Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco González Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson González Urra; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Ricardo Matías Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas;
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Ivette Renee Morguet Besoain |
6.- LA SENSIBILIDAD.
¿Puede un Abogado ser frió de alma? no, ¿Puede ser emocionable? Tampoco.
El Abogado actúa sobre las pasiones, las ansias, los apetitos en que se consume la Humanidad. si su corazón es ajeno a todo ello ¿como lo encenderá su cerebro?
La familia arruinada, el hombre a las puertas del presidio, el matrimonio disociado, la ingratitud del hijo, la lucha social en sus revelaciones más descarnadas, el fraude infame de un interés legitimo, las nobles acometidas para traer a Patria nuevas riquezas...todo eso es nuestro campo de operaciones.
Quien no sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo, ni ambicione la facilidad, ¿como acompañará a los combatientes? Únicamente los desalmados en la más aborrecible aceptación del vocablo, pueden ver impasibles todo eso, que es el nervio de la vida, la razón de vivir diríase más bien.
Intereses propios del Abogado y los intereses del cliente.
Y, sin embargo, ¿es conveniente, es licito siquiera que tomemos los bienes y males ajenos como si fueran propios, y obremos como comendatarios del interés que defendemos ?
De ningún modo.
La sabiduría popular ha dicho acertadamente que "pasión quita conocimiento " y que "nadie es juez de causa propia".
El derecho, al establecer muestra función, no sólo ha querido crear un guía, sino también interponer un juicio sereno entre el interés enardecido y los estrados del Tribunal. El litigante lo pediría todo, a cualquier hora y de cualquier manera; el defensor, por obcecado y malicioso que sea, sabe que hay barreras para la iniciativa y que sus movimientos tienen el valladar de la circunspección, perdida la cual, peligra el éxito de la causa y el crédito de su amparador.
De ahí que, aun olvidado en las leyes, siga condenado por el decoro el pacto de cuota litis. El letrado que ha de obtener la misma remuneración legitima, cualquiera que sea el resultado del negocio acompañado con templanza, procede con mesura, hacer lo que la moral y la ley consisten. El que sabe que ganará más o menos según la solución que obtenga, tiene ya nublada la vista por la codicia, pierde su serena austeridad, participa de la ofuscación de su defendido y lejos de ser un canal, es un torrente.
La formula.
La fórmula para coordinar estados de ánimo tan opuestos es la que, según Cortina al decir, con relación al archivo de sus pleitos, que "los habría defendido como propios y los habría sentido como ajenos ".
Así ha de ser. quien nos busca tiene necesidad de que comprendamos y comportamos y comportamos en anhelo. por eso no es Abogado completo el soltero, ya que no conoce por experiencia de su sangre lo que son la vida conyugal, los deberes paternos y la unidad de la familia.
Una madre que llora no puede ser atendida totalmente por un bon vivant de Casino; un financiero que aspira a crear un ferrocarril, no tiene comunicación plena con un escéptico indiferente a la riqueza del país y a su progreso. En intima y secreta comunión de consultante y asesor, aquél ha menester que éste no se limite a leer Códigos, sino que ponga el alma al mismo ritmo que marcha la suya.
Pero nada más. Prestado el esfuerzo, otorgada la compañía cordial, ni se puede ni se debe dar otra cosa. El triunfo como el fracaso han de hallarnos no solo tranquilo, sino emancipados de su imperio.
La razón es clara. Cada cliente tiene derecho a disfrutar de la plenitud de nuestras facultades, y no puede ser disculpa de nuestras torpezas la emoción de que seamos presa por el resultado de otros asuntos. Seguramente nosotros no nos fiaremos de un médico a quien le temblase la mano y se le saltasen las lágrimas cuando nos fuese a operar, aunque diera como descargo la inquietud que le domina por habérsele muerto un enfermo el día anterior. Pues apliquémonos en cuento.
El cliente tiene derecho a nuestra cultura, a nuestra palabra y, sobre todo, a nuestra prudencia en el consejo y a nuestra serenidad en la acción. Traicionaríamos nuestro deber si actuásemos abatidos por un desastre o embriagados por un triunfo. El abogado es como la balanza de precisión de un laboratorio: en separándose un milímetro de fiel, origina la intoxicación o el fraude.
En otro sentido hay que tomar en cuenta la emotividad. Lo que rinde y destroza al hombre no es el trabajo, por duro que sea, sino la serie inacabable de sensaciones que tienen en tensión el sistema nervioso y que son las características de la vida moderna, y especialmente de la ida del Abogado.
-¡Se ha perdido el pleito de Fulano!
-¡Se ha ganado el de Mengano!
-¡ No se logra colocar la emisión de obligaciones!
-¡ Ha muerto el testigo más importante para tal pleito!
-¡ No se encuentra un documento indispensable!
-¡El recurso de casación vence esta noche!
-¡Acaban de señalar una vista para mañana!
-¡Se transigió felizmente la cuestión !
-¡Se han tirado los trastos a la cabeza en una junta de acreedores!
Y esto mil veces al día, y todos los días, y todos los años... ¡Oh, dios que tortura! Si siquiera fueran las sacudidas sucesivas, podrían tolerarse.
Pero son simultaneas y su coincidencia las aumenta y agrava. Al ir a entrar a una vista, cuando vivimos solo para el informe que hemos de pronunciar, un procurador nos dispara una noticia desagradable; cuando estamos en el instante critico de una Junta, nos avisan por teléfono que a otro cliente le ocurren una catástrofe y necesidad nuestra asistencia inmediata... Es como si gnomos invisibles se entretuvieran en darnos constantemente alfilerazos en todas las partes del cuerpo para impedirnos el reposo.
No sería posible sobrevivir ni a un quinquenio de ese régimen de acoso, si no opusiéramos al ataque un sistema de prudencia indiferencia, un ¡venga lo Dios quera! y un constante recuerdo de que "quien da lo tiene no está obligado a más" .
Si en cada minuto recibiríamos los chispazos sin el pararrayos de la relativa insensibilidad, moriríamos todos de rabieta.
La dificultad es ardua de veras. Hay que preparar la batalla con pasión y recibir impertérrito la noticia del resultado, tener ardor y no tener amor propio, amar y no preocuparse por destino del objeto amado...Tiene los caracteres de una framatica paradoja.
No es sencilla, no, la urdimbre sentimental del Abogado.
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