The Courtroom Sketches of Ida Libby DengroveChildren of Multimillionaire J. Seward Johnson Contest His Will Johnson v. Johnson Trial |
J. Seward Johnson, hijo de uno de los fundadores de Johnson & Johnson, poseía un patrimonio por valor de alrededor de $ 400 millones cuando murió en mayo de 1983. Tenía 87 años. Su esposa, Barbara “Basia” Piasecka Johnson, era 42 años menor que él. Basia había llegado a Estados Unidos desde su Polonia natal con 200 dólares en el bolsillo. Consiguió un trabajo como camarera en la casa de los Johnson. Seward y Basia se casaron en 1971, después de que Johnson se divorciara de su segunda esposa, con quien había estado casado durante 32 años. Ninguno de los seis hijos de Johnson — cuatro de su primer matrimonio, dos de su segundo — asistió a la ceremonia. Cuando el testamento de su padre los desheredaron, dejando prácticamente todo a Basia, los hijos de Johnson llevaron el asunto a los tribunales, alegando que la ex sirvienta había obligado a su esposo senil a firmar su testamento final. Los hijos de Johnson ya eran multimillonarios gracias a los fondos fiduciarios, pero la batalla legal duró tres meses y arrastró esqueleto tras esqueleto de armario tras armario. Y había muchos armarios: Johnson había pasado cuatro años y $ 30 millones construyendo Basia la mansión de sus sueños. Los niños afirmaron que ella arengaba a su esposo, gritaba pidiendo ayuda y exigía obras de arte y muebles de valor incalculable. Al final, los abogados llegaron a un acuerdo. Los hijos de Johnson recibieron el 12 por ciento de su patrimonio, alrededor de $ 6.2 millones cada uno, y Basia recibió $ 340 millones. Convirtió su mansión en un club de campo y se mudó a Europa. Forbes la clasificó como la 149ª persona más rica de Estados Unidos en 2007. Murió en Polonia el 1 de abril de 2013. Biografía John Seward Johnson I (14 de julio de 1895 - 23 de mayo de 1983) fue uno de los hijos de Robert Wood Johnson I (cofundador de Johnson & Johnson ). También conocido como J. Seward Johnson Sr. y Seward Johnson. Fue ejecutivo y director de Johnson & Johnson durante mucho tiempo. Fundó la Institución Oceanográfica Harbor Branch (HBOI) y fue abuelo de Jamie Johnson, quien dirigió el documental Born Rich . Nació el 14 de julio de 1895 en Nuevo Brunswick, Nueva Jersey , hijo de Robert Wood Johnson I y Evangeline Brewster Armstrong. Tuvo tres hermanos: Roberta Johnson, Robert Wood Johnson II y Evangeline Johnson. El primer matrimonio de Johnson fue con Ruth Dill, hermana de la actriz Diana Dill. Tuvieron cuatro hijos: Mary Lea Johnson Richards, Elaine Johnson, John Seward Johnson II y Diana Melville Johnson Firestone. Se alegó que Johnson posteriormente abusó sexualmente de su hija mayor desde los nueve hasta los quince años. En 1939, Johnson se casó con Esther Underwood. Tuvieron dos hijos: Jennifer Underwood Johnson y James Loring Johnson. Durante sus treinta y dos años de matrimonio, mantuvo relaciones extramatrimoniales con su camarera, Barbara Piasecka . En 1971, se casaron sin la presencia de ninguno de los hijos de Johnson. Piasecka Johnson "a menudo maltrataba física y emocionalmente a su esposo", afirmaron sus adversarios en el juicio. Firmó su testamento el 14 de abril de 1983, dejándole la mayor parte de su fortuna. Ese mismo año, Johnson falleció de cáncer a los 87 años. Según los términos del testamento, recibió US$ 402,824,971.59 dolares. La exclusión del resto de su familia del testamento dio lugar a al menos tres batallas legales muy publicitadas. En el caso judicial Johnson contra Johnson, sus seis hijos de sus dos primeros matrimonios lo demandaron alegando que no era mentalmente competente al momento de firmar el testamento. El caso se resolvió extrajudicialmente y se les concedió a los hijos aproximadamente el 12% de la fortuna. La segunda disputa legal se centró en la elegibilidad de la parte de la fortuna del esposo de Mary Lea Johnson Richards , que duró doce años. El tribunal falló a