Caricaturas de Barrister (Abogados) en revista inglesa Vanity Fair

martes, 12 de enero de 2021

427)-Conmemoraciones del año 2021 y su importancia.-a


El siglo XX, el gran triunfador fue los Estados Unidos y los grandes perdedores fueron Gran Bretaña, y Francia,  perdieron sus imperios coloniales, y Imperio Ruso y la URSS, que se desintegro.

Introducción

El año 2021, se celebran tres conmemoraciones históricas importantisima del siglo XX: Los 80 años de Inicio de Operación  Barbarrroja por parte del III Reich, en contra de la URSS, que provoca al final la caída del Alemania;  y el   ataque japones de Pearl Harbor, provoco la caída de Japón, y elevación de los  Estados Unidos en superpotencia;  También se celebra los 30 años de caída de la URSS, el fin de guerra fría y socialismo real.


Fin de las generaciones protagonista y testigos de la Guerra.


En actualidad los protagonistas y testigos  de la Operación Barbarroja  y el  ataque japones de Pearl Harbor, han desaparecido de la historia.

Después de 80 años la memoria de la segunda guerra ha desaparecido, los combatientes han muertos completamente. Ahora la segunda guerra mundial es historia, casi ha desaparecido memoria viva de ese conflicto. Las generaciones que participaron en la segunda guerra mundial fueron: Generación perdida; y Generación grandiosa; Ambas generaciones han desaparecido en la actualidad, los protagonistas de guerra han desaparecido.

La generación perdida fue la cohorte generacional que alcanzó la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial. En este contexto, «perdida» se refiere al espíritu desorientado, errante, sin dirección de muchos de los supervivientes de la guerra en el periodo inicial de la posguerra. En un sentido más general, se considera que la generación perdida está compuesta por individuos nacidos entre 1883 y 1900. 

La generación grandiosa, también conocida como generación GI o generación de la Segunda Guerra Mundial, es la cohorte demográfica que sigue a la generación perdida y precede a la generación silenciosa. La generación se define generalmente como las personas nacidas entre 1901 y 1927.​ Fueron moldeados por la Gran Depresión y fueron los principales participantes en la Segunda Guerra Mundial.

La generación silenciosa es la cohorte demográfica que sigue a la generación grandiosa y precede a los baby boomers. La generación se define generalmente como las personas nacidas entre 1928 y 1945. Esta generación son últimos testigos de la segunda guerra mundial, no pelearon en la guerra pero sufrieron la vivencia de este conflicto bélico. Con fin de esta generación se acaba la vivencia de la Segunda guerra mundial.


La  Operación Barbarroja y caída del III Reich.

Invadir Rusia, fue la caída de Carlos XII de Suecia, de Napoleón y de Hitler.





La  Operación Barbarroja, fue inicio de la llamada Gran Guerra Patria o el frente oriental de la segunda guerra mundial,  entre el III Reich y sus aliados, contra la Unión Soviética, con  millones de muertos y destrucciones masivas. La ofensiva fue bautizada en honor a Federico  Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico durante el Siglo XII. Barbarroja había unido los territorios del imperio y era un referente del nacionalismo alemán, de aquellos que buscaban la reunificación y la expansión bajo un poder unívoco y fuerte.

El frente oriental  duro  desde el 22 de junio de 1941 hasta el 9 de mayo de 1945, fue la guerra dentro de la guerra, Gran Guerra Patria  fue decisivo para determinar el resultado en el teatro de operaciones europeo en la Segunda Guerra Mundial, y finalmente  la derrota del III Reich.

Debido a que la ideología del nazismo se oponía a los movimientos eslavos, judíos y comunistas, mientras que el ideario soviético era opuesto al fascismo, la guerra en el frente oriental se caracterizó por la ocurrencia de genocidios en casi todos los países ocupados. En este frente perdieron la vida 26 millones de soviéticos, 6.5 millones de alemanes y aliados del Eje y casi 6 millones de polacos, más de un 60 % de las víctimas de esa guerra en toda guerra. 

Se estima que en el frente oriental murieron el 73 % ​ de los soldados alemanes que murieron en la guerra y, en el caso de Bielorrusia, Ucrania y Polonia, más del 20 % de la población civil fue asesinada.

Guerra germano soviética.

Consecuencia.

Victoria Pírrica.

Para la URSS, la gran guerra patria fue una victoria pírrica, destrucción masiva del territorio y su población,  al final fue una de las causas de caída de sistema político soviético 46 años después.

Alemania potencia europea.

Alemania, perdió territorios y población por guerra, y quedo divida por décadas, pero se recupero como nación convirtiéndose en la primera potencia de Europa, y controla la Unión Europea. Los millones de refugiados alemanes que llegaron de la URSS y del este de Europa, tapo los hoyos demográficos provocado por la guerra, se modernizo  completamente durante décadas del milagro alemán.

El inicio de la integración europea.

La segunda guerra mundial, provoco el inicio de la unificación europea, y el nacimiento  de las Comunidades Europeas, el germen de actual  Unión Europea. Alemania y Francia termina su conflicto político de décadas, provoco tres guerras europeas.

El fin del expansionismo alemán y italiano.

La segunda guerra mundial, acabo con la política expansionista alemana, espacio vital; y Italia, el irredentismo, fijando las fronteras definitivas a estas naciones. 

La Italia irredenta (traducción literal en español: Italia no rescatada) fue un movimiento de opinión activo en Italia a finales del siglo XIX que surgió a raíz de la unificación de Italia. Predicaba la anexión al nuevo Estado italiano de otros territorios limítrofes o próximos por razones lingüísticas, culturales o históricas, para que Italia alcanzara —según los irredentistas— sus "fronteras naturales".

El Lebensraum ( "espacio vital") es ideología que abarca las políticas y prácticas de expansión de Alemania hacia el este de Europa, anexando territorios.



RECUERDO DE LA GUERRA.

CATEDRAL PRINCIPAL DE LAS FUERZAS ARMADAS RUSAS .

Memorial a los soldados soviéticos caídos en la batalla de Berlín.

La fuente de los niños y el cocodrilo en Stalingrado en 1942


La Fuente Barmalej (en ruso: фонтан Бармалей) también conocida como la "Ronda de los niños" (en ruso: Детский хоровод) es un conjunto escultórico de la ciudad de Volgogrado (antes llamada Stalingrado), frente al Museo de la Defensa de Tsaritsyn primer nombre de la ciudad, en Rusia. Es el símbolo de la batalla de Stalingrado durante la segunda guerra mundial.

Medallas conmemorativas soviéticas y rusas de la Segunda Guerra Mundial .


La Medalla del Jubileo "75 años de victoria en la Gran Guerra Patria 1941–1945".-Catedral Principal de las Fuerzas Armadas Rusas.

Medalla de 70 Años de Victoria de la gran guerra patria

Medalla de 60 años de la Victoria Gran Guerra Patria

Medalla de 50 Años de Victoria de Gran Guerra Patria

Medalla de 65 años de la Victoria Gran Guerra Patria

Medalla de 40 Años de Victoria en la Gran Guerra Patria

Medalla de 30 Años de Victoria en la Gran Guerra Patria

Medalla de 20 años de Victoria en la Gran Guerra Patria

Medallas de Campaña

La Medalla por la Defensa de Sebastopol

La Medalla por la Defensa de Kiev

La Medalla por la Conquista de Berlín

La Medalla por la Conquista de Budapest

La Medalla por la Conquista de Viena

La Medalla por la Defensa de Stalingrado

La Medalla por la Liberación de Varsovia

La Medalla por la Conquista de Königsberg

La Medalla por la Defensa de Moscú

La Medalla por la Liberación de Praga

La Medalla por la defensa de Leningrado.

