Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

martes, 6 de octubre de 2020

412).-El robo de arte durante la segunda guerra mundial (Principios de Washington).-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez;Ana Karina Gonzalez Huenchuñir ; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas; 

En las últimas décadas, la presión internacional sobre la recuperación de arte robado por los nazis ha sido de tal magnitud que se ha llegado a importantes acuerdos internacionales.

Introducción 

¿Será que mi familia es dueña de un cuadro robado por los nazis?


La pintura, de Jan Steen

Durante décadas, estuvo colgada cerca del comedor de una casa de familia: una pintura costumbrista de un viejo maestro holandés que muestra a un anciano y su mujer pesando y contando monedas de oro. Se cree que es una obra de Jan Steen y que data de 1660; alguna vez se valoró en 400.000 dólares estadounidenses.
Pero ahora, es casi imposible vender la obra. Ha sido rechazada por Sotheby’s, Christie’s y por un importante marchante de arte. No les preocupa su autenticidad, el problema es su historia.
En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, perteneció, por decirlo de algún modo, a Dirk Menten, un holandés, especulador de guerra y colaborador de los nazis.

¿Lo robó, lo compró? ¿Cuándo? 
¿Participó en el acto su hermano Pieter, un criminal de guerra que mató a judíos y saqueó sus colecciones de arte?

Estas son el tipo de preguntas que no le gustan al mercado del arte, pero son las que me ha tocado enfrentar en los últimos cuatro años al tratar de reconstruir la procedencia de la pintura.
Los nazis mantenían registros de todo, pero no tanto como para ayudarme a determinar si esta obra salió de Europa gracias a un hurto o una transacción honesta. Este cuadro se ha unido a la larga lista de obras que viven en un limbo. No se conoce su procedencia.
Perteneció a la pareja de mi suegra, Alan H. Posner, que falleció en el 2011. Era judío y por fortuna nunca supo lo que he descubierto sobre aquella obra colgada en su apartamento de Manhattan en Nueva York. He hecho miles de llamadas y escrito cientos de correos a personas dispersas por el mundo, desde México a Japón. Cuanto más escarbo, más tierra encuentro.
Entre los investigadores de las restituciones de arte del Holocausto, el nombre de Menken es una bandera roja que significa “de procedencia tóxica”. Hay miles de objetos en la misma situación, bienes que pasaron por muchas manos bajo circunstancias poco claras durante la ocupación nazi en Europa Y a medida que en internet surgen registros, como listados de exhibiciones en época de guerra, catálogos de subastas, archivos de comerciantes, coleccionistas e historiadores, más obras de arte entran en la zona gris.
No fue hasta la década de los 70 del siglo pasado, cuando Pieter Menten quiso hacer publicidad para la subasta de su colección de arte, que se supo que era un criminal de guerra. 
Lynn H. Nicholas, autora de “The Rape of Europa: The Fate of Europe’s Treasures in The Third Reich and the Second World War”, me dijo que se alegraba de que yo escribiera este artículo para ilustrar las frustraciones inherentes a la investigación de este tema. Los que no son especialistas creen que el arte tomado durante la guerra puede ser fácilmente restituido, comentó, pero en realidad el proceso puede estar lleno de callejones sin salida.
Los títulos y atribuciones de las obras cambian a lo largo del tiempo, así que puede ser difícil comparar descripciones de lo que se robó con piezas encontradas años más tarde. Los expertos y soldados aliados que analizaron y registraron el botín de guerra de los nazis cometieron errores o etiquetaron algunas pinturas con descripciones vagas como “retrato desnudo” y “paisaje”. Además, cada día hay menos sobrevivientes que recuerdan las colecciones de sus familiares y es más complicado rastrear a los herederos legítimos de las obras.
Anne Webber, fundadora e integrante de la junta directiva de la Comisión de Arte Robado en Europa, relató una de las tareas más abrumadoras a las que se enfrentó su equipo: encontrar a los herederos de un cuadro que había pertenecido a un judío alemán pero que en un catálogo de aquellos años solo se había identificado con la inicial de su apellido.
Los problemas del panel de Steen se hicieron evidentes unas semanas después de la muerte de Alan. Tenía media docena de obras de los viejos maestros que los padres de su esposa, Lillian, habían comprado antes de la Segunda Guerra Mundial. Su padre, Clarence Y. Palitz, fue un inmigrante ruso que hizo su fortuna alquilando equipo industrial. Él y su mujer, Ruth, viajaron mucho y construyeron una colección de arte para sus casas en Manhattan y Mamaroneck, en el estado de Nueva York, con la ayuda de historiadores de arte que vivían en Europa.

En los archivos de Alan había hojas escritas a máquina con los nombres de algunos de los antiguos dueños del cuadro, incluyendo a “D. Menten, Lwow” (ciudad que durante la guerra fue parte de Polonia y ahora es Lviv en Ucrania) y a “Dirk Neutens, Bruselas”. (Neutens, según me informó Victoria Sears Goldman, investigadora de procedencia de obras de arte, probablemente fue un error del copista debido a una versión escrita con mala letra que en verdad debía decir Menten).
Lo que he logrado saber es que en la década de 1850, un historiador de arte alemán escribió sobre un pequeño cuadro firmado por Steen donde había una pareja anciana que admiraba sus monedas “con mucha atención” y que estaba en exhibición en la casa del abogado y escritor Edmund Phipps en Londres. Estaba expuesta al lado de obras de Rubens, Frans Hals, Canaletto, Hogarth y Watteau. En 1859, la viuda de Phipps subastó su colección, incluyendo el Steen.
Y después el rastro se pierde. No está claro cómo ni cuándo lo obtuvo Menten. Parece que los Palitz lo adquirieron en algún momento después del 25 de abril de 1933, cuando fue autentificado por Max J. Friedlander, el director de un museo en Berlín. Sin duda, ya en 1942 lo tenían, pues se lo prestaron al Walker Art Center en Minneapolis.

Dirk Menten, especulador de guerra y nazi, mencionado en unos
documentos en relación con el cuadro de Steen. Credit Ron C. Oroes /
Anefo, vía Nationaal Archie
f.


Palitz conocía a Dirk Menten como coleccionista de arte y en 1933 lo envió a Polonia a buscar pinturas. En el viaje lo acompañó Julius Held, un respetado historiador a quien acababan de despedir de su trabajo en Berlín. como a varios otros intelectuales judíos.

Más tarde, el Dr. Held confesó a un entrevistador que Palitz quería que lo acompañara un académico porque “no confiaba” en sus contactos holandeses.
En 1933, Pieter Menten ya vivía permanentemente en Polonia y se hacía rico con varios negocios, como el de la madera. Él y Dirk tenían casas llenas de pinturas en Holanda, Francia y Bélgica. (Pudieron haber obtenido obras de arte por medio de su primo Hubert Menten, un coleccionista y comerciante en Berlín entre cuyos clientes estaba Goring).
Dirk era el dueño de una fábrica de cuero en Bélgica que, resultó, proveía cinturones para los uniformes de los nazis. (Después de la guerra se le encontró culpable de colaboración económica, pero no sufrió grandes consecuencias.) En Polonia, durante la guerra, Pieter llenó sus vagones de tren de arte robado y dirigió pandillas de nazis que asesinaron a cientos de aldeanos y los arrojaron en fosas comunes.
Después de la guerra, Dirk se estableció en la Costa Azul, con vistas al mar, árboles de mimosas y cuadros de los viejos maestros en sus paredes. Pieter añadió una gran casa en Irlanda a su cartera de bienes raíces. No fue hasta los años setenta, cuando Pieter buscó publicidad para una subasta de su colección en Ámsterdam, que se descubrió que había sido un criminal de guerra.
El paradero de las muchas obras que alguna vez pertenecieron a Dirk y Pieter Menten aún es un misterio, pero sus nombres aparecen en la procedencia de cuadros de muchas bases de datos, libros y catálogos de subastas. Algunas de estas obras terminaron bajo custodia del gobierno holandés y están publicadas en la página de la agencia Origins Unknown. Perry Schrier; el investigador principal de esta agencia, dijo que están expandiendo sus listados de reportes de robo con la esperanza de lograr conexiones con más herederos.
Sin embargo, Victoria Reed, la curadora de procedencia del Museo de Bellas Artes de Boston, explicó que para algunas obras huérfanas “tal vez nunca podremos juntar todas las piezas del rompecabezas”.
Por mi parte, sigo mandando correos a archivos y usando motores de búsqueda. Quizá algún día encuentre lo que estoy buscando. Mientras tanto, el cuadro está colgado en una pared cerca del comedor de la casa de un familiar que vive en el medio oeste de Estados Unidos.

Historia

En 2010, varios oficiales de aduana detuvieron a un anciano de 70 años en un tren que iba de Zurich a Munich con 9.000 euros en efectivo en el bolsillo. La cantidad absurda de plata y el sospechoso comportamiento del hombre, Cornelius Gurlitt, llevaron a las autoridades a indagar una posible evasión de impuestos.
Dos años después, otros oficiales entrarían al apartamento de Gurlitt, en la ciudad de Munich, solo para encontrarse con cerca de 1.500 obras de arte que se creía habían sido destruidas en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial. Las obras, que en algunos casos estaban arrinconadas en cajones y maletas junto a comida en descomposición, incluían pinturas de Picasso, Monet, Delacroix, Matisse, entre otros. Esas 1.500 obras hacían parte de las más de 600.000 que el régimen nazi se apropió durante la Segunda Guerra Mundial y que fueron robadas de galerías y museos o compradas coercitivamente a coleccionistas privados.
Esa es la historia que cuenta Hitler vs Picasso, un documental que entrevista a descendientes de víctimas del Holocausto, a historiadores y a críticos de arte para reconstruir lo que fue la expropiación y el robo masivos de arte en toda Europa por parte de los nazis, y sus colaboradores. 
“Los alemanes han hecho mucho por restituir las injusticias del pasado, sin embargo el arte es su talón de Aquiles”, dice Anne Weber, una de las entrevistadas en el documental que hace parte de una organización dedicada a buscar obras de arte desaparecidas durante la Segunda Guerra Mundial.
La noticia de Gurlitt y de las más de 1.000 obras de arte que tenía acumuladas en su apartamento es una muestra de que el asunto de las obras de arte robadas por los nazis no se ha resuelto en los más de 60 años que han pasado desde el fin de la guerra. Es más, según el documental, aún hay alrededor de 100.000 obras perdidas y otras miles en medio de batallas legales entre las galerías y museos que terminaron con ellas y las familias que originalmente las tenían.
Adolfo Hitler  y Hermann Göring

La fijación por el arte de parte de los nazi tenía que ver sobre todo con dos hombres: con el mismo Adolfo Hitler  y con Hermann Göring, una de las figuras más poderosas del partido nazi y que almacenó por toda Europa miles de obras de arte. El propósito final era tener la colección más grande de arte para hacer un museo de pinturas en la ciudad austriaca de Linz, la ciudad residencia infancia y juventud de Adolfo Hitler.
No obstante, la selección de arte de los nazis era particular: aunque entre las obras que robaron había pinturas de las vanguardias —como las del mismo Picasso—, tenían una preferencia por el arte de los grandes maestros. 

