Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Paula Flores Vargas;Ana Karina Gonzalez Huenchuñir, Soledad García Nannig;
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20.- LOS PASANTES.
Introducción
¡Oh recuerdos y encantos y alegría ! ¡Reminiscencias de la edad dorada en que confluían todas las ilusiones ! ¡ La novia que pronto ha de ser esposa, primera toga, el primer dinero ganado, el primer elogio de los veteranos, la primera absolución ! ¡Un mundo riente y esplendoroso, abierto ante los ojos asombrados que apenas dejaron de mirar a la infancia y ya contemplan en perspectiva próxima la madurez !
¿Quien, a no tener seco el corazón, dejará de ver con ternura y cariño a la alegre tropa que sale atolondrada de las aulas y se instala en los bufetes para descubrir el atrayente misterio y disponerse a la conquista del porvenir ?
No quiero hablar aquí del pasante fijo que adscribe su vida a la nuestra y nos acompaña durante una gran parte de ella con su colaboración. Ese no es propiamente un pasante, sino un compañero fraternal que en el despacho sabe lo que nosotros, pesa lo que nosotros y está a nuestro nivel. Aludo al alegre mocerío que irrumpe en el "Despacho de los pasantes", y sobre el cual cae de lleno la luz de la esperanza, pero se ha de repartir despues, en incalculables y aleatorias proporciones, el triunfo y el fracaso, la buenandanza y la desventura.
Deberes de los pasantes.
Para la generalidad de los licenciados, las obligaciones del pasante aparecen establecidas en este orden:
1ª. Leer los periódicos.
2ª. Liar cigarrillos y fumarlos en abundancia cuidando mucho de tirar las cerillas, la ceniza y las colillas fuera de los ceniceros.
3ª. Comentar las gracias, merecimientos y condolescencias de las actrices y cupletistas de moda.
4ª. Disputar - siempre a gritos - sobre política, sobre deportes y sobre el crimen de actualidad.
5ª. Ingerir a la salida del despacho cantidades fabulosas de patatas fritas a la francesa, pasteles, cerveza y vermouth.
6ª. Leer distraídamente autos, saltándose indefectiblemente los fundamentos de derecho en todos los escritos y, en su integridad el escrito de conclusiones.
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El noventa por ciento de los pasantes pone aquí punto a sus deberes y sale del despacho para nutrir las filas de la burocracia o casarse con muchachas ricas. Un diez por ciento, despues de llenar aquellos menesteres ¡que han sido , son y serán ineludibles!, estudia con interés y gusto, escribe al dictado del maestro, busca jurisprudencia, se ensaya en escritos fáciles, da su opinión en los casos oscuros y asiste a diligencias. De ese diez por ciento, un nueve triunfa en las profesiones jurídicas, venciendo con buenas artes en las oposiciones; del uno por ciento restantes salen los Abogados.
Aun siendo tan escasa la proporción de los que han de cuajar en el Foro, todos deben ser tratados, no solo consideradamente, sino con estimación sincera y franca. La juventud es sagrada, porque es la continuadora de nuestra historia, porque es menos pesimista y contaminada que los hombres curtidos, porque viene a buscarnos poniendo en nosotros su fe, porque a nadie sino a ella le será dado enmendar nuestros yerros, o perfeccionar nuestro acierto , o dar eficacia a nuestras teorías. La juventud tiene siempre algo de filial.
De otra parte, el maestro toma sobre sí una enorme responsabilidad: la del ejemplo. Lo más interesante que se aprende en un bufete no es la ciencia, que pocas veces se exterioriza, ni el arte de discurrir, que no suele ser materia inoculable, sino la conducta. Acerca de ella, es decir, acerca de la ética profesional, el estudiante no ha aprendido ni una palabra en la Universidad. Es el bufete donde recibirá la primera lección.
Ademas, el maestro se ofrece aureolado con mayores prestigios que el catedrático en el aula, pues este no suele ser--con más o menos razón-- a los ojos del estudiante nada más que un funcionario publico, mientras que aquel se le nuestra--también con mayor o menor fundamento--como al hombre que supo destacarse y triunfar entre los de su clase. Sus gestos, sus actitudes, sus decisiones son espiados por la pasantía propensa a la imitación.
Por donde se llego a la conclusión de que los Abogados tal vez no logramos formar la mente de nuestros pasantes, pero, involuntariamente, influimos sobre la orientación de su conciencia.
El pasante, al entrar en el bufete, oirá de su maestro una de estas dos cosas:
--Tome usted estos papeles. Hay que defender a fulano. Aguce usted el ingenio y dígame que se le ocurre.
O bien:
--Tome usted estos papeles, estúdielos y dígame quien tiene razón.
El que habla así es un Abogado: el que se expresa del otro modo es un corruptor de menores.
