje a esas tierras lejanas, todavía con inmensos territorios por descubrir.
Almagro consiguió embarcarse en una armada al mando de Pedrarias Dávila, designado gobernador de Castillo del Oro, más conocida como Tierrafirme. En tierras del Nuevo Mundo las circunstancias lo llevaron a convertirse en soldado y él demostraría muy pronto que estaba muy bien dotado para tal oficio, en un medio sumamente agresivo por la inclemencia del clima, el calor sofocante, las lluvias incesantes, la tupida selva y los agresivos flecheros indígenas. Almagro fue adquiriendo gran experiencia militando bajo la bandera de diversos capitanes. Se convirtió en un “baqueano”, en excelente rodelero que conocía todas las argucias de los indios y, por ello, varias veces salvó milagrosamente la vida. Un cronista señala que Diego de Almagro “era muy buen soldado, y tan gran peón que por los montes muy espesos seguía a un indio sólo por el rastro, que aunque le llevase una legua lo tomaba”. Otra crónica quinientista afirmaba, refiriéndose a Almagro: 
“Pacificando y conquistando la tierra, militando como un pobre soldado e buen compañero [...] dióse tan buen recaudo, que allegó dineros y esclavos e indios que le sirviesen”.
Almagro participó en la expedición que, por grave enfermedad de Pedrarias Dávila, comandó el licenciado Gaspar de Espinosa a la región de Peruquete y Paris. Esto ocurrió a postrero de 1515 y marzo de 1517. Es muy posible, aunque no se puede probar documentalmente, que Almagro estuviera bajo las órdenes de Francisco Pizarro. Un año más tarde, en 1518, Almagro fue uno de los hombres que tuvo papel importante en los preparativos de la expedición de Vasco Núñez de Balboa para conquistar tierras situadas a las orillas del Mar del Sur. En 1519 Diego de Almagro participó junto con el licenciado Espinosa y Francisco Pizarro en una “entrada” en la región de Natá y, por ello, no estuvo presente en la fundación de Panamá. No obstante, se reconocieron sus largos servicios y se le asignó un solar que lo convirtió en vecino de esa ciudad.

Ya desde 1519 la relación amical entre Almagro y Pizarro era muy grande. Esto los llevó a formar una sociedad o “compañía” y, según las crónicas, “fueron ambos tan buenos compañeros e tan avenidos, y en tanta amistad e conformidad, que ninguna cosa de hacienda, ni de indios, ni de esclavos, ni minas en que sacaban oro con su gente, ni ganados avía entre ellos sino común, e no más del uno que del otro, mucho mejor que entre hermanos”. 
Este tipo de compañías o sociedades entre dos o más personas fue muy común durante la conquista de América. A la compañía entre Almagro y Pizarro se sumó un sacerdote: Hernando de Luque, vicario de Darién. Precisamente por esos años, 1521 o 1522, Almagro era uno de los hombres más acaudalados del Darién, además de contar con un repartimiento de indios en Taboga, Chochama, Tufy y una mina en el río Chagres. Era, pues, uno de los pocos a quienes la fortuna les había sonreído en el Nuevo Mundo.
La prosperidad alcanzada por Almagro, y también por Pizarro, les hizo pensar en hazañas de mayor envergadura. El objetivo era ir a la conquista de la zona de Levante, o sea, al Sur de Panamá, mientras otros apostaban por la empresa de Poniente, al Norte, que tendría como resultado la conquista de Nicaragua. En pos de las tierras de Levante ya habían salido expediciones como la del capitán Gaspar de Morales y la de Pascual de Andagoya. Llevaron a Panamá noticias alentadoras de abundantes riquezas, pero no pruebas de ellas. Almagro, Pizarro y Luque decidieron intentar la conquista de esas doradas tierras y se pusieron de acuerdo para dividir gastos y tareas. Pizarro sería el capitán, el explorador; Almagro, que ya tenía experiencia en ello, sería el proveedor de hombres, caballos y alimentos; Luque aportaría algún dinero y se encargaría de obtener la licencia de Pedrarias para que la expedición pudiera zarpar. Investigaciones hechas en las últimas décadas parecen indicar que, tanto Pedrarias como el licenciado Espinosa, participaron de esta compañía, aunque muy discretamente.

El 13 de septiembre de 1524 partió Francisco Pizarro en una pequeña carabela llamada Santiago. Con él iban ciento doce españoles, indios nicaraguas como cargadores y apenas cuatro caballos. Pocos meses más tarde Almagro zarpó también de Panamá, en busca de Pizarro, en otra carabela llamada San Cristóbal. Iba con cerca de sesenta hombres y, entre ellos, el famoso piloto Bartolomé Ruiz. Por haberse alejado de la costa y navegar en alta mar, la carabela de Almagro no pudo toparse con Gil de Montenegro y Hernán Pérez Peñate, dos soldados a quienes Pizarro había ordenado regresar a Panamá en busca de refuerzos. Mientras tanto, Almagro llegaba a Pueblo Quemado, donde sostuvo un recio combate con los indios. No hubo víctimas mortales entre los cristianos, pero en la refriega Almagro perdió un ojo. A partir de ese momento los que no simpatizaban con él le llamarían el Tuerto. En Pueblo Quemado consiguió algo de oro. Luego, ordenó seguir navegando y el 24 de junio de 1525 descubrieron un río al que denominaron San Juan. La expedición —al igual que la de Pizarro— no había sido un éxito y Almagro decidió regresar a Panamá. Ambos socios se encontraron en Chochama, donde intercambiaron sus cuitas.