América Latina.

Según expertos que han investigado este saqueo y la forma en la que se relaciona con el Holocausto, fueron más de 600.000 las obras que cambiaron de mano de forma irregular entre 1933 y el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. El destino del 90 por ciento de estas piezas sigue siendo un misterio.
A partir de la década del 90 el tema ha adquirido especial notoriedad, especialmente en Europa y Estados Unidos. Pero hasta el momento un capítulo inexplorado de la historia es el que tiene que ver con América Latina, en donde hay varias claves que permiten comprender lo que pasó con el valioso botín.
La azarosa ruta que siguieron las obras de arte robadas por los nazis a través de la región mezcla historias de ambición, espías, contrabando, intrigas, listas negras de galerías, comerciantes y coleccionistas. Tiene como protagonistas desde un Presidente y prestigiosos museos, hasta ministros, delegaciones diplomáticas, profesores y cientos de refugiados que huyeron dejando todo o transaron con el enemigo por salvar sus vidas. También hay condesas y duques del pasado que hoy reclaman obras de arte que hicieron parte de una gloria que les fue arrebatada. 
Así se evidencia en cientos de miles de documentos desclasificados que incluyen interrogatorios, inventarios hechos por los mismos nazis y cruces de correspondencia. Documentos que por años se mantuvieron secretos y hasta el momento nunca se habían abordado desde una perspectiva latinoamericana.

Por ejemplo, la historia del ruso León Viasmensky, uno de los contrabandistas de arte robado por los nazis según la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos (FBI), quien habría obtenido ayuda del entonces presidente de Panamá Arnulfo Arias para sus actividades. Según los documentos desclasificados, Viasmensky, gracias a contactos de alto nivel en el Istmo habría logrado un pasaporte de ese país bajo el nombre de Alfredo, lo que le permitió moverse sin mayor sospecha sobre él y su equipaje, en el que llevaba las obras. Estados Unidos veía con desconfianza a Arias por su cercanía con los nazis, por lo que no es descartable que los informes de inteligencia de la época estuvieran contaminados con ese prejuicio.
Gracias a los interrogatorios hechos por militares de los países Aliados a cargo de la recuperación del arte perdido, se ha comprobado que los contrabandistas usaron además ciudades de México, Cuba, Brasil, Argentina, Venezuela, Chile, Ecuador, Colombia, Perú y Uruguay, entre otros. Una vez allí, se establecían los contactos para las transacciones, la mayoría de las veces con prestigiosas galerías o museos principalmente de Nueva York, entonces el epicentro del arte en toda América. 
En una comunicación del 2 de noviembre de 1943 entre Sidney D. Markman y W.B. Dinsmoor (ambos profesores e investigadores estadounidenses expertos en el mundo del arte, la arqueología, la historia y la arquitectura), el primero le dice al segundo que aunque duda “que muchas de las obras europeas robadas terminen en colecciones de museos de Latinoamérica”, tiene la certeza de que un grupo de esas pinturas “se mantiene en algún lugar de Colombia” y le habla de un marchante de arte que “aparece y desaparece de Panamá y tiene conexiones directas con Argentina”, además de que califica a la mayoría de comerciantes de obras de arte que están en la región como “menos escrupulosos” que los de otras latitudes.
La comunicación hace parte de los archivos de la Comisión Roberts, creada en junio de 1943 por el gobierno de Estados Unidos para la protección y recuperación de obras de arte en zonas de guerra, que en diciembre de ese año se complementó con la creación de un grupo de soldados británicos y estadounidenses que trabajó con ese mismo fin en el campo de batalla (The Monuments Men).
En la carta, Markman también le dice a Dinsmoor que hasta la entrada de Estados Unidos en la guerra (diciembre de 1941), las embarcaciones que salían de Alemania a América Latina, vía España, llegaban a Colombia con mucha facilidad, lo que pudo influir en que varias obras de arte empezaran así en el continente un largo e incierto recorrido. Y menciona a Cali y Quito como probables “centros de tráfico” de los cuadros. 
En medio de la guerra todo valía. Por ejemplo, el hecho de que un país se mantuviera neutral facilitaba las rutas que siguieron las obras robadas por los nazis. Hoy, con la desclasificación de millones de documentos al respecto, tanto en Estados Unidos como en Alemania y Francia, se sabe que uno de los métodos de los nazis y de los comerciantes involucrados en este descomunal saqueo era ‘lavar’ las obras primero en Buenos Aires o en Río de Janeiro, para luego trasladarlas a Estados Unidos, donde algunas aún permanecen exhibidas en las salas de connotados museos.

Senador Francisco de Assis
Chateaubriand Bandeira de Mello

La elección de Argentina y Brasil fue estratégica, dado que ambos países le declararon la guerra al Eje faltando poco para que terminara el conflicto. En esas naciones durante su ‘periodo neutral’ prácticamente no hubo controles que obstaculizaran la entrada de mercaderías, incluyendo las preciadas obras.
Hoy, con la desclasificación de millones de documentos, se sabe que uno de los métodos de los involucrados en este descomunal saqueo era ‘lavar’ las obras primero en Buenos Aires o en Río de Janeiro, para luego trasladarlas a Estados Unidos, donde algunas aún permanecen exhibidas en las salas de connotados museos.
Marcelo Daniel El Haibe, jefe de la División de Patrimonio Cultural de Interpol Argentina, menciona esta posibilidad y la dificultad de dar hoy con el paradero de las obras pues se requiere que los damnificados o sus descendientes aporten información, toda vez que por el tiempo transcurrido seguir la pista de los cuadros es ya un trabajo de grandes complejidades.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en América Latina eran pocos los centros urbanos que además de los recursos tuvieran una tradición ilustrada de consumo de bienes de esta categoría. Buenos Aires cumplía estos requisitos pues contaba con una élite muy rica a la sombra del comercio de granos con Europa, y al tener fuertes nexos con el Viejo Continente, era común que sus ciudadanos conocieran y tuvieran arte de gran calidad.
En Brasil sucedió algo similar con todo lo que significó la presencia portuguesa. En el gigante del sur vivía por esos días Francisco de Assis Chateaubriand Bandeira de Melo, un magnate a quienes varios historiadores califican como el hombre más poderoso que ha tenido Brasil en la era moderna.
Una de sus obsesiones fue construir en su país un museo de las dimensiones del Louvre de París. Algo que logró avanzar con una de las colecciones de arte más importantes de toda América Latina, la del Museo de Arte de São Paulo (MASP), que fundó en 1947. En esta investigación se revela la controversia que hay sobre cinco esculturas realizadas por el francés Edgar Degas, hoy reclamadas por una familia que asegura fueron robadas por los nazis. El MASP afirma que todo está en regla y es el propietario legal de las obras, pero aún existen vacíos en el recorrido de esas piezas durante los años de la guerra.
Los documentos históricos revisados para esta investigación también cobran relevancia en la medida en que aportan luces de lo que fue la realidad de esa época. En uno de ellos, por ejemplo, un periodista que trabajó en la capital argentina durante la guerra escribe en un reporte:
 “Personalmente vi pinturas y esculturas robadas por nazis en venta en Buenos Aires, desde finales de 1943, y todos los recibos de esas transacciones los tiene (Hermann) Goering (el segundo hombre más importante del nazismo, después de Hitler)”.

En otro, con fecha del 29 de diciembre de 1943, un alemán residente en la capital argentina le escribe una carta a una reconocida galería de Nueva York, Rosenberg & Stiebel, ofreciendo un Picasso en 12.500 dólares. 
No está claro si, por ejemplo, esta eventual transacción fue una vía que encontraron los Rosenberg para recuperar su valiosa colección, que tuvieron que abandonar años antes al ser parisinos de origen judío. Esto evidencia la complejidad del análisis de la información desclasificada.
Según los documentos, las ‘triangulaciones’ de obras se podían dar en varios casos en La Habana, o en el puerto de Balboa, en Panamá, de donde podían salir hacia Lima y luego Buenos Aires, o hacia Barranquilla, en Colombia, escala previa para llegar a Venezuela. Por ejemplo, una colección de casi 50 pinturas que el comerciante venezolano Henrique Castro Gómez envió el 19 de febrero de 1944 de Balboa a Lima, fue interceptada y puesta a disposición de las autoridades pues Castro se negó a dar el valor de las mismas. Los cuadros, casi todos de artistas europeos, tenían entre 25 y 200 años de antigüedad según los registros de la época.
También se registra una comunicación que un tal Zigmund (sin apellido) envía desde Buenos Aires a Émile Wolf en Nueva York, el 12 de mayo de 1944, en la que el primero narra que acaba de llegar de Portugal y tiene 55 mil dólares bloqueados en una cuenta en Estados Unidos, y le dice a Wolf que quiere ayudar a un muy buen amigo, escultor de Viena que ahora vive en Argentina y dueño de dos importantes pinturas que pertenecieron “al mismísimo emperador Maximiliano” y que el gobierno austriaco vendió en subasta pública. Todo esto despertó sospechas en los investigadores pues además el supuesto escultor, a quien identifica como Carlos Gelles, necesita con urgencia de efectivo, pero eso sí, al contactar a potenciales compradores Zigmund siempre aclara que “es mejor no excederse en todos los detalles de la historia de los cuadros”, pues podrían aburrir a los clientes, dado que son datos muy locales que sólo les interesan a los austríacos. 
Maracay, capital del estado Aragua, en el centro de Venezuela, también aparece mencionada en numerosos documentos, enviados casi todos desde Nueva York a un comerciante llamado Roberto Neugebauer, a quien le dicen, en 1944, que ha llegado el momento perfecto para comenzar a vender pinturas antiguas en América Latina.
Tal vez por eso, el 2 de septiembre de ese año un señor Schoneman, desde Estados Unidos, le ofrece a Alejandro Pietri, residente en Caracas, “una verdadera ganga”, el ‘San Pedro arrepentido’ de Rembrandt, que pertenecía a la famosa colección Mannheimer, de Holanda. 
Venezuela también sirvió de refugio forzado para un prestigioso galerista de arte de Munich, que salvó su vida y la de su familia tras llegar a un acuerdo con el número dos del régimen nazi, Hermann Goering, para abandonar todos sus bienes en Alemania a cambio de una finca cafetera, que tuvo que comprarle a una pariente de Goering por un precio que no se correspondía con el terreno que adquiría. 
Hoy, sus descendientes han retornado con igual fuerza al mundo del arte. Se trata de los Bernheimer, dueños de una de las más prestigiosas galerías del mundo. Gracias a la revisión de los documentos, esta investigación logró identificar obras que hace varias décadas comenzaron a ser reclamadas, pero de las que los actuales miembros de la familia no tenían conocimiento.
Venezuela sirvió de refugio forzado para un prestigioso galerista de arte de Munich, que salvó su vida y la de su familia tras llegar a un acuerdo leonino con el número dos del régimen nazi, Hermann Goering
La ruta América Latina - Estados Unidos fue también la elegida para una importante colección de pinturas europeas que primero llegó a Cuba, desde donde fue enviada por barco a la ‘gran manzana’. Lo curioso es que el vendedor, radicado en La Habana, se dirigía con un nombre distinto a cada potencial comprador. El marchante destacaba siempre un Correggio, un Rousseau y un Dupré -por los que en total pedía 20 mil dólares- y ofrecía un 10 por ciento de comisión al intermediario que le ayudara a poner esas obras en el prestigioso mercado neoyorquino.