La Medalla por la victoria sobre Japón

La Medalla por la Liberación de Belgrado

La Medalla "A Partisano de la Guerra Patriótica"

La Medalla por la Defensa del Cáucaso

La Medalla Por la Defensa del Transartico Soviético

Ordenes militares soviéticas

La Orden de Bohdan Jmelnytsky

Orden de la Guerra Patria

La Orden de Alejandro Nevski

La Orden de la Victoria de URSS

La Orden de la Gloria

La Orden de Kutúzov

Orden de la Bandera Roja

La Orden de Suvórov

La Orden de Ushakov

La Orden de Najímov

La Orden de Lenin

La Orden de la Bandera Roja del Trabajo

Medallas Militar. 

Héroe de la Unión Soviética; La Poca Calidad de los Oficiales Soviéticos

Héroe del Trabajo Socialista

La Medalla por el Servicio de Combate

La Medalla al Valor URSS



                            El ataque japonés de Pearl Harbor,

                         y el inicio del siglo estadounidense.



El ataque a Pearl Harbor fue una ofensiva militar sorpresiva efectuada por la Armada Imperial Japonesa contra la base naval de los Estados Unidos en Pearl Harbor (Hawái) en la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941.  Al día siguiente de esta ofensiva, 8 de diciembre, Estados Unidos le declaró la guerra al Imperio del Japón, Estados Unidos entro a la segunda mundial, y  lo que llevó a la derrota de las potencias del Eje. 

La victoria aliada en esta guerra y el subsiguiente surgimiento de Estados Unidos como la primera potencia mundial dominante, han dado forma a la política internacional desde entonces, el inicio del siglo estadounidense.

El siglo estadounidense desarrollado durante la Guerra Fría reflejó a Estados Unidos como la más poderosa de las dos superpotencias del mundo. Desde mediados del siglo XX, el Estado estadounidense se caracteriza por ser una república federal y constitucional regida bajo un sólido sistema capitalista.

El siglo estadounidense.

(en inglés American Century, también traducido como «siglo americano»)​ es un término utilizado para definir la dominación mundial en términos políticos, militares, económicos y culturales que ejercieron los Estados Unidos de América en la segunda mitad del siglo XX. El término parte de la herencia del Imperio británico como anterior potencia dominante en el mundo, que describía al período 1815-1914 –prácticamente todo el siglo XIX– como el «siglo imperial británico».

La influencia de los Estados Unidos creció a lo largo del siglo XX hasta hacerse casi dominante después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en una de los dos superpotencias del mundo, junto a la Unión Soviética, si bien esta última tenía unas capacidades menores que Estados Unidos. En esta segunda mitad de siglo también se habla, en términos militares, de la existencia de una paz relativa en el hemisferio occidental llamada «Pax Americana» que habría sido consecuencia de la preponderancia mundial de Estados Unidos desde 1945. Tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia del mundo,​ consolidando su hegemonía hasta el punto de que ha llegado a denominarse como una «hiperpotencia».

Existe debate entre académicos y estudiosos sobre si el siglo estadounidense puede extenderse a gran parte del siglo XXI o si por el contrario estaríamos en el comienzo de un «siglo asiatico» cuyos protagonistas serian la China y India.

Consecuencia culturales de la victoria de II Guerra Mundial, es auge cultural  de American way of life.

Décadas del 50 fue era de oro de estados unidos


American way of life (‘forma de vida de Estados Unidos’), a menudo simplificada (American way) es una expresión en lengua inglesa con la que se manifiesta el estilo de vida identificado con los principios explicitados en la Declaración de Independencia de 1776 (‘vida, libertad y búsqueda de la felicidad’ —life, liberty and the pursuit of happiness—), en todos los aspectos: político, social, económico, cultural, etc.; caracterizados por el individualismo, la ética del trabajo, el pragmatismo, el optimismo, la movilidad social, la dignidad humana, la filantropía, el bien común, la democracia y los derechos civiles.

Las sucesivas oleadas de la globalización,  han extendido el estilo de vida estadounidense (americanización) coincidiendo con la denominada Pax Americana, el predominio militar, político, económico, tecnológico y cultural (poder duro y poder blando) de los Estados Unidos sobre la mayor parte del mundo, el denominado mundo occidental, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial (1945); y en la práctica totalidad del mundo a partir de la caída del muro de Berlín (1989).

Para algunos autores, el Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX representaría el paradigma de «sociedad abierta». Esta visión era compartida especialmente por la población estadounidense, que veían en el ascenso de su país no una voluntad de conquista o lucha de poder, sino una visión idealizada del orden mundial, construida por supuesto sobre su propia ideología. Una ideología que consistía en la expansión de sus valores, como la democracia liberal, el capitalismo y sus «fundamentos de la libertad», todo ello como oposición obsesiva al desarrollo del comunismo.

​ Sin embargo, desde temprano esta «utopía realizada», como describió Jean Baudrillard a EE.UU, tuvo que hacer frente a profundas contradicciones en su seno, crisis y realidades negativas que desacreditaban su sistema y eran sometidos al debate de la opinión pública. Y no solo a nivel interno, en parte del mundo liberal, especialmente en Europa y América Latina, se vivió una fuerte ola de antiamericanismo desde principios de la década de 1960.

La coincidencia en el tiempo, a principios de la década de 1970, del fin de la «edad de oro del capitalismo» y el repliegue internacional de Estados Unidos tras su salida de Indochina —Vietnam, Camboya y Laos, suscitó profundas divisiones que rompieron el consenso social establecido en la posguerra y que dejaron una profunda herida en la psique del país. Especialmente la guerra de Vietnam, que para George Kennan fue «el mayor desastre de la historia norteamericana».

 Fusi Aizpurúa comenta sobre el repliegue del Sudeste Asiático que «carentes de legitimidad moral, condenados por la opinión internacional y por buena parte de la propia sociedad norteamericana, los norteamericanos perdieron la guerra».

En definitiva, los años 50 serían recordados con nostalgia por las futuras generaciones y los años 60 aunque económicamente muy prósperos, como turbulentos y cargados de malestar social y moral en una sociedad en plena evolución y con múltiples contradicciones que terminaron en un periodo de crisis política e identitaria en la década de 1970.

Después vendría la «revolución conservadora», en un intento por parte de la llamada «mayoría silenciosa», de reunir de nuevo a la nación en torno a sus valores y principios tradicionales, al tiempo que se preparaba una nueva ofensiva internacional y de confrontación contra el socialismo y la Unión Soviética. Para Fusi, la «revolución conservadora» devolvió a Estados Unidos la confianza en sí mismo y la desaparición de la Unión Soviética en 1991 se vería a ojos de sus líderes como el triunfo definitivo del sistema americano, «el fin de la historia» como proclamó Fukuyama,​ algo que pronto se vio que no sería así.

La década de 1990 significó una hegemonía sin parangón, pero además de un imperio, Estados Unidos era una nación que vivía en una hegemonía global y prosperidad económica.

Economía

En 1945, concluida la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se encontró en el cenit de su supremacía global: el país no sufrió la guerra en su territorio y la economía había logrado dejar la Gran Depresión atrás con un sólido crecimiento. En 1945, Estados Unidos, con apenas el 7% de los seres humanos del mundo, disponía de más de un tercio de la renta mundial, fabricaba el 60% de los productos manufacturados del mundo​ y sus reservas de oro y divisas representaban, sin contar a la URSS, el 78% del total mundial.

