Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig;
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LA ABOGACÍA Y LA POLÍTICA
Pasa como aforismo que los Abogados han acaparado y acaparan una influencia nefasta sobre la política. A mi entender, ocurre todo lo contrario; la abogacía no ha trazado rumbo a la política; es la política la que marcó el rumbo de la abogacía. Quisiera demostrar ambas cosas.
I
Cuando se pretende zaherir a la política española, diciendo de ella que está falta de perspectivas, que es minúscula y de leguleyos, que se entrega a polémicas abogaciles y no tiene visión de horizonte; en suma, que carece de elevación porque la hacen abogados y la miran como un pleito.
El mal es cierto. Ni en lo internacional, ni en los problemas sociales, ni en la mecánica interna tiene nuestra política profundidad, amplitud ni grandeza. El parlamento es un pugilato de codicias, un alarde de bizantinismo, una exhibición de incompetencia, un comadreo repulsivo. Nada pesan allí los problemas que encienden a la Humanidad, ni las necesidades evidentes, ni las tempestades de la opinión, ni los peligros de la patria. Como muralla infranqueable, mientras allá el universo sufre terribles convulsiones, aquí unos cuantos señores ventilan querellas ínfimas, niegan al adversario toda justicia, invierten sesiones enteras en debatir tiquis miquis reglamentarios. El sentido de la verdad está ausente, y en eliminarle se distinguen por derecha e izquierda grupos de la más cerril intransigencia dialéctica. Todo es artificio, convencionalismo, lexitud, indiferencia y relajamiento.
¿Hay en todo esto la influencia de un pensamiento de rábulas? Si. Pero ¿Le tienen los Abogados? No ¿Cuando los abogados--entiéndase bien los ABOGADOS--- hay gobernado a España ?
No seria, ciertamente, en los reinados de Carlos I y Felipe II, consumidos por empresas militares; ni en el de Felipe III, a quien secuestra y suplanta el duque de Lerma; ni en el de Felipe IV, dominado por el conde-duque de Olivares y por Haro; ni en el de Carlos II, patrimonio de los Nitard y los Valenzuela, de don Juan de Austria, de los Medinaceli y Oropesa; ni en el de Felipe V, lleno de las acciones de Portocarrero, Alberoni y Riperdá; ni en el de Fernando VI, donde lucieron el saber y las virtudes de Ensenada y Carvajal; ni en de Carlos III, en que se destacan Grimaldi, Esquilache y Aranda. Y si hay que hacer aquí excepción de Floridablanca, no será, de fijo, sino para señalarle entre los más avisados propulsores de la cultura y el progreso de España.
Con Carlos IV no prevalece el togado Jovellanos, sino el mismo atrabiliario conde de Aranda y el laborioso y mujeriego príncipe de la Paz, salido de un cuartel. Tampoco dirá nadie que las volubilidades de Fernando VII eran obra de sugestiones jurídicas. El turbulento periodo que sigue a su muerte--reina gobernadora, Isabel II revoluciones e interinidades-- está todo el fraguado por las espadas, y es la época de los pronunciamientos y de la hegemonía militar, con León y Concha, Espartero, Narváez y O"Donnell, Dulce, Serrano, Prim....La labor sensata de dar cauce legislativo y hacer fecundas las aguas arrolladoras quedó confiada a dos hombres de toga: Montetero Rios y Alonso Martinez. Descartado el relámpago de la República, queda la Monarquía restaurada a merced de dos hombres que pudieron quizás reconstituir a España y prefirieron adormecerla: Segasta, Ingeniero, y Cánovas del Castillo, pensador, orador, historiador, poeta, humorista, hasta licenciado en Derecho, pero no abogado.
Llegamos a muestro tiempo, que es, evidentemente, de decadencia y postración en lo político, aunque de prosperidad en otros aspectos. Gobiernan profesionales de varios ordenes: militares, ingenieros, médicos, periodistas y abogados, mas no éstos exclusivamente, ni siquiera con predominio. Si algún espíritu prevaleció en la política fue el inconsistencia, superficial,acomodaticio y vacilante de los periodistas; y si en la oquedad tenebrosa se advierten algunos luminares de consuelo , hállanse en la austeridad y clarividencia de Pi y Margall, en el levantado y desinteresado doctrinarismo de salmerón, en el norte y sereno juicio de Silvela, en la prudencia y laboriosidad de Gamazo, en la sorprendente fecundia de Canalejas, hombres todos que ejercieron constantemente de abogados.
No fueron abogados Martinez Campos, ni Azcarraga, ni Vega Armijo, ni Moret (aunque alguna que otra vez hiciera como ejercía, son que lo creyera nadie) , ni lo es el conde de Romanones, que, según la fama, solo vistió la toga en una breve temporada de mocedad y alcanzo sensaciones respetables, pero amargas.
