Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

domingo, 12 de abril de 2020

394).-La Reales Academias Españolas.-a

La Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.


CAMILA DEL CARMEN GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


La Real Academia de Jurisprudencia y Legislación es una institución jurídica española. Sus orígenes pueden remontarse hasta aproximadamente el año 1730, en Madrid, con la fundación de la llamada «Academia Práctica» o «Junta de Jurisprudencia Práctica»,​ de la mano de un grupo de treinta juristas que pretendían desarrollar el espíritu ilustrado academicista mediante la puesta en común de sus conocimientos. Entre sus miembros se encontraban importantes personajes de la época, como José Moñino, que más tarde sería el conde de Floridablanca y secretario de Estado con Carlos III. 
Fue éste su primer presidente oficial y quien el 20 de febrero de 1763 le otorgó la cédula que la reconocía con el carácter de Real Academia de Leyes de estos Reynos y de Derecho Público, en un nivel similar al reconocido para la Academia de la Lengua. Amparados en la ilustración española desarrollaron una ingente labor de recogida y ordenación de textos jurídicos, manuales y documentos históricos. 
Tiene su sede en la calle del
 Marqués de Cubas, 13 de Madrid.

Funciones

Según los estatutos que regulan la Real Academia, sus funciones son las de investigar la ciencia del Derecho y sus materias auxiliares, contribuyendo a progreso de la legislación. Para ello realiza informes y responde a las consultas que se le plantean, investiga la historia del Derecho, organiza conferencias y cursos monográficos y mantiene una amplia biblioteca jurídica.

Reseña histórica

Cuando José Bonaparte es coronado Rey de España, la Academia rechaza su reconocimiento lo que le permitirá al restablecimiento del absolutismo por Fernando VII, granjearse la simpatía de éste y obtener una fuerte ayuda económica. No obstante, si bien no había legitimado al monarca bonapartista, la Academia tenía una clara impronta liberal que se vería rápidamente atestiguada con la jura por sus miembros de la Constitución de Cádiz en 1820 en plena España convulsa y que obligó al Estado a intervenirla, limitando la autonomía de la que había gozado hasta ese momento y dividiéndola en dos academias (la de Carlos III y la de Nuestra Señora del Carmen). Los cambios de denominación fueron continuos a partir de este momento. Durante la Regencia de María Cristina de Borbón se volvieron a unir las academias con el nombre de Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación y recuperó su autonomía.
El siglo XIX avanza para la Academia como un periodo fecundo y rico y, tras el Sexenio Democrático, Alfonso XII restaura el título de Real Academia, que volverá a perder durante la Segunda República y recuperar de nuevo en el franquismo hasta la fecha.

Académicos

La Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España consta de académicos de número -con el título vitalicio-, eméritos -procedentes de la categoría de académicos de número-, honorarios, correspondientes y colaboradores asociados. La categoría de académicos de número consta de 45 miembros. Las demás no tienen limitación de número de integrantes.

El académico emérito conservará todos los derechos que ostentaba como académico de número, salvo la elegibilidad para cargos de la Junta de Gobierno.

Biblioteca

La biblioteca es heredera de las colecciones reunidas por las academias que precedieron a la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Entre esas academias, la primera de la que consta que tuviera biblioteca es la de Derecho español y público establecida en 1763 bajo la advocación de Santa Bárbara. La pertenencia a esa academia de algunos libros de los siglos XVII y XVIII que actualmente guarda la Biblioteca queda demostrada por las anotaciones manuscritas (“De la Academia de Santa Bárbra”) que aparecen en la portada. Según Sanz y Barea, en 1796 debió exigirse a los miembros que dotaran a la Biblioteca con dinero (20 reales) o con libros. También han llegado a nosotros libros procedentes de la Academia de Carlos III y de Fernando VII, fundadas en 1826 por éste último monarca, con su correspondiente nota de pertenencia a esas instituciones. Pero el núcleo de la colección actual se encuentra en los libros procedentes de la Academia de la Purísima Concepción que en el año 1838 pasó a llamarse Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación y en 1882 se convierte en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. 

En las Constituciones de la Real Academia de Jurisprudencia Práctica establecida en los Reales Estudios de San Isidro de esta corte, baxo la advocación de la Purísima Concepción, de 1784 y 1796, figura el empleo de archivero, a la sazón Joaquín Juan de Flores, pero no se menciona la biblioteca. Tampoco en los estatutos de la Real Academia de ambas jurisprudencias de la Purísima Concepción, de 1815. Pero en cambio sí se menciona el cargo de bibliotecario en los Estatutos de la Real Academia de los Sagrados Cánones establecida bajo la advocación de San Isidoro(1820), y en la Academia de Ciencias eclesiásticas de San Isidoro (1838). Por lo que respecta a la Academia Matritense, según Maluquer y Salvador, en las Constituciones de 1839 aparece ya el cargo de bibliotecario. A partir de ese año, en que es nombrado bibliotecario Fernando Álvarez, el cargo se establece como uno más entre la Junta Directiva. Bibliotecarios insignes han sido, entre otros, Manuel Torres Campos, José Maluquer y Salvador, y ya en el s. XX Agustín González de Amezúa. En las constituciones de la Real Academia de 1876 y sobre todo en las de 1883 queda ya regulada la función de la Biblioteca.
El ex libris de la colección de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación es la imagen de la Inmaculada Concepción, que tiene su precedente en el de la Academia Matritense. Como distintivo de la institución en su conjunto, la imagen de la Inmaculada aparece impresa en las Constituciones de 1883, aunque hay un precedente en las Constituciones de la Junta de Jurisprudencia Práctica de 1768.
El primer catálogo localizado de la Biblioteca data de 1850. Al comienzo del mismo se dice que gracias al impulso de Manuel Cortina, “la Biblioteca ha recibido un aumento de más de 500 volúmenes y forma ya una colección que exige y merece la publicidad”. Este catálogo consta de 1.058 volúmenes. El catálogo formado en 1876 por Torres Campos recoge ya 2.188 volúmenes.