Almagro fue a Panamá a informar a Pedrarias sobre este primer viaje, mientras Pizarro permanecería en Chochama procurando que su gente no desertara. La furia del gobernador por el fracaso de la expedición y por el dinero que, presuntamente, había perdido, fue muy grande. Tildó a Pizarro de incompetente y decidió cancelar la empresa de Levante. Voces amigas le hicieron reflexionar y finalmente, aceptó que continuaran explorando, con la condición que Pizarro tuviera un capitán adjunto. Almagro entonces se propuso para ese cargo y más tarde diría que lo hizo para impedir que una persona más ingresara a la compañía en desmedro de las ganancias que esperaban obtener. Sin embargo, no faltaron personas que dijeron que la ambición había sido el motivo de la decisión de Almagro.
Con la seguridad de que el permiso no sería revocado, Almagro dedicó todos sus afanes a reclutar gente para embarcarla en el Santiago y el San Cristóbal e iniciar el segundo viaje hacia Levante. Esta vez los dos capitanes iban juntos y arribaron al pueblo de Atacames.
En dicho punto se produjo un grave incidente entre los dos socios que estuvieron a punto de desenvainar las espadas. Lo cierto es que Almagro trataba muy rudamente a los soldados y esto causaba problemas. Por suerte amigos de ambos socios intervinieron y los ánimos se aquietaron. Mas la vieja amistad entre Almagro y Pizarro ya estaba irremediablemente deteriorada.
De Atacames pasaron a la isla del Gallo, donde permaneció Pizarro con un contingente de hombres, mientras Almagro regresaba con las dos pequeñas carabelas a Panamá. Mediante un ardid, uno de los soldados descontentos metió un papel en un ovillo de algodón destinado como obsequio a Catalina de Saavedra, esposa del nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos. En el pequeño trozo de papel se había escrito una copla que decía:
 “A Señor Gobernador, / miradlo bien por entero / allá va el recogedor / y acá queda el carnicero”. 
Obviamente el “recogedor” era Almagro y el “carnicero” Pizarro. La acusación era grave y por suerte se logró que Bartolomé Ruiz fuera en busca de Pizarro y su gente y pudieran seguir descubriendo hasta Tumbes, mientras que la mayoría de los milites regresaba a Panamá en un navío enviado por Pedro de los Ríos.
La evidencia de los lugares ricos en oro y con pobladores con mayor nivel cultural que las gentes de Tierrafirme, hicieron que Almagro, Pizarro y Luque replantearan la continuación de la empresa. Ésta se presentaba como algo de gran envergadura que no podía depender únicamente del gobernador de Panamá. Por eso, los socios decidieron negociar directamente con el Rey de España. Almagro insistió en que esa gestión la efectuara Francisco Pizarro. Finalmente, Pizarro partió a la Península y en Toledo firmó con la Corona la famosa Capitulación que haría posible la conquista del Perú. Pizarro recibió el título de adelantado, que pretendía Almagro, y el de gobernador de la Nueva Castilla. Comparativamente las mercedes para Almagro eran magras: alcaide de la fortaleza de Tumbes, una renta de 300.000 maravedís anuales y la condición de hidalgo.
Almagro, al saber estas noticias, se sintió profundamente defraudado. No acudió a recibir a Pizarro, pero finalmente tuvieron que entrevistarse. Pizarro argumentó que la Corona no había querido crear dos personajes con iguales prerrogativas, pues tenía experiencia negativa de ello. Almagro pareció quedar convencido, pero un nuevo personaje causó fricciones entre los viejos socios. Hernando Pizarro, hermano de Francisco y el único legítimo de todos ellos, no hizo nada por ocultar el desprecio que sentía por Almagro. Otra vez, Francisco trató de conciliar y para ello le obsequió a Almagro su parte del repartimiento de indios que tenían en Taboga. Además, renunció al título de adelantado a favor de Almagro, con la única condición de que el Monarca lo ratificara.

En un clima humano que no era ideal, se iniciaron los preparativos para el tercer viaje al Perú. Por entonces le llegó a Almagro un escudo de armas y el título de mariscal. Todo esto calmó al viejo y tuerto milite manchego que vio mermada su proverbial actividad, pues el terrible mal de bubas le causaba grandes dolores. Pese a ello logró que bajo su banderín de enganche se anotaran ciento cincuenta y tres hombres, con los cuales marchó hacia el Perú, mientras Pizarro capturaba a Atahualpa en Cajamarca y se comenzaba a juntar una fabulosa fortuna en oro y plata que, teóricamente, serviría para el rescate del inca.
Almagro llegó a San Miguel y se enteró de tan portentosas nuevas. Sintió la amargura de no haber estado presente en ese histórico episodio y por un momento pensó que lo mejor para él sería poblar en Puerto Viejo y solicitar la gobernación de Quito. Después recapacitaría y marchó hacia Cajamarca, donde pudo dar la enhorabuena a Pizarro el 12 de abril de 1533. Nuevamente Hernando Pizarro incordió con sus desaires, que Almagro supo disimular. Ahora el gran interés que tenía era la muerte de Atahualpa, pues el oro y la plata que se amontonaba eran para los captores del Inca y no para él y sus hombres. En las jornadas siguientes sí tendría participación económica. Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533.
Ya juntos como socios, Almagro y Pizarro reanudaron la marcha. Primero a Jauja y después al Cuzco. Pizarro le pidió a Almagro que tomase posesión de la costa para evitar los ambiciosos proyectos del adelantado Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés en la conquista de México. Almagro cumplió cabalmente el encargo. Efectuó la primera fundación de Trujillo y, en compañía de Sebastián de Belalcázar, ascendió hasta Quito para oponerse a la desmedida ambición de Pedro de Alvarado. Almagro evitó el enfrentamiento entre españoles y pasó a negociar con el rubio gobernador de Guatemala, quien pretendía que la ciudad del Cuzco le pertenecía. En las conversaciones parece que Almagro no estuvo, al principio, lo suficientemente enérgico para defender sus derechos, que eran también los de Pizarro, pero después llegó a un acuerdo económico con Alvarado. Éste le dejaría todos sus hombres y navíos a cambio de 100.000 castellanos de oro. Hecho el trato, bajaron a la costa y Almagro, Alvarado y Pizarro se reunieron en Pachacamac, donde el segundo de los nombrados recibió el dinero ofrecido y se marchó a Guatemala.

