Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

domingo, 10 de febrero de 2013

135).-El Alma de la Toga (IV): LA MORAL DEL ABOGADO.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Paula Flores Vargas;Ana Karina González Huenchuñir; Soledad García Nannig;

Magistrada Ivette  Moutguett

5 LA MORAL DEL ABOGADO.

¿He aquí el magno, el dramático problema! ¿Cuales son el peso y el alcance de la ética en nuestro ministerio?¿En que punto nuestra libertad de juicio y de conciencia ha de quedar constreñida por esos imperativos indefinidos, inconsútiles, sin titulo ni  sanción y que, sin embargo, son el eje del mundo?
Alaguen teme que exista profesiones caracterizadas por una inmoralidad intrínseca e inevitable, y que, en tal supuesto, la nuestra fuere la profesión tipo. Paréceme más  justo opinar, en contrario, que nuestro oficio es el de más alambicado fundamento moral, si bien reconociendo que ese concepto está vulgarmente prostituido y que los Abogados mismos integran buena parte del vulgo corruptor, por su conducta depravada o simplemente descuidada.  
Suele sostenerse que la condicion predominante de la Abogacía es el ingenio. El muchacho listo es la más común simiente de Abogado, porque se presume que su misión  es defender con igual desenfado el pro que el contra y, a fuerza de agilidad mental, hacer ver lo blanco negro.  Si la Abogacía fuera eso, no habría menester que pudiese igualar en vileza. Incendiar, falsificar, robar y asesinar serían pecadillos veniales si se les comparaba con aquel encanallamiento; la prostitución pública resultaría sublimada en el parangón, pues al cabo, la mujer que vende su cuerpo puede ampararse en la protesta de su alma, mientras que el Abogado vendería el alma  para nutrir el cuerpo.
Por fortuna, ocurre todo lo contrario. La Abogacía no se cimienta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia. Ésa es la piedra angular, lo demás, con ser muy interesante, tiene carácter adjetivos y secundarios.

Aceptar o no una causa.

Despréndese de ahí que el momento crítico para la ética abogacil en el de aceptar o repeler el asunto. En lo más o menos tupido del cerneder van comprometidos la paz social, el prestigio personal y hasta la rendición de cuentas en la Eternidad.
¿Puede aceptarse la defensa de un asunto que a nuestros ojos sea infame? Claro es que no. el planteamiento de la cuestión parecería un insulto si no lo justificase la observación de la vida. Sin ser generales, ni demasiado numerosos, bien vemos los casos en que, a sabiendas, un Letrado acepta la defensa de cuestiones que su convicción repugna. Un día es el crimen inmundo que se patrocina para darse a conocer  y para llegar a paladear lo que llama un escritor francés "ese honor  particularmente  embriagador para un Abogado, que consiste en el favor de los grandes criminales "; otro, es la reclamación disparatada que se plantea para conseguir una tradición, otro, es la serie de incidentes enredosos que se promueven con el objeto exclusivo de engrosar  unos honorarios... 
Por bochornoso que sea reconocerlo. ¿habrá quien niegue que esos ejemplos se dan?
Apartémoslos como  excepcionales y vengamos a los más ordinarios, que, por lo mismo, son los más delicados y vidriosos.

 Primero.-Duda sobre la moralidad intrínseca del negocio- 

El problema es sencillo de resolver. Como la responsabilidad es nuestra, a nuestro criterio hemos de atenernos y sólo por él nos hemos de guiar. Malo será que erremos y defendamos como moral lo que no lo es; pero si nos hemos equivocado de buena fe, podemos estar tranquilos. 
Advíertase que he confiado la solución del conflicto al criterio y no al estudio. Quien busca en los libros el aquietamiento de la conciencia, suele ir hipócritamente a cohonestar la indelicadeza para beneficio del interés. 
Aquella sensación de la justicia a que me he referido en otro capítulo es norma preferible, para la propia satisfacción, a los dictámenes de los mas sabios glosadores y exégetas,  
      
Segundo.-Pugna entre la moral y la ley.