Colección bibliográfica

La materia principal de la colección es el derecho en todas sus especialidades, seguida de la historia, la política y la filosofía. La mayoría de las obras son españolas, aunque hay abundante bibliografía en lengua francesa y en menor cantidad en lengua italiana, inglesa y alemana. Entre las colecciones especiales podemos destacar las siguientes:

1 Las publicaciones de la propia Academia: discursos de ingreso de los académicos; de inauguración de curso y conferencias pronunciadas en la casa, muy numerosas entre fines del XIX y principios del XX.
2 Las publicaciones periódicas, entre ellas la Revista de la Academia de Jurisprudencia y Legislación (1875), que reaparece entre 1950 y 1961. Desde 1973 se tituló Anales de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, nombre que ha conservado hasta 2011 en que ha pasado a llamarse Estudios de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. En ellos se recogen las ponencias presentadas por los académicos en los plenos semanales.
3 La colección de fondo antiguo, que comprende las obras de los siglos XVI, XVII y XVIII, cuya descripción catalográfica está recogida en el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español.
4 La colección de folletos de los primeros años del s. XIX, correspondientes a la época de la Guerra de la Independencia, al reinado de Fernando VII y a los primeros años del de Isabel II.
5 Colección de obras de Benedictus de Spinoza y tratados sobre el mismo.


La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España


La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, una institución de raigambre liberal, muy activa en la segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx, arrastró una vida lánguida desde el inicio de los años 30. Escindida en dos bandos durante la guerra civil, la Academia perdió a una tercera parte de sus miembros entre las bajas durante el conflicto y la depuración de los académicos republicanos, ya en la inmediata posguerra. La mayoría de los académicos apoyaron la sublevación militar y colaboraron al esfuerzo de guerra rebelde mediante la elaboración de dictámenes jurídicos, críticos con el Gobierno republicano, que tuvieron cierta difusión en medios políticos e intelectuales de las democracias liberales. Durante el Franquismo, la Academia fue relegada a un segundo plano por nuevas instituciones culturales y de promoción del pensamiento político como el Instituto de España, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas o el Instituto de Estudios Políticos. A la altura de 1948, tal y como observó un académico, la institución atravesaba «un período de decadencia»

 Su divisa es una alegoría que representa una matrona, con la llama de la inteligencia sobre la cabeza y los atributos simbólicos de la verdad, y la leyenda "Verum, justum, pulcrhum".
La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (RACMYP) es un foro de encuentro de los saberes sociales, económicos, filosóficos, políticos y jurídicos.

La academia es un espacio de debate sobre ideas y cuestiones centrales a nuestra sociedad, un centro difusor de conocimiento y un laboratorio de investigación y de crítica. Todo ello basado en la experiencia de sus académicos, personalidades de gran significación en la vida política, social y económica española de los dos últimos siglos.



Historia

La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas fue creada, a los veinte días de aprobarse la Ley de Instrucción Pública, por Real Decreto del 30 de septiembre de 1857 durante el reinado de Isabel II de España.
La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas forma parte de la que podría denominarse la segunda promoción de las Reales Academias. La primera correspondió a Felipe V, y de ella han quedado tres: la Española, la de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando.
Cuando, dentro del clima creado en el reinado de Isabel II por la necesidad de protección a las ciencias surgió la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, inmediatamente después se decidió que se hermanase esa creación con otra orientada hacia las ciencias sociales, bajo el título, de tradición francesa, de Ciencias Morales y Políticas. Con más de siglo y medio de existencia, la RACMYP sigue conservando su viejo nombre, cuando las disciplinas de que se ocupa han ido diversificándose.

El nacimiento de las reales academias en España está ligado, históricamente, a varias razones:

Razones de política cultural ilustrada en la búsqueda de los fundamentos de la historia (y, por consiguiente, de la política) nacional.
La conservación y difusión del patrimonio histórico, artístico y literario (comenzando por la lengua misma) nacional.
El fomento y estímulo de la tarea de los investigadores, con la comunicación mutua de los resultados obtenidos y la posibilidad de disponer de medios colectivos para su trabajo.
La evolución del pensamiento científico (comenzando por la historia, siguiendo por las ciencias de la naturaleza -ya desde el siglo XVII- y terminando por las ciencias sociales y humanas) hacia posturas más críticas de las mantenidas por las instituciones y escuelas existentes.

La participación social, a través del asesoramiento y de las publicaciones académicas, en los frutos teóricos de las distintas ciencias.

El objetivo perseguido fue reunir en torno a un modelo similar al inspirado por la Real Academia de la Historia al movimiento político y social de la época. Así se incorporaron destacados miembros de la época isabelina como el progresista Salustiano Olózaga o los más moderados Juan Bravo Murillo y Modesto Lafuente, junto a investigadores de las ciencias sociales.

A lo largo de su historia han sido miembros de la academia políticos y juristas como Francisco Martínez de la Rosa, Antonio Alcalá Galiano, Antonio Cánovas del Castillo, el Conde de Toreno, Julián Besteiro, Faustino Rodríguez-San Pedro, así como personalidades de distintas especialidades de las Ciencias Sociales como Antonio Cavanilles, Marcelino Menéndez y Pelayo, Joaquín Ruiz-Giménez y Salvador de Madariaga.



La Directiva de la Academia está compuesta por un presidente y cinco miembros más que ejercen las funciones ejecutivas y velan por el cumplimiento de los Estatutos y el Reglamento.

Presidentes de la Academia a lo largo historia:

Pedro José Pidal y Carniado
Lorenzo Arrazola y García
Florencio Rodríguez Vaamonde
Manuel García Barzanallana
Francisco de Cárdenas y Espejo
Laureano Figuerola y Ballester
Antonio Aguilar y Correa
Alejandro Groizard y Gómez de la Serna
Joaquín Sánchez de Toca y Calvo
Antonio Goicoechea Cosculluela
José Gascón y Marín
José María de Yanguas Messía
Alfonso García Valdecasas
Luis Díez del Corral y Pedruzo
Enrique Fuentes Quintana
Sabino Fernández Campo
Marcelino Oreja Aguirre
Juan Velarde Fuertes (actual)


Son 40 académico de numero.

Secciones 

Ciencias Filosóficas
Ciencias Políticas y Jurídicas
Ciencias Sociales
Ciencias Económicas

Comisiones permanentes 

I Memorias
II Temas para discusión de la Academia y Concursos Públicos.
III Relaciones Científicas y Culturales
IV Publicaciones
V Biblioteca


Sede de Academia.


Casa y Torre de los Lujanes, en la Plaza de la Villa
de Madrid (España). Construidas en el siglo XV.


La emblemática sede de la academia, Casa y Torre de los Lujanes, el edificio civil más antiguo de Madrid, es donde se realizan los plenos semanales de estudio y debate académico, y donde se realizan las conferencias, presentaciones y actos abiertos al público. 


Biblioteca.