Antes de estos hechos, Hernando Pizarro había marchado a España llevando al Monarca el quinto del rescate de Atahualpa. Almagro, a su vez, comisionó secretamente a diversos partidarios suyos para que pidieran a la Corona una gobernación independiente para él. Con el oro y la plata obtenidos en Cuzco, Almagro tenía una gran capacidad económica que le permitía encontrar valedores en las Indias, como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, y también en España. La ansiada gobernación debía llegar cuanto antes.
En España, Hernando Pizarro, enemigo mortal de Almagro desde un primer momento, intrigó contra él ante los más altos personajes de la Corte. Sin embargo, los valedores de Almagro supieron defenderle vigorosamente y obtener para él una gobernación —la de Nueva Toledo—, que debía estar al sur de la de Pizarro con una extensión de doscientas leguas. Precisamente, Almagro estaba en Cuzco cuando recibió la Real Cédula que daba absoluta legalidad a su deseo de conquistar Chile. Juan y Gonzalo Pizarro, ante esta nueva situación y con el respaldo de su hermano Francisco, se negaron a que Almagro fuera teniente gobernador de Pizarro en Cuzco. Esta situación estuvo a punto de provocar un sangriento motín entre pizarristas y almagristas, pero, felizmente, por entonces Francisco Pizarro llegó a la vieja capital de los incas y el 12 de junio de 1535 ambos socios, comulgando de una misma hostia remozaron su pacto de amistad.
La expedición a Chile fue un rotundo fracaso. Cierto es que los españoles iban bien aprovisionados, con buenas cabalgaduras e indios de servicio, pero el clima, la tierra estéril y otras complicaciones no pudieron superarse. Lo cierto es que Almagro eligió una ruta equivocada, la más difícil. Atravesaron la altiplanicie del Collao, bordearon el lago Titicaca y discurriendo por serranías desiertas se detuvieron en Tupiza. De allí siguieron avanzando hacia el Sur, ascendieron el paso de San Francisco para llegar a la Puna de Atacama, a 4.000 metros de altura. El frío, el mal de altura y las enfermedades mataron a indios, caballos y a no pocos españoles. La expedición atravesó la cordillera y descendió a Copiapó.
 Allí pudieron reponerse de tantas penurias durante algunas semanas. Continuaron posteriormente —siempre hacia el Sur— por los valles de Huasco y Coquimbo para acampar en el valle de Aconcagua. Una vez que la hueste descansó, Almagro dispuso que cuatro tropillas de jinetes exploraran el territorio. La más importante de todas, al mando de Gómez de Alvarado, llegó hasta las orillas del río Maule para regresar con las más negras noticias: no había la menor huella de metales preciosos y los naturales de esas tierras vivían en la mayor pobreza. Fue entonces cuando decidieron regresar tomando como punto de reagrupamiento Copiapó. A fines de 1536 iniciaron la marcha hacia Perú por el desierto de Atacama y, en los primeros meses de 1537, llegaban a la villa de Arequipa. Antes de continuar relatando la trayectoria vital de Almagro, conviene recordar que Francisco Pizarro, después de la ejecución de Atahualpa, decidió como medida política coronar a un nuevo Inca, con el que los españoles pudieran entenderse y que mantuviera ascendiente sobre el pueblo nativo. El primer elegido fue Toparpa, hermano de Huáscar, quien murió envenenado por uno de los generales de Atahualpa. Se eligió como sucesor a otro hermano de Huáscar, Manco Inca, quien, según el testimonio del cronista Juan de Betanzos, “se apercibió de que el nombramiento era más ficticio que efectivo” y por ello, Manco Inca se concertó con su hermano Paullu o Paulo y con el sumo sacerdote Vilaoma para pintarle a Diego de Almagro un panorama de ingentes riquezas en tierras de Chile. Dice al respecto la historiadora española María del Carmen Martín Rubio: 
“Para mejor engañarle, dijeron a Almagro que, con el fin de ofrecerle máxima seguridad en el viaje, le acompañarían como guías Paullu y Vilaoma; pero, entre ellos habían programado que una noche, cuando hubieran caminado bastante, Vilaoma huiría y Paullo se quedaría hasta haber pasado los grandes puertos de montaña. Entonces ya debían haber muerto muchos españoles y los que hubieran sobrevivido estarían en muy malas condiciones físicas, desparramados y sin orden; por tanto, sería fácil que terminasen con ellos los indios de Chile y Coyapo; si alguno quedaba con vida, perecería pronto, pues el Sumo Sacerdote tenía previsto levantar en su contra las etnias del Collao y con ellas dar muerte en el Cuzco a los pocos conquistadores que hubieran podido volver hambrientos y sedientos. Es muy probable que existiera la conjura reflejada por Juan de Betanzos, pues otros cronistas también la conocieron; pero posiblemente Pizarro y Almagro nunca llegaron a enterarse de aquel acuerdo. Al contrario, debieron de creer y confiar en la fidelidad de Paullo por el comportamiento que demostraba hacia ellos. Mas, al finalizar los hechos sucedidos en la expedición, parece que realmente estuvo involucrado en la trama, y no es arriesgado aventurar que con la total ignorancia de los lideres españoles, el plan comenzó a llevarse adelante, ya que ciertamente, Almagro junto a Paullo, Vilaoma y un gran número de hombres salió del Cuzco rumbo a Chile el 3 de julio de 1535 y, según estaba acordado, cuando el grupo llegó a Tupiza, el Sumo Sacerdote emprendió discretamente la vuelta, concertando antes con Paullo que matara a los conquistadores en la travesía de la cordillera del Collasuyo, pues él, por donde pasara, hablaría a los indios para que se levantasen en contra de los extranjeros. Garcilaso de la Vega, quien también conoció la conjura, nos pone al corriente de las dificultades que entrañaba el cumplimiento del encargo encomendado a Paullo. En tal sentido, dice que Manco mandó mensajeros a Chile, avisando a su hermano y a Vilaoma de que tenía decidido matar a todos los españoles que había en el Perú, con el fin de restaurar su Imperio; los mensajeros también les comunicaron que ellos debían de hacer lo mismo con Almagro y los suyos. Paullo, tras pensarlo, reunió a los nobles que integraban su grupo y les expuso el plan, pero éstos no lo consideraron conveniente por estimar que no contaban con fuerzas suficientes para atacar a los conquistadores, debido a que habían perecido de hambre y frío más de diez mil indios en la sierra nevada que poco antes habían atravesado, y tampoco de atrevieron a atacarles durante la noche, porque tenían establecida continua vigilancia en los campamentos. Ante esas adversas circunstancias acordaron que Vilaoma huyese y Paullo se quedase con el objeto de dar a conocer a su hermano los movimientos que los españoles hacían, mas según la información proporcionada por Garcilaso, éste, evaluando las pocas probabilidades de triunfo que tenían tan escaso número de indígenas, quiso evitar nuevas muertes de sus compatriotas y no se decidió a atacar. Sin embargo, parece que la trama estuvo muy bien urdida a pesar de haber desertado Vilaoma, porque Almagro no sospechó nada en el resto del viaje y tampoco de la intención que Paullo guardaba en su interior de apoyar a Manco si se presentaba la ocasión; al contrario, en los veintidós meses que duró la expedición, el Adelantado sacó la opinión de que la conducta del Príncipe colaborador había sido altamente positiva; por ello, en 1537 le nombró Inca de la Nuevo Toledo y le entregó la mascapaicha o borla imperial”.
Los hombres de confianza de Diego de Almagro, Gómez y Diego de Alvarado, Hernando de Sosa y Juan de Rada, insistían para que se apoderara de Cuzco, que estaba cercado por Manco Inca. La ciudad estaba defendida por los hermanos de Francisco Pizarro: Hernando, Juan (que moriría en un encuentro con los indios) y Gonzalo. Almagro dudaba.
Cuzco, mejor dicho su posesión, sería el punto central de la controversia limítrofe entre las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo.
Hay testimonios que dicen que Almagro intentó un arreglo con Manco Inca que, a la postre, se frustró. Entonces, Almagro envió emisarios a Cuzco exigiendo a Hernando que le entregara la ciudad. Éste se negó rotundamente. En la noche del 8 de abril de 1537 la hueste de Almagro tomó por asalto el Cuzco y Hernando y Gonzalo Pizarro fueron hechos prisioneros. Almagro se hizo recibir por el Cabildo como gobernador de Cuzco y de inmediato marchó hacia el Puente de Abancay donde sorprendió a un importante contingente pizarrista, al mando de Alonso de Alvarado, que iba en socorro de los hermanos de Francisco asediados por Manco Inca. Después de esta victoria, Almagro regresó a Cuzco y otorgó la mascapaicha a Paullu.