El Abogado Garcia Prieto, pero de sus esporádicas y accidentadas presencias en el gobierno no podrá decirse con justicia que han trazado todavía derroteros al pensamiento nacional.
En cambio, hay que reconocer que su política electoral ha significado siempre un rumbo de decencia.
Quien ha influido en aquel pensamiento, enormemente, amplísimamente, e influye hoy y seguirá influyendo cincuenta años después de muerto, es Maura, que constituye la más alta categoría moral de la España contemporánea. Y Maura es sustancialmente un Abogado, que lleva más de cuarenta años, día por día, consagrado a las tareas de la profesión.
Pero se dirá: "Eso se refiere estrictamente a los hombres puestos en la cumbre, y no disminuye la verdad de que en los gobiernos, en los parlamentos, en la administración general y en la local, ha habido siempre gran contingente de letrados. " Algo hay de cierto en eso, por más que importa advertir que el numero de abogados es muy escaso si se compara con el de los licenciados en Derecho. De ahí proviene la confusión. Lo que importa agregar es que el fenómeno resulta legitimo e inevitable.
Cuando los pueblos viven épocas de conquista o de defensa armada, es natural que en ellos predomine los guerreros; cuando no atraviesan tales etapas excepcionales sino tiempo de paz y de acomodo, necesariamente han de buscar formulas jurídicas para vivir, y, al efecto, requerirán a quienes tengan capacidad para proporcionárselas. Esto no es trazar la política; esto es, modestamente, servirla con los elementos de la competencia técnica. 5
El mal es cierto. Ni en lo internacional, ni en los problemas sociales, ni en la mecánica interna tiene nuestra política profundidad, amplitud ni grandeza. El parlamento es un pugilato de codicias, un alarde de bizantinismo, una exhibición de incompetencia, un comadreo repulsivo. Nada pesan allí los problemas que encienden a la Humanidad, ni las necesidades evidentes, ni las tempestades de la opinión, ni los peligros de la patria. Como muralla infranqueable, mientras allá el universo sufre terribles convulsiones, aquí unos cuantos señores ventilan querellas ínfimas, niegan al adversario toda justicia, invierten sesiones enteras en debatir tiquis miquis reglamentarios. El sentido de la verdad está ausente, y en eliminarle se distinguen por derecha e izquierda grupos de la más cerril intransigencia dialéctica. Todo es artificio, convencionalismo, lexitud, indiferencia y relajamiento.
¿Hay en todo esto la influencia de un pensamiento de rábulas? Si. Pero ¿Le tienen los Abogados? No ¿Cuando los abogados--entiéndase bien los ABOGADOS--- hay gobernado a España ?
No seria, ciertamente, en los reinados de Carlos I y Felipe II, consumidos por empresas militares; ni en el de Felipe III, a quien secuestra y suplanta el duque de Lerma; ni en el de Felipe IV, dominado por el conde-duque de Olivares y por Haro; ni en el de Carlos II, patrimonio de los Nitard y los Valenzuela, de don Juan de Austria, de los Medinaceli y Oropesa; ni en el de Felipe V, lleno de las acciones de Portocarrero, Alberoni y Riperdá; ni en el de Fernando VI, donde lucieron el saber y las virtudes de Ensenada y Carvajal; ni en de Carlos III, en que se destacan Grimaldi, Esquilache y Aranda. Y si hay que hacer aquí excepción de Floridablanca, no será, de fijo, sino para señalarle entre los más avisados propulsores de la cultura y el progreso de España.
Con Carlos IV no prevalece el togado Jovellanos, sino el mismo atrabiliario conde de Aranda y el laborioso y mujeriego príncipe de la Paz, salido de un cuartel. Tampoco dirá nadie que las volubilidades de Fernando VII eran obra de sugestiones jurídicas. El turbulento periodo que sigue a su muerte--reina gobernadora, Isabel II revoluciones e interinidades-- está todo el fraguado por las espadas, y es la época de los pronunciamientos y de la hegemonía militar, con León y Concha, Espartero, Narváez y O"Donnell, Dulce, Serrano, Prim....La labor sensata de dar cauce legislativo y hacer fecundas las aguas arrolladoras quedó confiada a dos hombres de toga: Montetero Rios y Alonso Martinez. Descartado el relámpago de la República, queda la Monarquía restaurada a merced de dos hombres que pudieron quizás reconstituir a España y prefirieron adormecerla: Segasta, Ingeniero, y Cánovas del Castillo, pensador, orador, historiador, poeta, humorista, hasta licenciado en Derecho, pero no abogado.
