Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Paula Flores Vargas;Ana Karina Gonzalez Huenchuñir ; Soledad García Nannig;
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The Tichborne Trial by Frederick Sargent. |
17.- LA HIPÉRBOLE.
Es frecuentísimo en muchos Abogados el prurito de ponderar la gravedad de los litigios en que intervienen, hasta las más absurdas exaltaciones.
"En nuestra ya larga vida profesional jamas hemos visto un caso de audiencia como el de la demandan a contestamos."
"Seguros estamos, señor juez de que V.S. impondrá las costas a la parte contraria, porque en su dilatada experiencia no habrá tropezado con un ejemplo de temeridad más insólita ni más escandalosa mala fe. "
"Horror y náuseas sentimos al entrar a tratar un asunto que constituye la vejación más repugnante, el despojo más inicuo, la depredación más intolerable que se registra en los fastos judiciales."
"Si la Sala fallara en mi contra este recurso, no sólo quedaría desconocido el derecho de mi parte, sino herido en sus sentimientos uno de los más firmes sustentos de la sociedad española. "
¿Quien no ha leído mil veces frases como estas o muy semejantes ¿Quien estará seguro de no haberlas empleados ?
¿Quien estaría seguro de no haberlas empleado ?
¿Y quien no se ha sonreído un poco al advertir luego que esos truculentos anuncios, esas advertencias espeluznantes, venían a cuento de que un sujeto no pagaba a otro un puñado de pesetillas o unos cónyuges habrían disputado por un quítame allá esas pajas?
La vida, dentro de su gran complejidad, suele ser una vulgaridad gris. A veces, efectivamente, brotan la tragedia o el escándalo, y resultan ajustadas las imprecaciones, la indignación, el terror y el llanto. Pero de cada cien casos, noventa y cinco son picardías ínfimas, errores minúsculos, obcecaciones explicables, torpezas, manías, codicias, que caen en lo corriente y moliente. El letrado que se emperra en ponderar el tema cual si hubiera de producir una conmoción, pierde fuerza moral para ser atendido (como la pierden las mujeres que predigan al ver un ratón los gritos congruentes con la inminente del asesinato), y revela, además que no tiene mucho trabajo ni ha visto muchos negocios, pues de otro modo no exageraría su irritación por cosas que no la merecen. Todavía cabe apuntar el riesgo de que le tomen por un gran histrión que aplica a todos los asuntos la máxima sonoridad y derrocha, el tono mayor, fingiendo indignaciones y apasionamientos que no puede sentir, porque no cabe que todos los papeles de un despacho requieran en justicia las notas agudas.
En las causas criminales basta con decir:
--Mi defendido es inocente.
Pero hay quien tiene la tendencia de idealizar las figuras de todos los homicidas, hampones y petardistas, gritando con losa ojos desorbitados, el además descompuesto y la voz estentórea:
--¡Mi defendido, el rata Pichichi, es un modelo de hombre dignos, yo me honro con su amistad, no vacilo en ponerle al nivel de mis propios hermanos y, si posible fuera, empeñaría mi vida en prenda de su inmaculada honorabilidad !
Este cultivo desatinado de la hipérbole no suele ser sino una manifestación del perverso sentido estético que tanto abunda entre nosotros. Otras, algo más graves, son las de dejarse o hacerse retratar dando la mano al parricida recientemente absuelto, derrochar la palabrería acumulando calificaciones sobre hechos minios y repitiendo cien veces los mismos conceptos, desacatar sistemáticamente a todas las autoridades, etc., etc.,
El buen gusto suele correr parejas con la dignidad y el pudor. Quien sepa guardar su recato y ocupar su puesto, de fijo no fraternizará con sus clientes en lo criminal ni los divinizará en lo civil.
Signo espiritual de nuestra profesión es tener una comprensión mayor que la común para todas las cosas humanas, y una percepción sutil de todas las grandezas y de todas las miserias. defendemos a Fulano porque entendemos que en este pleito lleva razón: pero bien pudiera ocurrir que fuera un pillo. Atacamos a Mengano porque no le asiste la razón en este pleito; pero bien pudiera ocurrir que fuera un santo. De ahí que las generalizaciones, las identificaciones con el cliente, la supervalorización de sus virtudes y la de las faltas del adversario, pueden llevarnos a grandes injusticias para con los demás... y a posturas ridículas para nosotros mismos. Una convicción serena de la tesis que sustentamos, un ardimiento regulado siempre por la ley necesidad, un escepticismo amable, una generosidad franca para aceptar que en cada hombre cabe todo lo malo y todo lo bueno, y una expresión mesurada, austera, con válvulas para las fuertes vibraciones, pero con propensión más ordinaria a la ironía, son prendas muy adecuadas para que el Abogado no salga de su área ni se confunda con aquellos a quienes ampara.
