Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo; Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas;
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El Collège de France; El Real Colegio de España. |
Colegio de Francia.
Guillaume Budé. (París, 1467-1540) Filólogo y humanista francés. Ocupó cargos en la corte de Francisco I y fundó el Colegio de los Lectores Reales, origen del actual Colegio de Francia. Es autor de numerosos estudios jurídicos, históricos y filológicos. Tras una juventud disipada y estudios realizados a disgusto, Guillaume Budé se entregó inesperadamente y con fervor a la actividad humanística a los veintitrés años; y así, llegó a conocer perfectamente el griego bajo la guía de Lascaris y otros maestros, aprendió matemáticas con Jacques Lefèvre y se dedicó a la teología, al derecho, a las ciencias, a la filosofía y a la medicina con una pasión tal que le ocasionó posteriormente desarreglos de carácter nervioso para todo el resto de su vida. Primer traductor del griego en Francia, Guillaume Budé puso a Plutarco en latín, limpió el código de Justiniano de los comentarios medievales (Annotations aux Pandectes, 1508), profundizó el estudio de la civilización antigua (De asse, 1515), y, con los Comentarios sobre la lengua griega (1529), dio a la filología el carácter de instrumento de cultura general. Desempeñó importantes cargos públicos: fue secretario de Luis XII, quien le encomendó varias misiones respecto de la corte romana del papa León X, y secretario también y bibliotecario de Francisco I, al cual sugirió la idea inicial del Colegio de Francia; entre 1522 y 1523 ejerció asimismo como Preboste de los mercaderes de París. Mantuvo correspondencia en griego y en latín con los personajes más ilustres de su época: Erasmo, Tomás Moro, Pietro Bembo y François Rabelais. De Roberta Le Lyeur, con la que se casó en 1503, había tenido once hijos; a la muerte de Budé, la viuda se trasladó con ellos a Ginebra y se convirtió al calvinismo.
Obra Aparte de su abundante epistolario, que se ha conservado, también tradujo al latín las Vidas paralelas de Plutarco de Queronea (1502 - 05) y publicó unas Anotaciones in XXIV libros Pandectarum (París, 1508) en las que, aplicando la filología y la historia al conocimiento del derecho romano, revolucionó el estudio de la jurisprudencia, depurando el corpus iuris civilis, restituyendo la pureza del texto primitivo y señalando las contaminaciones y deturpaciones de los glosadores. También sintió interés por materias arqueológicas, en las que su contribución más importante fue su tratado sobre la moneda y pesos y medidas romanas, De asse et partibus eius (Venecia, 1522). En 1520 publicó su disertación filosófica y moral De contemporáneo raro en 1527, De estudio literario recte et comodo constituendo, en el que urge a no descuidar el estudio de las letras. Como helenista se le debe un Commentarii linguae graecae (Paris, 1529), conjunto de notas lexicográficas que contribuyeron grandemente al estudio de la literatura griega en Francia, y el De transitu helenismi ad Christianismum (París, 1534) en el que intenta hacer una síntesis entre estudios sagrados y profanos, cristianismo y herencia antigua. En su De philologia (1532) trazó una reforma de los estudios universitarios fundamentada en una formación global y enciclopédica con base en los textos originales de los autores y pidió que se abrieran las más altas funciones del estado a los hombres de ciencia. Sus Obras completas fueron publicadas en Basilea en 1557 junto con una pequeña biografía redactada por su discípulo Louis Le Roy. Annotationes in XXIV libros Pandectarum, Paris, 1508
De contemptu rerum fortuitarum libri tres, Paris, 1520 Epistolae, 1520 Summaire ou Epitome du livre de Asse, Paris, 1522
De studio litterarum recte et commode instituendo, Paris, 1527 Commentarii linquae graecae, Paris, 1529
De philologia, Paris, 1530 Libellorumque magistri in praetorio, altera aeditio annotationum in pandectas, Paris, Josse Bade, 1532 De Studio Literarum Recte Et Commode Instituendo. Item Eiusdem G. Budaei De Philologia Lib. II. Basileae, apud Ioan. Walderum, martio 1533 De transitu Hellenismi ad Christianismum libri tres, Paris, Robert Estienne, 1534 De l'institution du prince, in-folio, 1547 Opera omnia, 4 vol. in-folio, Basilea, 1557 Asociación Guillaume Budé. La Association Guillaume Budé es una asociación francesa (société savante) declarada de interés público que tiene por objetivo la difusión de las humanidades. Fue bautizada en homenaje al humanista del siglo XVI Guillaume Budé. Fundada en 1917 por cuatro reconocidos filólogos franceses, Maurici Croiset, Paul Mazon y Alfred Ernout, la asociación tiene como objetivo principal la edición crítica de autores griegos y latinos. En 1919 empezó a publicar la « colection des universités de France » (CUF), cuyos volúmenes son conocidos familiarmente como « colección Budé ». A continuación creó una editorial, llamada Les Belles Lettres. Pronto su actividad sobrepasa el mundo greco-latino para interesarse por la literatura romana de Oriente y por los autores medievales de lengua latina. En 1923 se añade a sus actividades la publicación de un boletín trimestral. El alma incansable de esta ambiciosa empresa fue el helenista Paul Mazon, quien acumuló hasta 1939 las funciones de secretario general de la Asociación, director de la Colección de las Universidades de Francia y de presidente del Consejo de Administración de Les Belles Lettres . Sobre la cubierta de los volúmenes de la serie latina figura la loba romana de los Museos Capitolinos, mientras que en la de los volúmenes de la serie griega figura la lechuza de Atenea La colección tiene como propósito editar todos los textos griegos y latinos hasta mediados del siglo VI, con una traducción francesa inédita, una introducción, las notas esclarecedoras y un aparato crítico. La asociación es miembro fundador de la Federación internacional de las asociaciones de estudios clásicos (1948). |
El Real Colegio de España.
El Real Colegio de España, cuyo nombre completo es Real Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles, es un colegio universitario de estudiantes españoles para que amplíen su formación universitaria en las distintas facultades (Derecho, Letras y Filosofía, Música, etc.) en la Universidad de Bolonia. Es el más famoso de los veinticuatro fundados en la ciudad entre los siglos XIII y XVII y aún sigue recibiendo colegiales de toda España para cursar los estudios del Doctorado del Espacio Común Europeo ("Tesi di Ricerca") en todas las disciplinas ofrecidas por la Alma Mater Bononiensis. El colegio es conocido por haber admitido solo a estudiantes varones, un criterio que ha cambiado en julio de 2020 tras siglos de aplicación de este criterio. Historia. El Real Colegio de España fue fundado por el cardenal Gil de Albornoz (1310–1367) mediante disposición testamentaria otorgada en Ancona el 29 de septiembre de 1364. El cardenal instituyó así el colegio, a cuya edificación él mismo había contribuido, y nombró a sus propios estudiantes herederos universales. La finalidad fue la de facilitar el estudio de jóvenes clérigos y laicos de la península ibérica (españoles y lusos) que destacaban por ser buenos intelectuales, por lo que acudían a Bolonia, que por entonces ya era un centro de conocimiento consolidado en Europa. Desde que comenzó a recibir colegiales en 1369, el colegio sirvió de referencia a otros que habrían de surgir en España, como el de la Universidad de Salamanca (el Colegio Viejo, de 1401), el Real Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada, así como los fundados en otras universidades españolas en los siglos XV y XVI, y en Colombia el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, de 1653. Entre los colegiales de más renombre que se han hospedado en el Real Colegio de España o los estudiosos que han estado vinculados a la casa albornociana en algún momento, se encuentran Elio Antonio de Nebrija, colegial en 1465; allí inició la primera Gramática castellana (1492); también Antonio Agustín, colegial en 1539; Juan Ginés de Sepúlveda, colegial en 1515 y seguramente uno de los más grandes estudiosos de Aristóteles; Álvaro Figueroa y Torres, más conocido como el Conde de Romanones. En 1793, Leandro Fernández de Moratín también frecuentó el Colegio y su admiración hacia la casa albornociana se constata por las referencias de su Diario o por su Oda a los colegiales de San Clemente de Bolonia. Durante su estancia en Bolonia, Fernández de Moratín pudo contactar con las élites teatrales italianas y llegó a desear jocosamente al entonces Rector, Simón Rodríguez Laso, que lo nombraran Arzobispo en México, para así permanecer en el colegio. También Ignacio de Loyola visitó el colegio en 1535, Benito Pérez Galdós, en 1888; y el propio Miguel de Cervantes, como se desprende de la obra La señora Cornelia, cuya auténtica fuente de inspiración seguramente sigue siendo un misterio. Debe tenerse en cuenta también que el 24 de febrero de 1530 se realizó en Bolonia la Coronación Imperial de Carlos V del Sacro Imperio Germano. El emperador se hospedó en el colegio durante cuatro meses y de allí salió el cortejo hacia la Basílica de San Petronio, donde se realizó el acto. En la obra de Antonio Pérez Martín Proles Aegidiana (Publicaciones del Real Colegio de España, 1979, «Studia Albornotiana») se realiza un pormenorizado detalle de muchos otros colegiales. El Colegio y Bolonia
