La Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.
La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España
La academia es un espacio de debate sobre ideas y cuestiones centrales a nuestra sociedad, un centro difusor de conocimiento y un laboratorio de investigación y de crítica. Todo ello basado en la experiencia de sus académicos, personalidades de gran significación en la vida política, social y económica española de los dos últimos siglos. |
Historia La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas fue creada, a los veinte días de aprobarse la Ley de Instrucción Pública, por Real Decreto del 30 de septiembre de 1857 durante el reinado de Isabel II de España. La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas forma parte de la que podría denominarse la segunda promoción de las Reales Academias. La primera correspondió a Felipe V, y de ella han quedado tres: la Española, la de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando. Cuando, dentro del clima creado en el reinado de Isabel II por la necesidad de protección a las ciencias surgió la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, inmediatamente después se decidió que se hermanase esa creación con otra orientada hacia las ciencias sociales, bajo el título, de tradición francesa, de Ciencias Morales y Políticas. Con más de siglo y medio de existencia, la RACMYP sigue conservando su viejo nombre, cuando las disciplinas de que se ocupa han ido diversificándose. El nacimiento de las reales academias en España está ligado, históricamente, a varias razones: Razones de política cultural ilustrada en la búsqueda de los fundamentos de la historia (y, por consiguiente, de la política) nacional. La conservación y difusión del patrimonio histórico, artístico y literario (comenzando por la lengua misma) nacional. El fomento y estímulo de la tarea de los investigadores, con la comunicación mutua de los resultados obtenidos y la posibilidad de disponer de medios colectivos para su trabajo. La evolución del pensamiento científico (comenzando por la historia, siguiendo por las ciencias de la naturaleza -ya desde el siglo XVII- y terminando por las ciencias sociales y humanas) hacia posturas más críticas de las mantenidas por las instituciones y escuelas existentes. La participación social, a través del asesoramiento y de las publicaciones académicas, en los frutos teóricos de las distintas ciencias. El objetivo perseguido fue reunir en torno a un modelo similar al inspirado por la Real Academia de la Historia al movimiento político y social de la época. Así se incorporaron destacados miembros de la época isabelina como el progresista Salustiano Olózaga o los más moderados Juan Bravo Murillo y Modesto Lafuente, junto a investigadores de las ciencias sociales. A lo largo de su historia han sido miembros de la academia políticos y juristas como Francisco Martínez de la Rosa, Antonio Alcalá Galiano, Antonio Cánovas del Castillo, el Conde de Toreno, Julián Besteiro, Faustino Rodríguez-San Pedro, así como personalidades de distintas especialidades de las Ciencias Sociales como Antonio Cavanilles, Marcelino Menéndez y Pelayo, Joaquín Ruiz-Giménez y Salvador de Madariaga. |
La Directiva de la Academia está compuesta por un presidente y cinco miembros más que ejercen las funciones ejecutivas y velan por el cumplimiento de los Estatutos y el Reglamento. Presidentes de la Academia a lo largo historia: Pedro José Pidal y Carniado Lorenzo Arrazola y García Florencio Rodríguez Vaamonde Manuel García Barzanallana Francisco de Cárdenas y Espejo Laureano Figuerola y Ballester Antonio Aguilar y Correa Alejandro Groizard y Gómez de la Serna Joaquín Sánchez de Toca y Calvo Antonio Goicoechea Cosculluela José Gascón y Marín José María de Yanguas Messía Alfonso García Valdecasas Luis Díez del Corral y Pedruzo Enrique Fuentes Quintana Sabino Fernández Campo Marcelino Oreja Aguirre Juan Velarde Fuertes (actual) Son 40 académico de numero. Secciones Ciencias Filosóficas Ciencias Políticas y Jurídicas Ciencias Sociales Ciencias Económicas Comisiones permanentes I Memorias II Temas para discusión de la Academia y Concursos Públicos. III Relaciones Científicas y Culturales IV Publicaciones V Biblioteca |
Sede de Academia.
La emblemática sede de la academia, Casa y Torre de los Lujanes, el edificio civil más antiguo de Madrid, es donde se realizan los plenos semanales de estudio y debate académico, y donde se realizan las conferencias, presentaciones y actos abiertos al público. |
Biblioteca. La biblioteca, con más de 140.000 volúmenes, de consulta para investigadores, es de referencia en el área de las ciencias sociales. Las espléndidas adquisiciones de su primer bibliotecario, Manuel Colmeiro, y las de sus sucesores en el cargo se han completado con los legados de Francisco de Cárdenas, Sánchez de Toca, Palacios Morini, Baldomero Argente y Cordero Torres. En 1986 se incorporó, gracias a las gestiones del actual bibliotecario, Gonzalo Fernández de la Mora, la biblioteca de Francisco Elías de Tejada, con más de 30.000 títulos. Asimismo, en 1990 se recibieron donativos de colecciones que fueron propiedad de Gabino Bugallal y Araujo, José Mª Zumalacárregui y Carmelo Viñas y Mey. En 1991 la Fundación Areces donó a la Academia la biblioteca del prestigioso economista Ramón Perpiñá Grau, y en 1995, el antes citado Gonzalo Fernández de la Mora dio a la Academia su biblioteca personal. La biblioteca posee medio centenar de incunables y excelentes ediciones de importantes obras de los siglos XVI al XVIII. En general son de temática variada, aunque predomina el Derecho público del siglo XIX, especialmente el español; destacan también materias como historia de España, política internacional, filosofía, sociología, filosofía del Derecho, economía y bibliografía. Gracias a una acertada política de compras y a los legados se han actualizado las materias político-jurídicas con una amplia bibliografía internacional. La actualización de la biblioteca continúa mediante intercambio de publicaciones con otras instituciones, la adquisición de obras solicitadas por los propios académicos y las donaciones de los mismos. |
DON NICETO ALCALÁ-ZAMORA EN LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS.