favor de su esposo. La tercera batalla se centró en la elegibilidad de la parte de la fortuna de la hija de John Seward Johnson II . El tribunal falló a favor de su hija. Johnson & Johnson (NYSE: JNJ) es una empresa multinacional estadounidense, fabricante de dispositivos médicos, productos farmacéuticos, de cuidado personal, perfumes y artículos para bebés fundada en 1886. Su sede central está situada en Nuevo Brunswick, Nueva Jersey, Estados Unidos. La corporación está conformada por unas 230 empresas filiales que operan en más de 57 países cuyos sus productos se venden en más de 175 países. Las marcas de Johnson & Johnson son numerosas en medicamentos y suministros de primeros auxilios tales como Band-Aid, Clean & Clear, Listerine, Neutrogena, Sinutab y Splenda. Comercialmente se le conoce simplemente como Johnson's. |
Por Felipe Betancour 14 de Septiembre de 2025 Juan Pablo Mellado |
Juan Pablo Mellado, cocinero: “No existen barrios exclusivos para la cocina chilena, en las casas de barrios altos y bajos siempre se comió comida chilena” Chef, escritor e investigador, ha dedicado más de 20 años a explorar la identidad de la cocina chilena, mezclando tradición, investigación y creatividad. Desde su paso por JUNAEB hasta la reapertura de su emblemático local Las Cabras en MUT, Mellado busca rescatar la gastronomía popular y las raíces culinarias del país, incorporando vegetales, pescados y sabores que amplían la parrilla del dieciocho sin perder el alma de los platos tradicionales. En conversación con The Clinic, explora la identidad de lo que significa ser y comer como chileno durante las celebraciones patrias e invita a cuestionarse qué más se puede incluir en la parrilla. Para el chef y escritor Juan Pablo Mellado, las Fiestas Patrias dejaron de ser una maratón de carne y excesos. En los últimos años ha optado por celebrarlas con calma, rompiendo con lo establecido y dando espacio en la parrilla a pescados, vegetales y sabores que amplían la identidad gastronómica del dieciocho. Esa identidad gastronómica es la que Mellado ha tratado de descifrar en los últimos 20 años, desde que se plantó frente a la pregunta sobre qué es la tradición chilena en la cocina. En todo este tiempo ha sacado varias conclusiones que comparte sentado en una mesa de Ciro’s, donde oficia como asesor de chef, acompañado de varios platos que son fruto de esa búsqueda de años. Para Mellado, la respuesta a esa pregunta va más allá de la cocina. Considera que para rescatar las raíces hay que leer y observar. Ahí mezcla su pasión por la gastronomía con otros de sus intereses, como el cine y la poesía. Además, hace algunos años le surgió una nueva inquietud: la cueca, que aprendió a bailar en clases privadas y a través de la cual redescubrió un circuito de espacios tradicionales donde el baile típico se cruza con la comida. Tal como lo hizo en Las Cabras, el local que estuvo a la salida del Costanera Center y que rápidamente se convirtió en una parada obligada en Providencia gracias a sus platos reconocibles —crudos, palta cardenal, palta reina, mechada con tallarines, fricandela casera y, por supuesto, una buena mayonesa casera—. Finalmente, la pandemia obligó a cerrarlo. Sin embargo, en esta entrevista Mellado anuncia el regreso de su icónico local. —¿Qué sientes con respecto al 18? —Como fiesta, como tradición, como momento de encuentro y de comida, el dieciocho me parece una cosa muy particular que pasa. Es lo más parecido que tenemos a un carnaval, es lo más parecido a la celebración que otros pueblos tienen a lo grande. Uno se queja como si en Chile no existieran estas cosas. —Es nuestro propio carnaval… —Claro, pero efectivamente hay una instancia que a veces dura una semana, a veces tres días, a veces cuatro. Y lo que trae como promesa es muy bonito, porque anuncia el buen tiempo, anuncia el fin del invierno, que es también el fin de cierta melancolía. Entonces me parece que es muy lindo. Y desde el punto de vista