En los documentos desclasificados está el registro de una influyente pareja de marchantes de arte radicada en Nueva York que el 12 de agosto de 1944 sufre la retención en Laredo, Texas, antes de cruzar la frontera hacia México, de un cargamento de 11.400 objetos (entre pinturas, muebles, tapices góticos y alfombras). En la declaración de aduana se asegura que las obras “tienen más de 100 años de antigüedad” y aparece un juramento de la dueña de la galería, Paula de Koenigsberg, en el que afirma que ha investigado el origen e historia de todos los objetos que envía. Sin embargo, no deja de resultar llamativo que las obras de arte no fueran registradas en la aduana una por una, como se hacía con los objetos que salían temporalmente de Estados Unidos pues sólo viajaban para “hacer parte de una muestra”. 
Aunque a los Koenigsberg (Paula y Nicolás) nunca se les pudo comprobar que comerciaran arte robado en Europa, siempre estuvieron en la mira de los investigadores que trabajaron por encontrar esas obras y restituirlas a sus legítimos dueños, pues según los organismos de inteligencia de los Aliados simpatizaban con el nazismo y se dirigían a sus posibles compradores con mensajes en clave y a veces utilizando seudónimos. La mayoría de sus contactos y negocios estaban en la Ciudad de México, 
Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas, Rio de Janeiro y Montevideo. Reconocidos en toda América, su especialidad era lo que los nazis calificaban de ‘arte degenerado’ y entre sus clientes había coleccionistas privados, galeristas y personas refugiadas con títulos nobiliarios. En una carta fechada el 18 de septiembre de 1944, los Koenigsberg le piden a una “Condesa Zoubouff”, en Buenos Aires, que no discuta con nadie más los precios que ellos le ofrecen por algunas obras. 
La pareja también tuvo varios problemas con vendedores y compradores por incumplimiento en los pagos, las entregas y por la falta de certificados de autenticidad de algunos cuadros, entre ellos uno de El Greco y otro de Renoir, que al parecer trataron de vender en vano en Argentina. 
Aunque a los Koenigsberg  nunca se les pudo comprobar que comerciaran arte robado en Europa, los investigadores siempre sospecharon de ellos pues simpatizaban con el nazismo y se dirigían a sus posibles compradores con mensajes en clave y a veces utilizando seudónimos.
Pero de la ruta inversa (Estados Unidos - América Latina) también hay registro. Ésta se evidencia, por ejemplo, en varios reportes del FBI que mencionan a un tal Richard Zinser, agente alemán que se dedicaba a vender arte robado, la gran mayoría en México. Dos de sus mejores compradores eran también alemanes: Simon Benin, dueño de una galería en el D.F., y Kurt Stavenhagen, a quien en abril de 1943 trata de venderle una “joya de Cézanne” y un Degas, aunque pide permanecer anónimo en todas las transacciones, que además deben ser pagadas en efectivo. 
En una nueva carta del 19 de junio de 1944, Zinser le solicita al mismo Stavenhagen que no vuelva a mencionar el nombre de la pintura que en ese momento negocian: ‘Profile portrait of a lady’, de Pisanello. 
Los años de la guerra y de la inmediata posguerra fueron muy productivos para el mercado de arte en Latinoamérica. Un señor Blum, en Nueva York, le escribe el 1 de noviembre de 1944 a Arturo Gruenebaum en La Paz (Bolivia), para confirmarle que ha visitado numerosos museos y galerías, entre ellas la famosa Wildenstein, y que tiene acceso a importantes obras de Renoir que seguro pueden ser vendidas en cualquier país de la región.
El apellido Wildenstein -dinastía de origen judío que también sufrió el saqueo de arte en Francia- aparece mencionado en varias comunicaciones interceptadas por los Aliados, en las que se trata de conseguir información sobre obras robadas por los nazis que llegaron o están por llegar a Argentina y que, según los documentos, los Wildenstein vendían luego a veces precios muy bajos.
Esta investigación encontró que muchos años después, un testigo de excepción denunció en detalle ante las autoridades de ese país las colecciones robadas que supuestamente estarían en la Galería Wildenstein, en Buenos Aires, pero la denuncia no avanzó ante la justicia argentina. El edificio de la galería aún existe, pero lleva varias décadas cerrado, aunque le hacen aseo semanal. Para conocer su versión sobre estos hechos se les buscó en varias ocasiones, sin tener respuesta.
Esta reconocida familia del mundo del arte sostuvo un pleito durante varios años contra el periodista puertorriqueño Héctor Feliciano, autor de la más completa investigación hecha sobre el tema, reunida en el libro “El museo desaparecido: la conspiración nazi para robar obras maestras del arte mundial”. En su trabajo, que tomó cerca de una década de pesquisas y que centró su mirada en algunas colecciones robadas en Francia, se mencionan vínculos entre los Wildenstein y algunos marchantes de los nazis, lo que sirvió como argumento para una demanda por daños y perjuicios, que no prosperó y que concedió la razón a Feliciano.

¿CÓMO LO HACÍAN?

Pero ante las dificultades logísticas, la solución propuesta en el invierno de 1943 a quienes esperaban el cuadro en Nueva York fue enviarlo por tren a Marsella o a la misma Lisboa, para que de cualquiera de esas dos ciudades saliera en barco hacia la ‘gran manzana’. El recorrido de la obra, cuyo nombre se desconoce, quedó registrado en varias cartas y telegramas interceptados por los Aliados durante y después de la guerra, en las que queda claro que sacrificaban la rapidez por la seguridad en el negocio.
En otros casos, se ha establecido que los comerciantes e intermediarios se valieron muchas veces de valijas diplomáticas para hacer los envíos y así evadir los controles de aduanas. La supuesta transferencia de un cuadro de Lucas Cranach el Viejo y otro de Ingres de territorio ocupado a Estados Unidos habría utilizado esa estrategia.
Eso, cuando no eran directamente los diplomáticos los involucrados en el movimiento de las obras en América Latina: en una de las cartas interceptadas, por ejemplo, la esposa de un diplomático argentino en México (Carlos A. Pardo) le escribe en octubre de 1944 a la esposa del agregado militar de Argentina en Washington (Octavio Parodi), para preguntarle si quiere que le envíe todas las obras por barco a New Orleans y rogarle que usen el “sello diplomático” para todas las comunicaciones posteriores que tengan sobre el tema, así como no mencionar los nombres de los artistas o de los cuadros embalados, para evitar problemas.
Ni siquiera se salvan los profesores. Uno que dictaba historia del arte en el Liceo Francés de Montevideo, llamado Claude Shaefer, se muestra muy ansioso por vender en Europa su “valiosa colección de arte”, que asegura consta de unas 1.500 piezas e incluye cuadros de Beckmann, Chagall, Klee, Léger, Manet, Munch, Nolde, Toulouse-Lautrec y Rodin. La carta está fechada el 1 de noviembre de 1944 y deja en el aire varias preguntas, como por qué no quería venderla en América Latina y por qué aseguraba que estaba obligado, “dadas las circunstancias”, a ofrecerla a precios bajísimos. 
En este tráfico de arte robado por América Latina, aparecen varios nombres que coinciden con los registrados en otras partes del mundo. Es el caso de Hans Wendland, Paul Graupe y Arthur Goldschmitd, los tres identificados en documentos desclasificados como agentes al servicio de los nazis.

Un reporte elaborado el 2 de mayo de 1944 por el FBI se refería así al más prominente de los tres socios: 
“Wendland es descrito como un importador de obras de arte a gran escala y de quien se dice es agente financiero y representante de Hitler y (Hermann) Goering. Visita París con frecuencia y se sospecha que comercia con obras de arte incautadas y decomisadas de Francia y otros países ocupados”.

Otro informe secreto, fechado el 26 de septiembre de 1945, detalló el vínculo de Wendland con Goering: 
 “Es un comerciante de arte altamente sospechoso, un importador de arte, un supuesto ‘comprador’ para la colección de Goering, y un presunto traficante de obras de arte robadas en Francia”. 

En el mismo informe se hacía referencia a su vínculo con México, donde residía su hermana Dore y a donde buscó transferir parte de su fortuna tras el fin de la guerra.
En los documentos revisados para esta investigación se menciona cómo Goldschmitd estableció una ruta por Cuba, de donde despachaba directamente hacia Estados Unidos o triangulaba los envíos a través de México. Así ocurrió, por ejemplo, en enero de 1944, cuando Graupe –quien residía en un lujoso departamento a un costado del Central Park de Nueva York– le envió una carta a Goldshmitd –en aquel entonces residente en La Habana–, en la que le proponía vender en México la pintura ‘La Anunciación’, atribuida a Rubens. Según el escrito, la pintura perteneció a un Conde y a un personaje que vivía en Londres, y de acuerdo con los expertos consultados por el FBI, la obra artística fue realizada entre 1609 y 1610.
Otro personaje que aparece en los documentos es quien terminó sus días en Colombia como uno de los más reconocidos libreros de la época: el alemán Karl Buchholz.
Las dudas sobre él llegaron tras conocerse que fue uno de los cuatro negociantes de arte autorizados por los nazis para las transacciones con los objetos robados. De estos, el más notorio es quizás Hildebrand Gürlitt, De hecho, hace un par de años a su hijo Cornelius Gürlitt le encontraron una propiedad con más de 1.500 piezas artísticas, robadas, que mantenía ocultas en Munich.
De acuerdo con la historiadora estadounidense Susan Ronald, autora del libro “Hitler’s Art Thief: Hildebrand Gürlitt, the Nazis and the Looting of Europe’s Treasures” , publicado a finales de 2015 en su país, cada uno de esos cuatro marchantes tenía algo distinto que aportarle al régimen nazi y por eso fueron los elegidos para tener permisos especiales, aunque existieran decenas de marchantes regados por Alemania y otros países que también hayan colaborado, sin saber o sabiéndolo, con la política sistemática de saqueo.
“Fueron muchísimos los marchantes involucrados con la compra y venta de arte robado, pero estos cuatro tenían unos roles especiales y muy bien definidos”, explicó Ronald a esta investigación desde su casa en Londres.

La política de expoliación y saqueo de obras de arte, la gran mayoría perteneciente a coleccionistas judíos, fue sistemática entre 1938 y 1945.
 “Las colecciones judías fueron los primeros objetivos, los más fáciles, pero no se quedaron en ello. Siguieron con robar las colecciones de los enemigos políticos, de los masones (...) e incluso a las personas y naciones convenientemente marcadas como indeseables para la raza superior, la raza aria”, se lee en uno de los informes desclasificados sobre el tema, que hoy reposan en los Archivos Nacionales de Estados Unidos.