El Real Colegio de España está muy vinculado a la ciudad de Bolonia desde el momento mismo de su fundación. Entre los más relevantes acontecimientos históricos que vinculan al Colegio y su fundador con Bolonia deben destacarse incluso algunos episodios previos a su edificación y puesta en funcionamiento. Gil de Albornoz ya en 1361 llegó a combatir junto a ciudadanos de Bolonia para liberar la ciudad. Esta complicidad y sacrificio conjunto se reflejan en los propios Estatutos del Colegio, cuando lo encomiendan a la perpetua protección de «los Rectores, Autoridades y Ancianos de la ciudad de Bolonia», recordando también «su Justicia y loable Gobierno, y generoso favor con que los estudiantes siempre se ven acogidos paternalmente». Gil de Albornoz confía en que su colegio «se acreciente de bien en mejor» con el tiempo y que las autoridades y el pueblo lo protegerán por amor de aquel «que los sacó de una tiránica servidumbre y defendió heroicamente su ciudad» derramando su propia sangre junto a ciudadanos boloñeses. A pesar de los sucesivos y constantes intentos de usurpación, maniobras e intrigas que ha sufrido el Colegio a lo largo de su historia, es cierto que nunca le faltó quien lo defendiera, siendo su independencia y autonomía la causa inequívoca de su longevidad, cercana ya a los siete siglos de historia. Es casi poético que Gil de Albornoz partiera hacia Italia en el Siglo XIV para luchar contra los tiranos y reconquistar así los Estados Pontificios, y que su obra haya resistido numerosos intentos de apropiación durante siglos. Entre todos esos intentos debe destacarse desde luego el de Napoleón durante el siglo XIX. Entonces fue la propia ciudad de Bolonia y los boloñeses quienes acudieron en su ayuda y defensa, facilitando incluso la devolución de los bienes confiscados en este periodo y dejando claro el arraigo de la institución en la ciudad. Es evidente que Gil de Albornoz y su memoria no merecían otra respuesta. Es frecuente que personalidades nacionales e internacionales se interesen por la institución y la conozcan, como es el caso de S.M. el Rey Felipe VI de España, el Premio Nobel de química, Kary Mullis, también el exsecretario de Estado de Defensa de Estados Unidos, Robert McNamara, Antonio Garrigues Walker, o más recientemente Zhou Qiang, Presidente de la Corte Suprema de la República Popular China. Protección Regia. Este colegio, precursor de la afamada universidad, destacó y aún destaca por poseer la protección de los reyes de España. Algunos autores señalan que la protección comenzó con los Reyes Católicos bajo la autorización del pontífice Inocencio VIII en 1488. La llamada «regia protección» invocaba la protección de los reyes de España y estaba destinada a ennoblecer aún más las constituciones originales del colegio. No obstante, la protección regia debe situarse en 1530 gracias a Carlos I, como así consta en la inscripción de la capilla del colegio. Esa protección fue continuada por Felipe II y demás monarcas españoles. Bolonia, gran encrucijada europea de juristas, llegó a reunir veintiún colegios. El más importante lo fundó en 1364 el cardenal Gil de Albornoz, doctor por la Universidad de Montpellier, a beneficio de estudiantes de la península ibérica. Hoy subsisten en Inglaterra magníficos colegios medievales, pero en toda la Europa continental sólo éste sigue vivo. Y de milagro. |
Fundador. Albornoz, Gil [Álvarez] de. Cuenca, s. m. 1302-p. m. 1303 – Viterbo (Italia), 23.VIII.1367. Cardenal, estadista, legislador y estratega. Perteneciente a la nobleza guerrera castellana como hijo del señor de Albornoz, Garcí Álvarez de Cuenca, y entroncado por su madre, Teresa de Luna, con una estirpe aragonesa de ricoshombres presentes en las más altas jerarquías eclesiásticas (verbi gratia, el posterior papa Luna), Gil [Álvarez] de Albornoz —erróneamente llamado ‘Carrillo de Albornoz’ por muchos— reúne y desarrolla ambas tradiciones familiares. Vástago de Castilla y Aragón, prócer de la Iglesia y la milicia, según Baltasar Porreño, ya en la niñez fue destinado al altar y no a las armas en virtud de un suceso que se tuvo por milagro: jugaba con otros niños a espaldas de su casa, contigua a la catedral y la hoz del Huécar, cuando un golpe de viento lo arrojó al precipicio, percance del que salió ileso. Pasó así a formarse con el hermano de su madre, Jimeno de Luna, obispo de Zaragoza entonces y arzobispo de Tarragona desde 1317. Doctor en Derecho canónico —quizá por Montpellier, pues saca en 1322 dos caballos por la frontera de Besalú como familiar del infante de Aragón don Juan, arzobispo de Toledo—, a fines de 1324 el primogénito de la Corona aragonesa don Alfonso lo propone como obispo de Tarazona. Juan XXII lo rechaza, y aún anula en 1326 la elección del cabildo conquense que lo designa su prelado; en cambio, el 2 de julio le otorga la primera dignidad disponible en Toledo, donde es canónigo, aunque sólo cuenta veintitrés años (dato útil para fechar su nacimiento). En 1327, el obispado de Cuenca vuelve a quedar vacante y el cabildo elige de nuevo a don Gil, ahora su arcediano, que acude a Aviñón y, por tercera vez, se tropieza con la negativa del pontífice. Quizá para alivio de tensiones, se trasladara a Toledo en busca del docto arzobispo infante, pero en 1328 Jaime II de Aragón logra que su hijo permute la sede con la de Tarragona: don Jimeno, tío y mentor de don Gil, pasa a ser arzobispo primado. Albornoz visita la corte papal como arcediano de Calatrava (1330) y como embajador de Alfonso XI en la coronación de Benedicto XII (8 de enero de 1335), a quien pide ayuda económica para la reconquista. El Papa la concede por bula de 12 de abril calificándolo de doctor en Decretos y capellanus noster. El éxito de la embajada y la vieja lealtad de los Albornoz al rey durante su azarosa minoría explican que el monarca castellano le confiara nuevos cometidos, como el de firmar la tregua con Navarra en 1336. Dos años más tarde, al conocer Alfonso XI en Sevilla la muerte del arzobispo don Jimeno, “andaba en casa del Rey Gil Álvarez de Cuenca Arcediano de Calatrava, et era del Consejo del Rey; et por servicios que le avia fecho, el Rey envió mandar et rogar al Cabildo de la Iglesia de Toledo que le esleyesen por Arzobispo” (Gran Crónica de Alfonso XI). Los capitulares se plegaron a la apremiante voluntad regia y don Gil obtuvo la confirmación de Benedicto XII el 13 de mayo de 1338. Ya arzobispo Primado de las Españas y canciller de Castilla, el rey lo llamó a las Cortes de Madrid, dispuso que permaneciera en su Consejo y marchó con él a la guerra contra el ingente ejército africano que asediaba Tarifa tras destruir la flota castellana. Allí iba a decidirse el destino de Iberia y aun de la cristiandad frente a la ÿihad promovida por Abū l-űasan de Marruecos a instancias del califa granadino Yūsuf. Las fuerzas cristianas partieron de Sevilla (15 de octubre de 1340) tras el estandarte del rey castellano, el de su suegro Alfonso IV de Portugal, que había acudido con mil jinetes, y el pendón de la Cruzada enviado por Benedicto XII con poderes de legacía al arzobispo para conceder perdones en su nombre. La noche del 29 una patrulla burló la guardia del río Salado y se introdujo en Tarifa, revés que los vigilantes disimularon al temible sultán. Al alba del lunes día 30 Alfonso XI, aún en vela por la suerte de sus vasallos, quiso comulgar de manos de don Gil; “et todos los mas de aquella hueste fecieron aquello mismo”. Bendijo el arzobispo las armas y predicó a los cruzados —unos ochenta mil— que iban a enfrentare a la más cuantiosa invasión de la Península (más de cuarenta mil jinetes y cuatrocientos mil peones según el testimonio de Albornoz). Don Juan, hijo del infante don Manuel, se había comprometido a franquearles el paso del Salado con sus tropas en vanguardia; pero, a la hora de la verdad, el inveterado conspirador ni quiso hacerlo ni permitió que lo intentara otro con más honra. Al fin se cruzó el río a fuerza de heroicas iniciativas personales que descabalaron el plan bélico. El portador del estandarte real siguió indebidamente a un destacamento que no se dirigía al campo de batalla, sino a incendiar en la colina las tiendas reales moras para mero desánimo del enemigo: como tras él fueron las más de las compañías, el rey se halló solo con don Gil y un puñado de jinetes frente al formidable ejército benimerín desplegado en el valle por tribus y estirpes. Don Alfonso, decidido a morir sin ver el estrago de su pueblo, apellidó a los suyos y espoleó el caballo. “Et Don Gil Arzobispo de Toledo, que se non partio aquel dia todo de cabo del Rey, trabole la rienda et dixo: señor, estad quedo, et non pongades en aventura a Castiella et Leon; ca los moros son vençidos, et fio en Dios que vos sodes hoy vençedor.” Intervención tan perentoria como decisiva: al poco la guardia de las tiendas del sultán invadía el valle huyendo en desorden de tal muchedumbre, los de Tarifa rechazaban por sorpresa a sus sitiadores con ayuda de los refuerzos infiltrados la noche anterior y el rey portugués ponía en fuga a los granadinos. El grueso del ejército africano lo atacó Alfonso XI en persona —“e a la su mano derecha estava don Gil”—, pero ya seguido de algunas compañías antes rezagadas o dispersas. Pronto las tres avalanchas de fugitivos, atropellándose entre sí, arrollaron las tropas benimerines en el campo de combate. Los cristianos pudieron perseguir y aniquilar a poca costa la turbamulta que escapaba sin concierto. Don Gil silencia todo mérito propio en sus cartas al Papa y al cardenal Gaetani Ceccano escritas aquella misma noche: cambió la suerte del combate “hacia la hora tercia [...] al derramar el Señor de los ejércitos el rocío de su bendición”, dice en la segunda, y concluye lamentando que por falta de víveres no pudieran proseguir la campaña otro mes hasta la toma de Algeciras. En 1342 vuelve al cerco de aquella ciudad, donde los cristianos sufren por primera vez los tiros de las armas de fuego. Alfonso, agotados sus recursos, lo envía en octubre a pedir un préstamo al rey de Francia, que