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Alexander Cockburn Vanity Fair 11 December 1869 Juez con clase |
14-.LA CLASE.-
Es una positiva manifestación de la ferocidad humana, el odio entre artistas. Esos seres escogidos que viven, según ellos mismos aseguran, en "las regiones purísimas del ideal", se muerden, se desuellan, se despedazan y se trituran de manera, encarnizada y consiente. Literatos, cómicos, músicos, pintores y escultores, no gozan tanto con el triunfo propio como con el descrédito ajeno.
Sobre su una proposición estuvo bien empleada o un verso tiene reminiscencia de plagio, los escritores se acometen furiosos y ocupan columnas y columnas de los periódicos con polémicas inacabables, como si su critica bebiera detener la marcha del mundo. Cada Exposición de Bellas Artes es un repugnante tejido de intrigas y difamaciones.
Y no hablemos de los bastidores del teatro, en los que diariamente se agotan con amplitud varios títulos del Código Penal.
En grado menor, pero también con vigoroso empuje, los hombres de ciencias se detestan y menosprecian. Alrededor de cada tesis química, terapéutica o matemática se urden ataques enconados contra los que defienden la contraria.
Quien frecuente una tertulia de médicos no me dejará mentir.
Los Abogados.
Los Abogados tenemos la distinción contraria. Por lo mismo que nuestra misión es contender, cuando cesamos en ella buscamos la paz y el olvido. No hay compañas de grupo contra grupo, ni ataques en la prensa, ni siquiera pandillas profesionales. al terminar la vista o poner puntos a la conferencia, nos despedimos cortésmente y no nos volvemos a ocupar el uno de otro. Apenas si de vez en cuando nos dedicamos un comentario mordaz o irónico. Nuestro estado de alma es la indiferencia, nuestra conducta, un desdén elegante.
Hay una costumbre que acredita la delicadeza de nuestra educación. Después de sentenciado un pleito y por muy acre que haya sido la controversia, jamas el victorioso recuerda su triunfo al derrotado. Nadie cae en la fácil y grosera tentación de decir al contradictor. "¿Ve usted cómo tenia yo razón ?". Es el vencido quien suele suscitar el tema felicitando a su adversario-incluso públicamente- y ponderando sus cualidades de talento, elocuencia y sugestión, a las que, y no a la justicia de su causa, atribuye el éxito logrado.
Convengamos en que esto no lo hacen los demás profesionales, y en que constituye un refinamiento propio de lo que somos y no siempre recordamos: una de las más altas aristocracias sociales.
Siendo plausible el fenómeno, no lo es su causa que, si bien se mira, radica, simplemente, en la exaltación de un individualismo salvaje. Claro que nuestro oficio es de suyo propenso al individualismo, porque consiste en procurar que prevalezca nuestra opinión frente a las demás, y esto nos lleva a encasillarnos en nuestro raciocinio, huyendo de las influencias externas o desdeñandolas; pero agigantando esa condición, hemos llegado a vivir en incomunicación absoluta. No nos odiamos porque ni siguiera nos conocemos.
Dos daños se desprenden de ese aislamiento: uno científico y otro afectivo. En aquel orden, resulta que nos vemos privados de las enseñanzas insuperables de la clínica, pues nos conocemos más casos que los de nuestro despacho propio y los que nos nuestra, con molde soporífero, la jurisprudencia de la Corte Suprema.
Pero toda aquella enorme gama de problemas que la vida brinda y no llegan al recurso de casación, todo aquel provechosísimo aprendizaje que nace con el intercambio de ideas, toda aquella saludable disciplina que templa la intransigencia y el amor propio forzando a oír el discurso de los demás, para nosotros no existen.
La Universidad es- en mala hora lo digamos-una cosa fría, muerta, totalmente incomunicada con la realidad. Las Academias de Jurisprudencia no pasan de una molesta especulación teórica, en la que, por otra parte, tampoco suele intervenir los expertos, cual su la ciencia fuese juguete propio de la muchachería.
Y como los Colegios de Abogados no se cuidan de establecer entre sus individuos ningún orden de relaciones (Salvo alguna feliz iniciativa aislada ), resulta, en fin de cuenta, que el Abogado no estudia nunca fuera de sí, ni contempla más cuestiones que las que pasan por sus manos.
En esto tenemos mucho que aprender de los médicos. Por sabios, por viejos y por ricos que sean, se mantienen siempre en vía de aprendizaje.
El daño afectivo no es menor. perdida la solidaridad profesional, nadie conoce la desgracia del compañero y cada cual devora sus propios dolores sin hallar el consuelo que tan llanamente se prestan los jornaleros de un mismo oficio.
Muestra relaciones particulares están siempre en ambiente distinto del forense, y así, ni en el bien ni en el mal tropezamos con aquellos contactos cordiales que son indispensables para soportar sin pena la cadena de trabajo. No hay tampoco fiestas colectivas, ni conmemoraciones de hombres o días gloriosos, ni alientos para los principiantes, ni auxilio para la tarea en momentos de agobio o de duelo...Lo Cual es sequedad de corazón y atraso cultural; porque hoy ya nadie vive así.