Empiezo por creer que no es tan frecuente como suele suponerse. Cuando en verdad y serenamente descubrimos un claro aspecto moral en un problema, raro ha de ser que, con más o menos trabajo, no encontremos para él fórmula amparadora en las leyes. Si no la hallamos, debemos revisar nuestro juicio anterior, porque sería muy fácil que el caso no fuese tan claro moralmente como nos lo habíamos figurado. Pero si, a pesar de todo, la  antinomia subsiste, debemos resolverla en el sentido que la moral nos marque y pelear contra la ley injusta, o inadecuada o arcaica.
Propugnar lo que creemos justos y vulnerar el Derecho positivo es una noble obligación en el Letrado, porque así no solo sirve al bien en un caso preciso, sino que contribuye a la evolución y al mejoramiento de una deficiente situación legal. Para el Juez, como para cualquier autoridad pública, es para quien puede ser arduo y comprometedor desdeñar la regla escrita; y así y todo, ya vemos que día los Tribunales son más de equidad y menos de Derecho.      

Tercero.-Moralidad de la causa e inmoralidad de los medios inevitables para sostenerla.

Es éste in conflicto frecuentísimo... y doloroso; pero su solución también se muestra clara. Hay que servir el fin bueno aunque sea con los medios malos. 
Por ejemplo, ocultar la falta de una madre para que no afrente a sus hijos; dilatar el curso del litigio hasta que ocurra un suceso, o se encuentre un  documento, o llegue una persona a la mayoría de  edad, o fallezca otra, o se venda una finca; amedrendar  con procedimientos extremados a un malvado que no se rendiría  a los normales; desistir de perseguir un crimen, si así se salva la paz o un interés legitimo.... Todos nos hemos hallado en casos semejantes, y es no sólo admisible sino loable y a veces heroico, comprometer la propia reputación usando  ardides censurables para servir una finalidad buena que acaso todos ignoran menos el Abogado obligado a sufrir y callar. huelga añadir que en la calificación de esa finalidad ha usarse la balanza  de más escrupulosa precisión, pues, de otra suerte, en esa que juzgo haber abnegada encontrarían parapeto todos los trapisondistas. 

Cuarto.-Licitud o ilicitud de los razonamientos.

Diré mi apreciación en pocas palabras. nunca ni por nada es licito faltar a la verdad en la narración de los hechos. Letrado que hace tal, contando con la impunidad de su función, tiene gran similitud con un estafador.
Respecto de las tesis jurídicas no caben las tergiversaciones, pero sí las innovaciones y las audacias.  Cuando haya, en relación a la causa que se defiende, argumentos que induzcan a la vacilación, estimo que deben aducirse lealmente; primero, porque contribuyen a la total comprensión del problema, y después, porque el Letrado que noblemente expone lo dudoso y lo adverso multiplica su autoridad para ser creído en lo favorable.     
        
Quinto.-Oposición entre el interés del Letrado y el de su cliente.

No pretendo referirse a la grosera antítesis del interés pecuniario, porque eso no puede ser cuestión para ningún hombre de rudimentaria dignidad. Aludo a otras muchas incidencias de la vida profesional en que el Letrado haría o diría,  o dejaría de hacer o de decir tales o cuales cosas en servicio de su comunidad, de su lucimiento o de su amor propio. 
El conflicto se resuelve por sí solo, considerando que nosotros no existimos para nosotros mismos sino para los demás, que nuestra personalidad se engarza en la de quienes se fían de nosotros, y que lo que ensalza nuestra tareas hasta la categoría del sacerdote es, precisamente, el sacrificio de lo que nos es grato en holocausto de lo que es justo.   

Sexto.-Queda por considerar una sabrosa adivinanza que Colette iver plantea en su originalísima novela  Les Dames du Palais. "Nuestro oficio ¿es hacer triunfar a la justicia o a nuestro cliente ?
¿ Iluminamos al Tribunal o procuramos cegarlo ?