Sin embargo, ya está plenamente documentado que fue desde 1933 que ocurrieron las ventas forzosas y confiscaciones. Pero la fecha histórica que podría señalarse como la que dio origen al saqueo de manera formal fue el 9 de noviembre de 1938, tristemente célebre como la Noche de los Cristales Rotos.
Durante un banquete ofrecido por Hitler a los más altos líderes del nazismo, en Munich, Joseph Goebbels afirmó que no le sorprendería que las ventanas de los hogares judíos se estremecieran esa noche por el asesinato, días antes en París, de un diplomático alemán. Esa fue la señal. Vinieron luego los incendios, los saqueos, la violencia en tiendas y hogares de familias judías. Dos días después, el 11 de noviembre, se discutió por fin y de manera abierta, en una reunión de Hitler con otros miembros del partido, el saqueo de colecciones de arte que a partir de entonces se ejecutaría de manera sistemática, organizada, masiva.
La primera lista que hicieron contaba con 50 colecciones valiosas que debían ser confiscadas, todas de judíos, pero ese era sólo el comienzo.
El despojo -que tenía como objetivos el enriquecimiento “moral y espiritual de la nación alemana” y el enriquecimiento material de algunos individuos, en su mayoría los jefes del partido- incluyó también bibliotecas, instrumentos musicales y otros tesoros artísticos.
Aunque está plenamente documentado que desde 1933 ocurrieron las ventas forzosas y confiscaciones, la fecha histórica que podría señalarse como la que dio origen al saqueo de manera formal fue el 9 de noviembre de 1938, tristemente célebre como la Noche de los Cristales Rotos.
Miles de herederos de las víctimas han buscado y reclamado esos tesoros desde entonces en todo el mundo. Muchos de ellos se establecieron en América Latina y desde aquí han dado la pelea para que les devuelvan lo que les pertenece. La presión internacional llevo a que a finales de los años 90 se firmaran lo que se conoce como los Principios de Washington.
Se trata de un compromiso de cooperación para la búsqueda y devolución de los bienes artísticos confiscados y robados durante la Segunda Guerra Mundial, promovido por la ONU y suscrito por 44 países, en la llamada Conferencia de Washington. En esos acuerdos se reafirma que en caso de haber un hallazgo de una pieza robada, se debe buscar una “solución justa” acordada con los herederos de los legítimos propietarios. Obras saqueadas a varias familias han sido encontradas incluso en museos tan importantes como el Louvre de París o en algunos de los más prestigiosos de Estados Unidos.

El caso del matrimonio Oppenheimer es uno de ellos. Jakob y Rosa eran dueños desde 1929 de la Galería Van Diemen en Berlín, donde en 1922 se expuso por primera vez una muestra de arte ruso. En 1933, con la llegada del nazismo al poder, los alemanes cerraron la empresa de Oppenheimer, a la que pertenecía también la galería de arte, y las obras de Oppenheimer comenzaron a ser subastadas ilegalmente.
Con la persecución a la población judía, Jakob y Rosa tuvieron que huir a Francia, donde luego él fue detenido y llevado al campo de concentración de Drancy, cerca de París, en el que murió en 1941. Rosa terminó siendo deportada al campo de Auschwitz, donde también falleció, en 1943. Muchos años después, en abril del 2009, dos pinturas italianas del siglo XVI que durante décadas fueron exhibidas en el Castillo Hearst, en California, sin que se supiera que pertenecían a los Oppenheimer antes de ser robadas por los alemanes, fueron devueltas a dos de sus descendientes: Inge Blackshear, quien se radicó en Buenos Aires cuando sólo tenía 5 años (hoy tiene 80) y Peter Bloch, quien vive en Boynton Beach, Florida (Estados Unidos).
Retrato doble de una pareja joven

En agosto del 2010, tanto Inge como Peter recibieron otra buena noticia, pues el Museo de Wiesbaden, en Alemania, les devolvió otra obra robada por los nazis a la familia Oppenheimer en aquellos años 30: “Retrato doble de una pareja joven”, del pintor barroco holandés Pieter de Grebber (1600-1653).
Pero la mayoría de las veces no ha habido desenlaces felices, o al menos no por ahora. Es el caso de los herederos en América Latina de la familia Emden, cuyo patriarca, Max Emden, era uno de los comerciantes más ricos de Hamburgo antes de que estallara la Segunda Guerra, además de ser dueño de una valiosa colección de pinturas, la cual fue robada por los nazis.
Una de esas obras terminó adornando las paredes del palacio presidencial en Alemania: el ‘Zwingergraben’, de Bernardo Bellotto.
Cuando trascendió la controversia sobre el cuadro, el presidente alemán de la época -Horst Kölher- ordenó que se descolgara, aunque nunca fue devuelto a sus legítimos propietarios. Los descendientes de Emden, que hoy viven en Chile, libran varias batallas para que se les restituya lo que aseguran les robaron a su familia. En un cable escrito en 1939 y desclasificado por el gobierno estadounidense, se calcula que la colección de Max Emden llegaba a las 121 piezas e incluía pinturas de Monet, Van Gogh, Renoir, Manet y Gauguin, entre otros.

Para otros descendientes tal vez solo haya una posibilidad de reclamación. Es el caso de la reconocida académica del Colegio de Letras Hispánicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Margit Frenk. A sus 90 años, es la única heredera de una importante colección que el crítico de arte alemán Paul Westheim tuvo que dejar en su país cuando huyó para salvar su vida.
Se trata de 50 pinturas y esculturas, así como unos 3.000 grabados y acuarelas, realizados por importantes artistas como Oskar Kokoschka, Otto Mueller y Edgar Jené, entre otros. En esta historia, paradójicamente quien le dio una mano a Westheim para que pudiera escapar fue la misma persona que participó en el robo, mientras a él siempre le dijeron que las obras se habían perdido durante bombardeos ocurridos en medio de la guerra.
Algunas piezas de la colección fueron vendidas a través de casas de subasta, como ‘El Violinista’, de Erick Heckel, subastada en 1998 por Christie’s, de Londres, en 993 mil dólares; ‘Naturaleza muerta con botella blanca’, de Jean Pougny, que fue adquirida por la Galería Berlinesa a la Galería Hutton de Nueva York, y una obra del expresionista Joachim Ringelnatz que fue vendida por una casa de arte de Düsseldorf al museo Clemens Sels. Las tres piezas son ahora reclamadas por Margit Frenk, la heredera mexicana de Paul Westheim.
El industrial Julius Priester –quien al igual que Westheim se nacionalizó ciudadano mexicano- fue otro coleccionista que sufrió el saqueo de decenas de obras de arte por los nazis. 

En marzo de 2015 sus herederos recuperaron la pintura ‘Retrato de un caballero’, de El Greco, que había sido robada por la Gestapo en 1941, de una finca en Viena, junto con otras 49 piezas de grandes maestros como Rubens y Van Dyck. Priester se refugió en México, desde donde inició una batalla legal para recuperar su colección. Sus herederos continuaron esta lucha y en 2014 lograron ubicar la pieza robada de El Greco en una galería de Londres, justo cuando era puesta en venta. La obra fue restituida al año siguiente, tras una búsqueda de más de siete décadas.
Hoy, no queda duda de que muchas de las obras robadas por los nazis en Europa pasaron y, en algunos casos, se quedaron en América Latina. Lo que tal vez nunca se sepa es el número preciso de piezas que llegaron al continente y los múltiples intercambios y transacciones en las que se vieron involucradas, con varios ‘dueños’ que nunca se interesaron en saber el origen real de esos cuadros o que, si lo sabían, nunca quisieron buscar a sus legítimos propietarios, quienes hoy, en muchos casos, 
más que el valor económico de las obras, lo que buscan es que se haga justicia con la memoria.

Principios de Washington.


En uno de ellos, contenido en los llamados Principios de Washington, 44 países se comprometieron a crear un registro único de obras de arte robadas por los alemanes antes y durante la Segunda Guerra, y definieron como meta realizar la búsqueda de las mismas en museos, galerías y colecciones privadas de todo el mundo para luego hallar una solución justa, en la que sean devueltas a sus legítimos propietarios o a sus herederos o, al menos, se reconozca el hecho y así se haga una especie de restitución moral y simbólica. Argentina, Brasil y Uruguay son los únicos tres países de América Latina que en 1998 firmaron los Principios de Washington sobre Arte Confiscado por los Nazis.
Los Principios fueron el final de una década de intensa presión de la sociedad en general y de la comunidad judía en particular, para conocer la verdad sobre el expolio producido medio siglo antes. Fue en los años 90, de hecho, cuando se empezaron a revelar los alcances de la política sistemática de robo, pero también la forma en que varios gobiernos, directivos de museos, dueños de galerías y comerciantes de arte se venían oponiendo a investigar sobre el tema y a restituir de manera efectiva los bienes y obras de arte a sus dueños.
Los Principios fueron el final de una década de intensa presión  de la sociedad en general y de la comunidad judía en particular, para conocer la verdad sobre el expolio producido medio siglo antes.
Tras la firma de los Principios, por ejemplo, el Parlamento de Austria aprobó una ley que obligaba a los museos la apertura de todos sus archivos y la devolución de las obras que se comprobara habían sido robadas por los nazis. 

Los Principios no son vinculantes. Por eso, en una reunión de seguimiento que se realizó en 2009 en Praga (República Checa), se hizo una nueva declaración, ahora con 46 Estados firmantes (incluidos los mismos tres de América Latina: Argentina, Brasil y Uruguay), en la que todos aceptaron reformar sus sistemas legales internos para adaptarlos a los Principios. Hoy, sin embargo, la mayoría sigue sin cumplir con su palabra.

En 2013, la revista Der Spiegel denunció que el Gobierno alemán de su país no ha sido transparente a la hora de informar sobre los hallazgos de obras de arte robadas por los nazis. Además, el periódico reveló cómo el Gobierno federal  les puso numerosas trabas a los procesos de restitución durante varias décadas, a veces incluso en colaboración con grandes museos.
Hay países, de hecho, en los que sólo se obliga a devolver lo robado a los museos públicos, no a los privados, o en los que si una persona alega que lleva más de 30 años con una obra robada, pero no sabía de su verdadero origen, la propiedad de su anterior dueño prescribe.
En América Latina no hay antecedentes conocidos de la aplicación de estos Principios. Su aplicación podría ser un punto de partida para que estas, las últimas prisioneras de los nazis, empiecen por fin a recobrar su libertad.




Hans Posse: el curador del arte robado de Hitler.




En su calidad de comprador jefe nombrado por Adolf Hitler, el curador Hans Posse adquirió en los países ocupados por los nazis arte robado para el Museo del Führer. Ahora, sus diarios de viaje fueron publicados online.
A partir de julio de 1939, el director de museo Hans Posse tuvo una misión secreta: Hitler personalmente lo había nombrado "encargado especial" para el Museo del Führer, que se planeaba construir en Linz.
El cinco de julio comenzó el viaje de inspección de Posse. En el edificio del Führer, en Múnich, seleccionó los primeros cuadros para el nuevo museo. Después viajó a la ciudad austriaca de Linz, donde se reunió con los líderes locales. Cada detalle de sus viajes y adquisiciones de arte fueron apuntados meticulosamente en una libreta que solía llevar consigo.
"Hitler le había concedido amplias facultades", dice Susanna Brogi, directora del Archivo Alemán de Arte de Núremberg, donde se conservan y fueron analizados los diarios de viaje.
  "Posse sabía moverse en el mundo de los museos. Conoció personalmente a la élite nacionalsocialista", agrega.