La biblioteca, con más de 140.000 volúmenes, de consulta para investigadores, es de referencia en el área de las ciencias sociales. Las espléndidas adquisiciones de su primer bibliotecario, Manuel Colmeiro, y las de sus sucesores en el cargo se han completado con los legados de Francisco de Cárdenas, Sánchez de Toca, Palacios Morini, Baldomero Argente y Cordero Torres. En 1986 se incorporó, gracias a las gestiones del actual bibliotecario, Gonzalo Fernández de la Mora, la biblioteca de Francisco Elías de Tejada, con más de 30.000 títulos. Asimismo, en 1990 se recibieron donativos de colecciones que fueron propiedad de Gabino Bugallal y Araujo, José Mª Zumalacárregui y Carmelo Viñas y Mey. En 1991 la Fundación Areces donó a la Academia la biblioteca del prestigioso economista Ramón Perpiñá Grau, y en 1995, el antes citado Gonzalo Fernández de la Mora dio a la Academia su biblioteca personal.
La biblioteca posee medio centenar de incunables y excelentes ediciones de importantes obras de los siglos XVI al XVIII. En general son de temática variada, aunque predomina el Derecho público del siglo XIX, especialmente el español; destacan también materias como historia de España, política internacional, filosofía, sociología, filosofía del Derecho, economía y bibliografía. 
Gracias a una acertada política de compras y a los legados se han actualizado las materias político-jurídicas con una amplia bibliografía internacional. La actualización de la biblioteca continúa mediante intercambio de publicaciones con otras instituciones, la adquisición de obras solicitadas por los propios académicos y las donaciones de los mismos.


DON NICETO ALCALÁ-ZAMORA EN LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS.


El desencanto del presidente que abanderó la República

Un ministro monárquico se acabaría convirtiendo en abanderado de una 'república de orden' como alternativa al régimen caduco de la Restauración. Seis meses después dimitía como presidente del Gobierno Provisional de una República que comenzaba a descarrilar.

El hispanista Stanley Payne definió a Niceto Alcalá-Zamora como «un hombre del siglo XIX, de profundas raíces provinciales, formado en la cultura política de la Restauración, elitista y predemocrática». Había nacido en 1877 en Priego de Córdoba en el seno de una familia católica de raíces conservadoras y tradición liberal, y con solo 17 años se licenció con matrícula de honor en Derecho en la Universidad de Granada. Puso pie por primera vez en Madrid en vísperas del Desastre del 98 para cursar un doctorado, y animado por el jurista Gumersindo de Azcárate, maestro y mentor en aquellos años, el brillante abogado cordobés decidió presentarse un año más tarde a las oposiciones al Cuerpo de Oficiales Letrados del Consejo  de Estado aprobándolas con el número uno de su promoción.
Fue un intelectual de primera fila, un hombre polifacético de férrea voluntad y memoria prodigiosa, miembro de la Real Academia de la Lengua en 1932 cuando ya pertenecía a la de Jurisprudencia y Legislación, y a la de Ciencias Morales y Políticas.

Modelo unitario

Recién iniciado 1903 tuvo ocasión de coincidir en el Círculo Liberal en un acto homenaje a Sagasta con Álvaro Figueroa, conde de Romanones, a quien logró impresionar por su elocuente oratoria. Desde entonces su destino quedaría unido al del aristócrata, uno de los primeros espadas del Partido Liberal y apoyo decisivo para que el prieguense lograse un escaño por el distrito de La Carolina que le abriría la puerta grande de la política nacional. Su
sólida formación como jurista, y una gran experiencia en distintos puestos de la Administración, hicieron de Alcalá-Zamora un diputado solvente y meticuloso que empezaba a ser reconocido tanto por los miembros de su partido como por sus rivales en el Congreso.
Después de varios años de intensa actividad parlamentaria, en los que defendió sus principios por encima de los colores políticos en cuestiones como el modelo unitario para la construcción de España, o la defensa de la Iglesia contra el anticlericalismo creciente, le acabó llegando el turno para ocupar un  anhelado ministerio en 1917.

Punto de inflexión

Se convirtió entonces en titular de la cartera de Fomento en el gobierno de concentración de Manuel García Prieto, repitiendo en el año 1922 como ministro de Guerra también con el marqués de Alhucemas en un momento en el que aún resonaban en el ambiente los ecos del Desastre de Annual. Llegado el mes de septiembre de 1923 tuvo lugar el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, hecho que marcaría un decisivo punto de inflexión en el pensamiento político de Alcalá-Zamora. La suspensión de las garantías constitucionales establecidas en 1876, y el convencimiento de que fue el Rey quien buscó con el cambio de régimen una huida hacia adelante en una España zarandeada por la vieja política y la violencia anarquista, hicieron que empezara a cuestionarse la validez de aquel modelo monárquico. Años después recordará en sus memorias:

  «Patente la culpa del Monarca, ineludible y justa su caída con el dictador, aún hubiera podido abdicar… a tiempo… y con dinastía. Luego, no hubo más solución que la República».
Ante los rumores del pronunciamiento que se estaba gestando para acabar con la dictadura, el Monarca reaccionó con rapidez forzando en enero de 1930 la salida del gobierno de Primo de Rivera y situando en su lugar al general Berenguer, que asumió el puesto con el encargo de propiciar el retorno a una España democrática. Sin embargo ya era demasiado tarde. En marzo AlcaláZamora daba un paso al frente escenificando su paso al republicanismo en  un sentido discurso pronunciado en el Teatro Apolo de Valencia, donde postuló su modelo de una ‘república de orden’, burguesa y centrada, construida con el aporte de todos, y marcando distancias con la posibilidad de instaurar el nuevo régimen desde el radicalismo compulsivo que abanderaba parte de la izquierda. Don Niceto era el intelectual salido de las filas monárquicas al que Miguel Maura había esperado para construir un proyecto político capaz de atraer
a conservadores y católicos, y que pronto tomaría forma bajo el nombre de Derecha Liberal Republicana.
En agosto tuvo lugar, precisamente a iniciativa de Maura, una reunión en San Sebastián a la que acudieron varias formaciones republicanas para comenzar a definir los pilares del futuro régimen. Según recuerda el anfitrión, «el famoso Pacto de San Sebastián no se escribió en parte alguna, fue un auténtico pacto entre caballeros, unos acuerdos que fueron cumplidos íntegramente por todos». En la capital donostiarra se decidió la creación de un Comité Revolucionario que poco después se transformaría en Gobierno Provisional, con nombramiento de ministros incluido, y del que Alcalá-Zamora fue elegido presidente por unanimidad dado su prestigio y dilatada experiencia política. Dependiente del Comité se configuró una junta militar a las órdenes del general Gonzalo Queipo de Llano, que tendría como objetivo preparar un pronunciamiento apoyado por una movilización en forma de huelga general. Ya de vuelta en Madrid, a partir de septiembre la casa de Maura se convertiría en sede de constantes reuniones conspiratorias
 