El desencanto del presidente que abanderó la República Un ministro monárquico se acabaría convirtiendo en abanderado de una 'república de orden' como alternativa al régimen caduco de la Restauración. Seis meses después dimitía como presidente del Gobierno Provisional de una República que comenzaba a descarrilar. El hispanista Stanley Payne definió a Niceto Alcalá-Zamora como «un hombre del siglo XIX, de profundas raíces provinciales, formado en la cultura política de la Restauración, elitista y predemocrática». Había nacido en 1877 en Priego de Córdoba en el seno de una familia católica de raíces conservadoras y tradición liberal, y con solo 17 años se licenció con matrícula de honor en Derecho en la Universidad de Granada. Puso pie por primera vez en Madrid en vísperas del Desastre del 98 para cursar un doctorado, y animado por el jurista Gumersindo de Azcárate, maestro y mentor en aquellos años, el brillante abogado cordobés decidió presentarse un año más tarde a las oposiciones al Cuerpo de Oficiales Letrados del Consejo de Estado aprobándolas con el número uno de su promoción. Fue un intelectual de primera fila, un hombre polifacético de férrea voluntad y memoria prodigiosa, miembro de la Real Academia de la Lengua en 1932 cuando ya pertenecía a la de Jurisprudencia y Legislación, y a la de Ciencias Morales y Políticas. Modelo unitario Recién iniciado 1903 tuvo ocasión de coincidir en el Círculo Liberal en un acto homenaje a Sagasta con Álvaro Figueroa, conde de Romanones, a quien logró impresionar por su elocuente oratoria. Desde entonces su destino quedaría unido al del aristócrata, uno de los primeros espadas del Partido Liberal y apoyo decisivo para que el prieguense lograse un escaño por el distrito de La Carolina que le abriría la puerta grande de la política nacional. Su sólida formación como jurista, y una gran experiencia en distintos puestos de la Administración, hicieron de Alcalá-Zamora un diputado solvente y meticuloso que empezaba a ser reconocido tanto por los miembros de su partido como por sus rivales en el Congreso. Después de varios años de intensa actividad parlamentaria, en los que defendió sus principios por encima de los colores políticos en cuestiones como el modelo unitario para la construcción de España, o la defensa de la Iglesia contra el anticlericalismo creciente, le acabó llegando el turno para ocupar un anhelado ministerio en 1917. Punto de inflexión Se convirtió entonces en titular de la cartera de Fomento en el gobierno de concentración de Manuel García Prieto, repitiendo en el año 1922 como ministro de Guerra también con el marqués de Alhucemas en un momento en el que aún resonaban en el ambiente los ecos del Desastre de Annual. Llegado el mes de septiembre de 1923 tuvo lugar el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, hecho que marcaría un decisivo punto de inflexión en el pensamiento político de Alcalá-Zamora. La suspensión de las garantías constitucionales establecidas en 1876, y el convencimiento de que fue el Rey quien buscó con el cambio de régimen una huida hacia adelante en una España zarandeada por la vieja política y la violencia anarquista, hicieron que empezara a cuestionarse la validez de aquel modelo monárquico. Años después recordará en sus memorias: «Patente la culpa del Monarca, ineludible y justa su caída con el dictador, aún hubiera podido abdicar… a tiempo… y con dinastía. Luego, no hubo más solución que la República». Ante los rumores del pronunciamiento que se estaba gestando para acabar con la dictadura, el Monarca reaccionó con rapidez forzando en enero de 1930 la salida del gobierno de Primo de Rivera y situando en su lugar al general Berenguer, que asumió el puesto con el encargo de propiciar el retorno a una España democrática. Sin embargo ya era demasiado tarde. En marzo AlcaláZamora daba un paso al frente escenificando su paso al republicanismo en un sentido discurso pronunciado en el Teatro Apolo de Valencia, donde postuló su modelo de una ‘república de orden’, burguesa y centrada, construida con el aporte de todos, y marcando distancias con la posibilidad de instaurar el nuevo régimen desde el radicalismo compulsivo que abanderaba parte de la izquierda. Don Niceto era el intelectual salido de las filas monárquicas al que Miguel Maura había esperado para construir un proyecto político capaz de atraer a conservadores y católicos, y que pronto tomaría forma bajo el nombre de Derecha Liberal Republicana. En agosto tuvo lugar, precisamente a iniciativa de Maura, una reunión en San Sebastián a la que acudieron varias formaciones republicanas para comenzar a definir los pilares del futuro régimen. Según recuerda el anfitrión, «el famoso Pacto de San Sebastián no se escribió en parte alguna, fue un auténtico pacto entre caballeros, unos acuerdos que fueron cumplidos íntegramente por todos». En