responde con largueza. También pide auxilio al nuevo pontífice en la inminencia de una invasión africana por Algeciras, “postrimera ciubdat de la parte de Europa”. Clemente VI no iba a demostrarse generoso, pero sí atento a las aptitudes diplomáticas de Albornoz. Pronto le encomendaría dar consorte francesa al príncipe castellano. Cuando cayó Algeciras (1344) pudo don Gil dedicarse a la reforma de las costumbres del clero que retrata el Libro del Buen Amor. Eran sus objetivos cerrarle el paso a la simonía y al “detestabili et horrendo libidinis morbo” así como elevar la cultura de los eclesiásticos y la formación de los fieles, para los cuales escribió el Catecismo en lengua castellana. A esos y otros fines convocó sínodos (en 1338, 1342, 1343, 1345 y 1347) y dictó relevantes constituciones. También se le atribuye la inspiración del Ordenamiento de Alcalá, fruto de las Cortes reunidas en 1348 en su palacio arzobispal junto al Henares, que instaura un claro orden de fuentes y sanciona la vigencia de las Siete Partidas como derecho supletorio. Sus empresas españolas tienen fin con el sitio de Gibraltar. Allí llevaba meses cuando Alfonso XI falleció (29 de marzo de 1350) víctima de la peste negra que azotaba Europa. Tras un retiro en el monasterio de San Blas de Villaviciosa, fundación suya con mísero tugurio para sí, don Gil se fue a Aviñón en junio. Tal ausencia —antes de que don Pedro mostrase crueldad alguna— la hizo definitiva su elevación a presbítero de San Clemente como primero de los doce cardenales creados para cubrir las bajas de la epidemia (17 de diciembre de 1350) y su consiguiente renuncia a la mitra toledana. Único español en un colegio cardenalicio con veinticinco franceses y un par de italianos, Albornoz al pronto sólo parece útil, cual diplomático y jurista prestigioso, para mediar en Inglaterra por la paz con Francia o regir la Penitenciaría. Será Inocencio VI quien en atención a otras virtudes suyas (“poder de obra y palabra [...] experiencia en arduas cosas grandes [...] honradez y fidelidad [...] gracia de Dios, amplitud de ciencia, claridad de ingenio, madurez de consejo, elegancia de costumbres”) le encomiende nada menos que la reconquista de los Estados Pontificios. Misión política y bélica tan grandiosa como rayana en lo imposible. La corte de Aviñón echaba en falta los tributos de los antiguos vicarios (gobernadores por cuenta del Papa ausente) a los que la Iglesia confiara sus territorios; pero ya los vicariatos, objeto de compra, herencia o conquista, se habían traducido en tiranías y en sufrimiento de la Italia abandonada a ellas por dejación papal. Fue para Albornoz dura obediencia enfrentarse a aquel mundo tempestuoso y complejísimo. El 30 de junio de 1353 pasó a ser legado y vicario para Italia con una concentración de poderes espirituales y temporales nunca vista; pero diríase que en Aviñón se esperaban de él milagros, pues no le concedieron fondos para tropas. Partió dos meses después con un puñado de intrépidos incondicionales como su tío el arzobispo de Zaragoza, Lope de Luna, el de Badajoz, Alfonso de Vargas, el capitán Blasco F. de Belvís o los jóvenes Gome, Fernando y Garcí de Albornoz, sobrinos suyos. Frente a un sinfín de poderosos enemigos llegaba un legado —según el agudo cronista florentino M. Villani— “con el ánimo grande y la bolsa vacía”. Recibido con fasto por el cardenal Visconti en Milán, donde departió con Petrarca, Albornoz fue hacia Viterbo, capital del Patrimonio de San Pedro que usurpaba el “vicario” Juan de Vico. De paso, obtuvo el favor de Florencia, un préstamo en Perusa... El propio Vico salió de su ciudad de Orvieto para mostrarle acatamiento reverente, pero vista la escolta irrisoria del legado (“50 tra compagni e cappellani”) se dispuso a insolencias mayores: “bastan mis mozos para afrontar sus curas.” Con ellos se apoderó de otros dos castillos pontificios: fueron inevitables las excomuniones y la guerra. Albornoz, refugiado en la insalubre fortaleza de Montefiascone a cuyas puertas llegaban las tropas de Vico en sus correrías, pronto se vio desasistido de alianzas, sin víveres para los hombres, pienso para las cabalgaduras ni ánimo para leer. Entre tanto, Vico aumentaba sus huestes a costa de los ciudadanos de Orvieto depredándolos con crueldad tan sanguinaria que los redujo a una tercera parte. Don Gil reclutó secretamente ochenta de sus soldados descontentos; Pisa le envió otros sesenta, y al fin salieron las tropas de Montefiascone para enfrentarse al tirano. La iniciativa les permitió recuperar por sorpresa el monasterio de las Viñas; hacia allí fue Vico con sus jinetes y quinientos infantes, pero al ver guarnecido el lugar pasó de largo y fue a toparse con banderas de don Gil que traían provisiones. Cuando quiso retroceder, la guarnición del monasterio (y aquí viene a la memoria Tarifa) salió a atacarlo con furia. A duras penas pudo Vico refugiarse en Orvieto tan medroso que no volvió a salir. Desde ese punto, las campañas de Albornoz fueron triunfales. Su ejército crecía a cada victoria, las más de ellas sin lucha: unas plazas del Patrimonio —como Narni y Rieti— se daban a la Iglesia por librarse del dominio tiránico, otras por fermento de conjuras güelfas a impulsos de don Gil, cuyos agentes en otros lugares estorbaban toda ayuda a Vico. Éste pagaba ahora con soledad y terror sus crueldades: visto que en Orvieto no pocos querrían matarlo, se cobijó furtivo en Viterbo para enseguida advertir que allí no era más popular ni estaba más seguro. Le fue forzoso rendirse. Don Gil lo tuvo un rato de rodillas implorando perdón al pie de Orvieto; después le hizo cabalgar y entraron juntos en la ciudad ya libre de excomuniones. Orvieto no era ni había sido nunca del pontífice, pero a propuesta espontánea de un consejero y aclamación de todos hizo gobernadores suyos de por vida a Inocencio y Albornoz (24 de junio de 1353). Éste asumió la señoría perpetua como “Liberador del Municipio (Communis) y Pueblo orvetano y Señor General”. Entusiasmos y títulos no menores le esperaban en Viterbo, donde construiría el primero de sus muchos castillos. En cambio, las reacciones en Aviñón le fueron hostiles. Allí no podían entender que tras tal victoria no aniquilara a Vico. Le había salvado hasta la honra haciéndolo vicario a sus órdenes en Corneto, plaza menor del Patrimonio, y se había comprometido a indemnizarle por la toma del castillo de Vetralla, que no era de la Iglesia, sino suyo. Anulando esas capitulaciones, el Papa creó un cáncer perdurable en sus Estados al tiempo que ponía en entredicho la autoridad y honra de don Gil. Por si la reconquista fuera fácil, los palaciegos de Aviñón acababan de abrirle un segundo frente. Sólo en él conocería la derrota. Sus empresas sucesivas repiten los factores ya vistos: búsqueda de alianzas, oferta de paz, excomuniones, captación de soldados hostiles, estímulo de la disidencia interna, ataque fulminante, perdón, capitulaciones generosas y extremada bondad con el vencido —algunos de los mayores adversarios de Albornoz fueron después sus incondicionales— para al punto restituir la paz libre y justa al jubiloso pueblo. También se caracteriza su estrategia por el recurso, en la debilidad, a operaciones de teatro. Así, cuando la Gran Compañía contratada por Vico y ya sin empleo le exigió las sumas de costumbre por no mantenerse saqueando el Patrimonio, don Gil dispuso la recluta de dos mil soldados para combatirla. Pura ficción —no habría tenido con qué pagarles—, pero tan convincente que los forajidos se dieron a la fuga. Atacaron entonces Spello en la Umbría, sin éxito ni advertencia del favor que le hacían al legado con el desgaste de una plaza pontificia rebelde: tras ellos, la tomaron en seis días las banderas de don Gil. Siguió la caída sin combate de Gubbio, cuyo tirano Gabrielli, aborrecido por todos y ya sin ayudas externas, optó por rendirse; también allí dieron a Albornoz la señoría perpetua como restaurador de las libertades democráticas. Cuando se rindieron Terni y Rieti, envió por fin a Roma al viejo tribuno popular Cola di Rienzo como le tenía ordenado el Papa. El demagogo obtuvo un préstamo que no pudo devolver al bandido frey Morial, jefe de la Gran Compañía, y liquidó la deuda matándolo; al poco (8 de octubre de 1354) un tumulto en Roma le procuró a él la misma suerte. Las órdenes de Aviñón volvían a demostrarse infelices. En diciembre, el Papa excomulgó a los Malatesta, usurpadores de las Marcas. Su gran enemigo, el también excomulgado Gentil de Mogliano, tirano de Fermo, hizo las paces con don Gil, quien, tras levantarle la excomunión y nombrarlo abanderado (gonfalloniere) de la Iglesia, tomó Fermo y sus tropas con el acostumbrado regocijo popular. Tuvo cola de señores para jurarle obediencia: también optaron por dársela Espoleto, Espelo, Norcia, Betona, Gualdo... Puso él los caudales que Aviñón no enviaba, y Blasco de Belvis partió con un ejército ya muy considerable a guerrear en la Marca contra los Malatesta. Si Recanati se les rebeló para acoger a Blasco, los Malatesta se fortalecieron aliándose con dos tiranos viles como pocos: su antiguo enemigo Mogliano, ya traidor al generoso cardenal, y Francisco Ordelaffi, reo de crímenes como el martirio en Forlì de los catorce curas fieles a la Iglesia. Con mil quinientos jinetes de la Gran Compañía fueron al asalto y saqueo de Recanati; pero ya Albornoz —desoyendo al pontífice— la tenía fortificada. En el despecho de los agresores, Galeoto Malatesta, célebre por su valentía, lo retó a singular combate. Don Gil repuso: “Pues heme aquí, justo en el campo; aquí lo quiero a él, de hombre a hombre [...]”