El comprador jefe de arte de Hitler

El diez de julio de 1939 prosigió su viaje a Viena, donde visitó el depósito central de arte confiscado a propietarios judíos. En 1938, inmediatamente después de la anexión de Austria al Imperio Alemán, las autoridades nacionalsocialistas habían confiscado miles de obras de arte.
En sus libretas anotó todos sus gastos. La Cancillería del Reich, en Berlín, pagó, por ejemplo, sus viajes en tren, invitaciones a socios, boletos de entrada a exposiciones y propinas. En su calidad de comprador jefe, Hans Posse se alojaba en los mejores hoteles de Europa.
Entre julio de 1939 y otoño de 1942, Posse llevó meticulosamente la contabilidad de sus viajes. Durante tres años, cinco de sus libretas y un diario de trabajo fueron estudiados y analizados por un equipo de investigación del Museo Nacional Germano: una documentación histórica que ahora está disponible en línea. Asimismo, la publicación online es una importante fuente para investigar el arte robado por los nazis.   

Arte "degenerado"

Posse parecía ser el hombre indicado para hacer realidad el sueño de Hitler de convertirse en un gran mecenas del arte. A los 31 años, en 1910, tras concluir la carrera de historia del arte, Posse fue nombrado director de la Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos, en Dresde. El joven ambicioso rápidamente amplió la colección, impulsó el arte moderno y fomentó a artistas como Oskar Kokoschka. En 1922, expuso en el pabellón alemán de la bienal de Venecia obras de artistas despreciados por la política conservadora.    

Pese al acoso público masivo por parte de las autoridades locales nacionalsocialistas no dejó de exponer obras de artistas que más tarde serían calificados de degenerados por los nazis. De ahí que no dejara de sorprender que Hitler eligiera precisamente a Posse como emisario para la compra de colecciones para el planeado Museo del Führer.

En la mira: colecciones de arte judías

Durante tres años, entre 1939 y 1942, Posse viajó por los países ocupados por los nazis. Según su criterio, los museos alemanes adquirieron valiosos cuadros y esculturas, así como colecciones de porcelana, cuenta Birgit Schwarz, historiadora del arte, a DW. 
Tan solo en el depósito central en Viena fueron almacenados tesoros de arte por un valor de varios millones: eran obras robadas y confiscadas a familias judías de renombre como Rothschild, Gutmann, Pollak y Wolf. Hans Posse anotó cada detalle. Sus apuntes son un documento clave sobre el arte robado por los nazis, dice Schwarz.

Documentos clave

A partir de 1938, los comerciantes de arte y galeristas judíos tenían prohibido ejercer su profesión. Muchos se vieron obligados a huir al extranjero. Sus colecciones fueron liquidadas y "arizadas". Tan solo el fisco nacionalsocialista subastó 16.558 obras de arte. También Posse aprovechó esa oferta. Sin embargo, también compró arte de origen europeo no judío. 
Por orden de Hitler, viajó a Venecia, Florencia, París, Varsovia y Cracovia para adquirir cuadros históricos: obras maestras de Tiziano, Rafael, Canaletto, Rubens, Rembrandt, Van Dyk.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945, las tropas aliadas transportarían gran parte de estas obras a Múnich.
En 1942, Hans Posse murió de cáncer. Solo por casualidad sus diarios de viaje privados fueron descubiertos en los años 80. Ahora, todos los documentos han sido digitalizados y están disponibles en Internet: una fuente importante, no solo para historiadores del arte e investigadores de procedencia de arte.






Vía libre a que España devuelva a Polonia un díptico expoliado por los nazis que se expone en Pontevedra.
FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR




La Abogacía del Estado dictamina que la Diputación debe entregar la obra del pintor flamenco Dierik Bouts al Estado y no a la familia polaca saqueada en la II Guerra Mundial que también la reclama

DIPUTACIÓN DE PONTEVEDRA
CRISTINA HUETE
Ourense - 29 JUN 2022

Ha sido necesario un año y medio de consultas para que la Diputación de Pontevedra pueda entregar con seguridad al Estado polaco la réplica de una Dolorosa y un Ecce Homo del pintor flamenco Dierik Bouts que se exhiben actualmente en el museo provincial. Las consultas se realizaron cuando, tras anunciar la institución gallega su decisión de devolver el díptico saqueado en su día por los nazis y adquirido años después por la institución provincial dentro de una colección privada, la obra fue reclamada también por los descendientes de la propietaria original, la princesa polaca Izabella Czartoryska-Działyńska.
La réplica del díptico, pintado en uno de los talleres de imitadores de Bouts en el siglo XVIII y que aún puede visitarse estos días en el Museo de Pontevedra, regresará definitivamente a Polonia casi 82 años después de haber sido expoliada por el ejército nazi. Lo reclamó en 2020 el Gobierno polaco a la Diputación de Pontevedra y, en cuanto esta mostró su disposición a devolverlo, recibió la misma petición por parte de los descendientes de la familia saqueada durante la II Guerra Mundial.

“Se hicieron todas las consultas y en estos momentos está zanjado el asunto”, anunció este miércoles el vicepresidente de la Diputación provincial , César Mosquera, destacando que los informes de la Abogacía del Estado, así como otros externos, y los tratados internaciones consultados, concluyen que la obra debe entregarse al Estado polaco y que este decida después si lo cede a los descendientes de la propietaria original.
La institución gallega vuelve ahora, un año y medio después, a activar el procedimiento para el reembolso de la obra. Pedirá autorización al Ministerio de Cultura y a la Xunta de Galicia y llevará a pleno la propuesta, “ya que se trata de un bien que afecta al servicio público”. “Después, el Gobierno polaco se lo llevará con todas las garantías”, explicó Mosquera.

Los cuadros salieron de Varsovia en 1944 y reaparecieron en 1973 en el mercado del arte de Madrid. El museo pontevedrés los adquirió en 1994 dentro de la colección de José Fernández López, según consta en el informe realizado por la experta en arte flamenco Ana Diéguez Rodríguez. Lo que no se ha podido acreditar es si el coleccionista los compró en Madrid ni cómo las obras entraron en España.
La historia del periplo de este díptico se inició a principios del siglo XIX cuando la princesa Czartoryska-Działyńska decidió convertir el castillo de Gołuchów, en el centro-oeste del país, en un museo. Allí exhibió piezas antiguas de gran valor histórico. La actual encargada de esa residencia, Paulina Vogt, señaló el año pasado a este diario que el díptico —cuya fecha de entrada en la colección no está clara— no se encontraba entre los objetos disponibles para el público, sino en un espacio privado en la primera planta. Hoy se exhiben ahí dos antiguas copias de los cuadros. Según Vogt, esto demuestra que estas obras tenían un significado especial para la propietaria.
Los últimos herederos legítimos de los cuadros fueron el hijo de Czartoryska, Augustyn Józef, y su esposa, la princesa española María Dolores Borbón-Dos Sicilias. Los ocultaron en una de las paredes del palacio, pero fueron detenidos por la Gestapo y posteriormente trasladados a Sevilla por mediación de Franco. En 1944, el díptico fue definitivamente sacado de Varsovia y llevado al castillo austriaco de Fischhorn.

Según el relato de Vogt, ya en 1939 los alemanes eran conscientes del enorme valor de la colección de arte antiguo de la familia:
 “Muchas de las obras robadas de Gołuchów acabaron en el comercio de arte de Berlín y algunas aparecieron en manos privadas. Algo parecido pudo haber pasado con el díptico”.
La galerista reclamaba que la obra regresara al castillo considerando que la documentación existente “corrobora que perteneció a este lugar”. El Gobierno polaco no ha dejado de buscarlo. Para recuperarlo, distintos expertos emprendieron su búsqueda hace años y consiguieron localizarlo tras un largo proceso de verificación, incluyendo el cruce de referencias en publicaciones y la revisión de bases de datos.
La Diputación de Pontevedra ha querido “hacer las cosas bien”; por eso se ha demorado la devolución. “Solo faltaba que devolviéndolo de forma desinteresada y gratuita, acabáramos metidos en pleitos”, explica Mosquera, satisfecho porque la institución provincial “colabore para reparar el expolio nazi”, una tarea difícil especialmente si se trata de un asunto transfronterizo.
En este caso, el museo pontevedrés ha dado todas las facilidades, algo que no ocurre siempre (el Museo Thyssen ha ganado un pleito contra el nieto de una pareja judía a la que se le arrebató un cuadro de Camille Pissaro). La buena voluntad con la que ha actuado ha sido valorada por el Ministerio de Cultura polaco. “La obra fue comprada de buena fe y será devuelta de buena fe” y los gastos que acarree la restitución correrán a cargo del Estado español, destaca el vicepresidente de la Diputación de Pontevedra.

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Museo belga regresa cuadro robado por nazis en Segunda Guerra Mundial
10 febrero 2022

El museo belga devolvió el cuadro a los bisnietos de una pareja judía, a quienes les fue robada la pintura por los nazis. El principal museo belga de arte devolvió a los bisnietos de una pareja judía un cuadro que obtuvo hace 71 años, cuando los nazis saquearon la propiedad de la pareja en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
Este jueves, los trabajadores del museo belga descolgaron el cuadro que decoró las paredes del recinto durante 71 años, y lo llevaron a empacar para devolverlo a sus dueños, luego de que hace cinco años, los abogados de la familia reclamaran la propiedad.
La obra devuelta a los nueve bisnietos de la pareja judía es una pintura del artista alemán Lovis Corinth y se trata de un jarrón azul con flores rosadas, que le pertenecía a Gustav y Emma Mayer, quienes huyeron de su hogar en Frankfurt en 1938 a Bruselas hasta que viajaron a Gran Bretaña en agosto de 1939.
Sin embargo, por la rapidez de su huida, la pareja no pudo llevarse todas sus pertenencias entre ellas varias pinturas que fueron saqueadas por los nazis.
De acuerdo con el abogado de los dueños del cuadro , a la familia le fueron robadas 30 pinturas, incluida una obra de Max Liebermann; sin embargo no han podido localizar todas, ya que no tienen imágenes de ellas.

A la familia Mayer le faltan un total de 30 pinturas, incluida una pintura de Max Liebermann. El problema con la identificación de estas pinturas es que lamentablemente no tenemos ninguna imagen de estas pinturas”,dijo el abogado Imke Gielen.

¿Cómo llegó el cuadro al museo belga?

Tras finalizar la guerra, autoridades belgas hallaron varias pinturas y al no poder establecer a quién le pertenecían, confinaron todas las obras al museo en 1951, donde se encontraba el cuadro de Gustav y Emma Mayer.

El jefe del museo belga, Michel Draguet, dijo que la restitución tomó mucho tiempo porque requirió un largo trabajo de investigación y documentación.
“Flores, hay varias flores de Lovis Corinth, el tamaño no era el mismo en todos los documentos. Así que fue realmente complicado encontrar esto”, dijo Daguet.




El Catálogo Göring informa del mayor robo artístico de la historia.


Se trata de una relación anotada de las 1.376 pinturas, 250 esculturas y 168 tapices que quien le da nombre expolió de los museos y colecciones privadas durante la invasión nazi en la segunda Guerra Mundial.


