Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Paula Flores Vargas; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig;
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CAMILA DEL CARMEN GONZÁLEZ HUENCHUÑIR |
23.- LA MUJER EN EL BUFETE.
Dos mujeres requieren especial consideración para el Abogado: la mujer propia y la mujer cliente.
La dulce tiranía femenina, que gravita sobre el hombre e influye en él por manera decisiva --pese a sus alardes de soberanía-- tiene mayor interés en las profesiones que el varón ejerce dentro de su hogar. Un empleado, un militar, un comerciante tiene la vida partida. En su casa están durante horas de dormir , las de comer, y acaso otras pocas mas. El resto del día, consagrado a vivir su oficio, lo pasan en un ambiente extraño, sometidos a otras influencias, en necesidad promiscuidad con amigos, compañeros y dependientes; y esa alteración de relaciones hace más sencillas las obligaciones de los cónyuges, que pueden seguir su vidas respectivas aisladamente y apetecer los momentos de reunión.
Los literatos, los notarios, los médicos de consulta y no de visita, los abogados, han de fundir en un mismo perímetro las exigencias de su carrera y el desenvolvimiento de su familia, cosas no muy sencillas de armonizar. El bufete es un hogar con independencia de oficina y una oficina con matriz de hogar. Si se advierte la rabieta de los chicos, los mandatos a la servidumbre o ajetreo de la limpieza , pierde el despacho su indispensable tinta de solemnidad y recato, apareciendo comprometidas la serenidad de su destino y la reserva profesional. Si, al revés, no se nota que allí hay, aunque invisible, una familia y no se percibe la magia inconfundible de un alma de mujer, el estudio ofrece fácilmente la sensación de las covachuelas curialescas o de las casas comerciales. Hallar el punto preciso para este condimento no es cosa sencilla, y suele estar reservada a seres dedicados.
Esto en cuando a la exterioridad; que en punto a lo interno, por lo mismo que el Abogado actúa en su casa, la mujer ha de hacérsela singularmente apetecible, para que no corra a buscar fuera de ella el esparcimiento, reputándola lugar de cautiverio en vez de remanso de placidez.
Un Abogado soltero, por talentudo y laborioso que sea, siempre resultará Abogado incompleto.
Solo el matrimonio y mas aun la paternidad, y más especialmente todavía el avance en la paternidad misma, nos brindan una comprensión, una elevación, una serenidad que abren las fuentes de lo subconsciente y determinan en los hombres la plenitud de la piedad, de la transigencia, de la efusión. Los grandes dramas familiares, ni suelen ser confiado a quien no fundó familiar , ni, en caso de serlo, llegan a ser totalmente penetrado por el célibe. Los verá con el cerebro, no con el corazón; y ya he dicho reiteradamente que el cerebro solo en bien pocas cosa para abogar.
La esposa de un intelectual ha de tomar un hondo interés en sus trabajos, reputar su función como admirable y nobilisima, facilitarle el reposo, la calma y los varios elementos accidentales que aquella requiere, auxiliarle hasta donde sus fuerzas lleguen y el esposo necesite, poner deseo en participar de las alegrías como de las depresiones, y, sin embargo, detenerse en el lindero de la curiosidad impertinente, ver los quehaceres de su compañero por la faceta glorificadora y no por el prosaísmo pecuniario, tomando al cerebro masculino y a su ocupación como simples maquinarias de provisión de la dispensa...
Vuelvo a una distinción otras veces expuesta. Los que no ejercen profesiones espirituales pueden pasarle sin compartir con sus compañeras la preocupación profesional....ya que para ellos casi no existe. Mas para quien, por deber continuo, tiene el alma llena de problemas, de obsesiones, de anhelo, de ilusión, no puede haber divorcio más amargo que el de contemplar ajena para todo aquello ¡que es su vida! a la compañera de su transito por el mundo.