Los efectos para el aprendizaje son también distintos. El novato que oye uno de esos consejos se dice: "Yo soy un hombre superior, llamado a discernir lo justo de lo injusto." El que escucha el otro, argumenta: "Yo soy un desaprensivo y tengo por misión defender al que me pague y engaña al mundo." Muy difícil será que esta primera impresión no marque huella para resto de la vida. Lo menos malo que al pasante le puede ocurrir es que advierta a tiempo la necesidad de la rectificación y haya de consagrarse a la espinosa tarea de rehacer su personalidad.
la enseñanza del bufete no tiene otra asignatura sino la de mostrarse el Abogado tal cual es y facilitar que le vean sus pasantes. no hay lecciones orales, ni tácticas de domine, ni obligaciones exigibles, ni sanción. Si bien se mira, existe una cierta fiscalización del pasante para su maestro, pues, en puridad, éste se limita a decir al otro: "Entérese usted de lo que hago yo, y si lo encuentra bien, haga usted lo mismo. " Por eso el procedimiento de la singular enseñanza consiste en establecer una comunicación tan frecuente y cordial cuando sea posible. Que el discípulo vea como el maestro elige o rechaza los asuntos, que discuta con él , que le oiga producirse con los clientes, que examinen sus minutas de honorarios, que se entere de su comportamiento, así en lo público como en lo familiar y privado... El tema de investigación no es el Derecho de esta o la otra rama: es uno mismo.
Suele ser manía difícil de corregir en los Licenciados novales y en sus padres, la de hacer las prácticas en un gran bufete y con personajes de relumbrón. Lo tengo por enorme error, al que hay que achacar lamentables perdidas de tiempo.
Las razones son clarísimas. El gran Abogado tiene multitud de quehaceres abogaciles, complicados casi siempre con la vida política, la científica o la financiera, y le falta tiempo para conocer siquiera a la muchachería; cuenta con pasantes veteranos en quienes ha depositado toda su confianza, y le basta entenderse con ellos para gobernar el despacho; y, en fin, es lo natural que se encuentre en aquella edad en que las energías comienzan a decrecer, y faltan bríos y humor para bregar con la gente joven. Con lo cual ésta agosta una buena parte de sus años floridos, solo por darse el gusto de decir "soy pasante de Don Fulano ", a quien, si a mano viene, ni ve la cara una vez por semestre.
En cambio, los Abogados de menos estruendo, pero que son típicamente Abogados, y aquellos otros que, aunque tengan otras aficiones simultáneas, se encuentran en plena juventud, pueden establecer una relación de convivencia, una compenetración afectuosa, un trato de camaradería, perfectamente adecuados para ver mucho mundos, muchos hombres y muchos papeles, que es, en sustancia, todo lo que se saca de la etapa pasantil.
Siendo esto tan evidente, es deber moral en los Abogados favorecidos por el éxito hablar con claridad, aunque hayan de afrontar algunos enojos, y negarse a admitir más pasantes que aquellos a quienes seriamente puedan atender.
Concluiré expresando mis votos porque algún día, cuando se comprenda el sentido social de la profesión, sea la pasantía una colectividad con personalidad propia ante los Colegios, y estos la amparen, estimulen y eduquen. Las academias de práctica, las subvenciones para viajar, el encargado de trabajos especiales, el auxilio al Derecho, la relación oficial y reciproca... mil y mil modos hay de que el joven Abogado sienta su profesión, como la sienten todos los alférez antes de salir de la Academia militar.
Ellos envuelve un problema grave para el honor y el desenvolvimiento de muestro ministerio. Los Abogados españoles, en nuestro ciego rumbo de individualismo y disgregación, no solo henos talado el bosque, sino que cada año arrasamos el vivero.
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El noventa por ciento de los pasantes pone aquí punto a sus deberes y sale del despacho para nutrir las filas de la burocracia o casarse con muchachas ricas. Un diez por ciento, despues de llenar aquellos menesteres ¡que han sido , son y serán ineludibles!, estudia con interés y gusto, escribe al dictado del maestro, busca jurisprudencia, se ensaya en escritos fáciles, da su opinión en los casos oscuros y asiste a diligencias. De ese diez por ciento, un nueve triunfa en las profesiones jurídicas, venciendo con buenas artes en las oposiciones; del uno por ciento restantes salen los Abogados.
Aun siendo tan escasa la proporción de los que han de cuajar en el Foro, todos deben ser tratados, no solo consideradamente, sino con estimación sincera y franca. La juventud es sagrada, porque es la continuadora de nuestra historia, porque es menos pesimista y contaminada que los hombres curtidos, porque viene a buscarnos poniendo en nosotros su fe, porque a nadie sino a ella le será dado enmendar nuestros yerros, o perfeccionar nuestro acierto , o dar eficacia a nuestras teorías. La juventud tiene siempre algo de filial.
De otra parte, el maestro toma sobre sí una enorme responsabilidad: la del ejemplo. Lo más interesante que se aprende en un bufete no es la ciencia, que pocas veces se exterioriza, ni el arte de discurrir, que no suele ser materia inoculable, sino la conducta. Acerca de ella, es decir, acerca de la ética profesional, el estudiante no ha aprendido ni una palabra en la Universidad. Es el bufete donde recibirá la primera lección.