Alcalá-Zamora y Maura buscaron asegurar la moderación como condición clave para la puesta en marcha de ‘su República’, evitando desde un catolicismo militante el envite anticlerical que por aquel entonces ya se estaba gestando desde la izquierda. En una ‘Dictablanda’ que apretaba sin ahogar, los dirigentes pro-republicanos jugaban al ratón y al gato con la policía, entrando y saliendo de una casa a otra con cambios de ropa incluidos, y protagonizando una trama de tono burlesco. Casi acabando el año, el 12 de diciembre, tuvo lugar la fallida sublevación militar de Jaca y tres días más tarde la también fracasada de Cuatro Vientos en Madrid.
Entre ambas se dictó una orden de detención contra los miembros del Comité que acabó con el ingreso en la Cárcel Modelo de Madrid de buena parte de ellos. Es curioso recordar que a petición de don Niceto, y guardando unas formas exquisitas, el inspector Arcadio Cano que acudió a detenerle a su casa accedió a acompañarle, antes de ingresar en prisión, a oír misa en la Iglesia de San Fermín de los Navarros. 

En celdas especiales

Otros miembros de aquel Gobierno Provisional huyeron de España y alguno como Manuel Azaña se escondió durante meses en la casa de su cuñado Cipriano Rivas Cherif, mientras éste hacía correr el bulo de que se encontraba huido en Francia. Estuvo allí hasta el 12 de abril, en vísperas de la proclamación de la República, cuando Maura fue conocedor de su paradero y mandó ir a buscarle. Como dice el historiador Alcalá Galve en relación con la fama que adquirió Azaña con posterioridad, «el gran héroe de la República no sufrió por ella dolores de parto». Los ilustres huéspedes de la Modelo fueron alojados en celdas especiales apartados de los presos comunes donde recibieron, los casi tres meses que allí pasaron, innumerables cartas, regalos y visitas, concedieron
entrevistas y constataron como su fama crecía semana a semana convertidos casi en un fenómeno de masas. Reunidos en la celda de Maura celebraban oficiosos consejos de ministros y tuvieron tiempo de planear en detalle la estrategia para la llegada de la República.
Dámaso Berenguer fue destituido en febrero de 1931 asumiendo la presidencia del Gobierno el almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas que, siguiendo una hoja de ruta orientada a recuperar la estabilidad institucional, convocó elecciones municipales para el 12 de abril. Poco después tuvo lugar el juicio mediático contra los miembros del Comité Revolucionario, dictándose una atenuada sentencia condenatoria de seis meses y un día de prisión, que permitió a los acusados salir de la cárcel aquel mismo día para ponerse a trabajar en la campaña electoral. Las elecciones transcurrieron con relativa normalidad, y aunque el resultado global fue favorable a los partidos monárquicos, la victoria en la práctica totalidad de las grandes ciudades procuró al movimiento republicano la fuerza moral para forzar el cambio de régimen. Al conocer los resultados, el Comité Revolucionario reunido en casa de Alcalá-Zamora decidió redactar un comunicado anunciando que la votación había tenido un valor de plebiscito favorable a la República.
El día 14 por la mañana Romanones negociaba con don Niceto una salida digna para el Monarca, que debería abandonar el país «antes de la caída del sol», mientras el general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, se pre sentaba en casa de Maura pronunciando la frase «a las órdenes de usted señor ministro» y sumándose a la causa republicana. Paradojas de la vida.

Asunción de la autoridad

En torno a las seis de la tarde varios miembros del Comité Revolucionario encabezados por Alcalá-Zamora se dirigieron en sendos coches hacia el ministerio de Gobernación, situado entonces en la madrileña Puerta del Sol, con intención de asumir la autoridad en nombre del Gobierno Provisional. Tardaron casi dos horas en recorrer la distancia que separaba la plaza de Cibeles de su destino entre un tumulto de gente que jaleaba el paso triunfal de la comitiva. Así lo recuerda el prieguense en sus memorias:
 
«Avanzábamos a tomar posesión del poder sin sobresalto en las  tiendas que no cerraban, ni en las gentes más pacíficas que acudían al grandioso espectáculo de una revolución en orden»

Al llegar al ministerio ya ondeaba la bandera tricolor que poco antes había izado Rafael Sánchez Guerra, enviado como avanzadilla a la  sede de Gobernación. Maura fue contactando telefónicamente con los distintos gobernadores civiles mientras Alcalá-Zamora hacía lo propio con las capitanías generales para asegurarse el apoyo del estamento militar. Poco después, asomado al balcón ante un gentío enfervorecido, pronunció su primer discurso como presidente provisional de la República. Estuvieron en el edificio hasta bien entrada la noche, y en aquellas intensas horas don Niceto preparó, haciendo gala de un profundo conocimiento jurídico, varios decretos que se publicarían al día siguiente en la Gaceta como instrumentos de legalidad para gobernar en el ínterin preconstitucional. Maura escribe en sus memorias: 
«Los ministros presenciaban maravillados y absortos, cómo Niceto Alcalá Zamora dictaba, uno tras otro, sin ja menor vacilación, sin tener ante sí una sola nota, nada más y nada menos que los siguientes decretos…»

La partida del Rey El Rey Alfonso XIII había abandonado el Palacio Real a las 20:45 horas del 14 de abril, saliendo por la puerta incógnita que da al Campo del Moro y conduciendo su coche acompañado por otros vehículos de escolta. Aunque jugó al despiste anunciando que su destino sería Portugal, llegó a Cartagena a las cuatro de la mañana para embarcar en el crucero ‘Príncipe Alfonso’, que enseguida partió hacia Marsella como escala previa a su destino final en París. Jamás volvería a pisar España. La Reina Victoria Eugenia dejaba el Palacio Real al día siguiente en compañía de sus hijos para tomar un tren en El Escorial con destino a Francia, hacia un exilio incierto, escoltada por Sanjurjo y acompañada por Aznar-Cabañas y el conde de Romanones que quisieron estar presentes en aquel complicado momento. Para Alcalá-Zamora empezaba una etapa especialmente complicada, ya que apenas quince días después de la proclamación de la República comenzarían sus graves desencuentros con Manuel Azaña. En aquellas primeras semanas del nuevo régimen, los gobiernos municipales fueron sustituidos por comisiones gestoras que se encargaron de reemplazar a los gobernantes monárquicos electos, al tiempo que se producían cambios en diferentes puestos directivos de la Administración. Poco a poco, la calma con la que había llegado la República fue tornando en un cierto desorden público, que comenzó a hacerse dramático en Barcelona cuando sindicalistas armados de la CNT buscaron ajustar cuentas con los católicos de los Sindicatos Libres asesinando a una veintena de personas. El anticlericalismo republicano había prendido con fuerza y todavía elevaría el tono llegado el mes de mayo, cuando los sucesos conocidos como la ‘Quema de Conventos’ empezaron a dinamitar las relaciones Iglesia-Estado a pesar del empeño de concordia de un católico como Alcalá-Zamora: 
«Buscaba que nos acostumbrásemos a la buena relación, pero mi empeño fue inútil y no por resistencia de la Iglesia, sino por sectarismo en el Gobierno»