¿Concebís desengaño superior al de un novelista cuya mujer no lea sus novelas? Pues amargura igual sufren el médico y el Abogado cuando tropiezan con mujeres que crían muy bien a los hijos, que administran muy bien la casa, pero que no se intrigar pocos ni muchos por el éxito de los litigios o por la salud de los enfermos.
Cierto que también hay casos en que la mujer pretende integrarse en las alternativas profesionales del marido y es éste quien la repele diciéndole groseramente:
"¿Y a ti quien te mete?
¡Las mujeres no entendéis de esas cosas !"
Conste que lo que profieren esta delicada sentencia no son Abogados, sino guarda cantones con birrete.
Ya iniciada la esposa en los negocios conyugales, hay dos puntos en que su dignidad y su entendimiento quedan puestos a definitiva prueba: en no pretender entrar nunca en el secreto profesional, que los Letrados debemos guardar con máxima intransigencia, y en no encelarse de las demás mujeres que han de encerrarse con su marido y hacerle depositario de los más íntimos y graves secretos.
Existen señoras que tratan a los clientes, les dan conversación y acaban visitándose con sus familias. ¡No hay bufete que resista la intromisión de tales marisabidillas ! Otras no quieren ni enterarse de que existe el despacho. A éstas, quien de fijo no las resiste en su marido.
Como este libro va dedicado a compañeros principiante, les diré que importa mucho para vestir la toga (cuya bolsa, por cierto, debe ser bordada por la novia o la esposa ) casarse pronto y casarse bien.
¿Procedimiento ? Enamorarse mucho y de quien lo merezca.
¿Receta para encontrar esto ultimo? ¡Ah! Eso radica en los arcanos sentimentales. El secreto se descubrirá cuando algún sabio atine a reducir el amor a una definición.
Nada más de la mujer. Vamos con las mujeres.
Voy a hacer a mis jóvenes lectores una dramática declaración. El Abogado no tiene sexo. Así, como suena.
Es decir, tenerle sí que le tiene... y, naturalmente, no le está vedado usar de él. Pero en su estudio y en relación con las mujeres que en él entran, ha de poner tan alta su personalidad, ha de considerarla tan superior a la llamadas de la pasión y al espoleo de la carne, que su exaltación le conduzca a esta paradoja: el Abogado es un hombre superior al hombre.
No se crea ésta es una postura de asceta presuntuoso o de dogmatizante a poca costa. No. Se pueden cumplir las bodas de plata con el oficio y sentir todavía el habito de la juventud.
¿No os parece miserable o repugnante el confesor o el médico que se aprovechan de la situación excepcional que su ministerio les procura para plantear una insinuación amorosa a las mujeres que se les descubrieron porque no tenían más remedio que hacerlo así ?
Pues en caso semejante, no es menor la villanía del Abogado. Si acaso, es mayor, porque suelen quedar en sus manos armas coactivas que los otros no tienen y que hacen que la vileza sea, además, cobarde.
Se dan casos en que el Abogado no es iniciador del ataque, sino victima de un rapto previamente concebido por la consultante. El que cae en esta red no se deshonra por insolente, pero se desacredita por tonto.
Mujer clienta
Sed, pues, castos, jóvenes colegas... si podéis. Y si no, derrochad vuestro conatos amatorios fuera del despacho. Debajo de la toga no se concibe a don Juan Tenorio, sino a don Juan de Lanuza.
Vera Valdes Francia Carolina.
No miréis la cara de vuestras clientes. Por hermosas que sean, siempre hay algo más atractivo que examinar en ellas: el juicio.
¿Es por superioridad de inteligencia o de cultura ?
Ciertamente no. Será por intuición nativa, o por tendencia a la desconfianza, o por mayor esmero en la defensa de los intereses... Será por lo que sea, pero es lo cierto que, generalmente, las mujeres dan en todos los asuntos una asombrosa nota de clarividencia. Diríase que olfatean el peligro instintivamente, o que tienen privilegios de adivinación.
Ellas no razonarán el porque de su tendencia; pero cuando dicen que se vaya por aquí o que no se vaya por allá, hay que tomarlo en cuenta con gran esmero porque rara vez dejan de acertar.