 El país producía la mitad del carbón del mundo, dos tercios del petróleo y generaba más de la mitad de la electricidad.​ Durante la guerra, su industria fue capaz de producir 95 millones de toneladas de acero y 100.000 aviones anuales,​ una capacidad industrial que a finales de la década de 1940 era mayor que la del resto de países del mundo juntos. La guerra había supuesto el dominio estadounidense sobre el comercio y las comunicaciones —sus compañías poseían más de 15.000 aviones comerciales y la mayor flota de barcos mercantes— y su producción respecto a la europea era un 50% mayor, cuando hasta la Segunda Guerra Mundial siempre había sido inferior.

 Ocho millones de automóviles salían de las fábricas estadounidenses en 1955 —el 75% de los vehículos fabricados nivel mundial en 1950— y su efectivo control de los mercados internacionales lo convirtieron en el indiscutible líder del mundo liberal en las décadas venideras.

El siglo estadounidense también incluye la influencia política y económica de Estados Unidos: muchas naciones de todo el mundo adoptaron las políticas económicas planteadas por el Consenso de Washington, a veces en contra de la opinión mayoritaria de sus propias poblaciones. La fuerza económica de Estados Unidos era poderosa y durante todo el siglo fue con diferencia la economía más grande del mundo. Estados Unidos era uno de los principales productores agrícolas del mundo, con un sector primario extenso y moderno, además de grandes reservas de recursos minerales y energéticos y un sector industrial enorme.

 El dólar estadounidense (USD) era la moneda de reserva mundial por excelencia desde la implantación del sistema de Bretton Woods. Estados Unidos tenía a través del G7 una alianza permanente con las mayores economías del mundo. Las recetas de política económica de su gobierno fueron los paquetes de reforma estándar aplicados a los países en desarrollo en crisis por instituciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial, ambos con sede en la capital estadounidense.

Hasta la década de 1970, Estados Unidos creció a un ritmo excelente en términos económicos y demográficos —la renta per cápita se elevó un 60% en términos reales entre 1945 y 1970, producto de rasgos distintivos de su economía como la altísima productividad, fuertes inversiones de capital, permanente innovación tecnológica y un extraordinario aumento del consumo de masas. En 1970, el país poseía el 6% de la población mundial, pero producía un cuarto del carbón mundial, un 21% del petróleo y el 30% del trigo, manteniendo su posición de primera potencia agrícola e industrial.

Con el fin de la URSS, Estados Unidos se convirtió en la década de 1990 en la única superpotencia y la economía más fuerte y dinámica del mundo, con un fuerte dominio del comercio, las inversiones, telecomunicaciones y especialmente de los avances tecnológicos.
 Aunque con crecientes divergencias internas y mayor competencia internacional, la prosperidad nacional se mantiene hasta hoy, a pesar de la grave crisis de la Gran Recesión; a partir de entonces el país se repuso, con un crecimiento económico constante entre 2010 y 2020.



                                    30 años de la caída de la URSS. y su consecuencia.


Introducción 

caída del Marxismo leninismo

La disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el 25 de diciembre de 1991,provoco la desintegración del Estado socialista más grande del mundo, y también marcó el fin de la Guerra Fría y la división del mundo en tres mundos. Fue el fracaso de toda una civilización y de aplicación practica del marxismo leninismo.

Además la caída de la URSS, puso fin el ultimo de los grandes imperios del mundo en caer, poniendo en fin, la era del Imperialismo. Los imperios han existido a lo largo de toda la historia, desde su mismo comienzo en la Edad Antigua, pero el uso del término "imperialismo" suele limitarse por historiadores a  la expansión europea que se inicia con la era de los descubrimientos (siglo XV) y se prolonga durante toda la Edad Moderna y Edad Contemporánea.

En resumen, en 1991 la Unión Soviética, que era la segunda superpotencia se derrumbó económica, politica y territorialmente debido al fracaso de las reformas (Perestroika) llevadas a cabo por ultimo presidente soviético Mijaíl Gorbachov.

Legado.

Alineaciones del mundo comunista en 1980: pro-soviéticos (rojo); pro-chinos (amarillo); y Corea del Norte y Yugoslavia como no alineados (negro). Somalia había sido pro-soviética hasta 1977. Camboya (Kampuchea) había sido pro-China hasta 1979.


Para el nacionalismo ruso contemporáneo la URSS era una continuación del Imperio ruso y, por lo tanto, considera la expansión geográfica y política de la Unión Soviética como continuación y logro adicional de Rusia. 

De acuerdo con Nikolái Berdiáyev (Kiev, 6 de marzo de 1874 - París, 24 de marzo de 1948) :

El pueblo ruso no logró su antiguo sueño de Moscú, la Tercera Roma. El cisma eclesiástico del siglo XVII reveló que el zarato moscovita no es la tercera Roma. La idea mesiánica del pueblo ruso asumió una forma apocalíptica o revolucionaria; y luego ocurrió un evento asombroso en el destino del pueblo ruso. En lugar de la Tercera Roma en Rusia, se logró la Tercera Internacional, y muchas de las características de la Tercera Roma pasan a la Tercera Internacional. La Tercera Internacional también es un Sacro Imperio, y también se basa en una fe ortodoxa. La Tercera Internacional no es internacional, sino una idea nacional rusa.

El fracaso de la Unión Soviética, no fue solo fracaso de los comunistas y los bolcheviques, sino de los campesinos, militares y obreros rusos que apoyaron el sistema soviético, fue el fracaso de toda una sociedad, Rusia actual es la mitad poder de lo que fue Imperio Ruso y la URSS, ahora es una potencia mundial de segunda categoría, atrás de los EUA y de China.

CONSECUENCIA GEOPOLITICAS DE CAIDA DE URSS

1. Final de la Guerra Fría.

El colapso de la Unión Soviética puso fin a la confrontación global entre el mundo capitalista y el socialista, el constante enfrentamiento, las guerras posguerra, la carrera armamentística y la expectativa de una nueva guerra mundial con armas nucleares mantuvieron en tensión nerviosa a la población de distintas partes del mundo, especialmente en EE UU, Europa y la URSS, durante muchos años. En 1991, el mundo bipolar era cosa del pasado y los EE UU se convirtió en la única superpotencia mundial durante algunas décadas.

Decenas de países del antiguo tercer mundo se quedaron sin el apoyo militar, económico y político de la Unión Soviética,  colapsaron y entraron en crisis, como ejemplo Corea del Norte y Cuba. 

2. Transición a la economía de mercado.

Los países del socialismo real, se trasformaron en estados capitalistas, se  libero la economía, la privatización de la propiedad estatal en manos privadas. Los países del Este de Europa se integraron a la Unión Europea.

3. La caída del Telón de Acero.

Con la caída de la Unión Soviética, también cayó el llamado “Telón de acero” que separaba a los ciudadanos del este de Europa del resto del mundo. Millones de personas tuvieron la oportunidad no solo de viajar, sino también de trasladarse permanentemente a otros países. Y los habitantes de los países capitalistas podían ahora ir a la antigua Unión Soviética o Europa del este como turistas o empresarios e inversores. 

4. La división de la nación soviético.

“Nos quedamos dormidos en un estado y nos despertamos en otro”, esto se dice a menudo de los ciudadanos de la URSS, que de repente se encontraron en los territorios de diferentes países que antes formaban parte de la URSS. Las fronteras entre republicas soviéticas, que antes eran sin importancia, se convirtieron en internacionales, dividiendo a muchas familias.

Millones de rusos étnicos se convirtieron en ciudadanos de países en los que no eran una nación constitutiva. Aunque muchos se encuentran en un nuevo lugar, para algunos antiguos ciudadanos soviéticos y sus descendientes la cuestión del regreso a su patria histórica sigue siendo un tema candente, incluso 30 años después del colapso de la Unión Soviética.

5.-Auge de los movimientos separatistas y étnicos.

