Paula Flores Vargas;Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo González Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig;
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Mario Correa Bascuñan. |
Mi profesor de ética profesional don Mario Correa Bascuñan, nos enseño la verdad de la profesión, y su libro de cabecera fue el "Alma de Toga", libro principal para ejercer moralmente la profesión jurídica.
ADVERTENCIA
La primera edición de este libro fue publicada en 1919; la segunda, en 1922. Los sucesos ocurridos de entonces a hoy han influido en importantes aspectos de la vida judicial y hubieran justificado alteraciones y glosas para dejar la obra en tono de actualidad.
El autor, después de meditarlo, ha renunciado al intento porque, de seguirle, habría acabado escribiendo un volumen distinto. Preferible es que quede tal cual fue concebido, aunque en algún extremo brote el anacronismo. Así perdurará la espontaneidad de sus páginas, y los puntos que pierdan valor de oportunidad lo adquirirán de dato histórico.
Excepcionalmente ha sido tachada una frase o adicionada alguna apostilla por razones verdadera-mente inexcusables; mas no excederá lo alterado de media docena de renglones. Lo cual indica que las ideas prevalecen incólumes a pesar de los diez años que han pasado desde que el libro vio la primera luz, y de los experimentos amargos que ha sufrido desde entonces quien lo escribió.
Creo que sí, y esa es la razón de existir este libro. Primero, porque, a mi entender, todo hombre que ha cursado profunda y dilatadamente una disciplina, está en la obligación de explicar lo que piensa de ella; y después, porque la substancia de la Abogacía descansa en su tilísimos y quebradizos estados psicológicos que no figuran en ninguna asignatura ni se enseñan en las aulas. Por todas partes os explicarán lo que es el retracto y la tutela y la legislación de ferrocarriles y el recurso de fuerza en conocer y la doctrina internacional de los Estatutos... Pero la función social del Abogado, las tribulaciones de su conciencia, sus múltiples y heterogé-neas obligaciones, la coordinación de sus deberes, a veces antagónicos... todo eso es para el principiante una incógnita, y nadie se cuida de despejársela.
De esas cosas quiero hablaros, sin pretensiones didácticas, confesando de antemano mi carencia de autoridad. Ostento sólo la que, fatalmente, ineludible-mente, me ha proporcionado el tiempo. Nadie, pues, tendrá el derecho de motejarme como teorizante pre-suntuoso ni de señalarme como maestro Ciruela togado. Os digo llanamente mi sentir, y al confesarme con vosotros y transmitiros lo que la vida me enseñó, aspiro a desempeñar el papel trivial, pero útil, de quien, cuando llegáis a una población, os indica la dirección de un sitio que ignoráis.
Abundarán quienes os adviertan que hay en estas páginas bastante lirismo y que he poetizado a mi sabor, pintando las cosas, no cual son, sino cual las anhelamos.
No hagáis caso. A falta de otras dotes, tengo la de ser un observador paciente y sereno. Mas si, a pesar de todo, la fantasía hubiese traspasado la rasante práctica, tampoco lo toméis como divagación de soñador. Pocas actividades hay tan positivas y fructíferas como la ilusión. Renunciar a ella es despojarse del mayor encanto, del más poderoso motor, de la más pura exaltación que el esfuerzo cotidiano ofrece al hombre.
ADVERTENCIA
La primera edición de este libro fue publicada en 1919; la segunda, en 1922. Los sucesos ocurridos de entonces a hoy han influido en importantes aspectos de la vida judicial y hubieran justificado alteraciones y glosas para dejar la obra en tono de actualidad.
El autor, después de meditarlo, ha renunciado al intento porque, de seguirle, habría acabado escribiendo un volumen distinto. Preferible es que quede tal cual fue concebido, aunque en algún extremo brote el anacronismo. Así perdurará la espontaneidad de sus páginas, y los puntos que pierdan valor de oportunidad lo adquirirán de dato histórico.