gastronómico, lo que trae es una comida que se hace al aire libre, especialmente en la parrilla. Anuncia la diversión, la celebración, la cueca, el baile. Y lo que me llama la atención es que permanece idéntico a lo largo de las décadas. —Pareciera que no hay que inventar nada nuevo para el 18, ¿no crees? —Exactamente. Está súper claro. Si hay algo que tiene Chile, es cómo se celebran sus Fiestas Patrias. Y si hay algo que le da alegría al país, es esta fecha. —¿Y a ti, en lo personal, la forma de vivirlo y de organizarte con respecto al dieciocho también? —Yo no soy entusiasta de ninguna fiesta en particular, porque personalmente me parece que las celebraciones institucionalizadas y protocolares generan demasiada expectativa, y luego esas expectativas no se cumplen. Es como los años nuevos. —¿Cómo es eso? —No se cumplen en la cantidad de diversión que uno pensaría que debería tener. Entonces, yo ya le he bajado mucho la expectativa a todas estas celebraciones, pero es una cosa muy personal. Lo que prefiero hacer en estas fiestas es no saturarme con la comida exclusiva del dieciocho. Me gusta que en la parrilla haya otras cosas: vegetales, pescados, no solo carne. Que las empanadas no sean solo de pino: me gustan las de mariscos, las de camarón con queso. Yo prefiero la empanada frita de pino antes que la de horno. —¿Está institucionalizada la parrilla también? —Claro, pero eso responde a una tradición, y las tradiciones no son cosas que uno pueda venir y cambiar así nomás. Digo, personalmente, en la casa de cada uno, preguntarse qué más cabe en una parrilla puede ser entretenido. Y lo que sí me gusta hacer es ir a alguna fonda, pero eso no lo hago solamente en esta época. A mí me parece muy linda la cueca, la descubrí como baile tardíamente en mi vida. Siempre me pasaba que, para el dieciocho, miraba a la gente bailar y me daba un entusiasmo que ya no tenía remedio, porque era el dieciocho y yo no sabía bailar. —Uno siempre llega tarde para aprender —Claro, uno siempre llega tarde a aprender a bailar cueca, hasta que un año decidí no llegar tarde. Un par de meses antes, con unos amigos, hicimos clases particulares en mi casa con una folclorista maravillosa, y aprendimos lo básico: los lineamientos, los pasos, los compases, la coreografía, cuándo se da una vuelta, hacia qué lado, el lenguaje del baile. Pero lo que no se aprende ahí es a bailar, porque bailar es una expresión. —¿Y lograste bailar para un 18? —Cuando me enfrenté a ese primer dieciocho —hace como tres años— y bailé por primera vez, por supuesto que con unas copas de vino uno se atreve, se suelta un poquito más. Cuando sentí por primera vez haberme soltado en la cueca, entendí de qué se trataba y me pareció hermoso. Me parece que la cueca es el baile más sexy que existe, más que la bachata, más que la salsa, más que cualquier baile apretado, más que la lambada, más que los bailes de caderas o incluso el tango. Con su incursión en la cueca, Mellado también comenzó a explorar otros lugares. Aunque no se considera un buen bailarín, dice que le gusta ir a mirar. Así empezó a frecuentar espacios como El Rincón de las Guitarras en Valparaíso, El Huaso Enrique en Santiago o los encuentros que la folclorista María Esther Zamora organiza una vez al mes en su propia casa. “Ella cocina y después canta en todos sus eventos. ¿Qué cocina? Cocina tradicional chilena, pues. Voy a comerme un chupe de guatitas a la casa de la María Esther Zamora, una carnecita al jugo con arroz, unas ensaladas, unas papas fritas, un caldillo… comida casera tradicional chilena”, cuenta Mellado, quien también encontró otra fuente de cueca y gastronomía popular en La picá de la Yasna. “Un sándwich de pernil con palta en marraqueta, unas empanadas fritas de pino, y hay cueca en vivo. La gente del barrio va terneada a bailar”, dice sobre esos lugares. Una mesa “profundamente chilena” En medio de su relato sobre la cueca, la conversación se interrumpe por los garzones que traen