La quema de conventos

A partir de unos sucesos que sólo en Madrid dejaron un trágico balance de 32 iglesias y conventos incendiados, y cerca de cuarenta religiosos asesinados, el presidente del Gobierno Provisional tomó conciencia de que aquel gobierno de corte republicano-socialista, tan ecléctico como pasivo, una vez alcanzada la meta del 14 de abril empezaría a demandar una política revolucionaria y escorada hacia la izquierda bajo la batuta de un Azaña, a la sazón ministro de Guerra, que cada vez ganaba mayor peso en el ejecutivo. Para Alcalá-Zamora la solución pasaba por unas elecciones a Cortes Constituyentes que permitieran dibujar su anhelo de república de orden. Sin embargo se acabaría llevando una nueva decepción en los comicios de junio al constatar el retraimiento de unas derechas que el prieguense necesitaba
para contrapesar la república, y que todavía seguían conmocionadas por la caída del régimen monárquico:
 «Prefirieron dejarme solo con veintidós diputados en la tarea de frenar a los partidos de extrema izquierda».
La conjunción republicano-socialista se hizo con el 90% de los escaños ante la «suicida deserción de las derechas».
La consecuencia directa fue que aquellas Cortes, poco representativas de la realidad social española, serían las encargadas de elaborar la nueva Constitución cuyo primer proyecto, encargado a una comisión jurídica presidida por el conservador Ángel Ossorio y Gallardo, acabó siendo rechazado por ir en contra del progresismo que abanderaba la República. Una comisión parlamentaria liderada por Luis Jiménez  de Asúa cogió el testigo para endurecer y radicalizar el articulado pese a los intentos de Alcalá-Zamora de suavizar el texto en aspectos tan espinosos como el religioso. A pesar de ser el presidente del Gobierno Provisional, don Niceto participó activamente en el debate parlamentario ganándose el apodo de ‘centinela de la República’. De aquella etapa recuerda Julián Besteiro: «Era un espectáculo nuevo en la política española, el de un hombre que a cada momento lo arriesga todo para servir a su patria con actitud generosa».

Sabía el prieguense que debía estar alerta y activo en discusiones como la propia definición del modelo de Estado, sorteando la enmienda socialista de una república de trabajadores o la
encrucijada federalista propuesta por los radicales, para buscar un modelo unitario y no centralista, compatible con la autonomía de las regiones. Sin embargo la batalla más dura sería la relativa a la cuestión religiosa, una pugna que Alcalá-Zamora quiso evitar tratando de encauzar sin éxito las relaciones Iglesia-Estado a través de un nuevo Concordato con la Santa Sede. El presidente del Gobierno Provisional no fue capaz de frenar la propuesta anticlerical de la Comisión Parlamentaria que incluía la disolución de las órdenes religiosas, la nacionalización de sus bienes o la prohibición de ejercer la enseñanza. La aprobación del controvertido artículo 26 quedará perfectamente explicado con la frase de Azaña en el Parlamento:
 «La República ha rasgado los telones de la antigua España oficial monárquica y en virtud del cambio operado España ha dejado de ser católica».

Dimisión 

El desgaste de Alcalá-Zamora con aquella República que escapaba a su modelo centrado y de orden, quedó escenificado con su dimisión como presidente del Gobierno Provisional tras la aprobación del artículo 26. Habían transcurrido seis meses desde la proclamación de la República, y la izquierda se imponía aprobando una Constitución de la que el prieguense acabaría diciendo, de manera premonitoria, que se redactó olvidando «el más profundo y arraigado de los males que causaron estrago en la vida española: la propensión a la guerra civil». A pesar de aceptar en diciembre el puesto de presidente de la República, el nuevo régimen acabaría descarrilando ante la impotencia de un jefe del Estado destituido en abril de 1936 por el Frente Popular. No llegó a ver construida su ‘República de orden’ como lugar común de una Tercera España. Entre los papeles hallados a su muerte en Buenos Aires, rezaba el siguiente epílogo: 
«La República vencedora el 12 de abril y proclamada el 14 fue la República de todos los españoles. Olvidarlo la perdió y recordarlo la salvará». 





Excmo. Sr. D. Salustiano del Campo

Don Niceto Alcalá-Zamora y Torres, nacido en Priego de Córdoba en 1877,fue propuesto el día 21 de octubre de 1919 por los Académicos Rafael de Ureña, Tomás Montejo, Felipe Clemente de Diego, Julio Puyol, Amós Salvador, Adolfo Álvarez-Buylla, Joaquín Sánchez de Toca, Joaquín Fernández Prida y Manuel de Burgos y Mazo, para la plaza de Académico de Número, en la medalla 23, vacante por falle­cimiento del Excmo. Sr. D. Alejandro Groizard y Gómez de la Serna, que había sido Presidente de la Academia y también del Consejo de Estado, además de haber osten­tado otros cargos de gran importancia en los tres poderes.
La elección se celebró el 4 de noviembre siguiente con resultado favora­ble, y el 22 de febrero de 1920 leyó su discurso de ingreso con el título de La juris­prudencia y la vida del Derecho, al cual contestó uno de los firmantes de su can­didatura, Don Rafael Ureña, que le llama afectuosamente «tránsfuga de la ciencia ala política», y le reconoce poseedor de una clarísima y superior inteligencia a cuyo servicio había puesto una cultura jurídico-administrativa poco común y una bella y luminosa palabra, generadora de una elocuencia fina, diáfana, abundante y preci­sa. Alcalá-Zamora, que había ingresado en 1899 en el cuerpo de Letrados del Con­sejo de Estado y había sido entre 1903 y 1907 Profesor Auxiliar de la Facultad de Derecho de la Universidad Central en la Cátedra de Historia de la Literatura Jurídi­ca, regentada por el propio Ureña, empezó su carrera política en 1906 como Dipu­tado por La Carolina, cuando ya era uno de los abogados de mayor y más mereci­do renombre en el Colegio de Madrid. 
Don Niceto había sido admitido como Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación en 1913 y nombrado Académico Profesor en 1916,según los Estatutos de aquella corporación, que hasta que se creó el Instituto de España en 1938 no estuvo homologada con las seis principales Reales Academias: Española, de la Historia, de Bellas Artes, de Ciencias, de Ciencias Morales y Políti­cas y de Medicina. Fue elegido Presidente el 11 de abril de 1930 y nuevamente el 29 de mayo de 1931, pronunciando sendos discursos inaugurales los Cursos 1930-1931 sobre La lucha por la impunidad, y 1931-1932 sobre Repercusiones de la Cons­titución fuera del derecho público. 