Excepcionalmente ha sido tachada una frase o adicionada alguna apostilla por razones verdadera-mente inexcusables; mas no excederá lo alterado de media docena de renglones. Lo cual indica que las ideas prevalecen incólumes a pesar de los diez años que han pasado desde que el libro vio la primera luz, y de los experimentos amargos que ha sufrido desde entonces quien lo escribió.
1.-A MI HIJO MANUEL Y A TODOS LOS
JÓVENES QUE EMPRENDEN EL NOBLE Y ÁSPERO EJERCICIO DE PEDIR JUSTICIA
Estas páginas son algo más que
unos apuntes de observaciones y mucho menos que un cuerpo de doctrina. Nada
hay en ellas de científico ni de narración amena. Son, sencillamente, la
expresión de un estado de conciencia.
Ved por qué las escribo y no
consideréis jactancioso lo que voy a deciros. En este año he cumplido
veinticinco de ejercer la Abogacía. Llego a las bodas de plata joven aún —lo más joven que puede arribarse a ese puerto— y tengo por mi oficio, no la misma afición que
me animó al comenzar, sino una vocación multiplicada y depurada, un entusiasmo
ardiente, una fe invulnerable. Naturalmente, al saborear en tan amplio período
la vida interna de mi carrera, es decir, la que sigue el alma sin que se
traduzca en los menesteres externos del trabajo, se ha ido formando una red de
conceptos, una serie de concreciones espirituales, una decantación de la
voluntad, una categoría de ideas abstractas, que vienen a ser como el sedimento
de mi existencia profesional.
¿Puede esto tener interés para alguien? Creo que sí, y esa es la razón de existir este libro. Primero, porque, a mi entender, todo hombre que ha cursado profunda y dilatadamente una disciplina, está en la obligación de explicar lo que piensa de ella; y después, porque la substancia de la Abogacía descansa en su tilísimos y quebradizos estados psicológicos que no figuran en ninguna asignatura ni se enseñan en las aulas. Por todas partes os explicarán lo que es el retracto y la tutela y la legislación de ferrocarriles y el recurso de fuerza en conocer y la doctrina internacional de los Estatutos... Pero la función social del Abogado, las tribulaciones de su conciencia, sus múltiples y heterogé-neas obligaciones, la coordinación de sus deberes, a veces antagónicos... todo eso es para el principiante una incógnita, y nadie se cuida de despejársela.
De esas cosas quiero hablaros, sin pretensiones didácticas, confesando de antemano mi carencia de autoridad. Ostento sólo la que, fatalmente, ineludible-mente, me ha proporcionado el tiempo. Nadie, pues, tendrá el derecho de motejarme como teorizante pre-suntuoso ni de señalarme como maestro Ciruela togado. Os digo llanamente mi sentir, y al confesarme con vosotros y transmitiros lo que la vida me enseñó, aspiro a desempeñar el papel trivial, pero útil, de quien, cuando llegáis a una población, os indica la dirección de un sitio que ignoráis.
Abundarán quienes os adviertan que hay en estas páginas bastante lirismo y que he poetizado a mi sabor, pintando las cosas, no cual son, sino cual las anhelamos.
No hagáis caso. A falta de otras dotes, tengo la de ser un observador paciente y sereno. Mas si, a pesar de todo, la fantasía hubiese traspasado la rasante práctica, tampoco lo toméis como divagación de soñador. Pocas actividades hay tan positivas y fructíferas como la ilusión. Renunciar a ella es despojarse del mayor encanto, del más poderoso motor, de la más pura exaltación que el esfuerzo cotidiano ofrece al hombre.
No trabajéis sólo por el indispensable mantenimiento, ni por la riqueza. Sin desdeñarlos-ello sería necio trabajad primordialmente por hacer el bien, por elevaros sobre los demás, por el orgullo de llenar un cometido transcendental. Creed, creed... Mal trabajo es el que se ejerce sin lucro; pero el que se arrastra sin fe es mil veces más angustioso, porque tiene todos los caracteres de la esclavitud.
Junio 1919
2 ¿ QUIEN ES ABOGADO ?
Urge reivindicar el concepto de Abogado. Tal cual hoy se entiende, los que en verdad lo somos, participamos de honores que no nos corresponden y de la vergüenzas que no nos afectan.
