LA "BASÍLICA" DE LOS SACRAMENTINOS: EL SACRE COEUR DE BARRIO SAN DIEGO
La primera satisfacción de vivir en el a veces temido centro de la capital la tuve la segunda o tercera noche, al descubrir que desde mi ventana (séptimo piso), mirando hacia el poniente de la ciudad, se alzaba majestuoso y altivo un palacio románico y de altas convexidades bizantinas. Tenuemente iluminado por las luces amarillentas de las calles, era una postal que semejaba mas bien un retrato mate del Santiago de aquellos tiempos en que las noticia seguía siendo la primera gran conflagración en Europa. La oscuridad del complejo y la incapacidad del alumbrado público por delatar totalmente sus formas, le daban al enorme templo el aspecto de una temible bestia jurásica dormida, o acaso ya inofensiva e irremediablemente muerta. Desconozco si Ricardo Larraín Bravo sabía, en 1911, que al iniciar la construcción de la espléndida Iglesia del Santísimo Sacramento o de los Sacramentinos, entregada en 1919 allí en su parroquia entre San Diego y Arturo Prat, crearía uno de los referentes urbanos y arquitectónicos más importantes de Santiago a pesar de que la mayoría de sus habitantes parecieran desconocer hoy hasta el nombre de tan imponente obra e incluso ignoren que su entrada está en realidad por el lado oriente y no por su cara que da hacia Parque Almagro. Tal vez el arquitecto sólo se limitó a cumplir las instrucciones de imitar sin grandes expectativas las formas de la Basílica de Sacre Coeur, el templo del Sagrado Corazón de Montmartre, parcialmente terminado en 1910, conforme lo soñaba también doña María Lecaros de Marchant, decidida a instalar en su émulo a la primera congregación sacramentina que ella misma había ayudado a traer desde Francia. La pasión que Larraín le imprimió a este proyecto, sin embargo, dice lo contrario.
Vista de Santiago surponiente desde las terrazas del cerro Santa Lucía, hacia 1930. Cerca del centro del paisaje urbano, se observa que la Parroquia de los Sacramentinos destacaba entonces como una de las construcciones más altas de la ciudad, además de ser pionera en el empleo de hormigón a esta escala.
En Santiago y en Montmartre... Las comparaciones son odiosas, pero necesarias... La orden de iniciar los trabajos principales fue a través de una resolución colectiva del Episcopado de Chile, el 23 de marzo de 1913. Hasta ese momento, sólo se habían construido las criptas subterráneas, después conocidas popularmente como "las catacumbas", que quedaron ocultas bajo el templo. El objetivo acordado fue erigir el entonces denominado Templo Votivo Nacional del Santísimo Sacramento, para conmemorar el XVI Centenario del Edicto de Constantino. La labor quedó en manos no sólo de Larraín, sino también de los religiosos y funcionarios de la Orden del Santísimo Sacramento, que existía en Chile desde 1898 tras ser fundada por el beato Pedro Julián Eymard, recibiendo ayuda de doña María como hemos dicho. Todavía no estaba totalmente terminada la iglesia de la parroquia tras diez años de construcción. Luego, entregada ya la obra, se exponía en ella el Santísimo Sacramento desde temprano en la mañana hasta cerca de las 21:00 horas. En tanto, los hermosos ángeles que dan hacia el lado de la cordillera le fueron encargados en 1926 al escultor nacional Aliro Pereira. Y, en 1929, el "Libro de los Expositores de Chile en Sevilla" proclamaba al mundo el orgullo por su "catedral" de proporciones oníricas diciendo: "Los trabajos para la terminación de esta magna obra, cuya imponente y majestuosa mole domina los demás monumentos de la capital chilena, han sido colocados bajo el patrocinio de Santa Teresa del Niño Jesús, teniéndose presente que ella vivió consagrada al amor misericordioso y que en la Sagrada Eucaristía es donde más resplandece ese amor del Divino Corazón..."