la capital donostiarra se decidió la creación de un Comité Revolucionario que poco después se transformaría en Gobierno Provisional, con nombramiento de ministros incluido, y del que Alcalá-Zamora fue elegido presidente por unanimidad dado su prestigio y dilatada experiencia política. Dependiente del Comité se configuró una junta militar a las órdenes del general Gonzalo Queipo de Llano, que tendría como objetivo preparar un pronunciamiento apoyado por una movilización en forma de huelga general. Ya de vuelta en Madrid, a partir de septiembre la casa de Maura se convertiría en sede de constantes reuniones conspiratorias Alcalá-Zamora y Maura buscaron asegurar la moderación como condición clave para la puesta en marcha de ‘su República’, evitando desde un catolicismo militante el envite anticlerical que por aquel entonces ya se estaba gestando desde la izquierda. En una ‘Dictablanda’ que apretaba sin ahogar, los dirigentes pro-republicanos jugaban al ratón y al gato con la policía, entrando y saliendo de una casa a otra con cambios de ropa incluidos, y protagonizando una trama de tono burlesco. Casi acabando el año, el 12 de diciembre, tuvo lugar la fallida sublevación militar de Jaca y tres días más tarde la también fracasada de Cuatro Vientos en Madrid. Entre ambas se dictó una orden de detención contra los miembros del Comité que acabó con el ingreso en la Cárcel Modelo de Madrid de buena parte de ellos. Es curioso recordar que a petición de don Niceto, y guardando unas formas exquisitas, el inspector Arcadio Cano que acudió a detenerle a su casa accedió a acompañarle, antes de ingresar en prisión, a oír misa en la Iglesia de San Fermín de los Navarros. En celdas especiales Otros miembros de aquel Gobierno Provisional huyeron de España y alguno como Manuel Azaña se escondió durante meses en la casa de su cuñado Cipriano Rivas Cherif, mientras éste hacía correr el bulo de que se encontraba huido en Francia. Estuvo allí hasta el 12 de abril, en vísperas de la proclamación de la República, cuando Maura fue conocedor de su paradero y mandó ir a buscarle. Como dice el historiador Alcalá Galve en relación con la fama que adquirió Azaña con posterioridad, «el gran héroe de la República no sufrió por ella dolores de parto». Los ilustres huéspedes de la Modelo fueron alojados en celdas especiales apartados de los presos comunes donde recibieron, los casi tres meses que allí pasaron, innumerables cartas, regalos y visitas, concedieron entrevistas y constataron como su fama crecía semana a semana convertidos casi en un fenómeno de masas. Reunidos en la celda de Maura celebraban oficiosos consejos de ministros y tuvieron tiempo de planear en detalle la estrategia para la llegada de la República. Dámaso Berenguer fue destituido en febrero de 1931 asumiendo la presidencia del Gobierno el almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas que, siguiendo una hoja de ruta orientada a recuperar la estabilidad institucional, convocó elecciones municipales para el 12 de abril. Poco después tuvo lugar el juicio mediático contra los miembros del Comité Revolucionario, dictándose una atenuada sentencia condenatoria de seis meses y un día de prisión, que permitió a los acusados salir de la cárcel aquel mismo día para ponerse a trabajar en la campaña electoral. Las elecciones transcurrieron con relativa normalidad, y aunque el resultado global fue favorable a los partidos monárquicos, la victoria en la práctica totalidad de las grandes ciudades procuró al movimiento republicano la fuerza moral para forzar el cambio de régimen. Al conocer los resultados, el Comité Revolucionario reunido en casa de Alcalá-Zamora decidió redactar un comunicado anunciando que la votación había tenido un valor de plebiscito favorable a la República. El día 14 por la mañana Romanones negociaba con don Niceto una salida digna para el Monarca, que debería abandonar el país «antes de la caída del sol», mientras el general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, se pre sentaba en casa de Maura pronunciando la frase «a las órdenes de usted señor ministro» y sumándose a la causa republicana. Paradojas de la vida. Asunción de la autoridad En torno a las seis de la tarde varios miembros del Comité Revolucionario encabezados por Alcalá-Zamora se dirigieron en sendos coches hacia el ministerio de Gobernación, situado entonces en la madrileña Puerta del Sol, con intención de asumir la autoridad en nombre del Gobierno Provisional. Tardaron casi dos horas en recorrer la distancia que separaba la plaza de Cibeles de su destino entre un tumulto de gente que jaleaba el paso triunfal de la comitiva. Así lo recuerda el prieguense en sus memorias: «Avanzábamos a tomar posesión del poder sin sobresalto en las tiendas que no cerraban, ni en las gentes más pacíficas que acudían al grandioso espectáculo de una