. Extrañamente, Galeoto se arredró con súbita flaqueza que los del cardenal tuvieron por presagio de derrota. Y así fue, aunque no porque el coraje le faltara: cuando cayó herido y preso en la batalla de Paderno (29 de abril de 1355), el poderío de los Malatesta tuvo fin. Vieron rebelárseles Áscoli, Macerata, Savignano, Verucchio... Abandonados de todos, expuestos a venganzas de antiguos adversarios, acudieron a reconciliarse con la Iglesia. Pésaro, Fano, Ancona... Toda la Marca volvió al gobierno pontificio con conmovedores testimonios de gratitud al legado y su capitán Blasco de Belvis. De nuevo Albornoz supo mostrarse generoso, y esta vez con más acierto que nunca. Los Malatesta iban a jugarse la vida por él en incontables ocasiones. Otro tirano convertido en fiel suyo fue el de Bolonia, Juan de Oleggio. Sobrino espurio del cardenal Visconti, por cuya cuenta gobernaba la ciudad, a la muerte del purpurado milanés se rebeló a los sobrinos legítimos que pretendían heredarla. Cuando éstos le hicieron guerra, aprovechó don Gil para ofrecerle amparo y obtuvo su renuncia a Bolonia. Pero así se enfrentaba a Bernabé Visconti, aliado del emperador, deudo del rey francés, dueño por compra de muchas voluntades en el entorno del pontífice. Y el astuto tirano de Milán supo cómo poner fin a los poderes del legado: la curia de Aviñón le era obedientísima, si no barata. Por breve de 28 de febrero de 1357, el Papa anuncia al cardenal obispo de Santa Sabina (título de Albornoz desde mediados de diciembre de 1355) que el abad cluniacense Androin de la Roche va a su encuentro como Nuncio Apostólico con graves instrucciones. Más bien empieza el nuncio por presentarse en Milán al señor artífice de su encumbramiento; de allí va a Bolonia, donde no consigue que Oleggio la entregue a Visconti en vez de al legado, por lo que lo excomulga y pone la ciudad en entredicho; al fin ve a Albornoz en Faenza para dictarle otra política según los designios visconteos. Como era previsible, el cardenal renuncia: el Papa otorgará la legacía al monje cluniacense, Bolonia a Bernabé. Pero en vísperas de la sustitución, don Gil convoca en Fano un urgente Parlamento General de todas las provincias de la Iglesia y dicta los seis libros conocidos después por su nombre (latín Aegidius, italiano Egidio) como Constituciones Egidianas, cuya vigencia durante casi medio milenio no tiene igual en la historia del constitucionalismo. Inicialmente concebidas para Las Marcas, a toda prisa se mudan en escudo jurídico común contra el inminente retorno de los tiranos socios de Visconti: nulidad de tributos no autorizados por dos tercios del Parlamento, prohibición de detenciones extrajudiciales, procesamiento de oficio del poderoso que dañe al humilde (no a la inversa), excomunión de inquisidores prevaricadores, etc. El día 30 de abril, tercero y en principio último del Parlamento, lo suspenden los gritos de Cesena que pide socorro. Quizá a ese efecto había enviado Bernabé Visconti la Gran Compañía en ayuda del sacrílego Ordelaffi, usurpador de aquella ciudad que se le amotinaba al grito de “¡Viva la Iglesia!”. Nadie podía liberarla sino el legado renunciante. Pero Albornoz envió socorros urgentes y concluyó a tiempo las Constituciones (3 de mayo de 1357: fue depuesto el 6); después con tropas y bombardas liberó Cesena y aún Bertinoro. Postrer triunfo épico que fue su despedida. Hasta Aviñón (22 de octubre) lo escoltaron el Malatesta príncipe y otros grandes señores. En cuatro años, Gil de Albornoz había puesto en paz y en poder de la Iglesia, salvo Forlí y Forlimpópoli, todos los Estados Pontificios. Androin de la Roche iba a desbaratar su obra en meses para caos de Italia. Allí seguiría malversando caudales hasta que la denuncia del tesorero general le obligara a rendir dudosas cuentas. En su justificación achaca el desastre político notorio a ser él mero “fraile y abad [...] de escaso entendimiento” y propone por las buenas que lo arregle Albornoz, “a quien Dios reservó el mérito de remediarlo para más alabanza y mayor cúmulo de su gloria”. Porque el Papa ha decidido (bula de 18 de septiembre de 1358) que don Gil deje la Penitenciaría y reconquiste de nuevo sus Estados. Y él obedece como ya hizo cinco años antes. Esta vez la legacía lo llevó directamente a Florencia y sus banqueros. En junio ya estaba en Bertinoro para dirigir la toma simultánea de Forlí y Forlimpópoli. Pronto Francisco Ordelaffi se puso de rodillas en la plaza de Faenza pidiéndole perdón de sus innumerables crímenes. Don Gil tuvo a bien absolverlos, levantarle la excomunión, restituirle los honores de la caballería y concederle una renta anual que le permitiera residir dignamente en Forlimpópoli (17 de julio de 1359); eso sí, a los curas fautores del tirano los mandó a la cárcel. Después hubo investidura de caballeros y gran fiesta popular. Diríase reconciliación plena gracias a la desmedida generosidad del legado que perdonara a aquella gente dos décadas de delitos atroces. Más tarde, al pasar don Gil junto a los muros de Forlimpópoli con su escolta, desde dentro les arrojaron “scopas [¿bombas?] sive bombardas”. El castigo se redujo a quitarles la sede episcopal y demoler su palacio: advertencia dolorosa para los lugareños pero no instructiva, como pronto se vio. Al parecer, la traición era obra de Ordelaffi y su pervertido pueblo a impulsos de Visconti, siempre codicioso de Bolonia. Oleggio, lejos de cedérsela, seguía conservándola para Albornoz pese a todo. Visconti recurrió de nuevo a la curia aviñonense, y el asediado pontífice llegó a escribir en un día tres cartas contradictorias a don Gil —prohíbe la primera la ayuda militar a Oleggio que secretamente permite la segunda y casi aplaude la última...— para desdecirse de las tres con el envío de un nuncio (Grimoard, luego papa Urbano V) que llegó tarde: las tropas de la Iglesia ya habían entrado en la ciudad (15 de marzo de 1360). Se hizo cargo de ella Blasco de Belvis; Oleggio había sido nombrado marqués vitalicio de Fermo por Albornoz. No quiso éste entrar mientras Bolonia no aceptara libremente el dominio de la Iglesia. Dictaminaron a favor los grandes jurisconsultos bononienses, lo propuso el Consejo de Ancianos y Cónsules y lo aprobó entusiasta el Consejo General del Pueblo. La furia de Visconti no tuvo límite. Aún seguían en Aviñón los embajadores de Bolonia que fueron a llevarle al Papa las llaves de la ciudad —y la curia tanteaba cuánto estaría dispuesto a pagar por ella el milanés— cuando atacó Forlí: cómplices internos dieron entrada a sus tropas, pero el pueblo las puso en fuga y ahorcó a los traidores. De allí pasaron al sanguinario saqueo general de la Romaña; en las Marcas conquistaron varios castillos. Don Gil envió a Galeoto Malatesta —el del reto— con cuantas huestes pudo reunir a propia costa. Proclamó el pontífice la Cruzada de la Cristiandad contra Bernabé, lo que da idea de su poderío: del emperador abajo se desentendieron todos salvo Luis de Hungría, que ordenó a sus súbditos abandonar las filas de Visconti y acudir a la defensa de Bolonia, ya sitiada por él. Entonces, para indescriptible júbilo de los boloñeses, hizo solemne ingreso en la ciudad Gil de Albornoz con sus heroicos capitanes y grandes provisiones el 28 de octubre. De inmediato instruyó milicias, revisó las armas y asumió el mando de la defensa. Si la superioridad del ejército visconteo era abrumadora, aún empeoraron las perspectivas de los sitiados. Florencia, Siena, Perusa y Arezzo desoyeron sus patéticas peticiones de socorro; fallido el intento de contar con el de Austria y rotos los tratos con Luis de Hungría por orden de Aviñón, se supo que Ordelaffi, aliado a Bernabé, atacaba Rímini para agravar el asedio ya insufrible de Bolonia. Albornoz hizo un viaje a Hungría del que nada se sabe, pero que animó a sus enemigos. Puede imaginarse la desolación de la ciudad cuando también Galeoto Malatesta la abandonó con ochocientos jinetes (10 de junio de 1361) tras entenderse con Bizzozero, capitán de las tropas enemigas, haciéndole ver que su patria era justamente Rímini, no la indefendible Bolonia condenada a rendirse si Albornoz perdía aquella otra batalla. Bizzozero lo dejó partir sin hostigarlo, pero secretamente envió mil quinientos jinetes en ayuda de Ordelaffi. En el Consejo boloñés la denuncia exasperada de la traición tuvo por respuesta del podestà Fernando González de Tamayo la cárcel para todos, sin más explicaciones. Los liberó la noche en que el secreto ya no fue útil ni posible: al amparo de la oscuridad, con sigilo sumo, Galeoto Malatesta estaba entrando con dobladas tropas, y la ciudad debía disponerse al punto en orden de combate. Al amanecer atacó con denuedo a sus confiados sitiadores en San Rufilo (20 de junio). Aunque la batalla fue durísima —allí cayó muerto el burgalés González de Tamayo, heridos los Malatesta, Gome de Albornoz, Pedro Farnesio...