una degustación de los platos de Ciro’s, que el propio Mellado se encarga de introducir. Apuntando los platos, comienza por la Palta Reina, un clásico que ha buscado reivindicar desde hace mucho tiempo y que también incluyó en Las Cabras. Destaca la mayonesa casera y el pollo cocido en su punto, acompañado de una variedad de lechugas en un gran plato. A su lado aparece una marraqueta con pescado frito, servida con una salsa de ají chileno mezclado con mayonesa y una ensalada chilena. También llega otra ensalada chilena con ají verde y un toque de cilantro fresco. En la mesa hay un crudo de carnes de res que para Mellado no puede faltar en un concepto de restaurante chileno informal. Se suman empanadas fritas de distintos rellenos —pino, camarón con queso y otras versiones—, y un crudo de trucha, un tártaro apenas aliñado con un poco de limón y aceite de oliva. Y para el final, quizás uno de sus favoritos, del que se jacta de tener una de las mejores versiones del país: la plateada. Preparada como en la zona central de Chile, con su grasa, en una receta que se cocina durante cuatro horas en el horno. Se sirve acompañada de un “arrocito”, como le decían en Las Cabras, evocando la forma en que las abuelitas lo ofrecían en sus casas. Todos estos platos, señala Mellado, forman parte de una mesa “profundamente chilena”. “Todo esto que estamos probando tiene las dos características que hacen de la comida algo bueno, con lo que se logra comida rica, que era un poco el eslogan, o el cartel, que yo puse en Las Cabras para explicar lo que quería hacer: muy buena materia prima y no arruinarla. Esa trucha está fresquísima, no fue congelada. Los filetes son de muy buena calidad, las papas son todas naturales, el limón es exquisito, sutil. El pollo es de buena calidad, no está inyectado. La plateada tiene su grasa, como corresponde. Eso es: buena materia prima. Y segundo, no arruinar esa materia prima”. —¿Cómo se podría arruinar? —En Chile hubo un tiempo —hoy ya no es así— en que la tendencia era, por ejemplo, meter un pescado al horno con cebolla, tomate y no sé qué más, dejarlo cuarenta y cinco minutos… En los ochenta todavía era así, incluso en los noventa. Hoy los pescados se hacen por siete minutos, por cuatro minutos a la plancha, o tres minutos por lado. Se comen a punto. Eso ha sido un buen entendimiento, una buena forma de tratar la materia prima. —¿Cómo se ha dado el proceso de traer la cocina popular a barrios como El Golf? —Creo que ahí se ha incorporado un prejuicio, porque no existen barrios exclusivos para la cocina chilena. En las casas de barrios altos y bajos siempre se comió, tradicionalmente, comida chilena. Si quisiéramos analizar la cocina de los lugares más pitucos en Chile, bueno, en esas casas trabajaban señoras del sur. Se comía lengua, se comía arrollado, se comía pernil. Luego, quizás la fuente de soda llega más tardíamente a estos barrios, pero Las Condes está lleno de fuentes de soda. Entonces, estos restaurantes que se han instalado en Vitacura o en La Dehesa no vienen a colonizar desde el mundo popular a un barrio más pituco. Llegan de manera súper cómoda. —¿Cómo se podría definir qué es comer como chileno? —Es el conjunto de manifestaciones culturales que rodean lo que estás comiendo. Por ejemplo, unos locos en mayo: un plato indudablemente chileno, servido en una marisquería en la costa, con un tipo de mesa, mantel y servilletas, un adorno como un mascarón de proa, un timón pegado a la pared, música particular, atención específica y un vino blanco para acompañar. Además, se perciben aromas, como el del congrio frito, que completan la experiencia. —Lleva años siguiendo el interrogante de las raíces de lo nuestro. —Me interesa mucho toda esa pregunta que se ha generado en los últimos veinte años, y me he dedicado a responderla con entusiasmo: mediante investigación, publicación de libros, estudios, recorridos por Chile y la fundación de una corporación dedicada a la investigación, que