revolución en orden» Al llegar al ministerio ya ondeaba la bandera tricolor que poco antes había izado Rafael Sánchez Guerra, enviado como avanzadilla a la sede de Gobernación. Maura fue contactando telefónicamente con los distintos gobernadores civiles mientras Alcalá-Zamora hacía lo propio con las capitanías generales para asegurarse el apoyo del estamento militar. Poco después, asomado al balcón ante un gentío enfervorecido, pronunció su primer discurso como presidente provisional de la República. Estuvieron en el edificio hasta bien entrada la noche, y en aquellas intensas horas don Niceto preparó, haciendo gala de un profundo conocimiento jurídico, varios decretos que se publicarían al día siguiente en la Gaceta como instrumentos de legalidad para gobernar en el ínterin preconstitucional. Maura escribe en sus memorias: «Los ministros presenciaban maravillados y absortos, cómo Niceto Alcalá Zamora dictaba, uno tras otro, sin ja menor vacilación, sin tener ante sí una sola nota, nada más y nada menos que los siguientes decretos…» La partida del Rey El Rey Alfonso XIII había abandonado el Palacio Real a las 20:45 horas del 14 de abril, saliendo por la puerta incógnita que da al Campo del Moro y conduciendo su coche acompañado por otros vehículos de escolta. Aunque jugó al despiste anunciando que su destino sería Portugal, llegó a Cartagena a las cuatro de la mañana para embarcar en el crucero ‘Príncipe Alfonso’, que enseguida partió hacia Marsella como escala previa a su destino final en París. Jamás volvería a pisar España. La Reina Victoria Eugenia dejaba el Palacio Real al día siguiente en compañía de sus hijos para tomar un tren en El Escorial con destino a Francia, hacia un exilio incierto, escoltada por Sanjurjo y acompañada por Aznar-Cabañas y el conde de Romanones que quisieron estar presentes en aquel complicado momento. Para Alcalá-Zamora empezaba una etapa especialmente complicada, ya que apenas quince días después de la proclamación de la República comenzarían sus graves desencuentros con Manuel Azaña. En aquellas primeras semanas del nuevo régimen, los gobiernos municipales fueron sustituidos por comisiones gestoras que se encargaron de reemplazar a los gobernantes monárquicos electos, al tiempo que se producían cambios en diferentes puestos directivos de la Administración. Poco a poco, la calma con la que había llegado la República fue tornando en un cierto desorden público, que comenzó a hacerse dramático en Barcelona cuando sindicalistas armados de la CNT buscaron ajustar cuentas con los católicos de los Sindicatos Libres asesinando a una veintena de personas. El anticlericalismo republicano había prendido con fuerza y todavía elevaría el tono llegado el mes de mayo, cuando los sucesos conocidos como la ‘Quema de Conventos’ empezaron a dinamitar las relaciones Iglesia-Estado a pesar del empeño de concordia de un católico como Alcalá-Zamora: «Buscaba que nos acostumbrásemos a la buena relación, pero mi empeño fue inútil y no por resistencia de la Iglesia, sino por sectarismo en el Gobierno» La quema de conventos A partir de unos sucesos que sólo en Madrid dejaron un trágico balance de 32 iglesias y conventos incendiados, y cerca de cuarenta religiosos asesinados, el presidente del Gobierno Provisional tomó conciencia de que aquel gobierno de corte republicano-socialista, tan ecléctico como pasivo, una vez alcanzada la meta del 14 de abril empezaría a demandar una política revolucionaria y escorada hacia la izquierda bajo la batuta de un Azaña, a la sazón ministro de Guerra, que cada vez ganaba mayor peso en el ejecutivo. Para Alcalá-Zamora la solución pasaba por unas elecciones a Cortes Constituyentes que permitieran dibujar su anhelo de república de orden. Sin embargo se acabaría llevando una nueva decepción en los comicios de junio al constatar el retraimiento de unas derechas que el prieguense necesitaba para contrapesar la república, y que todavía seguían conmocionadas por la caída del régimen monárquico: «Prefirieron dejarme solo con veintidós diputados en la tarea de frenar a los partidos de extrema izquierda». La conjunción republicano-socialista se hizo con el 90% de los escaños ante la «suicida deserción de las derechas». La consecuencia directa fue que aquellas Cortes, poco representativas de la realidad social española, serían las encargadas de elaborar la nueva Constitución cuyo primer proyecto, encargado a una comisión jurídica presidida por el conservador Ángel Ossorio y Gallardo, acabó siendo rechazado por ir en contra del progresismo que abanderaba la República. Una comisión parlamentaria liderada por Luis Jiménez de Asúa cogió el testigo para endurecer y radicalizar el articulado pese a los intentos de Alcalá-Zamora de suavizar el texto en aspectos tan espinosos como el religioso. A pesar de ser el presidente del Gobierno Provisional, don