Hace algo más de un lustro se publicó por primera vez el llamado Catálogo Görieng, una relación anotada de las 1.376 pinturas, 250 esculturas y 168 tapices que quien le da nombre expolió de los museos y colecciones privadas de algunas familias judías en los países ocupados por la invasión nazi durante la segunda Guerra Mundial. Solo de Francia se calcula que fueron cien mil en total los objetos artísticos que se llevó la Werhrmacht. 

El catálogo de la segunda autoridad del Tercer Reich responde a los caprichos de apropiación que Hermann Wilhelm Göring (1893-1946), solo por debajo de los que tuvo su Führer, primer beneficiario del mayor robo artístico de la historia: 650.000 piezas robadas en toda Europa.  Tuvieron que transcurrir setenta años hasta que esa documentación, depositad en los archivos diplomáticos de Quai d’Orsay, en París, así como en otras dependencias provinciales, fuera dado a conocer durante la gestión de Laurent Fabius como ministro de asuntos exteriores de Francia. El producto fue una edición crítica, en la que se incluye un prólogo y notas que facilitan el entendimiento de los hechos, resaltando el papel jugado en la protección y recuperación de ese tesoro artístico de Francia por la conservadora del Museo Jeu de Pomme Rosa Valland. 

Sus precipitadas y detalladas fichas haciendo anotaciones de cuanto se llevaron los nazis desde París a Alemania en casi medio centenar de trenes, hicieron posible no solo que la resistencia francesa no dinamitara esos convoys sino su recuperación al término de la guerra fuera posible. Es de lamentar que el papel jugado por Rosa Valland no fuera reconocido por su país hasta muchos años más tarde. Las notas tomadas por esa funcionaria, jugándose la vida, permitieron conocer las preferencias artísticas de Göring para acaparar su gran colección personal, registrada en ese catálogo manuscrito de 286 páginas. No hay que olvidar que Göring, nacido en África, se crió en el castillo de Burg Veldenstein, donde su padrino de ascendencia judía le inculcó la afición por el arte.
Gracias a una magnífica película de Laurence Thiriat, difundida recientemente por Arte TV, hemos podido tener conocimiento detallado del mayor robo artístico perpetrado en la historia de la humanidad. Cada cual podrá seguir las incidencias de este expolio en el mencionado canal y subrayar aquellos aspectos que le resulten más interesantes, pero hay uno que personalmente me resultó muy significativo por lo que comporta de metáfora sobre aquel expolio y que el realizador del film dejó para poner punto final a la película.

Movido por su megalomanía y al objeto de asemejarse a un príncipe renacentista, Görieng quiso hacer de su residencia de campo en Carinhall una especie de Versalles teutón en el que dar acogida al fruto de su robo. Obviamente, al término de la guerra, y en evitación de que el Ejército Rojo ocupara el suntuoso edificio, ordenó a la escuadra de demolición de la Luftwaffe que lo destruyera el 28 de abril de 1945. Gran parte de las obras artísticas fueron halladas después por las tropas del general Patton en una mina de sal Altaussee, una aldea remosta de los Alpes austriacos.
Todo un tren repleto de cuadros, esculturas y demás objetos artísiticos  (el llamado tren de Göring) llegó a la localidad de Berchestesgaden, causando la lógica inquietuid entre los vecinos, que en lugar de alimentos, como esperaban encontrara, se contraron con arte, artre que pasó a los gftraneros de no pocos de los lugareños, hasta el punto de que aún hoy en día cabe creer -segun testimonian algun anticuario- que en Berchestesgaden siguen ocultas obras artísticas de ese tren, obra, por lo tanto dos veces robadas a sus propietarios.
Pero no es de eso de lo que se nos informa al final del interesante film Catálogo Görieng (canal ARTE), sino de la aparición en los sótanos de la vieja residencia de caza de Hermann Wilhelm Göering -gracias a la investigaciones llevadas a cabo en el lugar por Christophe Frank- de una escultura de 1,20 metros, obra de Étienne Maurice Falconet, conocida por el nombre de La amistad del corazón, que había pertenecido a Maurice Rotschild, y que Madame de Pompadour regaló a su amante el rey Luis XV. 

La obra de Etienne-Maurice Falconet (1716-1791) director de la fabrica de porcelana de Sevres gracias a Pompadour, se caracteriza por una estilo exquisito y delicadamente carnal, muy del gusto de la favorita del Rey, extensivo al del dirigente nazi.



FBI incauta obra de arte robada por nazis que una chilena intentó vender en Nueva York.

Renate Stein acudió a Christie's para subastar una pintura del holandés Salomon Konick. Sin embargo, la casa de remates dio aviso a la policía, pues la obra figuraba extraviada hace 60 años.



SANTIAGO.- 

Una pintura del artista holandés Salomon Konick fue incautada por el FBI de Estados Unidos. La obra, estaba en manos de la chilena Renate Stein, quien pretendía ingresarla a una subasta de la casa de remates Christie's, en Nueva York. 


Según informa La Segunda, la medida llevada a cabo por orden judicial, se adoptó luego de que Christie's constatara que la pintura figuraba extraviada desde hace 60 años, tras ser saqueada por los nazis en la invasión a Francia, durante la Segunda Guerra Mundial. Presuntamente la familia Stein la habría adquirido a través de un traficante de arte. Denise Ratinoff, representante de la casa de remates, interpuso una denuncia criminal por obstrucción a la justicia, luego de que Stein y su defensa recurrieran al Ministerio Público y al Poder Judicial, asegurando que Christie's llevaba a cabo un plan para sacar el cuadro de Chile, en un intento por recuperar la obra.

 "Ahora que la pintura y la evidencia de sus saqueos pasados están en manos de las autoridades federales de EE.UU., Christie's confía en que se confirmará que hemos actuado de acuerdo con los protocolos de acuerdo y el derecho internacional", declararon desde la casa de subastas situada en Nueva York.

El FBI devolvió ayer a una familia francesa-judía un cuadro de 380 años de antigüedad del pintor holandés Salomon Koninck que había sido robado durante la II Guerra Mundial y que tenía en sus manos una coleccionista chilena. La obra de 1639, titulada "A Scholar Sharpening His Quill" ("Sabio afilando su pluma"), pertenecía a la famosa colección del maestro holandés de Adolphe Schloss (1842-1910), incautada por los nazis en la Francia ocupada en 1943, enviada en parte al cuartel general de Hitler en Munich. Tras la rendición alemana, las obras se dispersaron y se perdió el rastro.

Quienes lo recibieron fueron sus bisnietos, Laurent (65) y Michel (71) Vernay, calificando el hecho como una "pequeña victoria". La pintura reapareció en noviembre de 2017 cuando la coleccionista chilena Renate Stein intentó venderla a través de Christie's en Nueva York, lo cual permitió a la casa de subastas identificarla y luego al FBI de iniciar su recuperación. 

La negociante explicó a las autoridades que su padre había comprado el cuadro en 1952 a Walter Andreas Hofer, encargado de adquirir obras de arte del fundador de la Gestapo, Hermann Göring y gran protagonista en la dispersión de bienes expoliados. Esperanza y no revancha Frente al antisemitismo que resurge en Estados Unidos y Europa, una restitución "vuelve a poner el foco en todas las expoliaciones y las desapariciones judías (...) es como si colocáramos un monumento conmemorativo en homenaje a lo que sucedió", dijo a la AFP Michel Vernay.

"Es el lado positivo", afirmó. "No es el lado de la revancha, es la esperanza: la historia está ahí, no la embellecemos". 

Las expoliaciones son parte integral del proceso de genocidio, subrayó el ingeniero jubilado, cuya madre perdió la mitad de su familia en Auschwitz.

 "Privamos a las personas de su posibilidad de existir en la sociedad, de ejercer su oficio, luego los privamos de su nacionalidad, luego de sus recursos y de sus bienes. Y luego, cuando están solos, sin recursos, sin abrigo, sin defensa, es fácil quitarles la vida".

"Cada restitución es una pequeña victoria", aseguró su hermano Laurent. Pero "las pinturas no son tan importantes como las vidas que fueron eliminadas"

Una cosa es segura: aunque aún faltan unos 170 cuadros de los 333 de la colección Schloss, según Laurent, los dos hermanos no tienen la intención de pasar su tiempo buscándolos. "Si pasas tu vida buscándolos, no tienes más vida", dijo Laurent. "Era la opinión de mi padre y yo también decidí no hacer demasiado".

"Es una herencia a compartir entre más de 20 personas (...) como no se puede cortar una pintura en trozos, espero que haya un museo francés capaz de comprarlo y de etiquetarlo como una cuadro restituido tras la expoliación". Michel Vernay
Salomon (de) Koninck (1609-1656) fue un pintor y grabador holandés.


 
El cuadro robado por los nazis vuelve a la Galería de los Uffizi de Florencia.
10-07-2019

Jan van Huysum , también deletreado Huijsum (15 de abril de 1682 -
8 de febrero de 1749), fue un pintor holandés .


El alemán Eike Schmidt, director de la Galería de los Uffizi de Florencia, ha devuelto al museo lo que fue suyo antes de la Segunda Guerra Mundial: «Jarrón de flores», una obra de Jan Van Huysum que regresa a su lugar de origen el 19 de julio.

El alemán Eike Schmidt, director de la Galería de los Uffizi de Florencia, ha devuelto al museo lo que fue suyo antes de la Segunda Guerra Mundial: «Jarrón de flores», una obra de Jan Van Huysum que regresa a su lugar de origen el 19 de julio.

En una historia de buenos y malos hace falta siempre una referencia moral para saber dónde ubicarnos. En una epopeya protagonizada por nazis, mercantes y cazadores de arte es necesario imperiosamente un héroe. Pongamos un alemán, que suele aportar el punto de reparación por un pasado vergonzante. Un alemán que se ha pasado al lado italiano y que, aun así, quiere cumplir con su obligación moral. Mejor que mejor. Ya tenemos al protagonista: se llama Eike Schmidt, nació en Friburgo y es director de la Galería de los Uffizi en Florencia. Cuando llegó al museo, en 2015, comprobó que tenía entre manos la mejor colección de arte de Italia, pero le faltaba una pieza. Y estaba precisamente en Alemania, de donde no ha vuelto desde que las tropas de Hitler pasaron por la capital florentina.

Así que, el pasado 1 de enero, cuando cualquier erudito estaría disfrutando del Concierto de Año Nuevo de Viena o descansando como cualquier persona, Schmidt puso una cara muy seria y se presentó en la sala donde el cuadro había dejado un vacío y colocó una fotocopia del mismo. «¡Robado!», se leía en el marco, en inglés, alemán e italiano. Le faltaba al lienzo el cartel de «Wanted» y al director del museo la estrella de sheriff, porque dejó claro que su deseo para el año que comenzaba es que Alemania devolviera la pintura y que hasta que no lo consiguiera no iba a parar. Dicho y hecho. Tras casi tres décadas de investigaciones, el «Jarrón de flores» volverá finalmente a Florencia el 19 de julio.