Enterado Francisco Pizarro del regreso de Almagro y de la prisión de sus hermanos, envió a Cuzco a una persona amiga de los gobernadores: el licenciado Espinosa, que falleció durante el viaje. Almagro bajó a la costa y en Chincha fundó la villa de Almagro. Pizarro apeló entonces al arbitraje respecto de Cuzco y propuso para esta delicada misión al sacerdote mercedario Francisco de Bobadilla. Ambos gobernadores pactaron una conferencia en un punto denominado Mala, la cual tuvo lugar el 13 de noviembre de 1537, pero se interrumpió abruptamente, pues Almagro se retiró temiendo una celada.
En medio de un clima de mutua desconfianza entre Almagro y Pizarro, fray Francisco de Bobadilla, aceptado por Almagro como árbitro, emitió su dictamen. Decía que pilotos expertos en cosas de la mar debían fijar la exacta posición de ambas gobernaciones, pero, hasta que se diera el fallo definitivo, juzgaba que Cuzco pertenecía a Pizarro. Ambos gobernadores debían disolver sus tropas o enviarlas a combatir a Manco Inca. Por último, la ciudad fundada por Almagro en Chincha debía trasladarse a Nazca. Los almagristas rechazaron el fallo y Rodrigo Orgóñez insistió en que se debía ejecutar a Hernando Pizarro. Su hermano Gonzalo logró huir.
El 23 de noviembre de 1537, Almagro decidió seguir ocupando Cuzco hasta que el Emperador diera un fallo definitivo. También ordenó que la villa de Almagro se trasladara a Sangallán. Francisco Pizarro aceptó todo a cambio de la libertad de su hermano Hernando, la que consiguió pese a la protesta unánime de los capitanes almagristas. Pretextando que había que seguir la lucha contra Manco Inca, Hernando Pizarro formó un ejército para llevarlo a Cuzco. Por esos días, Francisco Pizarro recibió una Real Cédula donde se ordenaba a Diego de Almagro salir de todos los lugares conquistados por su socio. En un acto de verdadera desesperación, Almagro y los suyos marcharon también a Cuzco para defenderlo.
Los pizarristas, con Hernando a la cabeza, llegaron a la pétrea ciudad imperial. Los almagristas, dirigidos por Rodrigo Orgóñez, pues el gobernador estaba muy enfermo, ocuparon emplazamientos en el campo de Las Salinas, cerca de Cuzco. El 5 de abril de 1538 se avistaron los dos ejércitos. Un cronista escribió:
 “Jamás de una parte ni de la otra salieron a tratar de paz [...] tanto era el odio que se tenían”. 
El 6 de abril con los primeros rayos del sol ambos bandos se lanzaron al combate con singular denuedo. Almagro, en una litera, pues no podía caminar, contemplaba la batalla desde un cerro. Ni almagristas ni pizarristas pidieron ni dieron cuartel. La lucha fue singularmente cruel. El desempeño de Rodrigo Orgóñez, sus hazañas durante la acción, son dignas de recordarse. Aunque, lamentablemente, murió a manos de un villano y otro le cortó la cabeza. La victoria quedó para los pizarristas. Diego de Almagro y unos pocos leales escaparon hacia la fortaleza de Sacsahuamán con el vano intento de seguir defendiéndose o morir en la demanda.
Alonso de Alvarado, Felipe Gutiérrez, Alonso del Toro y otros más, enemigos jurados de Almagro, lo buscaron y le intimaron rendición. El viejo y enfermo gobernador de la Nueva Toledo se entregó y lo llevaron a Cuzco donde los pizarristas habían asesinado a los vencidos almagristas. Diego fue puesto en una prisión desde donde Hernando Pizarro le daba esperanzas de vida, pese a que ya tenía decidido ejecutarlo. Finalmente fijó la fecha. Almagro debía morir el 8 de julio de 1538. Hernando Pizarro tomó infinitas precauciones, pues temió que los pocos almagristas que aún quedaban intentaran rescatarlo. Pedro Cieza de León relató los últimos momentos y la muerte de Diego de Almagro:

 “Hernando Pizarro le tornó á decir que se confesase, porque no tenía remedio excusar su muerte. Luego el Adelantado se confesó con mucha contrición, é por virtud de una provisión del Emperador nuestro Señor, en la cual le daba poder para que pudiese en su vida nombrar Gobernador, señaló á D. Diego, su hijo, dejando á Diego de Alvarado por su gobernador hasta que fuese de edad; é fecho testamento dejó por su heredero al Rey, diciendo que había gran suma de dinero en la compañía suya é del Gobernador, é que de todo le tomasen cuenta; é que suplicaba á S.M. se acordase de hacer mercedes á su hijo. É mirando contra Alonso de Toro, dijo:‘Agora, Toro, os vereis harto de mis carnes’. Las bocas de las calles estaban tomadas é la plaza segura, é como se divulgó que querían matar al Adelantado fue grandísimo el sentimiento que demostraron los de Chile; los indios lloraban todos, diciendo que Almagro era buen capitan, y de quien recibieron buen tratamiento. É ya que hobo hecho su testamento, Hernando Pizarro mandó darle garrote dentro en el cubo, porque no se atrevió a sacarle fuera, é así se hizo; é después que le hobieron muerto le sacaron en un repostero, con voz de pregonero que iba diciendo: ‘Esta es la justicia que manda hacer S.M. y Hernando Pizarro en su nombre, á este hombre por alborotador de estos reinos, é porque entró en la ciudad del Cuzco con banderas tendidas, é se hizo recibir por fuerza, prendiendo á las justicias, é porque fué á la puente de Abancay é dió batalla al capitan Alonso de Alvarado, é lo prendió á él é á los otros, é había hecho delitos é dado muertes’. Por las cuales cosas y otras, daban en el pregón á entender ser digno de muerte. El virtuoso caballero Diego de Alvarado, no así ligeramente podemos decir las lamentaciones que hacía en este tiempo, llamando de tirano á Hernando Pizarro, é diciendo que por haberle él dado la vida daba la muerte al Adelantado; é llegado al rollo, le cortaron la cabeza al pié dél, é luégo llevaron el cuerpo del mal afortunado Adelantado á las casas de Hernán Ponce de Leon, adonde le amortajaron. Hernando Pizarro salió, cubierta la cabeza con un gran sombrero, y todos los capitanes é más principales salieron á acompañar el cuerpo generoso, é con mucha honra fue llevado al monasterio de Nuestra Señora de la Merced, adonde están sus huesos. Murió de sesenta y tres años; era de pequeño cuerpo, de feo rostro é de mucho ánimo; gran trabajador, liberal, aunque con jactancia de gran presunción sacudia con la lengua algunas veces sin refrenarse; era avisado, y, sobre todo, muy temeroso del Rey. Fué gran parte para que estos reinos se descubriesen, según mas claramente lo he contado en los libros de las Conquistas; dejando las opiniones que algunos tienen, digo que era natural de Aldea del Rey [sic], nacido de tan bajos padres que se puede decir de él principiar y acabar en él su linaje”.