"En España todo el mundo es abogado, mientras no pruebe lo contrario". Así queda expresado el teorema, que Pío Baroja, por bola de uno de sus personajes (En el tablado de arlequín), condensa en estos términos: "Ya que no sirve para nada útil, estudia para Abogado". Los corolarios son inevitables.
-¿Con quien se casa Pepita? -¡Con un Abogado! Este Abogado suele ser escribiente temporero del Ayuntamiento o mecanógrafo de una casa de banca.
-En el actual Ministerio hay siete Abogados. La realidad es que apenas su uno o dos se han puestos la toga y saludando el Código Civil.
-Numerosos conductores de tranvías son Abogados.
-El que ayer asesino a su novia o el que escaló la alcantarilla es Abogado.
- El inventor de un explosivo, o de una nave aérea, o de una pastilla para la tos, es Abogado.
Hay que acabar con ese equivoco, merced al cual la calidad de Abogado ha venido a ser algo tan difuso, tan ambiguo, tan incoercible, como la de "nuestro compañeros en la Prensa" o "el distinguido sport-man".
La Abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Nuestro titulo universitario no es de "Abogado", sino de "Licenciado en derecho, para poder ejercer la profesión de Abogado"
Basta pues leerle para saber que quien no dedique su vida . Debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo Licenciado que quiera pero abogado no.
La formación universitaria de los Abogados.
La Universidad preside una formación científica... cuando la preside. en nuestra carrera ni siquiera sirve para eso. De la facultad se sale sabiendo poner garbanzos de pega en los rieles del tranvía, acosar modistas, jugar al monte y al treinta y cuarenta, organizar huelgas, apedrear escaparates, discutir sobre política, imitar en las aulas al gallo y al burro, abrir las puertas a empujones, destrozar los bancos con el cortaplumas, condensar un vademécum en los puños de la camisa, triunfar en los bailes de máscaras, y otras porción de conocimiento tan varios como interesantes. El bagaje cultural del alumno más aprovechado no pasa de saber decir de veinticinco maneras- tantas como profesores- el "concepto de derecho", la "idea del estado", la "importancia de muestra asignatura" (cada una es más importante que las otras para el respectivo catedrático), la "razón del plan " y la "razón del método "De ahí para adelante, nada.En nuestra facultades se enseña la Historia sólo hasta los Reyes Católicos o sólo desde Felipe V, se aprueba el Derecho civil sin dar testamento o contratos, se explican Economía política. ¡¡ Economía política del siglo XX!! en veinticinco o treinta lecciones, se ignora el Derecho social de nuestros días, se rinde homenaje a la Ley escrita y se prescinde absolutamente de toda la sustancia consuetudinaria nacional se invierten meses en aprender de memoria las colecciones canónicas y se reserva para el Doctorado -esto es, para un grado excelso de sabiduría , y aun eso a título puramente voluntario-el Derecho municipal...
A cambio de sistema docente tan peregrino, los señores profesores siembran en la juventud otros conceptos inesperados, tales como éstos: que hora y media de trabajo, puede quedar decorosamente reducida a tres cuartos de hora; que sin desdoro de nadie, pueden las vacaciones de Navidad comenzar en noviembre; que el elemento fundamental para lucir en la cátedra y en el examen es la memoria; que la tarea del profesorado debe quedar supeditada a las atenciones políticas del catedrático, cuando es diputado o concejal; que se puede llegar a altas categorías docentes, constitutiva, por sí solas, de elevadas situaciones sociales usando un léxico que haría reír en cualquier parte y luciendo indumentos inverosímiles, reveladores del poco respecto de su portador para él mismo y para quienes lo ven...
¿A que seguir la enumeración ?
En las demás facultades, la enseñanza, tomada en serio, sólo ofrece el peligro de que el alumno resulte un teórico pedante; en la nuestra hay la seguridad de que no produce sino vagos, rebeldes, destructores, anarquizantes y hueros.
La formación del hombre viene después. En las aulas quedó pulverizado todo lo bueno que aportara de su hogar.