Llegamos a muestro tiempo, que es, evidentemente, de decadencia y postración en lo político, aunque de prosperidad en otros aspectos. Gobiernan profesionales de varios ordenes: militares, ingenieros, médicos, periodistas y abogados, mas no éstos exclusivamente, ni siquiera con predominio. Si algún espíritu prevaleció en la política fue el inconsistencia, superficial,acomodaticio y vacilante de los periodistas; y si en la oquedad tenebrosa se advierten algunos luminares de consuelo , hállanse en la austeridad y clarividencia de Pi y Margall, en el levantado y desinteresado doctrinarismo de salmerón, en el norte y sereno juicio de Silvela, en la prudencia y laboriosidad de Gamazo, en la sorprendente fecundia de Canalejas, hombres todos que ejercieron constantemente de abogados.
No fueron abogados Martinez Campos, ni Azcarraga, ni Vega Armijo, ni Moret (aunque alguna que otra vez hiciera como ejercía, son que lo creyera nadie) , ni lo es el conde de Romanones, que, según la fama, solo vistió la toga en una breve temporada de mocedad y alcanzo sensaciones respetables, pero amargas.
El Abogado Garcia Prieto, pero de sus esporádicas y accidentadas presencias en el gobierno no podrá decirse con justicia que han trazado todavía derroteros al pensamiento nacional.
En cambio, hay que reconocer que su política electoral ha significado siempre un rumbo de decencia.
Quien ha influido en aquel pensamiento, enormemente, amplísimamente, e influye hoy y seguirá influyendo cincuenta años después de muerto, es Maura, que constituye la más alta categoría moral de la España contemporánea. Y Maura es sustancialmente un Abogado, que lleva más de cuarenta años, día por día, consagrado a las tareas de la profesión.
Pero se dirá: "Eso se refiere estrictamente a los hombres puestos en la cumbre, y no disminuye la verdad de que en los gobiernos, en los parlamentos, en la administración general y en la local, ha habido siempre gran contingente de letrados. " Algo hay de cierto en eso, por más que importa advertir que el numero de abogados es muy escaso si se compara con el de los licenciados en Derecho. De ahí proviene la confusión. Lo que importa agregar es que el fenómeno resulta legitimo e inevitable.
Cuando los pueblos viven épocas de conquista o de defensa armada, es natural que en ellos predomine los guerreros; cuando no atraviesan tales etapas excepcionales sino tiempo de paz y de acomodo, necesariamente han de buscar formulas jurídicas para vivir, y, al efecto, requerirán a quienes tengan capacidad para proporcionárselas. Esto no es trazar la política; esto es, modestamente, servirla con los elementos de la competencia técnica. 5
5 Me congratulo copiando unos párrafos de cierto articulo del notable literato Azorín, publicado con el titulo de "El personal politico", en el número de ABC de 4 de octubre de 1917:
¿Porque la política está acaparada por los abogados ?
La contestación pudiera darla el personaje popular francés--el capitán La Palisse--a quien se le cuelgan las verdades evidentísimas. Los abogados dominan, han de dominar en la política, porque son precisamente los hombres dedicados desde la universidad al estudio de los problemas del Derecho y la política.
¿Que relación tiene con la política la Ingeniería o la Medicina ? Ademas, siendo los juristas oradores--porque es indispensable serlo--y siendo la oratoria medio de entenderse con la multitudes y en las asambleas parlamentarias, forzosamente una clase de hombre fértiles y expeditivos en la palabra, ha de dar un contingente considerable a la política y ha de dominar en la política. Sucederá esto siempre, constantemente, como por una ley natural. Y ¿que daño se produce con que suceda? ¿Que ventajas tendríamos con que no sucediera ? Técnicos Se habla de técnicas y de los hombres de negocios; Wells acaba de decirlo. No hace falta recordar la enemiga de algún ilustre politico español contemporáneo hacia lo técnico. Hay momentos de confusión, de general laxitud y hastío, en que puede ser deseable el que un hombre ajeno a la política, entre en ella de pronto y raje, corte y machuque a su capricho. (Nosotros expresamos nuestras reservas sobre la eficacia duradera de tal cirugía devastadora.) Decimos esto, refiriéndonos, no a los técnicos, sino a esos otros hombres realistas y profanos a que se refiere el autor ingles. Puede ser que eso se juzgue conveniente en un determinado momento; pero la marcha de un país, la marcha fecunda y normal, ¿Como podrá ser regulada por personas ajenas en absoluto a los estudios y problemas del Derecho y de la política ? ¿Como podrá ser llevado un país a saltos, por cuestión y cotarros, como quien dice, violenta y arbitrariamente ?