Niceto participó activamente en el debate parlamentario ganándose el apodo de ‘centinela de la República’. De aquella etapa recuerda Julián Besteiro: «Era un espectáculo nuevo en la política española, el de un hombre que a cada momento lo arriesga todo para servir a su patria con actitud generosa». Sabía el prieguense que debía estar alerta y activo en discusiones como la propia definición del modelo de Estado, sorteando la enmienda socialista de una república de trabajadores o la encrucijada federalista propuesta por los radicales, para buscar un modelo unitario y no centralista, compatible con la autonomía de las regiones. Sin embargo la batalla más dura sería la relativa a la cuestión religiosa, una pugna que Alcalá-Zamora quiso evitar tratando de encauzar sin éxito las relaciones Iglesia-Estado a través de un nuevo Concordato con la Santa Sede. El presidente del Gobierno Provisional no fue capaz de frenar la propuesta anticlerical de la Comisión Parlamentaria que incluía la disolución de las órdenes religiosas, la nacionalización de sus bienes o la prohibición de ejercer la enseñanza. La aprobación del controvertido artículo 26 quedará perfectamente explicado con la frase de Azaña en el Parlamento: «La República ha rasgado los telones de la antigua España oficial monárquica y en virtud del cambio operado España ha dejado de ser católica». Dimisión El desgaste de Alcalá-Zamora con aquella República que escapaba a su modelo centrado y de orden, quedó escenificado con su dimisión como presidente del Gobierno Provisional tras la aprobación del artículo 26. Habían transcurrido seis meses desde la proclamación de la República, y la izquierda se imponía aprobando una Constitución de la que el prieguense acabaría diciendo, de manera premonitoria, que se redactó olvidando «el más profundo y arraigado de los males que causaron estrago en la vida española: la propensión a la guerra civil». A pesar de aceptar en diciembre el puesto de presidente de la República, el nuevo régimen acabaría descarrilando ante la impotencia de un jefe del Estado destituido en abril de 1936 por el Frente Popular. No llegó a ver construida su ‘República de orden’ como lugar común de una Tercera España. Entre los papeles hallados a su muerte en Buenos Aires, rezaba el siguiente epílogo: «La República vencedora el 12 de abril y proclamada el 14 fue la República de todos los españoles. Olvidarlo la perdió y recordarlo la salvará». |
Excmo. Sr. D. Salustiano del Campo Don Niceto Alcalá-Zamora y Torres, nacido en Priego de Córdoba en 1877,fue propuesto el día 21 de octubre de 1919 por los Académicos Rafael de Ureña, Tomás Montejo, Felipe Clemente de Diego, Julio Puyol, Amós Salvador, Adolfo Álvarez-Buylla, Joaquín Sánchez de Toca, Joaquín Fernández Prida y Manuel de Burgos y Mazo, para la plaza de Académico de Número, en la medalla 23, vacante por fallecimiento del Excmo. Sr. D. Alejandro Groizard y Gómez de la Serna, que había sido Presidente de la Academia y también del Consejo de Estado, además de haber ostentado otros cargos de gran importancia en los tres poderes. La elección se celebró el 4 de noviembre siguiente con resultado favorable, y el 22 de febrero de 1920 leyó su discurso de ingreso con el título de La jurisprudencia y la vida del Derecho, al cual contestó uno de los firmantes de su candidatura, Don Rafael Ureña, que le llama afectuosamente «tránsfuga de la ciencia ala política», y le reconoce poseedor de una clarísima y superior inteligencia a cuyo servicio había puesto una cultura jurídico-administrativa poco común y una bella y luminosa palabra, generadora de una elocuencia fina, diáfana, abundante y precisa. Alcalá-Zamora, que había ingresado en 1899 en el cuerpo de Letrados del Consejo de Estado y había sido entre 1903 y 1907 Profesor Auxiliar de la Facultad de Derecho de la Universidad Central en la Cátedra de Historia de la Literatura Jurídica, regentada por el propio Ureña, empezó su carrera política en 1906 como Diputado por La Carolina, cuando ya era uno de los abogados de mayor y más merecido renombre en el Colegio de Madrid. Don Niceto había sido admitido como Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación en 1913 y nombrado Académico Profesor en 1916,según los Estatutos de aquella corporación, que hasta que se creó el Instituto de España en 1938 no estuvo homologada con las seis principales Reales Academias: Española, de la Historia, de Bellas Artes, de Ciencias, de Ciencias Morales y Políticas y de Medicina. Fue elegido Presidente el 11 de abril de 1930 y nuevamente el 29 de mayo de 1931, pronunciando sendos discursos inaugurales los Cursos 1930-1931 sobre La lucha por la impunidad, y 1931-1932 sobre Repercusiones de la Constitución fuera del derecho público. En virtud de los nuevos Estatutos la Junta de Gobierno le nombró Académico de Número el 30 de junio