Vuelta con tensión narrativa

Ese día se celebrará una ceremonia con toda la pompa que permitan las salas renacentistas de los Uffizi. No faltarán el ministro de Exteriores germano, Heiko Maas; su colega italiano, Enzo Moavero Milanesi; y el titular de Cultura de este país, Alberto Bonisoli. Todos ellos se harán la foto para inmortalizar el retorno de la obra de arte a su lugar de origen 75 años después. Pero la verdadera estrella seguirá siendo Eike Schmidt, quien ha impulsado la campaña para que fuera posible. Consultado por este diario, no ha querido dar pistas de cómo se han desarrollado las gestiones y, para más detalles, insta al día de la restitución. Todo protagonista de una historia sabe mantener la tensión narrativa. Lo que sí anticipa el director de los Uffizi es que «no se ha pagado ningún rescate, ya que la obra es propiedad de la República italiana». En una sesión parlamentaria en el Bundestag, el diputado Michael Roth también admitió hace meses que «está claro que la pintura pertenece a la colección de los Uffizi». Algo que no fue tan evidente hasta hace poco.


Para encontrar a su legítimo propietario, comencemos por el principio. El «Jarrón de flores», obra del pintor holandés Jan van Huysum (Ámsterdam 1682-1749), fue comprado en 1824 por el Gran Duque de la Toscana Leopoldo II. Acababa de inaugurarse la Galería Palatina del Palacio Pitti, símbolo de poder de los Medici, y era necesario hacerse acopio de una gran colección. Lo tomaron al pie de la letra, porque en el museo los únicos centímetros cuadrados vacíos que había en sus paredes eran los del «Jarrón de flores». Y esto se debe a que en 1944, con Florencia bajo las bombas del Tercer Reich, las tropas nazis –que controlaban ya la ciudad– decidieron vaciar la pinacoteca para proteger su interior. Años antes, observando la que se venía encima, los italianos habían evacuado las piezas más valiosas. Las pinturas de Rafael, Leonardo o Boticelli fueron repartidas por distintos caseríos de la Toscana. Aunque no había manos, espacio ni recursos para abarcar todo el patrimonio. Miles de obras salieron en cajas, cargadas por alemanes, para alegría de Hitler y su lugarteniente Hermann Göring. Algunas de ellas se rompieron. Mala pata. Y la que nos ocupa cayó en manos de un militar de la Wehrmacht llamado Herbert Stock. Ese año, el soldado le escribió una carta a su mujer en la que le decía: «Tengo un bellísimo cuadro en óleo y espero conseguir la caja adecuada para poder enviártelo».


Objeto de extorsión

Ahí se perdió el rastro, hasta que en 1991 comenzaron las llamadas anónimas a Sotheby's para tratar de vender el cuadro. Primero por 2,5 millones, después por 2... y como si ya hubiera entrado en la subasta, el precio quedó rebajado hasta los 250.000 euros. El cuerpo de los Carabinieri para la tutela del patrimonio comenzó una investigación que ha durado hasta ahora. Fuentes que han seguido el caso confirmaron hace meses a este periódico que la pintura estaría valorada en unos 12 millones de euros, pero que Italia nunca se ha planteado pagar por algo que considera suyo. Hace tres años se consiguió localizar a la familia que ha tenido en su poder la obra, que pidió a través de su abogado y coleccionista de arte, Nicolai B. Kemle, un arbitraje para determinar quién debía quedársela definitivamente. La Fiscalía de Florencia reconoció que el delito por robo había prescrito hacía mucho tiempo, pero confiaba en recuperar la pieza alegando que había sido objeto de extorsión. Solo era necesaria la colaboración del Estado alemán, que según las mismas fuentes se resistió durante años, aunque por fin ha debido ceder.

Los problemas burocráticos han impedido o ralentizado la devolución de miles de obras que los nazis se llevaron durante la Segunda Guerra Mundial. Resulta muy complicado hacer un cálculo preciso, aunque en la mayoría de los países implicados en la contienda contra los alemanes las cifras son de al menos cuatro dígitos. Solo en Italia, el Museo del Arte Secuestrado, una institución ubicada cerca de Milán, estima que aún quedan 1.600 piezas por devolver. También en esa época hubo un héroe, llamado Rodolfo Siviero, que consiguió localizar la mayor parte de lo sustraído, pero la ambición de los jerarcas nazis fue prácticamente inabarcable. En Francia la figura del cazador de arte tuvo rostro de mujer. Respondía al nombre de Rose Valland y era una experta tan valiosa que fue contratada por los alemanes, sin saber que trabajaba a la vez para la Resistencia. Cuando terminó la guerra tenía un archivo secreto tan extenso que permitió a las instituciones galas recuperar buena parte de lo perdido. Mientras, en Alemania, surgió hace años una historia opuesta, la de Cornelius Gurlitt, un hombre que heredó de su padre una colección de más de 1.400 obras de arte que habían sido obtenidas del expolio nazi.


Hitler quiso ser pintor

Muchas de estas obras forman parte de lo que Hitler bautizó como el «arte degenerado». Es decir, todo aquello que producían las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX, que chocaba con lo que él consideraba que debía ser admirado por un buen alemán. Las artes clásicas, la antigua Grecia o la pintura germana del siglo XVI ensalzaban la raza; todo lo demás, no. Por tanto, gracias a un decreto de 1937, el régimen confiscó 20.000 piezas impuras, procedentes de museos y colecciones privadas, de las que muchas no han sido aún restituidas. Hitler se quedó con las ganas de ser pintor. Pero viendo sus habilidades, en la Academia de Bellas Artes de Viena, donde intentó ingresar, le dijeron que se dedicara a otra cosa. Se metió entonces en la política y cuando invadió media Europa trató de cobrarse su venganza llevándose todo el arte que estaba a su alcance. Göring, su mano derecha, también conformó una colección personal de la que a día de hoy tampoco se conoce al completo su paradero.


Con todas estas fechorías, resulta complicado defender a Eike Schmidt, nuestro héroe, como tal. O al menos no reconocer que su heroicidad, con un simple lienzo de 47x35 centímetros, es limitada. Pero, al fin y al cabo, su campaña pública ha servido para vencer a los nazis tres cuartos de siglo después de la caída de su imperio. Y eso no lo consigue cualquiera. Cerrará toda esta larga historia como un símbolo, de modo que estaba casi obligado a pronunciar una frase lapidaria. «La vuelta del cuadro es una hazaña para Italia, pero también para Europa y el resto del mundo», repite estos días. A partir del 19 de julio, cualquiera podrá acudir a la Galería de los Uffizi, buscar entre su maraña de pinturas este «Jarrón con flores» y sentirse reconfortado porque esta historia de buenos y malos tiene un final feliz.

Un alemán al frente de los Uffizi

En 2015, el entonces ministro de Cultura, Dario Franceschini, recurrió por primera vez a un concurso internacional para nombrar a los directores de los museos más importantes de Italia. Entre los 20, había siete nombres foráneos. Eike Schmidt ocupó el cargo más importante, al en la Galería de los Uffizi. Mientras que la también alemana Cecilie Hollberg se encargó de la Galería de la Academia florentina; Sylvain Bellenger, francés, del de Capodimonte en Nápoles; y James Bradburne, canadiense, de la Pinacoteca de Brera, en Milán. Su elección causó una gran polémica entre sus colegas italianos, que hasta ese momento habían mantenido la hegemonía. Se produjeron denuncias, aunque los tribunales siempre han ratificado el sistema de Franceschini. Con la llegada al Gobierno del Movimiento 5 Estrellas y la Liga, se especuló de nuevo con que pudieran dar marcha atrás a la apertura a expertos extranjeros. No ha sido así, pero el Gobierno amenaza con que la Academia de Florencia siga teniendo una gestión autónoma.



Vinos y los Nazis.


El nazi ladrón de vinos.

 17 DE ABRIL DE 2021



Herman Göring, ministro del Aire en III Reich y uno de los líderes considerados del círculo íntimo del dictador alemán, ha sido uno de los grandes ladrones de historia.

Robó obras de arte a los judíos franceses, esculturas y francesas, impresionantes cuadros procedentes de judíos austríacos y alemanes. Acaparó una de las mayores colecciones de arte jamás conocida, apropiándose ilegalmente o a bajo precio de compra del patrimonio de los judíos perseguidos.

Enfermo, drogadicto y cleptómano empedernido, Göring la emprendió -incluso- con saqueos y pillajes de importantes colecciones de vino en Francia, Italia, Hungría y Austria. En su extensa bodega encontrada en Rominten hallaron vinos procedentes de las bodegas Rothschild, de Richebourg-Domaine de la Romenée Conti, caldos del Mosela, de Hungría, como los famosos Tokay, junto con otros procedentes de Italia, Portugal, Francia e Italia.

Quien roba a un ladrón, cien años de perdón.

La importante colección acaparada por Göring fue capturada por el ejército soviético después de la huida nazi. Göring, preso más tarde por los aliados, se suicidaría en 1946 para evitar ser ahorcado en Nuremberg tras el juicio que lo condenó a muerte.
Los soldados rusos llevaron estas centenares de botellas a Moscú, Crimea y Moldavia no sin antes dar buena cuenta de los caldos que cayeron en sus manos. Otra parte de los mismos se los bebieron después en Moscú los jefes militares y políticos que habían liderado la guerra y otra parte de la selección vinícola de Göring fue llevada a unas bodegas de Moldavia.
A apenas una media hora de la capital moldava, Chisinau, se hallan las bodegas donde se conserva el vino robado por el nazi son de las más grandes del mundo. Producen nueve millones de botellas de vino al año y cuentan en su interior con caminos de más de 100 kilómetros ordenados por calles y avenidas con los nombres de sus caldos. Sus viñedos, con varias clases de uvas que dan excelentes vinos blancos, rosados y tintos, se extienden por más de 600 hectáreas. Dichas bodegas también producen la variedad de brandy o cognac local, conocido allí como divin y que es de una  gran calidad en casi todas sus presentaciones de tres, cinco, ocho, diez y dieciocho años.
Esta famosa cava fue construída después de la Segunda Guerra Mundial. Guarda en su interior más de un millón de botellas pertenecientes a casi 700 marcas y bodegas. Fundada en 1952, es considerada una de las bodegas más grandes de Europa del Este y según aseguran podría conservar dentro hasta un total de 355.000.000 millones de botellas si se utilizase en toda su capacidad.
Varios presidentes, como Vladimir Putin y la excanciller alemana Angela Merkel, cuentan con una pequeña bodega donde se les suministran sus caldos directamente. Putin incluso celebró en las bodegas su 50 cumpleaños. Dicen que en 1966, el héroe del espacio ruso Yuri Gargarín las visitó y tuvo que ser después ayudado para salir tras una juerga memorable.

Casi todos los dirigentes rusos la han visitado en los últimos tiempos, entre los que destacan Mijail Gorbachov y Putin, y han catado estos caldos procedentes de los robos del jerarca nazi suicidado. La cava alberga 655 botellas de colección de Göring, de las cuales 455 provienen de Francia.

FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


“Primero, estos vinos fueron llevados por primera vez a Moscú, donde casi se bebieron. Los restos de la colección de vinos de Goering se repartieron entonces en 1947 entre Georgia y Moldavia”, recuerda, explicando que estas dos repúblicas fueron elegidas como receptoras, por ser las más prestigiosas de la antigua Unión Soviética en cuanto a sus vinos.