En virtud de los nuevos Estatutos la Junta de Gobierno le nombró Académico de Número el 30 de junio de 1932, pero en el Anuario de la Corporación no figura en la relación de individuos que han poseído medallas. En la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas su actividad fue bas­tante intensa. Respondió a cuatro discursos de ingreso: en 1921 al de Don Antonio Royo Villanova titulado El terrorismo, la libertad y la policía; en 1923 al de Don Alfredo Zavala y Camps, Algunas reflexiones sobre los juegos prohibidos; en 1929 al de Don Miguel Villanueva y Gómez, Régimen representativo y parlamentario y en1935, en la que fue su última intervención académica, al de Don Julián Besteiro, Marxismo y antimarxismo. 
Consta además en su expediente una disertación sobre Los derroteros dela expropiación forzosa, desarrollada en cuatro sesiones durante los meses de octu­bre y noviembre de 1921 y en tres más en mayo de 1922. Intervino también en las discusiones habidas en 1925 acerca de La crisis del moderno constitucionalismo enlas naciones europeas, juntamente con sus compañeros González Posada, Goicoechea y Cosculluela, Gascón y Marín, Vizconde de Eza y Zaragüeta y Bengoechea yen las que se celebraron durante los años 1924 y 1925 sobre Organización inter­nacional para la paz, con la participación de los académicos Fernández Prida y Altamira y Crevea. 
Finalmente, en los dos primeros números de nuestros Anales, que aparecieron respectivamente en junio y diciembre de 1934 publicó su extenso e importante trabajo titulado Reflexiones sobre las Leyes de indias. Este hombre, que se hallaba entonces en su plenitud vital, experimentó durante el primer lustro de los años treinta una sucesión vertiginosa de éxitos. En relación con el de mayor trascendencia histórica, el Sr. Redonet y López-Dóriga pre­sentó en la sesión de esta Academia del 5 de mayo de 1931 la moción que trans­cribo literalmente:

«A la Academia: Haciendo uso de la facultad que me concede el art. 63 del Regla­mento, tengo el gusto de presentar a la consideración de la Academia la siguiente moción: Quiere y manda nuestro Reglamento que cuando algún Académico sea nombrado Ministro (claro está que antes se trataba de Ministros de la Corona), el Presidente elija una Comisión que pase a felicitarle en nombre del Organismo.
 Cumplida quedó esta formalidad protocolaria, acomodando el precepto a las circunstancias presentes, cerca de nuestro com­pañero Don Niceto Alcalá-Zamora, que ostenta hoy el cargo de Presidente del Gobierno pro­visional de la República Española. Y cuando el martes pasado me honró el Sr. Alcalá asis­tiendo a compartir los trabajos de nuestra sesión ordinaria, el Presidente de la Academia le saludó, un poco de soslayo, en nombre de todos nosotros. Pero pienso señores Académicos que ante el caso de ahora, tan excepcional, tan fuera de toda previsión y medida reglamen­tarias, tan imposible de reglas por una Real Orden aprobatoria de Estatutos y constituciones fundacionales, la Academia tiene el deber de honrarse a sí misma haciendo algo más de lo previsto para el caso de cualesquiera de los muchos nombramientos de simples Ministros dela Corona en los que habría de ser, y en efecto, fue siempre fecunda nuestra Corporación, por la naturaleza misma de su reclutamiento y de las disciplinas de su estudio. 

No se trata de que D. Niceto Alcalá-Zamora haya sido nombrado ministro o Presidente del Consejo de Ministros dentro de un régimen monárquico secular, ni siquiera, con ser mucho más en pun­to a novedad y relieve del caso, que una República naciente le haya incluido en el número de sus Ministros, sino de que nuestro ilustre compañero desempeña de hecho, y aunque pro­visionalmente, el cargo de verdadero Presidente de la República Española, proclamada en forma admirable, por todos nosotros obedecida y acatada y ya reconocida por las principa­les naciones del mundo. Sean cuales fueren la ideología y los sentimientos políticos de cada uno de los Sres. Académicos respecto a la República, acierte ésta o no a cumplir y llenar las esperanzas que en ella puso la arrolladora masa de opinión que la trajo, dure poco o mucho como nue­vo régimen en nuestra patria, y acompañe o no la fortuna a nuestro compañero, nadie nega­rá que estamos frente a un hecho histórico de singular relieve, y que en ningún caso dejará de recoger la historia el nombre de D. Niceto Alcalá-Zamora para colocarle en el número delos españoles insignes que honran nuestro Anales.

En consideración a todo ello, me atrevo a proponer a la Academia que para hon­rar al Sr. Alcalá-Zamora y rendirle el homenaje de amistad, de compañerismo y de admira­ción que le es debido, y para enaltecimiento de la propia Academia, que es la única que tie­ne la suerte de contarle en su seno, tome algún acuerdo de carácter excepcional encaminado a la finalidad expuesta... Retrato que figure en la galería de los presidentes, colocación de una sencilla lápida con su nombre sobre la fecha 14 de abril de 1931, álbum con expresiva dedicatoria que firmemos todos sus compañeros, impresión de un conjunto de trabajos sobre los temas de nuestra especialidad, que le dediquemos en un libro..., cualquiera otra forma de homenaje, pues todas son buenas, que señale y perpetúe la personalidad académica de nuestro amigo y que demuestre la alegría sana y honrada que experimenta nuestro compa­ñerismo.»