| Francia Carolina Vera Valdes |
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Los ángeles, custodiando la estrella de ocho puntas... ¡Qué pensarían ahora los editores, al ver a la enorme construcción amenazada por moles aún más altas y voluminosas! "El Templo Votivo Nacional a que nos referimos, está destinado a ser una de las iglesias más notables de América Latina, verdadero palacio en la tierra, del Rey de Reyes, tanto por la belleza y magnificencia de su construcción como por el delicado gusto que inspira su ornamentación interior y exterior", llegaron a apuntar optimistas en el mismo documento. Hoy el problema es que, no obstante tener este edificio histórico y su inspiración europea edades no tan distantes entre sí, mientras el Sacre Coeur de Francia sigue siendo un deleite a los turistas que visitan sus limpias murallas de piedra, a nuestra gris y nostálgica Iglesia de los Sacramentinos, con sus 60 metros de fondo, 62 metros de alto y 42 de altura interior, ya casi se le caen a pedazos algunas de sus ásperas paredes. A mayor abundamiento, su primer aspecto inaugural, aquel que tenía cuando fue bendecida por el Arzobispo Crescente Errázuriz, ha de parecer hoy un esquicio idealizado del estado en que se ofrece al observador tan valioso templo santiaguino. El concreto desnudo, además, ha sido atacado rápidamente por el mismo mal que destruye los pulmones santiaguinos, y la falta de recursos ha terminado sacrificando detalles valiosos de tan imponente edificio, entre las grietas y los desplomes. Para peor, una gruesa capa de pintura verde cubre parte de las cruces de Constantino y los demás símbolos de lo que, abajo, es un imponente par de puertas de bronce (¿habrán pensado los pintores que la corrosión verde del metal era su color original?). Nada ha favorecido a nuestro querido templo en las últimas décadas. De ser una de las iglesias más importantes y activas de Santiago, escenario de multitudinarias procesiones populares y de solemnidades entre lo más granado de la aristocracia chilena, pasó al eventual olvido y la parroquia se convirtió en un mero hito cardinal para la ciudad, especialmente cuando los residentes de este sector comenzaron a cambiarse y el barrio empezó a adquirir el carácter comercial que tiene hasta nuestros días. Como se sabe, olvido y descuido van de la mano. Su particular diseño le privó de las bondades del Sol durante gran parte del día, permitiendo que los estragos de la humedad ataquen muros, marcos y puertas en algunos costados. El terremoto del 3 de marzo de 1985 terminó haciendo el resto, derribando la gran cruz que el mismo Larraín había instalado sobre ella hacia 1930 y dañando la cúpula central. Las restauraciones iniciadas en 1988 alcanzaron sólo para una fracción de los problemas más visibles del edificio. Chile, por su naturaleza y por su conciencia sísmica, es un país donde nada dura cien años; a veces ni siquiera diez. Sólo esta clase de reliquias del pasado, esos edificios sin tiempo, parecían superar este triste principio, pues fueron creados en aquellos años en que aún se confiaba en que la religiosidad popular -como los terremotos- jamás descendería entre las muchedumbres de nuestro país. La iglesia fue declarada Monumento Nacional por Decreto D.S. 330 del 29 de octubre 1991. Quisiera pensar, con esto, que el espiral de la cuenta regresiva aún no ha caído sobre la enorme Iglesia de los Sacramentinos, no obstante que la majestuosa vista del complejo desde mi departamento tampoco duró mucho. A decir verdad, me duró menos de un año. Ese cuadro sepia que mostré con orgullo a tantos visitantes de mi solitario hogar, comenzó a probar el vértigo del peligro un día que, al amanecer, dos altas grúas pluma amenazaron con sus brutalismos amarillos llevarse lo más interesante de mi ventana hacia el Oeste. Unos pocos meses después, una mole moderna -de esas que no se sabe ya si son residencias, oficinas, o ambas cosas- tapó no sé si para siempre la visión hipnótica de la hermosa parroquia, con magnitudes basilicales. Desde entonces, rara vez tengo algún buen motivo para mirar a través de esa ventana en particular. Pero, como ya nada se construye para durar demasiado, tengo la ilusión de que algún día este impostor de cemento y ladrillo que bloquea mi vista se marche, como todo lo que es falso y profano. Por lo pronto, mi duda es: ¿Estará en pie para entonces, todavía, la gran parroquia del barrio San Diego? ¿Permanecerá pacientemente allí detrás, esperando ser admirada? ¿Alcanzaré a verla de nuevo, como alguna vez podía? |
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