—, Bolonia obtuvo una victoria tan completa como inimaginable sin la dramaturgia bélica de Albornoz. Siguieron grandes labores pacificadoras y constructivas como el castillo de Espoleto o el de Forlimpópoli, ciudad degradada a villa cuyos naturales, reos de nuevas traiciones en daño de las aldeas indefensas del entorno, se dispersaron tras la demolición de su muralla. Albornoz se aplicaba a promover una gran federación de estados italianos garante de la paz frente a las compañías de ventura y las agresiones visconteas. El nuevo papa Urbano V le dio inicial impulso condenando a Bernabé como hereje, cismático y maldito (3 de marzo de 1363). Don Gil juntó un ejército de nobles italianos dispuestos a luchar no por soldadas, sino por ideales. Entre sus muchas victorias, prima la de Solara contra los mercenarios tudescos de Bernabé, donde Garcí de Albornoz (6 de abril), muy joven y querido sobrino del cardenal, perdió la vida. Pero el derrotado Visconti, gracias al apoyo del rey francés, logró seducir al pontífice con la quimera de una cruzada contra el turco... previa paz entre los príncipes cristianos: único estorbo de tal empresa sería el belicoso Albornoz. Fue depuesto en la legacía de los Estados que codiciaba el milanés y sustituido por su servil Androin de La Roche (13 de diciembre). A éste, ahora cardenal, le faltó tiempo para adjudicarle Bolonia, que con tanto sacrificio lo había derrotado en aras de la Iglesia, y ceder Forlí al sacrílego Ordelaffi. Quiso Albornoz no asistir a las represalias, pero no obtuvo licencia para irse. Incansablemente abogó ante el Papa por sus leales en peligro y las sedes italianas convertidas en botín de rapaces clérigos franceses. Por testamento dictado en Ancona (29 de septiembre de 1364) don Gil instituye el Colegio de España, su heredero universal, cuya construcción en Bolonia comienza de inmediato. El cardenal dejó establecido que la adquisición de propiedades y rentas para el futuro colegio y la supervisión de las obras corriesen a cargo de su sobrino Fernando Álvarez de Albornoz y de Alfonso Fernández, tesorero del cabildo catedralicio de Toledo. El proyecto del colegio estaba ya elaborado el 5 de abril de 1365, cuando se firmó el contrato para el inicio de las obras con los maestros constructores, que debían sujetarse a una traza y estructura establecidas por el propio cardenal, y a las instrucciones de éste, de sus representantes –Fernando Álvarez y Alfonso Fernández– y del ingegnerius o arquitecto principal Matteo Gattapone da Gubbio. De este modo a fines de 1367 las obras del edificio colegial se encontraban ya muy avanzadas, lo que permitió que en 1368 llegase el primer grupo de colegiales hispanos, siendo Álvaro Martínez su primer rector. Fernando Álvarez permaneció en Italia hasta septiembre de 1372, como ejecutor testamentario de su tío el cardenal, entregado a la puesta en marcha del Colegio. Vivo y prestigioso hasta hoy, es la más antigua institución propiamente hispánica y el único supérstite en toda la Europa continental de los colegios universitarios medievales.La importancia artística y cultural de Gil de Albornoz se materializó también en la construcción o restauración de numerosos palacios y fortalezas –por ejemplo Spoleto, Ancona, Orvieto, Asís o Viterbo– en los territorios de los Estados pontificios durante sus dos legaciones en Italia. A ello hay que sumar el acondicionamiento y la decoración pictórica, a cargo de Andrea de Bartoli, de su provisional capilla funeraria de Santa Catalina en la basílica inferior de San Francisco, en Asís, y, finalmente, la capilla de San Ildefonso en la catedral de Toledo, iniciada durante su etapa de arzobispo en la sede primada y donde descansarían definitivamente sus restos. En 1366 se halla en Nápoles realizando para la reina Juana muy trascendentes tareas diplomáticas, jurídicas y económicas cuando estremece a Italia entera la Compañía de San Jorge, monstruo recién compuesto con italianos, ingleses y alemanes por Bernabé Visconti que extorsiona a Siena, aniquila pueblos del Patrimonio sin excluir de la matanza a mujeres ni a niños y se dirige a Roma. Don Gil deja apresuradamente Nápoles mientras Urbano V fulmina la más terrible excomunión y maldición de los asesinos y sus cómplices. También solicita de los Estados italianos que se confederen contra el enemigo, aunque uno de sus dos legados se oponga. En efecto, el aludido de La Roche se opuso y negó la ayuda de sus milicias pese a las órdenes y amenazas del pontífice; pero algunas tropas tenía Albornoz, aunque no comparables, y fue a la guerra. Si no pudo reconstruir la Italia confederada por la paz que promoviera antaño, sí logró romper la Compañía en fragmentos vencibles o comprables. Asegurado el territorio, Urbano V hizo suyo el gran sueño de don Gil —para alentarlo estaba en Aviñón su sobrino Gome— y anunció solemnemente el 20 de julio el retorno del Papado a Roma. El 4 de junio de 1367 desembarcaba el pontífice en Corneto y retrocedía el gentío para que ante él pudiera arrodillarse a solas Gil [Álvarez] de Albornoz. Hasta aquella nave era obra suya, como el palacio papal de Viterbo al que condujo a Urbano V. Allí le entregó en un carro repleto las llaves de las ciudades y fortalezas liberadas. Tras las negociaciones de la gran liga italiana por la paz y su firma por los príncipes presentes (31 de julio), se dispuso el orden del cortejo hacia Roma: el 23 de agosto, don Gil —tarea cumplida— murió junto a Viterbo en su residencia de Belriposo. Una escolta de príncipes llevó el féretro a la basílica de Asís según su voluntad; como también dejó dicho que querría yacer en la sede toledana cuando dejase de serle hostil la Corona de Castilla, a la muerte de Pedro I el Cruel partió de Asís el cortejo fúnebre quizá más largo de la historia llevándolo siempre a hombros, sin apoyarlo en tierra hasta la catedral de Toledo. “El más genial estadista que tuvo nunca asiento en el colegio cardenalicio” (Gregorovius) está allí enterrado en la capilla que él mismo erigiera a san Ildefonso. Al pie de su sepultura tiene ahora la muy humilde del cardenal Marcelo González, a más de las flores siempre frescas de su Colegio de España. Obras de ~: Historia de conflictu dato saracenis [...], s. l., 1340, ms., Venecia, Biblioteca Nazionale Marciana, cod. marc. Lat. XIV, 264 (=4296), fol. 41v.; “Reverentissimo [...] Anibaldo [...] Episcopo Tusculanensi”, s. l., 1340, en Chronicon Rothomagense, vol. I, París, Nova Bibliotheca Manuscriptorum librorum, 1657, pág. 388; Mss. varios, Bolonia, Archivo Albornociano del Colegio de España; Constitutiones Aegidiane, 1357, Jesi 1473 (reed., Venecia, 1571); “Costituzoni Egidiane” en vulgar, ms. Vat. Lat. 3939, en P. Colliva, Il Cardinale Albornoz. Lo Stato della Chiesa. Le “Constitutiones Aegidianae” (1353-1357), Bolonia, Real Colegio de España, 1977, págs. 529-722; et al., Statuta Collegii [...] en V. Beltrán de Heredia, “Primeros estatutos del Colegio Español [...]”, en Hispania Sacra, XI (1958), págs. 187-224 y 409-426, y B. M. Martí, The Spanish College at Bologna in the fourteenth century, edition and translation of its statutes, with introduction and notes, by ~, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1966; “Catecismo”, en D. W. Lomax, “El catecismo de Albornoz”, en E. Verdera y Tuells (ed. y pról.), El Cardenal Albornoz y el Colegio de España, vol. I, Bolonia, Real Colegio de España, 1972, págs. 220-225. Bibl.: R. de Bivar y G. Garzoni, Vita Aegidii [...], 1506 (Biblioteca Comunale de Ímola, ms. 84, St. A2, scaff. A, 4, 10); J. G. de Sepúlveda, Liber gestorum Aegidii Albornotii: cum descriptione Collegii Hispani Bononiae [...] Bolonia, Hieronymum de Benedictis, 1521 (reed., Historia de bello... Bolonia, 1559 y 1628; Historia de los hechos [...], trad. por A. Vela, Toledo, 1566); B. Porreño, Vida y hechos hazañosos del Gran Cardenal Don Gil de Albornoz, Arçobispo de Toledo, Cuenca, Domingo de la Iglesia, 1621; F. Gregorovius, Geschichte der Stadt Rom im Mittelalter, vol. VI, Stuttgart, J. G. Cotta’fchen Buchhandlung, 1867, págs. 421 y ss.; “Crónica del Rey Don Alfonso el onceno”, en C. Rosell (ed.), Crónicas de los reyes de Castilla: desde don Alfonso el Sabio, hasta los Católicos don Fernando y doña Isabel, Madrid, M. Rivadeneyra, 1875 (Biblioteca de Autores Españoles, 66); J. Wurm, Cardinal Albornoz, der zweite Begründer des Kirchenstaates, Paderborn, Junfermann [A. Pape], 1892; F. Filippini, “La prima legazione del Cardinale Albornoz [...]”, en Studi storici (Livorno), vol. V (1896); “La II.ª legazione [...]”, en Studi storici, vols. XII-XIII, Pisa, 1903; V. Aloisi, “Sulla formazione storica del liber constitutionum sancte matris Eclesiae”, en Atti e memorie della R. Deputazione di Storia patria per le provincie delle Marche, Ancona, 1904-1908, vol. I, págs. 317-369 y 393-421; vol. II, págs. 369-421; vol. III, págs. 307-330; vol. IV, 129-167; vol. V, págs. 261-310; C. Eubel, Hierarchia Catholica Medii Aevi sive Summorum Pontificum, S.R.E. 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Planeta de simios. |
El planeta de los simios es una novela distópica y ciencia ficción escrita por escritor francés Pierre Boulle, publicada por primera vez en Paris, en idioma francés por la editorial Julliard en 1963. Argumento. Phyllis y Jinn encuentran una carta en una botella durante un viaje interestelar. Se trata de un reportaje del periodista Ulysse Mérou, quien describe su viaje,con el profesor Antelle y el joven científico Arthur Levain. Viajan desde el planeta Tierra a casi la velocidad de la luz hasta sistema planetario de Betelgeuse, donde encuentran un planeta muy similar a la Tierra y deciden llamarlo Soror (hermana en latín). Deciden aterrizar en él en un modulo espacial para explorarlo. Mientras exploran la zona, encuentran huellas humanas. Parecen ser las de una mujer que conocieron más tarde mientras se bañaban en un río. Curiosamente, no puede hablar y está desnuda. Mérou la llama Nova (del latín "nueva" ). Cuando él le sonríe, ella desaparece. Al día siguiente, planean volver a encontrarse con Nova, así que repiten el baño. Esta vez, aparece un grupo entero de humanos desnudos, incluyendo a Nova. Cuando Mérou y sus camaradas se ponen la ropa de nuevo, algunos de los salvajes huyen, como si les tuvieran miedo. Otros, sin embargo, quieren atacarlos, pero temen a sus armas. Los salvajes destrozan todas sus pertenencias, e incluso la capsula espacial queda destrozado. Temprano a la mañana siguiente, aparecen simios, vestidos y comportándose como humanos terrestres, cazan a los humanos y matan a muchos. Los cazadores son gorilas, y los chimpancés sirven como ayudantes de caza. Mérou es capturado y encerrado en una jaula. Los gorilas se toman fotos con los humanos muertos durante la cacería, y Mérou reconoce uno