En cuanto a los técnicos, buenos son, excelentes son : en Hacienda, en Bellas Artes, en Industria, en todos los departamentos ministeriales debe haber personas entendidas en las diversas materias sobre que se gobierna; pero la dirección suprema, el impulso inicial, el camino ideal que ha de seguir una nación no es preciso que lo den ni lo marquen especialistas en tales o cualquier materias.
Las direcciones supremas de un país, basta con que las den hombres inteligentes y de recto sentido moral. El mal, a nuestro juicio, no radica ni en que los políticos sean juristas ni en que los técnicos estén apartados de la política. Para nosotros es una ventaja el que el jurista sea politico; tiene, como es lógico, el jurista un sentido de la realidad jurídica, de los casos y de las circunstancias, que no posee un hombre ajeno a esos estudios. Y la gobernación de un país, es decir, la elaboración continua e ininterrumpida del Derecho, elaboración practica y diaria, no es más que casuismo, sentido instantáneo de la realidad.
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No es fácil que ello deje de ocurrir, mientras no se retroceda al salvajismo. Ahora mismo, los problemas mundiales tienen una índole económica, como pertinentes que son a la creación y a la distribución de la riqueza. Pues bien: todo ello--evolución del sentido de la propiedad, propiedades colectivas, sindicalismo, salariado, arrendamientos, minoraciones de la herencia, mutualidades, municipalidades, variante del sufragio, conceptos del poder publico, de las autonomías locales y de la lucha de clases-- ¿Como se ventilará y acomodará el día en que las aguas recobren su nivel ?
El dilema es sencillo: o con la bomba de una parte , y el cañón, de otra, o en el Derecho por ambas. Y como la sociedad no puede entregarse indefinitivamente a su autodestrucción, nadie errara augurando que el Derecho, con tal o cual molde, ha de prevalecer, y que al triunfar el Derecho no serán desdeñables los hombres de Derecho.
El dilema es sencillo: o con la bomba de una parte , y el cañón, de otra, o en el Derecho por ambas. Y como la sociedad no puede entregarse indefinitivamente a su autodestrucción, nadie errara augurando que el Derecho, con tal o cual molde, ha de prevalecer, y que al triunfar el Derecho no serán desdeñables los hombres de Derecho.
Lo que viene sucediendo en esta materia es lo contrario de lo que piensa el vulgo: que la política han entrado las exégesis ínfimas, mas no el sentido de la abogacía. Abogar es ver los grandes fenómenos sociales en los casos concretos; quien vive en la concreción, olvidándose del fenómeno, no es un abogado, sino un ratón de la curia. El Abogado ve lo social reflejado en lo individual y guía esto con el ánimo inspirado por aquello. Al intervenir en las desavenencias conyugales o en el retracto o en la concesión hidráulica, toca el abogado, no solo el fulanismo determinante del litigio, sino también mas altas y genéricas que gravitan sobre la familia, el Estado, la riqueza publica, la libertad individual...El abogado que interviene en la vida política aporta a ella mas que el labrador, el fabricante o el obrero, que solo conocen su caso y viven influidos por él; y mas también que el teorizante, pues este se pasa por la doctrina y excusa las minucias importantísimas de la realidad.
Convengo en la existencia de un exceso de licenciadismo, que es una lacra porque está formado con poseedores de un titulo académico, que no quieren o no pueden utilizar, ajenos al estudio, a la experiencia y a la disciplina profesional; pero adolece igualmente de una falta de abogadismo, porque no han influido suficiente en ella los hombres conocedores de las causas y de los efectos, orientados en la patología general y en la dolencia individualizada, alma adiestradas a conocer el sufrimiento de cada día y prevenidas para la concepción de una existencia nueva...
Alguien me argüirá que no es fácil hallar la influencia de tales hombres, porque existen muy pocos.
Eso es otra cosa. ¿Escasean los abogados merecedores de tan noble titulo? Puede que coincidamos...
Convengo en la existencia de un exceso de licenciadismo, que es una lacra porque está formado con poseedores de un titulo académico, que no quieren o no pueden utilizar, ajenos al estudio, a la experiencia y a la disciplina profesional; pero adolece igualmente de una falta de abogadismo, porque no han influido suficiente en ella los hombres conocedores de las causas y de los efectos, orientados en la patología general y en la dolencia individualizada, alma adiestradas a conocer el sufrimiento de cada día y prevenidas para la concepción de una existencia nueva...
Alguien me argüirá que no es fácil hallar la influencia de tales hombres, porque existen muy pocos.
Eso es otra cosa. ¿Escasean los abogados merecedores de tan noble titulo? Puede que coincidamos...
El señor Ángel Ossorio y Gallardo
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