 Como indica Cieza, Almagro tuvo un hijo que se llamó Diego de Almagro, el Mozo, tenido con una india panameña bautizada como Ana Martínez. Los partidarios de Almagro, el 26 de junio de 1541, asesinaron a Francisco Pizarro en Lima y proclamaron gobernador de Perú a Diego de Almagro el Mozo. Esta insurrección terminó en la batalla de Chupas, cuando las tropas del licenciado Cristóbal Vaca de Castro, que había venido a Perú para dirimir los problemas limítrofes de las gobernaciones de Pizarro y Almagro, se enfrentaron con las del hijo de este último y fueron derrotadas. Almagro el Mozo fue tomado prisionero, llevado a Cuzco, y allí se le ejecutó y enterraron sus restos en la Iglesia de La Merced, junto con los de su padre. De estos despojos no ha quedado vestigio alguno. Almagro tuvo también en Panamá otra hija con una india llamada Mencía, a la que pusieron el nombre de Isabel. Se desconoce el destino que corrió.

Bibliografía

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P. Cieza de León, Crónica del Perú (Tercera Parte), Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú-Academia Nacional de la Historia, 1989

A. de Ramón, Breve historia de Chile, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2001

M. C. Martín Rubio, “El Inca Paullu”, en Paccarina (Lima), año 1, n.º 1 (marzo de 2006).



La historia del barrio Parque Almagro se integra a Metro con un nuevo Gran Mural.

La obra “la historia de un barrio es la historia de un pueblo”, que estará instalada en forma permanente en la estación Parque Almagro, retrata lugares como la Iglesia Los Sacramentinos, el bar Las Tejas y los teatros Cariola y Caupolicán.


La Ministra de Transportes y Telecomunicaciones, Gloria Hutt; la Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés; el Presidente del Directorio de Metro, ­ Louis de Grange; y el Rector de la Universidad Central, Santiago González Larraín, participaron esta mañana de la inauguración del nuevo mural de la estación Parque Almagro de Línea 3 de Metro.Junto a artistas, vecinos y comerciantes del sector, presentaron la obra “La historia de un barrio es la historia de un pueblo”, compuesta por 64 grandes paneles de madera que forman un mural de aproximadamente 200 metros cuadrados. 



Su diseño rinde homenaje a personajes emblemáticos del barrio Parque Almagro, como Clotario Blest y Luis Rivano, retrata lugares icónicos, como la Iglesia Los Sacramentinos y el Teatro Caupolicán, y rescata símbolos urbanos como las araucarias, los almacenes, los libros de segunda mano y las fuentes de soda. Todos estos elementos están ordenados en forma cronológica y pintados en tonos amarillos y anaranjados, llenando de color el muro principal de la estación.
Al respecto, la Ministra Hutt señaló “a diario circulan miles de personas por esta estación y para nosotros el Metro es más que un medio de transporte, ya que es un punto de encuentro de la ciudad. Hermosear estos espacios rescatando la identidad del barrio es una manera de mejorar el entorno y hacer que nuestra ciudad sea más humana y amigable”.
Para la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés, “con este mural no solo estamos poniendo en valor la historia más íntima de los vecinos, sino también el camino recorrido por un barrio emblemático de nuestra capital, que ha contribuido a lo largo de los años a definir la identidad de la ciudad. El patrimonio no se cuida solo, y únicamente se resguarda aquello que se conoce y valora; y el barrio es nuestro primer país, guarda el origen de nuestras costumbres, de nuestros dichos y tradiciones, y es el primer referente del mundo que exploramos en nuestra vida”.
El proyecto se gestó en 2018, cuando Metro y la Universidad Central se unieron para trabajar en la creación de un mural participativo para la estación Parque Almagro que fuese capaz de plasmar el valor patrimonial de su entorno. A mediados de ese año, lanzaron un concurso que convocó a estudiantes, ex alumnos y académicos de la universidad, además de artistas visuales, a presentar sus propuestas. Luego de la evaluación de un jurado se preseleccionaron tres diseños que fueron puestos a disposición de la comunidad, quien finalmente eligió el proyecto ganador en una votación que se realizó por redes sociales y de manera presencial en buzones en el barrio.
El equipo escogido estuvo integrado por Oscar González, Nicolas Alarcón, Diego Ávila, Jennifer Tapia, Diego Cepeda, Paz Chacón, Nicolas Arraño, Felipe Aránguiz y fue liderado por el muralista Rodrigo Soto Carmona. Su propuesta no sólo implicó el diseño de la obra, sino que también una investigación histórica que permitió construir un relato del barrio junto a vecinos y locatarios.

“Estamos felices de poder inaugurar un segundo proyecto MetroArte para Línea 3 y mantener así nuestro compromiso con el arte, la cultura y el patrimonio. Por esta estación transitan a diario casi 15 mil personas. Esperamos que se sorprendan con la historia del barrio Almagro, que está tan bien reflejada en este gran mural y que fue reconstruida por su propia comunidad”, comentó Louis de Grange.

“Desde su inicio, la Universidad Central ha buscado ser un miembro relevante y comprometido con su comunidad, para ello ha desarrollado un plan maestro que busca entregarle vigor y nuevos aires a un pulmón verde con historia, barrio y patrimonio, como es el Parque Almagro. Un espacio que es parte del entorno y vida universitaria de nuestros estudiantes, por lo que a través de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura asumimos el compromiso de impulsar, gestionar y coordinar la ejecución del mural para la Estación Parque Almagro que representa el contexto, carácter y la historia del barrio”, indicó Santiago González, rector Universidad Central.  


LIBROS | HISTORIA

Aquellos partisanos a los que llamábamos guerrilleros.


Sobre el libro del historiador español Arnau Fernández Pasalodos titulado Hasta su total exterminio: la guerra antipartisana en España, 1936-1952.

Hasta su total exterminio guerra antipartisana en España.







 

José Luis Ibáñez Salas

20 de marzo de 2025


Durante mucho tiempo leí cuanto se publicaba sobre la lucha guerrillera contra la dictadura franquista. Por eso, cuando vi el interés historiográfico suscitado por un libro publicado en 2024 por el historiador español Arnau Fernández Pasalodos titulado Hasta su total exterminio: la guerra antipartisana en España, 1936-1952, no dudé en que tenía que leerlo. Y lo he hecho.