se llamaba Pebre, con una serie de personas interesadas en responder esta pregunta. Lo que fuimos descubriendo es que, primero, no existe una sola cocina chilena, sino múltiples. Por eso se habla de cocinas chilenas, porque no es lo mismo lo que se come en Arica que en Chiloé. —¿Hay un número definido de cuántas cocinas se han observado? —Más bien se puede hablar por zonas geográficas. Pero tampoco lo podría precisar, porque incluso dentro de la zona sur, por ejemplo, en Chiloé, se come distinto según el sector. Entonces no creo que esté definido ni que esa sea la pregunta interesante. Lo que me parece más relevante es entender los mecanismos detrás de las configuraciones de las culturas gastronómicas —¿Cuáles son esas configuraciones? —Cómo te apropias de los platos, porque las cocinas son dinámicas y son hijas de las migraciones. Y la comida chilena tiene mucho de eso. Por ejemplo, en una fuente de soda es muy alemana: hay chucrut, vienesas, se toma shop, hay mostaza. También es italiana: se comen tallarines con salsa, o mechada con tallarines. En Italia jamás se come la carne mezclada así; si acaso es en un ragú, pero un pedazo de carne encima de unos espaguetis no existe. Y cuando tú conquistas el cambio de un plato, es cuando le cambias el nombre. Entonces, por eso el Kuchen no puede ser chileno todavía. —¿Y cómo se transforma esa influencia en algo que podamos llamar cocina chilena? —Me parece que hay un conjunto de factores que intervienen, que tienen que ver con que no son los ingredientes los que mandan, sino las preparaciones y los aliños. Los aspectos que envuelven culturalmente ese ingrediente. Está esta apropiación de la comida de otros lugares, de los inmigrantes. Luego viene el cambio, no solo de receta, sino también de nombre. Y ahí surge una nueva cocina. Eso va a pasar con la cocina de los nuevos inmigrantes; por ejemplo, con la cocina venezolana. El foco de la exportanción En la conversación sobre el potencial de la gastronomía chilena y su proyección internacional, Mellado reflexiona sobre el papel del estado, la tradición y la exportación. Para él, el énfasis no debería estar en la internacionalización inmediata, sino en fortalecer la cocina local y el orgullo por lo propio. —¿La gastronomía chilena debería enfocarse en la exportación? —Yo creo que la ambición de la exportación no es el foco. La exportación es una consecuencia de fortalecer la tradición, el orgullo y de hacer bien las cosas primero en casa. Por ejemplo, la cocina japonesa no se esforzó por internacionalizarse: fueron personas que dijeron “yo necesito comer sushi en mi país” y lo llevaron consigo. Lo mismo pasó con la cocina española o italiana: los inmigrantes fundaron sus restaurantes en Estados Unidos, y al resto le gustó, transformándose en la pizza, que hoy es casi más norteamericana que italiana. —¿Entonces cuál debería ser el foco? —El foco no está en internacionalizar, sino en que el estado entienda que la industria del turismo —cuyo acompañante natural es la gastronomía, especialmente en un país como Chile— tiene todas las condiciones para desarrollarse. Lo importante es que el Estado invierta en investigación, desarrollo, capacitación y difusión gastronómica. Tenemos más cerca el ejemplo de Perú: deberían existir ferias como Mistura, que funcionó durante diez o quince años con apoyo estatal. Eso genera movimiento, permite que la gente conozca cocinas de lugares que no visitaría y facilita el cruce de conocimientos, capacitación y acceso a materias primas. Los números hablan: Chile ha crecido en cantidad de turistas que llegan, y hay una oportunidad enorme para potenciar la gastronomía como motor de turismo. Dentro de los muchos intereses y trabajos de Juan Pablo Mellado, el chef también lideró un proyecto pionero en JUNAEB: el Laboratorio Gastronómico, destinado a mejorar la calidad de la alimentación en las escuelas públicas de Chile. —¿Cómo fue tu paso por JUNAEB? —Fue el trabajo más lindo que he