Mas demos esto de lado y supongamos que la Facultad de Derecho se redime y contribuye eficazmente a la constitución técnica de sus alumnos; aun así, el problema seguirá siendo el mismo, porque la formación cultural es absolutamente distinta de la profesional y un eximio Doctor puede ser -iba a decir, suele ser -un Abogado detestable.
Lo profesión y lo Académico.
¿Por que? Pues por la razón sencilla de que en las profesiones la ciencia no es más que un ingrediente. Junto a él operan la conciencia, el habito, la educación el engranaje de la vida, el ojo clínico, mil y mil elementos que, englobados, integran un hombre, el cual, precisamente por su oficio, se distingue de los demás.
Una persona puede reunir los títulos de Licenciado en Derecho y Capitán de Caballería, pero es imposible, absolutamente imposible, que se den en ella las dos contradictorias idiosincrasia del militar y del togado.
En aquél ha de predominar la sumisión; en este el sentido de libertad.
¡Que tienen que ver las aulas con estas cristalizaciones humanas!
Un catedrático sabrá admirablemente las Pandectas y la Instituta y el Fuero Real, y será un jurisconsulto insigne; pero si no conoce las pasiones, más todavía, si no sabe atisbarlas, toda su ciencia resultaría inútil para abocar.
El esclarecido ministerio del asesoramiento y de la defensa, va dejando en el juicio y en el proceder unas modalidades que imprimen carácter. Por ejemplo: La fuerte definición del concepto propio y simultáneamente, la antitética disposición a abandonarle, parcial o totalmente, en bien de la paz; la rapidez en la asimilación de hechos e ideas, coincidente con las decisiones más arriesgadas, como si fueran hijas de dilatada mediación; el olvido de la convivencia y de la comodidad personales para anteponer el interés de quien a nosotros se confía (aspecto éste en que coincidimos con los médicos); el reunir en una misma mente la elevada serenidad del patriarca y la astucia maliciosa del aldeano; el cultivar a un tiempo los secarrales legislativos y el vergel frondoso de la literatura, ya que nuestra misión se expresa por medio del arte; el fomento de la paciencia sin mansedumbre para con el cliente, del respeto sin humillación para con el Tribunal, de la cordialidad sin extremos amistosos para con los compañeros, de la firmeza sin amor propio para el pensamiento de uno, de la consideración sin debilidades para el de los demás.
En el Abogado la rectitud de la conciencia es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos. Primero es ser bueno; luego, ser firme; después, ser prudente; la ilustración viene en cuarto lugar; pericia, en el ultimo.No, no es médico el que domina la fisiología, la patología, la terapéutica y la investigación química y bacteriología, sino el que, con esa cultura como herramienta, aporta a la cabecera del enfermo caudales de previsión, de experiencia, de cautela, de paciencia, de abnegación.
Igual ocurre con los abogados. No se hacen con titulo de Licenciado, sino con las disposiciones psicológicas,
Fijémonos en un ejemplo característico. Habrá en Madrid 10 o 12.000 Licenciados en Derecho; de ellos figuran incorporados al Colegio (de Abogados) unos 2.500, ejercen más de 1.000; merecen de verdad el concepto de abogados 200 o 300; y se ganan la vida exclusivamente como tales dos docenas.
¿Será justo llamar Abogados a los 12.000 y distribuir sus glorias o sus crímenes entre los contados centenares que
Queda cada cual con su responsabilidad. El que aprovecho su título para ser Secretario de Ayuntamiento, entre éstos debe figurar; e igualmente los que se aplican a ser banqueros, diputados, periodistas, representantes comerciales, zurupetos bursátiles o, modestamente, golfos.
Esta clasificación importa mucho en las profesiones como en el trigo, que no podría ser valorado si no hubiera sido cernido.
Abogado es, en conclusión, él que ejerce permanentemente(tampoco de modo esporádico) la Abogacía. Los demás serán solamente Licenciados en Derecho, muy respetable, muy considerable, pero Licenciados en Derecho nada más.
interesante tema quien es abogado
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