Antes de abrir los registros estruendosos, mire bien si el caso lo merece o no; y en caso de duda, huya de hipérboles y aténgase al consejo cervantino: -Llaneza, muchacho, llaneza...
¿Quien no ha leído mil veces frases como estas o muy semejantes ¿Quien estará seguro de no haberlas empleados ?
¿Quien estaría seguro de no haberlas empleado ?
¿Y quien no se ha sonreído un poco al advertir luego que esos truculentos anuncios, esas advertencias espeluznantes, venían a cuento de que un sujeto no pagaba a otro un puñado de pesetillas o unos cónyuges habrían disputado por un quítame allá esas pajas?
La vida, dentro de su gran complejidad, suele ser una vulgaridad gris. A veces, efectivamente, brotan la tragedia o el escándalo, y resultan ajustadas las imprecaciones, la indignación, el terror y el llanto. Pero de cada cien casos, noventa y cinco son picardías ínfimas, errores minúsculos, obcecaciones explicables, torpezas, manías, codicias, que caen en lo corriente y moliente. El letrado que se emperra en ponderar el tema cual si hubiera de producir una conmoción, pierde fuerza moral para ser atendido (como la pierden las mujeres que predigan al ver un ratón los gritos congruentes con la inminente del asesinato), y revela, además que no tiene mucho trabajo ni ha visto muchos negocios, pues de otro modo no exageraría su irritación por cosas que no la merecen. Todavía cabe apuntar el riesgo de que le tomen por un gran histrión que aplica a todos los asuntos la máxima sonoridad y derrocha, el tono mayor, fingiendo indignaciones y apasionamientos que no puede sentir, porque no cabe que todos los papeles de un despacho requieran en justicia las notas agudas.
En las causas criminales basta con decir:
--Mi defendido es inocente.
Pero hay quien tiene la tendencia de idealizar las figuras de todos los homicidas, hampones y petardistas, gritando con losa ojos desorbitados, el además descompuesto y la voz estentórea:
--¡Mi defendido, el rata Pichichi, es un modelo de hombre dignos, yo me honro con su amistad, no vacilo en ponerle al nivel de mis propios hermanos y, si posible fuera, empeñaría mi vida en prenda de su inmaculada honorabilidad !
Este cultivo desatinado de la hipérbole no suele ser sino una manifestación del perverso sentido estético que tanto abunda entre nosotros. Otras, algo más graves, son las de dejarse o hacerse retratar dando la mano al parricida recientemente absuelto, derrochar la palabrería acumulando calificaciones sobre hechos minios y repitiendo cien veces los mismos conceptos, desacatar sistemáticamente a todas las autoridades, etc., etc.,
El buen gusto suele correr parejas con la dignidad y el pudor. Quien sepa guardar su recato y ocupar su puesto, de fijo no fraternizará con sus clientes en lo criminal ni los divinizará en lo civil.
Signo espiritual de nuestra profesión es tener una comprensión mayor que la común para todas las cosas humanas, y una percepción sutil de todas las grandezas y de todas las miserias. defendemos a Fulano porque entendemos que en este pleito lleva razón: pero bien pudiera ocurrir que fuera un pillo. Atacamos a Mengano porque no le asiste la razón en este pleito; pero bien pudiera ocurrir que fuera un santo. De ahí que las generalizaciones, las identificaciones con el cliente, la supervalorización de sus virtudes y la de las faltas del adversario, pueden llevarnos a grandes injusticias para con los demás... y a posturas ridículas para nosotros mismos. Una convicción serena de la tesis que sustentamos, un ardimiento regulado siempre por la ley necesidad, un escepticismo amable, una generosidad franca para aceptar que en cada hombre cabe todo lo malo y todo lo bueno, y una expresión mesurada, austera, con válvulas para las fuertes vibraciones, pero con propensión más ordinaria a la ironía, son prendas muy adecuadas para que el Abogado no salga de su área ni se confunda con aquellos a quienes ampara.
Antes de abrir los registros estruendosos, mire bien si el caso lo merece o no; y en caso de duda, huya de hipérboles y aténgase al consejo cervantino: -Llaneza, muchacho, llaneza...
Comentario.
El señor Ángel Ossorio y Gallardo
próximo capitulo
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