La caída de la URSS, fomento los grupos separatistas y étnico en muchos países, colapso la Yugoslavia y Checoeslovaquia, que desaparecieron de la historia, no llegaron a existir ni un siglo de vida independiente. Además fomento los movimientos separatistas en muchos países de Europa.

6.-Auge de la globalización. 

Este proceso  de globalización  originado en el seno de la civilización occidental y que se ha expandido alrededor del mundo en la segunda mitad del siglo XX recibe su mayor impulso con el fin de la Guerra Fría, y la  caída de URSS.

 Se caracteriza en la economía por la integración de las economías locales a una economía de mercado mundial donde los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala planetaria («nueva economía») cobrando mayor importancia el rol de las empresas multinacionales y la libre circulación de capitales junto con la implantación definitiva de la sociedad de consumo.

 El ordenamiento jurídico también siente los efectos de la globalización y se ve en la necesidad de uniformizar y simplificar procedimientos y regulaciones nacionales e internacionales con el fin de mejorar las condiciones de competitividad y seguridad jurídica, además de universalizar el reconocimiento de los derechos fundamentales de la ciudadanía. 

En la cultura se caracteriza por un proceso que interrelaciona las sociedades y culturas locales en una cultura global (aldea global), aunque existe divergencia de criterios sobre si se trata de un fenómeno de asimilación occidental o de fusión multicultural. 

En lo tecnológico la globalización depende de los avances en la conectividad humana (transporte y telecomunicaciones) facilitando la libre circulación de personas y la masificación de las TIC (tecnologías de información y comunicación) y el internet. 

En el plano ideológico, los credos y valores colectivistas y tradicionalistas causan desinterés generalizado y van perdiendo terreno ante el individualismo y el cosmopolitismo de la sociedad abierta. Los medios de comunicación clásicos, en especial la prensa escrita, pierden su influencia social (cuarto poder) frente a la producción colaborativa de información de la Web 2.0 (quinto poder).

6.-Estados cada vez mas débiles.

Los distintos gobiernos de los estados van perdiendo sus atribuciones en algunos ámbitos, como el económico, político, etc, que son tomados por ejemplo, la sociedad civil  en un fenómeno que se ha denominado sociedad red, el activismo cada vez más gira en torno a movimientos sociales y las redes sociales mientras los partidos políticos pierden su popularidad de antaño, se ha extendido la transición a la democracia contra los regímenes autoritarios, y en políticas públicas destacan los esfuerzos para la transición al capitalismo en algunas de las antiguas economías dirigidas y la transición del feudalismo al capitalismo en economías subdesarrolladas de algunos países aunque con distintos grados de éxito. 

7.-Mundo multipolar.

Geopolíticamente el mundo esta en una  época de transición de la unipolaridad de la superpotencia estadounidense y el surgimiento de nuevas potencias regionales, como la India, China.



                                    Legado de la civilización soviética.


El historiador Karl Schlögel publica una gran reconstrucción de la vida en la URSS, un mundo perdido que sigue influenciando con fuerza el tiempo presente


Algunos acontecimientos históricos pueden verse como estallidos que generan una onda expansiva que se propaga, en el tiempo y en el espacio, más allá de la muerte del ordenamiento político en el que se encarnaron. Es el caso de la URSS, un proyecto que, según señala el historiador Karl Schlögel, no fue solo un sistema político, sino un modo de vida, un conjunto de prácticas y valores: una civilización. 

“Las tradiciones de cultura política, de comportamiento, de relaciones humanas sobreviven al colapso de las estructuras políticas”, observa Schlögel (Alemania, 1948) durante una entrevista concedida recientemente en Madrid.

 Es este uno de los pilares conceptuales sobre los que descansa El siglo soviético (Galaxia Gutenberg), un gran viaje que cartografía los restos del naufragio que Vladímir Putin calificó como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.

La esmerada atención de Schlögel se centra en decenas de aspectos del universo soviético ―desde los ferrocarriles a las viviendas comunitarias, desde la enciclopedia soviética al desarrollo industrial―; evita una narración cronológica de conjunto, y opta por una aproximación por capítulos específicos que ilumina génesis, desarrollo, madurez y senectud de más de medio centenar de rasgos de esa utopía, algunos trascendentales, otros anecdóticos pero siempre ilustrativos. Es en buena medida el retrato de un mundo perdido, de una cultura derrotada, de un espíritu evanescente. Pero no es una autopsia. A medida en que el historiador reconstruye, se entrevén a contraluz líneas de fuga que ayudan a descifrar el espacio pos-soviético contemporáneo, un mundo convulso, que todavía no ha alcanzado la estabilización tras la caída del imperio hace tres décadas. A medida en que se reflexiona, se percibe la fuerza brutal que ciertas historias ejercen en el presente.

La cultura política de fondo es obviamente uno de los elementos centrales de influencia del mundo soviético en el tiempo presente.

 “El hecho de que durante siete décadas no hubo oportunidad para la emergencia del pluralismo, para la afirmación de la sociedad civil, es un condicionante de gran peso. La apatía política, la expectativa de que las instituciones lo deciden todo, la escasa consideración de la responsabilidad individual, la desconfianza hacia los líderes y otros sentimientos que se afianzaron en la etapa soviética siguen siendo muy fuertes”, dice Schlögel, especializado en historia de Europa de Este y autor, entre otras obras, de Terror y utopía (Acantilado).

El uso interesado por parte de los líderes rusos actuales de la experiencia soviética ―y, más en general, del pasado imperial― es otro elemento poderoso a través del que la historia influencia el presente. 

“Por un lado, el liderazgo es bastante hábil en utilizar el tipo de cultura política que procede del pasado e instrumentalizarlo en su agenda política. Saben que hay un gran deseo de estabilidad después de una fase muy turbulenta y movilizan astutamente todos los sentimientos relacionados con un futuro incierto”, comenta el historiador. 

“Por otro lado, replican la táctica de la construcción de un presunto enemigo exterior que pretende rodear la URSS (entonces) y la Rusia pos-soviética (ahora). Vladímir Putin es un maestro en agitar ciertos sentimientos, como presuntas humillaciones que Occidente pretendería infligir a los rusos”, prosigue el autor. 

La nostalgia de un pasado grandioso, el temor a potencias hostiles, la construcción de una imagen de patria como gran fortaleza protectora: los sentimientos clave del tiempo actual tienen una conexión fortísima con el pasado.

La búsqueda de conexiones políticas internacionales y la agitación propagandística son otros rasgos de cultura política que, con debido aggiornamento, parecen venir de lejos y sobrevivir en el presente. El intento histórico de vinculación e influencia a través de la ideología comunista que Moscú llevó a cabo con partidos afines asentados en otros países ve ahora una réplica con aproximaciones interesadas con aroma a conservadurismo tradicionalista, ideologías nacionalistas, valores ortodoxos. La interferencia propagandística o la recopilación de informaciones comprometedoras ―el célebre kompromat― se mantienen hoy como entonces como herramientas de primer plano, aunque muy evolucionadas en las formas.

Hay elementos de continuidad menos visibles que las grandes estrategias de los líderes. “Un factor que no debe subestimarse es que, si bien ahora hay millones de rusos que han tenido la oportunidad de viajar al exterior y comparar, la mayoría de la población no ha salido. Esto es otro fuerte elemento de continuidad”, considera Schlögel.