tenido en mi vida. Fundé y dirigí un proyecto llamado Laboratorio Gastronómico, que consistía en hacer más ricas las comidas de los colegios públicos de Chile. Partimos con un piloto en un colegio, donde medimos la aceptabilidad de los platos: los niños rellenaban encuestas, pesábamos la bandeja antes y después, y vimos que los resultados mejoraban. A partir de eso, optimizamos las recetas peor evaluadas, y el proyecto creció: primero a sesenta colegios, luego seiscientos, hasta casi todo Chile. —¿Cómo se impulsó el proyecto? —Nació durante el gobierno de Bachelet, con Jaime Tohá como director de JUNAEB. Cuando asumió Piñera, mantuvo a Tohá y el proyecto siguió creciendo. Incluso la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) se interesó y me invitó a replicarlo en Guatemala, República Dominicana y Colombia. Fui asesor de los ministerios de Educación de esos países y se instauraron pequeños laboratorios escolares siguiendo el modelo chileno. En Colombia, la primera dama adoptó el proyecto directamente. —¿Y qué pasó con el proyecto después? —Cuando asumió el gobierno de Boric, no pudimos trabajar más, supongo que porque consideraban que era un proyecto del gobierno anterior, temas políticos que le hacen daño a las buenas políticas públicas. El informe de la FAO concluía que el proyecto optimizaba 150 millones de dolares anuales de recursos públicos, porque mucha comida que antes se iba a la basura, entonces llegaba a los estómagos de los niños. La verdad es que no sé por qué no quisieron seguir con el proyecto, ni sé qué ha quedado de él en el programa de alimentación escolar. El regreso de “Las Cabras” Luego de verse obligado a cerrar su local por la pandemia, Juan Pablo Mellado trabaja en la reapertura de su emblemático local en Providencia, un proyecto que busca rescatar la nostalgia de la fuente de soda chilena, con comida reconfortante, buena materia prima y platos tradicionales ejecutados a la perfección. —¿En qué está ahora el proyecto de “Las Cabras”? —Estoy en un proceso bien avanzado de reapertura de este local de Providencia, que fue muy querido porque conceptualmente conectaba con algo de nostalgia: una fuente de soda muy especial, con mi comida, con buena materia prima y buena ejecución de platos tradicionales. La arquitectura, la comida y la estética del lugar hicieron que la gente se sintiera reflejada, y fue un restaurante muy concurrido y querido. Lo cerramos en pandemia, pero siempre tuve la impresión de que podría volver. Poco a poco empecé a escuchar a gente que me proponía retomarlo, y apareció un socio con experiencia en restaurantes y capacidad de inversión, además de que MUT también buscaba que abriera algo ahí. Los astros se alinearon y me gusta que sea en Providencia, a dos cuadras de donde estaban Las Cabras antes, para que el mismo público pueda volver. Estoy muy contento. —¿Te acomoda que esté dentro de un centro comercial? —A mí me parece bien. Un proyecto como MUT se aleja afortunadamente de la proporción típica de un centro comercial: aquí hay muchos locales de gastronomía y pocos de ropa u otras cosas. Parece más un mercado que un centro comercial tradicional, pero de muy buena calidad. Han hecho una curaduría excelente: está la fuente alemana original, empanadas Huentelauquén, paellas, dos o tres fuentes de soda, panadería, helados y postres de Camila Fiol, cafeterías exquisitas, comida asiática y peruana. Es como un mercado de Nueva York en el corazón de Providencia. —Hay espacio para muchas propuestas. En el tercer piso hay dos proyectos súper exitosos, con propuestas muy lindas: la pizzería Tony Lautaro, el chef Matías Arteaga y la Ambrosía Bistro de Carolina Bazán y la sommelier Rosario Onetto. Son proyectos que dan un respiro precioso a la gastronomía santiaguina. No me genera dudas ni preocupaciones; estoy en un lugar lleno de gastronomía y eso me parece algo enorme. |
un gran juicio de herencia
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