de 1932, pero en el Anuario de la Corporación no figura en la relación de individuos que han poseído medallas. En la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas su actividad fue bastante intensa. Respondió a cuatro discursos de ingreso: en 1921 al de Don Antonio Royo Villanova titulado El terrorismo, la libertad y la policía; en 1923 al de Don Alfredo Zavala y Camps, Algunas reflexiones sobre los juegos prohibidos; en 1929 al de Don Miguel Villanueva y Gómez, Régimen representativo y parlamentario y en1935, en la que fue su última intervención académica, al de Don Julián Besteiro, Marxismo y antimarxismo. Consta además en su expediente una disertación sobre Los derroteros dela expropiación forzosa, desarrollada en cuatro sesiones durante los meses de octubre y noviembre de 1921 y en tres más en mayo de 1922. Intervino también en las discusiones habidas en 1925 acerca de La crisis del moderno constitucionalismo enlas naciones europeas, juntamente con sus compañeros González Posada, Goicoechea y Cosculluela, Gascón y Marín, Vizconde de Eza y Zaragüeta y Bengoechea yen las que se celebraron durante los años 1924 y 1925 sobre Organización internacional para la paz, con la participación de los académicos Fernández Prida y Altamira y Crevea. Finalmente, en los dos primeros números de nuestros Anales, que aparecieron respectivamente en junio y diciembre de 1934 publicó su extenso e importante trabajo titulado Reflexiones sobre las Leyes de indias. Este hombre, que se hallaba entonces en su plenitud vital, experimentó durante el primer lustro de los años treinta una sucesión vertiginosa de éxitos. En relación con el de mayor trascendencia histórica, el Sr. Redonet y López-Dóriga presentó en la sesión de esta Academia del 5 de mayo de 1931 la moción que transcribo literalmente:
Ya antes de que se presentara esta moción la Academia, en su sesión del15 de diciembre de 1931, había estudiado los antecedentes de lo hecho en la Primera República, cuando dos Académicos, los Sres. Caballero y Andonaegui, visitaron a Don Manuel Alonso Martínez, que había sido nombrado Ministro de Gracia y Justicia en 1873. Después de ella el Sr. Presidente, en la sesión del 12 de mayo de1931, pidió al Secretario que leyera una Orden dictada el 21 de abril por el propio Sr. Alcalá-Zamora, por la que quedaban prohibidos todos los acuerdos de homenaje que en cualquier forma se intentara tributar por las Corporaciones del Estado, etc., a las personas que constituyen el Gobierno Provisional de la República. La cuestión, pues, se zanjó cuando el Sr. Presidente dijo: «La Academia está en el deber de cumplir lo dispuesto», pese a lo cual y a instancia del Sr. Pedregal se acordó hacer constar en acta que la disposición del Consejo de Ministros leída aumentaba la consideración que en todo caso merecía el Académico Sr. Alcalá-Zamora. El 26 de noviembre de 1931 Don Niceto Alcalá-Zamora, en el cuarto intento, fue elegido Numerario de la Real Academia Española. Su aspiración se había visto frustrada tres veces. El 11 de febrero de 1926 cuando resultó elegido D. Leopoldo Eijo Garay, que obtuvo 15 votos contra sus 5. En el otoño de ese mismo año cuando parecía segura su elección para otra vacante, y a falta solamente de dos días para la votación, se expidió el Decreto de 26 de noviembre de 1926,prohibiendo la elección de académico, al reservarse la vacante para literatos regionales. A la tercera, intervino Primo de Rivera abiertamente al escribir una carta al director de la Academia, se dice que a sugerencia de su Ministro de Instrucción Pública, Don Eduardo Callejo, oponiéndose a la elección de Don Niceto por entender que no eran títulos bastantes para ingresar en la Academia la oratoria parlamentaria ni la forense y proponiendo como candidatos a Concha Espina, Eduardo Marquina y Pérez de Ayala. Hubo gran revuelo en la Academia, que procuró salvar las apariencias de no someterse a las preferencias del Dictador eligiendo, por sugerencia de Azorín, a Antonio Machado que, pese a tener méritos sobrados, al enterarse de la coacción ejercida decidió no tomar posesión. El 8 de mayo de 1932, en su recepción pública, que presidió Azaña con Besteiro, Presidente de las Cortes y Cotarelo, Secretario de la Academia, a su derecha y Femando de los Ríos, Ministro de Instrucción Pública y Leopoldo Cano, Académico, a su izquierda, Menéndez Pidal, que contestó a su discurso sobre Los problemas del Derecho como materia teatral, terminó con estas palabras: «Y la Academia Española ve hoy con satisfacción la silla que ocupó Castelar, venir, por el azar deuna votación estorbada, a posesión de un digno sucesor en el arte de la palabra yen el rango estatal. Coincidencia, destino; poesía en los sucesos de una vida.» El 7 de abril de 1936, con su destitución de la Presidencia de la República por las Cortes, dio un giro trágico la incomparable biografía de quien había escrito en 1930:
Años después, en 1945, comentando su cese escribió: «El 7 de abril de1936 dije que personalmente recobraba mi paz, pero que la República constitucional, democrática, de Derecho, había caído conmigo.» Su visión no tardó, por desgracia, en confirmarse, pues el 18 de julio del mismo año se produjo el Alzamiento y se rompió España en dos, con las trágicas consecuencias que trajo consigo la guerra civil para el país y para la totalidad de sus ciudadanos e instituciones. Entre estas últimas para la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En efecto, el 15 de septiembre de 1936 se recibió en la Academia, procedente de la Sección Fomento de las Bellas Artes del Ministerio regentado por Jesús Hernández y con la firma de Manuel Azaña, el siguiente escrito: «Con esta fecha ha sido dictado un Decreto creando el Instituto Nacional de Cultura y cuyo artículo 1° dice así:“ Quedan disueltas, desde la fecha de la publicación del presente Decreto, todas las Academias .dependientes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, a saber: la Academia Española, la Academia de la Historia, la Academia de Bellas Artes de San Femando, la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Academia Nacional de Medicina. Entretanto se da a los edificios y patrimonio de estas Academias la aplicación oportuna, aquéllos se pondrán bajo la custodia directa del Ministerio, del cual pasará a responder también todo su personal administrativo. Todos los miembros de estas Academias, cualquiera que sea su carácter o título de su designación, cesarán en sus funciones.” Lo que traslado a V.S. para su conocimiento y efectos.» (Una nota al margen informa de que «en 29-9-36 se dio cuenta al Sr. Sánchez Tocaen su domicilio»).La Academia, que ya había perdido el título de Real al proclamarse la República, quedó sin miembros por virtud de esta destitución universal, fue intervenida el 19 de agosto por un grupo de milicianos y el 19 de septiembre por un Interventor Delegado del Ministerio, que en febrero de 1938, según nota de Secretaria, designó Presidente el Académico Antonio Zozaya, que había ingresado el 20de enero de 1935.El ilustre Académico Don Alonso Zamora Vicente, en su reciente e importantísimo estudio sobre la Real Academia Española se ha referido con palabras muy ajustadas y extremada delicadeza a lo acontecido en ella durante este mismo periodo y, por razones obvias, en relación con la de Ciencias Morales y Políticas me contentaré con recordar sus palabras, aunque de los documentos que obran en Secretaria podría extraer relatos desagradables y no pocos detalles negativos. Pero es mejor pasar página y contar que, a partir del 2 de enero de 1938 y hasta el 30de junio de 1939, la Academia celebró en San Sebastián un total de 30 sesiones. En la del 5 de junio de este último mes el Sr. Presidente (Don Antonio Goicoechea)dio cuenta del fallecimiento del Secretario Perpetuo, y prosiguió «diciendo que cree llegada la triste hora de dar también por fallecidos a otros ilustres miembros de la Academia sobre cuyo fin, por verosímil que fuese, se había creído deber guardar un piadoso silencio durante la etapa de dominación roja en Madrid bajo cuyo signo fatal hubieron de perecer: dos de ellos, los señores Don Julio Puyol y Don Emilio Miñana, de muerte natural, más o menos provocada por las privaciones y los sufrimientos propios de aquella situación y los otros tres víctimas de la furiosa persecución a la sazón desencadenada contra todo lo que ideológica y personalmente significaban: los señores Don Ramiro de Maeztu, Don Alvaro López Núñez y DonRufino Blanco». Ya en Madrid, en el acta de la Sesión del 19 de noviembre de 1940 se lee que «el Sr. Presidente declaró vacantes las medallas de Académicos números 24 y 12(en posesión respectivamente de los Sres. Zozaya y Madariaga) por hallarse sus respectivos titulares comprendidos en el caso previsto por el artículo 5.° de los Estatutos y asimismo declaró vacante la medalla número 18 (para la que había sido elegido el Sr. Sánchez Román) haciendo uso de la facultad que le conceden los preceptos13 y 14 de la mencionada disposición orgánica». Se trata, sin duda, de decisiones influidas políticamente, pero tomadas al amparo de la legalidad estatutaria sobre laque volveré más adelante. Así se llega a la sesión del 20 de mayo de 1941 en la que «daba cuenta de una Orden del Sr. Director General de Bellas Artes, Don Juan Contreras, disponiendo sea baja en la Academia y se declare la vacante de Don Niceto Alcalá Zamora, el Sr. Presidente lo hizo así proclamando vacante la medalla 23 por aquél ocupada». Este es el texto que refleja en las Actas el resultado de una decisión ministerial sin precedentes, torpe e injustificada, paralela a la que se dicta para la Española, cuya Acta de 5 de junio de 1941 la