El siglo soviético explora una plétora de derivadas del impacto de la utopía soviética en la vida cotidianas de las personas. Como es obvio, gran parte son experiencias finiquitadas, como el compartir retrete y cocina en las viviendas comunitarias, donde todavía en el año 1970 seguía viviendo un 40% de los habitantes de Moscú. La forma de vida ha cambiado, pero hay rasgos que de todas formas resuenan con viveza. El historiador narra en su capítulo dedicado al transiberiano cómo en aquella época los trenes se convirtieron en un pequeño espacio de libertad. En los largos recorridos, los viajeros, confiados por la certidumbre de que jamás volverían a ver a sus ocasionales compañeros de trayecto, intercambiaban con ellos impresiones, informaciones con cierta apertura.

“En ese régimen no había posibilidad de forjar una auténtica contracultura; pero sí se estableció un segundo espacio más allá de los canales oficiales. Lo había entonces, y lo hay ahora”, dice Schlögel.

En Rusia representa un reto enorme hacer crecer, vertebrar ese segundo espacio ante un liderazgo que lo obstaculiza. 

“El problema es cómo crear una esfera pública donde la ciudadanía puede articular sus deseos, sus demandas, si las instituciones centrales están enteramente en las manos del círculo dirigente. Cómo conectar diferentes movimientos, atmósferas, en las diferentes partes de este enorme territorio, con distancias enormes no solo en términos geográficos si no social”, argumenta el historiador.

“El fin de la URSS no es solo el final del proyecto soviético, sino el colapso de un proyecto imperial más amplio. Organizar el desmontaje de un imperio es algo extraordinariamente difícil. La historia nos enseña que muy a menudo esto ha producido circunstancias dramáticas. La gestión de la descolonización requiere sentido de estado excepcional. Putin no es esa figura. Usa experiencias dramáticas, esos sentimientos, usa las debilidades de los vecinos, de Europa, de Occidente. Tiene habilidad para crecer usando las debilidades de los demás. Pero no tiene un proyecto de país”, considera el autor.

La onda expansiva de la fallecida utopía soviética y del imperio del que fue el colágeno final sigue haciendo temblar buena parte de Europa. No solo las que fueran parte de URSS ―Georgia y Ucrania invadidas, Bielorrusia semicontrolada, los países bálticos que sufren interferencias―, sino también países de aquel lado del telón de acero para los que el gigante ruso es un condicionante central. La forma de vivir ha cambiado. El imperio soviético es un mundo perdido, pero el legado de esa civilización sigue, de alguna manera, circulando en las venas de un inmenso territorio.



La sociedad rusa actual mantiene relaciones difíciles y contradictorias con su pasado reciente, en particular con el pasado soviético. 


En Rusia, más que en otras partes, la cuestión de la memoria es indisociable de la cuestión de la identidad, especialmente de la identidad nacional, y esta remite constantemente a la historia. Durante siete décadas, la historia de Rusia estuvo estrechamente ligada a la de la URSS. La desaparición de esta última y la del sistema político comunista que encarnaba provocaron una grave crisis identitaria que, desde los años 90, la sociedad rusa se ha esforzado en superar con el objeto de reconstruir una identidad aceptable. 

El recorrido accidentado de la memoria rusa en las ultimas décadas corresponde a esta búsqueda de una nueva identidad. Algunas constataciones de este fenómeno se imponen rápidamente. La primera es que la sociedad rusa sigue profundamente traumatizada por la violencia y la represión masiva de la época soviética, en especial durante el periodo estalinista, y la guerra civil  pero no ha sido capaz de ajustar cuentas con ese pasado. 

La principal dificultad reside en el problema de la responsabilidad: ¿Quién es el responsable de los millones de víctimas de esa época? 

En lugar de afrontarlo abiertamente, la mayoría de los rusos ha optado por la amnesia y la negación y ha relegado los episodios oscuros del pasado a los márgenes de la conciencia nacional. Su memoria está repleta de olvidos y silencios. Solo una minoría,  sigue evocando ese pasado y luchando por la memoria de las víctimas. En la época soviética, los silencios y los olvidos fueron dictados por el miedo. Hoy las causas son otras (el malestar frente a un pasado difícil de cargar, la voluntad de no saber, etc.), pero todavía están allí.

Una segunda constatación se refiere a la importancia de la memoria de la Segunda Guerra Mundial –llamada en Rusia la «Gran Guerra Patriótica»–, que se convirtió en el principal fundamento de la identidad nacional rusa y que adquirió el estatus de mito fundacional, pero que sigue siendo rememorada de muy diferentes formas: una que pone el acento en el sufrimiento, las terribles pérdidas humanas y el deseo de una sociedad más libre que animaba a los combatientes; otra, de tipo nacionalista, que se centra exclusivamente en la victoria obtenida sobre  III Reich y que le atribuye el mérito a Iósif Stalin, eclipsando así la memoria de la violencia masiva desencadenada por el dictador.

 Una tercera constatación se refiere a la utilización intensiva pero extremadamente selectiva del pasado por las autoridades rusas. Vladímir Putin, en particular, emplea constantemente la historia soviética, pero también la historia prerrevolucionaria, como apoyo de la ideología nacionalista que propone y que sustituye ahora a la ideología comunista del pasado. En la época soviética, el pasado había sido instrumentalizado para legitimar el poder del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de su grupo dirigente: cada nuevo secretario del PCUS lo reescribía a su manera. Ahora el pasado sirve para legitimar el poder del presidente, para obtener el apoyo de la población en el proyecto de restaurar el lugar de Rusia en el escenario internacional y para consolidar un sistema autoritario que solo tiene la apariencia de una democracia. En un caso como en el otro, se debe mostrar que el Estado siempre tiene la razón. Ahora veamos con más detalle el recorrido de la memoria rusa después del final de la URSS.

El tema de la memoria (y el olvido) en la Rusia postsoviética debe situarse en el contexto más general de las transformaciones en la memoria pública que se produjeron en los antiguos países comunistas después del fin de los sistemas políticos de tipo soviético. Al ampliar el marco de observación, se pone de manifiesto aún más la especificidad del caso ruso, que se diferencia netamente de los demás, a pesar de algunos puntos en común. 

En tiempos del «socialismo real», existía en todos estos países una memoria oficial, forjada por el Partido Comunista, que ocupaba totalmente el espacio público y ofrecía una interpretación del pasado conforme a la ideología y a las exigencias políticas del partido. Un chiste soviético decía que en la URSS el pasado era imprevisible porque cambiaba continuamente. La memoria oficial cambiaba en función de las coyunturas políticas, pero seguía siendo la única autorizada: todas las demás memorias colectivas eran excluidas del espacio público, silenciadas o confinadas a la esfera familiar. Convencido de poseer la verdad histórica, el PCUS se arrogaba el monopolio de la memoria y ejercía un estricto control sobre la escritura de la historia, que debía servir para legitimar su poder.



Las memorias nacionales de países ex soviéticos y del Este de Europa .

El fin de los sistemas políticos comunistas, primero en Europa central y oriental y luego en la propia URSS, también provocó el fin del monopolio comunista de la memoria histórica. Al mismo tiempo que la memoria oficial comunista declinaba rápidamente, otras memorias previamente silenciadas reaparecían y ocupaban el espacio público. 

Con la desintegración del imperio soviético, ya no podía hablarse más de una sola memoria: cada ex-república soviética que se independizaba o recuperaba su independencia comenzaba a elaborar su propia interpretación del pasado y a construir su propia memoria, esta vez en un marco estrictamente nacional y sin directivas impuestas desde fuera. 
En todas partes el pasado comunista fue revisado y reinterpretado a la luz de la nueva situación: ningún partido ni otra institución eran ya capaces de imponer una interpretación única y excluir todas las demás. Hemos asistido, en esos países, a una verdadera explosión de múltiples memorias, que competían entre sí y que aspiraban a hacerse oír y a ser reconocidas en el espacio público.
 A partir de los años 90, cada uno de estos países ha desarrollado políticas de memoria –creación de nuevos museos de historia reciente, establecimiento de nuevas conmemoraciones, etc.–, en las que se expresan interpretaciones del pasado diametralmente opuestas a las que prevalecieron durante la época comunista.