Ya antes de que se presentara esta moción la Academia, en su sesión del15 de diciembre de 1931, había estudiado los antecedentes de lo hecho en la Pri­mera República, cuando dos Académicos, los Sres. Caballero y Andonaegui, visita­ron a Don Manuel Alonso Martínez, que había sido nombrado Ministro de Gracia y Justicia en 1873. Después de ella el Sr. Presidente, en la sesión del 12 de mayo de1931, pidió al Secretario que leyera una Orden dictada el 21 de abril por el propio
Sr. Alcalá-Zamora, por la que quedaban prohibidos todos los acuerdos de homena­je que en cualquier forma se intentara tributar por las Corporaciones del Estado, etc., a las personas que constituyen el Gobierno Provisional de la República. La cuestión, pues, se zanjó cuando el Sr. Presidente dijo:

 «La Academia está en el deber de cum­plir lo dispuesto», 

pese a lo cual y a instancia del Sr. Pedregal se acordó hacer cons­tar en acta que la disposición del Consejo de Ministros leída aumentaba la conside­ración que en todo caso merecía el Académico Sr. Alcalá-Zamora. El 26 de noviembre de 1931 Don Niceto Alcalá-Zamora, en el cuarto intento, fue elegido Numerario de la Real Academia Española. Su aspiración se había visto frustrada tres veces. El 11 de febrero de 1926 cuando resultó elegido D. Leopoldo Eijo Garay, que obtuvo 15 votos contra sus 5. 
En el otoño de ese mis­mo año cuando parecía segura su elección para otra vacante, y a falta solamente de dos días para la votación, se expidió el Decreto de 26 de noviembre de 1926,prohibiendo la elección de académico, al reservarse la vacante para literatos regio­nales. A la tercera, intervino Primo de Rivera abiertamente al escribir una carta al director de la Academia, se dice que a sugerencia de su Ministro de Instrucción Pública, Don Eduardo Callejo, oponiéndose a la elección de Don Niceto por entender que no eran títulos bastantes para ingresar en la Academia la oratoria parlamentaria ni la forense y proponiendo como candidatos a Concha Espina, Eduardo Marquina y Pérez de Ayala. Hubo gran revuelo en la Academia, que pro­curó salvar las apariencias de no someterse a las preferencias del Dictador eli­giendo, por sugerencia de Azorín, a Antonio Machado que, pese a tener méritos sobrados, al enterarse de la coacción ejercida decidió no tomar posesión. 
El 8 de mayo de 1932, en su recepción pública, que presidió Azaña con Besteiro, Presidente de las Cortes y Cotarelo, Secretario de la Academia, a su dere­cha y Femando de los Ríos, Ministro de Instrucción Pública y Leopoldo Cano, Aca­démico, a su izquierda, Menéndez Pidal, que contestó a su discurso sobre Los pro­blemas del Derecho como materia teatral, terminó con estas palabras:

 «Y la Academia Española ve hoy con satisfacción la silla que ocupó Castelar, venir, por el azar deuna votación estorbada, a posesión de un digno sucesor en el arte de la palabra yen el rango estatal. Coincidencia, destino; poesía en los sucesos de una vida.»

El 7 de abril de 1936, con su destitución de la Presidencia de la Repúbli­ca por las Cortes, dio un giro trágico la incomparable biografía de quien había escri­to en 1930:

 «Nosotros tenemos el deber de decirlo aun cuando a algunos elemen­tos les duela, que hay en España una cosa facilísima; la proclamación de la República es relativamente fácil; pero hay otra cosa muy difícil: la consolidación de ella... Una República viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento
consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad española, la sirvo, la gobierno, la propago y la defiendo. Una Repú­blica convulsiva, epiléptica, llena de entusiasmo, de idealidad, falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para implantarla en mi patria.»

Años después, en 1945, comentando su cese escribió:

 «El 7 de abril de1936 dije que personalmente recobraba mi paz, pero que la República constitucio­nal, democrática, de Derecho, había caído conmigo.» 

Su visión no tardó, por des­gracia, en confirmarse, pues el 18 de julio del mismo año se produjo el Alzamien­to y se rompió España en dos, con las trágicas consecuencias que trajo consigo la guerra civil para el país y para la totalidad de sus ciudadanos e instituciones. Entre estas últimas para la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En efecto, el 15 de septiembre de 1936 se recibió en la Academia, proce­dente de la Sección Fomento de las Bellas Artes del Ministerio regentado por Jesús Hernández y con la firma de Manuel Azaña, el siguiente escrito:

«Con esta fecha ha sido dictado un Decreto creando el Instituto Nacional de Cul­tura y cuyo artículo 1° dice así:“ Quedan disueltas, desde la fecha de la publicación del presente Decreto, todas las Academias .dependientes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, a saber: la Aca­demia Española, la Academia de la Historia, la Academia de Bellas Artes de San Femando, la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia de Ciencias Morales y Polí­ticas y la Academia Nacional de Medicina. Entretanto se da a los edificios y patrimonio de estas Academias la aplicación opor­tuna, aquéllos se pondrán bajo la custodia directa del Ministerio, del cual pasará a respon­der también todo su personal administrativo. Todos los miembros de estas Academias, cualquiera que sea su carácter o título de su designación, cesarán en sus funciones.” Lo que traslado a V.S. para su conocimiento y efectos.»

(Una nota al margen informa de que «en 29-9-36 se dio cuenta al Sr. Sánchez Tocaen su domicilio»).La Academia, que ya había perdido el título de Real al proclamarse la República, quedó sin miembros por virtud de esta destitución universal, fue inter­venida el 19 de agosto por un grupo de milicianos y el 19 de septiembre por un Interventor Delegado del Ministerio, que en febrero de 1938, según nota de Secretaria, designó Presidente el Académico Antonio Zozaya, que había ingresado el 20de enero de 1935.El ilustre Académico Don Alonso Zamora Vicente, en su reciente e impor­tantísimo estudio sobre la Real Academia Española se ha referido con palabras muy ajustadas y extremada delicadeza a lo acontecido en ella durante este mismo peri­odo y, por razones obvias, en relación con la de Ciencias Morales y Políticas me contentaré con recordar sus palabras, aunque de los documentos que obran en Secretaria podría extraer relatos desagradables y no pocos detalles negativos. Pero es mejor pasar página y contar que, a partir del 2 de enero de 1938 y hasta el 30de junio de 1939, la Academia celebró en San Sebastián un total de 30 sesiones. En la del 5 de junio de este último mes el Sr. Presidente (Don Antonio Goicoechea)dio cuenta del fallecimiento del Secretario Perpetuo, y prosiguió 

«diciendo que cree llegada la triste hora de dar también por fallecidos a otros ilustres miembros de la Academia sobre cuyo fin, por verosímil que fuese, se había creído deber guardar un piadoso silencio durante la etapa de dominación roja en Madrid bajo cuyo sig­no fatal hubieron de perecer: dos de ellos, los señores Don Julio Puyol y Don Emi­lio Miñana, de muerte natural, más o menos provocada por las privaciones y los sufrimientos propios de aquella situación y los otros tres víctimas de la furiosa per­secución a la sazón desencadenada contra todo lo que ideológica y personalmen­te significaban: los señores Don Ramiro de Maeztu, Don Alvaro López Núñez y DonRufino Blanco».