En lo económico, el espíritu aparece sustituir por la previsión mutualista; en lo político, las filas cerradas de los viejos partidos dogmatizantes han sido contrarrestadas por el interés de las regiones y por el sentido de las clases.
Empeñándonos los juristas en conservar una mentalidad y una táctica meramente individualistas (y Adviértase que subrayo el adverbio porque el individualismo sin hipérbole no solo no me parece condenable, sino que le tengo por la más robusta de las energías colectivas) marchamos con un siglo de retraso en las formulas de la civilización.
¡El sentido de clase! En su embriaguez por el pensamiento riosseauniano y la en Enciclopedia y la resolución, acordó el siglo XIX suprimirle como cachivache estrafalario y remoto. Mas no paró aquí el mal, porque en suplantación de aquel gran motor extinguido broto su repulsiva caricatura: el espíritu de cuerpo. y así ha surgido una mentalidad de covachuela, de escalafón, de emolumentos y mercedes, de ideología mínimas y de intransigencias máximas.
Uno y otro concepto son antitéticos. el "cuerpo" es la defensa de la conveniencia de unos cuantos frente a la general. La "clase" es el alto deber que a cada grupo social incumbe para su propia decantación y para servir abnegadamente a los demás.
Hay clases, o, mejor dicho, debe haberlas, y es lamentable que caigan en olvido. no en el sentido que las conciben algunos aristócratas, suponiendo que a ellos les corresponde una superioridad obre el resto de los mortales. Las clases no implican desnivel personal sino diferenciación en el cumplimiento de los deberes sociales. Un duque no es mas que un zapatero, pero es cosa distinta.
Ha la hora de hacer zapatos, a éste corresponde el puesto preferente; pero a la del sacrificio y la generosidad, debe aquel reclamar la primacía.
Porque desertó de su puesto la aristocracia como clase, porque olvido su deber el clero como clase, porque, en suma, las llamadas clases directoras no dirigieron nada y se contentaron con saciar su apetito de riqueza y de placer, produjese la injusticia social que ahora tratan de borrar los pretéritos, con sanguinaria violencia.
Los prestigios del nacimiento, las holguras de la fortuna, las preeminencias de los diplomas académicos, ¡todo ha sido utilizado para provecho del beneficiado, sin atención ni desprendimiento alguno para los menos venturosos, sin contemplación directa ni indirecta de la armonía colectiva !
Si los Abogados procedimientos como clase, habríamos intervenido en la evolución del sentido de la propiedad que está realizándose a nuestros ojos, que corresponde a nuestro acervo intelectual y de la que no hacemos el menor caso: habríamos mediado en las terribles luchas del industrialismo, con la inmensa autoridad de quien no es parte interesada en la contienda; habríamos atajado los casos de corrupción judicial, constituyendo una milicia actuante contra la intromisión caciquil, cortesana y aldeana, habríamos impedido que en el pueblo se volatizara el sentimiento de la justicia, y habríamos operado sobre nuestro propio cuerpo, evitando los casos de miseria y asfixiando los de ignominia.
Lo más triste de todo es que no nos falta aptitud ni el mundo deja de reconocérnosla. La legislación social novísima ha encontrado en los Tribunales aplicación amplia y recta. Todos los días apedrean las turbas un Gobierno civil o una Alcaldía porque la administración no acierta a hacer cumplir una ordenanza molesta; pero no se ha dado el caso de que apedreen un Juzgado ni una Audiencia por haberse transgredido en ellas una legislación tan hondamente revolucionaria como la de accidente del trabajo.
Los tribunales industriales funcionan desde el primer día irreprochablemente por lo que toca a los togados.
Cuando el Congreso quiso aclarar con el oprobio de la depuración de las actas, no supo volver los ojos a otro lado más que al Tribunal Supremo, que no fracasa por inmoral ni torpe, sino por irresoluto y débil. Para adecentar los organismos electorales se buscó a las Audiencias, a los Juzgados, a los Decanos de los Colegios de Abogados. Y así en los demás. Estos Decanos todavía son una fuerza a la que se acuden para todo, desde los grandes patronatos benéficos hasta la Junta de Urbanización y Obras.
¿Es que no nos enteramos de una tradición y de ese voto de confianza?
¿Es que los menospreciamos?
¿Es que no adivinamos la inmensa responsabilidad que contraemos con esa deserción. ?
¿De verdad habrá quien crea, a estas alturas, que un Abogado no tiene que hacer mas que defender pleitos y cobrar minutas ?
De poco tiempo a esta parte alborea tímidamente una aspiración rectificadora.
Dios quiera que acertemos a seguir tal derrotero. No basta que cada Abogado sea bueno; es preciso que, juntos, todos los Abogados seamos algo.
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