Ademas, el maestro se ofrece aureolado con mayores prestigios que el catedrático en el aula, pues este no suele ser--con más o menos razón-- a los ojos del estudiante nada más que un funcionario publico, mientras que aquel se le nuestra--también con mayor o menor fundamento--como al hombre que supo destacarse y triunfar entre los de su clase. Sus gestos, sus actitudes, sus decisiones son espiados por la pasantía propensa a la imitación.
Por donde se llego a la conclusión de que los Abogados tal vez no logramos formar la mente de nuestros pasantes, pero, involuntariamente, influimos sobre la orientación de su conciencia.
El pasante, al entrar en el bufete, oirá de su maestro una de estas dos cosas:
--Tome usted estos papeles. Hay que defender a fulano. Aguce usted el ingenio y dígame que se le ocurre.
O bien:
--Tome usted estos papeles, estúdielos y dígame quien tiene razón.
El que habla así es un Abogado: el que se expresa del otro modo es un corruptor de menores.
Los efectos para el aprendizaje son también distintos. El novato que oye uno de esos consejos se dice: "Yo soy un hombre superior, llamado a discernir lo justo de lo injusto." El que escucha el otro, argumenta: "Yo soy un desaprensivo y tengo por misión defender al que me pague y engaña al mundo." Muy difícil será que esta primera impresión no marque huella para resto de la vida. Lo menos malo que al pasante le puede ocurrir es que advierta a tiempo la necesidad de la rectificación y haya de consagrarse a la espinosa tarea de rehacer su personalidad.
la enseñanza del bufete no tiene otra asignatura sino la de mostrarse el Abogado tal cual es y facilitar que le vean sus pasantes. no hay lecciones orales, ni tácticas de domine, ni obligaciones exigibles, ni sanción. Si bien se mira, existe una cierta fiscalización del pasante para su maestro, pues, en puridad, éste se limita a decir al otro: "Entérese usted de lo que hago yo, y si lo encuentra bien, haga usted lo mismo. " Por eso el procedimiento de la singular enseñanza consiste en establecer una comunicación tan frecuente y cordial cuando sea posible. Que el discípulo vea como el maestro elige o rechaza los asuntos, que discuta con él , que le oiga producirse con los clientes, que examinen sus minutas de honorarios, que se entere de su comportamiento, así en lo público como en lo familiar y privado... El tema de investigación no es el Derecho de esta o la otra rama: es uno mismo.
Suele ser manía difícil de corregir en los Licenciados novales y en sus padres, la de hacer las prácticas en un gran bufete y con personajes de relumbrón. Lo tengo por enorme error, al que hay que achacar lamentables perdidas de tiempo.
Las razones son clarísimas. El gran Abogado tiene multitud de quehaceres abogaciles, complicados casi siempre con la vida política, la científica o la financiera, y le falta tiempo para conocer siquiera a la muchachería; cuenta con pasantes veteranos en quienes ha depositado toda su confianza, y le basta entenderse con ellos para gobernar el despacho; y, en fin, es lo natural que se encuentre en aquella edad en que las energías comienzan a decrecer, y faltan bríos y humor para bregar con la gente joven. Con lo cual ésta agosta una buena parte de sus años floridos, solo por darse el gusto de decir "soy pasante de Don Fulano ", a quien, si a mano viene, ni ve la cara una vez por semestre.
En cambio, los Abogados de menos estruendo, pero que son típicamente Abogados, y aquellos otros que, aunque tengan otras aficiones simultáneas, se encuentran en plena juventud, pueden establecer una relación de convivencia, una compenetración afectuosa, un trato de camaradería, perfectamente adecuados para ver mucho mundos, muchos hombres y muchos papeles, que es, en sustancia, todo lo que se saca de la etapa pasantil.
Siendo esto tan evidente, es deber moral en los Abogados favorecidos por el éxito hablar con claridad, aunque hayan de afrontar algunos enojos, y negarse a admitir más pasantes que aquellos a quienes seriamente puedan atender.
Concluiré expresando mis votos porque algún día, cuando se comprenda el sentido social de la profesión, sea la pasantía una colectividad con personalidad propia ante los Colegios, y estos la amparen, estimulen y eduquen. Las academias de práctica, las subvenciones para viajar, el encargado de trabajos especiales, el auxilio al Derecho, la relación oficial y reciproca... mil y mil modos hay de que el joven Abogado sienta su profesión, como la sienten todos los alférez antes de salir de la Academia militar.
Ellos envuelve un problema grave para el honor y el desenvolvimiento de muestro ministerio. Los Abogados españoles, en nuestro ciego rumbo de individualismo y disgregación, no solo henos talado el bosque, sino que cada año arrasamos el vivero.
Comentario.
El señor Ángel Ossorio y Gallardo
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