La historia dice que las botellas de vino de Goering se produjeron originalmente a tiempo para la Pascua de 1902 en Jerusalén. Las botellas ahora se mantienen seguras detrás de una ventana de vidrio.

 Cricova Estate.
FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR



Un recorrido por las bodegas de Cricova revela mucho más que una colección de vinos muy finos, incluida la colección privada de Vladimir Putin y un legado del secuaz nazi Hermann Goering.
Caminando por los profundos túneles de Cricova, la famosa bodega ubicada a 11 kilómetros de la capital moldava de Chisinau, el lugar vibra con la historia que se desarrolla.




Vino y guerra: persiguiendo a los weinführers

JANE ANSON, MARZO DE 2022
Don y Petie Kladstrup 
FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR



Fue solo por accidente que escuchamos sobre los weinführers. Estábamos hablando con Philippine de Rothschild de Château Mouton-Rothschild sobre cómo los enólogos franceses lucharon por sobrevivir bajo la ocupación nazi. Nuestro libro, Wine and War: the French, the Nazis & the Battle for France's Greatest Treasure , aún no se había escrito (todavía estábamos recopilando información), pero con lo que ella nos estaba contando, sabíamos que teníamos una buena historia. uno que nunca se había dicho antes.
Philippine era solo una niña cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, pero recuerda vívidamente cómo los soldados alemanes marcharon hacia Burdeos y se apoderaron de numerosas fincas vinícolas, incluida Mouton. Ella describió cómo su antiguo cocinero corría por el gran salón tratando de quitar las pinturas antes de que los soldados les dispararan. En cuanto al vino de Mouton, gran parte había sido retirado y escondido en otro château antes de que llegaran los soldados. 'Así que tuvimos suerte allí', dijo Philippine, 'pero también tuvimos un salvador. Su nombre era Heinz Bömers. Antes de que pudiéramos preguntar quién era Bömers, agregó rápidamente: "Y deberías hablar con su hijo". Tiene un viñedo en Entre Deux Mers.
Nos enteramos de que Bömers era una figura clave en el plan del Tercer Reich para apoderarse de la industria vinícola de Francia. Aunque a Hitler no le gustaba el vino, refiriéndose a él como "vinagre vulgar", entendió cuán prestigioso y rentable podía ser y declaró que Alemania debería obtener lo mejor de los vinos de Francia. Su hombre clave fue el mariscal de campo Hermann Göring, quien se quejó de que Francia estaba "engordada con tan buena comida que es una vergüenza".
Amonestó a los soldados del Reich a 'transformarse en una manada de perros de caza, y estar siempre atentos a lo que será útil para el pueblo de Alemania'. Sin embargo, para obtener el mejor vino, los líderes nazis no querían un paquete; quería punteros, hombres que no sólo conocieran el vino, sino también a las personas que lo elaboraban y vendían. Así que los planificadores económicos del Reich se dirigieron directamente al comercio de vino alemán, creando un cuerpo de lo que algunos llamaron "comerciantes de vino en uniforme".

Los franceses tenían otro nombre para ellos: los weinführers.

Su trabajo consistía en comprar la mayor cantidad posible de buen vino francés y enviarlo de regreso a Alemania, donde se revendería internacionalmente para obtener una gran ganancia. Para hacer la selección y compra, el Tercer Reich asignó un weinführer a cada región vinícola. El más importante fue Heinz Bömers, quien dirigía la firma importadora de vinos más grande de Alemania, Reidemeister & Ulrichs. Fue enviado a Burdeos.
Las autoridades alemanas, sin embargo, habían cometido un error. Los weinführers eran expertos en vino, pero eran mucho más que eso. También eran amigos de los productores de vino franceses. Su conexión a través de generaciones de hacer negocios juntos había trascendido desde hace mucho tiempo los asuntos comerciales; se habían formado en las empresas del otro y hablaban el idioma del otro con fluidez. Incluso fueron padrinos de los hijos del otro.
Los weinführers también eran muy conscientes de algo más: la guerra no duraría para siempre y cuando terminara, Francia seguiría estando al lado de Alemania; todavía tendrían que vivir juntos y, con suerte, volver a hacer negocios.
Mucho de lo que aprendimos provino de Heinz Bömers, Jr., quien describió cómo le dijeron a su padre que perdería el negocio familiar a menos que se hiciera miembro del Partido Nazi. 
"Tenía que pensar en su familia, para protegerlos", dijo Heinz Jr. Tuvo que hacer concesiones y sé que sufrió por eso. Pero él siempre estuvo convencido de que la época nazi era temporal, por lo que había que hacer todo lo posible para sobrevivir'...

Extracto exclusivo : Capítulo tres, Los Weinführers

Por eso, cuando Bömers, de cuarenta y siete años, que había sido eximido del servicio militar activo por motivos de salud, recibió un telegrama en mayo de 1940 del Ministerio de Economía alemán ofreciéndole el puesto de Beauftratger en Burdeos, accedió a ir. "Creo que era un trabajo que podría haber rechazado", dijo Heinz Jr. “Pero creo que sintió que este era un lugar donde podía ayudar, podía hacer las cosas más fáciles para todos. Tenía muchos, muchos amigos en Burdeos.
Bömers aceptó el trabajo con varias condiciones: que los nazis no le pagaran y que se pagaría a sí mismo; que fuera libre de cambiar tantos marcos en francos como quisiera; que no se le exigiría el uso de uniforme; y que tiene la autoridad para 'intervenir' si sentía que las acciones de las tropas alemanas eran inapropiadas. "Tenía miedo de que a algunos de esos nazis, como Göring, les gustaría tener algunos Mouton-Rothschild muy viejos, y podía imaginar que algunos de los soldados pensarían que deberían recogerlos por él", dijo Heinz Jnr.
Bömers llegó a Burdeos justo después de la firma del armisticio. En cierto modo, fue como un regreso a casa. Antes de la Primera Guerra Mundial, su familia había sido propietaria de Château Smith Haut-Lafitte y elaboraba vino allí hasta que el gobierno francés lo confiscó junto con otras propiedades de propiedad alemana. En los años siguientes, Bömers, trabajando desde su oficina en Bremen, importó vinos franceses y desarrolló estrechas relaciones con productores clave.

'Centinelas con bayonetas' 

Entonces, para muchos bordeleses, su llegada en 1940 planteó un cruel dilema: su viejo amigo y colega de negocios ahora representaba al enemigo. Para disipar los temores, uno de los primeros actos de Weinführer de Bömer fue reunir a la gente del vino y asegurarles que seguía siendo su amigo. 'Tratemos de reanudar nuestro negocio con la mayor normalidad posible', dijo, 'pero cuando me vaya algún día, espero que tengan mejores existencias de vino que las que tienen ahora'. Era su forma de decirles que se preocupaba por sus intereses y que, cuando terminara la guerra, esperaba seguir haciendo negocios con ellos.
"Pasó y nos saludó a todos", dijo May-Eliane Miaihle de Lencquesaing. 'Por supuesto que todos lo conocíamos desde antes de la guerra, cuando venía aquí, así que le dijimos: 'Mientras no lleves uniforme, puedes venir por la noche y cenar con nosotros como de costumbre'. '
Sin embargo, muchos bordeleses estaban preocupados. "Bömers era un hombre muy poderoso", dijo Jean-Henri Schÿler de Château Kirwan. Si no querías que vendiera tu vino, podría ordenarte que lo hicieras.
Incluso Daniel Lawton, que se había formado en la firma Bömers en Bremen y que dirigía una de las casas de bolsa más antiguas de Burdeos, probó el temperamento de los Bömers. Cuando escuchó las demandas de vino de Bömers y los precios que pagarían los alemanes, Lawton no dudó en enfrentarse a Bömers y negarse.
Bömers estaba indignado. Mirando a Lawton, advirtió:
"Si no acepta vendernos vino en nuestros términos, ¡habrá centinelas con bayonetas frente a todas las bodegas de Burdeos mañana!".

"Adelante, hazlo", respondió Lawton.

No sucedió. Los comerciantes de vino de Burdeos, sin embargo, tenían poca o ninguna alternativa que tratar con los Bömers. "Ya no podíamos vender nuestros vinos a Gran Bretaña o Estados Unidos", dijo Schÿler. 'Estaba todo cerrado. Teníamos una elección: podíamos vender nuestros vinos a los alemanes o podíamos tirarlos al río Gironda”.
Hughes Lawton, cuyo padre había desafiado a Bömers, estuvo de acuerdo. 'Tienes que lidiar con una situación que no querías. Una vez que seas derrotado, tienes que hacer lo que te digan.'
Aunque muchos bordeleses consideraban a los Bömers duros, incluso autocráticos, lo respetaban. Les preocupaba que buscara los mejores vinos de Burdeos, tesoros que un productor dijo que constituían un "museo inestimable del vino". Otro preguntó en voz alta: '¿Esta parte integral de la civilización francesa será confiscada, saqueada, enviada con los Renoir, los Matisse, los Georges de La Tours al otro lado del Rin?'
Bömers juró que eso no sucedería, a pesar de que sus señores en Alemania lo estaban presionando mucho.

En cambio, les hizo un favor a los bordeleses: los liberó de las enormes existencias de vino de mala calidad que se habían acumulado después de las cosechas de la década de 1930. Una sola de sus compras ascendió al equivalente a un millón de botellas'.

"Era un hombre muy honesto", dijo May-Eliane Miaihle de Lencquesaing de Château Pichon-Longueville, condesa de Lalande. 'Mis padres solían decirme, 'Gracias al Sr. Bömers, todavía tenemos nuestro vino. Hizo todo lo posible para mantener un buen equilibrio, para no enfadar a los alemanes y para cuidar de sus amigos.
Pero era un trabajo peligroso. Los Bömers tuvieron que caminar por la cuerda floja. Tenía que jugar un poco como un doble juego”, según Jean-Henri Schÿler de Château Kirwan. En una ocasión, Bömers recibió un pedido del mariscal de campo Göring por varias cajas de vino de Château Mouton-Rothschild.
Los Bömers odiaban a Göring y pensaban que Mouton era demasiado bueno para gente como él. Así que pidió a los trabajadores del château, uno de los pocos que hacían su propio embotellado, que le ayudaran con un poco de engaño. El weinführer les envió botellas de vino ordinario y les indicó que pegaran etiquetas Mouton. Los trabajadores estaban muy felices de cumplir.
Luego, las botellas se enviaron a la oficina de Göring en Berlín. Bömers nunca escuchó una palabra de queja del mariscal de campo.
"Salvó nuestro vino", dijo May-Eliane Miaihle de Lencquesaing. 'Se aseguró de que nadie tuviera que vender demasiado vino, y se aseguró de que siempre se pagara. Después de su llegada, no se robó más vino».


Pinturas.

“La avenida de los papagayos” (1920), de Max Liebermann, fue comprada por el coleccionista Heinrich Glosemeyer y es parte del Museo de Arte de Bremen. La investigación demostró que el matrimonio de coleccionistas Glosemeyer la compró legalmente.




1 comentario:

  1. nazis efectuaron el gran robo mas grande historia, se perdieron cientos de piezas de arte de todas clases, fue desgracia

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