Comienzo por referirme a dos palabras: extraordinario y partisano. El libro es extraordinario. Se trata de una gran obra escrita por un historiador que logra explicar un aspecto importante del pasado sucio reciente español, el de la lucha contrainsurgente de las autoridades franquistas contra el peligro de los huidos, los emboscados, los maquis, los guerrilleros, a base de emplear preferentemente fuentes archivísticas poco (o nada) utilizadas hasta ahora por la mejor historiografía. De otro lado, el uso de la palabra partisano para referirse continuamente y casi de forma exclusiva a quienes combatieron tras la derrota en la Guerra Civil (y aún ya durante el transcurso de ésta) al Nuevo Estado surgido con la victoria del entramado que pilotó monolíticamente el dictador Francisco Franco requeriría una explicación que soy incapaz de dar, y que tampoco el autor aporta en momento alguno. Hasta que tuve noticia del libro de Fernández Pasalodos no había tenido noticia de ella, de la palabra partisanos, relacionada con los guerrilleros, huidos, emboscados, maquis, combatientes antifranquistas (que con todas esas palabras nos hemos referido, prefiriendo el uso de la palabra guerrilleros, cuantos nos hemos dedicado a escribir y a editar, desde presupuestos vinculados directamente con los usos de los historiadores, sobre aquellos luchadores clandestinos).

Un pero a lo de extraordinario. La extenuante intervención del autor para pretender demostrar que su libro ha venido a cubrir una serie de lagunas (muchas) historiográficas que él había detectado y que él ha acabado por saber, ya digo, subsanar tras una inmersión singular en aquellas fuentes que habían sido ignoradas o mal consultadas. Parecería como si Hasta su total exterminio hubiera venido a salvarnos la vida historiográficamente hablando. Y no, mucho de lo que leo en él, casi todo, estaba ya en la bibliografía profesional. Aunque, eso sí, aquí se evidencia y resalta y reitera hasta convertir algo que se había dado por implícito en información explícita de carácter historiográficamente revolucionario.


Fernández Pasalodos escribe su libro para responder dos preguntas relacionadas con su bisabuelo:

“¿Cómo fue posible que un pastor oscense muriera de un disparo a bocajarro efectuado por un guardia civil a principios de 1948? Es más, ¿por qué los miembros de la Benemérita no terminaron siendo investigados por asesinato, sino que los responsables del operativo fueron recompensados con diversas cruces al mérito militar?”

¿Cómo era la España de 1948 para que tal cosa sucediera? ¿Quiénes, por qué y cómo gobernaban España en aquel año? ¿Cómo se había llegado hasta ahí?

“El levantamiento armado de julio de 1936 y el inicio de la Guerra Civil fue fruto de la voluntad de los rebeldes por imponerse, a cualquier precio, sobre el Gobierno legítimo de la Segunda República. El Ejército golpista ejerció una violencia masiva, estructural y preventiva que fue a su vez catalizadora y generadora de un Nuevo Orden”.

Demostrar que la violencia extrajudicial estuvo organizada y reglada desde las más altas instancias durante la dictadura franquista, al menos en lo que respecta a su lucha contra el movimiento guerrillero (una expresión ésta, movimiento guerrillero, que el autor no usa casi nunca), es el objeto de Hasta su total exterminio. “La documentación, original e inédita, del Ejército rebelde y de la dictadura relativa a la contrainsurgencia que aparecerá en estas páginas”, dice el autor, consigue explicar cómo ocurrió aquella violencia extrajudicial “y dotará de mayor contenido a los trabajos de los especialistas que llevan años señalando que aquella no fue irracional, sino congruente con sus formas y objetivos. Es más, dicha violencia fue parte consustancial del proyecto golpista”. Todo esto, este trabajo historiográfico, tiene finalmente como fin último “que las generaciones venideras rechacen los conflictos armados como vías para solventar sus problemáticas”.


A lo que llamamos Guerra Civil española deberíamos llamarlo “guerra irregular española” o algo así, según esta obra, y esa guerra irregular se extendió a lo largo del periodo que transcurre entre 1936 y 1952 (un tiempo durante el cual “una parte importante de la geografía peninsular fue el teatro de operaciones de una guerra asimétrica”). La cronología de ese largo periodo que establece Fernández Pasalodos, “en el que se experimentaron episodios de guerra regular e irregular”, es el siguiente:


“En primer lugar, entre julio y noviembre de 1936 se vivió una guerra irregular protagonizada por columnas móviles, que finalizó parcialmente en el invierno del año 1936-1937, cuando los frentes se estabilizaron tras el fracaso de los golpistas en su asalto sobre Madrid.

A partir de entonces y hasta abril de 1939, la contienda vivió fases de guerra regular, irregular o de ambas al mismo tiempo, dependiendo de la provincia. Este escenario quedaría cerrado a partir de abril de 1939, cuando el Ejército Popular de la República fue derrotado en los campos de batalla.

A partir de entonces, la Guerra Civil se convirtió en un enfrentamiento irregular que se alargaría hasta 1952 en diferentes territorios peninsulares”.

Lo que se produjo ya desde julio de 1936 fue “la huida al monte de miles de republicanos que se vieron obligados a defenderse de un para-Estado marcadamente violento y vengativo, que además gozaba de mejor organización militar y de mayor número de combatientes y potencia de fuego”. Esas “partidas de resistentes republicanos no combatieron a las fuerzas estatales de forma directa, sino que recurrieron a sus redes de colaboración, a los robos, a los sabotajes y a las emboscadas” con la doble finalidad de “resistir el mayor tiempo posible y “poner en cuestión la legitimidad de las nuevas autoridades”.


En la década de 1940, no podemos “diferenciar la guerra de la posguerra en o al menos en las zonas afectadas por la presencia de la resistencia armada republicana”, de manera que “hubo provincias en las que convivieron espacios de posguerra y otros de larga duración de la guerra”. Una época en la que, en el marco de la lucha antiguerrillera, de la guerra antipartisana, tanto los rebeldes como la dictadura “cometieron crímenes de guerra y lesa humanidad”, con una singular diferencia: no actuaron ambos de forma simétrica y mientras la Guardia Civil y el Ejército (sobre todo aquélla, que es la que casi por completo combatió la insurgencia) tenían como objetivo la eliminación del enemigo (“del otro”) en su totalidad (“recibieron durante dieciséis años órdenes de no hacer prisioneros, de aplicar masivamente la ley de fugas y de torturar a partisanos y civiles”), las agrupaciones guerrilleras no hicieron tal cosa, lo cual no quiere decir en modo alguno “que la guerrilla no matase –de hecho, es bien sabido que sus miembros cometieron centenares de asesinatos–, pero su objetivo último no era asesinar a los guardias civiles y soldados que los perseguían, ni tampoco hacer imposible la vida de las comunidades rurales”. El autor habla de las “políticas eliminacionistas dirigidas contra la población civil” como una constante en aquellos espacios rurales (prácticamente en su totalidad) de guerra irregular.

“En la guerra antipartisana se impuso el imperativo militar: cualquier medio estaba justificado en pos de la victoria”.