Ya en Madrid, en el acta de la Sesión del 19 de noviembre de 1940 se lee que «el Sr. Presidente declaró vacantes las medallas de Académicos números 24 y 12(en posesión respectivamente de los Sres. Zozaya y Madariaga) por hallarse sus res­pectivos titulares comprendidos en el caso previsto por el artículo 5.° de los Estatu­tos y asimismo declaró vacante la medalla número 18 (para la que había sido elegi­do el Sr. Sánchez Román) haciendo uso de la facultad que le conceden los preceptos13 y 14 de la mencionada disposición orgánica». 


Se trata, sin duda, de decisiones influidas políticamente, pero tomadas al amparo de la legalidad estatutaria sobre laque volveré más adelante. Así se llega a la sesión del 20 de mayo de 1941 en la que «daba cuenta de una Orden del Sr. Director General de Bellas Artes, Don Juan Contreras, dispo­niendo sea baja en la Academia y se declare la vacante de Don Niceto Alcalá Zamo­ra, el Sr. Presidente lo hizo así proclamando vacante la medalla 23 por aquél ocu­pada». 

Este es el texto que refleja en las Actas el resultado de una decisión ministerial sin precedentes, torpe e injustificada, paralela a la que se dicta para la Española, cuya Acta de 5 de junio de 1941 la registra escuetamente: 

«Quedó ente­rada la Academia de un oficio de la Dirección General de Bellas Artes, de fecha de 10 mayo último, en el que se comunica de Orden del Sr. Ministro de Educación Nacional que se consideren como dados de baja como miembros de esta Corpora­ción a los Sres. Don Ignacio Bolívar, Don Niceto Alcalá-Zamora, Don Tomás Nava­rro Tomás, Don Enrique Díez-Canedo, Don Salvador de Madariaga y Don Blas Cabrera.

 Se trata de media docena de grandes figuras intelectuales de la época entre los que hay Académicos Numerarios y Electos de distinta significación política. El atropello es aún mayor por el número, pero el procedimiento es diferente. ¿Porqué? No parece bastante para cerrar la cuestión lo que escribe Zamora Vicente:

«La Academia tomó buena nota del deseo ministerial y desobedeció el mandato. Fue la única institución del Estado que se atrevió a hacerlo.»

Eso es verdad, pero hay otros elementos que merece la pena repasar. En cuanto organizaciones las Academias poseen normas estatutarias y culturas de apli­cación que en algunos puntos difieren notablemente hasta el día de hoy. Así, el citado artículo 5.° de nuestros Estatutos de 1918, que eran los vigentes entonces, decía: 

«A partir de la aprobación por el gobierno de los presentes Estatutos, cuan­do un Académico de número no hubiera asistido durante dos años ni una sola vez,sin causa justificada, a ninguna de las Juntas de la Academia, se entenderá querenuncia a su plaza y el Presidente declarará la vacante, salvo si el Académico con­tase ya con ciento cincuenta asistencias.» 

En este último supuesto encajaba el caso de Don Niceto. Por el contrario, la Real Academia Española seguía regida por los Estatu­tos promulgados en 1859 en los que no se disponía nada sobre renuncia ni cese por ninguna causa de los Académicos Numerarios, aunque sí de los Correspon­dientes (art. 12). La práctica, además, confirmaba la norma sin ninguna excepción, algo que no sucedía en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas donde no escasean ni siquiera las renuncias, empezando por la del que fue fundador y segundo Presidente, Don Lorenzo Arrazola y siguiendo por las de los también fun­dadores Don Cándido Nocedal, Don Juan Bravo Murillo y Don Manuel García Gallardo. Por otro lado, aunque los Estatutos de ambas corporaciones establecían plazos de hasta doce meses en la Academia Española (art. 11) y de ocho en la de Ciencias Morales y Políticas (art. 14) para presentar el discurso de ingreso, sola­mente en el segundo caso se emplea la palabra «improrrogable»

El hecho es que en todos los años de existencia de la Española, fundada en 1713 como se sabe, solamente he encontrado en su Anuario una declaración de vacante por no tomar posesión, la del sillón H asignado a Don José Zorrilla, que fue vuelto a nombrar
para el L del que sí la tomó. En cambio, hay largos períodos de vacancia de algu­nos sillones como el B (de 1962 a 1992), el I (de 1905 a 1934), el L (desde la decla­ración de la vacante de D. Ramiro de Maeztu hasta la toma de posesión de D. Euge­nio Montes), el M (desde la elección hasta el ingreso de Don Salvador de Madariaga), el R (desde 1899 hasta 1922, con tres electos seguidos que no leyeron),el X (desde la muerte del marqués de Gerona en 1926 hasta la muerte de Rafael Sánchez Mazas en 1966), y el b (desde la muerte de Menéndez y Pelayo en 1912hasta la de Benavente en 1954). En la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en cambio, las sucesiones han sido más aceleradas y aparte de las vacantes mencio­nadas como resultado de exilios políticos, también se han cubierto cuando menos veintitrés por haber sobrepasado los electos el tiempo asignado para presentar sus discursos. 

Entre ellas, las de los Sres. Serrano Suñer y Blas Pérez González. En cuanto a la privación de su medalla a Don Niceto Alcalá-Zamora, que es de quien nos ocupamos hoy, mencionaré para terminar una carta de 10 de noviembre de 1977 dirigida por su hijo del mismo nombre al entonces Presidente de nuestra Academia, Don Alfonso García Valdecasas, preguntando por la fecha y otras circunstancias de la expulsión de su padre que, según le había comunicado un informante, se había hecho por no haber presentado a tiempo su discurso de recepción. Pienso que la exposición que he tenido el honor de hacer en este solem­ne y emotivo acto ofrece públicamente la información que él entonces deseaba y que estoy seguro que nuestro Presidente le proporcionó directamente.
 En todo caso, he creído mi deber como Secretario presentar hoy ante esta distinguida con­currencia lo que consta en nuestros archivos, como aclaración para general cono­cimiento, como desagravio a la memoria del que fuera nuestro ilustre compañero y como modesta reparación de lo que no estuvo en nuestras manos evitar. Nada más y muchas gracias.


Tiempo 

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