Hasta tal punto creo en la influencia, en la saludable influencia de la opinión femenina, que suele inquirirla aun sin conocer a la mujer. Mas de cuatro veces he sorprendido a un consultante que me confiaba un problema abstruso, preguntándole:
"¿Es usted casado ? "
Y añadiendo, ante su respuesta afirmativa: " ¿ Que piensa su mujer de usted. ? " Pasada la estupefacción del primer instante, el consultante reaccionara, hurga en su memoria ¡ y casi siempre se encuentra materia aprovechable en el dictamen femenino!
Una vez dice la esposa que no se asocie con Fulano, porque no es de fiar, otra, que liquide la industria, porque necesariamente irá de mal en peor; otra, ceda ante la exigencia de A y no se rinda ante la B; otra, que compre o venda tales o cuales valores.
Casi nunca llega en sus argumentos más allá de me lo da el corazón, ¡pero casi nunca se equivoca!
Consideremos, pues, a todas las mujeres, y reverenciemos de modo expreso a las madres. ¡Oh las madres en el bufete! Dudo que en ninguna otra parte se manifieste con igual intensidad su grandeza moral. Nadie como ellas concibe y disculpa los extravíos; nadie como ellas se desprende de los bienes materiales; nadie como ellas pelea; nadie como ellas perdona. Quien no ha visto a una madre sostener la posesión de los hijos en medio de un laberinto litigioso, no sabe de lo que una madre es capaz. El ardid, el sacrificio, la abnegación, la violencia, el enredo...todo es para ella hacedero con tal de defender al hijo. Ante su ingenio sucumben los más avisados, ante su energía se rinden los más valerosos. Ni el imperio de la ley, ni la fuerza material de sus ministros valen nada ante una madre. En el curso de nuestra carrera se denominan muchas dificultades y se vencen muchos adversarios; pero nada se puede frente a las madres. Y lo de menos es que tengan o no tengan razón. ¡Son madres y lo atropellan todo! Si bien se mira, ¿puede haber una razón mayor?
Algún colega, con la experiencia de que se suele alardear entre los veinte y los veinticinco años, guiñará el ojo, entre malicioso y compasivo, y preguntara:
--De modo que, a juicio de este señor, ¿hay que creer en la mujer?
Y este señor le responde con un fervor desbordante: --¡ Hay que creer ! Porque el desventurado que no crea en la mujer, ¿adonde irá a buscar el reposo del alma?
Los literatos, los notarios, los médicos de consulta y no de visita, los abogados, han de fundir en un mismo perímetro las exigencias de su carrera y el desenvolvimiento de su familia, cosas no muy sencillas de armonizar. El bufete es un hogar con independencia de oficina y una oficina con matriz de hogar. Si se advierte la rabieta de los chicos, los mandatos a la servidumbre o ajetreo de la limpieza , pierde el despacho su indispensable tinta de solemnidad y recato, apareciendo comprometidas la serenidad de su destino y la reserva profesional. Si, al revés, no se nota que allí hay, aunque invisible, una familia y no se percibe la magia inconfundible de un alma de mujer, el estudio ofrece fácilmente la sensación de las covachuelas curialescas o de las casas comerciales. Hallar el punto preciso para este condimento no es cosa sencilla, y suele estar reservada a seres dedicados.
Esto en cuando a la exterioridad; que en punto a lo interno, por lo mismo que el Abogado actúa en su casa, la mujer ha de hacérsela singularmente apetecible, para que no corra a buscar fuera de ella el esparcimiento, reputándola lugar de cautiverio en vez de remanso de placidez.
Un Abogado soltero, por talentudo y laborioso que sea, siempre resultará Abogado incompleto.