Las provincias donde estuvieron los “focos de lucha antipartisana sostenidos en el tiempo” fueron Córdoba, Jaén, Málaga, Granada, Sevilla, Huelva, Almería, Cádiz, León, Zamora, Asturias, Santander, La Coruña, Orense, Lugo, Pontevedra, Ávila, Navarra, Vizcaya, Huesca, Zaragoza, Teruel, Gerona, Lérida, Tarragona, Castellón, Valencia, Albacete, Cuenca, Toledo, Ciudad Real, Cáceres y Badajoz.

“Es decir, siete de cada diez de las provincias españolas estuvieron afectadas en algún momento por la guerra irregular”.

Y “los habitantes del medio rural se convirtieron en actores fundamentales de la guerra irregular, encontrándose entre los objetivos principales de la violencia contrainsurgente”: la dictadura del general Franco “pretendió y logró agravar las condiciones de vida en estos espacios con tal de evitar que los paisanos ayudasen a las partidas”.


Hay que destacar que, por encima de todo, lo que Fernández Pasalodos persigue con denuedo a lo largo de todo el libro (infectado de tantas actuaciones de carácter insurgente, contrainsurgente, a menudo violentas, que se diría que el primer franquismo, una expresión que el autor no emplea nada más que una vez en todo el libro, pese a ser el ámbito historiográfico temporal en el que transcurre, no hubo más que altercados y combates entre los partisanos y la Guardia Civil, uno tras otro, uno tras otro…) es desnudar cualquier visión que tache de irrelevante la resistencia armada desde 1936 hasta 1952. A tal fin, escribe, por ejemplo, que “en los ocho años comprendidos entre 1944 y 1952 el dictador tuvo que estampar su rúbrica en 811 ocasiones, o lo que es lo mismo, firmó una recompensa por méritos de guerra cada cuatro días, datos que demuestran la centralidad que cobró la guerra antipartisana en la década de los cuarenta”. En esos años, los partisanos que “fueron liquidados” ascienden a 2.173. ¡2.173!


También que “la guerra antipartisana, tanto en España como en Europa, se convirtió en una guerra contra las comunidades que vivían en los teatros de operaciones de los conflictos irregulares. Tanto es así que podemos afirmar que la contrainsurgencia se dirigió contra los civiles y el medio natural, además de contra las guerrillas”. En estos “enfrentamientos asimétricos” no hay un espacio de guerra delimitado, lo que hace difícil “diferenciar a los combatientes de los no combatientes”. Tan es así que, llegamos a leer en el libro, “la destrucción del medio natural no fue casual ni fruto de la improvisación, sino una estrategia contrainsurgente calculada con escuadra y cartabón”.


Llegados a 1951, el autor escribe que, en ese año, “el destino de la guerrilla republicana estaba sentenciado”. De las organizaciones más desarrolladas, las llamadas agrupaciones, “solamente habían sobrevivido en el Levante, en Aragón y en Andalucía Oriental, pero con pocos combatientes”. A falta de comunicación con el exterior y sin “planes solventes para evacuar a los hombres”, muchos guerrilleros acabaron tomando “individualmente la iniciativa para salir del atolladero en que se encontraban”, e incluso algunos de ellos llegaron a colaborar con la Guardia Civil.

Creo que si hay unas páginas en las que Hasta su total exterminio cobra su verdadera dimensión de obra singular en el panorama historiográfico dedicado a estudiar la resistencia armada contra la dictadura del general Franco ésas son las dedicadas a la dureza de las condiciones en que vivieron los guardias civiles la lucha antipartisana.


“Los guardias que no respondían a las férreas directrices corrían el riesgo de ser expulsados e incluso condenados a muerte. A día de hoy resulta imposible ofrecer un recuento preciso del número de miembros del Instituto Armado que perdieron su trabajo a causa de un mal servicio en la lucha contrainsurgente, ya que no se ha realizado hasta la fecha y es un trabajo pendiente, pero podemos suponer, eso sí, que la cifra debió de ser muy elevada, ya que entre 1950 y 1954, cuando la guerra estaba dando sus últimos coletazos, sabemos que fueron expulsados 2.944 hombres. Es más, las expulsiones de agentes se publicaron en el Boletín Oficial de la Guardia Civil con el objetivo de que todos fuesen conscientes de lo que podía ocurrirles si no actuaban con la profesionalidad y la diligencia debidas”.

Fernández Pasalodos muestra una y otra vez que fue el propio Franco quien ordenó y supervisó no ya la puesta en marcha de la guerra sucia, que también, sino “las intransigentes medidas de control sobre la tropa encargada de la contrainsurgencia”. Por si alguien pudiera acogerse a aquello tan usado por los historiadores franquistas y los revisionistas de pero sin el conocimiento de Franco.

“En el periodo de 1943 a 1952, el estrés, la alimentación precaria, las enfermedades mentales, la inexistencia de cobertura sanitaria y los riesgos de la propia guerra elevaron la cifra de fallecidos de una media de 125 hombres anuales hasta 257, con un pico máximo en 1946, consecuencia directa del auge partisano: ese año el número de fallecidos se elevó a 378. En líneas generales, los guardias civiles destinados a espacios de guerra antipartisana sufrieron una flagrante precariedad material y se jugaban la vida cada vez que salían al monte, y todo por un sueldo miserable. No es exagerado afirmar que conformaron el «auténtico lumpenproletariado del régimen dictatorial», pues una parte importante de quienes ingresaban en el cuerpo no lo hizo por afinidades ideológicas ni por las ganas de participar en la guerra antipartisana, sino por pura necesidad económica”.

Entre 1944 y 1952 “murieron en combate directo contra las partidas un total de 256 guardias civiles, y otros 369 resultaron heridos, unos números que podrían duplicarse fácilmente si contásemos también con datos fidedignos para el periodo 1936-1944”. Eso leemos en el libro, aunque páginas más tarde, lo que se nos dice es que “los enfrentamientos armados durante la guerra antipartisana causaron la muerte de más de trescientos guardias civiles entre 1943 y 1952”. Para el año 1947, el autor recoge 144 muertes de guardias en aquel teatro de operaciones irregulares: “fue el año con más víctimas”.


Dicho todo lo dicho sobre la centralidad de la lucha antipartisana en la España de Franco, el autor nos comunica bien avanzado el libro que “en los espacios de guerra antipartisana la falta de combatividad fue la tónica general”. Algo que cuadra más con esa historiografía a la que tantas pullas lanza Fernández Pasalodos, quien explica que “en cualquier cronología y latitud encontramos numerosos ejemplos de guardias civiles que rehuyeron los enfrentamientos de forma intencionada. La Guerra Civil estuvo atravesada hasta 1952 por el miedo a la muerte de los encargados de llevarla a cabo”. De hecho, “los guardias desplegados en la guerra irregular en general se decantaron por mantener una actitud poco combativa y tendente a establecer pactos de no agresión con las guerrillas”.