registra escuetamente: «Quedó enterada la Academia de un oficio de la Dirección General de Bellas Artes, de fecha de 10 mayo último, en el que se comunica de Orden del Sr. Ministro de Educación Nacional que se consideren como dados de baja como miembros de esta Corporación a los Sres. Don Ignacio Bolívar, Don Niceto Alcalá-Zamora, Don Tomás Navarro Tomás, Don Enrique Díez-Canedo, Don Salvador de Madariaga y Don Blas Cabrera..» Se trata de media docena de grandes figuras intelectuales de la época entre los que hay Académicos Numerarios y Electos de distinta significación política. El atropello es aún mayor por el número, pero el procedimiento es diferente. ¿Porqué? No parece bastante para cerrar la cuestión lo que escribe Zamora Vicente: «La Academia tomó buena nota del deseo ministerial y desobedeció el mandato. Fue la única institución del Estado que se atrevió a hacerlo.» Eso es verdad, pero hay otros elementos que merece la pena repasar. En cuanto organizaciones las Academias poseen normas estatutarias y culturas de aplicación que en algunos puntos difieren notablemente hasta el día de hoy. Así, el citado artículo 5.° de nuestros Estatutos de 1918, que eran los vigentes entonces, decía: «A partir de la aprobación por el gobierno de los presentes Estatutos, cuando un Académico de número no hubiera asistido durante dos años ni una sola vez,sin causa justificada, a ninguna de las Juntas de la Academia, se entenderá querenuncia a su plaza y el Presidente declarará la vacante, salvo si el Académico contase ya con ciento cincuenta asistencias.» En este último supuesto encajaba el caso de Don Niceto. Por el contrario, la Real Academia Española seguía regida por los Estatutos promulgados en 1859 en los que no se disponía nada sobre renuncia ni cese por ninguna causa de los Académicos Numerarios, aunque sí de los Correspondientes (art. 12). La práctica, además, confirmaba la norma sin ninguna excepción, algo que no sucedía en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas donde no escasean ni siquiera las renuncias, empezando por la del que fue fundador y segundo Presidente, Don Lorenzo Arrazola y siguiendo por las de los también fundadores Don Cándido Nocedal, Don Juan Bravo Murillo y Don Manuel García Gallardo. Por otro lado, aunque los Estatutos de ambas corporaciones establecían plazos de hasta doce meses en la Academia Española (art. 11) y de ocho en la de Ciencias Morales y Políticas (art. 14) para presentar el discurso de ingreso, solamente en el segundo caso se emplea la palabra «improrrogable». El hecho es que en todos los años de existencia de la Española, fundada en 1713 como se sabe, solamente he encontrado en su Anuario una declaración de vacante por no tomar posesión, la del sillón H asignado a Don José Zorrilla, que fue vuelto a nombrar para el L del que sí la tomó. En cambio, hay largos períodos de vacancia de algunos sillones como el B (de 1962 a 1992), el I (de 1905 a 1934), el L (desde la declaración de la vacante de D. Ramiro de Maeztu hasta la toma de posesión de D. Eugenio Montes), el M (desde la elección hasta el ingreso de Don Salvador de Madariaga), el R (desde 1899 hasta 1922, con tres electos seguidos que no leyeron),el X (desde la muerte del marqués de Gerona en 1926 hasta la muerte de Rafael Sánchez Mazas en 1966), y el b (desde la muerte de Menéndez y Pelayo en 1912hasta la de Benavente en 1954). En la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en cambio, las sucesiones han sido más aceleradas y aparte de las vacantes mencionadas como resultado de exilios políticos, también se han cubierto cuando menos veintitrés por haber sobrepasado los electos el tiempo asignado para presentar sus discursos. Entre ellas, las de los Sres. Serrano Suñer y Blas Pérez González. En cuanto a la privación de su medalla a Don Niceto Alcalá-Zamora, que es de quien nos ocupamos hoy, mencionaré para terminar una carta de 10 de noviembre de 1977 dirigida por su hijo del mismo nombre al entonces Presidente de nuestra Academia, Don Alfonso García Valdecasas, preguntando por la fecha y otras circunstancias de la expulsión de su padre que, según le había comunicado un informante, se había hecho por no haber presentado a tiempo su discurso de recepción. Pienso que la exposición que he tenido el honor de hacer en este solemne y emotivo acto ofrece públicamente la información que él entonces deseaba y que estoy seguro que nuestro Presidente le proporcionó directamente. En todo caso, he creído mi deber como Secretario presentar hoy ante esta distinguida concurrencia lo que consta en nuestros archivos, como aclaración para general conocimiento, como desagravio a la memoria del que fuera nuestro ilustre compañero y como modesta reparación de lo que no estuvo en nuestras manos evitar. Nada más y muchas gracias. |
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