de los cuerpos como el de Levain. No hay rastro del profesor Antelle, su otro compañero. Inicialmente, Mérou asumió que los simios servían a una raza similar a la humana, pero pronto se da cuenta de que los simios son los gobernantes de este mundo. Poseen una tecnología similar a la de la Tierra en 1960. Consideran a los humanos como animales y los tratan como tales. Los simios llevan a Mérou a un laboratorio de investigación del comportamiento y descubren que parece ser mucho más inteligente que los demás humanos. Los gorilas realizan pruebas en los humanos en el laboratorio que recuerdan a los experimentos con animales de Pavlov en la Tierra. Mérou hace todo lo posible para demostrar su inteligencia. Sus intentos de hablar con los simios fracasan debido a la falta de un idioma común. Sin embargo, los simios están muy sorprendidos por su comportamiento. La jefa del laboratorio es una zoóloga llamada Zira. Ella y su prometido Cornélius son chimpancés y están muy interesados en él. Zaius, un respetado orangután, es el director del instituto y, por lo tanto, el superior de Zira. Él y su secretaria van a ver al extraño Mérou. Mérou intenta demostrar en las pruebas de inteligencia que no es un animal, sino un ser pensante. Zaius, sin embargo, ve esto como un mero comportamiento entrenado, como el observado en los animales en la Tierra. Cuando los humanos cautivos son emparejados, Mérou está feliz de reunirse con Nova. Durante una visita, Mérou le roba a Zira el cuaderno y el bolígrafo y dibuja a Nova. Zira, impresionada, le devuelve el cuaderno. Mérou le muestra que conoce el teorema de Pitágoras . También dibuja un diagrama de nuestro sistema solar y le explica que viene de la Tierra. Con el tiempo, aprende el idioma de los simios gracias a ella y puede aprender más sobre su sociedad a través de los libros. Zira lo apoyaba y le permitía salir del instituto, para visitar la ciudad, sin embargo, debe salir desnudo con una cadena y collar como una mascota También encuentra a su camarada Antelle en un circo. Sin embargo, Antelle ha perdido la capacidad de hablar y pensar con lógica. Se comporta como un Soror humano. Finalmente, durante una conferencia científica donde se supone que debe mostrarse como un ser particularmente dócil, Mérou demuestra su inteligencia al público pronunciando un discurso en el idioma de los simios y se hace famoso. En el discurso, revela sus orígenes terrestres y se culpa por no haber sido reconocido inmediatamente como un ser inteligente. Quiere establecer contacto con la gente de la Tierra para asegurar una cooperación exitosa con los simios de Soror. Cornélius, quien preparó a Mérou para la conferencia, se convierte en el nuevo director del instituto después de que Zaius, quien comparó los discursos de Mérou con un loro que repite palabras, fuera transferido a otro puesto. Tras unos meses, aprendió mucho sobre este planeta. La tecnología y la cultura parecieron desarrollarse con extrema lentitud o incluso estancarse durante mucho tiempo. Pero el punto de partida de su civilización parecía ser un gran logro, no de la nada. Los avances tecnológicos actuales no eran mucho mayores que el punto de partida original. Pero tras visitar las ruinas de la antigua ciudad, Ulises y Cornelio descubrieron algo muy importante, completamente diferente de las teorías sobre los ancestros de los simios en este planeta. Según la teoría de la evolución de este planeta, el árbol evolutivo es como un diagrama que muestra el proceso de desarrollo del mundo animal y vegetal en la Tierra. Sin embargo, al llegar a la especie humana, se detiene, mientras que el árbol principal continúa creciendo, dando origen a los monos prehistóricos y finalmente alcanzando los tres puntos de transición de desarrollo, que incluyen las tres especies que dominan juntas en este planeta: orangutanes, monos y simios. El razonamiento de los residentes aquí es que el cerebro del mono se ha desarrollado para ser cada vez más organizado y complejo, porque puede usar las cuatro extremidades y siempre se acerca y convive con el mundo en las tres dimensiones, mientras que el cerebro humano no ha cambiado mucho porque solo usa dos extremidades, limita el espacio de acceso y no tiene voz, un factor importante para promover el desarrollo del cerebro . Esta teoría se ha creído firmemente durante años, pero el descubrimiento de una muñeca en las ruinas de una ciudad antigua demuestra lo contrario. Esta muñeca viste camisa, falda y ropa interior como otro bebe mono del planeta (lo cual es importante porque no existe el concepto de que los humanos usen ropa) y, aún más importante, puede pronunciar la palabra "papá", que es humana (en este caso, francesa), y también la palabra que los monos usan para "papá". También descubrieron una gran área de huesos humanos dispuestos de forma ordenada, similar a un cementerio de simios. Tras descubrir lo interesante mencionado, Cornelius investigó más a fondo para esclarecer el origen de los monos. Instalando un dispositivo con efecto de corriente eléctrica que despertaba no solo su propia memoria de un humano, sino también la de la especie, profundamente grabada en ella, logró que dos personas, un hombre y una mujer, mientras dormían anestesiados, contaran todo lo que les había impresionado durante miles años. Hablaron con voces diferentes, de viejos y jóvenes, a veces como ama de casa, a veces como maestra, a veces como domadora, etc., Según lo relatado los humanos habían inventado muchos medios técnicos modernos, dejando el trabajo simple a las máquinas y a los monos, pero se volvieron cada vez más perezosa para el trabajo y pensar,en todos dependían de los monos, al final fueron reemplazados por ellos, y evolucionaron, se trasformaron en animales salvajes o domesticados. Ulysse tampoco olvidó visitar al profesor Antelle en el zoológico. Pero lo triste es que, tras un tiempo viviendo en la misma jaula con otros humanos, sin luchar, sin protegerse ni imponerse, fue domesticado y mostró el mismo comportamiento que los humanos salvajes. No reconoció a Ulysse, lo miró con ojos inexpresivos y continuó con sus reacciones incondicionales en los experimentos con monos. Ulysse lo intentó todo, pero no pudo devolverle su naturaleza original de profesor excepcional. Durante este tiempo, Nova, la chica que había estado encerrada en la misma jaula que Ulysse desde su captura, quedó embarazada de él y estaba a punto de dar a luz. La encerraron por separado para que la cuidaran. Nova da a luz a un hijo de Mérou llamado Sirius, quien parece tener la inteligencia normal de un terrícola. Los simios temen que este bebé represente el comienzo de una nueva raza humana que volverá a oprimir a los simios. Por lo tanto, Zira y Cornélius deciden ayudar a Mérou, Nova y al bebé. Logran transportar a los tres humanos a un satélite como sujetos de prueba. Los sujetos de prueba se identifican como Mérou, Nova y Sirius para que su escape pase desapercibido, para los simios, todos los humanos parecen iguales. Usando el satélite, se acoplan a la nave espacial abandonada y logran volar a la Tierra. Durante el viaje, Sirius y su madre, Nova, aprenden algunas palabras en francés. Al aterrizar en la Tierra —700 años en el futuro debido a la dilatación temporal—, se llevan una sorpresa: un gorila uniformado emerge del vehículo que se dirige al lugar de aterrizaje de la segunda lanzadera. Al parecer, la Tierra ha seguido el mismo camino que Soror y ahora también está gobernada por simios inteligentes. Nova escapa a la nave. Al parecer, los tres abandonaron la Tierra de nuevo, y Mérou posteriormente escribió su informe describiendo su viaje. Al final de la novela, resulta que los dos viajeros, Phyllis y Jinn, creen que el informe periodístico es una novela creada por un mono. Son chimpancés y no creen que los humanos fueran alguna vez inteligentes, reflexivos y capaces de desarrollar una civilización y una tecnología tan avanzada. Eso se refleja en su experiencia personal, en la nave espacial tiene dos mascotas humanas adolescentes adiestrados, una hembra y varón, desnudos con collares domesticaciones electrónicos. Otras curiosidades de ‘El Planeta de los simios’ En la novela, protagonista Ulises Mérou y los demás humanos, al tratarse de animales se muestran completamente desnudos, algo que no pudo mantenerse en la adaptación cinematográfica de la novela. En el libro los simios tenían su propio idioma, que termina aprendiendo Ulises, quien a su vez enseña a Zira francés. En las películas todos hablan inglés, aunque en las últimas entregas los monos desarrollan un lenguaje alternativo de signos. Las cacerías de humanos están presentes en el libro, como actividad deportivas y científica; también aparecen en películas. Por lo descrito por Boulle están más cerca de una safari, los gorilas se dedican a matar cuantos más humanos mejor y luego se exhiben con sus trofeos. Los caballos son el medio de transporte para los simios en las películas, en la novela emplean tractores, aviones y coches. Nova (La Planète des singes)