Solo el matrimonio y mas aun la paternidad, y más especialmente todavía el avance en la paternidad misma, nos brindan una comprensión, una elevación, una serenidad que abren las fuentes de lo subconsciente y determinan en los hombres la plenitud de la piedad, de la transigencia, de la efusión. Los grandes dramas familiares, ni suelen ser confiado a quien no fundó familiar , ni, en caso de serlo, llegan a ser totalmente penetrado por el célibe. Los verá con el cerebro, no con el corazón; y ya he dicho reiteradamente que el cerebro solo en bien pocas cosa para abogar.
La esposa de un intelectual ha de tomar un hondo interés en sus trabajos, reputar su función como admirable y nobilisima, facilitarle el reposo, la calma y los varios elementos accidentales que aquella requiere, auxiliarle hasta donde sus fuerzas lleguen y el esposo necesite, poner deseo en participar de las alegrías como de las depresiones, y, sin embargo, detenerse en el lindero de la curiosidad impertinente, ver los quehaceres de su compañero por la faceta glorificadora y no por el prosaísmo pecuniario, tomando al cerebro masculino y a su ocupación como simples maquinarias de provisión de la dispensa...
Vuelvo a una distinción otras veces expuesta. Los que no ejercen profesiones espirituales pueden pasarle sin compartir con sus compañeras la preocupación profesional....ya que para ellos casi no existe. Mas para quien, por deber continuo, tiene el alma llena de problemas, de obsesiones, de anhelo, de ilusión, no puede haber divorcio más amargo que el de contemplar ajena para todo aquello ¡que es su vida! a la compañera de su transito por el mundo.
¿Concebís desengaño superior al de un novelista cuya mujer no lea sus novelas? Pues amargura igual sufren el médico y el Abogado cuando tropiezan con mujeres que crían muy bien a los hijos, que administran muy bien la casa, pero que no se intrigar pocos ni muchos por el éxito de los litigios o por la salud de los enfermos.
Cierto que también hay casos en que la mujer pretende integrarse en las alternativas profesionales del marido y es éste quien la repele diciéndole groseramente:
"¿Y a ti quien te mete?
¡Las mujeres no entendéis de esas cosas !"
Conste que lo que profieren esta delicada sentencia no son Abogados, sino guarda cantones con birrete.
Ya iniciada la esposa en los negocios conyugales, hay dos puntos en que su dignidad y su entendimiento quedan puestos a definitiva prueba: en no pretender entrar nunca en el secreto profesional, que los Letrados debemos guardar con máxima intransigencia, y en no encelarse de las demás mujeres que han de encerrarse con su marido y hacerle depositario de los más íntimos y graves secretos.
Existen señoras que tratan a los clientes, les dan conversación y acaban visitándose con sus familias. ¡No hay bufete que resista la intromisión de tales marisabidillas ! Otras no quieren ni enterarse de que existe el despacho. A éstas, quien de fijo no las resiste en su marido.
Como este libro va dedicado a compañeros principiante, les diré que importa mucho para vestir la toga (cuya bolsa, por cierto, debe ser bordada por la novia o la esposa ) casarse pronto y casarse bien.
¿Procedimiento ? Enamorarse mucho y de quien lo merezca.
¿Receta para encontrar esto ultimo? ¡Ah! Eso radica en los arcanos sentimentales. El secreto se descubrirá cuando algún sabio atine a reducir el amor a una definición.
Nada más de la mujer. Vamos con las mujeres.
Voy a hacer a mis jóvenes lectores una dramática declaración. El Abogado no tiene sexo. Así, como suena.
Es decir, tenerle sí que le tiene... y, naturalmente, no le está vedado usar de él. Pero en su estudio y en relación con las mujeres que en él entran, ha de poner tan alta su personalidad, ha de considerarla tan superior a la llamadas de la pasión y al espoleo de la carne, que su exaltación le conduzca a esta paradoja: el Abogado es un hombre superior al hombre.
No se crea ésta es una postura de asceta presuntuoso o de dogmatizante a poca costa. No. Se pueden cumplir las bodas de plata con el oficio y sentir todavía el habito de la juventud.
