Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco González Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Paula Flores Vargas;Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Soledad García Nannig;
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Tatiana Maulen Escobar |
3 LA FUERZA INTERIOR.
El hombre, cualquiera que sea su oficio, debe fiar principalmente en sí. la fuerza que en sí mismo no halle no la encontrará en parte alguna.
Mi afirmación no ha de tomarse en aceptación herética, como negatoria del poder de Dios. muy al contrario, al ponderar la confianza en la energía propia establezco la fe exclusiva en el poder divino, porque los hombres no llevamos más fuerza que la que Dios no da. Lo que quiero decir es que, aparte de eso, nadie debe esperar en otra cosa, y esto, que es norma genérica para todos los hombres, más determinadamente en aplicable para los Abogados.
Fuera de nosotros están todas las sugestiones: el doctrinarismo contradictorio para sembrar la duda, el sensualismo para perturbar nuestra moral, la critica para desorientarnos, el adversario para desconcertarnos, la injusticia para enfurecernos. es todo un cuerpo de ejercito que nos cerca, nos atosiga y nos asfixia. ¿Quien no ha sentido sus llamamientos y sus alaridos.?
Cuando se nos plantea el caso y hemos de formar opinión y trazar plan, una vez de timbre afectuoso nos dice:"¡Cuidado! No tengas el atrevimiento de juzgar sin leer lo que dicen los autores y consultar la jurisprudencia y escuchar el parecer de tu docto amigo Fulano y del insigne maestro mengano." La palabra cordial nos induce a perder el sentido propio a puros recabar los ajenos.
Después, otra voz menos limpia nos apunta:"¿Cuanto podrás ganar con ese asunto ? En verdad que debiera producirse tanto y cuanto". Y aun alguna rara vez añade con insinuaciones de celestineo: "¡ Ese puede ser un asunto de tu vida!"
Si admitimos la plática, estaremos en riesgo de pasar insensiblemente de jurista a facinerosos.
Desde que la cuestión jurídica comienza hasta muchos después de haber terminado, no es ya una voz sino un griterío lo que nos aturde sin descanso.
"¡Muy bien, bravo, así se hace! -chillan por un lado: "¡ Que torpe! ¡ No sabe donde tiene la mano derecha! ¡Va a catástrofe! "--alborotan por otro--"defiende una causa justa"--alegan los menos--."Está sosteniendo un negocio inmoral y sucio"--escandalizan los mas... En cuando nos detengamos cinco minutos a oír el vocerío, estaremos vencidos. Al cabo de ellos no sabemos lo que es ética ni dónde reside el sentido común.
A todo esto, nosotros somos los únicos que no ejercemos a solas como el médico, el ingeniero o el comerciante, sino que vivimos en sistemática contradicción. Nuestra labor no es un estudio sino un asalto y, a semejanza de los esgrimidores, nuestro hierro actúa siempre sometido a la influencia del hierro contrario, en lo cual hay el riesgo de perder la virtualidad del propio.
Por ultimo, hemos de afrontar constantemente el peso de la injusticia. injusticia hay en el resultado de un concierto donde pudo más la fuerza que la equidad; injusticia mañana en un fallo torpe; injusticia otro día en cliente desagradecido o insensato; injusticia a toda hora en la crítica apasionada o ciega; injusticia posible siempre en lo que, con graciosa causticidad llamada don Francisco Silvela "el majestuoso y respetable azar de la injusticia humana" ... En cuando estas injusticias nos preocupan , perderemos la brújula para lo porvenir o caeremos rendidos por una sensación de asco.
Frente a tan multiplicadas agresiones, la receta es única:fiar en sí, vivir la propia vida, seguir los dictados que uno mismo se imponga... , y desatender lo demás.
No es esto soberbia, pues las decisiones de un hombre prudente no se forman por generación espontánea, sino como fruto de un considerado respecto a opiniones, conveniencias y estímulos del exterior. Otra cosa no es enjuiciar, es obcecarse.
Pero, una vez el criterio definitivo y el rumbo trazado, hay que olvidarse de todo lo demás y seguir imperturbablemente nuestro camino. el día en que la voluntad desmaya o el pensamiento titubea, no podemos excusarnos diciendo: "Me atuve al juicio de A "; me desconcertó la increpación de X; me dejé seducir por el halago de H".Nadie nos perdonará.
La responsabilidad es solo nuestra; nuestras han de ser también de modo exclusivo la resolución y la actuación.
Se dirá que esta limitación a la cosecha del propio criterio tiene algo de orgullo. No hay duda; pero el orgullo es una faceta de la dignidad, a diferencia de la vanidad, que es una formula de la estupidez. Cuando yo defiendo un pleito o doy un concejo es porque creo que estoy en lo cierto y en lo justo. En tal caso debo andar firme y sereno, cual si lo que me rodea no me afectarse.
Y si vacilo en cuando a la verdad o a la justicia de mi causa, debo abandonarla, porque mi papel no es el comediante.
Hacer justicia o pedirla -- cuando se procede de buena fe, es lo mismo--constituye la obra más intima, más espiritual , más inefable del hombre.
En otros oficios humanos actúan el alma y la física, el alma y la economía, el alma y la botánica, el alma y la fisiología, es decir, un elemento psicológico del profesional y otro elemento material y externo.
En la Abogacía actuar el alma sola, porque cuando se hace es obra de la conciencia y nada más que de ella. No se diga que opera el alma y el Derecho, porque el Derecho es cosa que se ve, se interpreta y se aplica con el alma de cada cual; de modo que se yerro al insistir en que actual el alma aislada.
Pues si toda la labor de fraguarse en nuestro recóndito laboratorio, ¿como hemos de entregarnos a ningún elemento que no este en el ? En nuestro ser, solo en nuestro ser, hallase la fuerza de las convicciones, la definición de la justicia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo para anteponerla al interés propio, el sentimentalismo lírico para templar las armas del combate...
Quien no reconozca en sí estos tesoros, que no abogue; quien por ventura los encuentre, quien no busque más ni atienda a otra cosa.
En las batallas forenses se corre el peligro de verse asaltado por la ira, pues nada es tan irritante como la injusticia. Pero la ira de un día es la perturbación de muchos; el enojo experimentado en un asunto, influye en otros cien. Ira es antítesis de ecuanimidad. De modo que no puede haber Abogado Irascible.
Para librearse de la ira no hay antídoto más eficaz que el desdén. Saber despreciar es el complemento de la fuerza interna. Desprecio para los venales y los influirles, para los hipócritas y los necios, para los asesinos alevosos y los perros ladradores. Contra el Abogado -contra el verdadero Abogado-se concitan los intereses lastimados, el amor propio herido, la envidia implacable.
Quien no sepa despreciar todo eso, acabará siendo, a su vez, envidioso, egoísta y envanecido. Quien sepa desdeñarlo sinceramente verá sublimarse y elevarse sus potencias en servicio del bien, libres de impureza, iluminadas por altos ideales, decantadas por los grandes amores de la vida.
Ninguna de las cuatro virtudes cardinales podría darse sin el aderezo del desdén para con todo aquello que las contradice.
En resumen: El abogado tiene que comprobar a cada minuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuando le asalta dudas en este punto, debe cambiar de oficio.
En resumen: El abogado tiene que comprobar a cada minuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuando le asalta dudas en este punto, debe cambiar de oficio.
Comentario.
El señor Ángel Ossorio y Gallardo
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