Ahora existe memoria particulares en armenia, georgiana, Lituania, Polonia, ect. 

Ajustar cuentas con el pasado comunista, sin embargo, ha resultado más difícil en Rusia que en los demás países del «socialismo real», principalmente debido a las posiciones diferentes que ocupaban en el mundo comunista. La URSS, de hecho, no era un país como los otros, sino un imperio cuyo centro era Rusia y al que habían sido integrados varios países (como los Estados bálticos, Georgia o las repúblicas de Asia Central) directamente por la fuerza, mientras que otros (los de Europa central y oriental) fueron incluidos en su esfera de influencia después (y a causa) de la Segunda Guerra Mundial.

 En este conjunto, Rusia mantenía y ejercía el poder principal. La mayoría de estos países recibieron como una liberación el fin del comunismo y de la URSS, que consideraban un sistema de dominación extranjera de tipo colonialista. Una vez ganada o recuperada la independencia, dieron rienda suelta a una memoria profundamente negativa del periodo soviético, atribuyendo a la URSS (y concretamente a Rusia) la responsabilidad de sus desgracias. 

La misma actitud ya se había manifestado en Europa central y oriental después del fin de los regímenes comunistas, que había precedido por dos años el de la URSS. Al verse a sí mismos como víctimas, todos estos países aplicaron políticas conmemorativas centradas en la opresión sufrida y en la resistencia a la dominación soviética. Los museos de historia reciente que crearon a partir de los años 90 presentan, desde este punto de vista, relatos bastante similares. Ahora los héroes anticomunistas, son grandes héroes nacionales, como caso de Stepán Andríyovich Bandera, en Ucrania..



Memoria Histórica Rusa.

La Rusia poscomunista se encuentra en una situación muy diferente. Estando ella misma en el origen del sistema soviético y de la URSS, no puede atribuir a un actor externo la responsabilidad de sus desgracias. Con la desaparición de la URSS y el fin del sistema soviético, Rusia ciertamente se liberó de un orden opresivo, del que también podía considerarse víctima, pero al mismo tiempo perdió la posición hegemónica que ocupaba en el imperio soviético. Desde el punto de vista de los rusos, la época soviética se había caracterizado por terribles represiones, pero también por grandes logros y por una expansión sin precedentes de la potencia rusa. 
Por eso, la sensación de liberación estaba acompañada por sentimientos de pérdida, frustración, melancolía y arrepentimiento. Frente a las dificultades económicas de la transición al poscomunismo, exacerbadas por la brutal política de privatizaciones de Boris Yeltsin, muchos rusos comenzaron a sentir cierta nostalgia de la URSS, en particular de la época de Leonid Brézhnev, que retrospectivamente se les aparecía como un periodo de estabilidad y de relativa prosperidad.

La memoria del estalinismo

Tras el fin de la URSS, Rusia ha tenido que reinventarse por completo y redefinir su identidad sobre nuevas bases, dado que las de la etapa soviética fueron profundamente sacudidas.
Las referencias que habían servido a los rusos durante décadas para orientarse desaparecieron: ahora era necesario encontrar otras para reconstruir una identidad nacional y afrontar un futuro incierto. Para ello era necesario mirar hacia el pasado, tanto el reciente como el más lejano, para intentar darle un sentido y determinar lo que, en el desastre general del sistema soviético, aún se podía salvar y utilizar para construir una identidad positiva. Esta búsqueda identitaria ha pasado por varias etapas, pero ha evadido siempre el formidable obstáculo que representan la memoria del estalinismo y la cuestión de la responsabilidad.

 En este sentido, el problema fundamental en Rusia es la memoria de la violencia masiva y la represión de la época soviética, especialmente la guerra civil rusa y  del Gran Terror de los años 30; en pocas palabras: la memoria del estalinismo. Ese pasado, hoy lejano, sigue pesando en la conciencia colectiva y asediando el presente de la sociedad rusa.

Pocos países han experimentado en el siglo XX una historia tan traumática como la de Rusia, en la que las víctimas de la represión política representan millones y casi todas las familias se vieron afectadas por la violencia estatal. El nazismo, con el que a menudo se ha comparado el estalinismo, también ha provocado millones de víctimas, pero sobre todo en poblaciones no alemanas, mientras que el estalinismo tuvo sus víctimas principalmente en la población rusa y soviética (y en tiempos de paz). A esto se suma el hecho de que las represiones estalinistas exigieron la participación de un gran número de personas en todos los niveles del aparato de terror.

Los rusos han sido a la vez víctimas y verdugos de tales violencias masivas y es prácticamente imposible trazar una línea divisoria clara entre los unos y los otros, en especial en tanto que los organizadores y los agentes del terror terminaban a menudo liquidados por el régimen (algo que no ocurría, o que ocurría solo en raras ocasiones, en el caso del nazismo). Estas circunstancias hacen particularmente difícil toda confrontación con el pasado. También hay que considerar que mientras que el nazismo duró solo 12 años (de 1933 a 1945), en Rusia varias generaciones no han conocido otra cosa que este sistema represivo, que ha dejado un legado de temor muy arraigado en la conciencia colectiva (y, sobre todo, en el inconsciente colectivo).

 La violencia de masas de la que fueron víctimas millones de  rusos estaba organizada, planificada y ejecutada por el Estado, pero en ningún momento este ha reconocido oficialmente su responsabilidad o ha pedido perdón, y ninguno de los responsables ha sido llevado ante la justicia. 
En Rusia no se ha erigido ningún monumento oficial por iniciativa del Estado federal para conmemorar ese pasado de violencia ni a sus víctimas: los monumentos que existen han sido erigidos por asociaciones de la sociedad civil, a veces con el apoyo de las autoridades locales, pero sin ninguna participación del gobierno federal, que se mantuvo totalmente ausente en ese asunto. 
Tampoco se ha establecido comisión oficial alguna–del tipo de las comisiones de la verdad conformadas en América Latina después del final de las dictaduras militares– para investigar las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la etapa soviética. A diferencia de lo ocurrido en otros países después de la caída del comunismo, la policía política de Rusia, el instrumento principal de la represión y el terror (que actuó bajo diferentes nombres: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, KGB), no fue disuelta tras el final del sistema soviético, sino que apenas cambió su nombre, manteniendo esencialmente el mismo personal: de sus filas, por otra parte, provienen el actual presidente y, por iniciativa de este último, gran parte de los cuadros que en la actualidad ocupan puestos claves de poder en el gobierno, en la economía y en la política. 
La continuidad también ha prevalecido en el sistema judicial, otro engranaje esencial de la represión. El poder judicial no ha sido depurado, no ha hecho ningún mea culpa y aún hoy se encuentra estrictamente subordinado al poder político.

En Rusia no ha habido, en suma, una ruptura radical con el pasado comparable a la que tuvo lugar en Alemania después de 1945. Cabe destacar que todas las encuestas muestran que hoy en Rusia Stalin sigue siendo un personaje popular y todavía es considerado positivamente por una gran parte de la población. La situación de la memoria rusa muestra profundas contradicciones y ambigüedades. El olvido siempre constituye una dimensión esencial. En dos ocasiones, sin embargo, en la época soviética, la sociedad rusa había comenzado a enfrentarse a la memoria del estalinismo: una primera vez durante el «deshielo» de Nikita Jruschov y una segunda durante la perestroika de Gorbachov, pero en ambos casos el proceso se detuvo a mitad de camino. Desde principios de los años 90, la memoria del estalinismo ya no aparece en el centro del debate público en Rusia.