Nova es un personaje de la novela francesa La Planète des Singes . Cuando los astronautas Ulysse Mérou , el profesor Antelle y Arthur Levain llegaron a la superficie del planeta Soror con su mascota, el chimpancé Héctor , su primer contacto con la vida humanoide en el nuevo planeta fue al descubrir la huella húmeda de una mujer junto a una piscina natural, en la que nadaban, con una cascada. El grupo postuló que la dueña de la huella había estado nadando y, al oírlo, los astronautas huyeron, o al menos eso creyeron. Una mujer humana "dorada" y desnuda apareció ante ellos en una cornisa cerca de la cima de la cascada que daba a la poza. Los tres hombres quedaron atónitos ante la belleza de la joven, especialmente Levain, cuya voz casi hizo que el nativo huyera despavorido. Para ganarse poco a poco su confianza, fingieron ignorarla y comenzaron a nadar en la poza. Al verlos nadar, la chica se interesó en sus acciones y, tras varios pasos vacilantes como un cachorro tímido, pronto se unió a ellos. La involucraron en un juego sencillo cuyas reglas inconscientemente les impuso: retozar en el agua como focas, esquivándose por poco. Mientras los hombres disfrutaban del extraño juego, Ulysse notó una característica inquietante: la mirada vacía. De hecho, carecía de emociones, expresando solo solemnidad a pesar del placer que sentía en el juego que había ideado sin palabras, emitiendo únicamente gritos guturales. Cuando Ulises intentó sonreirle para obtener una reacción, dejó de nadar de inmediato y se retiró a la orilla. Al ver que estaba asustada, Ulises reanudó su natación con la esperanza de regresar al agua a tiempo. Sin embargo, el chimpancé de la tripulación, Héctor, apareció de repente. Al verlo correr hacia sus amos humanos, Ulises lo atacó y mató al desafortunado chimpancé, huyendo después de regreso al bosque. A pesar de su participación en la muerte de la mascota, Ulises seguía fascinada con su belleza natural y la bautizó Nova , pues su belleza rivalizaba con la de las estrellas. Nova fue en parte responsable de que el trío quedara varado en las tierras salvajes de Soror. Tras huir de ellos en su primer encuentro, les comunicó la noticia de los visitantes a su padre y a la mayor parte de la tribu. Nova, con su sire y su tribu a cuestas, los condujo de vuelta al estanque donde se encontró con los desconocidos el día anterior. Allí inició el juego que había jugado con ellos en su primer encuentro. Aunque el contacto inicial con los hombres de la Tierra fue pacífico, los tres terrestres intentaron en vano establecer contacto visual con los lugareños. Más tarde intentaron medirlos en un juego, pero la tribu quedó atónita ante la demostración. Finalmente, la idiotez de tres de las mentes más brillantes de la Tierra jugando a un juego infantil tonto golpeó a los astronautas y los tres comenzaron a reír. La risa de los hombres provocó una respuesta violenta de los humanos nativos, que se exacerbó aún más cuando los tres terrestres se vistieron apresuradamente. Los tres viajeros espaciales regresaron a su cápsula espacial/lanzamiento, pero fueron alcanzados por los hombres salvajes, quienes comenzaron a desvestirlos, mientras otros subían a bordo de su nave. Se escucharon sonidos de instrumentación siendo destrozada. Los tres terrestres fueron entonces llevados a la fuerza en una larga marcha a través de la selva. Atracción La tribu de Nova arrastró a los exploradores de vuelta a su colonia, tras lo cual se dispersaron para retozar por los bosques. Nova mantenía un gran interés en los hombres extraños, en particular en Ulysse, siguiéndolos mientras exploraban la colonia, evitando su mirada cuando la observaban. Después de que el trío fuera rechazado por una familia que devoraba el cadáver de un ciervo, ella parecía dispuesta a ayudar a los hombres desamparados. Ya fuera por hambre o por consideración a los nuevos miembros de la tribu, trepó a un árbol cercano y los bañó con frutas parecidas a plátanos. Al regresar a la selva, demostró que la fruta era comestible y no protestó por compartir la comida que había recogido. Al caer la noche, el grupo comenzó a crear sus camas. Nova mostró interés en su trabajo y se animó a acercarse a Ulysse y ayudarlo a romper una rama para su siguiente nido. Esto le ganó la envidia del joven Levain, quien, al verlos interactuar tan de cerca, se enojó tanto que intentó ignorarlos y se durmió de inmediato. Nova continuó observando a Ulysse trabajar en su nido. Una vez que Ulysse terminó y se acostó, se acostó a su lado y pasó la noche con Ulysse, acurrucándose junto a él para calentarse. A la mañana siguiente, Nova despertó y encontró a su compañera de nido observándola. Cuando sus ojos se encontraron con los de Ulysse, Nova se asustó por la intensidad de su mirada, pero se resistió a huir. Logró mantener el contacto visual e incluso permitió que el hombre le tocara el hombro. Al ver a Ulysse sonreírle ampliamente, intentó imitarla y esbozar una sonrisa propia. Debido a su inusual uso de los músculos faciales, solo logró esbozar una mueca de dolor. Conmovido por este gesto, Ulysse la atrajo hacia sí, y Nova respondió rozando su nariz con la suya y luego le pasó la lengua por la mejilla. Ulysse, sorprendido por la acción, la imitó torpemente para su satisfacción. Antes de que Ulysse pudiera intentar comunicarse, un estruendo horrible, creado por simios, resonó en la selva. Al ver interrumpida su intimidad, la pareja se levantó de un salto del nido y encontró a toda la colonia despierta y aterrorizada. Después de que los ancianos de la tribu indicaran al resto de sus compañeros que corrieran en dirección contraria, Nova, como muchos de sus compañeros, siguió su instinto de huida. Antes de seguir a la manada de la tribu en pánico hacia la selva, dudó en escapar sin Ulysse, llamándolo en silencio antes de seguir al resto de su gente. Cautiverio. Nova dejó atrás a su compañero de nido y a su amigo Levain en la huida de los batidores. Sin que ella lo supiera, una partida de cazadores de simios esperaba a los refugiados para disparar a sus presas al instante. Fue una de las afortunadas que logró evitar un objetivo y cruzar el campo de tiro ilesa. Sin embargo, como tantos otros supervivientes, quedó atrapada en las redes tendidas por los cazadores. La partida de cazadores de simios destruyó a su tribu, matando o capturando a la mayoría de los hombres y mujeres. Tras ser rescatada de las redes, Nova fue arrojada a una de las jaulas con ruedas junto con otros nueve miembros de su tribu. La jaula fue transportada al pabellón de caza de simios, donde presenció cómo sus hermanos y hermanas asesinados eran exhibidos de forma macabra como trofeos para la diversión de los cazadores de gorilas y sus señoras. Nova y las demás cautivas se resignaron a ser prisioneras y dependían de los batidores para alimentarse y enriquecer sus comidas, compitiendo entre sí por trozos de fruta. Cuando los cazadores comenzaron a clasificar el botín, debido a su belleza, Nova fue marcada como un espécimen de élite y seleccionada en un grupo de apuestos cautivos. Se reunió con Ulysse, quien también fue seleccionado en la jaula. Ulysse se llenó de alegría al verla con vida, pues temía que estuviera entre las mujeres muertas a las que dispararon. Intentó abrazarla, pero ella reaccionó con miedo debido al gesto extraño, lo que obligó a Ulysse a cederle el paso. Al caer la noche, finalmente se acercó a él en busca de calor. A la mañana siguiente, Nova ya despertó antes que el periodista, y lo observó dormir en silencio, preocupándose por él al despertar de una pesadilla. Los llevaron a un pueblo de simios, donde los vendieron al Instituto de Estudios Biológicos Avanzados como sujetos de prueba para el avance de la ciencia. Nova protestó por el trato recibido cuando la enjaularon e intentó romper los barrotes de la jaula para escapar, pero se tranquilizó al darse cuenta de que estaba frente a Ulysse. El terrícola le dedicó una media sonrisa y un pequeño saludo con la mano, que ella intentó imitar torpemente. Estaba contenta de que su vecino fuera Ulysse, lanzándole miradas furtivas mientras comía. Zira, la científica chimpancé, se interesó en Ulises debido a su comportamiento inusual. Sin embargo, debido a la barrera del idioma, lo descartó como un animal más. A diferencia del resto de los cautivos, cautivados por la conversación unilateral, Nova se enfureció con la interacción. Después de que la simia se fuera, Nova se enojó tanto que le dio la espalda. Ella y Ulysse fueron sometidos a diversas pruebas de comportamiento, como condicionamiento reflejo, uso de herramientas, etc. En una de ellas, que incluía un experimento de condicionamiento clásico de Pavolv, Nova se descaradamente hizo agua la boca como un perro para recibir un plátano de Zoram y Zanam . Su súplica le permitió a Ulysse deducir qué prueba intentaban aplicarles los cuidadores. En otra serie de pruebas impulsadas por Zaïus para poner a prueba la inteligencia de Ulysse, los simios colocaron cuatro cubos y una cesta de comida suspendida en la parte superior de la jaula en cada una de las jaulas de los cautivos. Los cautivos se enfrentaron a la incomodidad de obtener sus comidas, ya que ninguno podía alcanzar las cestas incluso cuando intentaban trepar a la parte superior de sus jaulas. La solución obvia fue crear una simple escalera de bloques y usarla como andamio para trepar. Si bien Ulysse logró completarla con facilidad, Nova inicialmente no sabía cómo abordar el problema ella misma como el resto de los cautivos. Sin embargo, Ulysse repitió las acciones de cómo se apilaban los bloques para su beneficio. Nova no pudo imitar a su vecino ese día, pero finalmente intentó seguir su ejemplo a la mañana siguiente. Nova falló en el primer intento ya que apiló torpemente sus cubos, lo que provocó que se desequilibrara y se estrellara contra el suelo. El choque aterrorizó a Nova, obligándola a refugiarse en un rincón del desastre. Por compasión, Ulysse le dio fruta de su jaula, la cual Zira vio y lo acarició, causando gran molestia en Nova, quien saltó y gimió. Dos días después, Nova logró crear la escalera y recibir su comida de la cesta. Más tarde, Zaius emparejó al terrícola con la sororiana para un estudio de selectividad sexual y transfirió al primero a su jaula. Si bien el terrícola estaba contento de tener a Nova como pareja, se negó a tener relaciones con ella delante de los simios, considerándolo una humillación. En cambio, prefirió mantenerse