En suma, “el golpe de Estado fallido y el inicio de la Guerra Civil abrió espacios de guerra irregular en los que las autoridades militares rebeldes dictaminaron que no había que hacer prisioneros, ni entre los guerrilleros ni entre sus colaboradores reales, potenciales o imaginarios”. Este libro presume (su autor, más bien) de acreditar que “el propio Franco, sus ayudantes en el Cuartel General del Generalísimo y otros mandos rebeldes tomaron cartas en el asunto y organizaron una guerra antipartisana con fines eliminacionistas”.


El título de la obra de Fernández Pasalodos proviene de…

“La orden fechada en agosto de 1941 de Eliseo Álvarez-Arenas, entonces director general de la Benemérita, es paradigmática: ‘a los enemigos en el campo hay que hacerles la guerra sin cuartel hasta lograr su total exterminio, y como la actuación de ellos es facilitada por sus cómplices, encubridores y confidentes, con ellos hay que seguir idéntico sistema’”.

Aquellos guardias civiles y aquellas fuerzas auxiliares “que asesinaron a más de 8.000 hombres y mujeres entre 1939 y 1952 no fueron castigados porque cumplían órdenes”. Asesinatos que fueron recompensados, no castigados, porque el objetivo era ganar la guerra antipartisana, sin importar ni la legitimidad y legalidad de esos métodos “ni la imagen internacional que podían proyectar de la dictadura”.

La dura represión contra la población civil y contra las partidas es lo que causó la victoria de los contrainsurgentes, algo que se da por efectuado en el año 1952, pues al año siguiente se produjo “la desmovilización de la tropa encargada de la lucha antiguerrillera”



'Hasta su total exterminio', un estudio sobre la guerra antipartisana del franquismo.


Arnau Fernández Pasalodos ha investigado un tema que se había estudiado solo parcialmente

Pablo-Ignacio de Dalmases 

 miércoles, 19 de junio de 2024, 19:28







Aunque oficialmente la guerra civil española finalizó el 1º de abril de 1939, en realidad tuvo una larga continuidad con la acción de las guerrillas partisanas. “Hay -dice Arnau Fernández Pasalodos, autor de “Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España, 1936-1952” (Galaxia Gutenberg)- muchos libros sobre las guerrillas, pero todos parciales, por provincias o municipios y siempre desde la perspectiva de los guerrilleros, olvidando su contraparte: la Guardia Civil”. 


Con el fin de tratar de ofrecer la imprescindible visión de conjunto decidió realizar una tesis doctoral sobre dicho tema. Independientemente de su interés estrictamente profesional hubo también una razón de carácter personal: 

“Mi bisabuelo materno, que era pastor, actuó de enlace con la guerrilla para traer metralletas de Francia, pero la Guardia Civil se enteró de lo que hacía y le aplicó sumariamente la «ley de fugas» en la misma puerta de su casa y delante de su familia. Cuando yo era niño y preguntaba a mi abuela, que murió en 2016, por su padre siempre me decía que le habían matado en la guerra sin dar más detalles. Con el tiempo me enteré de lo que había ocurrido y creo que ese trauma familiar fue el origen de mi profesión de historiador”. 

Fernández Pasalodos fue además un doctorando atípico puesto que no disfrutó de ninguna sinecura universitaria. 

“Hice mi investigación mientras trabajaba en Ikea, por lo que tenía que organizar mis visitas a archivos durante el tiempo de mis vacaciones”. 

No ha sido un trabajo fácil puesto que, cuando recurrió a la Dirección General del Instituto, que depende del Ministerio del Interior, le permitieron consultar expedientes de servicio de los guardias, pero no los partes operativos, que son lo verdaderamente importante.

 “Me dijeron que no existían o no se habían conservado, cuando yo sabía que otros compañeros sí habían tenido acceso a ellos ¿Fue una ocultación deliberada o falta de transparencia? Quién sabe. Pero por el hilo se saca el ovillo. Lo que no encontré en la Dirección General lo hallé muchas en comandancias de zona o en archivos provinciales en los que había copia de esos documentos sobre correrías, emboscadas, apostaderos… que en Madrid me dijeron que no existían. Por el contrario, no tuve ningún impedimento en consultar los archivos militares que dependen de Defensa y que me fueron muy valiosos porque en los expedientes de los consejos de guerra se encuentran muchos datos (identidades, métodos operativos, etc.) y documentos: desde cartas personales hasta un brazalete republicano manchado en sangre”.

Todo historiador trata de completar la información documental recurriendo a los testimonios personales. 

“El problema es que prácticamente todos los que participaron en aquella lucha han muerto. Hay, eso sí, memorias, casi todas escritas por guerrilleros, pero poquísimas deposiciones de guardias; yo no he conseguido más de media docena. Además, muchos familiares de éstos son reacios a hablar o a facilitar la documentación que hubieran podido conservar”.

Y ¿el título? 

“No es casual. A diferencia de la guerra civil de 1936 a 1939 durante la cual hubo un procedimiento de depuración establecido y un reconocimiento formal de que se trataba de un combate entre dos ejércitos, en la lucha antipartisana no se guardó ninguna consideración y a los guerrilleros se les negó la condición de combatientes. No eran más que bandidos a los que había que eliminar. Fue una verdadera guerra de exterminio, tal y como se reconoció en los propios documentos oficiales, lo que la hace equiparable a nivel cualitativo -aunque no cuantitativo, claro- a la de los nazis en los países que invadieron. En consecuencia, no se escatimó ninguna violencia, lo que provocó con frecuencia una espiral de sometimiento, manipulación y radicalización y casos verdaderamente sanguinarios como el de un tal Rafael Caballero Ocaña que llegó a general y del que decían «que cuando pasaba un día sin matar a alguien se ponía enfermo». Pero también hubo otros de piedad, con una vertiente humana que era desconocida y he tratado de recoger, como la de ciertos guardias que no querían matar y disparaban al aire para avisar de su presencia a los guerrilleros con el fin de que pudieran huir”.

 O el caso del guardia Teodoro Conde que “fue acusado de haber dejado escapar al guerrillero Cencerro, al que conocía desde la infancia”. Y es que “en bastantes casos los integrantes de los bandos en liza se conocían como el guerrillero Juanín y el cabo José García Gómez, compañeros de escuela”. 

No fue inhabitual “el sistema «vive y deja vivir» (que) llegó a estar tan extendido que la dictadura se dio cuenta… las informaciones sobre la escasa combatividad de la Guardia Civil en algunas regiones terminaron llegando al despacho de Franco”.

Además, como dice el autor de “Hasta su total exterminio”, no se conoce cómo vivieron estas campañas los miembros del Instituto:

  “Las condiciones de vida de los guardias civiles es una de las caras ocultas de la lucha antiguerrillera”.

Y cita estrés, alimentación precaria, enfermedades mentales, inexistencia de cobertura sanitaria, amén de los riesgos de la propia guerra por lo que las víctimas habidas entre los guardias alcanzaron una media de 125 anuales entre 1943 y 1952 mientras que entre los guerrilleros considera que la global superó los 8.000.



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