Las políticas de la memoria  después del final de la URSS

Preocupado por reconstruir una identidad nacional rusa bastante quebrantada y desorientada por el fin de la URSS, el poder yeltsiniano también recurrió ampliamente a la historia en los años 90: no a la historia soviética sino a la de la época prerrevolucionaria, que fue presentada como una especie de edad de oro de crecimiento económico y de prosperidad.
 De acuerdo con esta nueva lectura del pasado, la Revolución de Octubre «desvió» de su curso «natural» la historia de Rusia e interrumpió el proceso de desarrollo económico y social que la acercaba cada vez más a los países más avanzados. El periodo soviético aparecía así como un paréntesis completamente negativo que ahora había que cerrar para siempre y olvidar: el fin de la URSS y del sistema soviético permitía finalmente retomar la senda interrumpida en 1917 y recuperar el terreno perdido. El legado soviético era entonces rechazado en bloque. Rusia era descrita como víctima del bolchevismo y del sistema soviético: como tal, no tenía necesidad de interrogarse por sus propias responsabilidades.

Diferentes medidas simbólicas tomadas por el poder yeltsiniano buscaban reencontrarse con el pasado prerrevolucionario. Ejemplos de ello son la sustitución de la bandera soviética por la bandera tricolor rusa de la época zarista; la restauración de las relaciones estrechas con la Iglesia ortodoxa, con el fin de utilizar la religión ortodoxa como fundamento de la identidad rusa y como guía moral; la sustitución del himno soviético por una pieza del compositor ruso del siglo XIX Mijaíl Glinka. Pero, por otra parte, el gobierno de Yeltsin no desarrolló ninguna iniciativa relativa a la memoria de las víctimas de la represión estalinista. 
El único acontecimiento significativo en ese sentido fue, en 1992, el juicio abortado contra el PCUS que, si se hubiera producido, habría permitido abrir un debate sobre el pasado soviético. En cuanto a la rehabilitación de las víctimas y el restablecimiento de sus derechos, es interesante notar que las dos principales iniciativas en este asunto, después de aquella del periodo de Jrushchov, datan de los últimos años de la URSS.
 La primera fue el decreto «Sobre el restablecimiento de los derechos de todas las víctimas de la represión política de los años 20 a los 50», firmado el 13 de agosto de 1990 por Gorbachov en su calidad de (primer y último) presidente de la URSS. La segunda fue la ley «Sobre la rehabilitación de las víctimas de la represión política», adoptada el 18 de octubre de 1991 por la Federación de Rusia, principalmente por iniciativa de la asociación Memorial. Esa ley reconoce la participación del Estado soviético en la violencia masiva perpetrada desde la década de 1920 hasta la de 1950; pero como subraya Elizabeth Anstett, el reconocimiento de tal responsabilidad del Estado en este texto legislativo no ha contribuido a establecer responsabilidades individuales. No se han iniciado acciones legales contra los que concibieron y administraron el sistema soviético de los campos de concentración, incluso en el nivel local. 
Nunca hubo juicios ni intentos de dar lugar a una justicia transicional. No ha existido ninguna comisión que se encargara de establecer el balance de las varias décadas de violencia política institucionalizada, de señalar las responsabilidades individuales o colectivas o de finalmente iniciar una rememoración.

Aunque a principios de los años 90 tuvo cierto eco en la población, el mito de una edad de oro prerrevolucionaria era demasiado abstracto y estaba demasiado lejos para convencer realmente y llegar a ser el fundamento de una nueva identidad colectiva. Se evaporó al mismo tiempo que aumentaban el desencanto y la insatisfacción de la sociedad rusa ante la brutal política económica de Yeltsin. Parte de la población, empobrecida por el paso a la economía de mercado que debería haberle traído prosperidad, comenzó a sentir una cierta nostalgia de la difunta URSS.




Nacionalismo ruso.

La llegada de Putin a la Presidencia introdujo cambios importantes en la utilización política del pasado por parte del poder ruso. El objetivo sigue siendo el mismo que el de su predecesor: construir o, más exactamente, reconstruir una identidad nacional fuerte para superar la crisis identitaria provocada por el fin de la URSS. Lo que cambia son los aspectos del pasado a los que recurre el poder. Muchos elementos de un pasado soviético que la administración anterior había condenado en bloque han sido recuperados y rehabilitados por Putin. La nueva ideología propuesta por el poder abandonó también, como ya lo había hecho Yeltsin, toda referencia al comunismo y al anticapitalismo.
 Su contenido principal es un nacionalismo centrado en la idea de una Gran Rusia, de su pasado glorioso y de un futuro que permitirá restablecer su poder y su influencia a escala internacional. En ese nacionalismo se mezclan elementos heredados de la época zarista y de la tradición eslavófila, y otros de la etapa soviética. Occidente se presenta otra vez como un adversario ante el cual Rusia debe defenderse.

El rol desempeñado personalmente por Putin en esta reorientación de la política de memoria fue y sigue siendo fundamental. Convencido de que «el desmoronamiento de la URSS fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX», el presidente ruso ha trabajado para la recuperación de partes significativas de la herencia soviética (sin dejar de recuperar también la historia prerrevolucionaria).
 Una de las medidas simbólicas tomadas en esta dirección fue el restablecimiento, en diciembre de 2000, del himno soviético (con un texto modificado) como himno nacional de la Federación de Rusia, en lugar de la «Canción patriótica» de Glinka vigente desde 1990. Pero, fundamentalmente, el poder putiniano ha desarrollado y buscado imponer por diversos medios una nueva lectura de la historia soviética que pone el acento en los aspectos que hacen posible fundar una identidad nacional positiva y fomentar un sentimiento de orgullo en los rusos, como la modernización de la economía, la victoria sobre la Alemania nazi y el estatus de superpotencia alcanzado por la URSS después de 1945. 
La referencia a la victoria en la Segunda Guerra Mundial cobró una importancia enorme. En mayo de 2005, el 60º aniversario de este evento fue conmemorado en Moscú con extraordinaria pompa, con el objetivo de subrayar el rol determinante desempeñado por Rusia en el desenlace del conflicto mundial y su estatus de gran potencia. Fue también una manera de recordar a los Países Bálticos, a Ucrania y a los países de Europa central y oriental que habían sido liberados de la ocupación nazi por el Ejército soviético, y por lo tanto, por Rusia. Según el historiador ruso Nikolai Koposov,

Desde hace unos años, la Gran Guerra Patriótica (…) se volvió un verdadero mito de origen para la Rusia postsoviética. Según una encuesta reciente, 87% de los rusos coincide en afirmar que la victoria de la URSS sobre la Alemania nazi fue el acontecimiento más grande de la historia del siglo XX. Por más que la historiografía reciente presente un cuadro de la guerra infinitamente más contrastado que su imagen heroica convencional, esto no impide que este mito, sostenido por la propaganda del Estado, satisfaga a la opinión rusa. Hoy en día, como bajo el poder soviético, la memoria de la guerra, traumática y a la vez gloriosa, sirve para eclipsar otra memoria, la del terror estalinista, y para convencer a los rusos del rol positivo del Estado en la historia nacional.