¿No os parece miserable o repugnante el confesor o el médico que se aprovechan de la situación excepcional que su ministerio les procura para plantear una insinuación amorosa a las mujeres que se les descubrieron porque no tenían más remedio que hacerlo así ?
Pues en caso semejante, no es menor la villanía del Abogado. Si acaso, es mayor, porque suelen quedar en sus manos armas coactivas que los otros no tienen y que hacen que la vileza sea, además, cobarde.
Se dan casos en que el Abogado no es iniciador del ataque, sino victima de un rapto previamente concebido por la consultante. El que cae en esta red no se deshonra por insolente, pero se desacredita por tonto.
Mujer clienta
Sed, pues, castos, jóvenes colegas... si podéis. Y si no, derrochad vuestro conatos amatorios fuera del despacho. Debajo de la toga no se concibe a don Juan Tenorio, sino a don Juan de Lanuza.
Vera Valdes Francia Carolina.
No miréis la cara de vuestras clientes. Por hermosas que sean, siempre hay algo más atractivo que examinar en ellas: el juicio.
¿Es por superioridad de inteligencia o de cultura ?
Ciertamente no. Será por intuición nativa, o por tendencia a la desconfianza, o por mayor esmero en la defensa de los intereses... Será por lo que sea, pero es lo cierto que, generalmente, las mujeres dan en todos los asuntos una asombrosa nota de clarividencia. Diríase que olfatean el peligro instintivamente, o que tienen privilegios de adivinación.
Ellas no razonarán el porque de su tendencia; pero cuando dicen que se vaya por aquí o que no se vaya por allá, hay que tomarlo en cuenta con gran esmero porque rara vez dejan de acertar.
Hasta tal punto creo en la influencia, en la saludable influencia de la opinión femenina, que suele inquirirla aun sin conocer a la mujer. Mas de cuatro veces he sorprendido a un consultante que me confiaba un problema abstruso, preguntándole:
"¿Es usted casado ? "
Y añadiendo, ante su respuesta afirmativa: " ¿ Que piensa su mujer de usted. ? " Pasada la estupefacción del primer instante, el consultante reaccionara, hurga en su memoria ¡ y casi siempre se encuentra materia aprovechable en el dictamen femenino!
Una vez dice la esposa que no se asocie con Fulano, porque no es de fiar, otra, que liquide la industria, porque necesariamente irá de mal en peor; otra, ceda ante la exigencia de A y no se rinda ante la B; otra, que compre o venda tales o cuales valores.
Casi nunca llega en sus argumentos más allá de me lo da el corazón, ¡pero casi nunca se equivoca!
Consideremos, pues, a todas las mujeres, y reverenciemos de modo expreso a las madres. ¡Oh las madres en el bufete! Dudo que en ninguna otra parte se manifieste con igual intensidad su grandeza moral. Nadie como ellas concibe y disculpa los extravíos; nadie como ellas se desprende de los bienes materiales; nadie como ellas pelea; nadie como ellas perdona. Quien no ha visto a una madre sostener la posesión de los hijos en medio de un laberinto litigioso, no sabe de lo que una madre es capaz. El ardid, el sacrificio, la abnegación, la violencia, el enredo...todo es para ella hacedero con tal de defender al hijo. Ante su ingenio sucumben los más avisados, ante su energía se rinden los más valerosos. Ni el imperio de la ley, ni la fuerza material de sus ministros valen nada ante una madre. En el curso de nuestra carrera se denominan muchas dificultades y se vencen muchos adversarios; pero nada se puede frente a las madres. Y lo de menos es que tengan o no tengan razón. ¡Son madres y lo atropellan todo! Si bien se mira, ¿puede haber una razón mayor?
Algún colega, con la experiencia de que se suele alardear entre los veinte y los veinticinco años, guiñará el ojo, entre malicioso y compasivo, y preguntara:
--De modo que, a juicio de este señor, ¿hay que creer en la mujer?
Y este señor le responde con un fervor desbordante: --¡ Hay que creer ! Porque el desventurado que no crea en la mujer, ¿adonde irá a buscar el reposo del alma?
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