Los interrogantes reflejan una vacilación que a todas horas está presente en muchos ánimos. Pero, si bien se mira, el conflicto no puede existir para quien tenga noción de la moral, ya que está planteado sobre la base de que sean contradictorios el servicio de la Justicia y el servicio del cliente; es decir, que presupone la existencia de un Letrado que acepte la defensa de un cliente cuyo triunfo sea, ante su propio criterio, incompatible con el de la Justicia. Pero en cuando destruyamos esa hipótesis innoble, se acaba la cuestión.
Cuando un Abogado acepta una defensa, es porque estima-aunque sea equivocadamente-que la pretensión es justa; y en tal caso al triunfar el cliente triunfa la Justicia, y nuestra obra no va encaminada a cegar sino a iluminar.
Claro que hay togados que hacen lo opuesto, y, planteando a sabiendas cuestiones injustas, necesitan cegar al Tribunal; mas no se escriben para los tales las reglas de conducta, ni ellos pueden ser los hombres representativos del alma profesional. A  nadie se le ocurre estudiar como materias de psicología si la función de un  militar es correr delante del enemigo y la del arquitecto halagar al bolsillo del contratista aunque se derrumbe el edifico.

La moral.

... y ahora se erige ante nosotros la médula del problema. ¿Que es la moral?
¡Ah! Pero ése no es cuestión para los Abogados, sino la Humanidad entera, y ha sido tratada por eximios filósofos y teólogos. Sería de evidente inoportunidad y de vanidad condenable dar mi parecer sobre asuntos que va tan por encima de lo profesional. ademas las normas morales son difíciles de juzgar por el múltiple y cambiante análisis mundano, mas no son tan raras de encontrar por el juicio propio ante de aportar decisión.
 Derivase la moral de un concepto religiosos y se caracteriza y modula por circunstancias de lugar y  tiempo. Con esto se entiende que ateniéndose cada cual a sus creencias sobre aquel particular- creencias que poseen igualmente los que no tienen ninguna, valga la paradoja-y subordinándose relativamente a las segundas, es asequible una orientación que deje tranquila la conciencia. Lo primero es norma fija, sobre todo para los que repitan la moral como emanación de un dogma revelado por la gracia.
 Las modalidades sociales son ya más difíciles de aquilatar, porque influyen considerablemente en el juicio y ofrecen, sin embargo, un apoyo flaco y tornadizo. Lo que una sociedad de hace cincuenta años estimada condenable, la sociedad actual, con el mismo concepto religioso, lo estima inocente, y viceversa. Justo es, pues, reconocer un margen considerable al criterio individual que, en esto como es todo, necesita expansión proporcionada a la responsabilidad que asume. en otros términos, la moral tiene características de género que todos conocemos y que todos se nos imponen, y características de especies en las que entran por mucho la critica y el albedrío.     
He  hablado de crítica, y al hacerlo he invocado uno de los manjares más amargos para el Abogado. Precisamente por ese margen de libertad en las estimaciones de índole ética, todo el mundo entra en el sagrado de la conciencia  de aquél y la diseca con alegre despreocupación, cuando no la difama  a sabiendas. En  cuando al contertulio del Casino o al parroquiano de la peluquería le parece mal lo que hace un Letrado, no se limita a discutir su competencia. ¡Con menos que hacer trizas su honra no se satisface!
Hay que ser refractarios al alboroto. Soportar la amargura de una censura caprichosa e injusta, es carga aneja a los honores profesionales. Debajo de la toga hay que llevar coraza. Abogado que sucumba al que dirán  debe tener hoja de servicios manchada con la nota de cobardía. 
No recomiendo el desdén a priori del juicio público, siempre digno de atención y, sobre todo, de compulsa. Lo que quiero decir es que después de adoptada una resolución, habiéndole tomado en cuenta como uno de tantos factores de la determinación  volitiva, no es licito vacilar ni retroceder por miedo a la crítica, que es un monstruo de cien cabezas, irresponsables las ciento y falta de sindéresis noventa y nueve.    
Cuando se ha marcado la linea del deber hay que cumplirla a todo trance. el viandante que se detenga a escuchar los ladridos de los perros, difícilmente llegará al termino de su jornada.

Comentario.

El señor  Ángel Ossorio y Gallardo

proximo capitulo

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