alejado de su nueva pareja, para su incomprensión, ignorando las indicaciones verbales y físicas de los simios. Para forzar su cooperación, Zaius reemplazó a Nova como pareja designada del vecino de Ulises, mientras que una matrona ocupó su lugar en su antigua jaula con Ulises. Su futura pareja, quien al recibirla, procedió a iniciar el ritual de apareamiento. Pero antes de que su nueva pareja pudiera tocarla, fue devuelta a Ulises, quien finalmente respondió con la actitud de un hombre salvaje, lo que apoyó la tesis de Zaius de que Ulises no era más que un animal. Ambos participaron entonces en el ritual de apareamiento ante el público simio, que lo documentó detalladamente. Triángulo amoroso. Tras un mes de cautiverio con su recién adquirida pareja, ella y Ulysse se convirtieron en una pareja privilegiada, principalmente gracias a la reputación de este último como sujeto estrella en el Instituto. Ambos entraron en una etapa de satisfacción, con algunas concesiones en forma de premios que Ulysse obtenía al resolver un nuevo problema. Ulysse solía compartir estas recompensas con Nova e incluso la impresionaba con sus trucos. Viviendo en la felicidad, Nova también se acostumbró a la monotonía, que incluso el terrícola percibía en sus ojos. Esto, unido a la culpa de Ulysse y a la falta de chispa de Nova, lo incita a sentirse disgustado consigo mismo y a reanudar la comunicación con los simios. Nova sirvió de modelo para un retrato que él dibujó de ella para atraer la atención de Zira. Nova notó los esfuerzos de Ulysse por atraer la atención de Zira, el chimpancé investigador principal, en su intento de demostrar que era un ser consciente. A pesar del fracaso inicial del terrícola al demostrar que era un ser racional, Nova vio instintivamente al simio como un rival en el afecto de Ulysse y se enojó de inmediato. El resentimiento del sororiano hacia la mujer se agudizó aún más después de que Ulysse finalmente lograra demostrarle a Zira su inteligencia. Ambos se volvieron cercanos, y Ulysse se sintió atraído por la joven simio debido a su intelecto, con quien se identificaba más que con Nova, con quien su atracción era solo física. Incapaz de comprender, Nova se sintió alienada por su pareja, quien pasaba más tiempo aprendiendo de Zira y explorando el mundo simio exterior, dejándola sumida en la soledad. Estos actos provocaban celos en Nova, haciéndole resentir que la simia se interpusiera entre ellas siempre que era posible. Su constante interferencia hacía que Ulysse usara la fuerza para calmarla, y aunque a pesar de su trato siempre buscaba su perdón, era rechazada. Separación. Tras ganarse la confianza de Zira , conocer a su prometido, Cornelius , y revelar su existencia a la población simia ante el Consejo de los Simios, Mérou fue reconocido como un ser civilizado y liberado de su cautiverio. Mientras tanto, en el Instituto, la larga ausencia de Ulysse provocó que Nova se pusiera de mal humor, contagiando al resto de sus compañeros. Cuando Ulysse regresó, al igual que el resto de los cautivos, se quedó atónita al verla vestida y ser considerada igual a los simios. Ambos compartieron una triste despedida, que terminó cuando Ulysse le ofreció un terrón de azúcar por su comportamiento tranquilo antes de partir para unirse a las festividades simias. Lecciones. Si bien el decreto del Consejo liberó a la terrícola, condenó a Nova a una existencia solitaria. Desde la emancipación de Ulysse, Zira se había abstenido de darle otra pareja por respeto a la terrícola. Ulysse continuó interactuando con ella, pero debido a su dignidad humana y a su condición animal, mantuvo su antigua relación a distancia, incapaz de verla como una «mujer». A lo largo de la novela, Ulysse ha intentado sacar a los hombres sororianos de su estado bestial. Lamentablemente, ninguno tenía el impulso para comprometerse. Tuvo un éxito parcial con su expareja, gracias al apego emocional de Nova hacia él desde el principio y a su disposición a complacerlo en sus lecciones. Su diligencia en los estudios llega al punto de iniciar las lecciones antes de que Ulysse las dé. Maternidad El primer paso de Nova para recuperar la sensibilidad perdida de su especie se hace evidente cuando queda embarazada de Ulysse tras su unión tras los meses de cautiverio. Zira descubrió su embarazo y la recluyó en un centro de aislamiento para evitar la atención pública. Irónicamente, se encontró bajo el cuidado de Zira, su rival por los sentimientos de Ulysse. El embarazo de Nova impulsó a Ulysse a visitar su celda, compartiendo un tierno momento de amor entre ellos, lo que le permitió interactuar con ella con más frecuencia. Se observó que su condición le había dado una personalidad y una dignidad que no mostraba antes de interactuar con Ulysse. Durante su desarrollo, Nova luchó por reprimir su bestialidad innata y abrazar su lado maternal. Su compañero notó que sus ojos habían adquirido una nueva intensidad. Continuó siendo una estudiante dedicada, repitiendo siempre las pocas palabras que aprendía. A Ulysse le complacía su progreso, aunque le entristecía la rapidez con la que se le escapaba la chispa de la racionalidad cuando devoraba una golosina. Tras el nacimiento de su hijo, bautizado como Sirius , su fugaz destello de inteligencia se transformó en un resplandor radiante. Reconoció que su hijo era una maravilla, pues lloraba en lugar de gemir. Además, presentía innatamente que su familia corría peligro y que los simios la animosidad los acosaban. Reconocimiento A pesar de su mentalidad animal, su mayor autoconciencia hace que Ulysse la reconozca como mujer y la acepte como su esposa, lo que cambia drásticamente su relación. En varias ocasiones, Ulysse se volvió más considerado con Nova. Como cuando conoció a otras mujeres sometidas a experimentos con simios: una joven madre despojada de su mente, incapaz de reconocer a su propio hijo, sintió compasión por Nova y su embarazo. Otro, cuando vio a una joven cuya apariencia le recordaba a su esposa. Al presenciar su cuerpo siendo violado por continuas descargas eléctricas y la indiferencia de los simios ante su condición, salió en su defensa. Otro punto en la evolución del personaje de Nova fue que logró liberar su rencor hacia Zira, llegando incluso a confiar en ella para que tocara a su hijo. Nova y su nueva familia. Huida Debido a su cercanía con Ulises y a ser la madre de Sirio, Nova era considerada una amenaza para los simios. La amenaza de una nueva raza de seres humanos inteligentes fue el catalizador que obligó a la familia a regresar a la nave espacial de Mérou y a la Tierra. Para lograrlo, los simios aliados de Ulises organizaron el lanzamiento de una nave espacial tripulada por una familia de tres personas: un hombre, una mujer y un niño. La mujer que viajaría en la nave ocupó el lugar de Nova en el Instituto, mientras que esta última la reemplazó a bordo de la cápsula espacial junto con su hijo y su esposo. Tras el apacible viaje espacial de la familia, la educación de Nova como mujer continuaría con la ayuda de su "esposo" y su hijo. Inicialmente, solo podía comunicarse con su pareja mediante gestos, pero para cuando la familia llegó a la Tierra, la maternidad y el matrimonio de Nova la habían transformado de un animal salvaje a un ser racional, ahora capaz de hablar y expresar emociones. Sin embargo, la visita de Nova a la Tierra fue breve, ya que la familia descubrió que el paso de los siglos había provocado que los simios se apoderaran también de ese planeta, obligándolos a huir de nuevo y vagar por el espacio. Personalidad y rasgos. Descrita con el cuerpo de una diosa, Nova es una joven de piel dorada, alta pero no excesivamente alta, y esbelta. Si bien muchas mujeres de la tribu eran hermosas, Ulises admitió que ninguna rivalizaba con su esplendor. Como la mayoría de su tribu, era ágil y se adaptaba a la vida en la maleza de la selva. Era lo suficientemente fuerte como para estrangular a un mono con las manos y trepar a un árbol fácilmente con los muslos. Además de sus características físicas, Ulysse describe a Nova como una persona excepcional, ya que ha demostrado notables habilidades cognitivas y lingüísticas, quizás superadas solo por él. Antes de su cautiverio, la joven mostraba una vena curiosa, demostrada en su constante interacción con los hombres de la Tierra a pesar de su extrañeza. Demostró entusiasmo al aprender a expresar emociones genuinas (logrando una mueca al imitar la sonrisa de Ulises) y, con el tiempo, aprendió a sonreír y a llorar. Durante su estancia en el Instituto, demostró su capacidad para resolver problemas complejos (creó una escalera improvisada siguiendo el ejemplo del terrícola en dos días). Además, bajo la tutela de Ulysse, logró poseer un vocabulario de cuatro palabras. Nova fue un ejemplo del potencial y la esperanza para que todos los hombres de Soror superaran su bestialidad y recuperaran su sensibilidad. Nova siente un gran cariño por Ulysse, y lo eligió desde el principio como su compañero en la naturaleza, compartiendo brevemente un nido con él en su primera noche en Soror. Cuando la ciencia los asignó como compañeros, ella le permaneció fiel a pesar de todas las dificultades. Esa lealtad y dedicación inevitablemente le permitieron ascender del estado primitivo a la condición de mujer. Como todos los de su especie en Soror, sentía un miedo y odio innatos por los simios y no dudaba en matar a uno si se le presentaba la oportunidad. Con el tiempo, su desconfianza hacia al menos un simio disminuyó durante su cautiverio. Aunque adquirió consciencia, su miedo a los simios persistió, como se demostró al llegar a la Tierra, gobernada por los simios, y huyó inmediatamente a la lanzadera de su esposo.
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