La importancia atribuida a la memoria de la Segunda Guerra Mundial dio lugar también a la revalorización del rol de Stalin en tanto jefe militar, como ya había sucedido en la época de Brezhnev. Se le atribuye en gran parte a Stalin el mérito de la victoria sobre la Alemania nazi. Por el contrario, no se evocan las responsabilidades del dictador en los desastres de la primera fase de la guerra, por haber debilitado al Ejército Rojo durante el Gran Terror al eliminar a más de un tercio de los oficiales y por no haber tenido en cuenta los múltiples indicios de la inminencia de la invasión alemana. Otro aspecto importante en la visión de la historia soviética que Putin busca imponer es el tema de la modernización de Rusia: a Stalin se le atribuye también el mérito de haber modernizado la economía del país y de haber hecho de la URSS una gran potencia después de la guerra. En esta visión de la historia soviética, no se niegan los crímenes ni la represión de masas de la época estalinista, pero se los relativiza y se los presenta como el inevitable precio a pagar para la transformación de la economía y la sociedad.

El gobierno de Putin ha intervenido de múltiples maneras para promover su visión –«justa» y «no falsificada»– de la historia, restableciendo prácticas de la época soviética, cuando el poder comunista ejercía un control estricto sobre la escritura y la enseñanza de la historia e imponía su propia visión del pasado. Entre sus iniciativas en este ámbito, podemos citar, por ejemplo, el proyecto de «Ley memorial» destinado a castigar «todo atentado a la memoria histórica de los acontecimientos que se produjeron durante la Segunda Guerra Mundial»; la creación, en 2009, de una comisión presidencial sobre la «falsificación de la historia en detrimento de los intereses de Rusia»; y sobre todo, sus intervenciones en los manuales escolares de historia. 
Después de su reelección en 2012, Putin pidió al Ministerio de Educación y Cultura que redactara indicaciones («estándares») para un nuevo manual de la materia. El grupo de trabajo –formado por académicos, historiadores y, sobre todo, políticos– encargado de esta tarea presentó en octubre de 2013 un informe de 80 páginas a partir del cual se redactaría un manual único para la escuela secundaria que debería estar listo para el inicio del ciclo escolar de 2015-2016. 
El último acontecimiento tratado en ese futuro manual será la reelección de Putin a la Presidencia en 2012. Las cuestiones difíciles de la historia rusa, sobre las que no hay consenso, serán tratadas en una categoría aparte. En cuanto a las víctimas del estalinismo, serán mencionadas pero no se dará ninguna cifra. El manual debería entonces proporcionar la visión «objetiva» oficial de la historia rusa, reforzar así el patriotismo de las jóvenes generaciones y reafirmar la idea de que el poder estatal es legítimo por esencia. Poniendo a la orden del día el manual único, Putin restablece no solo una práctica soviética inaugurada en los años 30, sino también otra práctica de la época soviética, la de reescribir la historia ante cada cambio de gobernante en el Kremlin. En ese sentido, en Rusia el pasado sigue siendo imprevisible.

Monumentos y otros lugares conmemorativos.

La ausencia de monumentos oficiales en memoria de las víctimas del estalinismo muestra que el Estado ruso hasta ahora ha evitado cuidadosamente hacer frente a ese problema. El gobierno de Putin no se ha limitado a una actitud pasiva, sino que, en los últimos años, también se ha esforzado en obstaculizar, mediante diversos procedimientos administrativos y judiciales, la actividad de la asociación Memorial, dedicada a la defensa de la memoria de las víctimas de las represiones soviéticas.
 A la ausencia ya señalada de monumentos oficiales en conmemoración de las víctimas se agrega el hecho de que el Estado ruso no se preocupa por preservar como lugares de memoria al menos algunos de los campos de concentración que formaban parte del sistema soviético. El único campo que fue parcialmente preservado es el de Perm-36, situado a unos 100 kilómetros al noreste de la ciudad de Perm, pero lo fue solo debido a la iniciativa de la asociación Memorial, que hizo de él un museo.
 Es como si en Alemania el Estado nacional y los Estados regionales (Länder) no hubieran salvado ninguna huella de los campos de concentración nazis: ¿Cómo podríamos interpretar una actitud semejante sino como una voluntad de ocultar y de hacer olvidar esa parte de la historia alemana?

En Rusia, la amnesia del Estado es acompañada por la de una gran parte de la sociedad, que prefiere ya no escuchar hablar del estalinismo y sus víctimas. Según la historiadora rusa Dina Khapaeva, «la sociedad rusa ha sido golpeada por un mal terrible: una amnesia parcial, una desintegración de la memoria, convertida en caprichosa y selectiva». Y continúa señalando:

La amnesia actual y su corolario, la ausencia de condena y la impunidad de los crímenes cuyos autores y víctimas son millones, permiten ajustar cómodamente las cuentas con el pasado. De allí aquella lección de la historia soviético-rusa: basta con que los políticos ignoren los crímenes pasados y con que los individuos no digan palabra para que este «acuerdo» reduzca a nada, a los ojos del Estado y del conjunto de la sociedad, la cuestión del pasado caníbal.

Tras el intenso debate que tuviera lugar en los años de la perestroika, la sociedad rusa parece haber renunciado, por el momento, a ajustar las cuentas con ese pasado y a preguntarse por la cuestión de las responsabilidades. Prefiere, en su gran mayoría, refugiarse en la amnesia y en el mito nacionalista de la Gran Rusia que le es ofrecido a diario por el poder. Es poco probable, sin embargo, que esta situación pueda prolongarse de manera indefinida, porque ese pasado sigue allí y periódicamente exige la atención de aquellos que quisieran olvidarlo. Mientras se cree haberlo enterrado para siempre, de vez en cuando reaparece, como con el descubrimiento de inmensas fosas comunes en los lugares de ejecución donde, en la época del Gran Terror, los agentes de NKVD fusilaron a decenas de miles de personas, como en Butovo, en la periferia de Moscú, o en Levashovo, cerca de San Petersburgo, y en otras localidades.
Cada uno de estos hallazgos vuelve a plantear la cuestión de las responsabilidades, del Estado terrorista y de la impunidad de la cual se beneficiaron los autores de estos crímenes. Paradójicamente, sin embargo, el principal responsable, Stalin, sigue siendo una figura popular para una parte importante de la población rusa. Es sorprendente comprobar que en un país como Rusia, donde las víctimas de la violencia de Estado fueron tan numerosas, su memoria, lejos de predominar, queda relegada a un segundo plano, mientras que la de sus verdugos ocupa un lugar tan importante. 
Según Khapaeva, «en Rusia, es la memoria de los verdugos la que ha triunfado y no la de las víctimas».Arseni Roginski considera, por su parte, que «la memoria del estalinismo está incompleta y reprimida».

En muchos rusos, sobre todo en los más ancianos, la amnesia voluntaria va acompañada de un sentimiento de nostalgia por la URSS, especialmente por el periodo de Brezhnev, visto en retrospectiva como una época de estabilidad durante la cual la URSS, y por lo tanto Rusia, era influyente y respetada en todo el mundo. La popularidad de Putin, que es real, se debe en gran parte al hecho de que supo responder a estas aspiraciones a la estabilidad y a esta nostalgia por el poder imperial perdido. Su discurso nacionalista encuentra allí un terreno fértil. Promete reconstituir el poder de una Rusia enfrentada a la hostilidad de Occidente y de sus vecinos inmediatos: reactiva la vieja obsesión soviética del asedio y de la consecuente necesidad de una movilización permanente de la sociedad para defenderse de las amenazas que provienen de un mundo hostil.

Sin embargo, el discurso nacionalista del Kremlin, si encuentra un eco positivo en Rusia, provoca mucha inquietud entre sus vecinos, en particular en los países donde hay importantes minorías rusas. Las tensiones políticas alimentan los conflictos de la memoria que oponen a Rusia con sus vecinos inmediatos.

1 comentario:

  1. Un año de conmemoraciones, son 80 años desde inicio de la gran guerra patria, Y ataque de Pearl Harbor; la generación que tiene vigencia de esos hitos históricos, ya desaparecieron de la historia.

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